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Estética del miedo y crítica literaria. Un panorama
signada por la generalización de la violencia, el cambio axiológico, la redefinición del ciudadano como sujeto cultural, la transformación de las prácticas culturales, la corrupción del tejido social e institucional, entre otros. Estos factores justifican “la estética de la decapitación” como línea novedosa de estudio en novelas que abordan la violencia del narcotráfico.
ESTÉTICA DEL MIEDO Y CRÍTICA LITERARIA. UN PANORAMA
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El tema del miedo como emoción política ha permanecido casi ausente de la crítica literaria en torno a la narrativa colombiana de la violencia. La indagación de la violencia a partir de lo emocional no ha sido un tema de análisis importante por parte de los investigadores de lo literario en el país; son mínimas las pesquisas que correlacionan violencia-afectividad. Paradójicamente, pocas veces la alusión al miedo aparece en los estudios, y cuando se le nombra surge a la sombra de otras variantes de lo violento: el exilio, la opresión de la urbe sobre el sujeto, el desplazamiento, el narcoterrorismo, entre otros. Los estudios literarios en el país exploran la producción escrita sobre todo bajo el ángulo de las causas palpables o consecuencias sociales concretas de la violencia, la realidad intangible como lo psíquico-afectivo o lo emocional traumático ha ganado muy poco terreno. La indagación de la estética de la violencia en relación con fundamentos conceptuales del campo fenoménico, del psicoanálisis o de las diversas líneas de indagación sobre los afectos y las emociones –que proponen por ejemplo, los estudios culturales, la filosofía o la psicología– son casi inexistentes en el campo de los estudios literarios en Colombia. Las pesquisas literarias que han ganado mayor espacio y reconocimiento son aquellas que entran en diálogo con discursos de carácter sociológico, histórico o político. Es evidente que el enfoque socio-histórico de investigación de lo literario en Colombia ha dado forma a un entramado crítico importante, que propone diversas lecturas de la tensión entre los procesos literarios en Colombia y las dinámicas caóticas de la historia social y política. Sin embargo, consideramos que ese valioso transcurso analítico así como ha propuesto una serie de caminos significativos para ahondar en los diversos sentidos que propone lo literario, ha nublado también la posibilidad de líneas de indagación desde ópticas diferentes. Pareciera ser que las investigaciones que no se alinean a la tradición crítica de trazo socio-histórico se van quedando al margen o pasan inadvertidas (Suárez, 2010; Rueda, 2011). Otro factor sobre el reducido número de estudios en torno a la relación violencia-emoción, podría explicarse
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en que son relativamente recientes las narrativas que centran la trama de manera explícita en la faceta emocional de los personajes. Aunque ya se había dado una recreación de lo psico-afectivo en la novela de la violencia, tal elemento toma mayor visibilidad en las publicaciones de las últimas décadas. Narrativas por el estilo de Delirio (2004), Los ejércitos (2006) o El ruido de las cosas al caer (2011), Plegarias Nocturnas (2012), en las que lo emocional y lo psíquico es el aspecto determinante de la diégesis, empiezan a publicarse paulatinamente en las dos últimas décadas. La focalización íntima e impresionista de los textos que estudiamos, significan tanto el estado individual del personaje, como las circunstancias sociales que condicionan el narrador, al narrado y lo narrado. La alusión a las circunstancias políticas o sociales exteriores al sujeto que cuenta, es uno de los aspectos que diferencia nuestras novelas con la literatura construida a partir del flujo de conciencia. Recordemos que el flujo de conciencia si bien figura el estado emocional de un sujeto, no necesariamente se corresponde con los afectos públicos, prima, especialmente, el mundo psicológico de quien narra y su percepción individualista –yoica o egocéntrica– del mundo. Es decir, que la realidad ficcional se circunscribe a la impresión netamente personal de un yo narrador, no a la mirada de un personaje simbólico de la vida emocional de un colectivo. Por el contrario, los héroes nuestros son alegoría de un estado afectivo social, de una sensibilidad de época focalizada en un “yo plural” que se explica en función del referente contextual. Contar el impacto de la violencia del narcoterrorismo desde quien lo sufre expresa un clima emocional de época. En efecto, la narrativa más reciente que se interesa por el flagelo del narcotráfico, paulatinamente, ha ido dando un giro hacia los afectos con el propósito de simbolizar no tanto las consecuencias explícitas materiales: cadáveres eviscerados, masacres, sicariato, terrorismo, etcétera, sino los modos como estas –que pueden