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DEL MISMO AUTOR
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agotado La Flauta de Cafia ....... Libro del Gay Vivir ....... en venta Los Hijos del Llastay ..... Nuevo Mundo ......... Coplas Los trabajos y los días ...... América Inicial ......... Nocturnos
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AUTOBIOGRAFIA?
A Enrique Espinosa.
Y o, señor, hombre rasgado de ojos y de corazón, limpio de conciencia y de ahorros, de suerte oscura y risa clara, nací y vivo en un lugar tan huido - betiehemita soy que amagando juntarse en él los rieles (Ias paralelas no se juntan en el infinito?) el tren no ha podido acercarse. Mi infancia me parece ahora cosa de prodigio. Sin embargo, cuando niño, tendía con avidez de tentáculo a la todopoderosido4 de ser hombre. La escuela se me ocurrió entonces un invento de fastidio técnico. (No he variado excesivamente de opinión). En el colegio me aburrí tan descaradamente como un león de jardín zoológico. También en la facultad de derecho. También en el cuartel de artillería. (De ahí sin duda mis mejores defectos: mi vocación de soledad, tan chúcara; mi cargosa sospecha de la incompatibilidad entre un profesor y un hombre de espíritu; mi entusiasta desapego por toda disciplina, como no sea la que uno mismo se impone, o
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si se quiere, por toda librea, sea de gendarme o de embajador.) La vida blanca y roja (no un negocio sino una aventura mágica, la vida) es mi mayor tentación, pero la palabra, y aún el pensamiento, tienen la privanza de mis horas tiradas en buscar un arte de tempestad y melodía. Soy hombre, y nada del cuerpo y del alma de la mujer puede serme indiferente. Creo que alguno me sospechó griego - acaso por la risa, aunque tengo sonrisa muy actual. Otro no más que turco. ¿A caso porque so y polígamo de ideas y creo mejor el gozar de todas que entregarme ciegamente a ninguna? ¿Religión? Soy un impío capaz de escuchar devotamente por horas una cigarra, pitonisa del sol. Soy un ateo calado hasta el hueso de supersticiones de lo divino. (Paro qué decir que la ignorancia cerrada de la teología figura entre mis grandes erudiciones y que malicio más ciencia de Dios en una calandria que en la Summa? A lgún tiempo me fastidié lo más confortablemente posible en las ciudades donde los hombres impiden ver al hombre. Pero el campo me sobornó otra vez con sus pájaros chismosos de cielo, sus árboles llenos de meditación y de frescura, oh; su viento, mi profesor de gimnasia y de filosofía. La alegría -.-. gay vivir - es mi culto, a mayor título, que suelen salirme al camino, como al que más, esas horas de desencanto eclesiastésico en que nuestras ilusiones amagan cariarse a la par de nuestras muelas. No sé si tres o cuatro mil plantas puestas por mi mano me autorizan al título de plantador. Mas conste que no tengo otro, aunque soy argentino. Una yunta de escopetas, otra de perros, un pavorreal, que imanta todas las miradas, y una yegua lujosa de ímpetu como un ditirambo, agotan el censo de mis bienes. .8
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Pero no quiero jactarme de mi pobreza, aunque es mi único orgullo. Diablo horro de diversiones, suelo hallarlas en algunas solemnidades acreditadas: en los charlatanes aforrados de taciturnos, en los retardados mentales con cátedra de zahorismo, en los que por tener casi todo no son casi nada, en los que por no perder tiempo pierden de vivir. • veces pienso que debí nacer pastor o rey. • veces sueí!o ser un hombre de hierro y de música. Pero ya he dicho que no creo casi en nada. Tal vez en la frivolidad maravillosamente trágica del amor. Tal vez en cualquier ídolo, Goethe, por ejemplo, o W hitman. Y eso es todo.
