JOSELO MERCADO (2020)
SABIDURÍA Y PODER UNA EXPOSICIÓN BÍBLICA DE LOS DONES ESPIRITUALES
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Índice Introducción..................................................................................... 7 Continuista sin hogar....................................................................... 11 El Espíritu Santo.............................................................................. 17 Mostrar a Cristo............................................................................... 23 Argumentos sobre por qué soy continuista..................................... 33 Todos somos continuistas y todos somos cesacionistas................. 45 Unidad dentro de la diferencia........................................................ 59 Estableciendo las bases del continuismo........................................ 75 Aclarar las definiciones................................................................... 87 El amplio trabajo del Espíritu......................................................... 103 Para el beneficio del cuerpo de Cristo............................................ 119 No apagues el Espíritu: La columna de fuego................................ 133 Parámetros bíblicos para la práctica de los dones.......................... 147 Consejos y recordatorios esenciales para los continuistas.............. 165 El uso de los dones y la preeminencia de la predicación sujeta al Espíritu Santo.......................................................................... 181 Conclusión........................................................................................ 189
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Introducción
Aquellos que me conocen saben que mi pasión es poder gozar de la gloria de Dios y contemplarla por medio de Cristo. Como señaló el apóstol Pablo: «Pues Dios, que dijo que de las tinieblas resplandecerá la luz, es el que ha resplandecido en nuestros corazones, para ilu‑ minación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Cristo» (2 Cor. 4:6). Estoy convencido de que nada debe de ser más primor‑ dial en la vida del creyente que ver la gloria de Jesús en Su obra redentora. Tengo la certeza de que seremos transformados de gloria en gloria mientras nuestros afectos son cautivados por nuestro Sal‑ vador (2 Cor. 3:18). Por esta razón, estoy apasionado con los dones espirituales. La Palabra de Dios me enseña que son regalos de Dios para la Iglesia, para que por medio de ellos podamos ver con más claridad la obra redentora de Cristo. Mi deseo en este libro no es añadir desorden o mayor confusión, sino apuntar a la profunda bendi‑ ción inmerecida que los dones llegan a ser cuando son practicados de una forma bíblica y para la gloria de Dios y bendición de Su pueblo. Cuando son usados dentro de los parámetros que la Palabra de Dios establece conducen a contemplar a Cristo y Su gloria. Por esto estoy convencido que los dones son un carisma de parte de Dios llenos de profunda gracia para la Iglesia. Sé que escribir un libro sobre los dones espirituales podría ser muy controversial. Es un tema que muchos prefieren mantener al margen debido a los aparentes problemas que han suscitado dentro 7
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del pueblo cristiano. Sin embargo, Pablo le exhorta a la iglesia de Corinto y, por ende, a todos nosotros, a que no seamos «ignorantes» con respecto al tema de los dones espirituales (1 Cor. 12:1). Esa es la razón por la que he pasado estudiando el tema por años y ese es el motivo por el que pienso que es importante que la Iglesia lo considere con sinceridad y profundidad. Sé que algunos llegarán a sentirse identificados con mi posición, pero también estoy consciente de que otros me podrían llegar a llamar hereje. La verdad es que no es mi deseo polemizar y menos sembrar dudas doctrinales. Lo que realmente deseo es compartir, con buena conciencia, lo que considero que la Biblia habla sobre el tema. Es mi oración que este libro ayude a fomentar un diálogo que glorifique a Dios y que no aumente el sectarismo que el manejo del tema ha traído en el tiempo. Quisiera dedicar unas pocas palabras para mis amigos continuistas y también para mis amigos cesacionistas. Para los que no estén fami‑ liarizados con estos títulos, los continuistas son aquellos que creen que todos los dones espirituales mencionados en la Biblia todavía continúan en operación para el beneficio del cuerpo de Cristo. Mien‑ tras que los cesacionistas son aquellos que creen que ciertos dones sobrenaturales (profecía, lengua, milagros y otros más) han cesado y ya no están disponibles para el cuerpo de Cristo. Quisiera animar a los continuistas para que no lean el libro como una herramienta para defenderse de ataques teológicos o doctrinales. Por el contrario, quisiera que lo vean como una invitación a continuar estudiando este tema y como una invitación a buscar ardientemente los dones para servir a la Iglesia y glorificar el nombre de nuestro Dios. A mis amados hermanos cesacionistas, sé que en algunos puntos no estarán de acuerdo conmigo, en otros es muy probable que solo nos diferenciemos en cómo definimos los términos o las prácticas. Mi deseo para ustedes es que al leer el libro puedan apreciarlo como el intento genuino de un hermano en la fe que ama al Señor y Su Palabra y solo desea ser fiel a las Escrituras. Espero que este libro te ayude a ver que tenemos más en común de lo que quizás pensabas, ya que ambos amamos la Palabra de Dios y deseamos honrarla al 8
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Introducción
interpretarla con precisión (2 Tim. 2:15). Pero más que nada espero que veas que tenemos algo más importante en común: nuestra fe. Tenemos a Cristo, quien murió por nuestros pecados y nos hace hermanos en la fe salvadora. Esa unidad es más importante que nuestras posiciones con respecto a cualquier otra definición doctrinal. Por último, deseo que en estas páginas descubramos que podemos tener unidad aun teniendo posturas diferentes en este tema. Espero que no pienses que soy ecuménico en el sentido negativo del término. Sin embargo, sí estoy realmente convencido de que podemos crear divisiones innecesarias y dolorosas en el cuerpo de Cristo por aspec‑ tos que son realmente secundarios. Soy consciente de los temores que han sido causados al ver personas que han abusado de temas que han terminado separándonos de algunos que son verdaderos hermanos. El pensar que algunos están fuera de control en este tema hace que no nos relacionemos con verdaderos hermanos que aman la Palabra y desean someterse a ella. Pero también pensar que algunos han rechazado por completo el tema de los dones y no creen en el obrar completo del Espíritu, nos ha hecho que cerremos nuestros corazones y no nos beneficiemos de la comunión con verdaderos creyentes que aman al Señor tanto o más que nosotros mismos. Te animo a que cuando no estés de acuerdo hagas un esfuerzo y continúes leyendo, entendiendo que mi deseo principal no es probar mi punto, sino mos‑ trar que la Palabra de Dios gobierna mi vida y que es nuestro Señor Jesucristo, predicado en el evangelio, lo que nos une. «Por tanto, os hago saber que nadie hablando por el Espíritu de Dios, dice: Jesús es anatema; y nadie puede decir: Jesús es el Señor, excepto por el Espíritu Santo. Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo […]. Pero a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común» (1 Cor. 12:3‑4,7). Joselo Mercado Maryland, 2020 9
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1 Continuista sin hogar
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n Puerto Rico se denomina «perro sato» a aquel perro que ya no es de una raza definida. Son los que después de tres o cuatro generaciones de andar mezclándose con diferentes razas ya no se puede distinguir de qué raza específica eran sus antepasados. Bueno, en mi caso, mientras pasan los años, más y más me considero como un «sato» teológico. Te explicaré la razón de mi falta de pedigrí teológico. Puerto Rico es un país donde el mestizaje fue uno de los más altos de América Latina. Yo soy una mezcla de tres grupos étnicos, y pue‑ des observar en mi físico algunas características de cada uno de ellos. Además de esto, tanto política como culturalmente, los boricuas no sabemos con exactitud lo que somos. Por ejemplo, no nos sentimos estadounidenses, sino, más bien, nos consideramos latinos. A la vez, en ocasiones he experimentado rechazo de otros latinoamericanos porque soy visto como un ciudadano de Estados Unidos. No es fácil identificar de manera sencilla a un boricua. Pero es en mi teología donde soy verdaderamente un «sato». Soy una mezcla de diferentes acercamientos doctrinales, los cuales he estudiado a profundidad y en algunas de ellos he llegado a convic‑ ciones variadas. En determinadas líneas doctrinales soy altamente reformado, en otras tengo influencias del movimiento carismático. Es probable que esto que acabo de decir sea interpretado de diversas formas en diversos lugares, por lo que te pido que sigas leyendo para 11
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que puedas entender lo que estoy tratando de decir y no me tildes de hereje. En cuanto a soteriología, la doctrina de la salvación, soy alta‑ mente calvinista. Creo en las doctrinas de la gracia que definen mi salvación como una obra completa de Cristo. En cuanto a la doctrina de la Iglesia, creo en la pluralidad de ancianos dentro de un marco presbiteriano. Aunque tengo absoluta claridad en mi teología bíblica como seguidor de la teología del Pacto, no practico el bautismo de niños, sino el bautismo de creyentes. Por consiguiente, me adhiero a la Confesión de Londres de 1689. Hasta aquí, sé que la mayoría de mis amigos reformados estarán bastante de acuerdo conmigo. En cuanto a mi pneumatología, la doctrina del Espíritu Santo y los dones, soy continuista. Aunque me considero un continuista mode‑ rado, mi exégesis de los textos bíblicos me lleva a creer que todos los dones identificados en el Nuevo Testamento siguen vigentes y acce‑ sibles para los creyentes. También creo que soy moderado porque entiendo que todos los dones de revelación tienen que estar sujetos a la Palabra de Dios y no debe haber ninguna revelación nueva que sea normativa a la par con la Palabra de Dios (comp. 1 Cor. 14; 1 Tes. 5). En muchas ocasiones he estudiado el argumento cesacionista con la intención de moverme a ese campo. He leído la obra inicial de este argumento por parte de B. B. Warfield en Counterfeit Miracles [Milagros falsificados]. Durante mi tiempo en el seminario tomé un curso sobre el Espíritu Santo enseñado por un profesor cesacionista. Pero nuevamente tengo que decirles que mi estudio exegético del tema no me permite llegar a esa conclusión. Tengo que reconocer que mi vida sería más fácil si fuera cesacio‑ nista. La verdad es que en ambos lados del espectro no tendría problemas porque, por un lado, no creo que mis convicciones pneu‑ matológicas asusten a ningún cesacionista. Por el otro, la forma en que practico el continuismo tampoco asustaría para nada a los cesacionistas. Es más, hay varios miembros de la congregación donde sirvo que son cesacionistas. Lo que les acabo de exponer es lo que me hace un continuista sin hogar o un reformado sin morada. Soy una combinación extraña 12
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Continuista sin hogar
de convicciones teológicas. Llevo años aprendiendo de las verdades asociadas con el evangelio de la gracia y también tengo cierta cer‑ canía al pentecostalismo teológico. Aunque no me asocio con las prácticas y doctrinas del movimiento pentecostal y neo-pentecostal (por ejemplo, su doctrina del bautismo del Espíritu Santo manifestado en la necesidad de hablar en lenguas), mi convicción con respecto a la doctrina del Espíritu Santo de alguna forma particular me une a ellos. También tengo que reconocer que, aunque he sido altamente influenciado por Calvino, Bavink, Vantil y Frame, igualmente he sido influenciado por Piper, Grudem, Mahaney y Purswell. Lo más importante que he aprendido desde la posición teológica en la que me encuentro hoy es que lo que me une a Michelén, Was‑ her, y MacArthur, no son mis argumentos reformados, sino la obra de Jesús, Su salvación por mis pecados y mi teología imperfecta. Estos hermanos cesacionistas tienen una pasión real por el Dios de la Biblia y un anhelo por conocerle más y por darlo a conocer aun más en toda Su gloria y majestad. Por otro lado, lo que me une a Mahaney, Piper, Núñez o Carson no son los argumentos sobre la continuidad de los dones, sino aquel que es mayor que todos los dones: el Dador de esos dones. Es evidente que no todos los continuistas somos locos emocionalistas, ni todos los cesacionistas fríos y legalistas. Durante esta reflexión debemos recordar la actitud de Pablo para con la iglesia de Corinto. Más allá de si piensas que los dones conti‑ núan o no, la realidad es que la iglesia de Corinto no estaba usando de forma adecuada los dones espirituales. Podemos decir lo mismo de muchas iglesias contemporáneas. Hay quienes creen firmemente que los dones continúan, pero observamos abusos en su empleo o un uso inadecuado en su aplicación. En muchos casos, lo que algunos llaman dones no tienen ni la forma ni el fondo de los dones tal como son definidos en la Escritura. Pero lo que aprendemos de Pablo es que trató a los corintios como creyentes y de seguro que trataría de la misma manera a los hermanos que siguen trastocando los dones espirituales el día de hoy. Pablo los corrigió en amor porque no esta‑ ban unidos por tener todo tema teológico perfectamente entendido y resuelto, sino que estaban unidos por el evangelio que proclama 13
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la gloriosa salvación por gracia en Jesucristo. Debemos considerar también que Pablo no trató a la iglesia en Galacia con el mismo amor. Ellos tenían apariencia de perfección, pero fueron altamente reprendidos por Pablo porque estaban haciendo algo que era inmen‑ samente importante y fundamental: estaban perdiendo el evangelio. Con todo esto no estoy haciendo, de ninguna manera, un llamado al ecumenismo o a tener una actitud liviana con la defensa de la ver‑ dad. Sin embargo, debemos estar conscientes de que aun dentro del movimiento protestante tendremos diferencias. Hay diferencias que rayan en la herejía y por eso las defenderemos a morir. Pero también hay otras doctrinas que son de suma importancia para la iglesia local y sobre las que tenemos convicciones y prácticas muy fuertes, pero que no son doctrinas de primer nivel. Por eso debemos cuidarnos de cómo comunicamos las diferencias de estas doctrinas con verdaderos creyentes. Atacamos la teología de la prosperidad, la palabra de fe, la salvación por obras, pero no arremetemos en contra de hermanos en la fe con los que estamos en desacuerdo sobre temas de segunda importancia. ¡Que nuestra pasión por defender la doctrina nunca sea mayor que la pasión por el evangelio! El ánimo y la intención personal que quisiera compartir con todos mis hermanos es que si bien hay verdaderas doctrinas que nos sepa‑ ran, consideren que antes de tirar a alguien en un saco y rechazarlo por esas diferencias, debemos seguir el ejemplo de Pablo, quien aplicó el verdadero evangelio en todas las áreas de su vida y minis‑ terio. Antes de generalizar o dar veredictos apresurados, busquemos entender si hay verdaderos creyentes en medio de esa generalización. Escribí al principio de este capítulo que era un continuista sin hogar. Sin embargo, el problema radica en que no debería definir mi hogar con otros creyentes solo por mi convicción pneumatológica. La realidad es que nunca he dejado de ser un creyente con hogar. La Iglesia es mi hogar, aquella por la que Cristo dio Su sangre (Hech. 20:28), y en la que todos nosotros los creyentes, por gracia de Dios y solo por la fe, hemos puesto nuestra confianza en Cristo, para Su gloria. 14
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Continuista sin hogar
«Y a aquel que es poderoso para hacer todo mucho más abun‑ dantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros, a El sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén» (2 Cor. 3:20‑21).
