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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA AÑO V. NO 192/ 10-06-2018
Una Visita a Pío Tamayo. Parte II Carlos Zavarce 11-08-1935 Tomé la silla y me senté cerca de la cama, casi avergonzado de mi buena salud, que se me antojaba un insulto y, casi, casi, me parecía una traición. Pío me hizo algunas preguntas cariñosas, a las cuales contesté con referencias que lo dejaron satisfecho. Llegamos a hablar de mi novela: -¿Por fin vas a publicar “El Heredero”? –me preguntó. Ante mi respuesta afirmativa se alarmó un poco, y me interrogó de nuevo: -¿Pero es la misma novela que yo leí en 1922? Pues chico, te prenderán: no te quepa ninguna duda, hay demasiada realidad en ella. -Es posible, -le dije-, pero Gómez está ya viejo y enfermo, ¿no te parece? -Esa ilusión la tengo yo desde hace mucho tiempo. Pero no importa; publica tu novela: no durarás mucho en la cárcel, lo que debes procurar es que no te hagan preso aquí. -Me sonrío, sin hablar, y Pío continúa preguntándome: -¿Te acuerdas de mi marcha del país? Velasco había hecho preso al Dr. Lisandro Gil a consecuencia de haber interceptado una carta de Alberto Ravell para éste; había otra carta para mí, y yo salí precipitadamente hacia Caracas. Está de más decir que las cartas eran comprometedoras… Te encontré en Caracas, ¿no recuerdas? Animados por los recuerdos juveniles, revivimos con nuestra charla los tres días aquellos. Pío llegó al Hotel Barcelonés, ostensiblemente y luego se fue a […] pedirle que siguiera jugando en el caso de que comenzara a perder. Logramos por fin obtener el pasaporte sin que se hubiera recibido ninguna noticia de Velasco; y Pío logró embarcarse para Puerto Rico. -De San Juan te escribí varias veces, pero recuerdo que sólo recibí dos cartas tuyas –me dice. Le explico que yo tampoco había recibido más de dos de él. Las demás se quedaron, seguramente, en el departamento Nº 7, que es donde se viola la correspondencia en la Dirección General de Correos. Hablamos luego de su regreso al país; y por último de su prisión. Entonces me tocó el turno de interrogar: -¿Estabas enfermo cuando te prendieron? -Sí, el día que me encarcelaron iba, justamente, hacia la clínica en donde me iba a operar nuevamente… De aquella sinusitis, ¿te acuerdas?
Tú me examinaste… Nos enviaron para el Castillo. Al principio no estábamos del todo mal, porque el jefe, un tal Molina, era un buen hombre, y nos guardaba ciertas consideraciones. Leíamos mucho, y como el comandante Molina nos lo permitía, nos pusimos de acuerdo para que, al pedirles los libros a nuestras familias, no nos enviaran títulos repetidos. Era una hermandad perfecta la de los presos políticos; y, por eso, logramos reunir más de quinientos volúmenes. Cada quien se especializó, Herman Nass, por ejemplo, se dedicó a aprender idiomas, y salió hecho un políglota. Yo me aficioné a la sociología, y logré estudiar bastante… -¿Y no escribiste nada? -¡Ya lo creo! Un libro de versos y un estudio sociológico. Los versos no valen mayor cosa… Pero mi tratado de sociología venezolana… Este sí; esta era mi verdadera obra… -¿Por qué dices era? -Porque lo perdí. Lo tenía oculto en el doble fondo de una repisa… Un día llegaron, me lo quitaron todo, y se lo llevaron. La repisa fue echada en una hoguera que hicieron con todo lo nuestro. ¡Figúrate! Suspira dolorosamente y se queda mirando las manos. Los recuerdos le hacen fruncir el ceño con expresión