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Emilienne d’Alençon: ¿La Muñeca de La Perla?
Parte I
José Antonio Ruiz Tierraseca
Si alguna marca de tabaco ha hecho correr ríos de tinta en nuestro coleccionismo, ha sido sin duda alguna la mexicana La Perla, de Andrés Corrales; ríos que al culminar su recorrido desembocaron en un Catálogo Vitolfílico espléndido, editado con motivo del 50 Aniversario de la Asociación Vitolfílica Española (AVE).
La Perla, poseedora de un vitolario tan rico en cantidad como en variedad y calidad litográfica, forjó con su famosa muñeca uno de los mitos de la vitolfilia. Reproducida profusamente durante la trayectoria de la marca, la imagen se identifica como Emilienne d’Alençon, una artista del loco París de principios del siglo XX y cortesana de altos vuelos, amante de reyes, nobles y toda suerte de hombres poderosos… y ricos.
Pero surge un dilema: ¿Si un mito permite intuir alguna señal de debilidad, se le debe destruir? ¿Qué es mejor: derribarlo de su pedestal, o dejarlo ahí para que siga eternamente alimentando leyendas, forjando ilusiones, despertando pasiones y deslumbrando con el brillo de la aureola que lo envuelve?
La duda aguijonea aún después de usar el ariete, pero tras ello comprobaremos su fortaleza, pues como se ha comprobado a lo largo de la historia, en algunas ocasiones la figura mítica resiste las acometidas y permanece incólume, agigantándose aún más.
Tras la publicación del estudio citado en la revista de la AVE, se podría concluir que las posibilidades de que Emilienne d’Alençon sea La Muñeca de La Perla son escasas... pero tras conocer sobre el estudio e hipótesis respectivas, corresponderá a cada quien juzgar y emitir su veredicto.
EL PERSONAJE Y SU TIEMPO
Echaremos un vistazo a su biografía, que por intensa da para escribir varios libros –como de hecho los hay–. Cabe aclarar que una biografía ofrece frecuentemente datos confusos y/o contradictorios, ya que además del sensacionalismo en boga, generalmente las artistas famosas de la época mienten como bellacas incluso en sus memorias, pues buscan dotar de exotismo y atractivo sus vidas y –por lo general– tristes comienzos.
Emilienne d’Alençon nació en 1870 como Emilienne André, hija de la portera de un inmueble de la Rue des Martirys de París. Tercera de tres hermanos –la preceden dos varones–, su padre sólo aparecía de vez en cuando por la humilde vivienda; visitas que, extrañamente, su madre celebraba con entusiasmo. Su situación familiar y condición de miseria marcarán el resto de su vida y su relación con los hombres.
A los 15 años abandonó el hogar para seguir a un violinista húngaro, quien facilitó sus primeros acercamientos al mundo de la escena, por el que se sentía atraída irresistiblemente. En esos tiempos se inició en las “otras artes” –pues a su pareja no le importaba, siempre que le reportara beneficios–, y fruto de esos amoríos adolescentes tuvo una hija a quien siempre mantuvo oculta, alejada de ella.
Esa relación terminó brusca, violentamente, cuando el violinista la sorprendió con una mujer, algo que se convirtió en una constante de su vida. Su bisexualidad manifiesta –si no lesbianismo–, fue legendaria en el mundo de las Demi-mondaines.
Alumna del conservatorio, es observada por un anciano miembro de la Comedia Francesa, quien monta su propia compañía de teatro y la contrata. Hablamos ya de Emilianne d’Alençon, rebautizada por una cortesana el día en que llevaba una camisa de punto de Alençon, tejido característico de la ciudad de ese nombre.
Representando papeles de heroína, con esa compañía recorrió Francia durante dos años y tuvo algunos contactos provechosos. Tras uno de ellos, que acompañó un sonoro escándalo, regresó a París y abandonó definitivamente el teatro. Dada su juventud y características físicas, que no cumplen con las exigencias de la época, volvió sus ojos hacia otras tablas más asequibles: el Music-Hall.
Gracias a un amigo consiguió un contrato y en 1889 debutó con el Circo de Verano presentando un número de “Doma de conejos blancos”. El sueldo no era muy alto, pero a ella no le importaba porque era un escaparate donde mostrar sus encantos.
Pronto obtuvo éxito, fama y riqueza, pues formó parte de Las Tres Gracias, título con el que se conoció a Emilienne d’Alençon, Liane de Pougy y La Bella Otero, reinas del mundo frívolo. ¿La anilla conocida como Las Tres Gracias estará dedicada a ellas?
Las tres se disputaban fama, amantes y riqueza. Se turnaban las actuaciones en los cabarés más famosos de la época, los amores de los hombres –y las mujeres–, y eran el fiel reflejo de una forma de vida que deslumbró a las multitudes durante toda una época.
Actuando en el Folies Bergère, Emilienne conoció a su más ferviente enamorado y protector, el Rey Leopoldo II de Bélgica, viejo conocido de nuestras colecciones vitolfílicas. Él mantenía un idilio oficial con la bailarina Cléo de Mérode –aunque ella siempre negó su relación–, hasta el punto en que se le llamaba irónicamente Cleopoldo de Bélgica.
Entre las anécdotas más divulgadas del Rey Leopoldo II está que al visitar a Emilienne durante una de sus visitas a París, la doncella abrió la puerta y le dijo: “La señorita está durmiendo y ha dado orden de que no se la despierte antes de las once”. Él, uno de los hombres más poderosos y ricos de su tiempo, contestó: “Está bien, déjela dormir, iré a misa y volveré más tarde”.
