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Local - Artístico - Independiente

Febrero 2023 - El Chaltén Santa Cruz - Número 82

EDITORIAL

Elizabeth Vigée Le Brun fue una pintora francesa del siglo XVIII dedicada especialmente a hacer retratos. Desde la adolescencia pintó de manera profesional. Más allá de los inconvenientes propios de la época que la obligaron a casarse para salir de la casa materna y consecuentemente sufrir a un marido mujeriego que se gastaba el dinero que ella ganaba; logró seguir trabajando en su arte. Retrató a María Antonieta y a casi toda la realeza francesa. Escapó con su hija tras la caída de la monarquía y hasta después de divorciarse pudo mantenerse económicamente. Es reconocida por realizar varios autorretratos. El que vemos acá, la muestra como lo que era, una mujer fuerte de clase privilegiada que supo hacerse su lugar en la elite artística europea. Cabe destacar que junto a otra famosa pintora de su época, Adélaïde Labille-Guiard, nunca lograron encabezar un movimiento de inclusión de la mujer en la pintura, ya que la sociedad a la que pertenecían sólo las comparaba fomentando la competencia entre ellas. Hoy podríamos decir mucho de esta actitud, pero realmente no les quedaba otra. Para sobrevivir en ese mundo, poder trabajar y cobrar por ello, debían entregarse a las leyes sociales arcaicas que las envolvían. Debían, como podemos ver en el retrato de Elizabeth, mostrarse poderosas y de buena clase social. Pero poco sabemos de su intimidad, su real deseo y de qué cosas las inspiraban a seguir con su arte y con su vida. Podríamos, como el director Mike Newell preguntarnos, ¿por qué ríe Mona Lisa? Históricamente las estructuras sociales han servido de corsé para miles de personas; nos han querido moldear con la moda y el paradig ma impuesto. Espero podamos cada vez más ser conscientes de que la libertad está por fuera de las puntillas y las ballenas.

Recuerdo hace unos años a un conocido diciendo “las minitas lindas son más vagas, es así”. Recuerdo que no estaba siendo parte de esa conversación sino que más bien caí en ella y ese comentario me obligó a involucrarme.

¿Qué quería decir con eso? Sus justificaciones como docente con poca experiencia y solo en El Chaltén me resultaron, como poco, desagradables. Su hipótesis se basaba en que cuando las mujeres son lindas no necesitan esforzarse tanto porque la belleza les abre puertas, entonces era imposible mantener una conversación interesante con una “minita linda” porque, al descansar en su belleza, no necesitaba estudiar ni leer ni intentar ser alguien interesante.

Obviamente mi primera preocupación fue que esto lo estaba diciendo un profesor de secundario, es decir, ¿estaba evaluando adolescentes con base en su belleza? ¿Realmente estas chicas aprobaban y pasaban de año solo por ser lindas?

La discusión que entablé, en pleno picnic de día de esquí, cuando aún éramos unos cuatro o cinco foqueando por el Mosquito, no sé cuánta razón de ser tuvo. Cuando una lo piensa en retrospectiva es mucho más fácil: a veces el llamado al silencio debería ser la mejor respuesta. Pero, en ese momento, la bronca me poseyó.

¿Qué significa que la vida de las minitas lindas sea más fácil y por qué los hombres se sienten tan libres de decirlo a los cuatro vientos? ¿Alguna vez se cuestionan si la vida de los “pibitos lindos” es tan fácil? ¿Si son vagos también? ¿O es algo que le podemos atribuir a todos los hombres blancos de clase media para arriba?

Creo que los hombres no se dan cuenta del rol que ocupan, de los beneficios y la seguridad que poseen y la diferencia con la de cualquier mujer, linda o fea. Hace poco estuvo mi hermano y su familia de visita. No dejó de sorprenderme cómo cada persona que veía a mi sobrina menor, nos conociera o no, se admiraba de sus ojos y hacía un comentario al respecto. La criatura, con solo tres años, está acostumbrada; para ella, que le digan que sus ojos son increíbles es casi tan normal como que le digan «hola». Sin embargo, como tía, me asalta la preocupación de que, en este mundo machista y basado en la belleza, le va a ser difícil ser más que unos ojos increíbles. Las mujeres, sin importar la raza, el color, las curvas, la belleza o la inteligencia tenemos que hacer un esfuerzo mucho mayor que los hombres por conseguir lo que sea. Porque no importa cuál sea nuestra principal cualidad, siempre nos verán como meros objetos de placer.

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Bellezas
FOTO: Town & country magazine

Si somos feas, no nos merecemos una oportunidad. Si somos lindas, nos dormimos en los laureles de nuestra belleza para conseguir lo que sea. Si somos flacas, gordas, atléticas, rubias, morochas, coloradas, achinadas, si nos vestimos de una forma u otra. El juicio de valor sobre una mujer está, siempre, en su apariencia. La apariencia primero, después vemos si queda lugar, tiempo y ganas para el intelecto.