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AMERICA INICIAL LA postura de la gente del sud ante los yanquis
ha sido siempre de lo más apocada: o han escondido su envidia, para chillar y gesticular su miedo o su odio - no diré que sin motivos - o han quedado en pasmo beato ante su gigantismo, plagiándolo con servilidad pigmea. Fenómeno casi fatal, este último, puesto que a la americanización gripal de nuestro tiempo, ni Europa, pese al lastre de su cultura, ha podido escapar del todo. Lo que yo quise sugerir es que con un poco más de atención y ponderación acaso hubiéramos orientado mejor nuestra conducta. Entre tanto, nada más zurdo e inocuo que la oposición a la América del oro, de una presunta Hispano América de valores ideales. El caso norteamericano de olvido del espíritu es semejante a la tisis de los atletas: la insuficiencia
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respiratoria acarreada por la hipertrofia muscular. Pero el del sud es un caso de raquitismo por nutrición deficiente. Si en Norte América la devoción de lo material cobra ínfulas más seseras, es porque allí todo se hace en grande. Después de todo, quizá los sudamericanos no somos más que unos yanquis abúlicos y pobres. Demasiado visible es la falla que ha llevado a aquella civilización al borde de la quiebra: su formidable desequilibrio entre el orbe de los hechos y el interno. Su opulencia forastera y su indigencia íntima. ¿Mas, cómo negar lo ejemplar de su voluntad de acción y poderío, de su ejecutivo ardimiento, nosotros, gente de dejadez y de inercia? Nuestra reacción contra el progresismo yanqui tendrá que significar un fogoso esfuerzo por inventar o revalidar valores espirituales, no un pagarnos del ocio asiático o romántico, nosotros que estamos aún tan lejos de haber solucionado los problemas primarios de nuestra realidad material. ¿Quién dirá que miento, si la misma Argentina, la más acomodada de las hermanas del sud, esconde mal un pufiado de provincias paniaguadas? Reconocerlo así, vale por el primer paso de avance. Y a propósito, es preciso no abalanzarse con un optimismo tonto para no hocicar en un pesimismo más tonto todavía. Curioseemos: ¿hemos realizado ya, ni marginalmente, la América que soñaron sus iniciadores y
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tutores? No podemos engafiarnos. Bolívar tendría que saber que aún viven ignorándose enciclopédicamente unas a otras las repúblicas hermanas; Rivadavia, que el latifundismo mantiene aún mostrencos nuestros campos; Sarmiento, que el abecedario aún es semilla de poco arraigo en ellos; Martí, que aún hay muchos grilletes por limar. Un poco más de población sin duda. Más dinero también. Caminos, telégrafos, diarios de populosa clientela. Más trigo, más café, más azúcar, más petróleo. Algunas ciudades que nos quedan grandes... ¿Y qué? Desparramamos más letra impresa, pero había antes quizá mayor cuociente de lectores atentos. Estorbaban entonces los generales, ahora los doctores y los generales acaso. Solía ser la patria para sus hijos una madre de Esparta; hoy es una mamá burguesa. Antes había menos libertad, sin duda, ahora ralea más el hombre libre. El latifumflo significa la supervivencia del feudalismo agrario de Espafia. Es decir, seguimos bordeando, sin intento veraz de resolverlo, el más primario de los problemas. Es decir, que en el segundo tercio de este siglo, el sudamericano no ha tomado aún posesión cabal de la tierra que pisa. ¿Recordáis, ahora, aquel estilo yanqui de inventar pueblos en pleno desierto, que Martí cantara, aquel reparto de la tierra como si fuera la misma justicia, de cuya "simétrica belleza", juraba Sarmiento, "sólo Dios puede darse cuenta de antemano"?