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2 El Espíritu Santo
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o sé si tienes algún amigo que sea muy chistoso. Uno de esos que siempre está haciendo comentarios graciosos en los momentos precisos y que tiene muchas ocurrencias inesperadas. El problema con ellos es que con el chistoso del grupo la gente solo tiende a conocer ese aspecto de su personalidad y terminan encajo‑ nándolo en ese estereotipo. Es posible que ese amigo chistoso sea un pensador profundo, alguien que planifica bien su vida y sea muy organizado, pero como es el chistoso del grupo, nadie piensa que él pueda ser así. Quizás sea un esposo y padre responsable, pero todos piensan que no es así porque, al ser chistoso, la gente considera que su personalidad no calza con la de una persona responsable. Muchas veces permitimos que simplemente una de las características de una persona nos informe la realidad de toda su persona. Tomamos una sola área que es predominante y dejamos que eso moldee toda nuestra opinión de ella. Guardando las proporciones, pienso que la Iglesia ha hecho algo similar con Dios. Dejamos que simplemente un atributo de Dios sea el que nos informe sobre todo lo que es Dios. Para algunos, Dios es «amor» y por eso concluimos que Dios debe de aceptar sin distincio‑ nes a todos los seres humanos en el cielo. Debido a que enfatizamos el amor de Dios, algunos terminan con una doctrina universalista de la salvación. Para otros, Dios es solo «fuego consumidor». Estas son personas que, al tener esa sola idea de Dios que han generalizado por 17
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completo, constantemente están enviando a todos al infierno y solo ven a un Dios justiciero que es incapaz de actuar de otra manera. Sin embargo, Dios no solo es amor o fuego consumidor, nuestro Señor es amor y es fuego consumidor; esto debe informar nuestra forma de ver a Dios. No podemos ver uno de sus atributos y olvidar los otros. No debemos olvidar las palabras del profeta Jeremías: «Mas el que se gloríe, gloríese en esto: de que me entiende y me conoce, pues yo soy el SEÑOR que hago misericordia, derecho y justicia en la tierra» (Jer. 9:24). El Señor nos comunica a través del profeta que un entendimiento de Dios no puede ser estrecho, sino que debe ser amplio, buscando conocer al Señor en toda Su grandeza. Cuando tocamos el tema de los dones espirituales debemos tener una perspectiva amplia de los atributos de Dios y en especial de los roles de la tercera persona de la Trinidad. Uno de los principa‑ les problemas cuando hablamos de los dones es que reducimos al Espíritu Santo a una fuerza o un poder que nos capacita para reali‑ zar diversas tareas. Por ejemplo, un estudio de Lifeway y Ligonier muestra que 59% de los norteamericanos creen que el Espíritu Santo es una fuerza y no una persona. Es muy probable que el cristianismo hispano en Estados Unidos y en América Latina no esté muy lejos de esa concepción.1 Una de las blasfemias más grandes que se puede cometer contra Dios es reducir a la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, a algo que sea menos que Dios mismo en autoridad, personalidad, sabiduría y poder. Si algo debemos de tener claro es que el Espíritu Santo es Dios mismo, merece nuestra adoración, es activo en nuestra salvación y santificación, y es Dios en todo el sentido de la palabra, tal como lo es el Padre y el Hijo. Por consiguiente, nunca deberíamos hablar sobre los dones o ningún tema relacionado al Espíritu Santo sin recordar y reconocer que cuando estamos hablando de Él, estamos hablando de Dios mismo. Reducir al Espíritu Santo a un poder, una 1 https://www.christianitytoday.com/news/2018/october/what-do-christians-believe-li‑ gonier-state-theology-heresy.html?fbclid=IwAR28BKmH21w9GeD8IysmNwl-pwJfTlh‑ 4Fw-p5S9TpPSToco7I_m_qP0zAzU
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influencia o una fuerza es una blasfemia que debe ser confrontada. Debemos defender Su divinidad, así como debemos defender con firmeza la deidad de Cristo. Hermanos continuistas bíblicos, debemos velar por que nuestras convicciones no interfieran con una definición bíblica y completa del Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad. También es de suma importancia que nuestros hermanos cesacionistas puedan percibir con claridad nuestro compromiso con las verdades de las Escrituras. Una de las formas principales en las que podemos reflejar este compro‑ miso es logrando que nuestras prácticas sean consistentes con una definición ortodoxa de la doctrina de Dios. Lo que quiero decir con esto es que siempre debemos comunicar los dones como aquello que el Espíritu Santo da a la Iglesia para su edificación, pero ellos no definen por completo a la persona y la obra del Espíritu Santo. Los dones del Espíritu son una faceta de todo lo que el Espíritu es y hace por nosotros. No negamos la importancia de los dones espirituales, pero no podemos considerarlos como la totalidad del trabajo del Espíritu Santo. Esto significa que estamos más comprometidos con una defi‑ nición ortodoxa amplia de la persona del Espíritu Santo, que con una aproximación que solo involucre a los dones que otorga el Espíritu Santo. Conocer de los dones sin conocer bien el Espíritu Santo es irresponsable y hasta peligroso. Esta aproximación la refleja muy claramente el apóstol Pablo cuando después de hacer una lista de los dones señaló: «Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, distribuyendo individualmente a cada uno según la voluntad de El» (1 Cor. 12:11). No hay duda de que para Pablo era importante no dejar que se perdiera de vista al Espíritu soberano que imparte los dones. Una de las formas principales con la que demostramos nuestro compromiso para con la ortodoxia es cuando no basamos nuestras conclusiones en meras experiencias, sino en la autoridad de la Pala‑ bra de Dios. Antes de continuar, quisiera dejar algo en claro. No estoy diciendo que no hay lugar en nuestra reflexión en donde com‑ partamos las experiencias espirituales que podamos haber tenido en 19
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nuestras vidas. Reconozco que el dar testimonio de esas experien‑ cias son de ánimo para otros, glorifican a Dios y nos llenan de fe para confiar aun más en Dios. Pero cuando compartimos nuestras experiencias tenemos que ser dejar en claro que ellas no tienen la autoridad que solo tiene la Palabra de Dios, que no se puede arribar a conclusiones teológicas basados solo en nuestras experiencias y que solo validaremos las experiencias si es que se ajustan a la revelación bíblica, sujetándose a lo que Dios ya ha revelado. Por ejemplo, puede haber algunas personas que, de forma subje‑ tiva, afirmen que Dios estaba presente en un lugar por la presencia de ciertas manifestaciones que se consideraban como dones del Espíritu. Sin embargo, la presencia de ciertas manifestaciones no necesaria‑ mente significa que el Espíritu de Dios estaba presente. No hay mejor ejemplo clarificador que el presentado por nuestro Señor Jesucristo: «No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” Y enton‑ ces les declararé: “Jamás os conocí; apartaos de mi, los que practicáis la iniquidad”» (Mat. 7:21‑23). Este texto nos muestra con absoluta claridad que la presencia de supuestos dones espirituales no impresiona a nuestro Señor. No hay duda de que el Señor tenía otros puntos de comprobación que iban más allá de esas manifestaciones y que eran más importantes que las experiencias por más sobrenaturales y espectaculares que estas hayan sido. Por consiguiente, una vez más tengo que decir que no estamos abogando por eliminar las experiencias. Por el contrario, debe ser crucial para los creyentes el desear practicar y experimentar los dones espirituales porque es un mandato bíblico del que depende la edificación de la Iglesia, pero también debemos practicarlos some‑ tiéndolos por completo a las normas bíblicas de orden porque esas normas también son un mandato bíblico. Al final podremos compartir 20
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nuestras experiencias con libertad cuando tengamos la seguridad de que estas se sujetan a las normas bíblicas y, más que nada, cuando estas manifestaciones lograron el propósito principal del ministerio del Espíritu: mostrar a Cristo. Si lo único que obtenemos de una manifestación espiritual es celebrar cuán asombrosa fue o cuán espec‑ tacular es la persona que supuestamente la realizó, entonces podemos estar seguros de que la manifestación no glorificó a Dios porque el fin del obrar del Espíritu es que digamos cuán inmenso Salvador tenemos en Cristo (Juan 16:14). Para poder evaluar correctamente una manifestación que se dice ser del Espíritu necesitamos tener discernimiento, y con esto no esta‑ mos hablando de un poder especial a través del cual la información nos llega de forma misteriosa a nuestras mentes. El discernimiento bíblico, por el contrario, es poder distinguir entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto. La única forma en que podemos crecer en discernimiento es por medio de la profundización en nues‑ tro conocimiento bíblico. Las iglesias de corte carismático tienden a hacer mucho énfasis en darles un valor excesivo a las experiencias espirituales, por encima de la revelación bíblica, y por eso nece‑ sitamos con urgencia volver a poner las prioridades en el orden correcto. Para lograrlo, reitero que debemos conocer con precisión y profundidad la definición bíblica de la persona del Espíritu Santo, sus atributos y sus funciones dentro de la economía de la Trinidad para poder interpretar cualquier manifestación de una forma sana y, sobre todo, bíblica. «Pero el alimento sólido es para los adultos, los cuales por la práctica tienen los sentidos ejercitados para discernir el bien y el mal» (Heb. 5:14). El alimento sólido es una representación del conocimiento más pro‑ fundo de la verdad bíblica. El autor de la Epístola a los Hebreos está hablando de que los miembros de la iglesia a la que se está diri‑ giendo deberían ser ya maestros, pero todavía no habían terminado de comprender las cosas más básicas de la fe. Lo que el autor de 21
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esta carta nos dice es que cuando profundizamos en el conocimiento bíblico y lo practicamos, esto nos ayuda a discernir lo que es bueno y lo que es malo. Necesitamos profundizar para que al tener mayor discernimiento bíblico podamos honrar a Dios y a la tercera persona de la Trinidad al poder evaluar con información bíblica las manifes‑ taciones del Espíritu. Para poder honrar este principio es de suma importancia que podamos conocer la función del Espíritu en la vida de los creyentes. En el resto de este capítulo presentaré aspectos importantes que no podemos ignorar si deseamos honrar la persona del Espíritu Santo. Los animo a que busquen un buen libro de teología sistemática donde se desarrolle a profundidad el tema del Espíritu Santo, Su persona y Su obra, y puedan ampliar en profundidad el conocimiento en esta área tan importante. No es mi intención entregar toda la informa‑ ción en este capítulo, lo cual sería imposible debido al propósito y la longitud de este libro, pero si me gustaría cubrir ciertas categorías de importancia en el tema.
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3 Mostrar a Cristo
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esde una perspectiva bíblica, el papel principal del Espíritu Santo es mostrar a Cristo. Si consideramos el plan de reden‑ ción veremos que el Padre inicia el plan, el Hijo ejecuta el plan y el Espíritu Santo revela el plan. Por lo tanto, Su gran labor es que descubramos al Hijo de Dios como Salvador para gloria de Dios. El Espíritu Santo es quien nos revela las Escrituras porque ellas son las que muestran el plan de Salvación. «Pero ante todo sabed esto, que ninguna profecía de la Escritura es asunto de interpretación personal, pues ninguna profecía fue dada jamás por un acto de voluntad humana, sino que hombres inspirados por el Espíritu Santo hablaron de parte de Dios» (2 Ped. 1:20‑21). Pedro nos enseña que toda la Escritura fue escrita por medio de la inspiración del Espíritu Santo. Cuando Pablo le dice a Timoteo que «toda Escritura es inspirada por Dios» (2 Tim. 3:16), se está refiriendo a la persona del Espíritu Santo actuando, porque cuando una de las personas de la Trinidad actúa, entonces es Dios mismos actuando. Por otro lado, las Escrituras también nos muestran que todas ellas son sobre Cristo:
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«Y les dijo: Esto es lo que yo os decía cuando todavía estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo que sobre mí está escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió la mente para que comprendieran las Escrituras» (Luc. 24:44‑45). «Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, que El ya había prometido por medio de sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo…» (Rom. 1:1‑3). Lo que quisiera dejar en claro es que todas las Escrituras son sobre Cristo y ellas fueron reveladas por medio de la inspiración del Espí‑ ritu Santo. Por consiguiente, una gran parte del ministerio o labor del Espíritu Santo es mostrar a Cristo. Vemos claramente esta parte del ministerio del Espíritu Santo en el evangelio de Juan: «Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar. Pero cuando El, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir. El me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber» (Juan 16:12‑14). Podríamos ordenar de manera lógica este argumento de la siguiente manera: El Espíritu nos llevará a toda verdad. Jesús afirmó que Él es la verdad. El ministerio del Espíritu Santo es mostrarnos a Cristo. No hay nada más importante que pueda hacer el Espíritu Santo. Podemos afirmar con certeza que todas las demás funciones y acti‑ vidades del Espíritu Santo se subordinan y regresan a mostrar a Cristo. Por eso es que consideramos que no importa la manifestación 24
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sobrenatural que hayamos experimentado, si esta no muestra con fuerza la gloria de Cristo, podemos afirmar que no es del Espíritu Santo porque viola la función principal del Espíritu en el plan de redención. Regenerar Si el papel principal es mostrar a Cristo, también el Espíritu Santo es quien nos da vida para que podamos ver a Cristo y seamos regene‑ rados. El profeta Ezequiel anuncia esta realidad con suma claridad: «Además, os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros; quitaré de vuestra carne el corazón de pie‑ dra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros mi espíritu y haré que andéis en mis estatutos, y que cumpláis cuidadosamente mis ordenanzas» (Ezeq. 36:26‑27). El Espíritu Santo es quien cumple esta promesa para que tengamos un nuevo corazón. Pablo se lo explicó así a Tito: «El nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéra‑ mos hecho, sino conforme a su misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo, que El derramó sobre nosotros abundantemente por medio de Jesucristo nuestro Salvador…» (Tito 3:5‑6). Nuestra salvación es lograda, por definición, al ver la obra de Cristo por nosotros que fue efectuada por medio del Espíritu Santo. Esto significa que ser salvo, lo cual es únicamente logrado al ver a Cristo como nuestro Salvador, es alcanzado por el ministerio de la tercera persona de la Trinidad. Si pensamos desde una perspectiva teológica bíblica, el plan de Dios revelado en Su Palabra consiste en redimir a los seres humanos por medio de la obra de Cristo a nuestro favor. Esa obra redentora no sucede sin la intervención del Espíritu Santo. Podemos concluir afirmando que el Espíritu Santo no es solo una fuerza capaz de darnos experiencias místicas placenteras. Por el 25
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contrario, es un protagonista personal y divino en la obra de reden‑ ción. Su propósito principal no es que tengamos experiencias espiri‑ tuales sobrenaturales, sino que Cristo sea glorificado al ser revelado a aquellos que serán salvos. «Pero si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, también dará vida a vuestros cuer‑ pos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros» (Rom. 8:11). Este versículo nos muestra que la gran demostración de poder del Espíritu Santo no es simplemente para realizar demostraciones sobre‑ naturales. El poder del Espíritu Santo que levantó a Cristo de la tumba es el inmenso poder que nos levanta de nuestra muerte espi‑ ritual. Es increíble pensar que para poder salir de nuestro estado de muerte espiritual necesitamos el mismo poder que levantó a Cristo de los muertos. Además de eso, no es tan solo un poder que funciona en un momento. El dador de ese poder, el Espíritu Santo, ahora habita en nosotros. Por eso no tan solo tenemos esperanza de ir de muerte a vida, sino también de permanecer en vida por medio del Espíritu que nos muestra a Cristo. No quisiera reducir el ministerio del Espíritu Santo solo a un faro que apunta a Cristo. El Espíritu Santo, además de revelar a Cristo, realiza muchas otras funciones, pero lo que sí deseo enfatizar, y que es común en todas sus funciones, es que Cristo es glorificado al ser revelado mas profundamente en nuestras vidas. Un supuesto minis‑ terio del Espíritu Santo que no tiene como objetivo fundamental el que Cristo sea claramente revelado no es una obra del Espíritu Santo.
