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De la romanización a la evolución industrial

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Las bellotas

Las bellotas

Medicina mágica y verde

SimboliSmo y curación Entre superstición y religión

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Desde que la medicina griega estableció la íntima relación entre enfermedad y enfermo se han logrado conquistas impensables. Las ciencias de la salud avanzan de manera imparable y con una velocidad sorprendente; procesos que ayer parecían incurables hoy tienen remedio, al menos, diagnóstico preciso y contención en su proceso hasta alcanzar el estado crónico, sin los efectos fatales de hace pocos años. Los nuevos remedios vienen de la mano del conocimiento sobre nuevos compuestos de origen vegetal, animal o de síntesis o bien de nuevas técnicas de diagnóstico o de aplicación, de nuevos tratamientos quirúrgicos o a la combinación entre ellos. Casi todos esos avances corresponden a uno solo de los componentes de la ecuación, el sanador y sus recursos materiales, por expresarlo de manera simple. Por el contrario, el otro componente, el enfermo, no ha recibido tanta atención a la hora de alcanzar el fin último, la curación. Sin embargo la curación no es una solución abstracta, como si se tratase de resolver una ecuación matemática, no se trata de resolver una patología, se trata de curar a un enfermo, a uno en particular, y para ello no se puede prescindir de su condición de sujeto implicado en el proceso. Al inicio de la medicina, el componente personal tuvo mayor importancia, tal vez por la propia concepción de enfermedad, con el añadido de la ignorancia para remediar la mayoría de las patologías. La atenuación del valor del enfermo en la historia de la sanación, más racionalista cada día, no puede suponer la extinción de una medicina que trata seres humanos, para lo que es necesario reclamar su complicidad y la de su entorno afectivo, y añadirlos a la misma práctica científica. En los tiempos precientíficos no había procesos de curación ligados al conocimiento terapéutico experimental y los que procedían del empirismo estaban densamente envueltos en la superstición y magia como base de la curación. Ha existido y existe una medicina que contempla los aspectos emocionales del enfermo y de quienes le rodean, una medicina mágica, que atiende al espíritu, cómplice de una medicina racional, que atiende

nante para él. En búsqueda de esa solución a sus males ha recurrido a figuras de carácter simbólico, relacionadas el inicio de una nueva vida bajo la simulación del pasamiento a través de una abertura natural o artificial. Así se entiende en numerosas culturas, como describe George Black en su clásica Medicina Popular, a finales del siglo XIX 45. Esas formas de curar han existido durante siglos con sentido mágico, basadas en interpretaciones figuradas con un alto componente simbólico; prácticas que tienen antecedentes miles de años atrás han sido comunes hasta hace muy poco tiempo y se mantienen todavía como rescoldo de unas formas de vida no del todo afectadas por la razón. Como en otros casos en los que se pretende la recuperación espiritual del pasado, ha comenzado tímidamente la práctica de viejas costumbres relacionadas con los ritos de pasamiento. Tales ritos evocan la nueva venida al mundo a través de una abertura que simboliza el parto; en relación con los árboles, se abre el tronco de arriba abajo y se separan ambas mitades; dado que la importancia reside en la figura simbólica de esa abertura vale también atar ramas o arbustos para confeccionar un hueco o se aprovechan perforaciones naturales en grandes piedras. Tiene el mismo significado el paso a través de puertas y ventanas o por la puerta de un horno doméstico, el arco de un puente, agujeros en las paredes que rodean una iglesia, el arco de una mesa. Hay una documentación abundante sobre la práctica del rito del pasamiento en España así como en numerosos países europeos, sobre todo los más occidentales: Portugal,

Rito de pasamiento, a través de un roble hendido, en el País Vasco (Gobierno Vasco) 25 .

al día, asociado con el abedul (Betula pubescens). Estos dos usos no figuran en ninguno de los otros tratados de fitoterapia y, en principio, no se encuentra justificación farmacológica que los sustente. En su discrepancia con otros autores recomienda el macerado de las hojas y yemas de roble en el tratamiento del estreñimiento, cuando es bien conocido el efecto astringente de sus taninos. Esa contradicción podría tener base en casos particulares, por vía indirecta, pero en este caso sería necesaria una explicación más detallada. Puede que la acción laxante tenga su origen en exudados de las hojas y no en ellas mismas. A este respecto Casimiro Gómez de Ortega dice: “El humor suave y meloso que algunas veces cubre las hojas [de los robles], y que las abejas recogen con ansia, no cae del cielo, como se lo imaginan algunos, sino que es zumo extravasado, que se derrama sobre estas partes;… este humor es dulce, y laxâ el vientre”. Hoy es bien conocido que tales sustancias de consistencia melosa son producidas por pulgones que habitan sobre las hojas y perforan su superficie para nutrirse de savia; de sabor dulce y naturaleza azucarada la melosa tiene acción laxante, lo que justifica el texto de Casimiro Gómez Ortega y el uso indicado por Bruno Brigo, aunque las hojas de roble no sean las causantes directas.

