Livre 85

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Local - Artístico - Independiente

Mayo 2023 - El Chaltén Santa Cruz - Número 85

EDITORIAL

Me acuerdo de la primera vez que vi la película “The Truman Show” y lo descabellado que era pensar en que alguien tuviera su vida expuesta a la mirada de la sociedad. Hoy, a través de las redes, cada vez más personas eligen–no como Truman que ni siquiera lo sabía– exponer su intimidad. Actualmente el paradigma reclama que quien tiene un secreto, esconde algo; como si guardar o esconder fuera lo mismo. Casi que terminamos por pensar que lo que vemos de los influencers es su vida y quizá hasta ellos y ellas lo crean. Mirando una pantalla podemos ver cómo viven, sienten, se relacionan, quienes exponen su día a día, hora a hora. ¿y la intimidad? Pareciera no tener valor. La pintura de arriba es de Pieter de Hooch, un artista holandés del siglo XVII, que es famoso por su retrato de la vida doméstica en relación con el exterior. Bajo la estructura de Panofsky en “El significado de las artes visuales”, podemos hacer referencia en principio a lo que nos hace sentir la obra. ¿Nos da tranquilidad, nos inquieta, nos es indiferente? En segundo término, estaría relacionar la pintura con la época en la que fue realizada, su técnica: la significación iconográfica. Y en tercer lugar, entraríamos en lo que Panofsky llama la significación intrínseca. Acá podemos ver que a través del uso de la luz, la cual en general representa lo público, Pieter llega al interior en donde predominan las sombras. En sus pinturas, el traspaso de lo público a lo privado se hace a través de capas o pantallas, en las cuales vamos perdiendo la luz. Si entendemos a esta última como algo positivo, sea la luz divina o como símbolo de la razón, quizás el artista nos quiere decir que al exponer la intimidad perdemos alguna de estas cualidades. Él se ve a sí mismo como un expositor, un revelador de la intimidad holandesa del 1600, casi como un influencer de la intimidad ajena.

Factor de ocupación superficial

En la vida cotidiana en el trabajo relacionado con la construcción, pareciera que la arquitectura tiene que estar pidiendo perdón o permiso constantemente. En un pueblo como este, construir una casa es cosa de hombres. Y aunque no se muestre ser así del todo, así se siente o te lo hacen sentir. Ante esta estipulación quisiera, en principio, que discutamos algunos términos más allá del patriarcado que sí, está inmerso. Para hacerlo quiero que me acompañen a recorrer una obra. Entramos por la puerta que puede o no tener un hall y empezamos con la primera de muchas observaciones y, perdón, pero soy una observadora nata. La existencia o no de eso que llamamos hall o palier se debe a asumir una relación con el exterior. En la Patagonia, el hall frío nos salva ya que existe por una cuestión “funcional”. Acá me encuentro con otro término que me hace ruido también, pero que voy a tratar más adelante para no perderme en el hall. El poseer una antesala entre el interior y el exterior de cualquier edificio, supongamos en este caso que se trata de una vivienda, viene de larga data. Las culturas antiguas, casi todas, entendían que era necesario guardar la intimidad del hogar. Por ende existieron siempre estos fuelles que dejaban lo público fuera. Al ingresar al estar o comedor o cocina o todo junto, ¿qué nos llama la atención? Ahora sí quiero hablar de lo llamado «funcional» o de cómo debería entenderse el uso del espacio. Todos hemos ingresado a distintos edificios que nos invitan a entrar o nos expulsan.

Existen varios factores que nos pueden acercar más a un lado o al otro de la ecuación. Pero, lo percibamos o no, cómo está dispuesto el interior de ese edificio modifica nuestra percepción de él. El alto y el largo del salón, cuántas cosas impiden nuestra visión total del espacio; desde donde estoy, ¿puedo entender todo el recorrido? ¿existen diferencias de altura? ¿es lo mismo entrar a un espacio en donde siento que puedo tocar el cielorraso con las manos o si tengo una doble altura? Durante siglos se estudió este tema desde distintos enfoques. Pero en nuestra cultura, la occidental indoeuropea, la relación del ser humano con el espacio se relacionó a la proporción de las cosas y esta proporción, a la existencia de una superior, una divina: la proporción áurea. Entendiendo a la naturaleza como una creación perfecta, desde los egipcios hasta hoy hemos construido el mundo occidental intentando imitarla o queriendo modificarla. Pero es la noción de esa perfección natural lo que llevó a estudiar, desde la matemática y a través de la secta pitagórica, la proporción como algo que, no solo se remite a lo divino, sino que es lo más adecuado para relacionar al espacio con el ser humano. Es decir, que la mejor manera de relacionarnos con los espacios para que no nos sean ajenos es a través de esta proporción. Hay libros enteros que estipulan medidas adecuadas, desde una silla y una mesa, hasta el espacio entre los asientos de un avión (aunque esta medida pareciera que las aerolíneas la llevan al límite cada vez más). Personalmente, creo que estamos en una etapa en la que ya no entendemos al ser humano como algo estándar, al menos desde la disciplina arquitectónica.