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Diferentes formas en que el espíritu santo trabaja en nosotros Nos da evidencia de la presencia de Cristo «Sin embargo, vosotros no estáis en la carne sino en el Espí‑ ritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de El» (Rom. 8:9) «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios es santo, y eso es lo que vosotros sois» (1 Cor. 3:16‑17). En el Nuevo Testamento se habla tanto de que Cristo vive en noso‑ tros, como de que el Espíritu Santo habita en nosotros. Aunque Cristo está sentado a la diestra del Padre, el Espíritu Santo de Dios intercede ante Su presencia en nosotros. Por eso cuando experimentamos la presencia del Espíritu Santo en medio nuestro, estamos experimen‑ tando la presencia de Cristo. Vemos que Jesús nos dijo que Él se iba y que dejaría al Espíritu con nosotros. Pero en muchas ocasiones Pablo habla de Cristo en nosotros. Como por ejemplo cuando Pablo escribe a los colosenses: «A quienes Dios quiso dar a conocer cuáles son las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, la esperanza de la Gloria» (Col. 1:27). Podemos concluir, entonces, que la presencia del Espíritu Santo no es simplemente para que tengamos una experiencia esotérica o mística. La verdadera presencia del Espíritu Santo nos guía para que podamos experimentar la presencia de Cristo, cumpliendo así la promesa de que Él nunca nos abandonaría y permanecería siempre con nosotros. Una experiencia espiritual sin contemplar a Cristo no es una experiencia cristiana, sino una experiencia pagana, sin impor‑ tar que el lugar donde hayamos experimentado esa experiencia se autodenomine cristiano. 27
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¿Cómo podemos saber que se trata de una experiencia cristiana real? Cuando contemplamos realmente a Cristo, siempre tendremos una mayor conciencia de la santidad de Dios y, por ende, de nuestra propia pecaminosidad. Cuando contemplamos a Cristo a través de la revelación del Espíritu Santo somos capaces de percibir Su santidad, Su perfección y Su señorío, y eso nos muestra lo lejos que estamos en nuestra realidad en comparación con Su santidad. Sin embargo, a la misma vez, el Consolador, el Espíritu Santo, nos anima al hacer‑ nos ver que, aunque somos pecadores, Cristo murió por nuestros pecados. Por último, una experiencia espiritual real guiada por el Espíritu Santo nos hace desear ser más santos y conocerle más. Una experiencia que no resulta en un cambio en nuestra piedad no es del Espíritu Santo. Cuando el Espíritu Santo nos muestra a Cristo, nunca podremos ser iguales. «Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo trans‑ formados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu» (2 Cor. 3:18). Nos sella «En El también vosotros, después de escuchar el mensaje de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído, fuisteis sellados en El con el Espíritu Santo de la promesa, que nos es dado como garantía de nuestra herencia, con miras a la redención de la posesión adquirida de Dios, para alabanza de su gloria» (Ef. 1:13‑14). La presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas es una garantía en nosotros de que pertenecemos a Dios. El apóstol Pablo nos enseña que somos sellados con el Espíritu. Este término es similar al que se usaba para marcar a un animal para establecer su propiedad.2 El 2 Al hablar del Espíritu Santo como un sello se presenta el sentido de propiedad y pro‑ tección. Ganado y hasta esclavos eran marcados con un sello por su señor para indicar a
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Espíritu Santo en nosotros nos dice que le pertenecemos a Dios. Es interesante que el sello del Espíritu viene por medio de la presenta‑ ción de Cristo a través del mensaje de verdad que es el evangelio. El Espíritu de alguna forma toma la proclamación del evangelio y la hace verdad en nosotros, y cuando el evangelio permanece en nosotros, somos sellados. Lo que nos mantiene como creyentes no son nuestras experiencias, sino la fe, un don de Dios producto del Espíritu Santo, en la obra de Jesús por nosotros. ¡Ese es nuestro sello! Nos da garantía de Salvación «Ahora bien, el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, quien también nos selló y nos dio el Espíritu en nuestro corazón como garantía» (2 Cor. 1:21‑22). Pablo vuelve a mostrarnos que aplica el concepto de ser sellado como una indicación de posesión. Pero también implica garantía, como un pronto pago o una firma que garantiza la promesa del pago final. La presencia del Espíritu en nosotros debe darnos confianza de la obra de Dios en nosotros y, por consiguiente, confianza de salvación. Aunque somos pecadores, el mensaje del evangelio nos deja saber por el Espíritu que hemos sido comprados con la preciosa sangre de Jesucristo. Ahora le pertenecemos a Dios y, por lo tanto, un día le veremos cara a cara. La presencia del Espíritu declara que Dios nos salvó y que esa salvación será completa por medio de Su gracia y sin lugar a duda. Nos llena «Y no os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución, sino sed llenos del Espíritu» (Ef. 5:18). De este tema se puede decir mucho, aunque es uno de esos temas relacionados a honrar al Espíritu Santo que puede generar mucha quien pertenecían. O’Brien, P. T., The letter to the Ephesians [La Epístola a los Efesios], (1999, Grand Rapids, MI: W.B. Eerdmans Publishing Co.), p. 120.
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controversia. No voy a entrar en la controversia de si somos o no completamente llenos o cuándo somos llenos. Lo que el texto sí muestra es que podemos ser llenos del Espíritu Santo. Además, la exégesis de la palabra «llenura» en el texto nos muestra que no somos llenos por una sola vez, sino que debemos de buscar estar constante‑ mente llenos del Espíritu Santo. En el capítulo cuatro de la carta de Pablo a los efesios, el apóstol nos enseña que, si atentamos contra la unidad de la Iglesia, entristecemos al Espíritu Santo. Por el contrario, los creyentes somos llamados a cultivar el ser llenos con Su Espíritu de manera constante. En mi caso, por ejemplo, cada vez que voy a subir a predicar, mi última oración es: «Señor lléname de tu Espíritu para predicar fielmente y que Cristo sea mostrado». Los creyentes en lugar de embriagarnos con vino o llenarnos con aquello que nos hace perder el control, pedimos ser llenos y así controlados por el Espíritu de Dios para glorificarle. Nos da evidencia de Su amor «Y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado» (Rom. 5:5). El contexto de este pasaje nos dice que, en medio de las tribula‑ ciones, los cristianos no perdemos la esperanza porque el Espíritu Santo ha derramado el amor de Dios en nosotros. Lo que el Espíritu Santo hace es recordarnos que somos amados, aun cuando estemos pasando por dificultades. Toda tribulación nos apunta a Cristo por‑ que es la evidencia primordial del amor de Dios. Cuando dudemos de que somos amados, recordemos lo que el Señor nos dice a través del apóstol Pablo: «… justificados por la fe tenemos paz para con Dios…» (Rom. 5:1). Si en medio de la dificultad podemos recordar esto, es definitivamente el trabajo del Espíritu Santo.
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Nos da evidencia de adopción «Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que habéis recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clama‑ mos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y si hijos, también herede‑ ros; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con El a fin de que también seamos glorificados con El» (Rom. 8:14‑17). «Y porque sois hijos, Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, clamando: ¡Abba! ¡Padre!» (Gál. 4:6). Una de las verdades más maravillosas de ser salvados por la gracia de Dios no es que simplemente seamos librados de la ira venidera de Dios, sino que somos declarados hijos de Dios. La adopción es una realidad transformadora porque de enemigos no solo nos convertimos en aliados, sino que somos más que eso: ¡somos hijos de Dios! Les confieso que no entendí bien la adopción hasta que me convertí en padre. Ser padre es algo maravilloso, el amor que siento por mis hijos es indescriptible. Reconozco que ese amor que siento por ellos es imperfecto porque soy pecador. Por eso, cuando pienso que Dios, quien es perfecto en todo lo que hace, que no hay pecado en Él, me ama, es una verdad que cambia la forma en que veo a Dios. Cuando estoy tentado a comenzar a actuar contrario a como actuaría un hijo de Dios, El Espíritu Santo me recuerda que soy adoptado para que la realidad de Su amor me impulse a actuar de acuerdo con mi nueva identidad de hijo de Dios. Puedo seguir incluyendo muchos otros aspectos del obrar del Espí‑ ritu. El Espíritu es quien nos da convicción de pecado, intercede por nosotros (Rom. 8:26‑27), nos santifica, provee de unidad al cuerpo de Cristo (Ef. 4), es el Consolador (Juan 6). Todas estas funciones le dan gloria a Cristo. Lo que ha quedado claro es que no podemos 31
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separar de Cristo los dones del Espíritu. La obra del Espíritu nos deja en claro la obra de Cristo para salvarnos y para santificarnos. Nunca podremos experimentar los dones del Espíritu sin que sea‑ mos expuestos por ellos a un entendimiento más profundo del evan‑ gelio. Siempre que los dones están en operación, seremos guiados a ver nuestra pecaminosidad y, al mismo tiempo, al gran Salvador que tenemos en Jesús. Si ese no es el resultado final del uso de los dones, entonces lo que estamos experimentando es algo místico o religioso, pero no bíblico. Los dones espirituales son producto del evangelio, muestran el evangelio y deben de estar cubiertos del evangelio. «Y el Dios de la esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo» (Rom. 15:14).