aparecer en las tramas– han impactado la vida íntima y generado cambios de subjetividad tanto a nivel personal como social. La valorización que en los últimos años se ha dado a la palabra de los desplazados, hijos huérfanos, viudas, ex-secuestrados, mujeres víctimas de violación, entre otros, influye en las formas de percibir y narrar la violencia en el espacio ficcional. La focalización del conflicto en quien lo padece directamente ha ido construyendo nuevos lenguajes y originando otras miradas frente a quien sufre. La atención puesta en los dolores más profundos, lo emocional traumático, la pérdida y el duelo, viene abriendo otras rutas de exploración de la violencia y sus desastrosos efectos. Por ejemplo, los diversos proyectos liderados por el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) han motivado a la sociedad colombiana a construir la memoria de la confrontación armada, a partir del testimonio de
las víctimas. En la última década, la recuperación de las secuelas personales y emocionales de la guerra da prioridad al relato de quienes la han sufrido en la propia piel. La voz emocional del conflicto va tomando mayor importancia y visibilidad, la sociedad colombiana comienza a escucharla. Los integrantes del CNMH47 centran sus esfuerzos en atender a las personas afectadas directamente por el conflicto; un proceso que va consolidándose en una serie de informes que narran las vicisitudes, las impresiones y reflexiones de cada entrevistado. Así mismo, se registra la voluntad de muchos para superar el trauma. Los informes –publicados anualmente desde 2008– registran la memoria histórica de la guerra a partir de verdades netamente subjetivas, aunque con su sustento histórico. La rememoración emocional, en ese sentido, recompone el universo intangible de la violencia: el dolor, el miedo y la pérdida48. La palabra del desposeído da forma a lo “fantasmagórico” del conflicto; sus palabras y, de hecho, sus silencios, recuperan la faceta emocional traumática de la cultura colombiana. Este desafío, ciertamente, cuestiona los modos como la Historia institucional de la violencia se ha reconocido. La literatura, por su parte, no es ajena a estas nuevas dinámicas de la recordación. El curso de lo social, lo político, lo cultural, sabemos, va en relativa sintonía con las manifestaciones estéticas de todo orden. El género testimonial, por ejemplo, ha crecido en ediciones en los últimos años, sobre todo con relatos de personas que estuvieron secuestradas49 . La cada vez mayor vinculación del Estado en prácticas clandestinas e ilícitas, los cambios ideológicos y de los modos de lucha de los cuadros guerrilleros, el crecimiento del paramilitarismo, la asociación de la fuerza pública con grupos
47 Lamentablemente, un año después de haber terminado esta investigación, el Centro Nacional de Memoria Histórica ha dado un giro de 360º frente a sus objetivos de reconocimiento y valoración de la memoria de las víctimas de la guerra colombiana. A manos de su nuevo director: Rubén Darío Acevedo (feb. 2020), puesto allí por el gobierno de Iván Duque, el CNMH niega y pone a la sombra el trabajo realizado por más de una década al dar voz a las Fuerzas militares: parte de los actores armados y directos responsables del conflicto, que si bien salen heridos o muertos de la guerra, son ellos directos responsables de las atrocidades bélicas (esta comunidad no puede tener el mismo estatus de la víctima inerme cuando han sido, sobre todo, victimarios armados y autores de crímenes de lesa humanidad), y a instituciones oficiales como Fedegan, compuestas por los ganaderos y terratenientes, muchos de ellos patrocinadores del Paramilitarismo y las Convivir durante el gobierno de Uribe Vélez. En febrero de 2020, el CNHM fue expulsado de la Red Internacional de Memorias a razón de su no reconocimiento de la situación de guerra del país, entre otros motivos: https://pares.com.co/2020/02/03/ expulsado-el-cnmh-de-red-internacional-de-memorias/. También, varios grupos nacionales de reconocimiento de la memoria empiezan a retirar sus archivos porque consideran que el CNMH empieza ahora a trabajar con los victimarios, tal es el caso de la Asociación MINGA: https://www.elespectador.com/colombia2020/pais/ retiramos-los-archivos-porque-el-cnmh-esta-trabajando-con-victimarios-asociacion-minga-articulo-907534. 48 Anualmente, desde el año 2008, el Centro Nacional de Memoria Histórica ha publicado sus informes. Todos contienen los relatos precisos de muchos ciudadanos colombianos que han sufrido los vejámenes más horrorosos a manos de los combatientes –Estado, guerrilla, narcos, paramilitares–. Estos informes se publican en impreso y digital, muchos de ellos aparecen también en formato audiovisual. Se pueden consultar en el sitio web del CNMH. 49 Algunos de esos testimonios son Cautiva (2009) de Clara Rojas, Años de silencio (2009) de Oscar Tulio Lizcano y No hay silencio que no termine (2010) de Ingrid Betancourt.
