Local - Artístico - Independiente Septiembre 2019 - El Chaltén Santa Cruz - Número 44 EDITORIAL
J
oseph Mallord William Turner era conocido como el “cazador de tormentas”. Las observaba, las sentía, las tragaba. Y con los pulmones llenos de agua salada se acercaba al lienzo en blanco y ahí escupía toda su experiencia en movimiento, en sombra y luz. Porque para nuestro amigo Joseph, en todas las tormentas que pintó en su agitada vida, la luz es la protagonista. Algunas veces retrata cómo la oscuridad de ese instante en el mar en donde todo se vuelve confuso, comienza a tragarse la luz de a poco hasta, suponemos, ocuparlo todo. Otras veces nos cuenta, al compás del óleo, cómo una vez que el cielo mostró su furia, es ella, la inmensa marea naranja, la que comienza a desvanecer la oscuridad hasta convertirse en la calidez reflejada. Asimismo, el movimiento nos empapa las mejillas y podemos soñar estar ahí con él, atados al carajo donde nuestra piel se cubre de sal. Las olas golpean queriendo salir del bastidor. Otras veces Turner nos muestra la calma posterior a la tormenta, en donde podemos percibir la imagen estática modificada por un movimiento anterior, como observando a un niño sucio y despeinado después de jugar en la playa o como una pareja relajada después de hacer el amor. Porque este pintor inglés nos muestra en cada pincelada esa relación milenaria de la embarcación y el mar, en donde reina la calma o la pasión siempre entrelazadas por medio de la luz que, como un faro en la tormenta, nos hace llevar la vista hacia ella. En el cuadro de arriba, los botes a la vista están expectantes al movimiento dejándose empapar por el blanco que devela rodeado por un verde azulado intenso, dándonos la sensación de que, de a poco, ese centro claro se irá cubriendo hasta llenarlo todo. Y así, como envueltas por una sábana de seda, esas dos embarcaciones sentirán toda la furia, todo el golpe, toda la locura que los arrasará y, creo, los dejará cerca de la orilla; pero ya no van a ser los mismos. Porque la pasión, por más furiosa que sea, nos transforma y hace que –como J.M.W. Turner– no podamos dejar de contarla.
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