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o sé si lo han notado, pero la sociedad contemporánea se ha hecho experta en hacer protestas. Nos encanta tener una causa y demostrar de forma contundente las razones por las que estamos en contra. Ya sea contaminación ambiental, maltrato de animales o alguna otra causa que se exponga por las redes sociales, lo importante es mostrar nuestra pasión protestando contra eso que nos perturba. Vemos en las noticias numerosas protestas alrededor del mundo, pero todas ellas tienen siempre a un grupo de personas con carteles y gritando a viva voz diferentes frases que demuestran su ira ante la situación o la condición que rechazan. Lo que me llama la atención es que muchas veces los periodistas les piden a las personas que están protestando que expliquen qué es lo están reclamando y cuál es su propuesta, y son muy pocos los que pueden dar una explicación coherente. No solo se trata de decir «estoy a favor de algo» o «estoy en contra de algo», sino de poder presentar argumentos convincentes sobre la razón por la que están a favor o en contra de esa causa que nos ha llevado a protestar. Es de suma importancia que nosotros no solo podamos comunicar con pasión las razones por las que estamos en contra, sino también poder expresar nuestras posiciones a favor. Algo que he aprendido en todo el debate del continuismo y el cesacionismo, y que creo que está faltando, es la necesidad crucial de poder tener buenos argumentos a favor de su convicción y no tan 33
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solo argumentos en contra de la posición opuesta. He encontrado en ambos lados a personas que pueden comunicar claramente porque no apoyan la continuidad o el cesar de los dones. Pero cuando les preguntas sobre por qué están a favor de sus convicciones, sus argu‑ mentos no tienen la misma consistencia, son menos extensos y no hay un buen dominio del tema. Estos debates nos pueden llevar a obsesio‑ narnos en mostrar los «errores» de la posición contraria, y hacer que nos olvidemos de estudiar con profundidad y desarrollar argumentos convincentes y coherentes a favor de la posición que consideramos válida. Por eso deseo presentar en este libro las razones por las que soy continuista y no concentrarme en atacar el cesacionismo. En este capítulo les presento diferentes argumentos que me con‑ vencen de que el continuismo es la posición correcta en el tema de los dones espirituales. No estoy presentando una defensa completa sobre el tema. Mi intención es presentar los argumentos que me persuaden con respecto a esta posición. Tengo que reiterarles, como lo he dicho antes, que he tratado de convencerme para convertirme en cesacionista. He tomado clases en seminarios teológicos con pro‑ fesores cesacionistas sobre el tema, cada dos años vuelvo a estudiar el tema para ver si mis convicciones se mantienen igual de fuertes, oro constantemente para que Dios me guíe en esta área. Pero estos argumentos que voy a presentar a continuación son los que no me permiten, en buena conciencia, cambiar de posición. Aunque pudiera ser conveniente en muchos momentos de mi vida el ser cesacio‑ nista, no es bueno ni saludable, como diría Lutero, ir en contra de la conciencia. Argumento #1: Estamos en la época del Espíritu Mucha de la confusión en el tema nace producto de no tener cla‑ ridad de que estamos en dos eras diferentes del plan de reden‑ ción, donde hay aspectos que difieren una de otra. Cuando leemos la Biblia, y aunque entendemos que se trata de una sola historia de salvación, es evidente que antes y después de la venida y la obra de Cristo se presentan diferencias sustanciales en ambos tes‑ tamentos. Teólogos llaman a esto los aspectos de continuidad y 34
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discontinuidad. Insisto en que toda la Biblia es el testimonio de Dios trabajando para salvar solo por gracia a Su pueblo. Es una sola historia unida en ambos testamentos, pero con diferencias claras. Por ejemplo, las señales del pacto difieren en ambos testamentos. En el pacto de Moisés la entrada al pacto es la circuncisión, y en el nuevo pacto es el bautismo. La continuidad en el antiguo pacto es el guardar el Sabbat, en el nuevo pacto es el día del Señor. Si vemos este patrón en el que muchas cosas varían en ambos testamentos, no es difícil llegar a la conclusión de que la profecía del Antiguo Testamento difiere de la del Nuevo Testamento y, por consiguiente, hay aspectos de cómo los dones funcionan de forma diferentes en ambos testamentos. «Sino que esto es lo que fue dicho por medio del profeta Joel: Y SUCEDERÁ EN LOS ÚLTIMOS DÍAS—dice Dios — QUE DERRAMARÉ DE MI ESPÍRITU SOBRE TODA CARNE; Y VUESTROS HIJOS Y VUESTRAS HIJAS PROFETIZARÁN, VUESTROS JÓVENES VERÁN VISIONES, Y VUESTROS ANCIANOS SOÑARÁN SUEÑOS; Y AUN SOBRE MIS SIERVOS Y SOBRE MIS SIERVAS DERRAMARÉ DE MI ESPÍRITU EN ESOS DÍAS, y profetizarán» (Hech. 2:16‑18). La profecía en el Nuevo Testamento tiene un alcance mayor en el sentido de que incluye más personas que en el Antiguo Testamento. La promesa de Joel, que viene a cumplirse en Pentecostés, señala que todos podrán ser partícipes del ministerio profético. Algunos dirán que lo que sucedió en Hechos es solo para esos tiempos. Es aceptado comúnmente que cuando se señala «en los últimos días», la frase hace que la promesa de Joel involucre toda la época post-resurrección hasta la segunda venida. Esto incluye la promesa que Jesús da a sus discípulos de que era mejor que se fuera para que viniera el Espíritu Santo. El pasaje claramente afirma que en esos tiempos todos recibi‑ remos el Espíritu y, por consiguiente, todos podrán participar de las actividades que el Espíritu Santo traerá con Su presencia, incluyendo las visiones y la profecía. 35
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La profecía era exclusiva de los profetas durante el antiguo pacto. En el nuevo pacto, este texto de Joel incluye a todo el pueblo de Dios sin distinción (hijos, hijas, jóvenes, ancianos). Podemos concluir que al ampliarse el alcance de quienes pueden profetizar, esto también afecta el peso de la profecía misma. En el antiguo pacto pocos pro‑ fetizaban debido a que la profecía era la palabra autoritativa de Dios. En el nuevo pacto muchos pueden profetizar debido a que el fin no es autoritativo, sino que tiene la función de brindar ánimo y exhor‑ tación al creyente. La profecía era Dios mismo hablando durante el antiguo pacto. Durante el nuevo pacto es un don que debe ser evaluado (1 Cor. 14:29; 1 Tes. 5:20‑21) y debe ser usado para edificación, exhortación y corrección de creyentes, no para escribir el canon (1 Cor. 14:3). Otro cambio importante que podemos notar es que los profetas escriben la revelación de Dios en el Antiguo Testamento; en el Nuevo Testamento son los apóstoles los que escriben y sus escritos son reconocidos dentro del canon. Todo esto nos deja ver que estamos en un tiempo diferente al antiguo pacto donde la pro‑ fecía era la misma Palabra de Dios y en el nuevo pacto tiene una función de exhortar y edificar y puede ser practicada por todos los creyentes. Podemos concluir entonces que, en este tiempo, los dones espirituales son funciones dadas a todos los miembros de la Iglesia para su beneficio y edificación. Argumento #2: No hay información bíblica que señale el cese de los dones La mayoría de mis amigos cesacionistas no extremistas con los que he tenido la oportunidad de conversar, al final siempre me dicen que reconocen que el argumento bíblico está a favor de la continuidad de los dones. Ellos afirman que llegan a la convicción cesacionista porque se apoyan más en la teología histórica y no tanto de la teo‑ logía bíblica. Sin embargo, afirman que, desde el punto de vista exegético, el argumento continuista es más sólido. En el caso de los dones espirituales, pienso que la carga de la prueba está en los cesacionistas porque el estudio de los pasajes principales sobre el 36
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tema, por lo menos, no afirman en ningún momento que los dones cesaran. En 1 Corintios 13 es claro que el pasaje habla de que los dones cesarán, pero es evidente que esto sucederá cuando Cristo venga por segunda vez. Desde mi perspectiva es difícil sostener el argumento cesacionista solo con teología histórica. Muchas personas usan los mismos per‑ sonajes históricos para afirmar su argumento. Por ejemplo, usando a Juan Calvino en su comentario de 1 Corintios 14, donde afirma: «Porque hemos dicho que el profetizar no consiste en una simple interpretación de escrituras, incluye también conocimiento para apli‑ cación para el uso presente que es solamente obtenido por medio de revelación y la inspiración especial de Dios». Este comentario podría hacer lucir a Calvino como continuista. Lo cierto es que Calvino es uno de los personajes más usadas en el campo cesacionista para sos‑ tener su argumento. En este caso, uno de los problemas al hacer uso de la teología histórica es que el debate sobre los dones no comienza hasta principios del siglo XIX, con el avivamiento de la calle Azuza y la defensa de B. B. Warfield en su libro Milagros falsos. Debido a que este tema no era debatido ampliamente hasta este tiempo, desde mi perspectiva no es confiable usar citas de personajes históricos anteriores para argumentar con respecto al tema, porque ellos eran ajenos al debate en cuestión. Lo anterior me obliga a ir directamente al texto bíblico y es allí donde observo que el texto no solo deja abierta la posibilidad de que los dones no terminarían, sino que afirma que continuarían. Uno de los pasajes más contundentes para mí es el siguiente: «De manera que nada os falta en ningún don, esperando ansio‑ samente la revelación de nuestro Señor Jesucristo» (1 Cor. 1:7). Pablo anima a los corintios a que ellos abunden en los dones, hasta que vengan Jesús por segunda vez. Es evidente que Pablo, al usar la palabra «carisma», tenía en mente el don de profecía, el de lenguas y el de interpretación porque luego hablaría de ellos en la carta. Por ejemplo, lo vemos más adelante cuando escribe: 37
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«El amor nunca deja de ser; pero si hay dones de profecía, se acabarán; si hay lenguas, cesarán; si hay conocimiento, se acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetiza‑ mos; pero cuando venga lo perfecto, lo incompleto se acabará» (1 Cor. 13:7‑10). Pablo afirma aquí que los dones acabarán, pero la pregunta que debe‑ mos hacer a continuación es cuándo acabarán. Es claro por el con‑ texto que se trata de la segunda venida de Jesucristo. Lo perfecto se dará cuando lo veamos a Él perfectamente. Sigamos el pensamiento de Pablo: «Porque ahora vemos por un espejo, veladamente, pero enton‑ ces veremos cara a cara; ahora conozco en parte, pero entonces conoceré plenamente, como he sido conocido. Y ahora perma‑ necen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor» (1 Cor. 13:12‑13). Lo veremos cara a cara en ese día glorioso en que venga a buscarnos. Por eso el amor es el mayor de los tres porque ese día no necesitare‑ mos más fe ni esperanza porque ya lo tendremos a Él. Por eso en Su presencia no necesitaremos los dones porque estaremos en la misma presencia de Dios. Estos textos y otros me convencen de que ninguno de los dones ha cesado para la Iglesia de hoy. Argumento #3 El abuso de algo no requiere su eliminación, sino su ajuste Uno de los argumentos que escucho con frecuencia en contra del continuismo son los aparentes abusos que se observan entre los que siguen esta línea. Siempre causa sorpresa y vergüenza para los con‑ tinuistas oír que hay gente que se pone a ladrar como perros, otros que se caen de espalda, y algunos a los que les soplan y comienzan a reír. No hay duda de que hay personas que abusan de los dones espirituales y los usan para auto gloriarse, otros los usan para ganar posiciones de liderazgo al mostrarse como súper espirituales. Sin 38
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embargo, aunque esos abusos y errores son evidentes y deben con‑ denarse, el abuso como tal nunca es motivo suficiente para buscar la erradicación del uso de los dones. El mismo argumento podría ser usado hacia el cesacionismo porque podemos encontrar personas que llegan a extremos al negar toda posibilidad de la manifestación de un Dios soberano y trascendente. Podríamos decir que ellos impiden la presencia de Dios en medio de ellos y enfatizan solo el intelecto. Por ejemplo, nunca le diríamos a un cesacionista extremo que dependa del Espíritu y que para crecer en esa dependencia debe dejar de estu‑ diar su Biblia. Tampoco deberíamos hacer lo mismo con personas que abusan los dones al pedirles que abandonen los dones y que solo lean sus Biblias. Lo que encontramos en las Escrituras es que Pablo decidió enfren‑ tar los abusos en la iglesia de Corinto sin abolir el uso de los dones. Por el contrario, animó el uso de ellos, pero bajo ciertas directrices bíblicas bastante precisas. «Procurad alcanzar el amor; pero también desead ardientemente los dones espirituales, sobre todo que profeticéis» (1 Cor. 14:1). Podría imaginar a Pablo diciendo: «Pues debido a que han abusado de los dones, entonces es mejor que solo procuren amarse los unos a los otros». Pero ese no fue su consejo. Pablo ordenó algo como esto: «Busquen el amor, para que entonces puedan usar los dones de forma correcta, usándolos para la edificación de los creyentes y no para beneficio personal». Argumento #4: Son presentados como algo positivo Este argumento va de la mano con el argumento #3. Pablo no sola‑ mente corrige la práctica de los dones y tímidamente les dice que si quieren practiquen los dones, aunque su preferencia sería que mejor los dejen a un lado. Eso no fue el consejo del apóstol. Pablo les dice que anhelen los dones ardientemente. Uno de los versículos que más me desafía como continuista es 1 Corintios 14:1 porque muchas veces soy continuista de papel y no de práctica. Tengo que reconocer que 39
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me es más fácil continuar viviendo mi vida de creyente sin considerar que Dios anhela que yo desee ardientemente los dones espirituales. La razón por la que Pablo considera el uso de los dones como algo positivo es porque son de beneficio para la Iglesia y glorifican a Cristo al depender de Dios. El problema es que algunos en la iglesia los usan para su beneficio personal o no los usan de acuerdo con los lineamientos bíblicos. Pero el fin de los dones es el beneficio del cuerpo, la edificación del cuerpo de Cristo. Por eso Pablo desea que los anhelemos, porque los dones bendicen a la comunidad de creyentes. Argumento #5: Los dones nunca son presentados en categorías Esta controversia con respecto a los dones ha reducido la discusión a solo un puñado de dones, haciéndonos olvidar o aun menospreciar otros dones que la Biblia también reconoce como dones espirituales. Si miramos las listas de los dones en Romanos 12, 1 Corintios 12, Efesios 4 o 1 de Pedro 4, los dones nunca son separados en catego‑ rías. Una gran parte de mi convicción como continuista radica en que la ausencia de categorización bíblica de los dones obliga a que, para ser consistentes, deberían cesar no solo algunos dones, sino todos los dones espirituales, incluyendo el don de servicio, el de enseñanza, el de misericordia y hasta el don de generosidad. Uno de los efectos negativos de la controversia con respecto a los dones radica en que hemos renegado u olvidado los dones que pareciera que no son extraordinarios, pero que siguen siendo carismas que vienen únicamente por obra del Espíritu Santo. Argumento #6: Son misionales «Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hech. 1:8).
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Una de las partes más olvidadas en este debate es el aspecto misional de los dones espirituales. Es cierto que los dones son usados para la edificación del cuerpo de Cristo, pero también son usados como un instrumento en la expansión del evangelio. Vemos que en Hechos 1 se recibe poder del Espíritu de forma específica para cumplir con la misión de extender el evangelio. Recibimos poder para ser testigos, y ese poder incluye los dones espirituales que son usados de forma misional. Es posible que puedas estar pensando que se trata de un salto de fe el decir que los dones son para uso misional simplemente usando como texto el primer capítulo del libro de Hechos. Pero ese fin no solo lo encontramos en Hechos, sino que en 1 de Corintios 14 pode‑ mos ver que parte del uso de los dones también es para que crean los no creyentes. «Pero si todos profetizan, y entra un incrédulo, o uno sin ese don, por todos será convencido, por todos será juzgado; los secretos de su corazón quedarán al descubierto, y él se postrará y adorará a Dios, declarando que en verdad Dios está entre vosotros» (1 Cor. 14:24‑25). «Pero dado que todos los creyentes tienen el Espíritu y son candidatos reales para hablar proféticamente (ver Joel 2:28), Pablo anima a los corintios a buscar dones tales como el de profecía, y parece pensar que todo creyente podría probar y ver si Dios podría, de hecho, usarlos para entregar entendimiento profético a la comunidad. La expectativa de Pablo es que el ministerio profético de la comunidad reunida llevara a la con‑ versión de extraños que estén visitando, quienes responderán al postrarse y adorar a Dios declarando “¡Dios realmente está entre ellos!”».3
3 Ciampa, R. E., & Rosner, B. S., The First Letter to the Corinthians [La primera carta a los Corintios], (2010, Grand Rapids, MI; Cambridge, U.K.: William B. Eerdmans Publishing Company), p. 706.
