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Forajidos. Capitán Clinton

HISTORIAS DE TABACO EN EL VIEJO OESTE

Capítulo 3: La Guardia del Sur

Raúl Melo

Mientras Alyssa, JC, el viejo Rubens y yo prosperábamos a costillas de la Tabacalera Carrigan, en Lafayette las cosas no marchaban bien. Las historias sobre nuestra banda de engaña bobos y roba hojas habían llegado a oídos del mismísimo cacique del lugar, del autonombrado Alcalde, amo y señor de todo... y de todos.

En su despacho, aquel lujoso salón repleto de estructuras de madera tallada, alfombras y elegantes cortinas, Kalvin fumaba un cigarro, un habano para ser precisos, traído directamente de la isla junto con un par de botellas de ron que guardaba celosamente en su cava personal.

Al otro lado del salón, el sheriff Dickinson esperaba nervioso tras la puerta del despacho, como un cordero abandonado por su madre. Las citas con el señor Lafayette no suelen ser amenas, y menos estando al tanto de las últimas noticias.

Con una seña a la señorita Francine Dubois, Kalvin hizo pasar al representante de la ley.

–En seguida, señor Lafayette, –respondió ella.

Abrió la puerta y se dirigió al sujeto, sentado en el sillón de la sala de espera.

–El señor Lafayette lo recibirá ahora, –le indicó.

Dickinson se levantó, alineó su ropa, ajustó la insignia, aclaró la garganta y entró al salón para dirigirse directamente al escritorio de quien se ostentaba como patrón.

Kalvin tenía sobre la mesa un arma, un poco de munición, fulminantes, tapones de tela y un despachador de pólvora negra.

–Adelante, Sheriff, tome usted asiento, por favor, –saludó.

Así lo hizo el hombre, quien aún temblaba como perro mojado a la intemperie.

–¿Qué sabe usted de la situación de Carrigan durante las últimas semanas? Porque imagino que algo sabrá, ¿Cierto?, –preguntó.

–Sí, señor. Estamos al tanto. Sabemos que al viejo le han estado robando algunas pacas de tabaco de sus bodegas y otras más en los caminos. Se trata de un par de hombres y tal vez una mujer, quienes cometen estos actos. De hecho nos adelantamos un poco a usted y aquí le traigo preparado un informe sobre la situación y las descripciones que hemos podido recabar a través de algunos testigos, –aseguró, mientras le entregaba los documentos.

-Muy bien, me gusta que sepan lo que quiero antes de siquiera pedirlo, –dijo Lafayette mientras manipulaba el arma.

–¿Tú sabes qué es esto?, –cuestionó.

–Un revólver, señor. Me parece que un revólver de la Armada, –respondió.

–Y me sigue usted sorprendiendo, señor Dickinson. Efectivamente, es una Colt M 1851 modelo Navy,HLM

pero hay otra particularidad, pues esta arma vio acción en la batalla de Gettysburg. De hecho, ha visto más acción que usted y yo juntos, expuso antes de soltar una risa ligera.

El Sheriff no ocultó su expresión de asombro y asintió con la cabeza.

–Me la obsequió el mismísimo General Lee durante mis años en el Washington College. Él era Director del lugar y yo sólo un estudiante de negocios, pero mi familia apoyó a la Confederación durante la agresión del norte y me conocía muy bien, –explicó, mientras llenaba de pólvora cada una de las seis recámaras del arma.

–Al final, la guerra se perdió, pero los esfuerzos no faltaron. Todos los involucrados dimos lo que estuvo en nuestras manos por la causa. Pero bueno, no se logró y ahora vivimos en un “país libre”, ¿qué no..?, –continuó, al tiempo en que colocaba cada uno de los pequeños tapones de tela que separan la pólvora de la munición y los oprimía con el sistema de palanca del arma. En cada ocasión, con un poco más de rabia reflejada en los ojos.

–¿Dickinson, se da usted cuenta de todo el tiempo que me ha tomado alistar este revólver? Y debe usted considerar que únicamente estamos aquí conversando con tranquilidad. ¿Se imagina hacer esto mismo dentro del campo de batalla, con el zumbido de proyectiles pasando cerca de su cabeza, entre los gritos de sus compañeros heridos de muerte o desmembrados por metralla o balas de cañón? Imagínese detrás de una barricada, en lugar de este escritorio. ¡Vaya lío!, –dijo Kalvin, con grandilocuencia.

–Pues sí, señor Lafayette, debió ser una pesadilla vivir aquellos días en esos lugares.

