Las pinturas de Lucien Freud están expuestas en la National Gallery de Londres. Llegamos a la muestra por recomendación y fue un sí rotundo desde el principio. Relaciones cotidianas del artista, gente conocida del ambiente artístico londinense, su madre y la recién fallecida reina de Inglaterra son algunos de los retratados. Lo que más me gustó fueron las expresiones, la manera en que Lucien entiende a las personas como seres que transmiten aún en la inmovilidad. Un mirada, un gesto lo dicen todo. Como en este cuadro, titulado “Girl with a kitten” (1947), la protagonista parece no hacer nada, pero su mirada penetra el lienzo y se clava en mí. Me obliga a mirar para donde lo hace y encuentro a otro turista con cara de entenderlo todo. El viajar me confirma cada vez más que la humanidad va por mal camino. No sé si este hombre en verdad lo ha comprendido a la perfección, pero está ahí igual que yo, porque seguramente le dijeron que había que ver esa muestra. Y es que sí, hay que verla. El gato me sigue con sus ojos, sus bigotes, todo. En cada obra siento que me meto en la intimidad de quien está ahí, como seguro lo hizo Lucien. Porque pintar es básicamente saber mirar y yo intento meterme en ese trazo, en el óleo. Mirando en algún reflejo mis pelos afectados por la humedad, entiendo la pasión de Freud por reflejar cada uno de los cabellos fuera de lugar y, sin embargo, el felino, entero, impenetrable, es amado o sofocado. La paleta de colores transmite serenidad, algo que definitivamente le falta a Londres que corre frenética al sonido de cada paso peatonal, que cruza por cualquier lado mientras que haya un hueco y que gira al revés, como un reloj suizo. Termina la mues tra y salimos a ver un poco de la exposición permanente que es inmensa. En la mayoría de las pinturas que vemos se retratan acciones, quizá más lentas que el mundo exterior que nos espera a la entrada del subte.
Derechos mundiales
Antes que nada quiero aclarar que veo el mundial, que veo los partidos de la selección ar gentina y sí, al revés que Shakira, entiendo de fút bol. Soy la hija mayor de dos mujeres y mi padre, futbolero al cien por ciento, nos hacía mirar el re sumen semanal de fútbol de primera, nos explica ba las reglas y hasta nos llevó a la cancha cuando el equipo de sus amores, Banfield, salió campeón y subió a la primera categoría. Aunque él ya no está, miro algunos partidos y hasta banco a ciertos fanáticos locales que aseguran que El Chaltén es de River Plate. Viviendo en Argentina entendemos que el fervor por la camiseta blanquiceleste llega a todos los rincones del país. Pero últimamente hay algo que vi circulando por las redes sociales que llamó mi atención y que junté con otro pen samiento que venía rondando hace rato. La pri mera copa del mundo que tiene nuestro país es la del año 1978. Todavía estábamos en dictadura y mientras muchos gritaban gol en sus casas, otros argentinos eran torturados a metros de distancia. Y aunque hay quienes argumentan que una cosa no tiene que ver con la otra, la historia demuestra que todo tiene que ver con todo.
