La Testa Borracha

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La Testadura, una literatura de paso

LA BORRACHERÍA NUNCA CIERRA Por Doroteo Chango

Las mejores borracheras ocurren los días menos pensados. ¿O habría que llamarles las peores? Es sólo un segundo, una pequeña decisión que llega habitualmente cuando el sol va cayendo, después de un día multiforme, poliédrico, fulminante; una predisposición paradójicamente, tan similar a la ebriedad- que inunda al ingenuo sobrio exultante quien, por fin, vive un día a plenitud y no puede asimilarlo sin derrumbarse trágicamente. Buenas noticias, secretos imposibles que son revelados, último día, lluvia torrencial, pierdes todo, vanitas, honestidad brutal, traición, deseo, aventuras. Por fin sales de la puta monotonía y del grisáceo balbuceo vicioso, y no se te ocurre mejor idea que tomar algo, que brindar, que hacerte pequeño para entrar en esas puertecillas, encogerte en una especie de preludio del big bang, de falsa implosión que va buscando apagar la llama viva con alcohol. Y ya sabemos lo que sigue: es lo que buscamos, es lo que se anhela, lo que no se nombra y se dice así, bestialmente. Me fui a Bolivia solo, sin vacunas, hastiado de la ciudad, dando trompicones en cada parada que iba haciendo: por la llanura, subiendo hacia las montañas, y también trepado en ellas. Llegar al Salar era una meta, un cielo, el limbo, mi limbo donde olvidar todos los días que había vivido, ignorar a los demás turistas, escribir en mi libreta, limpiarme en las alturas de la pasta base de Salta, de la mala merca de Córdoba y del olor im-

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