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3.2. La casa jaula: la intimidad de la vivienda burguesa

ANTECEDENTES 44_Belén Fernández de Alarcón Roca, "La mujer de élite del siglo XIX como transmisora de la cultura", Opción 31, n.o 6 (2015), 246. 45_Atxu Amann, El espacio doméstico: la mujer y la casa (Buenos Aires: Nobuko, 2011). 46_Ibídem, 121. 47_Ídem. 48_Ídem. 49_Begoña Torres González y Museo del Romanticismo, eds., Museo del Romanticismo: guía (Madrid: Ministerio de Cultura, Secretaría General Técnica, Subdirección General de Publicaciones, Información y Documentación, 2009), 31. «las ‘anfitrionas’ organizaban tertulias o bailes en sus palacetes o quintas con el fin de consolidar relaciones, bien para conseguir un objetivo de carácter matrimonial, o bien para intentar aumentar el prestigio social de los propios maridos44». Es, en definitiva, una educación patriarcal que construye a un sujeto femenino tutelado que acaba derivando en objeto feminizado, insertado en la red de normas morales y éticas románticas. Este sistema de relaciones se consolida gracias a los dispositivos de control de este siglo.

Los dispositivos femeninos aparecen en España alrededor del siglo XIX, como consecuencia de la importación del modelo neerlandés de familia y vivienda. Para Atxu Amann45, este nuevo sistema de relaciones afectivas y espaciales se fundamenta en el concepto de intimidad, desarrollado en la centuria anterior de forma paralela al proceso de transición entre el Antiguo y el Nuevo Régimen, entre los señores feudales y la burguesía, entre la casa pública medieval y la vivienda particular familiar46 . Mientras la residencia medieval neerlandesa consistía en dos únicas habitaciones, una delantera para las actividades comerciales, y otra trasera para la vida cotidiana, «donde la familia cocinaba, dormía y comía47», el hogar burgués se subdividió según usos diurnos y nocturnos. Los espacios se compartimentaron y las ventanas se taparon con visillos: todo ello para generar intimidad. Si unimos a estos factores los impuestos especiales al servicio doméstico, las pequeñas viviendas urbanas en propiedad y la separación del trabajo y la familia, el resultado es una sociedad con un marcado carácter individualista48 .

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El modelo neerlandés entrará en la Península a través de los ideales subjetivistas del Romanticismo. En el hogar burgués español del siglo XIX (fig. 12) «es posible separar un ámbito masculino (privado y semi-público), donde destaca el gabinete, el dormitorio, el fumoir y la sala de billar; el femenino (privado y semi-público), reflejado, entre otras habitaciones, en el dormitorio y en el coqueto boudoir; el infantil (privado), con su universo de juegos; y el de servicio, ‘los espacios escondidos’49». En los diagramas anexos se analizan los espacios

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