El famoso pan y circo reencarna más que la co lumna dórica y demuestra como los Estados lo utilizan, en general, como método de distracción. Casi como nuestro intendente regalando televiso res o auriculares a troche y moche mientras no se hace una obra pública como se debe y mientras lo poco que se hace, se hace mal y para quedarse con algún que otro vuelto. En el 78, el mundial que se realizó en nuestro país, fue un pobre intento de distracción por las denuncias realizadas ante el mundo por las desapariciones y muertes en manos del Estado opresor. Fuimos sede del campeonato y nos quedamos con la copa mientras los delitos de lesa humanidad se tapaban con tarjetas amarillas. Algo no muy distinto sucede hoy con el mundial en Qatar. Se venía hablando hace rato del tema, pero para mí la imagen más significativa es no ver mujeres en las calles. ¿Se dieron cuenta? Tene mos árbitras mujeres, sí. Pero en cada festejo en las calles son todos hombres. Parece que en Qatar no existimos. En los partidos los camarógrafos se ocupan de filmar a las hinchas femeninas, sobre todo si cumplen con lo heteronormativo; pero
estoy segura de que somos la minoría. Y lo que más me moleste es que nadie diga nada. En nom bre de respetar “la cultura” del lugar, aceptamos que se promuevan distintos tipos de ciudadanos: de primera y de tercera. A mí me pasa que no puedo salir de mi asombro. Ante cada foto que suben a las redes en donde se festeja en las calles de Qatar comento casi au tomáticamente: ¿y las mujeres? Será que a nadie más le molesta esto. Yo no quiero acostumbrarme, otra vez, a un mundo en donde no existimos, en donde estamos apartadas de la esfera pública. Y sé que con eso solo no basta, pero hoy creo que el mundo debe exigir que se nos muestre. Somos parte de la población mundial, casi el 50% y si no aparecemos en un evento deportivo de interés mundial, ¿dónde estamos? De alguna manera nos convertimos en los desaparecidos del 78, estamos pero no se sabe dónde ni haciendo qué. Tal vez puedo parecer inocente o hasta un poco rompe pelotas, escucho a lo lejos algún pelotu do diciendo que con todo lo que conseguimos qué más queremos…, pero sí, yo lo quiero todo.
Como mujer, quiero que todas las que se sientan mujeres tengan los mismos derechos que los hom bres, que podamos ser visibles, que podamos tra bajar, opinar, gritar, llorar y ser quien queremos ser. Que no nos maten por el hecho de nuestra condición de género y nos desechen como si fué ramos un objeto.Como argentina, quiero que ga nemos cada partido, pero que eso no opaque que vivimos en un país en donde hoy no se puede pen sar en progresar, en donde cuanto más estudias o más experiencia tenés, más inservible te convertis para el sistema laboral. Que vivimos en un país en donde crece todo en todos lados, pero todavía te nemos niñes que mueren por desnutrición. Y como trabajadora municipal quiero que no me regalen un acolchado por el día del municipal mientras pasan por arriba mis derechos, me maltratan y usan y tiran.
Creo que como ciudadanos del mundo tenemos que dejar de decir que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Los derechos humanos deben ser tratados de manera mundial, pero de verdad. Aunque no haya copa para ese título.
Madres y abuelas
Falleció Hebe de Bonafini, falleció una de las principales referentes de Madres de Plaza de Mayo; de Madres de Argentina. Más allá de si coincidiste o no con su ideología política, sobre todo la de este último tiempo, Hebe fue una gue rrera que nos inspiró a todas y todos a luchar por lo que amamos, sin temor y con ferocidad. Recibí la noticia con extrema tristeza, se fue Hebe y con ella no solo su gran persona, también nos recuerda que esa generación está dejando el mun do terrenal. Recuerdo cuando murió Chicha Ma riani, juntas en un principio y luego con caminos separados, las dos poderosas mujeres dejaron su hogar, su zona de confort y se zambulleron de lle no en una lucha por sus hijos, sus nietos y, sobre todo, por la verdad y la justicia. Tuve la suerte de conocer a Chicha, de escuchar con mi propio oído sus palabras de amor y melancolía, de esa nieta que nunca encontró, pero por la que nunca bajó los brazos. La pienso y se me llenan los ojos de lágrimas.
Por supuesto, la muerte es parte del ciclo de la vida y todo eso, pero con ellas se va un pedazo de historia y me da miedo pensar que tal vez no todos la conozcan. O no lo suficiente.
La noticia llegó en coincidencia con la estadía de una amiga en casa, una de esas “cabezas de mos quetón”. Como me obsesiono fácilmente y cuan do lo hago, el objeto de mi obsesión se vuelve el centro de todas mis conversaciones, le comenté a mi amiga que estaba muy triste con la muerte de Hebe. Ella dejó un segundo de mover su pulgar en un Instagram plagado de fotos y videos de escala da para preguntarme quién fue Hebe de Bonafini.
