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Año: 14 Número 332

unca he podido olvidar aquella ocasión cuando bebí leche fría por primera vez. Tenía 12 años y vivía en el corazón de la capital mundial bananera, en la tierra del quetzal y del Popol Vuh. Fue un descubrimiento insólito y sucedió en el comisariato, propiedad de la empresa norteamericana United Fruit Company. Para entonces, ya había escuchado hablar de Nueva York y sus rascacielos y había tenido en mis manos un viejo ejemplar de la revista Life y había leído en sus páginas sobre el asesinado del presidente John F. Kennedy. Ante la novedad de beber leche fría, obvié darme cuenta cuánto se ampliaba día con día mi panorama cultural. Por esos días, mi abuela Virgilia había empezado a preparar la avena con leche en polvo, otra novedad del tamaño del mar. Así iba nuestra vida en la década de los sesenta, de novedad en novedad, de admiración en admiración. Todo aquel extraordinario progreso nos llegaba de un país muy diferente al nuestro. Y, sin ser compelido, mi curiosidad por saber más de los Estados Unidos de Norteamérica parecía no tener fin. Ahora tengo la dicha de vivir en esta tierra próspera y libre. Y, como consecuencia lógica, he visto con mis ojos y experimentado cosas mayores jamás imaginadas, siendo la más importante y más valiosa de todas: la libertad. A mis amigos de allá, de mi tierra, no termino de contarles las maravillas de la vida de este lugar. Los veo abrir los ojos y asombrarse al describirles las viviendas rodeadas de jardines, en vez de estar escondidas por gruesos y altos muros. A los bancos no los protegen agentes de seguridad; y en vez de sentir esa sensación de peligro, hay sobre sus mostradores amigables canastas repletas de chocolates y chicles Adams. Casi no me creen cuando les describo cuán ordenado es el tráfico, en especial en los cruces de cuatro vías, sin semáforo y sin la presencia de un agente de

tránsito, para dirigir el flujo vial. Al escucharme todos me han expresado su deseo y esperanza de vivir en un país así. “Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una Unión más perfecta, establecer la justicia, garantizar la tranquilidad nacional, tender a la defensa común, fomentar el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros y para nuestra posterioridad, por la presente promulgamos y establecemos esta Constitución para los Estados Unidos de América…” Así empieza diciendo el primer párrafo del gran documento conocido como La Constitución, escrito por hombres inspirados y, por qué no decirlo, dictado Por Dios. Para dicha de este gran pueblo, el documento no empieza diciendo: “Yo, el rey, soy amo y señor, la autoridad, la

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ley, el responsable y señor del destino de cada habitante de esta nación…” A partir de tal enunciado, el gobierno de este país norteamericano ha sido el pueblo y no un rey o un dictador. Así la felicidad o la infelicidad, la guerra o la paz, el progreso o la miseria dependen del pueblo mismo y no de un presidente, ministro o rey. Por eso, mientras el pueblo se gobierne a sí mismo abundará el respeto y la paz perdurará. De lo contrario, si decae en cumplir su deber, su poder se debilitará y se menoscabará su dignidad. No hay otra salida cuando se descuida a desatiende a su propia reina, llamada libertad. Y de todas estas maravillas hablo con mis paisanos de mi querida patria centroamericana. También les cuento cómo se manejan mis negocios con la

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numerosa clientela del Heraldo Hispano. Con dos o tres clientes trabajamos con un contrato informal. Con la gran mayoría lo manejamos con un intercambio de palabras. Y, aunque les cueste creer, menos de uno por ciento nos queda mal. Eso sí, rara vez un cliente deshonesto vuelve a solicitar nuestros servicios. En todo caso, esos individuos pierden en vez de ganar. En resumen, allá en mi tierra, no podría estar contando la misma historia. No se podría llevar a cabo allá, algo así tan cerca de lo ideal. Hay, para nuestra tristeza, poca confianza y muy poco respeto por la ley. Por esta y por otras razones, nos nace unirnos a esta gran nación para celebrar el día de su Independencia y para celebrar también su inspirada Constitución. Por: Oscar Argueta


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