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ilegales armados, entre otros, desestabilizan las fronteras que antes parecían demarcar el ejercicio legítimo o ilegítimo de la violencia. Por esta razón, como analizábamos en un apartado anterior, las lógicas habituales que hasta hace pocas décadas se utilizaban para explicar el conflicto colombiano se han relativizado. La praxis de la violencia de los últimos años viene reclamando nuevos vocabularios que la indaguen con mayor propiedad y proporcionen nuevos ángulos de comprensión. De esta manera, el campo literario –tanto en su propuesta ficcional como en los estudios críticos–, paulatinamente, se propone como espacio significativo que reconoce, problematiza y nombra con nuevos códigos las realidades recientes, que surgen de las violencias contemporáneas. Los modos como parte de la narrativa colombiana viene configurando las violencias más contemporáneas determina nuevas líneas de investigación. Los enfoques tradicionales –centrados en lo socio-histórico– no necesariamente se retoman en los estudios que empiezan a publicarse en la última década. Por ejemplo, Jaramillo Morales (2006) presenta una exégesis de diversas producciones culturales, escriturales y fílmicas, apoyada en conceptos del psicoanálisis. Se propone la estética de la violencia como elemento que traduce la sensibilidad melancólica de la sociedad colombiana de finales del siglo XX. Surgen, asimismo, trabajos que plantean una nueva mirada a la idea de ética, específicamente a la ética del lector, para revisitar corpus narrativos de inicios de siglo XX y de textos testimoniales (Rueda, 2011). También, se publican investigaciones que asocian la literatura con otras expresiones estéticas: pintura y cine, para indagar el tipo de subjetividades –cuerpos residuales– que se desprenden de sucesos precisos de violencia atroz (Fanta Castro, 2015). Estos estudios son, sin duda, referentes valiosos para los propósitos de nuestra investigación porque –cada uno con sus necesarias particularidades temáticas y metodológicas– tienen en cuenta la representación de lo íntimo, lo personal, lo psíquico o lo emocional que las narrativas proponen. En cuanto al tema de la representación literaria de las emociones traumáticas, el texto “‘El ruido de las cosas al caer’: radiografía del miedo colombiano en la generación del setenta” (2012), de Jorge Ladino Gaitán Bayona, hace referencia explícita al miedo como elemento central de la novela de Vásquez50. El ensayista aborda esta propuesta de escritura desde la idea de miedo como emoción que moldea la psiquis de la generación nacida en la década de los setenta. Intenta argumentar la propuesta de Vásquez como ficción que escenifica,
50 Albornoz (2017) también propone las categorías de miedo y memoria para indagar la novela de Vásquez, y si bien define el fenómeno del miedo, lo explica en la novela como algo intrínseco a un estado individual psíquico perturbado, no lo reflexiona en su elemento político ni como fenómeno social.
de manera novedosa, las causas y consecuencias de la violencia del narcotráfico a partir de la intimidad del narrador. No obstante, aunque los propósitos del estudio son sugestivos y giran en torno al miedo, poco se indaga este fenómeno en sí mismo y en los modos como toma forma en los juegos del lenguaje o en la densidad de los sucesos y los personajes. El miedo, tal como se expone en el texto, pareciera que se bastara a sí mismo para darse a entender, no se define ni se dialoga con exactitud ¿qué es el miedo?; se le coliga exclusivamente al referente histórico de la novela más que a los modos poéticos del lenguaje que lo densifican como elemento estético. En este orden, el miedo como fenómeno emocional político queda circunscripto al referente externo: a la violencia del narcotráfico en Colombia. Las preguntas explícitas ¿qué es el miedo? y ¿cómo toma forma estéticamente? quedan subsumidas a la explicación de los hechos atroces de los jeques de la droga, poco se profundiza en el efecto como tal y en su representación literaria. Igualmente, aunque el miedo en el texto de Gaitán Bayona se coliga con los sucesos de la violencia política, el matiz político no se analiza. El texto cita a Benjamin Barber y Noam Chomsky, quienes identifican el miedo como elemento del poder despótico, pero estas referencias carecen de diálogo al interior del texto con los modos como Vásquez escenifica lo emocional. Aún así, debemos reconocer que las reflexiones propuestas son significativas porque proponen una mirada diferente de la violencia, a partir de una de las líneas menos exploradas de la crítica literaria colombiana como es la de las emociones51 . Por su lado, el ensayo “‘Los ejércitos’: novela del miedo, la incertidumbre y la desesperanza” (2012), de Iván Vicente Padilla Chasing, profundiza con agudeza la representación del miedo en la novela de Rosero. El investigador realiza un acercamiento al texto tomando como base conceptos de la fenomenología –Husserl, Ingarden– para exponer cómo la experiencia del miedo da consistencia a la trama: en su forma y contenido, y, sobre todo, profundidad dramática al personaje narrador. El miedo es razonado como respuesta existencial consciente de los personajes, al contexto violento que siempre los ha estrechado y no como una impresión subjetiva repentina ante los sucesos macabros que arrasan el pueblo del protagonista. Por esta caracterización, la propuesta de Padilla Chasing podría relacionarse con el enfoque del miedo como emoción política. Si el narrador de Los ejércitos responde fenoménicamente a los estragos de la guerra –aspecto
51 En la etapa final de este libro se publicó en el repositorio de tesis de la Universidad de Laval la investigación de maestría titulada “La poética del miedo en El ruido de las cosas al caer de Juan Gabriel Vásquez” (Ramírez, 2019). Esta pesquisa, si bien parece sugerir el miedo como tema eje de estudio, y se le aborda y define, es la violencia del narcotráfico –la causa del miedo, no el miedo como fenómeno político emocional– la que sigue predominando en el análisis.