Cuando somos adolescentes, la búsqueda de nuestra identidad se convierte en nuestra meta fundamental, seamos conscientes de ello o no. Surge la rebeldía, la curiosidad, la aceptación y el auto flagelo. Por suerte crecí en una época donde no existían las redes sociales y pude albergarme en el anonimato y sólo exponerme al escrutinio de mis amigos y conocidos. Todas mis condolencias a las adolescentes de hoy en día que no sólo son juzgadas por su entorno sino también por millones de ojos cibernéticos que encuentran en el juicio un aliado para no sentirse tan mal con ellos mismos. Si bien fui una adolescente de lo más rebelde y renegué de mis padres, pude encontrar, en mi linaje histórico, mujeres fuertes y admirables, que supieron luchar por lo que más querían. Viniendo de una familia de médicos y más inclinados al mundo de las exactas, encontrar mi refugio en las letras y lo audiovisual me hacía sentir sapo de otro pozo. Recuerdo, en esas luchas internas reconfortarme con mi tía abuela: una vieja parca. Nació con un problema de cadera que la llevó al quirófano unas catorce veces, quedó con una gran deformidad en su cadera y piernas. Mediría un metro treinta y cojeaba, nunca se le conoció una relación íntima, pero era fuerte y determinada como nadie. Estudió Literatura y Letras y se recibió con honores y luego siguió su camino estudiando Bibliotecología. La vieja, parca, solterona y cabeza dura, fue siempre un ejemplo de vida para mí. Nunca dejó que ningún docente o colega se interpusiera en su camino o la juzgara por su discapacidad o su falta de belleza, gracia, o lo que fuera por lo que el machirulismo de turno quisiera juzgarla. Pero no estamos acá para vitorear a la heroína que se hizo el camino teniendo todas en contra, estamos acá para entender que la lucha de todas las mujeres, en un mundo de hombres, es la misma. Y que quitar la visión cosificadora de la mujer es nuestra responsabilidad. Porque no importa en qué época del estereotipo de la mujer entremos, la apariencia siempre parece tener mayor importancia que el ser en sí mismo.

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FOTO: Town & country magazine

Safari Patagónico

La provincia de Santa Cruz dispone de un amplio territorio y, gracias a su ubicación geográfica, de una gran diversidad de paisaje, fauna y flora. Viviendo en El Chaltén, a veces es más fácil visitar la capital de la nación que otros pueblos cercanos. Esto se debe, sobre todo, a la falta de conectividad. Dicho sea de paso, casi solucionable asfaltando algo así como doscientos kilómetros de ruta, hoy de ripio. Pero sin temor a la aventura, emprendimos con dos amigas un viaje a Puerto Deseado. Saliendo del valle precordillerano chaltenense y cruzando la estepa llegamos al mar, o más bien, a la ría de Deseado. Este puerto natural, gracias al ingreso del mar al continente, centra su actividad principal en la pesca. Pero cuenta con gran riqueza histórica y natural. Nombrado Port Desire por Thomas Cavendish en 1586, contó con la presencia de varias naves a lo largo de su historia como la actualmente famosa Corbeta Swift que sufre allí un naufragio en 1770. Hoy se puede visitar un museo que no solo cuenta la historia de su hundimiento, sino también de su descubrimiento y actual recuperación de objetos y por ende, de historia local. No se queda atrás la estación de ferrocarril, porque sí, Deseado tenía un tren que iba a llegar hasta el Nahuel Huapi, pero que solo

alcanzó hacerlo hasta General Las Heras. Una vez interrumpido el ramal y cerrada la estación y tras varios años de abandono, son los mismos vecinos que recuperan objetos y piezas como quien recompone una foto familiar. Toda esa historia se debe a su ubicación y su ría, un estuario de 42 kilómetros de extensión lleno de aves como cormoranes, gaviotas, albatros y petreles gigantes; lobos marinos de un pelo y pingüinos magallánicos. Pero la joya oculta en el medio del mar es la llamada Isla Pingüino. Con ejemplares ya nombrados por cientos y una colonia de pingüinos penacho amarillo, uno disfruta de una estadía agreste y espectacular. Con un viejo faro y las ruinas de una casa en la cima, la isla se puede recorrer rápidamente, eso sí, con calzado adecuado y buena estabilidad . Es increíble estar ahí, poder sentarse a metros de los pequeños que están cambiando plumas o almorzar mirando lobos y elefantes marinos, donde lo único que molesta en verdad es nuestra propia presencia como seres humanos, que no siempre sabemos comportarnos frente a la naturaleza. A una le dan ganas de apagar el ruido del turista que pregunta una obviedad y escuchar el mar, sentir la sal pegarse a la piel y el olor a guano; escucharlos a ellos, respetar y sobre todo esperar que nunca lleguemos a perjudicar ese mágico lugar.

