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La zona de reserva que sueña José Macareno

Nadie se quiere perder los partidos de fútbol en las tardes, después de un largo día de trabajo.

hacer la cancha, y en la actualidad uno de los líderes de la vereda. Cuenta que cuando la guerrilla de las FARC comenzó a transitar por allí y a imponer sus leyes en los noventa, por lo que la gente dejó de jugar. “Uno estaba pateando su balón tranquilo y, de pronto, veía esos helicópteros que pasaban bajito, y ¡Dios mío!, to’ el mundo corría a protegerse. A veces escuchaba usted las ráfagas de metralla, el peligro estaba por todos lados y se dejó de jugar. Cuando llegaron los paramilitares y la guerra se puso peor, el fútbol desapareció de esta región”, recuerda.

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Rafael Capella relata que luego de la masacre de El Salado, en febrero del 2000, las familias se desplazaron. Las tierras quedaron abandonadas. “Vea —me explica— aquí no quedó nadie, la gente se fue para donde pudo, El Carmen, Ovejas, San Jacinto, Cartagena. Esta cancha se fue llenando de escobilla babosa, hierba cocuyo, pringamoza, maleza, y todo se echó a perder”, dice negando con la cabeza y apretando sus labios con fuerza.

El retorno a El Bálsamo se dio entre 2007 y 2010. Los retornados comenzaron a levantar sus ranchos, hacer el corral para sus animales y sembrar la tierra. A comienzos del 2011 limpiaron la maleza, cortaron los árboles de aromo que habían crecido en la mitad de la cancha y vieron resurgir ese espacio de diversión que siempre les había pertenecido.

Desde ese momento, las mujeres han hecho del fútbol su afición, con compromiso y orgullo. Entre diciembre del 2015 y enero del 2016, la comunidad organizó el primer campeonato interveredal de fútbol, en el que participan los equipos femeninos de El Espiritano, Borrachera, El Respaldo, San Pedrito, Emperatriz, Berdún, El Salado y El Carmen de Bolívar, que fue el conjunto campeón. ¿Y el subcampeón?, pregunto inocente. “Eso ni se pregunta”, responde con ímpetu Yuranis de la Hoz, la mediocampista del equipo. “Quién más que nosotras, las de El Bálsamo, este es un equipo aguerrido, si no ganamos, empatamos, porque esa es siempre la meta, ser las mejores”.

Yuranis de la Hoz tiene 27 años y dos hijas pequeñas, vive con su marido. Cuando comenzó a practicar fútbol, hace cuatro años, su pareja se opuso porque le decía que se le iban a desarrollar las piernas.

“Que me iba a parecer a un hombre —recuerda— pero se ha tenido que resignar porque yo el fútbol no lo dejo por nada, así se me ponga las piernas gruesas”. Asegura que una mediocampista debe ser como la misma vida, luchadora, entregada, apoyar a las compañeras. Si una perdió el balón, salir a buscarlo. Si está en la delantera apoyar a la que está en mejor posición para meter el gol. Además debe tener carácter, sin hacer daño o cometer una falta, y tener toda entrega para aportar al equipo en la cancha.

Yuranis de la Hoz estudia técnica en producción agropecuaria en el Sena, le gustan la cría y el cuidado de los animales, y ahora esas son dos de sus dedicaciones en el campo. Todos los domingos va a una escuela de belleza en El Carmen de Bolívar, porque sueña con ser una estilista profesional, pero asegura que seguirá jugando hasta que esté mayor.

Joeis Capella es una de las delanteras del equipo. “La goleadora”, me rectifica. Posee una sonrisa rápida y un hablar espontáneo. Tiene 18 años, comenzó a jugar micro en el colegio Promoción Social en El Carmen de Bolívar, pero el fútbol-once lo aprendió en El Bálsamo, cuando se armó el equipo femenino.

“Esto ha sido algo contagioso, que ha ido creciendo, al comienzo éramos apenas cinco las que jugábamos, entonces comenzamos a invitar a las señoras que ya estaban casadas y a sus hijas mayores. Los maridos a veces no las dejaban, pero poco a poco se fueron dando cuenta de que el futbol era una forma de distraer la mente, porque es que el fútbol pone contento a cualquiera”, dice Joeis con una sonrisa pegajosa.

Nayibis es una de las defensas, tiene 37 años y comenzó a jugar hace cuatro. Para ella, su posición es la de más responsabilidad: “Porque si el balón se pasa, hay gol, por eso se debe estar concentrada y así tener a la portera tranquila”.

Olivia Quiroz es la arquera del equipo. Está en esa posición no porque le guste, sino porque mide 1.70 metros de estatura, es la más alta del grupo. Es consciente de que cuando se trabaja en equipo no se trata de lo que a ella le guste, sino de lo que pueda hacer por sus compañeras. “A mí me gusta ser defensa, pero por mi estatura me pidieron que fuera la arquera, porque no hay más, aquí la mayoría son pequeñas, entonces me toca. Lo hago por el bien del equipo, y porque uno debe apartarse de lo que uno quiere y pensar en que somos once, y que cada una deber hacer lo mejor para ganar siempre, que es lo que queremos todas”.