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que también trabaja Caña Jiménez (2014)52– a razón de su larga convivencia con el conflicto, el miedo como emoción política, igualmente, no puede entenderse sin hacer alusión directa a la experiencia vital, social, cultural del personaje. La respuesta psíquica del narrador responde a la experiencia de la guerra como fenómeno que lo ha acompañado a lo largo de su vida, esto es, que el miedo del héroe no es reflejo repentino ante una amenaza inesperada, sino producto de la asociación de diversos momentos violentos que se han vivido. Otro aspecto valioso, sobre el que remarca Padilla Chasing, es que la experiencia del miedo en Los ejércitos remite a la intención del novelista de dar cuenta de la guerra del país desde el plano vivencial del inerme. El miedo narrado directamente por quien padece las atrocidades de la violencia simboliza el absurdo, la crisis de la razón y la incapacidad del ciudadano común de captar toda la lógica del conflicto. En esta línea de razonamiento, Héctor Hoyos (2012) agrega que en la narración de Evelio Rosero “los bandoleros son todos [los actores armados del conflicto: Estado constitucional y Estado de facto] pues afectan del mismo modo al ciudadano, que no reconoce el conflicto como suyo sino en tanto lo padece” (285). Para un sociólogo o especialista quizás sea evidente la confrontación por el poder, pero para un sujeto, desamparado en medio del cruce armado entre bandos, resulta imposible e incluso intrascendente entender cómo funciona esa dinámica militar que lo arrasa (Hoyos, 2012). En Los ejércitos, en efecto, la realidad colombiana toma sentido desde las reacciones afectivas de los personajes; el elemento ético, religioso y político pasa por el filtro emocional del narrador y el narrado. La escenificación de la respuesta afectiva a los sucesos violentos que arrasan al pueblo resulta más contundente en significar las diversas facetas del conflicto, que si la trama estuviese atravesada por una conciencia política o discurso de país. La enunciación del personaje narrador de Los ejércitos como tentativa de dar voz al dolor y de articular el miedo con palabras, explora “las conexiones entre sentimiento y conocimiento, subjetividad, empiria y discurso, realidades materiales y simbólicas, historia y ética” (Moraña, 2010: 193). Lo emocional, en todo caso, es entendido en la escritura como efecto donde confluye la psique del sujeto, lo afectivo, la experiencia y su razonamiento, aspectos que además generan en el lector una identificación empática. Delirio (2004), de Laura Restrepo, es una novela que, quizás por su expresión palmaria de la enfermedad psíquica: el delirio, ha sido objeto de estudio
52 María del Carmen Caña Jiménez, propone el término “violencia fenomenológica” como categoría estética para indagar la producción novelística de Evelio Rosero, en tanto esta permite articular taxonómicamente un discurso de la violencia que aparentemente ha perdido su conexión con el mundo real externo y emana de y/o penetra en los rincones más íntimos del ser.
no solo desde el marco de lo histórico y sociológico, sino también en relación con el psicoanálisis, lo fenoménico y lo axiológico (Blanco Puentes 2007, Jaramillo Morales 2006, Navia 2007, Serna 2007, Sánchez Lopera 2013). A partir de las diversas inferencias simbólicas del delirio, los análisis proponen la novela como espacio que reordena la red emocional de la sociedad colombiana de los años ochenta del siglo pasado. Se interpreta la afección mental de uno de los personajes centrales, Agustina, como metáfora de las condiciones íntimas, familiares y sociales que ha provocado el impacto del narcotráfico en la sociedad colombiana. “El delirio se convierte en el síntoma sensitivo que explica el desorden sensorial de la realidad” (Blanco, 2007: 305). Desde la perspectiva de Jaramillo Morales (2006), la novela es un recorrido de la elaboración del dolor que busca remediar el estado melancólico de la sociedad. La interacción entre los personajes conduce al recobro de las “memorias sepultadas”, a sacar del silencio las voces que pueden dar forma al pasado nefasto y conducir con ello a cierta redención (130). Esta circunstancia que remarca la ensayista, está en sintonía con la intención reparadora de los relatos de memoria que el Centro Nacional de Memoria Histórica recoge en sus informes. Otros estudios exploran la faceta psicológica de los héroes de la novela de Restrepo a partir de la ironía y el humor. La locura, el delirio y la enfermedad moral se representan bajo el ángulo de lo carnavalesco como artilugio estético que da forma a un correlato, que pone en evidencia las mentiras sobre las que la clase social privilegiada ha sostenido su honra y su moral (Serna, 2007). Desde esta óptica, la ficción desenmascara la verdad vergonzosa que pretende ocultarse tras discursos moralistas; devela, entre otros sucesos, que el narcotráfico tomó fuerza a razón del apoyo institucional del país, y que la riqueza material de las “grandes familias” de Bogotá y Medellín viene del lavado de dinero (Suárez, 2010). En esta medida, se deduce que “la droga que aparece en la novela no es psiquiátrica, sino social: tenemos la coca como sustancia rondando la novela, pero sobre todo la intoxicación proveniente de la droga más cruel: la falsa moral familiar, y su veneno” (Sánchez Lopera, 2013: 66). En definitiva, la crítica literaria ausculta el universo psíquico de los personajes de Restrepo como alegoría de los síntomas de una sociedad sujeta a los efectos de la violencia del narcotráfico. La mentira y la doble moral son puntos críticos que se analizan en la novela como producto de una sociedad que valora lo humano en función de su adquisición económica y abolengo familiar. Ahora bien, aunque ninguno de los estudios hace referencia al miedo como respuesta emocional a la realidad del país, la discusión sobre la psiquis enferma de los personajes y de la
