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La decisión
from Dando Forma nº 4
by Javier Arbea
Teodoro tenía que fallecer antes que él. Seis meses. Seis meses tenía para ver aparecer la esquela de Teodoro en el periódico. Y apareció. Casualmente y ya sin desear. Un domingo de otoño dos días antes del Pilar. Tras leerla le invadió una extraña sensación no esperada. A diferencia de lo que creía no sintió regocijo ni placer. Con razón se decía que la venganza se servía en plato frío. Teo, su amigo. ¡No! No iría tampoco a su funeral. Al fin y al cabo, tampoco Teo le había invitado a su boda, aunque eso debió ser cosa de su novia. Ese día el café se quedó a medias, el resto de las esquelas sin leer. Regresaba a casa. Por el camino volvía apesadumbrado, taciturno. Retazos de recuerdos se volcaban en su mente. Regresaban desordenados alterando le el sosiego. ¡Cuántos momentos con Teo compartidos! Su infancia, su juventud. Desde los juegos de canicas a esas largas partidas de ajedrez y qué decir de todas esas horas de estudio en la biblioteca. Se acostó al llegar a casa. No pudo dormir la siesta. Se levantó sin ganas a media tarde, fue a su despacho, ya sereno y sentado frente al escritorio, comenzó pausadamente a redactar su propia esquela.
Clara San Miguel
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Cuando oyó el timbre del teléfono, Carmen lo dejó sonar. No necesitaba descolgar para saber quién la llamaba. Era su madre. Después de la última discusión que había tenido con su hermana Lola, sabía que tarde o temprano iba a recibir esa llamada. Siempre llamaba para echarle en cara todo lo que habían hecho por ella y lo poco que se lo agradecía. Carmen esperaba esa llamada y sin embargo decidió no contestar.
Estaba harta de las dos, de su madre y de su hermana. De su hermana y su madre. En realidad, no eran ni su madre ni su hermana, pero la fuerza de la costumbre le hacía llamarlas así. Los padres de Carmen fallecieron en un accidente de tráfico cuando ella tenía 10 años. De eso hace 15. Hasta hace unos meses que se ha ido a vivir sola ha convivido con su tía y su prima. Llevaba casi 15 años aguantándolas y no soportaba más. Al principio la convivencia era buena o al menos eso cree. No lo puede afirmar con rotundidad. Estaba tan triste, tan perdida, tan sola en aquella casa sin sus padres que apenas recuerda los primeros meses de su nueva vida. Lola y ella tenían casi la misma edad e iban al mismo colegio. Su primer recuerdo es de Lola llamándole huérfana en la parada del autobús. Jamás olvidara esa imagen: su prima
con uniforme gris de cuadros, camisa blanca, chaqueta roja y sus trenzas rubias llamándole huérfana en la fila del autobús delante de sus compañeros. Lola era una mala víbora y desde aquel día lo tuvo claro. En el colegio no dejaba que jugase con ella ni sus amigos. En casa no la dejaba tocar sus juguetes ni nada suyo. Con los años la relación no mejoro y cuando Carmen se quejaba a su tía del comportamiento de su prima está siempre contestaba que no sería para tanto. Qué lo que la sucedía a Carmen es que tenía envidia de Lola. ¿Envidia? ¿Cómo iba a envidiar ella a esa bruja? ¿Envidia? ¿Por qué la iba a envidiar? ¿Porque era más rubia, más alta, más divertida que ella? ¿Porque tenía más amigos que Carmen? ¿Porque todos los chicos estaban locos por Lola? ¡¡¡Envidia!!! Su tía todo lo solucionaba con esa palabra como si con una sola palabra se pudiesen nombrar todos los males de Carmen. ¿Envidia? Su tía tenía razón. Carmen si envidiaba a Lola. La envidiaba por un solo motivo: Lola tenía padres. Por esa razón, esta mañana fría y lluviosa de noviembre, Carmen ha decidido no descolgar el teléfono. Ha decidido esperar, acurrucada en la cama, a que sus padres vengan a buscarla e irse con ellos.