–Efectivamente. Pero ¿sabes una cosa?, los hombres que pelearon esas batallas jamás se rindieron. Dejaron la vida sobre la tierra que ahora usted pisa. A pesar de todo este complicado proceso, ellos siguieron adelante, recargando sus armas una y otra vez para hacer frente al invasor. Eran hombres de valor, comprometidos con su deber; hombres que están prácticamente extintos, –continuó Kalvin. Quien progresivamente fue elevando el tono de su voz y empuñaba el arma con fuerza.

–Estoy de acuerdo, señor Lafayette. Debemos mucho a esas personas, –musitó el Sheriff, con voz entrecortada y el rostro ruborizado.

–¡Claro que les debemos mucho, Dickinson! ¡Claro que sí!, –vociferó Kalvin, azotando arma y las manos sobre el escritorio.

Dickinson dio un salto sentado sobre su silla; las palpitaciones de su corazón eran visibles en la yugular, acentuada en un costado de su cuello por la tensión de aquel momento.

–¡Debemos honrar su memoria cumpliendo con nuestras encomiendas, tal y como ellos lo hicieron! Ahora dígame, ¿es posible honrar esta memoria cuando un par de sujetos, campesinos seguramente, atracan uno de los más importantes negocios de la ciudad? ¿Es posible, cuando el supuestamente mejor y más equipado cuerpo de seguridad del estado está a cargo de la procuración e impartición de justicia?, –cuestionó el patrón a su empleado.

–No, señor, no es posible, admitió Dickinson, desviando la mirada.

–¡Obviamente no es posible, señor Sheriff! ¡Y eso me hace pensar que esta ciudad no lo necesita ni a usted ni a sus hombres, sino a oficiales confederados llenos de valor y hambrientos de servicio por su tierra! Pero… –dijo antes de hacer una pausa para cerrar los ojos, tomar un poco de aire y relajarse… –su sinceridad me agrada, y sólo por eso esta conversación no se extenderá más.

Kalvin tomó el arma de la mesa y destrozó el rostro del Sheriff con un disparo certero de la Colt, revólver cuyo proyectil era infalible y mortal, a tan corta distancia.HLM

–¡Francine!, –gritó.

–¿Sí, señor?, –respondió la mujer al otro lado del despacho, tan tranquila como en cualquier otro momento.

–¡Has que vengan a limpiar este desastre y lleva esta carta al correo, por favor!.

–Cómo usted diga, –respondió la mujer, con actitud servil.

Aquella comunicación estaba dirigida al capitán Josh Clinton, el Comandante de una célula de mercenarios conocidos como La Guardia del Sur. Eran confederados inconformes con el resultado de la guerra y prestos a servir a su comunidad, especialmente a quien pagara lo suficiente. Es claro que por temas económicos Lafayette nunca se detendría.

Antes de que el personal de la casa Lafayette retirara el cuerpo de Dickinson y limpiara el lugar, Kalvin se dirigió al cadáver:

–Mira lo que me obligaste a hacer. ¿Por qué no pudiste simplemente cumplir con tu trabajo? Una oveja, te dije, una sola es suficiente para descarriar al ganado. ¿Y qué paso? Que no tenemos una oveja, sino dos o tres o cuatro...

Después, tomó el legajo de papeles que el Sheriff había traído para él, lo limpió un poco con su pañuelo, pues ahora tenía trozos de Dickinson por toda la tapa de presentación, y lo guardó en un cajón.

Tomó un fósforo de su escritorio y reencendió el habano que fumaba antes del altercado, para relajarse y esperar pacientemente a que alguien retirara lo que quedaba del cadáver a la vista.

Los tiempos no volverían a ser los mismos en aquella ciudad cercana a los pantanos. En tan sólo cinco minutos todo había retrocedido algunas decenas de años; La Ley Marcial retornaría a las calles y el negocio del tabaco turbio se vería afectado.

En la casa de Rubens, en medio del bosque, el ambiente era otro. Reinaba la felicidad y la convivencia entre personas que por algún tiempo estuvieron solas y ahora se habían encontrado unas a otras para acompañarse, por un rato, en este recorrido.

El calor de hogar nunca se había sentido en aquella cabaña como durante los últimos días. Deliciosa comida siempre en la mesa, espacios ordenados y una producción fluida de cigarros que pronto habrían de transportar a Callahan Ridge, sin saber lo que en esos caminos les aguardaba.

CONTINUARÁ...

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