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Entonces, podríamos concluir que el practicar los dones espirituales en la comunidad no es solo para la edificación de los creyentes, sino también para dar testimonio a los no creyentes de la presencia de Dios en medio de Su pueblo. Mi propósito no es llenar este libro de anécdotas, pero creo que esta es importante para el tema de los dones como misionales. En una ocasión llegó a la iglesia una persona que me pidió consejería sobre una relación amorosa. Durante esa primera conversación pude darme cuenta de que se estaba haciendo la víctima. Yo llegué a tener una fuerte impresión de parte de Dios de que esa persona estaba en pecado con su novio. Con mucho cuidado le abordé el tema y la persona aceptó que estaba cometiendo pecado sexual con su novio. Luego de este reconocimiento, la persona se arrepintió y reconoció su necesidad del Salvador. Desde mi perspectiva, eso es ejercicio de los dones espirituales operando de forma misional para llegar con el evangelio a personas no creyentes. Argumento #7: Son de beneficio en el ministerio «No descuides el don espiritual que está en ti, que te fue con‑ ferido por medio de la profecía con la imposición de manos del presbiterio» (1 Tim. 4:14). Vemos que los dones espirituales están activos en los miembros de la congregación que sirven como ministros (me refiero a todo aquel que tiene una posición de servicio, no solo a los pastores ordenados). Vemos que todo don espiritual debe ser cultivado y no descuidado. Además, es también importante enfatizar que el don de profecía fue usado por Dios para confirmar el llamado de Timoteo a través de los ancianos de la iglesia. Saber que los dones son una herramienta para edificar el cuerpo de Cristo nos hace conscientes de que no podemos servir a la Iglesia sin ellos. Por consiguiente, debemos cultivar un corazón servicial que entiende que cualquier don espiritual que Dios nos dé es para que la Iglesia sea edificada. Esta dependencia en Dios nos hace ser 42
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conscientes de que nuestras habilidades no son tales, sino dones dados por Dios para que su Iglesia sea bendecida. Argumento #8: Los dones están impregnados del evangelio Los dones no deben distraer nunca el mensaje del evangelio, sino que, por el contrario, deben embellecer y resaltar este glorioso mensaje. Para que los dones funcionen de forma correcta en la Iglesia, tenemos que aplicar la regla del amor (1 Cor. 13). La única forma en que el amor puede operar bíblicamente en nosotros es cuando hemos sido amados primero por Dios. Somos amados y podemos amar cuando vemos primero el amor de Cristo en la cruz. De esa forma, entonces, no usamos los dones para exaltarnos o sentirnos superiores, sino para servir y edificar. Por eso, cada ves que veo los dones operando en medio de la Iglesia, recuerdo que no son posibles sin que el evangelio funcione primero entre nosotros. ¿Que deseo comunicar en este capítulo? Que el hecho de ser con‑ tinuista no es simplemente porque tuve una experiencia sobrenatural muy fuerte y eso me obliga a ser continuista. No es para muchos el mero hecho de apropiarnos de poder para parecer espirituales o por‑ que incentivamos los milagros o las experiencias sobrenaturales. La realidad es que para muchos continuistas se trata de ser responsables ante una realidad donde sus conciencias están cautivas por la obe‑ diencia a la Palabra de Dios. Esto significa que no afirmar el hecho de que todavía estamos en una era donde los dones funcionan para toda la Iglesia, sería pecado debido a que nuestras conciencias están informadas por el estudio cuidadoso de la palabra de Dios. Esa es la base de nuestro argumento. Finalmente, soy continuista porque creo que toda la Palabra de Dios, en sus 66 libros, es la inerrante, autoritaria y suficiente revela‑ ción de Dios para Su pueblo. Debido a esto soy continuista. Espero que mis hermanos cesacionistas puedan ver que esta posición no se trata de un capricho o un mero experiencialismo, sino del estudio cuidadoso de un tema importante en la Palabra de Dios. 43
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ivimos en mundo de extremos, sentimos la necesidad de iden‑ tificarnos con los extremos para poder tener nuestra identidad asegurada y así evitarnos cualquier punto gris que nos genere dudas o mayores preguntas. Por ejemplo, en la política se tiende a ser de izquierda o de derecha. Pareciera como si solo pudiéramos ser conser‑ vadores o liberales. En cierta forma puedo entender ese impulso que nos lleva a definirnos en los extremos porque en realidad hay muchas áreas de gran importancia que requieren una definición que no sea ambivalente. Esto se puede ver de forma clara cuando hablamos de la santidad de la vida y la defensa del aborto. Estoy convencido de que como creyentes no podemos tener posiciones débiles u opuestas. Observamos lo mismo en la defensa de pilares de la teología cristiana como el evangelio, la Trinidad o la deidad de Cristo, en donde no podemos tomar posiciones livianas, inciertas o que se puedan con‑ tradecir de alguna manera. Es mi convicción que el tema de los dones también es uno de estos temas en donde tenemos que definirnos con absoluta claridad. Quisiera aclarar que no estoy tratando de decir que en otros temas no debemos de tener convicciones bíblicas o que no debemos darle importancia a tener una definición personal sobre todo tema teoló‑ gico. Tengo la completa convicción de que, en cada tema, todo cre‑ yente debe tener una convicción personal profunda. De otra manera, 45
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estaríamos pecando, tal como lo indica la siguiente exhortación de Pablo: «La fe que tú tienes, tenla conforme a tu propia convicción delante de Dios. Dichoso el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba. Pero el que duda, si come se condena, porque no lo hace por fe; y todo lo que no procede de fe, es pecado» (Rom. 14:22‑23). El apóstol Pablo enseña que todos debemos de informar nuestra con‑ ciencia con convicciones profundas y que debemos actuar conforme a ella para no pecar. El tema de los dones es uno de estos temas que requieren de una profunda convicción personal donde cada creyente le rendirá cuenta a Dios de su convicción. Ningún creyente puede decir que alguien no está siendo bíblico cuando dice que los dones continúan porque hay suficiente información bíblica que apoya esta posición doctrinal. De la misma forma, los continuistas pueden obser‑ var cómo un cesacionista arriba a su convicción doctrinal ayudado por la teología histórica. Lo que ambos necesitan es llegar a tener convicciones profundas que les permitan entregar con claridad su posición al que tiene una convicción distinta. Lo que estoy tratando decir es que hay temas donde podemos percibir que otros creyentes están arribando a convicciones diferentes, pero a pesar de la diferencia se puede observar que están siendo res‑ ponsables en el manejo de la Palabra de verdad (2 Tim. 2:15). Si este fuera el caso, entonces en esos temas no deberíamos menospreciar a los que difieren de nosotros. Desde mi perspectiva, el tema de la continuidad de los dones es uno de estos temas en donde deberíamos tener convicciones profundas, pero también deberíamos reconocer que otros creyentes pueden tener perspectivas diferentes. Pero tal diferencia de perspectiva no hace que ellos sean menos creyentes o que no merezcan nuestro respeto como hermanos en Cristo. Quisiera presentarles varios ejemplos que faciliten el entendi‑ miento de este tema. Por ejemplo, en la escatología hay una gran variedad de posiciones. Yo me considero amilenial, he estudiado el 46
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tema a profundidad y he llegado a esa convicción en mi consciencia. Pero también soy consciente de que otros creyentes son premilenia‑ les, y respeto a aquellos que han llegado a esa convicción a través de un profundo estudio de la Palabra. Lo mismo puedo decir con respecto al tema del bautismo. Yo soy credo-bautista, pero he seguido el argumento de mis hermanos presbiterianos que los ha llevado a la convicción del bautismo de infantes. No estoy de acuerdo con esa práctica, pero entiendo su argumento, lo respeto y pienso que ellos son tan creyentes como yo. El problema, una vez más, es que hemos hecho de esta cultura de extremos nuestra batalla principal. Algunos organizan conferen‑ cias solo para atacar a los hermanos con los que difieren en temas con conclusiones diferentes. No es igual una conferencia en donde el tema es la defensa del verdadero evangelio, a una conferencia dedicada a criticar a los hermanos continuistas porque creen que los dones no han cesado y que siguen en operación. El hecho de que algunos abusen y usen de manera incorrecta los dones, no nos da la libertad para concluir que los que tienen una convicción continuista no son creyentes o son cristianos de segunda o tercera categoría. De la misma forma, los continuista no deben participar de foros cuyo propósito es criticar a todos los cesacionistas solo porque hay algunos que matan el mover del Espíritu. El hecho de que haya personas que son híper-cesacionistas no quiere decir que todos los cesacionistas son fríos y que no dependen del poder del Espíritu santo en sus vidas. Como lo dije anteriormente, el establecer nuestra identidad a tra‑ vés de etiquetas nos hace sentir seguros. Algunos se consideran continuistas en la línea de Piper, Grudem y Núñez. Otros se perciben en el lado opuesto porque son cesacionistas de la línea de MacArthur, Fergurson y Michelén. Yo considero que se trata de un error dejar que sean pastores famosos los que definan nuestra interpretación de las Escrituras y que nos sintamos seguros solo por el hecho de per‑ cibir que, de alguna manera, nos hemos unido a su clan. El problema radica en que, sin darnos cuenta, nos terminamos aislando de otros, y desde ese supuesto lugar seguro, como la guarida de un francotirador, es fácil atacar a otras personas. 47
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No me costaría nada decir que todos los cesacionistas son fríos si es que no hubiera interactuado con Greg Travis, uno de los miem‑ bros del concilio de Coalición por el Evangelio, y no hubiera visto su pasión por ver el obrar del Espíritu Santo en su vida y ministerio. Sería muy fácil decir que los continuistas son unos desordenados si es que no hubiera conocido a pastores e iglesias que anhelan ver los dones operando con fidelidad en sus congregaciones y que ese anhelo ferviente va acompañado de un estudio profundo de las Escrituras. Yo deseo proponer que nos definamos claramente en nuestras consciencias, que tengamos convicciones profundas y sólidas, pero que también veamos que, si dejamos los extremismos, todos seremos continuistas y todos seremos cesacionistas. Lo que quiero decir con esto es que todos tenemos posiciones que hablan de aspectos de la vida cristiana que han cesado de operar luego de la era apostólica y todos tenemos aspectos que continúan operando aun hoy en día. Yo soy cesacionista firme, por ejemplo, en cuanto al canon. Yo creo que el canon de las Escrituras está cerrado y no hay ninguna revelación adicional que pueda añadirse al mismo. Que todo movimiento o cono‑ cimiento que provenga de fuentes fuera del canon será solamente de provecho si es que están de acuerdo con la enseñanza presentada en los únicos sesenta y seis libros que componen la Biblia. Debido a mi convicción de que el canon está cerrado, no creo que el ministerio apostólico continúa de forma similar al de la Iglesia del primer siglo. Pienso que pastores pueden ejercer funciones similares a la que fungieron los apóstoles, pero solo en el sentido de cuidar de otros pastores, apoyar obras pioneras de plantación y servir o dar apoyo a varias iglesias. Muchas denominaciones llaman «obis‑ pos» a los pastores que ejercen este tipo de papel supervisor. Sin embargo, la función apostólica de edificar el fundamento teológico y el canon Escritural de la Iglesia ha cesado luego de la muerte de los apóstoles. Por otro lado, todos somos continuistas debido a que creemos que Dios todavía hace milagros. Sé que podemos diferenciarnos por el grado, forma y metodología con respecto a los milagros o las intervenciones sobrenaturales de Dios, pero la verdad es que no he 48
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conocido ningún creyente que no haya tenido un familiar cercano enfermo que no haya traído la petición a Dios para que Dios inter‑ venga y sane a su ser querido. Algunos podrían creen que Dios les da a ciertos creyentes el don de orar por personas y que el Señor los utiliza para sanar más personas que un creyente sin este don. Otros pueden creer que ya Dios no sana por ningún medio que con‑ tenga intervención de un humano, ni por imposición de manos, o por oración de los ancianos. Pero lo que si creemos todos es que Dios continúa sanando a personas. En ese sentido, todos podemos decir que somos continuistas. Como ya les he dicho, mi deseo no es basar este libro solo en anécdotas o experiencias, pero hay algunas que merecen ser conta‑ das. Kathy y yo nos casamos en el año 1999, ambos éramos jóvenes profesionales y decidimos esperar unos años antes de tener un bebé. Nuestra mayor motivación para esperar era el poder llegar a tener una situación financiera que permitiera que Kathy pudiera quedarse en la casa para criar a los niños. No voy a negar que en esos primeros años de matrimonio sin hijos disfrutamos mucho del tiempo juntos. Cerca de nuestro quinto aniversario de matrimonio decidimos comenzar de forma intencional a buscar que Kathy quedara embarazada. Los meses pasaban y ya nos comenzábamos a preocupar que Kathy no quedara embarazada. Decidimos ir al doctor y luego de varias pruebas nos confirmaron que Kathy no podía concebir debido a una condición médica. Comenzamos a ver diferentes alternativas médicas para que ella pudiera quedar embarazada, pero por razones de consciencia y por temor a las consecuencias de algunos de los tratamientos, no usamos ningún tratamiento con fármacos. El doctor sugirió que cambiáramos la dieta de Kathy porque podía en estos casos ayudar a que ella quedara embarazada. Pero paso un tiempo considerable y el resultado era el mismo, Kathy no quedaba embarazada. Esos meses y años que pasamos sin poder concebir fueron muy difíciles. Nosotros nos concentramos en glorificar a Dios en medio de la prueba. Nuestros tiempos devocionales, nuestras ora‑ ciones se concentraban en pedirle a Dios que pudiéramos estar satis‑ fechos en Él y que nuestro gozo no estuviera definido por el regalo 49