Ella y su marido han sembrado este año varias hectáreas de tabaco. La semana pasada cortó las primeras matas, y ha comenzado a ensartar las hojas para luego venderlas a las empresas de El Carmen de Bolívar. “Eso será una bendición, porque después de tanta escasez y sufrimiento que nos dejó la sequía, ya es hora de que vengan la alegría y haya una buena fiesta en el pueblo”. Además se declara admiradora de Sebastián Viera, portero del Junior de Barranquilla, y de David Ospina, de la selección Colombia. Son sus referentes, porque muestran seriedad en la cancha, concentración y agilidad mental. Luego, suelta una frase a modo de susurro: “Y además, están bien buenos los dos”. Esta picardía hace brotar las carcajadas del resto

de las mujeres reunidas debajo de un caney, donde la señora Marcelina Bernuil cocina yuca y prepara café negro.

Todas, allí reunidas, desconocían que en octubre pasado se hizo el lanzamiento de la Liga Profesional Femenina de Fútbol, planteada para comenzar en febrero del 2017. Joeis asegura que de El Bálsamo podrán surgir nuevos talentos, en especial las niñas que están comenzando y que hoy tienen entre doce y catorce años.

Si bien puede ser una gran esperanza para ellas, lo más importante es la tranquilidad con que hoy se vive en la zona. Tener la posibilidad de salir a jugar todas las tardes

sin estar pendiente de los actores armados o de que pase un helicóptero disparando, como sucedió antes.

El fútbol en El Bálsamo ha servido para integrar las veredas, porque con la guerra no se podía salir, caminar y conocer la región. Había mucho miedo en todas partes. Ahora las comunidades y los equipos femeninos están felices, siempre a la espera del grito de gol y del abrazo de la celebración.

AL RETORNAR LIMPIARON LA MALEZA, CORTARON LOS ÁRBOLES QUE HABÍAN CRECIDO EN LA CANCHA Y VIERON RESURGIR ESE ESPACIO QUE SIEMPRE LES HABÍA PERTENECIDO.

Al son de Al son de Lucho Lucho Bermúdez Bermúdez

Dos años después de fundada, esta escuela de música continúa transformando la vida de cientos de jóvenes de la región.

Afinales de agosto, la escuela de música Lucho Bermúdez, en El Carmen de Bolívar, convocó a expertos en cantos de vaquería. “Una vieja tradición que está a punto de desaparecer”, según advierte Raúl Numerao González, quien vino desde Villavicencio a cantar y contar las historias de los vaqueros de los Llanos Orientales. “El ganado ya no se arrea, ahora se lleva en camiones, pero estos cantos los hacían nuestros abuelos, y de ahí surgen las músicas de muchas regiones del país”.

Esta tradición la corrobora Julio Cárdenas, nativo del Carmen de Bolívar, uno de los decimeros y repentistas más originales del Caribe: “Cuando el corralero arreaba las vacas, iba cantando coplas, era la forma de comunicarse con el animal. Se improvisaban versos con el nombre de la vaca, el caballo, esos cantos se hicieron canciones, se les puso gaita, acordeón, caña e’ millo, y apareció la música”.

Esos relatos y experiencias se comparten con estudiantes de las escuelas públicas del Carmen de Bolívar, reunidos en el acogedor auditorio de la escuela, con capacidad para 200 personas, en el que también estuvieron los cantadores Francisco Macea y Juan Month.

Desde su inauguración, el 16 de julio de 2014, la escuela de música Lucho Bermúdez se trazó un objetivo: fomentar las prácticas culturales en una región de enorme vocación festiva y musical, que sufrió desde los años sesenta los estragos y horrores del conflicto armado.

El 5 de octubre de 2014 comenzaron las clases de manera formal, y gaitas, acordeones, tambores y cantos sonaron por primera vez en los salones acondicionados para impartir las clases. Ese día, rememora Alfonso, soñó con ver la región llena de melodías. Hoy, con orgullo y sin protagonismos, sabe que luego de dos años ese sueño comienza a ser una realidad.

En Montes de María ocurrieron 56 masacres y más de 1.500 familias fueron desplazadas, unas frías cifras que se quedan cortas en comparación con los relatos de violencia y barbarie que aún se escuchan en lugares como El Salado, Chalán, Guamanga, Ovejas, Macayepo, Morroa, Chengue, El Piñal, o San Jacinto. Esos mismos nombres evocan músicas de acordeón, gaitas, tamboras, clarinetes y nombres como Andrés Landero, Lucho Bermúdez, Toño Fernández, Eulalia González, Félix Contreras, Petrona Martínez o Rodrigo Rodríguez, quienes con sus cantos y composiciones siguen legando a las nuevas generaciones un patrimonio musical tan diverso como original.