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sociedad misma, la postura emocional frente a un contexto agresivo y la referencia a la violencia generada por el negocio de las drogas, son aspectos cardinales que servirán para ampliar el sentido de la escritura de Restrepo al ponerlos en diálogo y tensión con nuestros propósitos de estudio. Como veremos, el delirio de Agustina y el resentimiento de Midas McAlister, personajes centrales de Delirio, son, sin duda, manifestaciones poéticas que giran en torno al miedo como emoción que caracteriza los escenarios de violencia y su consecuente terror. En escenarios diferentes al estudio de la narrativa colombiana, son varios los especialistas que están discutiendo sobre la vindicación de lo emocional como elemento para comprender no solo lo inefable53, sino también las estructuras sociales básicas que conforman la vida cotidiana del sujeto contemporáneo. Uno de los modos de encarar la descomposición de los valores sociales es el recobro de lo subjetivo. Al momento de indagar lo real: sus vocabularios y simbolismo, el “estudio de las emociones se impone sobre el análisis de las razones. Las texturas sentimentales parecen más interesantes que los textos, los discursos y los archivos” (Bartra, 2012: 19-20). La visibilidad que viene tomando lo emocional se correlaciona con circunstancias socioculturales, procesos trasnacionales y locales enlazados a las dinámicas de la globalización. Al respecto, Moraña (2012) considera que las relaciones de fuerza, que dan orden al ámbito internacional contemporáneo, delimitan nuevos procesos de construcción de subjetividades e imaginarios colectivos. Fenómenos como
el nomadismo producido por exilios y migraciones que obligan al sujeto a elaborar estrategias de reinserción y pertenencia dentro del vasto espacio multicultural, el incremento exponencial de la violencia en todos los niveles (desde el terrorismo internacional al autoritarismo estatal, pasando por las variantes del narcotráfico, el aumento del delito común, etc.) […] ponen sobre el tapete el factor del afecto como un nivel ineludible para el estudio de las formas con frecuencia inorgánicas y discontinuas a partir de las cuales se manifiesta y expresa lo social (314).
Esta circunstancia es justamente la que se presencia en el paisaje literario de las últimas décadas. La lectura que escritores y críticos vienen haciendo de los modos como la persona y la comunidad se relaciona con su presente, responde al pasado o proyecta un devenir, da origen a propuestas de escritura y de análisis donde lo emocional, lo afectivo, la impresión sentimental se constituyen en
53 Para Lara (2009), lo inefable se desprende de la experiencia traumática, es aquello que habita en lo más íntimo y que difícilmente logra comprenderse a través de conceptos o razonamientos precisos. La forma expresiva de un registro estético estaría entonces en capacidad de simbolizar, de atrapar lo indecible de la experiencia de horror (37).
elementos fundamentales. La escenificación literaria del miedo y su consecuente exégesis es una alternativa en la interpretación y análisis de lo social, también un desafío a las indagaciones literarias, vocabularios estéticos y límites de la ficción. La tesis doctoral El horror como forma. Juan José Saer – Roberto Bolaño, (2013), de Carlos Walker, indaga cómo lo emocional traumático se hace tangible en la escritura literaria. El estudio reflexiona en torno a la configuración del horror en las obras de Juan José Saer y Roberto Bolaño. Para el investigador, “el movimiento de presentación de la escritura” (10) es el que necesariamente hay que revisar si se plantea el horror como juego estético y particularidad de la propuesta narrativa. La tesis cuestiona la idea de que lo horroroso en la literatura haya sido estudiado casi exclusivamente en función del referente contextual. Se critica la tendencia a citar el horror como categoría de análisis de lo literario sin indagar siquiera el concepto mismo de horror. Para el autor,
en las literaturas de Saer y de Bolaño efectivamente las dictaduras de sus respectivos países de origen tienen un lugar visible en el entramado de las historias y vicisitudes que enfrentan sus personajes. Sin embargo, ello no ha de precipitar la etiqueta que las conciba como narraciones del horror […] Si narrar el horror es incluir referencias a ciertos acontecimientos históricos traumáticos, entonces aquello que se designa como lo horroroso quedará circunscripto al referente externo […] la pregunta ¿cómo narrar el horror? impide el paso a la formulación de otro interrogante que parece sobreentendido en dicha formulación, a saber, ¿qué es el horror? En otras palabras, poner el acento en el cómo de la narración orienta la pesquisa en el sentido de una preocupación por la particularidad de la forma narrativa, pero a su vez relega la pregunta por la concepción del horror que se deduzca de ese cómo (Walker, 2013: 9, 21).