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Dibujo: Craig Ellwood

Las medidas y proporciones pueden llegar a adaptarse al usuario. Estoy a tiempo de hacer la primera acepción entre arquitectura y construcción en este punto. Digamos que básicamente la segunda es el medio por el cual se materializa la idea o proyecto de la primera. Si en un lugar como El Chaltén se entiende que construir una casa es cosa de hombres, es porque, más allá del preconcepto de que sólo los hombres pueden materializar una obra, nos encontramos con que hacer un hogar no necesita del proyecto e idea detrás más allá de una mera solución funcional. Si yo entiendo que hacer una casa es, solamente, obtener espacios estándar más o menos funcionales que se sostengan entre sí aunque estén sobredimensionados, entonces sí, sólo necesito un constructor con un poco de experiencia y maña. Pero asumamos que estamos dejando de lado no solo siglos de conocimiento, sino la oportunidad de construirnos espacios amenos,

que nos funcionen en todo sentido. Como sociedad quitamos cada vez más el arte de nuestras vidas, lo minimizamos a algo decorativo o repetitivo. Pero, ¿qué dice eso de nosotros como parte de la historia? Me gustaría que en el futuro no se nos vea como lo que mostramos hoy: sociedades cada vez más superficiales en las que el billete prima para decidir cómo vivimos, sentimos, etc. Ya que el tiempo es dinero, quitamos todo lo que nos “distraiga”, dejándonos con corazones cada vez más vacíos, con espacios cada vez más blancos, sin nada que nos deslumbre. Por eso, como arquitecta y amante de este arte, prefiero frenar y mirar alrededor porque sé que mi vida no sería la misma si no entrara cada tanto el sol por mi ventana, si no encontrara en el movimiento de las hojas a la naturaleza que nos roza constantemente una melodía silenciosa y si no preferiría esperar que algún día elijamos vivir en espacios que nos abracen y estén hechos a nuestra medida y proporción.

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Dibujo: Craig Ellwood

La pirámide que aplasta

Hace unos años una amiga que amo mucho me invitó a participar de un telar… no entendía bien de qué se trataba hasta que, averiguando, me enteré que es una estafa piramidal. No me voy a poner detallista con el funcionamiento, pero lo que sí quiero rescatar de esta experiencia es el hecho de entender cómo ciertas estructuras, aunque las disfracen de “buenas vibras”, nos oprimen. Desde la antigüedad, las sociedades se organizaron y lo hicieron de diferentes maneras y formas. Hoy, con el espacio temporal de por medio, las estudiamos y clasificamos: más o menos comunitarias, jerárquicas, etc. La estructura llamada piramidal ya nos da un indicio de su comportamiento por el sólo hecho de ver su forma. En el mundo en el que vivimos, siendo presos de la ley de gravedad, las pirámides solo se sostienen con la punta hacia arriba. Básicamente podemos entender que se trata de una estructura jerárquica. Este tipo de estructuras entienden jerarquías, que aunque parezca una redundancia, está bueno hacer foco en esto. Según la RAE la palabra jerarquía significa: «Principio que, en el seno de un ordenamiento jurídico, impone la subordinación de las normas de grado inferior a las de rango superior». Por ende, esta organización habla de rangos inferiores y superiores. Aunque podamos disfrazarlo de la manera que queramos, al entenderla existencia de rangos superiores e inferiores aunque sea solo de manera conceptual,estamos dictando un discurso principalmente patriarcal y, en segundo término, racista. Antes de que me llamen exagerada, pensemos en cualquier tipo de organización social que se establezca en estos términos y observemos. Aún en el núcleo social más pedorro, la pertenencia a un grupo u otro nos premia o nos condena.