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Sí, el sudamericano sigue aún sin comprender la significación económica de la tierra porque tampoco aquilata bien la del hombre. Por aquí hay que buscar también la causa mayor de la urbanización de rebaño - burocrática y no industrial - de nuestra población de América donde mejor deberíamos decirnos aves de campo y cielo, que ratones de ciudad. Ahora también resulta que los ayos oblicuos o tontos de siempre y la chabacanería oficial quieren echarnos estas pihuelas: la raza. ¿La raza española? No la conocemos... Qué raza, si eso es lo que estamos haciendo y por hacer con la atropellada mezcla de todos los elementos que nos van llegando y que algún da será combinación químicamente - étnicamente - válida! En todo caso, no hemos de asustarnos con espantapájaros de otro tiempo. Como los individuos de ahora, los pueblos modernos quieren preocuparse menos de su raza -- su sangre - que de su mente; quieren desmemoriarse un poco de la zoología para acordarse más de la cultura. Pese a las individualidades nacionales ya acusadas, los países del sud se sienten hermanos. Qué mucho, sí, por sobre el alambre de púa del idioma diverso y la destreza manca de los políticos, también nos sentimos hermanos del yanqui. Tan magní-
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fica es la aclimatación americana. Irremediablemente, Espafia se nos queda a trasmano. Cada vez más lo de hispano-americanismo nos irá sonando a hueco. Ahora mismo, ya va quedando como una de esas paradojas de Perogrullo que solo cultivan los gobiernos, con ese academismo obeso de los gobiernos. ¿Hispano-americanismo? No, sino americanismo, porque el problema es nuestro y también de los yanquis. Poderosa es la geografía con sus manos plasmadoras, no menos que la raza, pero no son todo; poderosa es la creencia común, y la tradición análoga y la paridad de formas políticas, pero no son todo; más poderosa aún la lengua única, pero no es todo: en efecto, sólo se trata de vías convergentes hacia otra más alta que va a comprenderlas y superarlas a todas: la unidad espiritual. América espafiola! La historia no ha ofrecido hasta hoy el fenómeno de una veintena de pueblos libres, con todas las posibilidades de constituir un día, bajo el signo de una esperanza igual y la aprensión de un destino idéntico, una comunidad espiritual más viviente que todas las guerreras y políticas.
No lo étnico, ni lo económico, ni lo cultural, constituyen la mayor diferencia entre lo europeo y lo americano. Lo que distancia cada día más al yanqui
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del inglés que del hispano-americano, y a éste más del español que del yanqui, es la juvenilidad; quiero significar la mejor tonicidad vital, el deseo más alerta, la más larga voluntad de futuro en el americano. El porvenir es nuestra colonia. Como es natural, ello se delata mejor en las personalidades cimeras. Los de Europa parecen, o lo son acaso, pastores de una civilización cansada. Los de América, tienen el arrojado entusiasmo de los exploradores. ¿Cómo asombrarnos que a América no la hayan puesto para ser una tautología de Europa? Es hora que comprendamos bien esto, es decir, que sin renunciar a la fecundación europea, tenemos que sacar nuestro porvenir de nuestras entrañas. Medítese entonces, qué responsabilidad no debe pesar sobre la educación americana. Educación, el arte de formar hombres libres, digo, hombres. Y desde luego, aquí se habla de educación integral, que no hay otra. Pues toda educación parcial es mutilación y no más. La educación, teniendo como contenido y fin el desarrollo del poder espiritual, "la capacidad del hombre para sentir la vida en su conjunto". Y así será religiosa - aunque se vista de atea - porque alcanzará nuestra conciencia profunda, purificará nuestro sentido del infinito. Ella enseñará al hombre a guardar su equilibrio, a no renegar de su condición de ser activo y contemplativo, o sea, a ir a la acción sin despojar-
