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Local - Artístico - Independiente

Abril 2023 - El Chaltén Santa Cruz - Número 84

EDITORIAL

Creo que lo peor de este cuadro no es que para pintarlo Pedro Sáenz Sáenz haya utilizado a una niña de modelo o que lo haya llamado «Inocencia», sino que una vez terminado lo haya adquirido el Estado Español. Para cuando nos dicen que exageramos con cierta mirada sobre nuestros cuerpos, recordemos que a nadie, durante todos los años que estuvo expuesto como una obra de arte más, se le ocurrió pensar que era una imagen no solo depravada sino oscura. La sexualización de nuestros cuerpos se realiza desde que somos muy chicas, aun para comprender qué es lo que pasa. La cara de la niña encierra un poco de no entender qué está pasando mezclado con incomodidad. Porque sea como sea, desde muy temprano sabemos que la privacidad de nuestro ser es algo para preservar aun de la mirada de alguien que, como este degenerado artista, intenta llamarlo «inocencia. Este mismo autor posee otro cuadro llamado “Crisálida” en donde hasta deja los juegos con los que parece haber estado entreteniendo a su modelo, también pequeña, también inocente. Ambas obras pueden verse en el Museo del Prado, en su misma página se puede ver bajo la etiqueta de «desnudo femenino». Es que una vez que alguien nos quita el velo de la inocencia, dejamos de ser niñas y nos convertimos en mujeres. Tremenda forma de definirnos. Como ya descubiertas, exploradas como una América en la que no existía nada hasta que no llegó un hombre español a comenzar a nombrar, a clasificar, a corromper. Los colores del cuadro denotan esa pureza siempre tan buscada en las mujeres, en donde ella yace esperando a ser conquistada. Me parece una imagen repulsiva, tanto como los corpiños con relleno para niñas de 6 años o las publicidades de ropa que utilizan imágenes provocativas de niñas menores de edad. Porque para quien no se haya enterado hasta ahora, no somos objetos de deseo, somos personas y las niñas no son capullos de mujeres, sino seres en sí mismos.

Domadores

Aprimera vista o leyendo Wikipedia, podemos pensar que Ernest Hemingway aparte de ser un gran escritor era un gran aventurero. Y definitivamente no estaríamos equivocados. Recorrió el mundo o gran parte de él, escribió sobre la guerra habiéndola vivido en carne propia y decidió sobre su destino al pegarse un escopetazo que lo dejaría sin vida. Definitivamente podemos afirmar que Ernest hizo lo que quiso o al menos lo intentó. Tuvo cuatro esposas de las cuales se divorció o abandonó al suicidarse. Algo característico de sus relaciones maritales era cómo a pesar de manifestar desear tener una vida que podríamos llamar “hogareña”, al tiempo se aburría de ella y decidía dar vuelta la página. Pero todo fue distinto con Martha Gellhorn, su tercera esposa, ya que como ella misma afirmaría, no quería ser el pie de página de la vida de otra persona. La vida de Martha tenía su propio vuelo antes de conocer a Hemingway. Había abandonado sus estudios para dedicarse al periodismo y desde ahí no paró. Decidida a ser corresponsal en el extranjero, trabajó primero en Paris ya habiendo escrito artículos que aparecieron en “The New Republic”, una revista estadounidense. Volvió a los Estados Unidos para trabajar para una fundación creada por Franklin D. Roosevelt que se dedicaba a paliar los daños ocasionados por la gran depresión del año 1929, recorriendo el país y escribiendo sobre las consecuencias de esta en la sociedad. Las mujeres de la época no podían acceder a la información que

Gellhorn conseguía y era capaz de transmitir con una buena comunicación al entendimiento de todos. Tras conocer a Ernest en 1936, deciden irse juntos a España para él escribir sobre la guerra civil y ella, cubrirla periodísticamente para Collier’s. Más allá del amor y hasta el casamiento que tuvo lugar en 1940, Martha nunca dejó de lado su sed de observar y conocer el mundo y lo que pasaba en él. Siendo una de las primeras mujeres en cubrir la segunda guerra mundial desde Finlandia, Hong Kong, Birmania, Singapur y Bretaña y la única en presenciar el desembarco en Normandía; asimismo estuvo presente para reportar sobre el horror en el campo de concentración de Dachau. Y así siguió hasta su muerte en 1998. Pero en esta relación de dos personalidades fuertes, la historia escrita por otros relata las aventuras de Hemingway y la incapacidad de ser una buena esposa de Gellhorn. Y no hablo de los comentarios contemporáneos a su historia de amor, en donde periodistas y amigos de Ernest la posicionaban como una mala mujer por no dejar todo por el amor de un gran hombre como él, sino de la información básica que podemos encontrar ahora. Según en dónde busquemos, podemos encontrar el trabajo de Martha como una mera enumeración de logros regados por el abandono a sus hijos y la imposibilidad de “mantener una relación estable”. Es que el sesgo que existe sobre la vida de las mujeres, lo que debemos ser y los mandatos que tenemos que llenar empiezan a borrarse, pero muy de a poco.

