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La flor de la palabra/ Irma Pineda Santiago Las Velas: sincretismo y movilidad económica
from Semanal 14/05/2023
by La Jornada
DURANTE EL MES de mayo se celebran en Juchitán –una población zapoteca de Oaxaca–, las Velas, fiestas nocturnas que mezclan elementos cristianos con la religión de los antiguos zapotecos, ya que se realizan tanto en honor de santos católicos como en honor de animales, flores o frutos. Así encontramos nombres como la vela Biadxi (ciruelo), Guzebenda (la pesca) o la Santa Cruz Guelabe’ñe (paraje de los lagartos). La introducción de la cruz en el imaginario binnizá no fue complicada para los frailes dominicos –responsables de la evangelización en Oaxaca–, puesto que en esta cultura ya existía un concepto de cruz: estaba erguida, en dos extremos señalaba el norte y el sur, y con los otros dos permitía unir cielo, tierra e inframundo.
Lo anterior desarrolló una especie de negociación entre los binnizá y la religión católica, que integró al corpus de las Velas los oficios: pescadores, ladrilleros, herreros, coheteros y más recientemente el de las taberneras –vendedoras de bebidas embriagantes–; flores, frutos y finalmente a los santos: san Vicente Ferrer –santo patrono de Juchitán–, san Isidro Labrador, ente otros, además de elementos fundamentales en la cosmogonía zapoteca, como el lagarto, considerado raíz de la madre ceiba que sostiene al mundo.
Organizar las Velas requiere de una estructura llamada “sociedad”, compuesta por Mayordomos (generalmente un matrimonio), que encabezan al grupo; a éstos les siguen las Guzanas, que son las socias mujeres y los Diputados, los socios varones. Estos grupos se encargan de la logística, como “la hechura de la cera”, para hacer las velas que habrán de utilizarse en las ceremonias, así como el acondicionamiento del espacio físico. Durante el baile, cada socio atiende a sus invitados, obsequiándoles comida, como tamales, guetabingui (bolas de maíz y camarón) además de refrescos y cervezas. Cuando las personas llegan al baile, las mujeres deben dirigirse a la anfitriona para entregarle de manera discreta una cooperación económica; el hombre, por su parte, debe entregar a su anfitrión una caja de cervezas. Ambos elementos simbolizan el mutualismo y la solidaridad con quienes realizan la fiesta. La vela es engalanada por los vistosos trajes de las mujeres, con flores bordadas de diversos estilos y colores. Cerca de la media noche, la música y el baile se interrumpen para dar paso a la ceremonia de cambio de mayordomía, donde los mayordomos en compañía de los “socios” entregan a una nueva pareja –mayordomos entrantes– las velas, que simbolizan el compromiso que se adquiere para encabezar estas actividades para el siguiente año. El día posterior a la fiesta, la “sociedad” organiza la “regada de frutas”, un recorrido por las principales calles de la ciudad donde jóvenes e infantes, nombrados “capitana y capitán” encabezan el desfile, acompañados por amigos y vecinos, montados a caballos, en carretas jaladas por bueyes y, más recientemente, en carros alegóricos, desde donde reparten regalos como frutas, juguetes o los productos que deseen. Al tercer día se concluyen las actividades por ese año con la llamada “lavada de olla”, una fiesta vespertina, un poco menos ceremoniosa que la vela nocturna, pero igualmente elegante, alegre y abundante en bebidas, comida, huipiles bordados y joyas.
Hago referencia al vestuario, joyería, alimentos y bebidas, porque si bien estos detalles han llevado a que las Velas sean consideradas como festividades “pagano-religiosas”, también es justo devolverles su lugar como motor de la economía, pues cada detalle logístico, ritual y ornamental de estas celebraciones implica la compra de materiales, la confección de productos, la generación de empleos para artesanos, orfebres, tejedoras, costureras, peinadoras, floristas, hacedoras de velas, campesinos, leñadores, pescadores, cocineras, taberneras y un largo etcétera que posibilita el movimiento económico entre los zapotecas ●
La otra escena/ Miguel Ángel Quemain
La ausencia fecunda de Lucio Espíndola
LA AUSENCIA DE Lucio Espíndola se ha convertido en una presencia que ilumina territorios del teatro infantil y de la escena del arte de títeres, que se extiende al ámbito de los adultos por la amplitud de sus temas y registros estéticos construidos bajo la exigencia de belleza y profundidad.