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se del espíritu, a realizarse entero. Le ensefiará a portarse ante la realidad material no como esclavo o prófugo sino' como señor, es decir, a conformar esa realidad a la realidad de su espíritu. Y eso será educar para la vida y no para cualquiera de sus equívocos. Amaestrar la razón y el gusto, el músculo y el sentimiento, buscando entes de técnica eficaz y de intimidad poderosa. Y a propósito, recordemos de paso, algo que vale la pena: en los grandes de América - que ya los tenemos -, cualquiera que sea la categoría de su desempeño histórico, está por debajo del lujo de su personalidad. Es decir, ante todo y después de todo, son hombres, largamente, sin que la profesión los enchaleque ni los encartone la academia. ¿Nos hablan de Sarmiento educador de pueblos y domador de tiranos? Bien, pero eso sólo agregado al Sarmiento viajero, al Sarmiento casero, al Sarmiento estadista, al Sarmiento escritor, al Sarmiento visonario, dan la suma de todo Sarmiento. ¿Bolívar, libertador de pueblos? Bien, pero tienen que hablarnos asimismo del Bolívar que piensa, del que sueña, del que galantea, del que escribe, del que baila - deslumbradoramente. ¿Nos hablan de Martí, "escritor maravilloso"? Sí, pero tienen que decirnos del hombre que olvidado de sí mismo, vivió sólo para Cuba, para América, para los de-
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más hombres, con su corazón de viento y de fuego, hasta su muerte purísima. Y urge democratizar la enseñanza por imperativo de justicia social, ciertamente, pero no menos por sospecha de que sin cultura popular la alta sabiduría no logrará hacerse vida irradiante en los ele-' gidos. Porque, recordémoslo de paso, héroe y multitud no son términos antitéticos sino correlativos. Pueden servirse mutuamente de espuela y espejo. Mirándose en él, ésta puede dejar de ser rebafio para tornarse legión sagrada; mirándose en ella, él suele dejar de ser mera figura de ornato y monumento para tornarse hombre esencial. Y a propósito, no hay acción pedagógica de más alcance que la biografía verdadera de un hombre verdadero. Biografía veraz, viva, sin los rígidos o aguados convencionalismos de siempre, sin hurto de los caseros errores y las humanísimas mezquindades que dan más resalto a la grandeza y la vuelven contagiosa como la vida. Porque la imitación de los mejores es la más privilegiada idoneidad humana. Pero sólo si vernos sus resortes secretos, el héroe "deja de ser estatua de piedra, corno dice Ludwig, y podemos tornarlo de espejo". Hasta ahora, por ejemplo, no sabemos lo que haya sido el hombre-Lincoln, o el hombre-San Martín. Ello importa tanto más cuanto que aún porfiamos por cargar de eruditismo apolillado o indigesto
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a nuestros niflos o adolescentes, reacios a entender que la educación no puede proponerse convertir a cada uno en un almacén de saber parasitario, a trasmano de la vida, sino desarrollar su personalidad en el sentido de su tendencia ascendente. Y la educación de la mujer merecerá atención igual, y más sagacidad, ciertamente. Será la más desprejuiciada y libre que se pueda, pero, eso sí, la más intensamente femenina. Se buscará hacerla, no la sombra del hombre, ni si su mal aconsejada rival, ni "un hombre del sexo femenino", sino su cómplice paradisíaca. Y no queremos decir que la escuela o la universidad serán el único ni acaso el más agudo mentor de la educación nueva. Cada vez más la accin del pensador y del artista deberá ser decisiva sobre el pueblo. Y un pueblo será digno en la medida que sepa volverlos sustancia de su sangre y su sueiio, olvidando un poco la pacotilla de cinematógrafos, teatruchos, diarios y demagogos. Por aquellos aprenderá, entre otras cosas, que no vale la pena apresurarse tanto - delectación morosa en la velocidad es la vida de hoy - cuando no se va a ninguna parte. Aprenderá, entre otras cosas, que la trangresión de toda norma necesaria es romanticismo insidieso o barbarie regresiva: ahf está esa aberración del deportismo fanático; ahí están esa elefantiasis de la minucia y esa gloria in
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ezcelsis del lugar común que son del diario y el cinema. Y no habrá cómo olvidar que lo educacional, como lo político o lo económico, no es sino cara de lo social, y que siendo el problema uno e indivisible requiere criterio y técnica de totalidad para resolverlo. Porque nos hallamos aquí, y en todas partes, abocados a un cambio inmenso que ya está sobre nosotros, como ha visto D. H. Lawrence. i Tiempo de cambiar! El hombre es otro y el ámbito es otro. El sentido del amor, del trabajo, de la cultura, de todos los valores, está modificándose y un día todo será nuevo. Y es posible que entonces la vida, la verdadera y no sus máscaras, aparezca como una revelación.
