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Local - Artístico - Independiente

Marzo 2023 - El Chaltén Santa Cruz - Número 83

EDITORIAL

Los autorretratos me encantan porque nos dan mucha información. No sólo de cómo es la artista, sino como ella se ve y como se quiere mostrar. En este de arriba vemos a Zinaída Serebriakova, una pintora nacida durante el imperio ruso en la actual Ucrania (aunque tal vez deberíamos volver a chequear el mapamundi actual). Vivió una vida privilegiada rodeada de artistas y arquitectos, muchos de ellos familiares. Al estallar la revolución, la vida de Zinaída cambió para siempre. Despojada de sus recursos y con su esposo preso (quien muere dos años después de tifus), se ve obligada a hacerse cargo de sus cuatro hijos y su madre enferma. Logra establecerse un tiempo en Petrogrado (San Petersburgo a partir de 1991) hasta que le es encargado un mural en Paris, Francia. La Unión Soviética no la deja volver por 36 años, logra llevar a Francia a sus hijos más chicos, pero nunca a sus dos hijos mayores. La artista nunca deja de pintar, viaja por África y pinta todo lo que ve. Porque como dice Susan Sontag, el arte es por el arte mismo. Su belleza reside en lo que conmueve y no en su interpretación, ya que esta última le niega a la obra su condición innata. Serebriakova sobrevivió a la revolución, al hambre, a la separación de su familia a través de sus pinceles y óleos o de la carbonilla en los tiempos más pobres. Como vemos en su mirada, en como ella decide retratarse, no le teme a mostrarse semidesnuda y sin peinar: ella no le teme a nada.

A47 años del golpe cívico-militar en la Argentina no podemos ni debemos decir más que «Nunca más». En estos años, muchas cosas han cambiado en nuestra sociedad. Primero que nada, se logró el juicio a la mayoría de los culpables del golpe, como podemos ver en la película nominada al Oscar “1985”,condenando y encerrando a los culpables. Con este puntapié excepcional, una gran parte de los argentinos gozamos de derechos con los que antes no podíamos soñar: matrimonio igualitario, aborto legal, identidad de género, etc. Pero, sobre todo, volvimos a tener la libertad de poner en discusión ciertos temas en la mesa del domingo junto a la pasta y el vinito. Cuando era chica, lo que siempre se decía era que de ciertas cosas no se habla: política y religión encabezaban la lista. Porque si algo logró la dictadura en nuestra sociedad fue callarnos durante décadas. Pero volvimos a aprender a hablar y frente a ciertas cosas no enmudecemos más. Hoy en día, las minorías estamos empezando no sólo a hablar, sino a gritar. Si comparamos a nuestro país con otros vecinos (y no tanto) en situaciones similares, podemos con orgullo decir que nuestro sistema legal se encuentra a la vanguardia. Pero, como creo que las comparaciones con otros son el consuelo

de quienes no son capaces de mirarse al espejo, miro mi país y creo que todavía falta y mucho. Puedo tener un DNI con género X, pero los formularios de cualquier cosa que intente llenar en internet (desde un pasaje de avión hasta un turno para el médico) me siguen definiendo en femenino – masculino; el aborto legal está vigente, pero su implementación real es muchas veces desde la clandestinidad o ni siquiera se brinda; para dar un par de ejemplos. Por eso, en este 24 de marzo lo que creo que debemos hacer, aparte de no olvidar, es reivindicar la lucha. Si pensamos, hoy tampoco está del todo bien vista en algunos aspectos; por no lograr nada, o porque directamente nos da paja. Mientras tanto, injusticias pasan a diestra y a siniestra. Si no, ¿cómo podemos pensar que frente a ciertas acciones del poder, vecinos y ciudadanos nos quedemos con los brazos cruzados? La respuesta fácil es que todos en definitiva pensamos en nosotros mismos. Y sí, el mundo se vuelve más y más individualista. Pero mirando a la gente que me rodea, no lo veo tan así. Creo que hay algo dormido en nuestro interior que tiene que despertar. De lo contrario, pareciera que aguantamos: al gobernante, al vecino que me tira la basura en mi patio, al padre que no paga la cuota alimentaria, al jefe que malpaga a sus empleados para tener una buena temporada. La lucha a veces pareciera agotadora y lo es, también a veces es personal