Pertenecer a los rangos superiores nos da beneficios económicos, de influencia, cosa que está a la vista. Por algo siempre todos quieren ser parte de estos rangos. ¿Existen diferencias con los rangos inferiores? Pues, claro. No disfracemos las cosas, asumamos cómo son. El patriarcado es básicamente esta organización en la cual el sujeto de poder ejerce supremacía sobre los demás. Este sujeto es masculino y los otros somos el resto: mujeres, personas trans, racializadas, infancias, pobres y sobre todo la naturaleza. Por eso el jefe patriarcal, o el intendente, se sienten con derecho de ejercer el poder que les fue dado sobre todas las cosas. Como han dicho por ahí: “si hay que hacer una calle, se hace”. No importa la opinión de nadie porque nadie importa. El patriarca lo sabe todo y su opinión no se pone en duda. Algo que siempre me llamó la atención de un partido político como el peronismo es que, en lugar de luchar contra esta estructura en pos de un “para todos”, se apoya en ella como una pirámide egipcia. Tanto el peronismo como el feminismo, sobre todo en sus comienzos, lejos de alejarse de esta estructuración, lo único que intentan es cambiar a quienes están en el tope. Como dijimos al principio, la pirámide tiene una sola manera de sostenerse en el espacio.Entonces ¿qué hacemos? La única opción es romperla. Estoy leyendo un libro de Eugenia Tenenbaum llamado “La mirada inquieta”. Es un libro de historia del arte, pero cuando habla del período denominado medieval (desde una visión patriarcal eurocentrista) hace hincapié en la falta de protagonistas de muchas de sus obras, de cómo se conformaban casi de manera cooperativa. Esto me dejó pensando en que, tal vez, la manera que veo de eliminarla jerarquización de la sociedad, desde mi manera de pensar, sea a través de la eliminación de protagonistas: en vez de cambiar la punta de la pirámide, cortarla. Lo bueno de los poliedros de seis caras es que pueden sostenerse de cualquier manera que uno los ponga. Quizás plantear eliminar las jerarquías suene utópico, pero puedo empezar a eliminarlo de mi mente y así comenzar a hablar de un nosotres más amplio y palpable.

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FOTO: We live security

Relato Livre

¿Para quién escriben los que escriben?

Te preguntás mientras las letras aparecen una a una en tu pantalla. La civilización comienza con la letra impresa o el comienzo de ella obliga a escribirla.

¿No es acaso la escritura, abstracción? Un sonido reducido a un símbolo… pero ¿qué significa?

Cuál es el sonido de una letra, lo sabemos por creencia absoluta en la tradición.

¿Y si en realidad la hache no fuera muda?

Si las eses se rebelaran y se escaparan, ¿podríamos reemplazarlas por las zetas?

En algunos mensajes las letras se comen palabras, la k se come la q, la u y la e… la x devora a la p, la o y la r; quizás tienen ambiciones de etcétera.

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FOTO: La vanguardia

Cultura Livre

Hoy voy a hacer una recomendación del pasado. Porque sí, pero sobre todo porque vale la pena. Si hablamos de clásicos de la literatura podemos pensar en varios según desde donde lo veamos. En nuestro país tenemos grandes obras maestras de la literatura que se han traducido avarios idiomas. Pero no podemos negar que hay clásicos en todas las culturas, esos libros que tenemos la sensación que “debemos leer”. Hace unos meses llegó a mis manos una copia de «Wuthering Heights» o, cómo se tradujo al español: «Cumbres borrascosas» en su idioma original. La primera vez que leí este libro fue en la secundaria, en la materia Inglés. Lo que recordaba, pasados ya más de veinte años, es la sensación de soledad que me daban esos paisajes y la certeza de que pasaban cosas horribles en el libro, porque el lugar era tenebroso, gris.

Con los años pude recorrer en primera persona algunos de esos paisajes o al menos, parecidos.Me llamó la atención al llegar a las costas de Gran Bretaña el choque de las olas, muy parecido al de cualquier costa patagónica, pero en ese momento me hizo acordar del Sr. Heathcliff. Al volver a leer el libro, ya no era la imaginación de una niña de doce años, sino que era el relato mezclado de recuerdos que me daban ganas de leer cada vez más. Por eso, hoy quiero recomendar releer algo viejo relacionado con nuestra edad y no tanto con el libro en sí. Porque ya no somos los mismos que leímos alguna vez esa historia, porque las páginas pueden estar igual, más amarillentas y hasta oler rico (sí, me encanta el olor a libro antiguo que básicamente es a humedad), pero no son las mismas manos las que las toman.

Staff

Dirección de redacción: Romina Lojo

Redacción: Cecilia Facal - Romina Sanchez

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FOTO: New York Times

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