19 minute read
Las agallas
sello hay que alabar la intención y censurar el icono, pues la bellota representada carece de pedúnculo, lo que identifica la figura más con Q. petraea que con la especie indicada. Si las quercus caducifolias son representación de un país eurosiberiano, en España contamos con las mismas especies más la recia encina, que es la base sobre la que se configuran los bosques mediterráneos, adaptados a superar las largas sequías coincidentes con los rigores estivales. Desde hace años, Correos y Telégrafos de España emite series postales con motivos relacionados con la naturaleza. Dentro de la serie árboles, en el año 2000 puso en circulación un valor de 150 pesetas en el que se representa una encina (Quercus ilex L.), y ya incorporado el euro como moneda común, en 2003, se incluyó el roble (Quercus robur), con un valor de 0,51. Más específica es la serie puesta en circulación para dar a conocer los árboles monumentales de mayor significación en el país; se inició el año 2000 con la emisión de valores que tenían como motivo el pino de Moguer, el ahuehuete del Retiro madrileño, el ciprés de la Anunciada, en Villafranca del Bierzo y la encina llamada Terrona, de Zarza de Montánchez (Cáceres). La estampilla con la encina fue emitida en 2004, está realizada en papel estucado, dentado 13 ¼ y posee el valor facial de 0,52 euros. Como parte de otra serie dedicada a los árboles, los correos españoles emitieron un sello en 2003 con la imagen de Quercus robur, con valor facial de 0,51 euros. Comparte condición mediterránea Portugal y en su vinculación con las quercus ha incorporado a sus emisiones filatélicas la especie perennifolia que tiene maracado arraigo en el país, el alcornoque. En 2007 puso en circulación un sello litografiado con valor de un euro, alusivo al importante sector corchero portugués, sobre una lámina de corcho. Se compone de un alcornoque aislado sobre campos de cultivo, con las líneas del arado bien visibles, en un típico paisaje del Alentejo, del que el árbol es una seña de identidad y una fuente de riqueza. Si el símbolo es europeo y su significado también, ha de serlo igualmente el uso que se hace en otros organismos postales. El roble más común en Europa, Quercus robur, está representado en estampillas postales de distintos países. Además de los
Encina La Terrona en Zarza de Montánchez (Cáceres), Correos de España. Abajo, alcornoque en la filatelia portuguesa.
Advertisement
Monedas europeas antiguas con representaciones de quercus. Arriba: dos coronas de Dinamarca de 1868 (Wikipedia).
Izquierda: un rublo de Rusia, de 1877. Derecha: mediomarco de Alemania (ambas de Wikimedia).
Seis peniques de Gran Bretaña, de 1928 (Wikipedia).
Izquierda: Cien francos oro de Francia (Wikimedia). Derecha: FALTAAAAAAAAAA De forma análoga, Dinamarca emite monedas con el mismo símbolo durante el reinado de Cristián II. En las monedas alemanas el roble está presente desde el resurgir del sentimiento nacional en el país, en época del káiser Guillermo I, que levantó una estatua de Hermann, el gran luchador contra Roma y símbolo de la germanidad. Como parte de esa misma concepción identitaria, durante la soberanía del Guillermo II se acuñaron monedas de un marco con la imagen de un roble. El icono del roble es recurrente en las monedas alemanas como parte de la tradición, aunque pase el tiempo, de manera que las ideas enraizadas en el imaginario popular permanecen. Los peniques del periodo nazi de 1937-1944 incluían en el anverso el valor de la moneda y dos ramas de quercus en la base; una vez acabada la II Guerra Mundial, Alemania emitió en 1950 una nueva moneda con el mismo valor que representaba una rama de roble erguida, que estuvo en circulación con sucesivas emisiones hasta el año 2001. Francia ha representado el roble en sus emisiones de moneda desde el siglo XIX, desde los valores más bajos a los más altos. La pieza de 20 francos emitida en 1877 portaba elementos representativos clásicos del país, la fasces en palo, símbolo de la república en recuerdo de la Roma clásica, el gallo en actitud desafiante, asociado a los franceses desde la Edad Media y exaltado en la Revolución –tal vez como símbolo masón–, el lema LIBERTÉ, EGALITÉ, FRATERNITÉ y una corona de hojas de roble; los mismos motivos se repiten en las monedas de 100 francos. Vuelven a aparecer las quercus en las monedas francesas
Del folclore al Parnaso
el cancionero popular Tradición oral gallega