Indudablemente, el más bravío y urgente menester de nuestras democracias, es el aprendizaje de la jerarquía. En Europa no carecen siempre del sentido de ésta; en Estados Unidos hay la que crea el dinero; aquí y en el resto de América no tenemos propiamente ninguna, aunque sí un reflejo de todas. Creo que ninguna democracia puede justificarse si no es capaz de crear su propia aristocracia. Y no una casta, cerrada o no, aclaremos, sino un rango. Un elenco de los mejores, y sólo mientras lo sean, en todos los órdenes, ocupando por derecho propio,
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y para bien de todos, los puestos de honor y de peligro. Eso se llama una aristocracia verdadera. La democracia incapaz de llegar a ella no es tal, sino modesta chusma. Pero hay que ser demócrata para poder ser aristócrata. Hay que cuidar la planta, y sobre todo su raíz, para que dé el más noble fruto. Nunca un pueblo de miserables fructificó en hombres de alta envergadura. Pero si hay algo más despreciable que la adulación a todas las bajezas de la plebe, que tanto hiede ahora, porque está bajo nuestras narices, es la credulidad babosa en las aristocracias falsas, tan plebes como la plebe, porque están sustentadas por la sangre, la superstición, el dinero o la violencia y no por la única jerarquía verdadera: la del espíritu. Por la democracia a la aristocracia, es la única fórmula válida. Que las mayorías sean la imitación de las minorías y no al revés. Que éstas sean la redención de aquéllas y no que los más terminen con el encanijamiento de los mejores. Por un lado, que la masa no pierda el sentido de lo venerable y de la vida ascendente. Por el otro, que la ¿lite tenga más alerta el sentido de su responsabilidad que el de sus privilegios. La aristocratización de las masas. ¡Qué problema para pueblos donde sólo existe el de la aristocratización del caballo de carrera o del ganado exportable! Porque pese a la ideología medioeval, exhumada
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ahora, la verdadera democracia no está reñida con el grande hombre, antes bien, lo depura y lo lastra con un fundamental sentido de humanidad. Sabe a qué atenerse la América de Sarmiento, peón de minas; de Páez, criadito de un negro; de Lincoln, lefíador; de Darío, mestizo; de Ameghino, hijo de inmigrante pobre; de O'Neill, estibador y bostero, con perdón de ustedes. Entre tanto, huelga decir que casi todos los gustos y gestos de nuestras democracias denuncian a la chusma: fé en el hombre-panacea; confianza en toda enfática simulación de capacidad o probidad; indulgencia vegetariana para las transgresiones esenciales y celo dantesco ante las paparruchas; concepto bolicheril del éxito y zoológico del placer; culto religioso de las maquinitas de asombro; oscilación entre el ditirambo y el insulto; ferocidad práctica y sentimentalismo cursi; entusiasmo épico por inocentadas redondas; creencia en que el honor es una canongía y no un peligroso puesto de avanzada; supuesto de que la plebe no puede estar y está principalmente en la alta política, las altas jerarquías eclesiásticas, el alto comercio, la alta ensefianza, la alta aristocracia. .
Uno de los más trajinados errores en cualquier tiempo y lugar, es el concepto ornamental de la cultura y sobre todo del arte. En ninguna parte,
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empero, esa ingenuidad feroz acampó tanto como en nuestra América. El arte, lo adjetivo y lo superfluo. Axioma. Que el arte es esencial profundidad, la expresión total de la vida, era noticia sospechada apenas por algún zahorí. ("El arte es la realización del hombre, es todo el hombre", les notificó Sarmiento a los yanquis). Qué extraño, si hoy mismo continúa casi inédita. Así, pues, la interrogante levantada en muchos espíritus sobre si hemos logrado expresión propia y en qué grado, es inquietud esencial, y rebasa el límite de una mera curiosidad estética. Desde luego que al hablar de arte entre nosotros, apenas podemos referirnos a la literatura. Ahora bien, al abocarnos a ella sin presbicia ni miopía, sin inflar ni apocar su valor relativo, reconoceremos incuestionablemente que lo genuino americano se asoma muy pocas veces a sus páginas. Qué mucho, si por fatalidad implicada en nuestra condición de pueblos recién nacidos, lo americano en si mismo es cosa aún balbuciente! Porque es claro que la América pintoresca cuenta poco o nada. Lo que importa es la América interior, esa que incuban sus espíritus creadores, esa que está formándose y que quiere asomar y ya asoma. Porque he aquí que el poeta, el apóstol, el político verdaderos de América, más que expresión auténtica de lo que somos (aún estamos por ser algo), han de ser una meta para nuestras posibilidades inter-