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de tener un hijo, sino que nuestro gozo fuera solo Él. El salmo 73 se convirtió en un bálsamo para nuestras almas: «¿A quién tengo yo en los cielos, sino a ti? Y fuera de ti, nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón pueden desfallecer, pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre» (Sal. 73:25‑26). Al recordar este tiempo tan difícil, todavía en nuestras vidas pode‑ mos ver la gracia de Dios al enseñarnos por medio de esa prueba a amarle más y estar más satisfechos en Él. Saber que Cristo murió para que pudiéramos tener comunión con Él nos dejaba saber que esa comunión es más importante que el poder tener comunión con nuestros propios hijos. Pasaron más de dos años caminando por esa difícil prueba. Toda‑ vía recuerdo cuando Kathy se me acercó un día y me dijo: «Joselo, hemos estado orando para glorificar a Dios en medio de esta situa‑ ción, creo que Dios nos está ayudando a poder hacerlo. Pero creo que debemos de orar para que Dios nos dé un hijo». En ese momento me di cuenta de mi falta de fe al no confiar en que Dios todavía es sobe‑ rano y puede hacer como a Él le plazca (Sal. 115:3). Comenzamos a orar más específicamente y en obediencia a la enseñanza de Santiago, un anciano de la iglesia oró para que su vientre fuera abierto. «¿Está alguno entre vosotros enfermo? Que llame a los ancia‑ nos de la iglesia y que ellos oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor» (Sant. 5:14). Sin ninguna otra explicación, luego de que los ancianos oraron, espe‑ cíficamente en el próximo ciclo mensual de mi esposa, nuestro hijo Joey fue concebido. Todavía mis ojos se llenan de lágrimas al pensar en la misericordia de Dios al concedernos nuestra petición. Nosotros sabemos que no merecíamos este regalo, lo que en realidad mere‑ cemos es el infierno, pero Dios en Su misericordia nos ha dado el 50
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mayor regalo al recibir la salvación por medio de Su Hijo Jesucristo. Sabíamos que no merecíamos que Dios nos concediera esa petición, pero eso no cambia el hecho de que Dios nos invita a traer nuestras peticiones ante Él. «Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante ora‑ ción y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios» (Fil. 4:6). Kathy y yo estábamos afanados porque no podíamos concebir y en la Biblia encontramos el llamado de Dios a traer nuestras peticiones delante de Él. Las presentamos con acción de gracias, no deman‑ dando, no atando o declarando, sino con acción de gracias porque es algo que nunca mereceremos. Eso no significa que vamos dando gracias anticipadas por lo que va a suceder. Damos gracias porque ya Dios nos ha dado lo mejor, el perdón de nuestros pecados, lo que nos permite ir ante Él cuándo estamos ansiosos para derramar nuestros corazones y presentar nuestras peticiones. No conozco ningún cre‑ yente que no tenga una petición en algún momento de su vida. Esto quiere decir que todavía creemos que Dios puede sanar a enfermos y que de alguna forma continúan los milagros. Todos somos conti‑ nuistas, todos somos cesacionistas. Un tema que voy a tocar varias veces en este libro es que hemos olvidado los dones menos «extraordinarios». Soy consciente de que la controversia sobre la continuidad de los dones gira alrededor de aquellos dones que parecieran ser más milagrosos o sobrenaturales como profecía, lenguas o sanidad. Pero en medio de tal controversia, todos nos hemos olvidados de ser continuistas con el resto de los dones. Todos debemos ser continuistas al ver que solo por el poder del Espíritu Santo podemos ser generosos, enseñar, servir, ser mise‑ ricordiosos o administrar. El problema de las etiquetas extremas nos ha hecho poner en segundo plano los dones que todos juntos debe‑ ríamos abrazar y celebrar porque es el mismo Espíritu Santo quien está continuamente trabajando de forma sobrenatural en formas que parecen ordinarias. 51
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Poniendo a un lado los dones que pudieran ser controversiales, tranquilamente todos podemos identificarnos como continuistas en el sentido de que entendemos que se trata de un milagro sobrenatural el hecho de que existan personas que sirvan empoderadas por el Espíritu Santo. Hemos olvidados que todos los dones son sobrenaturales al ser impartidos por el Espíritu Santo y que todos debemos cultivar‑ los para el beneficio y edificación del cuerpo de Cristo. Uno de los efectos más nocivos de la controversia en este tema es el abandono de la dependencia al Espíritu Santo (por ambas partes) en dones como los de servicio, generosidad, enseñanza y todos los dones a los que etiquetamos simplemente como «ordinarios». Sin embargo, en esencia, todos son milagrosos y muestran el cuidado directo de Dios para con Su Iglesia por medio de dones impartidos por el mismo Dios para que sean usados para el beneficio del cuerpo de Cristo. Por lo tanto, celebremos la continuidad de los dones con los cuales podemos estar de acuerdo. Un argumento que he escuchado en muchos respetados amigos cesacionistas es que creen que todos los dones sobrenaturales han cesado, pero que Dios es soberano y hace lo que le place. Entiendo el argumento porque en cierta forma están diciendo que los abu‑ sos que vemos con los dones ciertamente no son bíblicos, pero no existen argumentos bíblicos para decir que todos los dones cesaron. Por consiguiente, entienden que Dios todavía puede manifestarse en la forma en que Él lo desee. Ese argumento afirma el continuismo bíblico, aunque también señala con claridad que todo desorden o abuso de los dones no debe ser permitido en la Iglesia. Pero a pesar de lo anterior, debemos de estar abiertos a la posibilidad de que Dios se manifieste de formas que ya ha prescrito en Su propia revelación para la edificación de la Iglesia. Pero también tengo que afirmar que todos deberíamos ser cesacio‑ nistas porque toda práctica de los dones que se aparten de las normas bíblicas no debe ser respaldada. Podemos afirmar que los abusos de los dones deben cesar porque nunca debe permitirse en la Iglesia lo que la biblia no autoriza. Todos los creyentes debemos de unirnos y no permitir que la práctica de dones sea usada para elevar a ciertos 52
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creyentes por sobre otros, para manipular emociones, o que esas pseudo-experiencias sobrenaturales erosionen u ocupen el lugar que solo debe tener la supremacía de las Escrituras. En esto todos los creyentes debemos de ser cesacionistas. Considero muy importante que todos los creyentes abracemos la idea de que estamos en un rango medio entre las convicciones cesacionistas y continuistas. Si somos sinceros y honestos, tenemos que afirmar que nadie puede decir que tiene la totalidad del enten‑ dimiento de cómo se deben practicar los dones en la Iglesia actual. Por un lado, podemos caer en los abusos de hacer de los dones sobre‑ naturales lo más importante en la Iglesia y una marca distintiva de espiritualidad. Por otro lado, podemos negar tanto el trabajo sobrena‑ tural de Dios que impedimos que el Espíritu Santo trabaje en nuestras vidas e iglesias. Por eso este es un tema en el cual es imperativo que desarrollemos convicciones personales y congregacionales, pero tam‑ bién debemos mantener una perspectiva humilde donde entendamos que otros creyentes e iglesias pueden, con clara conciencia, diferir y tener practicas diferentes. Sé que algunos me pondrán el sello de «ecuménico». Déjenme ser claro, no estoy hablando de poner en juego la doctrina de la Trinidad, la deidad de Cristo, la justificación por fe u otras doctrinas cardinales del cristianismo. El negociar con estas doctrinas es la diferencia entre ser ortodoxo y ser hereje. Un aspecto importante del ser protestante es la realidad de que no somos como la iglesia católica en donde todos debemos de estar de acuerdo con el 100 % de todos sus dog‑ mas. Como reformados estamos abiertos a ser convencidos por la Palabra de Dios y así seguir reformando nuestras convicciones. Esto nos permite reconocer que existen diferentes creyentes que pueden tener diferentes convicciones en estos temas. Sin embargo, el pro‑ blema de no entender que todos somos cesacionistas y continuistas es que podemos caer en el grave error de señalar como no creyentes a personas que realmente son salvas. Solo debemos mirar la 1 Corintios para ver que el apóstol Pablo podía reconocer como verdaderos creyentes a los miembros de igle‑ sias con serios problemas. Esta carta es escrita a una congregación 53
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que tenía problemas morales y teológicos. Uno de sus principales problemas era el sectarismo causado por el abuso de los dones espi‑ rituales. Vemos esto cuando ellos se identifican con diferentes líderes y creaban un cristianismo exclusivo (1 Cor. 1:12; 3:1‑9). Pablo les escribió: «Porque cuando cada uno dice: Yo soy de Pablo, y otro: yo de Apolos, ¿no sois simplemente hombres?» (1 Cor. 3:4). En la Iglesia moderna no estamos lejos de esto cuando algunos dicen yo soy de MacArthur, yo soy de Piper, yo soy del «verdadero» refor‑ mado o pentecostal. Creamos sectas y divisiones por un tema que no debería causarlo en lo absoluto. Lo interesante es que, en el tiempo de los corintios, los que eran más hábiles con el uso de los dones espirituales crearon una «casta» superior en la Iglesia, esa era la marca de espiritualidad. En el día de hoy, algunos hacen lo contrario, mientras menos tocan lo subje‑ tivo y sobrenatural más espiritual son y se tiende a menospreciar a verdaderos creyentes porque no son tan intelectuales como ellos. Por el contrario, Pablo tuvo conocimiento de los serios problemas de la iglesia de Corinto, pero nunca los trató como si no fueran sus her‑ manos en Cristo. En el primer capítulo de la carta, Pablo claramente los anima como hermanos en la fe y corrige en amor sus prácticas erróneas. Es un poco irónico pensar que, en medio de la controversia de los dones espirituales, se ha olvidado que una de las porciones más hermosas que habla del amor en la Biblia, justo está en medio de pasajes que hablan de los dones (1 Cor. 13). Pablo nos dice en esa sección que poco importa tener dones si es que no se tiene amor. De la misma forma, poco importa tener la mejor teología si carecemos de amor. Poco importa tener la mejor liturgia, o solamente usar los instrumentos musicales «espirituales» y no tengo amor. Si pudiéra‑ mos ver que todos somos cesacionistas y todos somos continuistas podremos cultivar el amor los unos por los otros porque tenemos aquello que nos une a Cristo. «Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, he llegado a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviera el don de la profecía, y entendiera 54
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todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy» (1 Cor. 13:1‑2). Podríamos también leer la carta a los Gálatas y ver el trato duro que Pablo le da a esta iglesia porque tenía apariencia de piedad, pero habían olvidado tener comunión con otros hermanos. Ellos basaron su espiritualidad en el cumplimiento de reglas y rechazaban a otros creyentes que no se ajustaban a estas reglas. Cuando le decimos a hermanos con los que diferimos en el tema de los dones que ellos no son salvos, quizás no se lo decimos textualmente, pero lo insinuamos con algunos comentarios sarcásticos, chistes de mal gusto y burlas sobre sus prácticas. Al hacerlo así, estamos actuando como Pedro y debemos ser corregidos a tiempo como lo hizo Pablo. Así como abusar de los dones es reprensible, también lo es una conducta que pinta a creyentes como no creyentes y el no estar dispuesto a partir el pan con ellos para marcarlos como que no son hermanos. Cuidémonos de no caer en el error de la iglesia de Galacia: «¡Oh, gálatas insensatos! ¿Quién os ha fascinado a vosotros, ante cuyos ojos Jesucristo fue presentado públicamente como crucificado? Esto es lo único que quiero averiguar de vosotros: ¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan insensatos sois? Habiendo comenzado por el Espíritu, ¿vais a terminar ahora por la carne? ¿Habéis padecido tantas cosas en vano? ¡Si es que en realidad fue en vano! Aquel, pues, que os suministra el Espíritu y hace milagros entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley o por el oír con fe?» (Gál. 3:1‑5). Algunos dicen, directa o indirectamente, que su pneumatología correcta (doctrina del Espíritu Santo) sobre los dones es un requisito para la salvación. Es evidente que Pablo no lo consideraba de esta forma. Por el contrario, él trató como hermanos a los miembros de la iglesia de Corinto. Pero a la iglesia de Galacia le habló fuerte‑ mente porque su conducta de separación era contraria a la unidad 55
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del evangelio. Tu piedad no te salva, tus grados del seminario no te salvan, tu conocimiento perfecto de teología sistemática no te salva, ¡SOLO CRISTO SALVA! Arrepintámonos de nuestra arrogancia de separar hermanos que son verdadero hermanos por un orgullo espiritual en un tema que no lo amerita. Todos debemos de tener convicciones profundas, pero todos debemos de dar espacio para que otros tengan las suyas. La realidad es que todos somos continuistas y todos somos cesacionistas. Se me dificulta mucho poder relacionarme con algunos que, en persona, se comportan de forma cordial, pero en las redes sociales se transforman y lanzan duros ataques contra todo continuista. Tam‑ bién es difícil tratar a otros que se han auto proclamado «apóstoles» de la defensa de la correcta doctrina de los dones espirituales y por eso viven atacando a las personas carismáticas. El problema con esta actitud beligerante es que muchas veces sus comentarios no son cuidadosos e incluyen a todos en una misma categoría extrema. Les repito que yo estoy de acuerdo con que hay personas que abusan de los dones, que los practican erróneamente. Sé que hay personas que se identifican con el movimiento carismático que son realmente here‑ jes. Pero si simplemente ponemos comentarios sumamente generales sin tener el cuidado de que podrían comunicar que todo continuista cae en la categoría de hereje es irresponsable. Sería lo mismo que decir que todo reformado es un híper-calvinista o todo cesacionista en un «escogido congelado» (frozen chosen). El problema principal con hacer del tema de los dones un grito de batalla personal tanto del lado continuista como del cesacionista es que podemos tender a olvidar o dejar de lado el predicar la belleza de Cristo. Yo vivo en los Estados Unidos donde mucha de la población hispana es inmigrante y muchos de ellos trabajan toda la semana fuertemente en la agricultura, construcción y jardinería. Nadie quiere estar en una iglesia donde lo único que se hace es criticar a los que se consideran falsos maestros y las prédicas son sobre desenmascarar los lobos. Por supuesto, debemos identificar a los lobos vestidos de ovejas a través de la enseñanza y la predicación en nuestras con‑ gregaciones. Pero si predicamos de forma expositiva, lo haremos 56
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en textos que claramente apuntan a esa realidad. Pero aun cuando estemos enfatizando lo malo, no debemos olvidar de señalar a lo que todo pasaje de la Escritura apunta: la belleza de nuestro Redentor Jesucristo. Los dones espirituales son importantes, pero no deben ser el enfoque central de ningún ministerio, ya sea para promoverlos o atacarlos. Nuestro enfoque central y primordial es predicar a Cristo, Su persona y Su obra, el evangelio de nuestra salvación. «Cuando fui a vosotros, hermanos, proclamándoos el testimo‑ nio de Dios, no fui con superioridad de palabra o de sabi‑ duría, pues nada me propuse saber entre vosotros, excepto a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Cor. 2:1‑2). Cuando recordamos que todos somos de alguna manera cesacionistas y continuistas no olvidemos que todo verdadero creyente es parte de un mismo pueblo. Recordemos que ese pueblo fue comprado a precio de sangre, y recordemos que nuestro enfoque primordial y central es mostrar a Cristo y a este resucitado.