La cultura popular tiene unos referentes inmediatos, se nutre de las tradiciones de los antepasados, ligados a su entorno más próximo, a una naturaleza de la que vivían y que inspiraba su mundo material y mágico. Lo que hoy consideramos una expresión cultural comenzó a ser interpretado como tal a partir de las iniciativas de Gottfried Herder en su intento de recuperar la esencia de los pueblos germánicos en su doble versión, romántica y nacionalista, si es que se pueden separar ambas caras de aquellas primeras indagaciones. Antes de la globalización cultural determinada por los medios de comunicación de alcance universal, los grupos humanos vivían en mundos poco abiertos a las influencias externas y con pobre acceso al conocimiento impreso. Con esos condicionantes su cultura se basaba en la tradición oral, no fijada por referencia a un patrón concreto, abierta por tanto a la modificación de los distintos intérpretes aunque sin perder la esencia original. Cuentos, fábulas, acertijos, repetidos alrededor del fuego o en canciones interpretadas en reuniones festivas grupales, transmitían mensajes, enseñaban mediante figuras que preparaban a los más jóvenes para enfrentarse con los problemas cotidianos, en una mezcla de lo útil y lo simbólico. No puede decirse que tal función sea el medio principal de formación de los individuos jóvenes y adultos en las sociedades europeas actuales, aunque aquellas manifestaciones guardan enseñanzas útiles para los hombres de hoy y siguen siendo además sustrato basal para la inserción en el mundo de las relaciones humanas. Olvidado poco a poco, cada vez más en textos recopilatorios que en manifestaciones vivas, el patrimonio cultural del folclore es muy rico y extenso, en muchos casos relacionado con las quercus como parte de ese mundo natural que le sirve de referencia. Entre esas manifestaciones destacan los cantos populares que reflejan una manera de ver el mundo, cuáles son las realidades que se viven y, sobre todo, cómo se ven esas realidades. Visión particularmente deformada, con figuras propias, generalmente recurrentes, sin que eso impida la existencia de sustratos universales. Tales cantos sirven, además, para reafirmar
Condena de la murmuración
La murmuración es pecado grave en la moral popular. Hay un cuento que recogen Xosé Manuel González Reboredo y Celso Loureiro en unos de los tomos de Antropología de la enciclopedia Galicia, que se cuenta en otras publicaciones con algunas variantes. En esencia cuenta la historia de una viuda que pedía a Dios la vuelta del marido, hasta que Dios le hizo caso y una noche apareció él sentado en su sitio habitual, más no hablaba ni respondía a cosa alguna. Consultó ella con el cura y este le aconsejó que volviera tarde a casa y así el marido le preguntaría de dónde venía. Hizo así la mujer y en la primera ocasión la respondió que venía de putería, la segunda que venía de robar y a ambas respondió el marido que eso eran cosas que Dios perdona. Volvió la tercera vez y respondió esta por indicación del mismo consejero que venía de murmurar, a lo que respondió él. “–A murmuración, e cousa que Dios no perdoa. E desapareceu e non volveu a presentarse nunca máis” [–La murmuración es cosa que Dios no perdona. Y desapareció y no volvió a presentarse nunca más.].
No siempre el carballo es el sujeto sobre el que se basa el sentido del cantar y su presencia es secundaria. No es necesario recurrir a un diccionario para entender el significado de los siguientes versos sobre las mozas de una u otra localidad. Por si hay alguna duda, el siguiente ejemplo, semejante al citado, asocia la planta al rabo, habitual metonimia del símbolo de la masculinidad. En otro cantar recogido por el mismo autor, el órgano masculino se adorna con una cualidad especial, como atributo que no responde al común: andan ó rabo do castizo, entendido castizo como de buena hechura o buen mozo. En gallego se usa también castizo para designar el cerdo semental, lo que clarifica mucho aquello que era oscuro en principio:
Ó carballo caille a folla [Al carballo cáele la hoja e ó castiñeiro o ourizo; y al castaño el erizo; as mozas deste pueblo las mozas de este pueblo van o rabo do carrizo. 312 van tras el rabo del carrizo].
En relación con las menciones capilares en los cantares gallegos y su sentido erótico, Antón Fraguas recoge uno en el que es muy clara la significación sexual, donde mozo se puede interpretar por sexo masculino, descrito de forma alusiva por el pelo rizado en alusión al pelo del pubis:
O carballo da a landra, [El carballo da la landra, o castiñeiro o ourizo, el castaño el erizo, non queras amores, nena, no quieras amores, nena, con mozos de pelo rizo. 135 con mozos de pelo rizo].
