Local - Artístico - Independiente
Enero 2023 - El Chaltén Santa Cruz - Número 81
EDITORIAL
El horizonte aparece para darle profundidad a un cuadro bastante plano, casi cubista. Los colores fríos predominan y solo existen ciertos toques de un color parecido al coral. Las aves y la vegetación se confunden, se mimetizan y se responden unas a otras como en una batalla de gallos. Desde hace tiempo que escuchamos hablar de la armonía de la naturaleza, ese equilibrio perfecto que estudiaron las civilizaciones antiguas y que contrastaron o imitaron. Más tarde, apareció el concepto de caos. En la descripción que aparece en Google de la Teoría del caos, el final logra sacarme una sonrisa…: «un batir de alas que lo cambia todo en el último momento». Es que el descubrimiento fue que no todo se puede controlar, que la naturaleza presenta interrupciones a la lógica dominante admitiendo el margen de error, dejando siempre un lugar para el azar. Básicamente la estudia como un sistema dinámico, sobre el cual podemos discutir por horas, pero creo que los seres humanos somos parte. En el cuadro de Florencia podríamos decir que este último actor es la misma artista que contempla ese recorte de natura. Aunque ella se quita de la escena, la encontramos tácitamente tan real como a Velázquez en el cuadro «Las Meninas». Posiblemente a Bohtlingk le haya parecido que en esta escena no era necesario agregar personas. En otras de sus obras opta por hacerlas parte del paisaje. Pero en esta me llama la atención que entre tantas aves sea el horizonte, un concepto totalmente humano, el que da profundidad. Quizás sea que en el recorte de su mirada es el pensamiento humano el que estabiliza el caos de lo que registra, necesitando de esa sutil presencia de orden. Es como el que aplana un terreno para construir. El miedo a lo desconocido a lo incontrolable es lo que nos lleva a tomar ciertas decisiones. Porque necesitamos de esa estabilidad, de esa -aunque ilusoria- sensación de que tenemos todo bajo la mira cuando, en verdad, a último momento, las mariposas baten sus alas.
Progreso artificial
La mayor parte de la inteligencia humana la hemos utilizado desde la antigüedad para facilitarnos el trabajo. Desde las primeras herramientas de piedra, la humanidad encuentra maneras de poder obtener los mismos resultados, pero con menor esfuerzo. Los avances tecnológicos fueron la consecuencia de ensayos, pruebas y errores para ir de a poco alcanzando mejores logros. La aparición del hierro, la revolución agraria, la industrialización, la aparición del ordenador y la inteligencia artificial fueron de alguna manera modificando nuestro estilo de vida, de trabajo y de subsistencia. Ni en la película “Volver al futuro” de los años ochenta se pensó que en el 2022 íbamos a tener una computadora resumida en un celular que ya no utilizamos casi para hablar, sino para fotografiar, chatear, ver videos de manera instantánea, etc. Aunque como humanidad hemos ganado mucho con el devenir de la tecnología, perdimos otras cosas. Gracias a las redes sociales hoy por hoy el mundo es mucho más chico para nosotros de lo que era para nuestros abuelos. Podemos ver historias de gente que vive a miles de kilómetros nuestro y estar conectados a algún familiar que vive lejos. Entre la cantidad de videos que vemos a diario, encontré uno el otro día que hablaba de cómo lo que hoy llamamos entrenar el cuerpo, en la antigüedad estaba incluido en nuestra labor.
