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Año: 13 Número 297
erma Rivera Aguirre no sintió miedo cuando dejó su natal San Pedro Sula, Honduras. Corría el año de 1978 y la viajera recién cumplía ocho años de edad. Era pequeña, pero muy lista y no ignoraba a donde iba. A su mamá la había escuchado decir: “Vamos a visitar a su tío José. Vive en Acapulco, México.” El viaje incluía cruzar tres fronteras. Siguiendo al sur, el grupo cruzaría a El Salvador. Luego, por la frontera de Las Chinamas ingresaría a suelo guatemalteco. A partir de allí, seguiría hacia el oeste hasta tocar tierra mexicana. Al destino final, la pequeña caravana arribaría siete días después. Desde esa tierna edad hasta hoy, Derma ha alcanzado y cruzado otras fronteras. A modo de aclaración, mi entrevistada prefiere usar el término: “meta”, en vez de “destino” o “frontera.” Ese término creció con ella. Lo escuchó de los líderes de su iglesia, mientras crecía; y desde sus doce años, lo ha venido aplicando en su vida. A esa edad, empezó un programa de desarrollo personal, a través de establecerse metas. Al cumplir dieciocho años y habiendo alcanzado todas sus metas recibió el reconocimiento: “El premio a La Mujer Virtuosa.” Al progresar la conversación, la escucho decir: “Mi membrecía en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es y será siempre una bendición para mí. De las muchas enseñanzas recibidas, mi favorita es: No hay límites para crecer, ni para ser feliz.” Derma y su familia arribaron a Acapulco con pocas pertenencias en la mano, pero con muchas ilusiones en el corazón. Frente a ellos se alzaba el muro de la pobreza. La altura los asustó un poco, pero no los desanimó. Nelly salió, como una leona, a
ganarse con trabajo el pan para sus hijos. Derma, la pequeña de ocho años siguió el ejemplo y, en vez de ver un muro, vio un mundo de oportunidades. Esto pensó: “Aquí vienen muchos turistas y todos me pueden comprar cocos, sodas y golosinas.” Por las calles del famoso lugar de La Quebrada caminó por años sonriendo, vendiendo y soñando más allá del muro de la pobreza. Para admiración mía, Derma estudió en el famoso centro estudiantil: El Benemérito de las Américas, localizado en el Distrito Federal. Bueno, pero ¿no es fácil ingresar a una escuela de tan alto nivel académico y disciplina?, le pregunto. “Tampoco es fácil hacerlo sin dinero”, es su respuesta. “La escuela -Derma prosigue-, es propiedad de mi iglesia y da
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a los estudiantes de escasos recursos la oportunidad de trabajar en sus instalaciones. Yo trabajé por tres años en la cocina y así fue como logré pagarme mis estudios.” La historia nos lleva a Salt Lake City, Utah. Derma está casada y tiene tres hijos. Las amigas le insisten: “Ve a trabajar de camarera a un hotel.” No les hizo caso. Buscó trabajo en un famoso hospital de la ciudad. Allí ofrecían un beneficio muy importante: educación. Derma limpió pisos, pero también al cabo del tiempo se graduó de enfermera auxiliar. “No sabía inglés, pero con diccionario en mano comprendí las lecciones y pasé los exámenes”, la escucho decir. Derma sufrió violencia doméstica y este vergonzoso muro tampoco la venció. A esta dura prueba le sacó partido.
23 de Enero 2013
En el dos mil cinco y con el apoyo de la organización: Coalición de Iowa para la Violencia Doméstica obtuvo la muy codiciada Green Card. Con la residencia en su mano, no se quedó sentada a esperar vientos mejores. En el dos mil seis, salió de su casa y provocó los aires a su favor. Tres años después recibía un título universitario en Ciencias Sociales, orientado a Sicología y Justicia Criminal. Esta brevísima historia puede verse como una película con un final feliz. Tras bambalinas, podríamos ver lágrimas, sufrimiento y dolor. De acuerdo con Derma, la vida es así y no hay otra manera de crecer y triunfar.
Por: Oscar Argueta