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ace unos años tuve el privilegio de grabar un video4 junto al pastor Salvador Gómez Dickson sobre el tema del continuismo y cesacionismo. Los que conocen mi postura y la de Salvador saben que ambos estamos en lados opuestos del entendimiento en cuanto a la prevalencia de los dones extraordinarios en nuestros días. Durante la grabación pudimos exponer brevemente nuestras posiciones sobre el tema. Mi mayor temor durante la grabación no radicaba en que no pudiera exponer bien mi posición como continuista y mucho menos en que no ganase este supuesto debate, sino que durante la discusión se percibiera cierta hostilidad entre ambos con relación a este tema. Pero la gracia de Dios se hizo evidente y al ver este video5 se pudo apreciar a dos hermanos en la fe que se aman, respetan y afirman la obra de Dios en el otro mientras conversaban sobre un tema en el cual difieren de forma respetuosa y amable. De todos los artículos que he publicado en la página de Coalición por el Evangelio y de todos los videos que he grabado, este es el que más muestras de ánimo me ha hecho recibir. Durante mis viajes, o cuando estoy visitando iglesias, con frecuencia hay personas que me hacen comentarios favorables sobre el video. La mayoría de ellos 4 Uno de los pastores de la Iglesia bíblica del Señor Jesucristo en Santo Domingo, República Dominicana. 5 https://www.coalicionporelevangelio.org/video/dones-del-espiritu-continuismo -vs-cesacionismo/
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no me agradecen por mi elocuencia, por mi majestuoso dominio del tema o por defender nuestra postura, sino por reflejar el amor de Cristo junto con un hermano en la fe, mientras discutíamos un tema en el que no concordábamos. El poder mostrar una unidad que es superior a nuestras diferencias, el reconocer que ambos hemos sido salvados por gracia, el reafirmar con humildad que ambos entende‑ mos que somos pecadores y que tenemos al mismo redentor, hizo que podamos mantenernos verdaderamente unidos a pesar de nuestras diferencias. Aunque mi deseo al escribir este libro es poder presentar una defensa bíblica del continuismo (vamos a verlo más adelante en el libro), mi mayor deseo es poder presentar el evangelio y mostrar cómo hermanos que podemos tener diferencias en lo secundario, sabemos que estamos bien unidos en lo primario. Quisiera enfatizar con la mayor firmeza posible que los creyentes tenemos que apren‑ der que es posible tener convicciones bíblicas en las que podemos diferir, pero que eso no quita que somos hermanos y estamos unidos de forma indiscutible porque Cristo murió por nosotros sin distinción alguna. Lo que determina si soy un cristiano no es mi entendimiento de los dones, sino mi entendimiento y confianza en el evangelio. Sé que algunos cesacionistas pueden tener muy en cuenta los abu‑ sos de algunos continuistas y pueden considerar que esos abusos socaban el evangelio. Pero mi súplica es que no midan a todos los continuistas con la misma vara solo porque hay algunos que abu‑ san. De la misma forma, puedo pensar en algunos continuistas que identifican a los cesacionistas como aquellos que están en lugares donde el Espíritu Santo es blasfemado al no depender de Él. Quisiera comunicarles a mis hermanos continuistas que piensan así, que no incluyan a todos los cesacionistas solo por algunos que obstaculizan el obrar de Dios. El problema en ambos casos es que hemos permitido que los extremistas sean los que controlen la discusión con respecto a este tema. ¿Cómo poder identificar a un extremista? Desde mi perspectiva, son aquellos en los que el cesacionismo o el continuismo se ha con‑ vertido en su evangelio. Todas sus conversaciones giran alrededor de 60
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este tema, sus comentarios en las redes sociales están llenos de orgu‑ llo hacia su postura y desprecio hacia los demás, en sus prédicas lo único que hacen es criticar, en lugar de mostrar la belleza de nuestro Redentor. Por el contrario, y esto lo digo con mucho respeto y humil‑ dad, la gran diferencia en la conversación entre el pastor Salvador y yo fue que nuestro evangelio no era la posición que sostenemos con respecto a los dones. Nuestro evangelio es Cristo y este crucificado. No quisiera que tomes esta exhortación con liviandad. Si te sientes identificado en algo o en mucho como uno de estos extremistas que han cambiado el evangelio de Cristo por el evangelio de su posición con respecto a los dones, te animo a que te arrepientas de atacar a la novia de Cristo. Deja de ser como Saulo camino a Damasco que perseguía a la Iglesia. Abraza el verdadero evangelio, donde tu pri‑ mordial pasión es proclamar a Cristo y Su obra de gracia. Quisiera aclarar una vez más que no me considero ecuménico. Lo que estoy tratando de decir es que tengamos el discernimiento bíblico para identificar a nuestros verdaderos hermanos y no dejemos de tener comunión con ellos en amor. Esto no elimina el hecho de que, en ocasiones, será apropiado señalar los abusos y los extremos dañinos, pero debemos hacerlo de tal forma que no generalicemos injustamente y terminemos incluyendo en los comentarios a verdade‑ ros creyentes. Debemos entender que el evangelio nos llama a hablar la verdad en amor y que todo lo que digamos o hagamos sea para edificación y no para destrucción (Ef. 4:15; 2 Cor. 13:10). Existe otro peligro que debemos considerar para no caer en extre‑ mos. Algunas veces, en lugar de tener convicciones propias, sim‑ plemente seguimos casi ciegamente las causas y los dichos de las celebridades del mundo cristiano. Nos convertimos en sus guerreros y usamos las redes sociales o cualquier otro medio para difundir sin filtros sus mensajes. Por lo tanto, no es raro que muchos de los ataques en redes sociales sean de personas que probablemente no saben muy bien de lo que están hablando, ni están llamados para hacerlo. Por todo lo anterior, quisiera reiterarte mi invitación a que seas humilde y no ataques a la novia de Cristo. No olvidemos que 61
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una de las funciones principales del Espíritu Santo es unir al cuerpo de Cristo. «Mas no ruego sólo por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno. Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfeccionados en unidad, para que el mundo sepa que tú me enviaste, y que los amaste tal como me has amado a mí» (Juan 17:2‑23). «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Juan 17:3) «Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros» (Juan 13:34‑35). Una de las labores del Espíritu Santo en el Libro de los Hechos era unir al pueblo de Cristo mientras iba salvando a los elegidos. El Libro de los Hechos muestra al imparable Evangelio de Cristo siendo predi‑ cado y salvando a multitud de personas por todo el Imperio romano a través del obrar del Espíritu Santo. Al salvar a todas esas perso‑ nas de diferentes nacionalidades, trasfondos y posiciones sociales, el Espíritu Santo los trae a la unidad del cuerpo de Cristo. El apóstol Pablo, testigo de excepción de esa obra maravillosa del Espíritu en Hechos, lo describe de la siguiente manera: «Pues por un mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo, ya judíos o griegos, ya esclavos o libres, y a todos se nos dio a tener del mismo Espíritu» (1 Cor. 12:13). 62
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Es interesante ver que este glorioso Libro de los Hechos no solo da muestras del poder del Espíritu para salvar, sino también de Su poder para mantener a todas esas personas tan diversas y diferentes en un mismo cuerpo. Muchas veces pasamos por alto la demostración de poder en la unidad de la Iglesia a lo largo de todo el Libro de los Hechos. Desde la unidad en el Aposento Alto, la generosidad de la Iglesia al cubrir las necesidades de sus hermanos, el orar juntos por los prisioneros, el cuidado de Priscila y Aquila por Apolos, el Con‑ cilio de Jerusalén, el evidente amor de la iglesia de Éfeso al despedir a Pablo y mucho más; en todos ellos vemos una y otra vez cómo el poder del Espíritu no es solo demostrado al salvar a personas, sino también, y de forma preeminente, al unirlas al cuerpo de Cristo. La obra del Espíritu no es simplemente salvar a personas para que estas vivan de forma solitaria. La realidad del obrar del Espí‑ ritu es que nos salva para que tengamos comunión uno con otros, que es parte esencial del tener comunión con Dios (1 Jn. 1:3). Por eso es fundamental que antes de empezar a lanzar acusaciones o comentarios incendiarios, podamos tener el discernimiento para saber si las personas involucradas en nuestros futuros comentarios son creyentes como nosotros. Esto es de vital importancia porque si lanzamos una fuerte crítica, por ejemplo, en las redes sociales, y lo hacemos dando a entender que el grupo al que estamos seña‑ lando no son creyentes y en realidad lo son, estaríamos haciendo el trabajo del demonio al crear separación entre el cuerpo de Cristo, cuando el Señor nos ha llamado a mantenerlo en unidad. En esta época de redes sociales estamos muchas veces más ocupados en hacer crecer nuestra cantidad de seguidores en vez de cuidar la unidad dentro del cuerpo de Cristo. La naturaleza humana caída también se manifiesta en las redes y a veces nos hace más popular el mofarnos, criticar y actuar como justicieros de las redes, que animar la unidad entre verdaderos hermanos que tienen diferencia en aspectos secundarios. «Yo pues, prisionero del Señor, os ruego que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con 63
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toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos unos a otros en amor, esforzándoos por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también vosotros fuisteis llamados en una misma esperanza de vuestra vocación» (Ef. 4:1‑3). Les reitero, no estoy hablando de ecumenismo, y mucho menos de dejar pasar todo pensamiento equivocado. Hay verdaderos herejes en ambos lados del espectro que afirman que solo sus formas y sus creencias te hacen creyente. Eso siempre será condenable. Tampoco quisiera quitarle el entusiasmo a todos aquellos que tienen como meta ser lo más precisos posibles en su entendimiento doctrinal. Sin embargo, si tu meta en la vida es tener la mejor definición sobre el tema de los dones, pero en el proceso pierdes la sensibilidad y la pasión por el único evangelio de Cristo, lo habrás perdido todo. Pablo llama a Timoteo a cuidar la iglesia de Éfeso y proteger la sana doctrina. También vemos en Apocalipsis que la misma iglesia de Éfeso guardó la verdad, pero en el proceso perdió su primer amor (Apoc. 2:1‑7). Permítanme darles un ejemplo que nos puede dar mayor claridad. Muchas veces en las redes sociales se incluyen memes de herejes modernos y los identifican, por ejemplo, como arminianos. Para mí ese tipo de publicaciones demuestra una gran ignorancia sobre la definición clásica del arminianismo. Aunque la posición arminiana difiere de la reformada luego de la controversia soteriológica que siguió la reforma protestante, ambas posiciones son consideradas ortodoxas. Esto significa que ambos, arminianos y reformados, son considerados cristianos. Si fuéramos un poco más profundos desde el punto de vista teológico, podrías decir que lo que sucede es que se tiende a confundir el pelagianismo con el arminianismo. No tengo el tiempo para ahondar en estos temas en este libro, pero a los interesa‑ dos los invito a profundizar en el tema. Sin embargo, los cristianos que defiendan una posición ortodoxa del arminianismo deberían ser aceptados como hermanos en la fe, aunque existan aspectos doctri‑ nales en donde haya diferencias. 64
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Lo mismo sucede con las diferentes posiciones con respecto a los dones. Tendemos a poner «etiquetas» a personas que no le corresponden. Nos gusta el sensacionalismo y las exageraciones. Los que están en el lado opuesto tienden a ver a los cesacionistas como los elegidos congelados y los cesacionistas tienden a ver a los continuistas como locos que brincan, caen en éxtasis y tienen experiencias bastante subjetivas o místicas. Estas observaciones exageradas crean caricaturas y causan dolorosas divisiones en la Iglesia. Yo estoy tratando de ser lo más sincero posible. Por eso les qui‑ siera contar que cuando leí el libro Fuego Extraño de John MacAr‑ thur, me pareció que incluyó a todos los continuistas dentro de un mismo saco. Yo respeto el ministerio del pastor MacArthur, es un hombre que Dios ha usado de muchas formas para bendecir la Igle‑ sia. Pienso que las intenciones del libro son nobles al desear proteger la autoridad de la Palabra de Dios. Pero desde mi perspectiva, el efecto del libro fue muy desafortunado porque creó sectas dentro del cristianismo. El libro no fue cuidadoso de apuntar específicamente a movimientos que usan los dones en formas que no están prescritas en la Biblia. Aquellos que deseamos someternos a las enseñanzas de Pablo en 1 Corintios 12‑14 podemos pensar que hemos sido injustamente incluidos en los grupos que el pastor John ataca con tanta fuerza. Es muy posible que esto pueda causar división en el cuerpo de Cristo. Tengo bastante claro en el hecho de que el pastor MacArthur no cree que todos los continuistas son «peligrosos». Por ejemplo, durante algunas de las conferencias pasadas en su iglesia ha invitado a Bob Kauflin a liderar la alabanza. Todos sabemos que Bob es continuista, por lo que se evidencia que el pastor MacArthur debe tener algunas categorías con respecto a los continuistas. No todos están en el mismo saco. Sin embargo, lo que lamento es que muchos de sus seguidores tomaron Fuego Extraño y lo aplicaran de una forma extrema. Todos los creyentes que estamos invirtiendo tiempo en pensar sobre el tema los dones espirituales debemos pasar tiempo meditando en Efesios 4 para estar seguros de que, en medio de nuestro deseo de 65
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ser fieles al Señor y Su Palabra, no terminemos dividiendo y atacando al mismo cuerpo de Cristo. Si parte de la obra del Espíritu es crear unidad en el Cuerpo, entonces uno de los puntos que recalca Pablo en su carta a los Efesios es dejarnos ver que aquellos que atacan la unidad del cuerpo de Cristo están trabajando como agentes de Satanás y contristando al Espíritu Santo. «… ni deis oportunidad al diablo […]. Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, por el cual fuisteis sellados para el día de la redención» (Ef. 4:27, 30). Ambos versículos están en el contexto de esta exhortación inicial presentada por el apóstol en su carta: «Yo pues, prisionero del Señor, os ruego que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos unos a otros en amor, esforzándoos por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también vosotros fuisteis llamados en una misma esperanza de vuestra vocación» (Ef. 4:1‑3). Lo que ese capítulo particular de Efesios está buscando comunicar es que, si no trabajamos en mantener la unidad en el cuerpo, iremos en contra del Espíritu y al contristarlo ya le estamos dando lugar al diablo. Atacar a creyentes en formas que no fomentan la unidad es aliarse con el trabajo de Satanás y entorpecer el trabajo del Espíritu. Un amigo me contó que su pastor le pidió que se fuera de su iglesia porque estaba causando división. Mi amigo le respondió muy bíblicamente al pedirle evidencia de esta acusación porque, en sus palabras, le dijo: «Si estoy causando división, entonces estoy tra‑ bajando en el equipo de Satanás». La respuesta de mi amigo mues‑ tra que debemos tomar seriamente la posibilidad de que nuestras acciones pueden tener el efecto de dividir la Iglesia de forma inne‑ cesaria. Debemos de ser cuidadosos de no tomar roles que no nos 66
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corresponden y así convertirnos en defensores de cosas que no están dentro del ministerio que Dios nos ha dado. Tratando de hacer el bien, podemos hacer mucho mal. «Pero vosotros no habéis aprendido a Cristo de esta manera, si en verdad lo oísteis y habéis sido enseñados en El, conforme a la verdad que hay en Jesús» (Ef. 4:20‑21). Pablo está hablando de que una conducta que pudiera causar divi‑ sión es contraria a la forma en que debemos comportarnos y que aprendimos a Cristo. Cuando aprendemos a Cristo podemos ver Su amor y cuidado por la Iglesia, Su paciencia y deseo de servir. Este último texto me hace recordar uno que se encuentra en el Evangelio de Marcos: «Pero entre vosotros no es así, sino que cualquiera de vosotros que desee llegar a ser grande será vuestro servidor, y cual‑ quiera de vosotros que desee ser el primero será siervo de todos. Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Mar. 10:43‑45). Jesús les dice que entre sus discípulos las cosas no pueden ser así. Es como decirles que ese no fue Su ejemplo y que eso no fue lo que Él les enseñó. Les está diciendo que su identidad es una nueva, ya no están para ser servidos, sino para servir. Si siguieran sus enseñanzas, entonces entre nosotros lo que debe de prevalecer es la humildad. No debemos olvidar que somos lo vil de este mundo y no lo sabio (1 Cor. 1:26‑31). Esa realidad debe llevarnos a una humildad en Cristo que hace que cuando comunicamos algo sobre este tema no habrá duda de que podremos diferir, pero nunca nos llevará a separar‑ nos, generar una división o comunicar que somos superiores a otros.