El cuestionamiento de Walker es importante para nuestro estudio porque lleva a pensar, necesariamente, en los modos como la idea de miedo político ha sido abordada por la crítica académica. Coincidimos con el investigador en que el campo de los estudios literarios utiliza muchos conceptos sin reflexionar sobre lo que estos mismos significan, incluso algunos giran desprevenidamente en categorías de estudio. Hay términos que parecen pasar inadvertidos en su propia cristalización semántica. Esta circunstancia recuerda la problemática en torno al concepto de violencia, una categoría que se convirtió en ruta de análisis y que, muchas veces, tiende a usarse de manera preconcebida. Tal como se explicó en un
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apartado anterior, múltiples estudios adhieren a la idea de violencia sin detenerse a considerar qué define exactamente: ¿por qué política? ¿por qué social? ¿por qué generalizada? Lo mismo ocurre con el concepto “miedo”, las aproximaciones que lo abordan lo hacen como algo dado, “natural”, como término innecesario de pensar, definir o criticar. Al fin y al cabo, en un territorio de guerra como el colombiano ¿quién no ha sentido miedo?, pareciera ser la inferencia que da por hecho el significado del vocablo. Lionel Ruffel (2010) sugiere la idea del elemento impensado para definir la desprevención académica ante categorías semánticas que a primera vista parecen claramente definidas. Lo impensado sería entonces ese tipo de conceptos confiables y de un recorrido intenso, que se mantienen al margen de las discusiones y finalizan por imponerse acríticamente a la sombra de los grandes debates. Walker (2013), al respecto indica que tal situación puede tornarse problemática porque elude la investigación y la construcción crítica. La categoría impensada desvía la posibilidad de cuestionar o puntualizar sentidos de lo que ella misma designa. Por esta razón, explicita Walker (2013), la pregunta ¿qué es el horror? en diversos estudios literarios queda trunca o se subsume a la violencia sistemática y planificada llevada adelante por las dictaduras y demás figuras criminales del poder (22). Numerosas pesquisas de investigadores latinoamericanos abordan narrativas con temáticas referentes al trauma íntimo y social a causa del terrorismo. Se discute, entre varios aspectos, el tratamiento literario de acontecimientos históricos, su estatus en la realidad ficcional. Por ejemplo, en el contexto de la crítica argentina en torno a ficciones que trabajan las secuelas afectivas del terrorismo de Estado, hay trabajos que proponen el retorno a una especie de estética realista. Algo así como el regreso a un “nuevo realismo” que se expresa con renovado lenguaje. Hay ensayistas que no están de acuerdo con este enfoque y se encaminan más bien a desmontar tal idea alegando que, justamente, la narración contemporánea, que escenifica los efectos de la realidad política, busca alejarse de los modos como el realismo histórico figuraba lo sucedido54. Estas discusiones, es claro, reflejan que la representación literaria de lo real, y sobre todo de los acontecimientos históricos hirientes, es siempre objeto problemático de estudio. Florencia Garramuño (2009) considera que hay escrituras que aunque referencian sucesos reales se distancian concienzudamente del propósito de
54 Florencia Garramuño (2009) hace alusión a este panorama crítico y propone algunas fuentes para indagarlo, entre ellas: “Magias parciales del realismo” (2001), de Graciela Speranza; “Significación actual del realismo críptico” (2005), de Martín Kohan; “Discusiones sobre el realismo en la narrativa argentina contemporánea” (2006), de Sandra Contreras.