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(una madre que decide iniciar juicio por alimentos) y otra colectiva (el pueblo en las calles diciendo NUNCA MÁS). Pero lo que no puede ser es pasiva, quizás, sí, pacífica (en el mejor de los casos). La pregunta es ¿qué nos lleva a luchar? Muchas veces es ver arder nuestro propio rancho. ¿Cuándo luchamos por el otro? ¿y por el nosotros? La vicepresidenta de nuestro país dijo una vez que “la patria es el otro” y me pareció en su momento una gran frase en pos de la empatía. Pero cada vez más creo en que la patria somos todos. Porque al “otro” siempre lo defino: es mi par, mi amigo; casi nunca mi enemigo. En cambio si digo que somos todos, es difícil dejar a alguien afuera. En este TODOS, entonces ¿por qué vale la pena luchar? Se me ocurre: por valores comunes…¿los hay? Entonces acá es donde me pregunto si pensamos igual o al menos tenemos puntos en común. Volvemos a la mesa del domingo, ponemos el agua para la pasta y mientras cortamos algún salamín, que esto sí, pero esto no…que hasta acá sí, pero hasta allá no, que la empatía, la meritocracia, la democracia, la izquierda, la derecha, el medio… ideología. Y en esa, como filósofos griegos, podemos discutir durante horas, pero en definitiva se me ocurre que la discusión es más simple y

más frontal. ¿De verdad no te importa que el intendente de tu comunidad incremente sus ingresos utilizando su posición a su favor? ¿Es lo mismo tener un representante que utiliza las arcas municipales como la caja chica de su círculo de amigos? ¿De verdad no te importa que el Secretario de Políticas Sociales habilite una casa en su terreno para ser explotada por el turismo en plena crisis habitacional? ¿De verdad no te importa que el Secretario de Comercio haga lo mismo? ¿De verdad no nos importa que el intendente amenace a un vecino con una retroexcavadora aunque este sea un ocupa en principio autorizado por el mismo intendente? Siendo totalmente sincera a mí sí me enojan estas cosas y creo que en cualquier mesa del mundo me enfrentaría a quien tengo del otro lado de la mesa si me dice que esto no le molesta en lo más mínimo. Un amigo siempre me dice que me dejo llevar por la ilusión de que las cosas pueden cambiar y, la verdad, prefiero ser idealista que estar muerta por dentro. El otro día pregonaba un protestante en las manifestaciones en Francia:

¡A Luis XVI lo decapitamos! y más allá del tono de la exclamación (con el cual podemos o no estar de acuerdo), me pregunto: ¿Qué pasaría si nos enojáramos todos?

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FOTO: El País

La Ley del menor esfuerzo

Cada tanto me llegan esos mails que nunca sé si es solo a mí o si a todo el mundo le pasa, se ve que alguna vez asocié mi dirección de correo electrónico con alguna búsqueda y PUM, aparecen. No entiendo bien por qué algunos van directo a SPAM y otros llegan, acomodados, directo a la bandeja de entrada. De algún modo, llegan. Normalmente, los ignoro, borrándolos tan rápido como entran; pero, a veces, tal vez algo capta mi atención y caigo en la trampa de leerlos. Así es como llegué a uno que me interpeló muy personalmente al preguntar qué era lo que me frenaba, lo que no me permitía dar el paso y cuáles eran las excusas que ponía para no hacerlo. Me agarró justo momentos antes de rendir un examen para el cual no sabía si estaba preparada y me llevó a preguntarme qué nos impulsa a tomar ciertos caminos y cuáles son los miedos que nos refrenan. Si bien siempre creí ser bastante aventurada y obstinada -donde me pongo un objetivo, me desarmo por alcanzarlo-, las eternas dudas me han asaltado más de una vez. Ese mail que tendría que haber sido basura, llevó a preguntarme a qué no me estaba animando y, más aún, por qué no me estaba animando.

Creo que todos tenemos nuestras disposiciones armadas, seteadas de algún modo. Nos decimos “soy así o asá, soy hábil para esto, pero no para aquello, etc.”, nos predeterminamos a hacer algunas cosas, pero no otras. Y si por alguna de esas cosas nos atrevemos a salir de la zona de confort y hacer algo para lo que no estamos predestinados, lo hacemos con temor, casi a sabiendas de que vamos a fracasar.

En el medio de esta prueba que me llevó a mi mismísimo límite, todo pasó por mi mente: ¿Por qué estoy haciendo algo para lo que sé que no soy buena? ¿Por qué paso por este sufrimiento? ¿Vale realmente la pena? ¿Es de verdad lo que quiero? En ese torbellino de cuestionamientos, además, se me presentaron también todos los mandatos sociales, esas presiones que debería cumplir. “Green’s don’t quit” dice Rachel en un mítico capítulo en el cual se le derrumba la rebeldía para darse cuenta de que es una digna hija de su padre. Y ahí estaba yo, no queriendo renunciar a algo que tampoco sabía si podía lograr, menos aún si lo quería. Y pensé nuevamente en ese mail, en todo caso la pregunta no era, en ese momento, qué me frenaba sino qué me impulsaba, la pregunta siguiente sí aplicaba: qué me estaba diciendo a mí misma para pensar que no podía. Recuerdo de chica, en mi vago intento por tocar la guitarra y mi veloz abandono por darme cuenta de que mi oído está atrofiado, los dichos de esos músicos innatos “si te esforzás, podés” o “es solo práctica”. Y sí, creo que si nos ponemos en la cabeza lo que sea que queramos, podemos llegar muy lejos en esa búsqueda, pero nunca como los innatos porque, ya lo vimos: Messi hay uno solo. Todo bien con el resto de los pibes de la esquina y su pelota de tela.