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Impulsados por gracia A veces nos olvidamos de que Jesús nos amó por pura gracia. No es que no estemos conscientes de la gracia de Dios, o que no mencio‑ nemos las doctrinas de la gracia en nuestras prédicas o comentarios en las redes sociales. El problema es que hablamos de estas cosas, pero no procuramos resaltar ni mostrar la belleza de Cristo en nuestro comportamiento y palabras. Hablamos de Cristo, pero no demostra‑ mos nuestro afecto por Él. Hablamos de Cristo, pero Su ejemplo no es visible en nuestras palabras y actos. Esto podría resultar en cris‑ tianos que prefieren criticar a otros en lugar de amarlos y apuntarles hacia Jesús. Recuerdo con frecuencia el día que conocí a mi esposa. Fue en junio del año 1997. Ese día acompañé a mi mejor amigo a un retiro de jóvenes donde él iba a cantar. Jamás me imaginé que mi vida iba a cambiar durante esa visita. Mas de 20 años después todavía recuerdo tantos detalles que observé en ella ese día: su vestido, pei‑ nado y su sonrisa. Recuerdo que en el camino de regreso le conté a mi amigo sobre la chica que conocí y lo asombrado que estaba al pensar que ella, siendo tan hermosa, pareciera prestarme atención. Desde mi perspectiva ella era la mujer más hermosa en ese retiro. Yo soy consciente de que el atractivo físico no es mi fortaleza. Por eso tengo la certeza que fue por pura gracia que ella me prestó atención, y eso me hace amarla más profundamente. Yo hablo constantemente de ella dondequiera que esté. Después de todo, si la amo, ¿cómo no hablar de ella? Mi esposa no desea que yo me la pase hablando de que las otras chicas en el retiro eran feas, ella quiere que yo le diga que para mí ella es la más hermosa. De la misma forma, aplicando esta historia a nuestra reflexión, nuestro mayor énfasis debe ser en resaltar la belleza de Cristo. Nuevamente, esto no significa que no debamos señalar falsas doctrinas o proteger nuestras iglesias de los lobos que seguramente aparecerán (Mat. 7:15). Debemos hacer lo anterior, pero también debemos considerar si es que nuestra actitud hipercrítica realmente está mostrando la belleza de Cristo. Tenemos que considerar si no 68
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estamos cayendo en el mismo pecado de los falsos maestros, al tratar de construir una plataforma popular con nuestro memes o prédicas burlonas para ridiculizar a otros con el fin de ganar seguidores o sim‑ plemente lucir mejor que los demás. Todo ministerio que no resalte la belleza de Cristo es un falso maestro. Podemos hablar de las cinco solas, los cinco puntos y jamás mostrar la belleza de Cristo. Tenemos que cuidarnos de terminar defendiendo la verdad, pero al final perder la belleza y la doxología que nos debe llevar a conocer la verdad. Somos impulsados por gracia cuando vemos la belleza de Cristo quien nos salvó por pura gracia. Todo eso nos debe llevar a tener un juicio caritativo de otros, a pensar lo mejor de sus intenciones y ser humildes al ser lentos para la crítica. Si Dios ha sido paciente conmigo, ¿cómo yo no he de serlo con otros? Una de las cosas que más me asombra en todo el resurgir de las doctrinas de la gracia es ver a personas siendo hipercríticas con‑ tra movimientos de los cuales ellos eran parte anteriormente. Por ejemplo, un ex pastor que abusaba del uso de los dones ha hecho su misión el apuntar todos los errores del lugar del que salió. Eso muestra una falta de entendimiento en la gracia. Aprendieron las doctrinas de la gracia, pero no han aprendido lo que es la gracia. Cuando uno entiende lo que es gracia, entiende que su capacidad para comprender alguna verdad de las Escrituras se debe a que Dios, en Su misericordia, nos ha permitido ver algo que no podíamos descubrir por nosotros mismos. Ese entendimiento debe reflejarse en la forma en la que hablamos a personas que todavía no pueden ver lo que yo ya puedo ver. Nuestras palabras y la forma en que nos comunicamos deben mostrar este asombro ante un nuevo entendimiento que solo viene de Dios. Por eso debo reflejar la paciencia que Dios y otros tuvieron con nosotros cuando todavía no podíamos comprender. Es irónico que alguien que salió, por ejemplo, de algún movimiento neo carismático, esté dos años después todavía hablando de ese grupo en una forma que no refleja compasión, cuando él mismo ha sido receptor de inmensa misericordia. No todos seremos como Martín Lutero, haciendo grandes llama‑ dos a la reforma de la Iglesia, pero todos somos llamados a mostrar 69
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la belleza de Cristo y a amar la novia de Cristo. Recordemos que nuestro papel en la Iglesia universal siempre debe ser definido por nuestra iglesia local. Es nuestra iglesia local la que debe comisionar‑ nos a cualquier participación en ministerios extra-locales, y todo lo que comuniquemos debe representar las convicciones y direcciones de la iglesia local a la que pertenecemos. Esto quiere decir que, si eres un llanero solitario atacando a todos los «herejes», pero tu pastor no apoya estas actividades, estás desobedeciendo la Palabra de Dios (Heb. 13:17). Además, cada pastor local está llamado a proteger a la iglesia en la que sirve. Esa es su mayor responsabilidad.
La belleza de cristo Aunque pienso que es importante señalar doctrinas erróneas, esto nunca debe tener mayor preeminencia que predicar la belleza de Cristo. El señalar doctrinas erróneas no es lo que traerá verdadero cambio a las personas, sino ver el evangelio reflejado en nuestro argumento y la forma en que lo presentamos. No solo se trata de presentarles con suma elocuencia todo lo que está mal en otros o en otras doctrinas, sino presentarles la solución perfecta y necesaria que solo se encuentra en el evangelio. Por su parte, Pablo corrigió a la iglesia de Corinto de un sinnúmero de errores, pero lo hizo siempre predicando a Cristo. Él les dijo: «Pues nada me propuse saber entre vosotros, excepto a Jesucristo y a éste crucificado» (1 Cor. 2:2). Yo quisiera preguntarles, ¿pasamos más tiempo obsesionados con los que no están de acuerdo con nosotros o meditando en la belleza de Cristo? Cuándo leemos la Palabra de Dios, ¿estamos más conscientes del pecado de otros o de nuestro pecado? ¿Es nuestra mayor motiva‑ ción señalar los problemas de otros o la belleza de Cristo mostrada en el evangelio? ¿Tus sermones tratan más sobre criticar a otros o sobre lo que Jesús ha hecho por ti y Su Iglesia? El evangelio nos debe llevar a ver más claramente la belleza de Cristo, no solamente los errores doctrinales de nuestros oponentes. Cuando un vil pecador como Joselo Mercado ve a el Hijo de Dios 70
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colgado en un madero por su pecado, su única conclusión debe ser: «¡Cristo, eres hermoso!». Pablo exclama esto claramente cuando escribe en su carta a los Filipenses: «Pero todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y aún más, yo estimo como pér‑ dida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por El lo he perdido todo, y lo consi‑ dero como basura a fin de ganar a Cristo, y ser hallado en El, no teniendo mi propia justicia derivada de la Ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe, y conocerlo a El, el poder de Su resurrección y la participación en Sus padecimientos, llegando a ser como El en Su muerte, a fin de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Fil. 3:7‑11). Cuando Pablo conoció a Cristo, Él consideró como pérdida todo su conocimiento religioso y se asombró con el supremo valor de Cristo. ¿Estamos asombrados de esta misma manera? ¿Se refleja este asombro en la forma en que nos comunicamos con los demás? ¿Escribimos nuestros sermones criticando a posturas diferentes de las nuestras o predicando a Cristo? Cuando la dieta principal de nuestra iglesia se refleja en títulos como estos en nuestros sermones: «Cuidado con el Nuevo Calvinismo», «Las diez mentiras de los arminianos», «Los cinco errores de los cesacionistas», o «La locura de los continuistas», estamos olvidando que hemos sido llamados a predicar a Cristo y a este crucificado, no solamente a otras perso‑ nas, sino también a nosotros mismos. Las iglesias, cuyo énfasis se demuestra con este tipo de sermones, están destinadas a estar tan malnutridas como otras iglesias en donde se predica prosperidad o mero pragmatismo, porque lo que alimenta a una iglesia es la exposición de la gloria de Dios manifestada en todo el consejo que aparece en las Escrituras y que refleja la hermosura de la persona y la obra de Jesucristo. 71
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Tú y yo necesitamos observar y reflexionar sobre la belleza de Cristo manifestada en las Escrituras. Mientras más nos exponemos a la gloria de Cristo, más correcta será nuestra doctrina. Solo al contemplar la belleza de Cristo podemos cuidar nuestros corazones de creernos superiores y terminar siendo como los fariseos. Es cierto que necesitamos exactitud doctrinal e interpretar la Biblia con preci‑ sión, pero esto es vano si nuestros corazones no pueden percibir cuán hermoso es Cristo, y Su ejemplo no ha permeado nuestras palabras y nuestros actos.
¿Cómo estás tratando a la novia de Cristo? Muchos terminan atacando a Cristo producto de su celo religioso. Ya lo he mencionado anteriormente, pero quisiera recalcarlo una vez más. Si atacamos a la novia de Cristo, entonces atacamos a Cristo mismo. Hay que entender claramente quiénes son las personas que no tienen el evangelio y quiénes son las personas que, aun teniendo el evangelio, difieren de nosotros en cosas que no son el evange‑ lio. En nuestras interacciones con estas últimas debe haber un tono diferente. Lo repito una vez más, Pablo trató a la iglesia de Corinto como hermanos en la fe, y ellos fueron corregidos por situaciones similares a las que, muchas veces, atacaríamos a cristianos como si fueran herejes. Por otra parte, la iglesia de Galacia tenía apariencia de ser ortodoxa, pero Pablo les trata con dureza por traer divisiones innecesarias a la misma iglesia. No cometamos el mismo error que cometió Pedro al no sentarse en la mesa con gentiles. Cuando Pedro no tuvo comunión con los cristianos gentiles, el trató a verdade‑ ros creyentes como cristianos de segunda clase. Hacemos lo mismo cuando, por diferencias secundarias, negamos tratar a creyentes como hijos de Dios. Seamos mas conscientes de la importancia de la unidad en medio de las diferencias. Para muchos, el sentir que son justicieros de temas específicos los lleva a atacar a personas que no deberían ser atacadas. Nos olvi‑ damos de que la unidad de la Iglesia es una de las prioridades que observamos en el Nuevo Testamento. El principio de hacer prevalecer 72
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la unidad en medio de las diferencias es mas importante que simple‑ mente defender doctrinas que son secundarias. En lugar de estar afanados con temas que traen división, que nuestra prioridad sea mostrar la belleza del evangelio al procurar la unidad con verdaderos creyentes en medio de nuestras diferencias de segundo nivel. Jesús oró por esta unidad, nos dejó saber que el mundo conocerá que le pertenecemos al evidenciar unidad. La unidad debe ser también nuestra prioridad, no ganar batallas teológicas. Que el glorioso evangelio de Cristo nos muestre que estamos unidos con creyentes de todo el mundo, a pesar de nuestras pequeñas diferencias. «Mas no ruego sólo por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno. Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno: Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfeccionados en uni‑ dad, para que el mundo sepa que tú me enviaste y me los amaste tal como me has amado a mí» (Juan 17:20‑23). ¡Que a través de este principio aprendamos a amar, ya que nosotros hemos sido amados primero!
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