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Un Geo “H
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e dejado de beber, pero solo cuando duermo”. Lo podría haber dicho una estrella de rock de vida licenciosa, algún astro al que no le asusta el qué dirán, algún ser nocturno que antes y después de sus presentaciones se divierte a sus anchas bebiendo, disfrutando de los efectos de la droga y pasándola bien con sus fans. Pero lo dijo un futbolista. Su nombre: George Best. Los medios portugueses, por su melena y patillas de estilo rocanrolero, además de por ser amigo de John Lennon, lo apodaron “el quinto beatle”. Aunque,
por sus excesos, más parecía un Rolling Stone. Nacido en Belfast, Irlanda del Norte, en 1946, fue, por sorpresivo que parezca, un niño aplicado, inteligente. Antes de ser hechizado por el fútbol, jugó al rugby. Y no lo hacía mal. Lo practicó con destreza en un equipo local, el Cregagh. Su apellido era un presagio. Sería el mejor. En todas las canchas. Un día Matt Busby —histórico entrenador del Manchester United y sobreviviente de la tragedia aérea ocurrida en 1958 que había acabado
con la vida de ocho de sus dirigidos, promesas del balompié que estaban clasificados a las semifinales de la Copa de Europa— recibió la llamada de uno de sus chacales, un ojeador que había visto a aquel chiquillo irlandés lucirse con el balón. Le dijo: —Acabo de encontrar a un genio. Ni bien frotada la lámpara, así fue. Su habilidad, sumada a la velocidad y sangre fría que demostraba al definir, hicieron que, a su corta edad —17 años—, el cachorro de Belfast se estrenara con el Manchester. No tardó en convertirse en ídolo, en