Mi primera reacción fue reconfirmar su edad: 31 años, tan sólo tres años menos que yo, o sea, una edad razonable para conocer toda la historia de Madres de Plaza de Mayo. Lo segundo que vino a mi mente fue “NUNCA MÁS”. ¿Cómo vamos a recordar la historia si una genera ción, que compartió en vida con abuelas y madres, no la conoce? ¿Cómo vamos a garantizar la me moria si tenemos que explicar nuestra historia a aquellos a los que no les interesa? Tan fácilmente como se enteran de quién fue el último en escalar una vía muy difícil en el otro lado del mundo, donde ni siquiera hay señal o internet, podrían en terarse de la historia que cobró 30.000 desapareci dos y que movilizó a estas mujeres a manifestarse en la Plaza reclamando por la verdad y la justicia. Muchas veces escuché que somos un pueblo des memoriado, que rápidamente nos olvidamos de lo que pasó y volvemos a cometer los mismos errores una y otra vez. Aferrándome a un optimismo va cío, quise creer que no era verdad, que conocemos nuestra historia, que hay cosas que son demasiado importantes como para olvidar (o desconocer). Lamentablemente, parece que no en todos los ám bitos es así, las abuelas y madres nos dejan y nos queda la obligación de contar su historia a gritos para que todos y todas la conozcan, para no caer en los mismos errores, para no repetir lo que nun ca debería haber pasado, para poder decir NUNCA MÁS.
Pero, una vez más, llega el mundial y la muerte de Hebe ya no parece tan importante ni tan relevan te. Porque la mayor tristeza se vuelve perder un partido, ése que jugamos “todos” aunque solo ves once tipos corriendo en la cancha. Y, una vez más, la historia, la verdad y la justicia, se aplacan por el entretenimiento.
Relato Livre
Los álamos en su danza hipnótica mi ventana llena de gotitas mi taza humeante y el olor a Colombia que llena la casa
el dibujo de abril chorrea tinta y mis mejillas lo copian aspiran a algo que ya no va los planos y maquetas se llenan de telarañas no hay qué esperar
el destino parece estar en un pasaporte ya lo dijo Jorge en una canción estoy buscando el norte como las aves pero la brújula se rompió
Cultura Livre
Cuando hablamos de que la representación impor ta, lo decimos porque nuestra experiencia lo ha demostrado. Siempre me gustó el cine, las histo rias narradas y cómo se cuentan me hacen conocer nuevos mundos y explorar los propios. La primer película que sentí hablaba en mi mismo idioma fue una de Isabel Coixet, la cineasta catalana. Y la película esa “My life without me” («Mi vida sin mí»), un drama llamado intimista en donde una jo ven madre decide ocultarle a su familia que sufre de un cáncer terminal. Lo que más recuerdo fue que me encantó la manera en la que la directora abre una puerta muchas veces oculta: la mente de una mujer. Y lo hace de una manera sutil, pero a la vez sincera. ¿Qué pensamos que no decimos? ¿ Qué haríamos si sabemos que nuestra vida ter minará pronto? Abrir esos interrogantes en una mente femenina es abrir un mundo. Al contrario de Joe en “Joe versus the volcano” (otra película de los 90’s que habla de la misma temática), la protagonista
acá decide de alguna manera hacer de cuenta que no pasa nada. Pero ciertos acontecimientos la obli gan a actuar, de alguna manera. No realiza nada demasiado drástico, como ir a tirarseenun volcán; pero sí algo que la cambia a ella por completo. Me gusta pensar que a veces los cambios de vida son visibles para los demás y otras veces solo suceden en nuestro interior. Aunque inevitablemente trai gan consecuencias. La protagonista de Coixet ante su inminente desaparición, piensa en cómo sería la vida de su familia (esposo e hijas) sin ella y de cide usar este tiempo para dejar las cosas lo mejor posible. Omitiendo al típico héroe que abandona el mundo que conoce para enfrentarse al mundo y así lograr experiencias que lo lleven a ser alguien para, como está acostumbrada, dejar su vida (o su muerte en este caso) en un segundo plano hasta resolver el futuro de quienes ama.