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nas, un desafío que debemos esforzarnos por contestar dignamente un día. Acaso no sabemos bien lo que es o será lo americano, pero sí lo que no es. No se solidariza con la cacharrería del folldorismo, ni con el pujo clasicista o mitologista, ni con el cosmopolitismo de feria; no está en los cronicones ingenuos del Norte ni en las románticas gerundiadas del Sud. Todo eso puede quizá servirle apenas de abono. No está tampoco en las selvas, los ríos, las cordilleras, las pampas, las bestias, las tempestades, los pájaros, mientras los sigamos mirando con ojos de turistas, sin arriesgarnos a expresarlos, es decir, expresarnos con ellos. Porque eso será nuestro, sólo cuando coloree nuestra sangre y nuestro espíritu. América tiene que dolernos como un recuerdo y alegrarnos como una esperanza. Dolor y alegría: los dos mensajeros de toda creación. Pero no fabriquemos americanismo. Dejemos que lo americano nos venga como una gracia y nos salga como un brote. Entonces clareará la América matinal. Aunque tampoco hemos de dejarnos acorralar por un regionalismo continentalista. Sabremos ascender a lo universal o no seremos nada. ¿Para qué decir, entre tanto, que esta América semiindia está sometida, más que nadie acaso, al rasero de la imperiosa Europa? Porque de veras, amigos, el mundo va a conver-
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tirse pronto, o ya lo está, en un libro que repite hasta el bostezo la misma página. La supresión de la distancia, el biógrafo . . . Identidad, cada vez más estrecha, de costumbres, de vestidos, de instituciones, de ideas, de tipos. ¿Qué nos contará un Marco Polo que fuera ahora a China? Casi lo mismo que un chino que viniese a Occidente.. Pero es el caso de preguntarse: ¿por qué el parlamentarismo ha de convenir forzosamente a los indos? ¿Por qué los poetas nipones han de cantar como D'Annunzio o Jeán Cocteau? ¿Por qué el moro ha de cambiar el turbante por el casco? Mala compañía la de la uniformidad, porque es la madre del tedio, el más sutil de lo s diablos! Pese a todo, el mundo parece cada vez más disminuido en belleza y la supercivilizacla humanidad en hombres verdaderos. Así alguien ha podido hablar sin chanza de "la falta de dignidad de nuestro estorninos civilizados junto al árabe del desierto". América tiene que meditar sobre esto, no menos que sobre la tristeza de mermar el contacto con la naturaleza viviente que a estar a los últimos atisbos "parece organizada según un principio de belleza", más que de utilidad. Que nos enseñen de nuevo la bdlleza del lirio de los campos y la dulzura de mirar la luz del sol; y que una calandria es tan interesante como un grafófono, un árbol como un rascacielo, el olor de la rosa silvestre como el de la nafta... Preciso es que el puro verde
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de algunos paisajes, siquiera, se libre de la prostitución de los carteles de anuncio. Y que en las almas, como en los campos, queden rincones de recogimiento silencioso y de soledad virgen. ¿Para qué decir entre tanto, que los tartamudeos más chocantes de nuestra expresión son ecos de la sucursal de Europa que dejarnos de ser en lo político, pero no en lo demás? ¿ Por qué tomar por idiosincracia literaria lo que es sólo escasez de alfabeto o atropellamiento u ocio? ¿ Ni cómo ha de reprochárseles la garrulería y el énfasis a los discípulos de fray Gerundio, de Quintana, de Hermosilla y de Zorrilla, o a los imitadores de lo imitable de Hugo? ¿Qué mucho asimismo que se tome por nuestro, lo que es poco menos que nuestra negación? Montalvo, clasicón que para hablar de Bolívar pide emprestados su acento a Cervantes y sus arreos a Gracián; Palma, colonial tan aprovechado, que es autoridad en lenguaje y gracejos de la madre patria; Rodó, profesor montevideano de erudición esmeradísima, que con ática ingenuidad tomó en serio aquello de "Atenas del Plata"; Chocano, espafiol vestido de plumajería autóctona, hombre de villa y corte hasta en su bufonesca afición a las privanzas áulicas; Blanco Fombona, bello ejemplar del sudamericano explosivo e inocente que emigra a la península a "hacer la Espaíia"; Groussac, catedrático de importación, probado de saberes y sospecha-