escenificar una “realidad” particular. Son “textos anfibios que se sostienen en el límite entre realidad y ficción” (18). Las narraciones que incorporan la historia traumática de las naciones, según la autora, da forma a una especie de “estética anfibia” (18) que escenifica lo ocurrido haciendo referencia precisa a lugares y acontecimientos reales, mas sin dejar de ser ficción. Registros híbridos que desafían, una vez más, la idea de literatura como constructo autónomo y distanciado de lo real. Si miramos desde esta perspectiva la novela colombiana que nos interesa, podemos afirmar que los efectos emocionales de la violencia entran en la narrativa y se mezclan con la realidad ficcional, para avivar el valor de realidad histórica de lo narrado. La representación literaria de asesinatos de personas reconocidas, de la barbarie contra pueblos de la geografía colombiana, de escándalos políticos y atentados terroristas específicos, entre otros, dice de una narrativa nacional particularmente interesada en incorporar fielmente lo real histórico y su posible impacto en lo emocional colectivo. Las novelas seleccionadas para esta investigación se ligan a sucesos relevantes de la historia del país. El mundo de referencia se recontextualiza en las tramas, pasa a ser un hecho de ficción sin deshacerse de su rastro original de no-ficción. Por otra parte, en relación con la representación de lo inmaterial de la violencia, una de las preocupaciones de la escritura es: cómo hacer tangible lo inenarrable y, de qué modo dar existencia estética a lo emocional traumático. La narrativa, en ese orden, parece abstenerse de explicar las causas de la violencia, para ingeniar más bien un lenguaje capaz de articular la realidad impalpable del sujeto sufriente. Agrega Lara (2009), que afortunadamente la palabra literaria “reside en el territorio de la experiencia humana que consideramos difícil de describir solo a través de conceptos” (Lara, 2009: 37). Las imágenes, metáforas y tropos logran llenar el vacío generado por el desconcierto ante sucesos traumáticos; así entonces, lo inefable llega a tener carácter y visibilidad. En La experiencia opaca (2009), Garramuño indaga en un conjunto de obras las particularidades formales y temáticas del trauma social generado de las dictaduras de Brasil y Argentina55. La autora se interesa en escudriñar los modos estéticos que dan representación al dolor, la vergüenza y la desolación. En palabras más precisas, el estudio examina cómo se narra el daño íntimo, cuáles son los giros
55 Entre los relatos que Garramuño (2009) indaga en su lúcido estudio, está el cuento “Alguma coisa urgentemente” (1980) de João Gilberto Noll, que narra la soledad incomunicable de un hijo adolescente que asiste a la lenta agonía de un padre mutilado y silencioso, que no permite que el hijo busque ayuda médica. El cuento hace referencia a las dramáticas experiencias de la tortura y la persecución política. La perspectiva narrativa ubicada en la voz del hijo y la organización de la trama en torno a situaciones que no terminan de describirse o conocerse por completo, tiñen la narración de una opresiva atmósfera de fragmentariedad, desconocimiento y extrañamiento. Un estilo literario que se distancia del deseo de explicar o aclarar la intriga (19-21).
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escriturales para dar sentido al impacto emocional surgido del abuso de la fuerza pública en la sociedad argentina y brasileña. También el desencanto y la desilusión de las generaciones comprometidas con la revolución social latinoamericana de las décadas de los sesenta y setenta, son trabajados por Garramuño. Su estudio problematiza igualmente la correlación entre literatura y política, discute en torno a los modos éticos y estéticos que los escritores adoptan para dilucidar de manera renovada la confrontación o maridaje entre esos dos elementos. La experiencia opaca es un referente valioso en el campo de la indagación de la representación estética de lo emocional, por la manera como articula lo literario con lo afectivo. El estudio revisa con cuidado la conceptualización de las categorías claves –posibles conceptos impensados– que orientan la pesquisa, además de develar los juegos del lenguaje que los novelistas proponen para significar lo traumático. Con Garramuño se está frente a una investigación donde se redefinen y discuten las categorías de análisis y se propone la significación de lo emocional, a partir no solo del contexto de referencia de las obras, sino también de sus particularidades escriturales. Estos elementos son los que precisamente reclama Walker (2013) para lograr un estudio coherente en torno a la escenificación literaria de lo afectivo traumático. A propósito del desencanto, la academia latinoamericana ha mostrado marcado interés por significarlo como fenómeno emocional que define el estar anímico de una época. Con la caída del comunismo, la imposibilidad de realización de los proyectos socialistas, la compleja realidad del periodo de posguerra de los países centroamericanos, la degeneración de la lucha armada revolucionaria en proyectos capitalistas del terror, entre otras circunstancias, los imaginarios colectivos, sujetos antes a la esperanza, se hunden ahora en el vacío del desencanto y el fracaso. Un estado de desarraigo y desilusión parece definir el estar del sujeto en la realidad contemporánea, circunstancia que degenera en descrédito total de lo democrático, y que rechaza a su vez toda utopía de redención civil y social. El final y el principio del milenio, como afirma Claudio Magris ([1999] 2004), coinciden con el fin del mito de la Revolución y de los Grandes Proyectos. Por esta razón, no prima ya en el imaginario colectivo contemporáneo la creencia en la llegada de una realidad más justa y amable. Como se viene defendiendo, en el campo literario el clima afectivo de las sociedades contemporáneas toma forma en la naturaleza íntima de los personajes ficcionales. El desencanto como estado psicosocial resulta así uno de los elementos más decisivos de los protagonistas de gran parte de la narrativa latinoamericana de los últimos treinta años. El héroe desencantado es alegoría indiscutible de las grandes derrotas latinoamericanas de finales del siglo XX, en lo personal, social, político, económico y existencial. El libro Instrucciones para la