Formados en la disciplina de obtener lo mejor de lo que se tiene, aun de los tiempos adversos y de luto, Lourdes Pérez Gay a la cabeza, y Amaranta Leyva, arrancaron la semana pasada el Festival de Títeres Lucio Espíndola. Se hicieron oír por las autoridades del INBAL y Lucina Jimenez, titular del Instituto, movilizó lo necesario para que a lo largo de un mes tengamos la oportunidad de ver en la escena nacional a los grupos más significativos del teatro mexicano que comparten exploraciones sobre los títeres y el teatro para infancias.
La Titería, Casa de las Marionetas, se ha aliado con varias instituciones que es importante enumerar porque se trata de un gesto histórico, sobre todo en estos tiempos en que el gobierno federal no sabe muy bien qué hacer con una comunidad cultural a la que todavía parecen no distinguir con claridad, confundidos entre el resentimiento contra quienes no levantaron sus voces hace casi veinte años en favor de la “transformación de México”, los que reman a favor del neoliberalismo, los que han parasitado el sistema cultural y viven del tráfico de influencias, y los que merecen el respeto y el reconocimiento por la independencia y calidad de su trabajo.
A pesar de la confusión que prevalece, es importante señalar que también hay una escucha atenta y respetuosa. Este es un caso significativo, porque la abanderada de esta iniciativa forma parte de uno de los movimientos más interesantes y de mayor nobleza: la Asociación Nacional de Teatros Independientes, que se ha asociado como gestor de esta aventura además del INBAL, la Secretaría de Cultura federal y de la Ciudad de México, la Compañía Nacional de Teatro y la Fundación La Titería, A.C.
Portador de una gran tradición teatral, que durante muchos años sostuvo el interés nacional en el teatro de títeres, y a pesar del desinterés institucional y académico, Espíndola consolidó un grupo de gran solvencia artística en el que su compañera de arte y de vida, Lourdes Pérez Gay, valora la generosidad del artista para reconocer ese trabajo mancomunado que al mismo tiempo le permitió tomar la estafeta y dirigir esta compañía que, con el tiempo, también encontró en la dramaturgia de Amaranta Leyva la oportunidad de reinventar la compañía y afianzar con nuevos públicos los logros añejos.
Un poco de cercanía a este conjunto de artistas es suficiente para darse cuenta de que el trabajo en equipo, el reconocimiento colectivo, es lo que anima esta labor tan empeñada en desarrollar nuevos proyectos y sumar, algo en apariencia muy difícil para algunos tan empeñados en vivir de la tacañería y la rivalidad.
Este Festival de Títeres concluirá el 4 de junio y permitirá ver nuevamente puestas emblemáticas del trabajo de Lucio Espíndola: La visita inesperada (una extraordinaria propuesta sobre el valor de lo colectivo y lo intergeneracional) y El circo, una exposición fascinante de fiesta titiritera, plástica, de color y forma que coloca el oficio poético del titiritero en el más alto lirismo. Y, desde luego, Aprender y olvidar Hay que consultar la cartelera para tener precisiones, no hay algo que sobre. Son los grandes maestros convocados a esta antología festivalera. No hay que perderse el trabajo de uno de los más grandes latinoamericanos, Carlos Converso, quien desde hace más de cuatro décadas es una de las figuras fundacionales y de la más alta imaginación escénica.
La Trouppe, con la excelencia de Cuando canta un alebrije, Mulato teatro, son cada vez más dueños de su independencia y de esa profundidad que les da la visión de la historia y del trabajo comunitario. Badulake, Tlakuache, Artimañas, Teatro al hombro, Tinglado, el gran Leonardo Kosta. Se queda uno muy corto (www.latitería.mx) pero con la oportunidad de disfrutarlo ●