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do de ingenio, mas, como converso, menos atento a sí mismo que a placear su autoridad en materia de pasatiempos casticistas; Larreta, alteroso castellano viejo -- avilés por más seiias; Herrera y Reissig, acaso magnífico poeta que se malogró en hacedor de bomboneras; Zorrilla de San Martín, épico de juegos florales; Rojas, escriba que grabó en varios bloques tumulares la "Historia de la mitología argentina". Pero la voz de América, o el preludio de la futura voz de América, sabemos bien dónde hallarla. Como consta en el testimonio de Waldo Frank, en el Norte, Poe y Emerson, pese a su alta jerarquía, fueron dos tránsfugas de lo americano hacia las más remotas distancias de lo exótico y lo abstracto. No tuvieron raíces. Como no eran realmente fuertes, rehuyeron el contacto con la realidad bruta. Tarea de gigante, ciertamente, penetrar esa realidad, transfigurarla, redimirla, alzarla hasta las esferas del espíritu. Ese gigante fué Walt Whitman. De Masters a Bennet los poetas de hoy son sus hijos. En el sud, sabemos en qué lenguas habló o balbuceó la voz de América, ese acento bronco e ingenuo tan difícil de definir como de confundir. Está en el soldado espafiol ya, con Bernal Díaz del Castillo, en aquel relato poderoso del más agudo lance de la conquista de Méjico; está en muchas palabras purpúreas de libertad y porvenir, de Bolívar; óyeselo
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sonar, con fuerza creadora, en los enojos y corazonadas de Sarmiento; se deja sentir, pese a sus armas castizas, en esas páginas intensas como una batalla que capitanea Martí. También está en Darío, cuando olvidado de sus abalorios finiseculares y su corifeísmo, canta - no los tópicos autóctonos que no sabía sentir - sinó su estremecida verdad lírica; también en el Lugones de los buenos ratos, cuando deja en sus párrafos el pulso de su pecho y de sus muñecas; también en versos de Silva o la Mistral; también en Rivera cuando nos angustia con la derrota de un puñado de pionners por las hormigas en el paraíso infernal de la selva del trópico, o en Quiroga hablándonos del regreso de Anaconda con palabras de bosque y magia. Sin duda, América sólo sabrá mostrarse a la altura de su sino histórico cuando insatisfecha de ser una tierra nueva, aspire a ser un "nuevo mundo", es decir, la patria del "hombre nuevo", dispuesto a vivir la vida. Y porfiemos, ahora, que vida es la virtud de lo que está vivo, y sólo está vivo el espíritu. Negaciones de él son igualmente el yanqui convicto y confeso de que la vida es prisa y oro como el sudamericano de pulsos tardíos. Digamos que el contrasentido mayor del mundo moderno, llevado a lo prócer en los Estados Unidos, es codiciar desaforadamente todas las superfluidades olvidando lo único indispensable: la vida del espíritu. Este es el triunfo de Mr. Babbitt, el
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acéfalo señor todoelmundo, la personalidad cesárea del Norte. Y no se trata sólo de la plutomanía obsesora. Niegan también la vida los que de la religión hacen ritos; de la moral reglas; de la ciencia, técnica; del arte, un estupefaciente o un sonajero. No sólo el culto del éxito material, trepidante y bruto como un vagón de carga; también el fariseísmo puritano y el hedonismo simiesco; el cúmulo de prejuicios carcelarios, sacramentados; el trabajo, deber de sencillez religiosa, esfuerzo de liberación, trocado en arma de lucro, de vanidad y tiranía, en montaña que aplasta u oculta hasta los más inalienables haberes del ser; los rascacielos y la velocidad y el business junto a la insensibilidad paquidérmica para todo conocimiento desinteresado y emoción noble. Y no es que se proponga el ocio anacorético o la incuria salvaje, claro está; no es que se reniegue del trabajo, de la máquina, de la riqueza, de todos los logros del hombre, que aplaudió Whitman y que Sarmiento, toreador de la dejadez hispano-americana, echaba de menos, sino que todo sea una vía y no una meta, que eso sea levadura de la vida esencial y no pretexto para el nirvana del alma. Porque a la definición zoológica de Franklin el hombre, un animal que fabrica utensilios - urge oponer esta otra el hombre es el animal que se fabrica un alma.
