Año: 12 Número 275
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REINAS MAYAS DE SAN LUIS jalá hubieran estado allí esa noche de agosto. Era en mi pueblo San Luis y del cielo, en vez de rocío, goteaba alegría. Engalanadas, las mujeres mayas caminaban por pasarelas alfombradas con pino y pétalos de rosa. Unas bailaban al misterioso compás de la marimba, del tun y la chirimía. La Rabín Ajau, reina nacional maya, lucía corona de plata, adornada con plumas de quetzal. De los incensarios se elevaban nubes fragantes de incienso y copal. Ancianos, sacerdotes, sacerdotisas, reinas y niños vestían atuendos ricos en color, en elegancia y finura. Las mujeres portaban mantos sobre sus hombros, velas en sus brazos; y, en sus cabezas, sofisticados tocoyales. Ojalá hubieran tenido
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la fortuna de haber estado allí, de haber visto con sus ojos el impresionante espectáculo; y hasta de haberles faltado el aire por tanto asombro al presentarse cada nueva escena. Ojalá hubieran visto a las dos niñas de esta portada, mostrar a un ávido público, su donaire, belleza y talento. Los gestos libres de titubeos; y, en la mirada no se asomaba la sombra de la duda. La abuela Ixmucane del Popol Vuh las hubiera saludado complacida así como las saludé yo, así como las hubieran saludado ustedes si hubieran estado allí esa noche mística de agosto, en mi querido San Luis. Noten las redondas pupilas de las niñas del retrato. Parecen dos broches esculpidos en rara piedra de jade negro como el carbón.
La piel de sus rostros le robó el color a la canela o a las semillas del café. Los cabellos largos y azabaches parecían estar pintados con la negrura de la noche. Argollas de plata y de oro le agregan gracia a su bien formado rostro. Noten también lo vaporoso de su blusas blancas y sus trenzas atadas con lazas rojas descansando sobre sus hombros. El arcoíris de collares alrededor de sus cuellos las vuelven más hermosas aún. La reina recién coronada porta banda y corona y lleva un cantarito en su mano. Las dos reinas infantiles tienen la dicha de hablar con fluidez el idioma de sus ilustres antepasados y el castellano traído por el conquistador español. La flor de su juventud tiene una raíz
29 de Febrero 2012 muy profunda, sembrada en un suelo moreno de cultura milenaria. Son hijas del Creador de la santa semilla del maíz y en ellas, en la largura de sus espigas continuará brotando el divino grano de su linaje real. Ante tan singular legado, yo me inclino y las saludo con la reverencia de vasallo común. Ojalá hubieran estado allí, observando el extraordinario derroche de misterio y de color. Desde el estrado presidían el evento una veintena de hombres y mujeres portadores del título de Principales. Con cetros en su mano derecha y sus rostros serios parecían aquellos monarcas de reinos antiguos, adornados con plazas y templos monumentales, de la inmortal Quirigua, Uaxactun y Tikal. No, no era un espectáculo barato. No, no era una copia del irreverente mundo de Hollywood. Eran, en cambio, escenas esculpidas en lajas de piedra para perpetuarse más allá del abismo del olvido y del tiempo. Frente a esas niñas reinas, frente a esos personajes de corazón maya, solo pude sentirme honrado; solo pude sentirme especial. Era una noche de agosto y en mi pueblo San Luis Jilotepeque celebraba su feria titular. Yo sentía el pecho hinchado de emoción. Con una mitad maya y con otra mitad castellana, me sentía feliz de mi bienaventurado mestizaje y complacido de reclamar mi parentesco con los Hombres de Maíz. Aquí los dejo mirando a esta foto de estas jóvenes descendiente del Cacique Maya Quiche Tecun Umán. Aquí los dejo mirando volar al Santo Quetzal, sobre el monte y bajo el sol. Aquí los dejo pensando en la grandeza, belleza y singularidad de mi gente Pocomam. Por: Oscar Argueta