Alfonso Cárdenas es el director de la escuela desde que abrió sus puertas a la comunidad. Músico y guitarrista consagrado, nacido en el Carmen de Bolívar, cuyo entusiasmo se irradia en las acciones y propósitos de la escuela. “Cuando me llamaron para comentarme la idea, estaba en Nueva York, y pensé: esta es la oportunidad de hacer algo por mi tierra, volver a mi lugar de infancia. Puse de inmediato mi experiencia y gestión para sacar el proyecto adelante. Luego de dos años, me siento feliz de trabajar por acrecentar la riqueza musical de los Montes de María y formar nuevos músicos que ya muestran su talento”, asegura Alfonso con una vitalidad contagiosa.

La Escuela de Música Lucho Bermúdez tiene el respaldo del Ministerio de Cultura. Es un modelo de formación musical en Colombia, que ha comenzado a mostrar su impacto en pueblos y veredas de Montes de María.

El maestro Alfonso reconoce que el enfoque es la música, pero de manera

martínez julio : carlos foto La banda de música nació en el 2014, y ahora lleva sus sones por todos los Montes de María.

paralela se involucran otras expresiones artísticas como el teatro, la danza, la literatura. “La escuela —agrega— es la viva representación de lo que un proceso social puede generar. Lo que está logrando es histórico. En estos dos años conformamos la banda municipal, que es la base para la orquesta sinfónica, un proyecto que estamos pensando para los próximos dos años. Tenemos grupos de gaitas magníficos que han obtenido reconocimientos en festivales de la región. Vamos hacia delante con el respaldo de amigos y padrinos, pero sobre todo de los padres de los niños, que son el apoyo definitivo en esta propuesta”.

La cobertura de la escuela de música también ha ido aumentando. Estudiantes de 10 colegios públicos del Carmen de Bolívar son beneficiarios del proyecto, y, como una forma de cubrir otras zonas del

Iván Andrés Novoa, tiene diez años. Vive con sus padres en el barrio Bureche del Carmen de Bolívar. Cursa quinto de primaria y lleva apenas una semana en clases de acordeón. Su dedicación es reconocida por su maestro, que lo ve como un ejemplo.

Iván Andrés se deslumbra por la forma en la que tocan acordeoneros como Iván Zuleta o Egidio Cuadrado. “Ese ha sido siempre mi sueño, tocar bien, ser un acordeonero importante, de los buenos, por eso estoy en la escuela. Es muy buena porque en una semana he aprendido bastante, ahora imagínese en un mes, voy a saber más”, dice Iván con madurez y serenidad. Su gran sueño es tener su acordeón para practicar y aprender los ejercicios que le dejan de tarea. Su papá vende guineo en una carretilla por las calles del Carmen y su mamá está desempleada.

Por esa razón, Iván sabe que será muy difícil tener su instrumento. “Por eso me pongo a practicar en la escuela, para aprovechar el

LA ESCUELA ES UN MODELO DE FORMACIÓN MUSICAL EN COLOMBIA, QUE HA COMENZADO A MOSTRAR SU IMPACTO EN PUEBLOS Y VEREDAS DE LOS MONTES DE MARÍA.

territorio, los instructores se trasladan a corregimientos como El Salado, El Hobo, Caracolí, y San Isidro, en donde trabajan en la formación de nuevos talentos y la conformación de grupos musicales. Para el futuro se planea la implementación de escuelas satélites con profesores permanentes en esos corregimientos.

Otros alumnos vienen de municipios como San Jacinto, San Juan y Ovejas, o veredas como Arroyo Hondo. Todos entusiasmados por el deseo de aprender a cantar o a tocar instrumentos como la gaita, el acordeón, la caja, el piano, la guitarra o la tambora.

“En corto tiempo la escuela se nos ha quedado pequeña. En estos momentos estamos atendiendo a 250 estudiantes fijos en esta sede, 200 que vienen de instituciones educativas de El Carmen, y 100 más en los corregimientos cercanos. Es un esfuerzo de un gran equipo de maestros y del personal administrativo que mostramos con orgullo, sabemos del talento y la riqueza musical de la gente Montemariana, y esa es nuestra verdadera inspiración”, destaca el maestro Cárdenas. tiempo y que el profesor me ponga otros ejercicios. Lo que más quiero es ser acordeonero”, insiste con seguridad.

La escuela es gratuita. Tiene diseñado un plan para que particulares y entidades apadrinen a niños como Iván, con lo que se subvenciona la compra de sus instrumentos y los gastos de transporte. “Hay gente que apoya a aquel que no tiene, nosotros mismos aquí tenemos ahijados, y a los muchachos que tienen talento los apoyamos, porque esa es nuestra alegría, verlos crecer musicalmente, como seres humanos formados en la tradición de nuestro folclor”, asegura Alfonso Cárdenas, con satisfacción.

La atención de la escuela no solo se concentra en lo musical. Por estar en una zona que sufrió la violencia y el desplazamiento, los estudiantes cuentan con un sicólogo que atiende a los niños y a las familias víctimas del conflicto armado.

La escuela de música Lucho Bermúdez es el mejor ejemplo de la transformación y cohesión comunitaria, en las que el talento y la creatividad y la cultura siguen transformando los territorios.

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