Año: 14 Número 359
L
a historia de Erika del Milagro la escribiré ratos llorando y ratos aguantando las ganas de llorar. En algún momento cuando me sienta compungir, me detendré y esperaré hasta ganar compostura. Y, sin más rodeos, empecemos por donde debemos de empezar: el año es 1988 y el país es Honduras. Erika recién ha cumplido cuatro años y vive con su familia, en un vecindario muy pobre de la muy tropical ciudad de San Pedro Sula. La pequeñita Erika comprende poco el ajetreo de sus padres y hermanos mayores yendo de un lado para otro, preparando tanates y vituallas en anticipación a un viaje largo, peligroso e incierto. Y todo, porque mañana aun antes de salir el sol, ella y su familia
dejarán su patria morena y el grupo iluminado por la luz de las estrellas; emprenderá el camino hacia la patria de Abraham Lincoln y Martin Luther King. —No tengas miedo —le dice su mamá—, Dios abrirá las puertas de tres fronteras, nos hará llegar sanos y salvos y allá nos dará prosperidad. Erika tiene sueño y en vez de escuchar, se restriega los ojos y sigue adelante; sin comprender hacia dónde va y cuándo llegará. Así empieza Erika la conversación, sentados en la sala de su casa en Muscatine, Iowa. —Me llamo Erika del Milagro y antes cuando le preguntaba a mi mamá por qué me había puesto ese nombre, ella me contestaba: “hija, Dios me inspiró a ponerte ese nombre al momento de nacer”.
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Y como usted puede ver, en ese momento ninguna de las dos pudo haberse imaginado cuan simbólico sería ese nombre, en esos mis primeros días aquí sobre esta tierra y en mi vida futura. El primer milagro fue haber nacido, aun cuando mi madre en el primer mes de su embarazo cayó en cama abatida por una anemia severa. Esto le dijo el médico: “señora, con este estado tan precario de salud terminará perdiendo la criatura. Necesitará un milagro”. Y sí —dice Erika —, mi madre y yo necesitábamos de un milagro, no efectuado por un hombre, sino por la mano de Dios. Y contra todo pronóstico, Erika tuvo la dicha de nacer. Eso sí, cuando abrió los ojos los traía plagados de cataratas; tenía la mirada bizca y un tic nervioso azotaba sus ojos. Y así
29 de Julio 2015
contra viento y marea, Erika del Milagro arribó a sus primeros cinco años de edad. —Así de pequeñita —dice Erika—, me ingresaron al hospital para una primera operación. Para cuando ya había cumplido nueve años había sufrido tres intervenciones quirúrgicas en mis ojos. El proceso fue doloroso, pero aquí estoy sana de esa enfermedad. Ah, y también sana del tic nervioso. —Pues sí —digo yo—, mi entrevistada luce bien y con mucho entusiasmo por vivir.
PASA A LA PAGINA 21 Por: Oscar Argueta