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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA AÑO II. NO 79 / 11-10-2015
APUNTES SOBRE LAS ARTES PLÁSTICAS EN VENEZUELA. Parte IV. PINTURA, ESCULTURA Y GRABADO EN VENEZUELA DURANTE EL SIGLO XIX / JUAN LOVERA Y LAS RAÍCES DE NUESTRA PLÁS¬TICA / TOVAR Y TOVAR, ROJAS Y MICHELENA / ESCULTURA: ELOY PALACIOS Y PÉREZ MUJICA
El panorama económico y político del país sigue convulsionado y grave, y orientado cada vez más hacia el terrible drama de las luchas intestinas. El periodismo de partidos y el grabado militante comienzan a desempeñar acciones de singular trascendencia. Ya vimos anteriormente cómo, para el año de 1811, El Mercurio informa sobre un grabador de apellido Franco, quien ha realizado un trabajo sobre el emblema de la naciente patria. ¿Quién fue ese Franco, grabador? ¿Dónde están sus obras? En torno a su persona y cuanto realizara, todo se ignora; sin embargo, es posible que junto con él existieran otros y que el arte del grabado, por lo menos sobre madera, fuese conocido aquí durante los últimos años de la Colonia. Sin embargo, las referencias precisas sobre el grabado en Venezuela se tienen para el año de 1830, fecha en la cual el señor Antonio Demirón, impresor y librero de esta ciudad, estableció una fábrica de barajas de naipes en colores con planchas grabadas aquí, en madera. Pero es para el año 1843 cuando se estableció en Caracas la primera litografía en el negocio de Müller Stapler. Ese mismo año aparece el primer periódico ilustrado, llamado El Promotor, las ilustraciones eran hechas a base de láminas litográficas ejecutadas por Carmelo Fernández. Luego, para el año 49, surge la caricatura en nuestro medio, en el periódico El Republicano, de Blas Bruzual. Las planchas eran hechas en madera y litografía. Todas las ilustraciones periodísticas de la época llevan una intención política partidista y militante. Contribuyen ellas a apoyar los argumentos y programas de los bandos en pugna o a
César Rengifo (14/05/1915 - 02/11/1980)
Herramientas y materiales de César Rengifo
demoler y desacreditar, por medio de la línea satírica y burlona, a las figuras representativas de las principales corrientes que, bajo la designación de oligarcas y liberales, se debatían por el poder. Pero también en muchos de esos grabados exprés ase la angustia popular y los deseos reivindicativos de las mayorías. En ellos ha quedado un testimonio fidedigno de la época, y estudiándose se llega a comprender en su justo sentido no poco de cuanto animaba y fermentaba en el espíritu venezolano de entonces. Bajo ese clima inicia sus estudios en la recién fundada clase de pintura regentada por Carranza, un joven quien ya había dado demostraciones ingenuas de poseer un gran talento y capacidad para las artes plásticas, llamado Martín Tovar y Tovar. Nace Tovar y Tovar el año de 1828 y su posición social, ya
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que está emparentado con una de las familias más ricas y poderosas del país, le permite que se le faciliten los medios para proseguir los estudios de arte con métodos y continuidad. Encuentra él condiciones más propicias que sus antecesores: hay en Caracas más preocupación por las artes. La presencia en la ciudad de algunos pintores extranjeros radicados o de visita, tales como el Dr. Labeau, Sir Robert Kerr Porter, Bellerman, el Barón Gross, etcétera, contribuye a facilitar las posibilidades de adquirir conocimientos sobre técnicas y procedimientos nuevos. Todo lo sabe aprovechar el joven Tovar con disciplina y celo. Carranza, pintor ya de obra conocida y de manifiesta capacidad, le ofrece cuanto puede, Labeau le aconseja; pero Tovar ve que el medio ya no puede ofrecer más para su aprendizaje, motivo por el cual madura la idea de ir a Europa, aspiración que realiza a mediados del año de 1850, cuando parte con destino a Madrid. Allí ingresa en la Academia de San Fernando, ilustre por miles de méritos y cargada de recuerdos de Goya. Tovar y Tovar se inscribe en las principales cátedras. Tiene por maestros a Madrazo, al Padre Patricio Rodríguez y a Antonio M. Esquivel. Allí se empapa del neoclasicismo francés, pero también recoge mucho de la herencia de la mejor y más genuina pintura española. Su base de conocimientos se abroquela mediante las duras disciplinas académicas. De Madrid pasa a Paris, donde prosigue cursos en la Academia de un pintor de gran fama para entonces, Leon Coignet. De regreso a la patria se da a trabajar con verdadero cariño; mas el artista encuentra por doquier un ambiente absorbido por la política y poco propicio para el desarrollo de una orgánica labor artística.
