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Año: 14 Número 330

uando Amado Marcelino vio a Valentina Atilano por primera vez le dio vuelta el corazón. Esa escena de amor a primera vista sucedió una tarde, allá por 1990, en el pueblito mexicano de San Marcos, Guerrero. Al otro día, la siguiente escena va más allá de una mirada furtiva. Valentina está trabajando cerca del corral. Amado le toma la mano, la mira a los ojos y trata de decirle algo, pero siente las palabras pegadas en la garganta y no puede emitir sonido alguno. Al fin, alcanza algo de aire y logra articular nueve palabras. Estas son: “Valentina, es usted la mujer más bonita del mundo.” Al piropo le sigue un grito. El grito viene de la cocina y lo ha pegado la madrina de Valentina. -¿¡Y a usted quién le ha dado permiso para tocarle la mano a mi ahijada!? A ver, ahorita mismo la deja en paz y nunca se vuelva a cruzar por aquí. Al escuchar de Amado tal graciosa confesión me da por reír y con la misma pregunto: -¡Ah! Pero usted solo le estaba tocando la mano a la joven, ¿verdad? -¡Sí don Oscar, solo eso estaba haciendo yo! Pero mire, allá en nuestra tierra, en aquellos tiempos, tocarle la mano a una mujer, sin haberle pedido permiso a los padres, era un pecado casi mortal. -Por lo visto usted no se dio por vencido, pues aquí están amándose como si se acabaran de conocer. -¡Sí así es! La escena de cuando la saca a bailar en la fiesta del pueblo va así: Uno de los hermanos de Valentina la agarra del pelo e intenta separarla de Amado… -Y entonces, allí termina la fiesta para ustedes, ¿sí? -¡No! ¡Allí no termina! Valentina se aferró a mi pecho y los hermanos no la pudieron arrancar de allí. Y vea, en ese momento, sintiéndola pegadita a mí yo suspiré y me sentí el

más feliz de todos los hombres. Mis cuñados no se llevaron a Valentina esa noche, ni nunca. A los días me la robé. Fue una noche sin estrellas y nadie nos vio caminar por aquella oscuridad. Y como puede ver, ahora estamos casados, somos felices, tenemos cinco hijos y aquí estamos celebrando la graduación de la universidad de mi hijo Miguel. –y al decir eso, Amado atrae a Valentina hacia su pecho y con toda la ternura del mundo abraza y besa a la mujer de su vida. Yo observo la escena, me levanto y les recito una poesía de amor, de mi propia cosecha. El público aplaude. Amado desea con toda su alma darle un futuro digno a su muy amada Valentina y a sus hijos y por eso mira hacia el Norte. Veámoslo ahora en Ontario, California cosechando

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naranjas. Trabaja duro y suspira por su mujer. El cielo lo bendice con un buen patrón, este le ofrece darle papeles para estar legal en este país. Con la Green Card en la mano, Amado no puede esperar más y va a México por Valentina y por Gabriela, su primer retoño. -¿Pero, cómo le hizo para traerlas tan rápido? -Pues, mi esposa escaló el muro, saltó y yo la recibí aquí, en este país. -O sea… ella vino sin papeles. -¡Sí, así es! -¿Y el bebé? -Pues va a ver usted. La vestimos de varón y un amigo la pasó con los papeles de su hijo. ¡Imagínese usted eso! -Me lo imagino -me queda por responder. Amado y Valentina llegaron a Washington hace 15 años. Traían a cuatro retoños. Aquí

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han trabajado a brazo partido y han criado una familia muy, pero muy exitosa. Gabriela se graduó en Administración de empresas del Iowa Wesleyan College. Víctor se tituló en Justicia Criminal del Indian Hills. Miguel recién se graduó en el Central College de Pella. Amado Junior va a terminar la High School el próximo mes y Daniel, el cume cursa el quinto grado de primaria. Felicitaciones a Amado y a Valentina por ser muy trabajadores, muy humildes y por haber formado una familia muy, pero muy ejemplar.

Lea en la página 11 otra historia de Valentina, publicada el 15 de marzo de 2001 Por: Oscar Argueta


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