Todo depende de la figura de referencia a la que aluden los versos porque tomadas las palabras en su sentido habitual tampoco son de fiar los hombres que no tienen barba, de lo que resulta que los hombres no son de fiar, se rasuren o no, a no ser de nuevo que por
hombre se entiende el órgano masculino en un sentido más restringido, sólo el glande, al descrito en los versos anteriores:
Carballo, verde carballo, [Carballo, verde carballo, carballo, verde laurel, carballo, verde laurel, do home que non ten barba, del hombre que no tiene barba, moza non te fíes del. 135 moza, no te fíes de él].
Desconfía de los pelirrojos
Algo se esconde también en el rechazo expreso de los hombres de barbas rojizas, que no merecerían atención simplemente por ese hecho material. No se aprecian posibles interpretaciones relacionadas con significado erótico, en línea con otros muchos de los analizados, y es probable que el consejo de no casar con hombres pelirrojos tenga una base muy antigua y diferente, bastante extendida. Es probable que los antecedentes de esta inquina se remonten a la época romana. En Germania, obra del autor hispano-romano Cornelio Tácito, siglo I-II, describe explícitamente a los habitantes de ese territorio: “De donde procede que un número tan grande de gente tienen casi todos la misma disposición y talla, los ojos azules y fieros, los cabellos rubios…”. Por su parte, el coetáneo Marco Valero Marcial desconfía de los hombres de pelo bermejo y de ojos claros. Con estos antecedentes el resultado es más que previsible; a partir de la opinión heredada de Roma sobre los bárbaros del norte, que coinciden con esa descripción, se habría extendido el rechazo generalizado posterior de los rubios y pelirrojos. Es seguro que esta animadversión en el ámbito latino caló en el imaginario popular y se mantuvo tras la caída del Imperio. Con toda probabilidad, después, la Iglesia aprovechó la identidad clásica entre los hombres pelirrojos y la atribuida carencia de valores morales y cívicos para sus mensajes doctrinales, a una población que no sabía leer, mediante sistemas gráficos, fácilmente comprensibles. Hay ejemplos reveladores de esta pervivencia en la iconografía de tradición cristiana, en concreto en representaciones de La última cena. Se conoce con este nombre la cena pascual de Jesús con sus discípulos, poco antes de ser prendido. Esa cena, en la que el Maestro instituyó la Eucaristía ha sido repetida en la representación pictórica cristiana, desde la época de las catacumbas. Tanto más a partir de la famosa obra de Leonardo da Vinci. Medio siglo después de la obra de Leonardo, el pintor valenciano conocido como Juan de Juanes pintó un gran óleo –hoy en el museo del Prado– con el mismo tema (1562). Entre los numerosos símbolos presentes en esta obra de arte se reproducen muchos de los que son clásicos en otros cuadros con el mismo motivo. Por ejemplo, una corona circunda la cabeza de los apóstoles y falta sobre la cabeza del traidor; mientras los fieles miran al Señor y tienen las manos abiertas, Judas vuelve la mirada hacia otro lado y las tiene cerradas. La túnica amarilla que viste a este último es otra señal de su condición, pues ese color era considerado de mal agüero y lo sigue siendo hoy en muchos ámbitos.