De esa época datan algunos de sus más hermosos retratos y diversos paisajes y dibujos. Frescas estaban para entonces las glorias de la epopeya independentista y presentes en el campo de las ideas, por la influencia de Francia y su revolución, del positivismo y el romanticismo. Todo eso lo refleja Tovar y Tovar en su labor posterior. Su pintura se aparta de la temática religiosa, también de la tendencia popular de Lovera, para buscar una realidad aureolada de romanticismo. Sin embargo, no se acerca al paisaje vernáculo con ojo escrutador para entresacar de él particularidades geográficas y sociales ni tampoco a la realidad social que entonces cruzaba la patria. De ésta toma su pasado epopéyico para verterlo a la tela con apasionada exaltación plástica. Hermanado en sentimientos e ideas con Eduardo Blanco, se expresa en sus mayores obras, con igual romanticismo histórico que aquél, y puede afirmarse que los cuadros El Acta de la Independencia y La Batalla de Carabobo, son el equivalente plástico de la Venezuela Heroica. Tovar y Tovar construye, dentro de moldes neoclásicos y románticos, mucho de lo que soñó Lovera, cimentando bases de tradición ideológica para nuestra pintura. Tras el fondo heroico de los plafones y figuras egregias de Tovar, el país sigue debatiéndose en crisis políticas interminables que impiden su progresivo desarrollo económico y cultural. El pueblo, y en particular las grandes masas campesinas, que habían esperado en vano el logro de sus más caras reivindicaciones de tierras y condiciones de vida mejoradas, se sentían frustradas y pugnaban por acciones transformadoras, sumándose a las asonadas o bien emprendiendo éxodos hacia los centros
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poblados. Ese desplazamiento forzado de Tras el fondo heroico de los plafones y figuras egregias de Tovar, el país sigue debatiéndose en crisis políticas interminables que impiden su progresivo desarrollo económico y cultural. El pueblo, y en particular las grandes masas campesinas, que habían esperado en vano el logro de sus más caras reivindicaciones de tierras y condiciones de vida mejoradas, se sentían frustradas y pugnaban por acciones transformadoras, sumándose a las asonadas o bien emprendiendo éxodos hacia los centros poblados. Ese desplazamiento forzado de grandes núcleos humanos, que liquida a veces la existencia de centros otrora importantes por su producción agrícola o pecuaria, hace que desaparezcan igualmente focos donde se iban generando cultura popular e incipientes industrias. Sobreviene como fermento desbordado la Guerra Federal y el pueblo campesino se pone de pie tras fuertes ideales. Cobran nuevo auge las canciones sencillas y el coplero popular recoge aspiraciones, sentimientos y pasiones, mientras el dibujo y el grabado proliferan, cargados de chispas y rencores. Uno y otro se hacen intensamente beligerantes. Al canto de Oligarcas temblad o La Perica se lanzan al asalto los jinetes de Zamora, mientras en pueblos y ciudades el periodismo, el lápiz y el buril expresan y activan los sentimientos partidistas. Pasada la contienda, sin que las masas campesinas vieran satisfechas sus justas aspiraciones, ya que la estructura jurídica de la tierra vuelve a quedar igual, poco es lo que se transforma en el país, el cual tiene diezmada aún más su población agraria, se encuentra cargado de deudas externas y con un grupo de hombres nuevos en el poder que sólo aspira propios y rápidos beneficios.