Jamás le diría a alguien que no puede hacer algo porque llevo toda mi vida demostrándome que puedo lograr cosas que nunca pensé; pero sí creo interesante preguntarnos no sólo qué nos frena sino también qué nos impulsa. Por qué decidimos seguir un camino y no otro y qué tan satisfactorio es cada uno. Es como cuando la gente llega a Laguna de los Tres: la mayoría cree que valió la pena y hasta les caen algunas lágrimas de emoción y otros, simplemente, se arrepienten de haber hecho tanto esfuerzo para algo que no les parece tan increíble.

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FOTO: Ecestaticos

Relato Livre

Clarisa se acordó que tenía que comprar dos o tres cosas para la cena de hoy. Pensó que era más temprano y no, era tarde ya. Iba a ir a la hora en que todos se acuerdan de comprar las cosas, iba a ser una estúpida más. Siempre había odiado esa costumbre “del último momento” que su madre repetía compulsivamente: regalos, pagar las cuentas y sacar la bolsa cuando el camión de basura sonaba en la puerta de su casa. Cada día se parecía más a su progenitora y eso la llenaba de bronca y nostalgia, ya que había fallecido hacía un par de años. Mientras agarraba las llaves y la bolsa de las compras pensó que ahora no le molestaría correr con ella por el regalo del día del padre la tarde anterior. Como suponía, el súper estaba lleno de gente tan viva como ella. El carnicero con el humor de siempre le dijo “que se olvidó?” porque sí, Clarisa había ido a la mañana al super, cuando normalmente no hay nadie y no hay que hacer cola. Ahora había que esperar en la carnicería, en la fiambrería y, obviamente, en la caja. La peor de todas las filas es la de la caja. Siempre intenta elegir la más rápida y por hache o por be no lo logra. Hoy se tildó la compu y hubo que reiniciarla. Rendida ante la horda de estupideces, se puso a repasar lo que tenía en la heladera… un par de verduras, una crema, un par de hongos y arroz, siempre había arroz en su cocina. Con esos ingredientes podía hacer un hermoso risotto. Pero a Pablo le gustaban más las milanesas que cargaba, a la napolitana. Lo pensó dos segundos y le mandó un mensaje: «si querés milanesas vení al super ya». Ahora la espera era triunfal y cuando lo vio entrar por la puerta automática le revoleó la carne, el queso y el jamón cocido paladini y le entregó su lugar: «Mientras, te espero en casa con un aperol en la mano.» Cuando se dirigía a la puerta, el resto de las mujeres que esperaban para pagar sacaron sus celulares como un paso de nado sincronizado.

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FOTO: rincón de la psicología

Cultura Livre

En la última ceremonia de los premios Oscar la industria del cine norteamericano estableció varios patrones de conducta desconocidos hasta el momento. El reconocimiento a actores casi en desuso (por la misma industria) se llevó todos los laureles. En la categoría “Mejor película”, Everything Everywhere All at once se llevó la preciada estatuilla, así como también fue nominada en 10 categorías más, convirtiéndola en la película más galardonada de la historia de la academia obteniendo siete premios en total. Obviamente frente a semejante panorama, me dispuse a verla ya que está disponible en Amazon Prime video. Aunque es verdad que cuenta con grandes actuaciones y una historia divertida, casi ridícula; lo que me parece más interesante es uno de los conceptos detrás. Seguramente haciendo este análisis le esté quitando crédito artístico a la obra cinematográfica, pero en mi afán de pensar las cosas más de una vez aquí me encuentro. Sin la intención de

spoilear, puedo hacer énfasis en que la clave de los viajes a realidades paralelas de la protagonista está en la diversificación del multiverso en relación a las distintas posibilidades frente a cada situación que ella a enfrentado; llegando hasta la edad de piedra y una evolución diferente de los seres humanos. Este concepto de los “distintos caminos” o finales de Evelyn Quan Wang, la dueña de un lavadero en Estados Unidos, casada con Waymond y con una hija, Joy; impone el concepto del no destino. Es decir que nosotros vamos forjando nuestro camino dejando atrás posibilidades, mejores o peores. Es verdad que al final quizá la historia llega a lugares comunes (spoiler alert!), pero creo que esta versión de la realidad en donde las decisiones que tomamos truncan resultados, nos saca un poco de la historia típica en donde la protagonista se convierte en heroína para cambiar su realidad o al menos así pareciera al principio.

Staff

Dirección de redacción: Romina Lojo

Redacción: Cecilia Facal - Romina Sanchez livreditorial@gmail.com facebook/livre instagram.com/livreditorial/

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FOTO: Data junkee

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