Local - Artístico - Independiente Abril 2020 - El Chaltén Santa Cruz - Número 51 EDITORIAL
P
ara Henry Ossawa Tanner la anunciación del nacimiento del mesías, Jesucristo, se vería de esta manera. No le da al ángel una imagen corpórea, sino que lo transforma en luz. Una que transforma todo color y resalta tanto los pliegues de las telas como la mirada de María. A diferencia de otros artistas, no pinta a la Virgen como un ser etéreo ni angelical. Ella es una chica común, terrenal, envuelta en esa luz. Quizás algo de ello tenga que ver con la realidad del artista que, en una sociedad en donde todavía reinaba el racismo extremo, pudo estudiar bellas artes y acceder al mundo de la armonía, la belleza, etc. Personalmente entiendo este cuadro como una autobiografía de Henry. Siendo hijo de un padre negro y una madre mestiza, quien había escapado de la esclavitud en el sur de los Estados Unidos, él pudo encontrar ese otro camino que lo llevaría hasta París. El acceso a la educación lo extrae de un destino marcado por la sociedad de Pennsylvania, con la ayuda de su mentor y maestro Thomas Eakins, quien como el arcángel Gabriel con María, no tuvo en cuenta su condición social y racial para la grandeza a la que estaba predestinado. Como en el cuadro, la humildad del señor Tanner fue una gran característica de su personalidad, así como su sensibilidad. Ahora, detrás de eso, la mirada de María detona una fuerza interna, una fuerza que no grita, no estalla; sino que permanece. Ambos, de alguna manera, logran sus objetivos, sus promesas, desde la quietud de sus acciones. Tanner no es un gran activista político, pero su vida se transforma en un puntapié para varios que vinieron después. Como esa luz que de a poco transforma su alrededor. Cómo dice un proverbio persa: “Alza tus palabras, no tu voz. Es la lluvia la que hace que crezcan las flores, no los relámpagos”.
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