Es decir, que ya fuera que salíamos a cazar, sembrábamos o construíamos viviendas con piedras o madera, estábamos usando nuestro cuerpo. Aunque la expectativa de vida era menor, esto se debía mucho más a la falta de medicamentos que al uso que hacíamos de nuestro físico. Hace rato que se habla de que el mal de nuestra generación es el sedentarismo. Hoy que las actividades laborales son más pasivas para nuestro cuerpo (en muchos casos), necesitamos hacer alguna actividad que nos mantenga en movimiento. De la misma manera que nos movemos en autos y después usamos la bici fija o la cinta en casa o en el gimnasio. Es verdad que muchas profesiones que mantienen el mundo en pie todavía están asociadas al físico, pero tienen a su favor a la tecnología para facilitar el trabajo. Sea por la vestimenta que usan o por las herramientas. Este reemplazo que se da de los seres humanos por las máquinas es un tema que venimos viendo desde el destino de Sara Connor. En estos días una página de arquitectura japonesa que sigo en instagram comenzó a hablar de la utilización de la inteligencia artificial en la arquitectura. A través de aplicaciones como Chat CGP, este estudio utiliza mediante palabras claves esta app para que redacte correos electrónicos a clientes. Más allá de lo novedoso, me pareció en principio fascinante como podíamos dejar de “perder el tiempo” en este tipo de actividades. Aunque cualquiera que tenga un trabajo en donde debe tratar con potenciales compradores o en
donde se ofrezcan servicios utiliza en muchos casos respuestas automáticas, todos sabemos que gran parte de ese tiempo utilizado en la labor es la de responder mensajes o mails. Investigando un poco más veo que tampoco es tan fácil, pero que es posible. Ahora, al analizar el tema saliendo de la perspectiva progresista, pienso… ¿qué perdemos entonces al utilizar este tipo de tecnología? Lo primero que me vino a la mente es la rabia que me dan los chats automáticos de atención al cliente que nos rodean. Los telefonistas que respondían nuestras preguntas o quejas con poca o mucha paciencia que era medida por estándares que medían el tiempo y la calidad de la respuesta hoy son reemplazados por textos automáticos que pocas veces nos convencen con una solución certera. En mi experiencia siempre necesite el toque final de hablar con alguien de carne y hueso para terminar de redondear la idea o de encontrar verdadera solución a mi problema. Más allá de que es casi imposible abarcar todas las posibilidades, en definitiva creo que lo que me falta en este trato es el contacto humano. Aunque desde siempre quienes estaban atrás del reclamo telefónico intentaban responder automáticamente, muchas veces lográbamos traspasar esa barrera y charlar, de humano a humano, hasta encontrar una solución. Mismo lo primero que hacíamos era identificarnos con nuestro nombre de pila. Ahora siento que chateo con alguien que necesita esas palabras clave hasta encontrar una posible solución que en
general no me satisface. La inteligencia artificial en este caso hizo que mi ayuda en línea se volviera más inútil y más tonta. Pero bueno, el reemplazo de un ser humano por una máquina siempre logra el cometido del patrón: ahorrarse un sueldo. Vuelvo a mis clientes y pienso de qué manera me serviría el servicio de esta nueva app. Y aunque para quienes tenemos estudios unipersonales nos quitaría trabajo de encima, pregunto, ¿lograría reemplazar mi voz? Hace poco una influencer de moda hizo una publicación que hablaba de muchas cosas relacionadas a los dogmas de la moda y del “buen vestir”. Hablando de cómo estas reglas lo único que hacen es estandarizar los cuerpos y por ende hacer que la mayoría de la población se sienta fuera de este prototipo ideal, generar una distorsión de la realidad y hasta provocar desórdenes alimenticios, etc, llegaba a la conclusión de que el mejor diseño es el personalizado. Y no puedo estar más de acuerdo. Entonces es ahí en donde prefiero que para hablar de un proyecto no existan términos tan generales que los pueda pensar una aplicación de mi teléfono. Sino que quiero que mi voz tenga valor y por consecuencia no sea reemplazable. Tal vez pueda serlo el estándar, pero nunca la originalidad. Es por eso que creo que muchas veces el progreso no termina siendo solo artificial, sino también superficial y subestimador.