Polvo de agallas y bellotas tostadas

El uso de las agallas en medicina popular es menos frecuente, al contrario de lo que ocurre en el uso reglado de las plantas en las farmacopeas, donde aparecen con frecuencia en numerosas fórmulas medicinales. De las agallas se aprovecha la presencia de sustancias tánicas, en proporciones que alcanzan un 60-70 % de peso seco en las agallas verdes o negras, aquellas que mantienen la larva en el interior, mientras que la proporción baja considerablemente en las agallas blancas, marcadas por la perforación característica de la salida del insecto 284. Entre esas sustancias tánicas se encuentra el ácido tánico o tanino, compuesto de glucosa y ácido gálico, que recibe también el nombre de ácido galotánico, para distinguirlo de otros compuestos de naturaleza análoga, más ácido gálico libre, en pequeñas proporciones (2-4 %). Las agallas tienen múltiples propiedades: astringente, tónica, constringente muscular, inhibidora de las secreciones, hemostática, antiinflamatoria tópica. Por todo ello se han utilizado las agallas, por vía interna, como vasoconstrictoras, coagulantes de secreciones, antiperistálticas o inhibidoras de la producción de jugos gástricos. Los usos externos más comunes son astringente, coagulante sanguíneo (hemostático), y antiséptico. En medicina popular y en la terapéutica natural, los polvos de agalla se han utilizado contra la diarrea crónica, disentería, gota, leucorrea, contraveneno en intoxicaciones por alcaloides (emetina, morfina, colchicina, estricnina), como astringente estomacal, en hemorragias internas (nasal, uterina), dispepsia, cólera, coriza, inflamaciones bucales, difteria, dolores de cabeza, afta, salivación excesiva, leucorrea, gonorrea, úlceras, sabañones, bronquitis crónica, tosferina, tisis, grietas en la piel, hemorroides, caída (prolapso) del útero y del ano, catarros de vejiga, hipersensibilidad dental, y tantas otras afecciones que necesiten sus propiedades generales. En la antigüedad clásica se utilizaron también para la fabricación de lociones capilares, fun-

ción que se separa de los usos tradicionales aunque la aplicación sea lógica, pues la acción astringente reduce la secreción de grasa y actúa contra la seborrea y la caspa. A principios del siglo XVIII, en 1711, el médico francés Reneaume promovió el uso de las agallas como febrífugas “…y se administran desde media hasta una dracma al principio del acceso en las calenturas intermitentes…” 151. Algo más tarde se inicia el uso de la corteza con las mismas propiedades; ello dio lugar a que la corteza de roble acabase siendo conocida con el nombre de china francese, quina francesa, por asimilación terapéutica con la corteza del famoso árbol andino, tan útil en el tratamiento de las fiebres tercianas y cuartanas, cuyo uso no ha finalizado. Martín Sarmiento 345, el erudito gallego del siglo XVIII, menciona una agallita llamada coca elefantina que viene de Oriente, cuyos polvos echados en un estanque o en una corriente de agua “… mata toda la pesca…” y cita a un autor anterior que supone proceden de una especie de Quercus. Según el benedictino, las “ubas do cuco o del carballo” nombre popular de las agallas particulares son mencionadas Agalla de Alepo. Colección de Materia Farmacéutica Vegetal (Dpto. de Farmacognosia, Univ. Santiago de por Ovidio Montalban, quien “…pone por Compostela). cosa rarísima esas uvas, y dice son antipodágricas…”, antigotosas por decirlo con término equivalente. En la medicina popular portuguesa se ha utilizado el polvo de agallas –de agallas de Quercus pyrenaica a juzgar por la localidad– con fines astringentes, como es habitual, pero con finalidades poco frecuentes. El polvo de agallas canica se aplicaba en las nalgas de los niños pequeños para combatir la irritación debida a la orina o al sudor, igualmente se usaban estos polvos en los sobacos para evitar la transpiración 69 . Apenas se han sido utilizadas las bellotas con fines terapéuticos, algo explicable si se tiene en cuenta su pobreza en principios activos. Aparte el almidón de sus grandes cotiledones –hasta la mitad de su peso seco– se ha identificado en las bellotas la presencia de quercetina, el principio amargo presente también en la corteza y cantidades inapreciables

Explotación masiva de los recursos

la madera, recurSo multiuSoS

El bosque, como fuente de madera y de otros recursos, ha sido explotado de manera constante desde que el hombre empezó a dominar la naturaleza. A partir del momento en que se asentaron las poblaciones nómadas el desarrollo de la agricultura ha sido incesante y, en consecuencia, ha crecido la demanda de nuevas tierras para el cultivo en un proceso que, lejos de amainar, se incrementa. El desarrollo agrícola ha sido posible en todos los tiempos gracias al cambio de uso de los bosques a favor de tierras para el cultivo. Los suelos forestales ricos en materia orgánica y en nutrientes minerales han sostenido la riqueza agrícola europea durante milenios, al igual que en otros continentes, con excepciones como los bosques tropicales de Sudamérica o de África, estériles a los pocos años de la deforestación. Sin esa capacidad, habría sido imposible una producción sostenida durante tanto tiempo. Las tierras fértiles forestales permitieron una agricultura productiva que sirvió para dar de comer a las poblaciones europeas durante tres mil o cuatro mil años y nos da de comer ahora, de la misma manera que los restos fósiles de hace millones de años han servido de alimento a los motores tras la revolución industrial. Las consecuencias de la deforestación por una u otra causa, uso de la madera, construcción naval, alimentación de hornos, construcción civil, combustión doméstica, agricultura y pastoreo se hicieron notar ya en tiempos de la más lejana historia, que dieron lugar a crisis económicas y sociales. En la Ilíada, escrita entre el siglo IX y el VIII a.C. relata Homero cómo los leñadores talaban “altos y frondosos robles que se venían abajo con enorme estrépito”. Durante milenios ese proceso ha permitido el aumento de la población que, a su vez, ha reclamado más espacio para producir otros bienes o más combustible para cubrir sus necesidades. En paralelo con ese aumento poblacional, el aumento del nivel de vida exigía cada vez más y más recursos, De ello es apenas un ejemplo la sofisticada vida de los romanos, con sus termas y con sus casas acondicionadas mediante un sistema de aire caliente circulando por debajo del piso, modelo que ha perdurado en Castilla desde las antiguas mansiones romanas hasta nuestros días, con el nombre de gloria.

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