derrota. Narrativas éticas y políticas de perdedores (2010)resulta notablemente iluminador del fenómeno del desencanto como dolencia generacional. En un conjunto de narraciones que dejan ver la tensión entre literatura y política, Ana María Amar Sánchez examina el desencanto como constante estética literaria. Los textos explorados construyen personajes, discursos y situaciones explícitas del descalabro de los grandes proyectos revolucionarios. La autora estudia el héroe derrotado como producto preciso del trauma de la historia de las naciones, no solo las latinoamericanas. Con el análisis de los modos como la realidad política se aborda en la narrativa, Amar Sánchez llama la atención sobre el amplio panorama de personajes que los escritores han inventado, para simbolizar la respuesta ética y emocional del sujeto contemporáneo ante los fantasmas del fracaso y la destrucción del sueño revolucionario. La derrota y sus consecuencias es analizada en la actitud política de los héroes –la resistencia al olvido, por ejemplo– pero, sobre todo, en la secuela emocional colectiva: la melancolía, la desilusión y el desencanto. Por su parte, Beatriz Cortez (2010), en relación con la tensión entre el clima emocional de una sociedad y las posibilidades estéticas literarias, afirma que “en la ficción contemporánea, es la pasión la que mueve al individuo, más allá de la razón o del respeto a valores morales de cualquier tipo” (31). A partir de la exploración de varias novelas centroamericanas de reciente publicación, esta investigadora propone una Estética del cinismo para definir la sensibilidad de posguerra de los países centroamericanos. Un cinismo que se coliga con el desencanto. La estética del cinismo, en palabras de Cortez (2010), encarna “un proyecto fallido […] una trampa que constituye la subjetividad por medio de la destrucción del ser a quien constituye como sujeto” (26). Es decir, que lo cínico en la ficción funciona como imagen que ilustra la red emocional de una sociedad enredada en la mentira política, que desenmascara la realidad de unos acuerdos de paz que, por falta de voluntad política, no han sido la alternativa prometida para la solución final del conflicto armado y sus múltiples consecuencias. El estudio de Cortez también se ubica en las coordenadas anímicas de una sociedad y los modos como la literatura las significa, para proyectar otra mirada sobre la realidad traumática de El Salvador y Guatemala. En resumen, a nivel latinoamericano son numerosas las pesquisas en torno a la escenificación literaria de lo emocional doloroso56. Las investigaciones hacen
56 Otros trabajos importantes son: Alegorías de la derrota: La ficción postdictatorial y el trabajo de duelo, de Idelber Avelar (2000); El silencio y sus bordes. Modos de lo extremo en la literatura y el cine, de David Oubiña (2011); Iconografías, distopías y farsas. Ficción y política en América Latina, de Daniel Nemrava y Enrique Rodríguez-Moura (2015).
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énfasis en el reto que la significación de lo inefable presenta para la imaginación estética. Asimismo, destacan el interés de la narrativa por proponer otros ángulos de interpretación de la historia política de las naciones. Las obras, en este sentido, son revisitadas como dispositivos que conservan la memoria y dan voz a los silenciados, un aspecto que, según Emilia Deffis (2010), abre caminos para la reparación y la redención. Las pesquisas, de una u otra manera, coinciden en explorar los efectos psíquico-afectivos de sucesos históricos violentos, para construir verdades más cercanas a la subjetividad de las sociedades latinoamericanas contemporáneas. Cada investigación aporta elementos esclarecedores de los modos como lo ficcional renueva el lenguaje y propone diferentes giros estéticos y epistémicos, para significar la experiencia personal de la violencia política. En fin, todo este recorrido intelectual ha ido dando forma al escenario académico en el que pretende ubicarse este estudio. Las consideraciones propuestas por los diferentes especialistas iluminan la ruta de exploración de las novelas colombianas que abordamos en los capítulos siguientes. La indagación del miedo, como emoción política, se relaciona estrechamente con las diversas líneas de razonamiento de los textos mencionados en párrafos anteriores. No obstante, pese a la afinidad con novelas que han representado los efectos psicosociales de la violencia de diferentes sociedades, las propuestas de escritura de los autores colombianos, en torno a lo emocional traumático, presentan notables diferencias en su nivel ético, estético y postura política. Un ejemplo que comentamos rápidamente sobre esta distinción, es el tipo de héroe que la narrativa nacional configura: víctimas anónimas de las dinámicas de la guerra; personajes poco comprometidos políticamente pero que, paradójicamente, se erigen en el relato como figuras de fuerte sustrato político. Sus actos desprovistos de toda intención política son los que vienen a desafiar el abuso de poder y a impugnar la realidad del país. En definitiva, la estética de las emociones, enlazada a las dinámicas contemporáneas de lo social o a nuevas formas de subjetivación, traza otras rutas de acceso a lo real, lo imaginario y lo simbólico. Se reavivan, de este modo, procesos de interpretación, espacios para la teorización y la propuesta de nuevas categorías de análisis en torno a las violencias y su nefasto impacto en la sociedad.