Tras algunas peripecias palaciegas y la eliminación de Páez de la palestra nacional, llega al poder Guzmán Blanco. Hombre liberal a su manera, quiere civilizar, transformar, educar, pero por sus compromisos, sin que ello signifique lesionar en nada a los grandes feudatarios ni tomar del pueblo fuerzas espirituales para hacerlo. Sus ojos de civilizador se vuelven a Europa. Todo comienza a trasplantarse con un exotismo enloquecedor. Hasta en los jardines, las magnolias comienzan a sustituir a las cayenas y los urapes. Hay un florecimiento cultural, es cierto, pero por arriba, pues no se afirman las bases económicas fundamentales para que enraíce en la gran masa del pueblo y dé sus propios frutos de cultura. Nuestros escritores, poetas, dramaturgos, aun los de más fuerza creadora, abrevan en las fuentes del refinado romanticismo. Ya no se le canta a la Zona Tórrida con la clara fe de Bello. Una sombra de melancolía mancha la voz de nuestros bardos. Hay un temor por parte de los intelectuales de volver la vista a la realidad de la patria dolorida, y cada quien busca refugiarse en su torre marfilina y sentimental o nutrir su obra del pasado o reducirla a lo gris y familiar. En la plástica, junto a Tovar y Tovar, surge otra figura de particular importancia: Antonio Herrera Toro, nacido en 1867 en la ciudad de Valencia. Herrera Toro, luego de recibir algunas clases en Caracas, viaja a Europa, donde en Roma y París perfecciona sus estudios. Continuando las huellas de Tovar y Tovar, sin alcanzar el acento épico o de exaltado romanticismo de éste, Herrera Toro trata temas de las glorias patrias, dentro de moldes menos neoclásicos e imprimiéndoles un sello personal y de mayor sabor vernáculo.
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Paz y discursos Néstor Rivero Si hay alguna palabra que, de gozar del derecho a existir como ser con inteligencia propia, tendría todo el derecho a reclamar el Premio Nóbel de la Paz, es precisamente el sustantivo “paz”. Y ello, en retribución a la cantidad de ocasiones en que el vocablo es pronunciado por el mayor número de personas en todos los idiomas a lo ancho del mundo. Como ningún otro término, “paz” está en boca y escritos de quienes hacen vida política, de religión o simplemente propenden a códigos civilizados para la solución de cualquier controversia de ideas o confrontación de intereses. Así se evidenció en la reciente 70o Asamblea General de la ONU, donde la paz estuvo en los labios de caso todos los principales gobernantes que disertaron desde el podio de la magna corporación. Y no todos, porque hubo un mandatario, Benjamín Netanyahu, de Israel, en cuya intervención no recordamos haberla oído. El presidente de Estados Unidos, Barach Obama, por su parte, reiteró la doctrina de dicho país en relaciones internacionales, y que bien pudiera resumirse en la siguiente expresión: “...habla siempre de paz, ero haz la guerra”. Cierto, el presidente Obama insistió en su discurso delante de los demás gobernantes acerca de la necesidad de un mundo de paz, empero enseguida se desdijo, como aquel bailarín que disfruta con su pareja de un bolero y así, sin más, pone a la dama a seguir los tonos de un rudo rock, obligándola al brusco cambio “sin aviso y sin protesto”. Tal hizo
cuando anunció que su país, EEUU, estaba en condiciones de actuar de modo unilateral contra algún enemigo cuando así lo considerase, sin cumplir requisitos a que obliga la Carta de la ONU. Tendría que haber una revolución en EEUU para que a la Casa Blanca llegase un presidente que acompañe su discurso a favor de la paz, con medidas coherentes y políticas distintas a la amenaza, desestabilización y las contiendas. Y ello le acarrearía la enemistad de las empresas del armamento, lobby y el alto generalato del Pentágono. En el mundo de hoy, si algún Gobierno acompaña su prédica por la paz con actos de gobierno, es el bolivariano del presidente Nicolás Maduro: casi que el único, que busca vías de paz para canalizar justos reclamos territoriales ante otros Estados. Y que construye una sociedad de paz con estrategias de prevención en materia social y de causas y en torno del delito. nestor5030@gmail.com Caracas
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AGRADECIMIENTO: César Rengifo Correo del Orinoco Estudio Once Jesús Mujica Rojas Néstor Rivero Rafael Febles Tano Violeta Parra
Diseño y Diagramación: Angela Manzur de Mujica
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