Local - Artístico - Independiente Marzo 2020 - El Chaltén Santa Cruz - Número 50 EDITORIAL
E
l mundo tuvo que esperar veinte años tras la muerte de Hilma af Klint para conocer su obra. Sus pinturas abstractas, predecesoras aún del mismo Kandinsky, fueron apreciadas recién casi setenta y cinco años después de realizada la primera de ellas. Ella misma había indicado que se mostraran mucho tiempo después de su muerte en 1944, aun habiendo comenzado con este tipo de abstracciones en el año 1906. Sobre todo porque sabía que el mundo no estaba preparado para ello y tenía razón. No estaba preparado para lo que quería decir ni tampoco para que las primeras pinturas abstractas estuvieran en manos de una mujer quien, aparte de su condición de género, daba el crédito de su arte a la conexión con el mundo espiritual. Para Hilma el pintar no era una mera representación de su ego ni mucho menos, sino que eran un mensaje del más allá. Ella misma anunciaba su trabajo como “para el futuro”. La geometría de la pintura que vemos es compleja y equilibrada a la vez. Es de alguna manera simétrica sin serlo y el uso de los distintos planos le da profundidad. Personalmente me parece apreciable la abstracción cuando genera este tipo de espacios. Muchas veces se generan gracias al color y basta ver algunos trabajos de Mondrian para entender cómo se aprecian los distintos tonos en nuestra retina. Aunque estén en el mismo plano en el lienzo, los distinguimos delante o detrás. En esta obra de Klint, el color y la forma se ponen en custionamiento y los colores que más se “adelantan” aparecen detrás de otros. Será, tal vez, que el mundo espiritual que nos trataba de transmitir la artista nos incita a dejar de lado lo más evidente, lo que más llama nuestra atención y poner el foco en lo sutil. Nuestra vida física, sentimental y espiritual se encuentra bombardeada constantemente de flashes que intentan captar nuestra atención. En estos tiempos de introspección, rescatemos lo poco aparente de todo nuestro yo.
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