Local - Artístico - Independiente Junio 2019 - El Chaltén Santa Cruz - Número 42 EDITORIAL
E
n la obra superior, perteneciente a la serie “Homenaje al cuadrado” de Albers Josef podemos observar a simple vista cuatro cuadrados en distintos tonos de amarillo acomodados como una moderna matrioshka. Es de estos cuadros que cualquier escéptico del arte mira en el Tate de Londres (donde está expuesto) y piensa para sí: ¡hasta yo podría hacer este cuadro! Pero para los que somos creyentes existen más capas en esta cebolla. Para cualquiera que haya intentado pintar un cuadro, sabemos que lograr tal separación entre un color y otro no es tan fácil. Se sabe que Josef pintó el cuadro con espátula, directamente desde el pomo. Lo cual, creo, complejiza un poco más el asunto y a la vez creó está ilusión óptica que genera. Dedicó toda su vida al estudio del color, desde que estudió en la Bauhaus hasta que terminó dando clases en la Universidad de Yale. Personalmente me llaman la atención dos cosas: una es la ubicación de los cuadrados a medida que se meten unos adentro de otros. No lo hacen hacia el centro, sino que se corren hacia la base del cuadro. Si analizáramos a Josef como a un niño en su clase de arte, podríamos decir que es una persona con buena base, consistente en sus fundaciones, ya sean artísticas o vividas. Respeta, sí, la simetría horizontal, tras lo cual me gusta pensar que es una persona que encuentra equilibrio en esa base que él mismo plantea. Pero sobre todo, me encanta la manera en la cual el color da la sensación de ir aclarándose hacia el centro. Como si de alguna manera, este genio holandés, nos estuviera diciendo, con mucha sutileza, que hacia afuera prefiere mostrarse ocre, casi para mimetizarse con el entorno que lo rodea, ya que todos sabemos que los colores menos saturados, más oscuros, generan un borde hacia el exterior. Y a medida que nos acercamos a su centro (este centro que se apoya en una base firme), vamos encontrando la iluminación. Con ella encontramos también la calidez y un borde ya casi desvirtuado. Así que la próxima vez que tengamos la suerte de verlo en algún museo, no juzguemos al pobre Albers y entendamos qué nos está diciendo: la verdadera iluminación está en el interior. Página 1