Su testa coronada no fue la única que se inclinó ante los encantos de esta mujer, pues a ella se unieron las de otros viejos protagonistas de nuestra afición: Eduardo VII y posteriormente Guillermo II, a quien conoció en 1900 durante una gira por Alemania. Como tantos otros, estos amoríos sólo sirvieron para dar esplendor a los currículum de ambas partes.
Transcurrieron algunos años en los que alternó sus actuaciones en los cabarés con romances y escándalos sonoros por sus amores lésbicos, entre los que destaca el mantenido con su rival Liane de Pougy. Pero esto, lejos de alejar a los hombres resultó un motivo de atracción morboso y era creencia generalizada que se pagaban auténticas fortunas por asistir al espectáculo en privado.
Sin embargo, para sorpresa de todos, en 1905 Emilienne se casó con el célebre jockey inglés Percy Woodland, a quien conoció durante una de sus visitas frecuentes al hipódromo. ¿Una excentricidad más? Aunque el marido es un hombre rico y conocido, no estaba a la altura de los hombres que frecuentaba.
Percy Woodland compró una gran villa en Maisons-Laffitte –equivalente en la época a una urbanización de lujo y la amuebló con todo el esplendor posible–, donde el matrimonio se instaló.
COMPROMISOS DEPORTIVOS
“El mundo deportivo ha conocido estos últimos días, sin siquiera sorprenderse, pues es un mundo en el que no se sorprenden de nada, el noviazgo oficial de dos personalidades muy conocidas en los hipódromos: Percy Woodland, el famoso jockey de obstáculos, y la señorita Emilienne André, que ha tenido la extravagancia de hacer correr caballos pura sangre después de haber exhibido conejos blancos, amablemente adiestrados en la escena de un Music-Hall.
“La señorita de André se llamaba entonces d’Alençon, pero el código de las carreras, poco galante, la ha despojado de su seudónimo. Poco importa, ya que será en pocos días, con toda legalidad, Mrs. Woodland”. Semanario l’Ilustration. París, Francia, 6 de mayo de 1905.
Como era previsible, Emilienne no dejó su vida normal, de modo que pronto la convivencia se hizo imposible y el matrimonio terminó separándose... sólo para que ella se uniera de nuevo con un jockey, el también inglés Alec Carter.
Mientras que Emilienne pareció emprender otro intento de estabilidad, la Primera Guerra Mundial se abatió como un ciclón sobre Europa y Alec Carter, nacionalizado francés, se alistó voluntariamente y murió en el frente de batalla el 11 de Octubre de 1914.
LA VALENTÍA DEL JOCKEY
“Alec Carter, el famoso jockey que murió en acción, fue enterrado en París el 14 de Octubre. Al principio de la guerra sirvió en la 23ª Compañía de Dragones, pero se le ascendió a Teniente por su valor en el campo y fue trasladado a un regimiento de Infantería. Fue herido por seis balas de ametralladora en Arras, el domingo 11 de Octubre, mientras recibía órdenes de su Coronel” (traducción).
Esto supuso el golpe de gracia para Emilienne, quien se había retirado del ambiente artístico y tenía entonces 44 años, una edad mayor para la época. Además, desde tiempo atrás su vida caminaba de la mano de un compañero indeseable: el opio.
Dejó París y se trasladó a Niza, donde poco a poco se desprendió de sus pertenencias más valiosas y en la medida en que se agotaron la caída fue inevitable. Abandonada y olvidada, destrozada por la miseria y las drogas, el 14 de febrero de 1945 la encontraron muerta en la banca de un parque público de Montecarlo, donde residió eventualmente.
Sus restos reposan en el Cimetière des Batignolles de París. En su sepulcro, sobre una placa de mármol se inscribieron su apellido real y el artístico, junto con algunas fotografías de sus momentos de esplendor.
La Bella Otero, tras retirarse de la escena a los 46 años y dilapidar en las mesas de juego una fortuna que podría estimarse en 500 millones de euros actuales, se ocultó para no hacer pública su decadencia. Pasó sus últimos años en un hotelucho de Niza, subsistiendo gracias a una pequeña asignación mensual que un desconocido le hacía llegar. De hecho, se cree que el benefactor fue la administración del Casino de Montecarlo, donde dejó su fortuna.
La encontraron muerta en su habitación el 10 de abril de 1965, a los 96 años, y fue sepultada en el Cementerio del Este. No tuvo descendencia, pues aún niña fue víctima de una brutal violación en su aldea natal, que además de llevarla al borde de la muerte le dejó estéril.
Por su parte, el final de Liana de Pougy –cuyo nombre verdadero fue Anna Marie Chassaigne–, fue el más sorprendente. Se casó en 1910 con el príncipe rumano Georges Ghika, con quien se estableció en Lausana. Tras 33 años tormentosos de infidelidades, separaciones y reconciliaciones, a la muerte del Príncipe –previa estancia en el Asilo de Santa Inés, cercano a Saboya, dedicada al cuidado de niños abandonados–, ingresó en la Orden Terciaria de las Dominicas y se convirtió en Sor Ana María de la Penitencia, entregándose a la oración y el recogimiento.
Murió el 26 de Diciembre de 1950, a los 81 años –se llegó a decir que “como una Santa”– y legó a dicha orden su fortuna, aún cuantiosa. Murió sin descendencia, pues sólo tuvo un hijo nacido de un primer matrimonio desdichado, quien llegó a ser un piloto destacado que murió durante la Primera Guerra Mundial.