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FOTO: Cecilia Facal

Relato Livre

Mirás el objetivo y tus manos bailan al ritmo de cada paso. Frotas tus dedos en el blanco agarre y vas. Mirás los pies, una, dos veces. No queres fallar, por eso probás haciendo fuerza, matando un bicho como dicen. Tu cuerpo ya siente el equilibrio. Mirás adónde hay que llegar y soltás un suspiro. El muro se transforma en tu pista de baile y vas. Sentís el cansancio y la adrenalina. Hasta que llegas al crux. No podés evitar mirar abajo, alguien te grita algo y vos intentás abstraerte. Tu mirada va y vuelve como al principio, pero ahora estás ahí y se sienten cientos de metros de distancia. Inhalás y probás el movimiento, coordinar todo tu cuerpo en una pasada. Llegás y te agarrás como si no hubiera un mañana. Mirás para abajo de nuevo, ya que esto no terminó. Pensás en tu gato y tu perra en ese instante, ¿qué sería de ellos si no estás vos? ¿alguien más lograría comprender su lenguaje? Se escucha un «¡vamos!» y vos pensás en tu mamá que te cuidó siempre de los peligros más extremos y vos ahí, con cuarenta años, intentando llegar a un top. De repente, la muerte pareciera ser el único destino, no solo el tuyo en esa pared, sino el de la humanidad entera. Terremotos, tsunamis, pandemias. ¿te acordás de la pandemia y del covid? no podías sentir el aroma de la esencia de eucalipto que es extremadamente fuerte. Mientras tus dedos lo dan todo, reflexionás sobre lo efímero del tiempo, como podemos estar bien y mañana te imponen una cuarentena. La expectativa de vida es de ochenta y tantos años y vos ya vas por la mitad ¿y qué lograste hasta ahora? Bueno, cosas lograste: una carreras, amigos, amores…¡cómo te cagó ese hijo de puta!«Subí el pie» grita un imbécil y mirás con mala cara hasta que te das cuenta que no se parece a tu ex y se te escapa una mueca que intenta ser simpática. Te movés un poco para que parezca que estás pensando qué hacer y decís en voz alta que sí, que de algo hay que morir. Tu amiga te mira extrañada mientras balbuceas bajando un «not today, not today»…

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FOTO: istckphoto

Cultura Livre

Borges en Inisherin

Fui al cine, después de un largo tiempo, para ver «Los espíritus de la isla» (The Banshees of Inisherin, el título original)del director y guionista Martin Faranan McDonagh, atraída por las nueve nominaciones al Oscar y la promesa de esos paisajes desolados y bellos de Irlanda. Las banshees o espíritus de viejas lloronas, agoreras que predecían las desgracias en el folclore irlandés, dan una pista más cabal en el título inglés: no veremos una comedia, aunque en algún momento se nos escape una risa. La vida simple de los habitantes de esta isla solitarianos enternece por la inocencia de los protagonistas. El momento histórico se ubica en el contexto de la guerra civil de 1923 que a sus habitantes les resulta no solo ajena sino incomprensible, ya que el conflicto sucede en «el continente». Sin embargo, la simpleza no es tal. El director nos sorprende con un cuento digno de Borges. En algún punto del relato, la realidad se astilla en mil pedazos y todos los personajes se revelan como un fragmento del espejo de la humanidad en la impecable actuación de todos los actores, desde Colin Farrell, la sutil Kerry Condon hasta el entrañable Barry Keoghan como Dominic. Como en el universo borgeano del Aleph, donde todos los

seres y todos los actos humanos están representados, los elementos de la fantasía que se apoderan de la historia nos arrojan burdamente en la cara los supuestos valores que atesoramos y también los defectos que intentamos esconder: la bondad, la ternura, la vanidad, el deseo de trascender, la violencia, la locura, la soledad, el egoísmo, la depravación y los despojan de su carácter sagrado o sacrílego, según el caso. La isla de Inisherin representa cada aspecto de una persona; un ser humano es todos los seres humanos. Los conflictos puntuales no tienen importancia: no hay motivos ciertos para ellos y así se retratan, como insignificantes y sin explicación. En cierta forma, como en el panteísmo, todos los seres humanos participan de la misma esencia; pero, además, cada persona representa a las otras por analogía. Si dos seres ejecutan el mismo acto, son el mismo ser. Si cumplen el mismo rol, son iguales. El castigo es otra fuerza que iguala; tanto la víctima como el victimario son dos imágenes complementarias. La gran pregunta existencial queda formulada para los espectadores. Me voy del cine escuchando hablar a Borges, desde la biblioteca de Babel: «Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?».

Staff

Dirección de redacción: Romina Lojo

Redacción: Cecilia Facal - Romina Sanchez

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FOTO: Let’s go ireland

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