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FOTO: Mujeres en la historia

El otro día leía como el tema del empoderamiento femenino está enfocado en nosotras solamente. Y creo que es verdad. Acaso ¿por qué en vez de buscar la lógica de que una gran periodista y corresponsal de guerra que logró realizar su trabajo dejando de lado a sus hijos es más común que preguntarnos si Hemingway no hizo lo mismo? En ninguna de las páginas que uno puede visitar hoy sobre el gran escritor se lo califica, aún en día, de buen o mal padre. Era escritor, punto. Martha no, periodista, corresponsal de guerra y madre. Durante un largo tiempo la bondad o la maldad de una mujer estuvo medida por parámetros que nos ubicaban dentro de un hogar como ama de casa y madre. Cualquiera que osara salir de esa cárcel entraba en el juicio de la sociedad por la puerta grande y si salía de ahí lo hacía por una muy chiquita. Entonces me pregunto, ¿de qué se los enjuicia a los Hemingway? Y he ahí la cuestión. El problema no es, como creíamos, la etiqueta de madre detrás de los calificativos de Martha; sino que no existe el mismo título atrás de los de Ernest. Lo mismo pasa cuando hablamos en términos de pasión sexual versus maternidad; ellos pueden ser buenos amantes pero nosotras tenemos que ser

buenas madres. Un meme en mi casilla de mensajes lo retrata muy bien: “¿Cuál es la diferencia entre ser resuelto, seguro y ser agresivo?”– pregunta.“Tu género” – responde. Es que es inevitable notar que, aunque cambiemos nuestra manera de pensar, el sesgo sigue vivo. Puede que lo esté en nuestro inconsciente o en el imaginario popular, pero lo está. Como mujer me pregunto cuánto de esto sigue aleteando en mí, tal vez no en como juzgo a otros, ya que es más fácil, me parece, comenzar a ver a las mujeres que me rodean con mayor comprensión y ternura. Lo que más me preocupa es como esos pensamientos arcaicos me afectan en mi propio reflejo, en la percepción de mis acciones o en ellas de por sí. Quisiera tener la valentía de Martha para dejar todo por mi deseo, por lo que quiero hacer y llena. Y sé que es más fácil decirlo que hacerlo. Constantemente me veo modificando mis deseos por quienes me rodean y amo. Es que el amor es ese sentimiento que lo parece justificar todo, pero sobre todo, avalar la renuncia. Fuimos criadas y moldeadas en manifestar ese amor…, pero entonces recuerdo la educación religiosa recibida y me repito: “ama a tu prójimo, como a ti mismo”.

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FOTO: Stapports

Toma que toma

Ayer hablábamos de las diferencias culturales y cómo afectan nuestra cotidianeidad, la toma de decisiones, el sistema de creencias. Cuando lo ponemos de ese modo, pareciera que hay que irse a un lugar muy recóndito de Asia o tal vez de África para ver las diferencias. Pero la realidad es que no, que solo con movernos unos kilómetros ya nos exponemos a sistemas distintos donde los juicios y condenas cambian completamente, incluso en el mismo país y hablando el mismo idioma; y con esto no me refiero al grupo reducido de personas con el que nos movemos, sino a la sociedad general de una ciudad o de un pueblo.Obviamente que si te movés en distintos círculos, las creencias son diferentes; lo que me sorprende es cómo en círculos muy similares, pero en distintos lugares, las costumbres puedan ser tan distintas solo por estar insertos en una sociedad o en otra. Ya todos lo sabemos y no es ninguna novedad, el tema de tierras en Chaltén es complejo, complicado, delicado, problemático y un sinfín de etcéteras. Mi intención no es seguir tirando leña a un fuego por demás avivado sino contextualizar en la descontextualización que se da cuando te vas de Chaltén a lugares un tanto similares. Hablando con gente conocida de Ushuaia te cuentan, sin tapujos ni escrúpulos, cómo tomaron el terreno donde se están construyendo o construyeron su casa: en la isla es prácticamente la norma. Las excusas varían desde “es muy complicado” hasta “es muy caro”, pasando por el clásico “sino, solo pueden acceder unos pocos”. Pareciera que nadie lo ve como algo malo o negativo: mi derecho es tener una tierra, así que voy a tomar este pedacito y hacerlo propio. Es loco porque en Ushuaia hay claras fronteras naturales: el mar, la montaña, el bosque, etc. Esto podría sorprendernos y parecernos un caso único, hasta que nos ponemos a charlar con los barilochenses. Es difícil conocer a alguien de Bariloche que no haya tomado un terreno o que conozca a

