21 ago 2013 todo

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Año: 13 Número 312

sí nació el Heraldo. Era una hoja mecida por el viento y poco a poco fue descendiendo hasta posarse en mis manos. Venía de algún mundo donde todo es verde y donde todo es posible. De hecho, este fue su mensaje al arribar: “Vengo del país de la esperanza”. ¡Ah, con razón viene pintada de ese color!, exclamé sorprendido. Así prosiguió. “De donde yo vengo cualquier aventura si se piensa es posible realizarla”. Entonces, si hay algo imposible es porque no se ha pensado, quise contestarle. En vez de interrumpir, guardé silencio. En ese callado ínterin, la pequeña hoja se convirtió en estrella. “Ven, tengo luz propia y puedo alumbrar el camino oscuro”, me susurró al oído. ¡Oh, como necesitaba sentir la caricia de aquel silbo esperanzador! Pues en mi vida había emprendido jamás semejante hazaña, la de ir por un camino oscuro tratando de sacar a luz una publicación. Por eso, el momento era crucial y, sin duda alguna, necesitaba de ayuda superior, para continuar sin desmayar o dudar. No tardé en descubrir un secreto. Para ir tras la estrella blanca y bella y no claudicar por el camino necesitaba despojarme de toda carga innecesaria. Para quedar en condiciones óptimas de avanzar me fue necesario librarme de toda duda, miedo e inseguridad. En todo ese proceso, no me sentí solo. La fuerza de mis sueños impulsó mis alas y al abrir mis ojos era el primer día del mes de septiembre del 2000. El Heraldo venía, ese día, en paquetes de cien, estaba vestido en blanco y negro y parecía flaquito como una varita de San José. Para entonces, yo ya era un padre experimentado y había recibido del cielo a mis nueve hijos. Aquella bien ganada experiencia no me salvó de temblar un poco y de

sentir el mismo asombro y la misma emoción. Era obvio, la nueva criatura necesitaría de toda mi inventiva y de todo de mi interés. Así fue. Desde ese primer día el Heraldo ha tenido todo mi cuidado y toda mi atención. Al sol de aquella mi primera alegría, lo cubrió por un momento, un tumulto de nubes grises. Empapado de fantasía y caminando embelesado por las calles del país de Nunca Jamás, no me había sentado a considerar el coste de esa primera impresión, ni de las siguientes, ni de la gigantesca tarea de distribuirlo en 30 ciudades, amén de escribir en sus páginas y pintarle la carita hasta darle su propia personalidad. De haberlo considerado y sopesado jamás me hubiera embarcado

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en semejante aventura o dantesca misión, le he dicho a quienes me han preguntado sobre el origen, desarrollo y crecimiento del Heraldo. Por otro lado, de no haberlo hecho, jamás hubiera experimentado el inconmensurable gozo de verlo crecer y yo de crecer con él. Todavía, después de 13 años, se avistan en lontananza nubes grises y amenaza a llover, o sea, no todo es azul todo el tiempo, ni sopla siempre una brisa primaveral. Unas veces cae granizo y otras, arena; pero, en su mayoría, los días son buenos con vientos a nuestro favor. Cualquier obstáculo, prueba o muro alto interponiéndose en la jornada solo hace más grande y más fuerte la felicidad. Al avanzar me conviene no olvidar aquellos primeros días cuando

21 de agosto 2013

el Heraldo daba gritos como de recién nacido. Sin importar el tiempo y el éxito logrado, aún debo mantenerme vigilante y jamás bajar la guardia o claudicar. Con la vista puesta en mi estrella solo podré continuar, es mi pensar. Así nació el Heraldo hace 13 años. Al principio era una hoja meciéndose en el viento. Al posarse en mis manos se convirtió en una estrella. Eso sí, no era una estrella de segunda mano, de brillo artificial. De otra manera, el Heraldo no estuviera en el lugar donde ahora está. Repito, primero fue una idea y luego, un pensamiento. Aquel pensamiento es ahora una hermosísima realidad. Por: Oscar Argueta


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