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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA AÑO 1. NO 36 / 30-11-2014
EL ACTOR Y SU RESPONSABILIDAD ARTÍSTICA Y SOCIAL César Rengifo (14/05/1915 - 02/11/1980)
Es grato para mi venir hoy a la sala de El Corral, con motivo de celebrarse el Día Internacional del Teatro, a dialogar con sus integrantes y con su gente amiga, de probada preocupación por el quehacer artístico, acerca de un tema que conlleva algo que está inquietando seriamente a quienes, en nuestro país, laboran por el desarrollo y progreso escénico. Me refiero a la acción que toca cumplir y a la responsabilidad que corresponde al actor en todo proceso de impulso y progreso del género dramático. Acción y responsabilidad que se acrecientan en pueblos y países donde, como en el nuestro, se están echando las bases de un teatro nacional, en el sentido integral de la palabra. Dentro de los ingentes esfuerzos que se vienen cumpliendo en Venezuela durante los últimos años, por retomar su fracturada tradición teatral, crear elementos nuevos y avanzar, con uno y otros, con propósitos firmes, hacia la creación de un sólido movimiento escénico de sustancia nacional, ha correspondido desempeñar a los actores — profesionales y no profesionales— una parte de considerable importancia. Sobre sus hombros ha caído el esfuerzo mayor. Han tenido ellos que adelantar su trabajo dentro de difíciles y duras situaciones, dentro de las cuales, la no remuneración por su trabajo, ha sido, si se quiere, uno de los problemas menores. La indiferencia del público por el género dramático; subestimación acerca de lo que un actor y su trabajo significan para la sociedad y un pueblo; carencia de medios e instrumentos para poder cumplir una continuada y sistemática labor teatral; falta de escuelas y academias de arte dramático donde obtener una preparación y orientación formativas fundamentales; ausencia de un ambiente artístico teatral estimulante; carencia de elementos comparativos para su trabajo; éstos y otros muchos, han sido y son los factores contra los cuales la gente de vocación teatral comprobada, en Venezuela, y entre ellos en mayor medida el actor, han tenido que luchar denodadamente. Pero la lucha se ha efectuado; y, con algunos altibajos, no pocos frutos buenos se han cosechado. Sin embargo, de un tiempo a esta parte se ha podido observar la aparición, dentro del conjunto de actividades que integran al teatro, de síntomas serios que amenazan entorpecer su avance y progreso.
En un medio donde aún dicho número no se ha constituido sólida y permanentemente, esos síntomas podían definirse como crisis, cíclicas o reflujos, naturales, si su resistencia no se hiciere tan prolongada. Dichos síntomas se expresan en actitudes que van desde la indiferencia y el descuido por el trabajo escénico, hasta el abandono de esa responsabilidad artística que tiene por fundamentos a la disciplina y a la moral. Actitudes que están incidiendo en mayor medida en lo que corresponde al trabajo del actor, a sus compromisos y responsabilidades para con el arte que profesa. Esa actitud, que tiene sus causas en un complejo de elementos presentes en la actual vida nacional, merece un análisis serio y sereno, a fin de lograr todas aquellas conclusiones y aportes que puedan servir de ayuda a los artistas y gente de teatro ganados para ella, a fin de que la superen, y puedan proseguir alcanzando logros y metas, tanto para su formación personal, como para el género teatral y su afirmación en nuestro país. Día a día se desarrollan y extienden en Venezuela elementos de enajenación individual y colectiva. que van transformando su vida y contaminando su gente, llevándola a deformaciones cada vez más acentuadas. Valores sustentados sobre una ética humana, social y nacional, van siendo invertidos de manera violenta y total, pudiendo afirmarse, sin temor a exageraciones, que entre el venezolano de 1920 y el de 1966 se ha abierto una insondable sima. Que entre uno y otro hay como una trágica sentina donde yacen costumbres, conceptos y valores éticos, que conformaban, por mucho tiempo, lo más noble y valedero del pueblo venezolano. El aluvión dorado que tras el petróleo se ha venido volcando sobre Venezuela durante los últimos ocho lustros, ha perturbado totalmente su vida y la normalidad de su desarrollo histórico. Hondos desequilibrios se han producido, afectando desde su economía y existencia, hasta sus formas de conciencia social. A la transformación de su economía agrícola y pecuaria en minera, contraída a los factores petróleo-hierro, ha sucedido la ruptura del equilibrio demográfico, y mientras sus campos se ven cada vez más abandonados por las masas