Quercus, recurso polivalente
Las especies de Quercus componen la mayor parte de los bosques de Europa, salvo áreas septentrionales. Ellas han sido la fuente de madera más asequible y abundante para los europeos durante milenios. La madera ha sido el elemento esencial que ha permitido al hombre escapar de los rigores del medio natural y generar un nuevo hábitat. La madera ha sido el elemento esencial en la construcción de un techo y un espacio cerrado, superando el periodo de refugio en cuevas, y la madera ha sido la fuente de calor para recrear ambientes agradables y confortables; los bosques eran el banco de tierras para la expansión agrícola y ganadera; además ha sido la materia prima de los aperos de labranza, la construcción, el mobiliario, la marina de gran y de pequeño porte. Eso ha condicionado en buena parte el éxito colonizador del hombre sobre la naturaleza. Hay evidencia de todo ello cosas en cualquier parte del mundo, desde hace miles de años. El aprovechamiento de robles, encinas y alcornoques, se ha ampliado a otros productos como la corteza, las hojas, los frutos o las agallas. Nada se ha desaprovechado de estos árboles que son sustento material para la vida cotidiana. Un recurso tan polivalente y básico ha sido explotado durante milenios, con resultados desastrosos para la naturaleza. De forma simplificada Javier Loidi resume la secuencia de deforestación en el Norte de España, aunque por su aproximación general se puede extrapolar al conjunto de Europa, dividida en tres fases o periodos, que se pueden subdividir en otros más pequeños 216. El primer periodo de deforestación comienza con la Revolución Neolítica, hace 6.000 años, de forma suave al principio para la alimentación de fuegos de hogar, la construcción de casas, la obtención de carbón para las primitivas fraguas, una agricultura incipiente; se hace más intensa luego, en coincidencia con la expansión de Roma y alcanza su máximo en España a partir del siglo VIII, con motivo de la expansión de los reinos cristianos hacia el sur peninsular, lo que demanda más productos forestales y, sobre todo, más suelo cultivable, situación agravada por una saturación demográfica. El segundo periodo comienza con el siglo XVI y se vincula inicialmente con el descubrimiento de América y con la consolidación de los grandes reinos europeos, sus
Las pallozas son viviendas de tamaño reducido, de planta circular o rectangular con los ángulos matados, de una sola estancia o compartimentadas en su interior bajo distintos modelos. La construcción se reduce a un muro de mampostería, de poca altura, con una abertura que sirve de entrada, y una cubierta vegetal. El modelo constructivo básico se caracteriza por una cubierta cónica, en ocasiones sostenida por un tronco vertical central o pé dereito, de cuyo extremo superior irradian diversas vigas, de poco grosor, en otros hay dos apoyos verticales que sustentan el tejado vegetal o teito; sobre las vigas radiales descansan otras transversales que sostienen el tejado vegetal, atado a ellas. La cubierta vegetal actúa como aislante de la radiación solar durante el verano, mientras que en el invierno resulta impermeable a la lluvia y retiene el calor del fuego del lar y de los animales estabulados en el interior, si los hay. Unas veces el techo es de paja, con una vida muy corta que acaba por pudrirse, en otras ocasiones se emplean manojos de piorno, algo más duraderos, pero incluso estos hay que cambiarlos cada 15 años aproximadamente. No hace falta imaginar cómo eran aquellas casas, hasta el siglo XX eran habituales en zonas de montaña en el noroeste ibérico y en contextos análogos europeos. Algunas siguen en pié, con la misma función de las antiguas viviendas y en otros casos transformadas al servicio de las demandas de hoy. Reliquias de otros tiempos, hoy las pallozas son testigo vivo de unas formas de habitación ya superadas, mero objeto de visitas turísticas o caja de exposición museística. Entre las gallegas, las más conocidas se localizan en el Camino de Santiago francés a su paso por los montes de Cebreiro, junto a la vieja capilla prerrománica de san Giraldo de Aurillac.
Arriba, palloza de Quindous (Lugo), con techo de paja atado con ramas de piorno. Derecha, estructura interior de una palloza en Pedrafita do Cebreiro (Lugo).
Elementos de carro gallego reusados para ambientar un hospedaje rural en Rugando, Quiroga, Lugo).
Canta el carro gallego por el roce del eje sobre las leiturias, por ese canto es llamado cantarín y, de forma popular, carro chillón. El canto del carro en el campo puede resultar muy útil para unos, pero desagradable para aquellos que no tiene que vivir en el medio natural. El mismo X. Lorenzo hace una revisión de las menciones de autores extranjeros sobre el que llamamos canto de los carros en el medio rural y en el urbano, entre otros visitantes menciona a Téophile Gautier, “Yo creía por lo menos que se trataba de una princesa degollada por un nigromante enfurecido y no era sino una carreta que subía por una calle de Irún, y cuyas ruedas chirriaban de un modo horrible…”, de esa misma área recoge la opinión de Pío Baroja al respecto, “…salvaje chirriar de los invisibles carros de bueyes…”. Antes, Don Quijote lo define como espantoso ruido, “a cuyo chirrío áspero y continuado se dice que huyen los lobos y los osos, si los hay por donde pasan”. Un carro es muy complejo, con numerosas piezas que arman el cojunto, cada una de ellas de una clase de madera, según las necesidades. La madera de roble es la base principal. Es de carballo la armadura sobre la que se asienta el suelo de tablas, armadura que se compone de dos largueros laterales, que convergen en la parte delantera y se proyectan hacia delante en el varal central (cabezalla). Son del mismo material las piezas transversales que van de lado a lado, las chedas o chedellas en gallego, denominadas chabelhas en portugués. Son de carballo las ruedas igualmente, tanto las cambas o piezas que arman el círculo, como el mión, pieza que cruza la circunferencia de lado a lado y sobre el que
Arriba, estructura interna, armazón para sujetar las paredes y apoyar los paneles. Derecha, colmenas fabricadas con materiales tradicionales: corcho, madera y cubierta de pizarra en Rubiá, Cobas (Orense).
