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Alberto Lavín
from Dando Forma nº 4
by Javier Arbea
En un viaje a Madrid asistí a la presentación del libro del escritor Alberto Lavín. Recuerdo que me acerqué a él y lo saludé. Me pareció una persona muy cercana, como un personaje sacado de sus textos. Un tipo robusto, campechano, alejado de esa pedantería tan propia algunas veces de los escritores. Yo llevaba su libro y me lo dedicó. Le dije todo lo que había disfrutado con su lectura. Para que os hagáis una idea, el autor narra un viaje por los vericuetos de Cantabria hasta que la acción se detiene en un pueblo que recuerda a la Tablanca de Peñas Arriba. Pero, a diferencia de Pereda, Lavín no idealiza la vida rural. La suya es una Cantabria en la que el sol se esconde casi siempre entre las nubes y los personajes se preguntan por el futuro de una tierra en la que solo deambulan turistas de fin de semana.
Paradójicamente, Alberto Lavín nació en Madrid en 1950. Pero, a diferencia del Marcelo de Peñas Arriba, cuando se afincó en Cantabria nunca echó de menos la vida de la capital. Como escribe en uno de sus libros, “mi Puerta del Sol ahora es un rectángulo de montañas por el que transita el aire puro”. Aunque frecuentó los círculos literarios, siempre confesó a sus íntimos que tanta palabrería le asfixiaba. En sus Memorias escribe: “éramos jóvenes, tanto que lo único que podíamos hacer era disfrazar las ansias que teníamos de vivir con palabras que no significaban nada”. Precisamente esa ha sido la labor de su vida: encontrar palabras que signifiquen, que “vuelen libres como los pájaros, como las rocas que se desploman desde lo alto del abismo”. ¿Novela costumbrista? Tal vez. Que lo decidan los críticos.
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