Selección natural
No sé si todo tiempo pasado fue mejor, pero sí fue distinto. Cuando llegué a El Chaltén, las personas que estaban hace tiempo acá me hablaban de las grandes nevadas y los inviernos fríos; pero también de los veranos letales de lluvia y viento. Aunque ninguna de estas características se escapa del pueblo, desde que estoy acá viví varios veranos con calor. El que estamos atravesando no se queda atrás. Cada tanto llega el alivio de la lluvia y de las bajas temperaturas, pero enseguida vuelve a subir el termómetro. A diferencia de muchos de mis amigos, a mí el sol y el calor no me gustan. Prefiero los días grises. Pero sobre todo, con lo poco o mucho que pueda entender de la naturaleza que me rodea, lo que sí veo es que el calor en montañas como estas no «es bien». La mayoría de las cumbres del cordón que abrazan al pueblo están conformadas, básicamente, de piedra y hielo. Las altas temperaturas durante el día, sumado a que no lleguen a bajar tanto de noche, hacen que este hielo interior de empiece a derretir y grandes masas rocosas comienzan a moverse más de lo habitual, ya que el paisaje que vemos está en constante movimiento. La mayoría de los accidentes de montaña de los últimos años tienen que ver con la misma roca y no tanto con negligencias por parte de los escaladores, aunque muchas veces se suman ambas condiciones. Para quienes
vivimos acá, más allá de poder o no disfrutar de un día de sol, sabemos que el calor no es el gran aliado del valle. El peligro de incendio es el gran temor generalizado. El pueblo no cuenta con los recursos económicos apropiados para tal fin y por ende, si le sumamos a esto el viento que siempre nos acompaña, tenemos una alerta roja casi permanente. La brigada de incendios del Parque Nacional hace poco se sumó al reclamo nacional por insumos, vestimenta y mejores salarios. La brigada de incendios del Concejo Agrario Provincial local está manejada por gente sin demasiado criterio. Entonces nos encontramos a la merced de la temperatura y de que a ningún turista o local se le escape una colilla o haga un fuego en los lugares que, todos sabemos, está prohibido. Como habitantes permanentes o temporales del lugar tenemos la responsabilidad de entender que, aunque creamos que la naturaleza está a nuestro servicio, es más certero pensar que estamos a su merced. Es verdad que quienes eligen hacer cumbres y escalar se exponen al peligro, pero de alguna manera todos somos parte de la concientización. Podemos mirar a un lado o entender que prevenir es mejor que curar. Y mientras lloramos a un amigo que se fue o esperamos que ningún fuego furtivo aparezca, esperemos el invierno y el alivio que nos da, o al menos a mí, saber que llegamos a terminar otra temporada más.
Relato Livre
El lugar huele a un libro viejo y a café. La brisa menea una rama y quedo hipnotizada por largo rato. Un sombrero entra con un señor tapando mi visión. Ahora el paisaje se compone de ellos y del tango que suena en distorsión a través de la cortina de chapitas. El hombre de traje azul comienza a seguir el compás, aún sentado. Sus largas piernas dibujan trazos imitando el viento. Sigo sus movimientos con el lápiz en el cuaderno que me regalaste en mi último cumpleaños. Sintiéndome en su espalda, gira ciento ochenta grados para sonreír y volver. La mano que piensa dibuja de forma automática. Piazzola comienza a enloquecer y aprieto la mina más fuerte. El azul se mezcla con el cielo que está en su punto máximo, con la puerta, con todo. El grafito también sube el volumen, grita en blanco y negro hasta que se hace el silencio absoluto. El sombrero se va y las piernas largas lo siguen. Recupero la respiración mientras cae el lápiz en ese sonido sordo. Miro el cuaderno y te veo a vos, sonriendo.
Cultura Livre
Lo fantástico de este libro es que me lo regaló alguien que lo leyó y no le gustó. No conocía nada de la autora, solo su nombre. “Las aventuras de la China Iron” está lleno de descripciones detalladas de lo que atraviesa: la pampa, la libertad, el sexo, la muerte. Gabriela Cabezón Cámara logra llevarnos a la carreta de la inglesa Liz y sentir el algodón, oler el whisky y, a su vez, atravesar campo abierto y hundirnos en el barro, pincharnos con los cardos y oler la sangre seca. Habiendo sido la mujer de Martín Fierro, La China logra escapar con su nueva compañera de una vida de cueros, tierra y de un marido que la ganó en una
partida de truco. El libro explora el conocimiento del mundo a través de los relatos, la libertad como única aliada, la amistad, lo frágil de la concepción del género y nos lo regala llenándonos de olores, sabores, texturas. En un mundo en donde se comenzaba a forjar una nación, Gabriela logra llevarnos a un tiempo en donde todavía reinaba el libre albedrío en relación plena entre europeos inmigrantes, criollos, gauchos y pueblos originarios en una naturaleza que se muestra por momentos cruel aunque compasiva. Recomiendo esta lectura a quienes quieran dejarse llevar.
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Dirección de redacción: Romina Lojo
Redacción: Cecilia Facal - Romina Sanchez