agro gallego, como se aprecia en cualquiera de los mercados rurales, donde la venta de miel es habitual. Las zonas productoras de miel en Galicia coinciden allí donde las condiciones son más favorables para las abejas, el interior de la provincia de Lugo y en Orense, donde ocupan extensas superficies especies melíferas de larga floración, como Erica australis subsp. aragonensis y la brecina (Calluna vulgaris), plantas básicas para la conocida como miel de brezo. No es raro ver en las zonas agrestes de montaña de ese territorio recios cercos de piedra, de dos a tres metros de alto, conocidos con el nombre de abellariza por ser donde se protegen las abejas –abellas, en gallego–, nombre alterado hasta llegar a albariza o albiza. En su interior se protegen las colmenas del acceso de los animales golosos, principalmente los osos, que gustan mucho de la miel y pretenden entrar para robar el rico alimento, por la misma razón la puerta de acceso está tachonada de clavos con las puntas hacia fuera, con objeto de disuadir a estos animales de abatirla con empujones, erguidos sobre sus patas traseras. Como en otros casos esas, construcciones han perdido la función original, aunque se mantienen como testigos de un mundo pasado. Desde el cultivo masivo del eucalipto, las colmenas también se han extendido por las zonas costeras, aprovechando las flores de este árbol, junto con las de zarzamora.
Abrigos humanos
Como aislante térmico, el corcho es un material excelente y muy utilizado pues protege contra la pérdida de calor e igualmente contra las altas temperaturas externas. Cualquier adelanto, cualquier lujo conocido estuvo presente en la sofisticada Roma, y en aquellos lejanos tiempos Plinio el Viejo da cuenta de uno de esos placeres cuando describe las ventajas de los techos de corcho, como protectores contra el calor, práctica que aún se conserva en algunos puntos del área mediterránea, incluido el norte de África. Un
Uso del corcho como aislante exterior en el sur de Portugal (C. Pinto Gomes).
el pan nueStro de cada día La bellota, recurso alimenticio
El ciclo vital de muchas plantas que se reproducen por semilla se basa en la existencia de sustancias nutritivas asociadas al fruto, que sirven de alimento en los primeros estadios del embrión, hasta que entra en funcionamiento el ciclo de la fotosíntesis y la conducción de savia bruta y elaborada. En una buena parte de estas plantas, las reservas de alimento en las semillas se acumulan en los cotiledones, generalmente ricos en hidratos de carbono (almidón), para superar las primeras fases de desarrollo, más la presencia minoritaria de grasas, proteínas y minerales. Los frutos de los árboles han sido una de las principales fuentes alimenticias de la humanidad, el Génesis ya recoge esa función como parte de la creación: “Dijo también Elohim, he aquí que os doy toda planta seminífera que existe sobre la faz de la tierra entera, y todo árbol que contenga en sí fruto de árbol seminífero: os servirá de alimento” (Génesis 1: 29). Las especies de Quercus pertenecen al grupo de las que el soporte energético principal del embrión son los hidratos de carbono, acumulados en dos grandes cotiledones. No tiene nada de extraño, por tanto, que las bellotas hayan atraído el interés del hombre como alimento propio o para sus animales, hasta llegar a ser una constante en todas las culturas desarrolladas en áreas donde las especies de Quercus son abundantes. Para el hombre anterior al holoceno europeo la carne era el fundamento de su dieta, mientras que los vegetales representaban una pequeña proporción. La llegada de condiciones ambientales para la expansión de los bosques al final de la última época de grandes fríos, puso más recursos vegetales a su alcance y la dieta incorporó frutos harinosos y grasos. El principio y fin de los procesos es más difuso de lo que queremos, al servicio de una precisión absoluta que facilite poner una señal en el calendario. Se ha discutido sobre el tiempo en el que el hombre comenzó a usar las bellotas como parte de su alimentación, sin que sea posible determinarlo sin precisar antes si se trata de un consumo esporádico o sistematizado, como parte de un consumo continuo, y sin indicar el espacio geográfico en el que se sitúa el hecho. En general, son más antiguas las evidencias del uso de bellotas en la alimentación en las áreas mediterráneas que en las del interior y norte de la Península Ibérica y tanto más que en países europeos septentrionales. De ello es ejemplo un estudio 276 a partir de más de