alguien que lo haya hecho o que esté tramitando con unos amigos para tomar unos terrenos. De nuevo, pareciera la norma. Al cabo de un tiempo, los municipios ceden y los servicios son puestos en lugar para “las tomas”. Pero en nuestra preciada burbuja, «tomar» es palabra seria. Hay quienes ponen el grito en el cielo y de forma casi fascista denuncian al vecino que tomó, aludiendo al clásico “no se lo merece” o “yo llegué acá antes”. Hay otros que tampoco lo toleran, pero son más diplomáticos al hablar al respecto (o eligen bien con quién charlarlo). Otros lo ven como la única solución a la falta de vivienda para los locales y el exceso de alquileres turísticos. También es divertido (de una manera un poco morbo) ver cómo aquellos que despotrican con la inoperancia de los gobiernos de turno para entregar terrenos, aplauden al vecino egoísta que prospera en su poco original negocio y hace más cabañas y más departamentos para el turista. Convengamos que tenemos un popurrí hermoso de hipocresía y quejas. Pero, en líneas generales, tomar está mal visto. Porque aún pensamos en ese que llegó antes y está esperando o no nos atrevemos a tener el descaro de los fueguinos o barilochenses y decir “esto es mío porque yo lo digo”. Y eso que no tenemos ni mares ni montañas abruptas en los alrededores. Hace poco presenciamos al intendente del pueblo entrar de forma completamente agresiva y de noche al terreno que un vecino tomó. Todo el mundo se horrorizó por la violencia del acto y en eso estamos todos de acuerdo. Sin embargo, si logramos alejarnos un poco del hecho en sí y de las sensibilidades sugeridas, y acudiendo a nuestro lado más cínico, es hasta un poco chistosa la batalla de los toma tierras. Un intendente que vive en un terreno que todos sabemos tomado entra en el terreno de otro que vive en un terreno tomado. Springfield es un poroto. Si nos lo mostraran en la tele, en el horario de los programas cómicos, nos reiríamos del absurdo. Pero no, porque es nuestra realidad y no deja de sorprenderme que podamos vivir en el absurdo sin decir nada al respecto, sin hacer nada al respecto y sin siquiera reírnos al respecto.

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FOTO: La brújula

Relato Livre

La nube tapa el cerro y parece que no hay nada más allá. Solo veo casas. Por suerte, todavía se ve el paredón. Sino, la inexistencia del entorno nos volvería locos. O más locos, quizás. A pesar de que estamos en otoño, todavía no hace tanto frío. O al menos no como otros años. Del verde, los ñires y las lengas pasan al amarillo, anaranjado y rojo, para terminar en el color de la piedra. Así como los huemules, los guanacos y nosotros. Cuantos más años pasan, mi piel está cada vez más del color del cerro y reacciona como él al calor y al viento. Del rojizo iluminado del amanecer pasa al gris, al verde, al azul. Se deja ver y se esconde. Yo me escondo y me muestro a veces detrás de las gafas de sol y del gorro de lana, mis propias nubes. Quisiera ser tan hábil como ella en camuflarme, en que piensen que no estoy, que detrás de las nubes no hay nada.

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FOTO: Romina Lojo 2011

Cultura Livre

Continuando con las películas nominadas a los premios de la Academia, hace poco vi “El triangulo de la tristeza”. Una comedia sátira dirigida perfectamente por Ruben Östlund, que se focaliza en la relación de una pareja de modelos e influencers protagonizados por Charlbi Dean y Harris Dickinson. En principio, el director nos muestra el significado del título del film y en la dinámica entre los protagonistas, una pareja moderna europea que expone cuestiones como las relaciones sentimentales, el dinero y el género de manera sutil, pero que dan el puntapié para el desarrollo de la historia. Esta se muda a un crucero de lujo en donde la codicia de los empleados del barco, la opulencia de los millonarios y su aparente impu-

nidad son de alguna manera juzgadas por la relación entre un ruso capitalista y un norteamericano marxista, que entre medio de whisky y libros, resumen el desenlace que lleva a varios de ellos a una isla rocosa y deshabitada. Este devenir de la historia pone el centro de atención en lo ridículo de las castas altas de la sociedad, la invisibilidad de las clases bajas y en cómo, al cambiar las reglas, cambian los roles; jugando casi a un modelo de nueva sociedad. Más allá de las buenas críticas y los premios obtenidos, vale la pena mirarla y sacar nuestras propias conclusiones. Lamentablemente fue la última película de la protagonista sudafricana Charlbi Dean quien falleció poco después de su estreno a causa de una infección.

Staff

Dirección de redacción: Romina Lojo

Redacción: Cecilia Facal - Romina Sanchez

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FOTO: Spinof

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