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Demás que la burguesía cartaginesa y el comunismo con su credo económico quieran reducirlo a res de establo, satisfecha de su ración y su yacija. Se trata, en efecto, de la bestia metafísica, la bestia con vocación de infinito. Ay del hombre cuando olvida que su ideoneidad más clara es tender a lo sobrehumano. Por eso, más que la técnica de la grandeza mecánica, le importa la técnica de su yo profundo. Es decir, el camino es inverso del seguido hasta ahora. Nada se hará con el más prodigioso perfeccionamiento mecánico, con nuevas revoluciones, con conferencias pacifistas, con prospectos electorales. Todo debe venir de adentro a fuera. Sólo eso es creación. El hombre sólo poniendo armonía en su interno caos puede ponerlo después en la realidad forastera. Y esto es incontestable como la luz. La tarea fundamental del que quiera llamarse un hombre, es enfrentarse consigo mismo, acorralar su alma, luchar con ella cuerpo a cuerpo. Y quedará quito de mezquindad y vanidad. Entonces, podrá enfrentarse al mundo y vencerlo .Porque no hay dos caminos: o el mundo nos vence, imponiéndonos su conducta, o lo vencemos nosotros, obligándolo a respetar y aún acatar los fueros de nuestra alma. Y sólo en ese caso podremos llamarnos hombres. Acaso esa es la misión de América. La de hacedora de hombres, no de castas o pueblos. No de idólatras de cualquier dios falso: el Estado, la Iglesia, el Pro-
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greso, el Fascismo, el Comunismo. No de un parásito de las máquinas, sino de hombres creadores, es decir, en mayor o menor grado, suscitadores de vida verdadera. De entes horros de supersticiones tenebrosas, como la de que la libertad la decretan los gobiernos y no es dignidad regia que el individuo sólo puede asumir por sí mismo, o que lo que es degradación para el individuo, puede ser condecoración para una patria, o que las fábricas o los trigos pueden ser más realidad que el espíritu. Entes convencidos de que ser integralmente y libremente un hombre en verdad, en cordialidad y en hermosura supera a todos los mitos que han hecho de la criatura humana un ocupante o tenedor de cosas o mero pasto de dioses antropófagos. Entonces América merecerá llamarse Nuevo Mundo. Y como es natural - porque son de belleza las voces caudales de la humanidad - su alma irá amaneciendo en la voz de sus poetas. "Hojas de hierba", es el primer evangelio del hombre nuevo.
LA PALABRA CREADORA Un autorizado cualquiera. Si desde Baumgarten, Sulzer, Moritz, Lessing, Kant, Shaftesbury, Hutcheson, Burke a D'Alembert, Muratori, Scheiling, Hegel, Herbert, Helmholtz, Jungmann, Guyaw, Grant Allen... las definiciones de lo bello son incontables, quiere decir que lo bello no está definido. Y si no hay definición de lo bello, ¿qué es, pues, la estética? Un poeta emérito. - Una palabra de humo. Incapaz de definir el arte, como dice un moderno apóstol, pretende reconocer cuáles son las obras de arte verdadero e inteligir sus leyes, que todo artista debe acatar beatamente como único camino de salvación. Un periodista. - El arte es, entonces, lo indefinible. LA poesía, nuestro tema, lo indefinible. ¿A
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ésto es pues a lo que llegamos después de siglos de discusión? Un poeta. - En efecto. Pero acaso no todo es perdido. Acaso saber que no sabemos es también sabiduría, quizá la única a que podemos llegar. Y sin duda ayudará al artista a recobrar su libertad de acción, y no dejarse encadenar por leyes que no son tales. Un autorizado cualquiera. - No me parecen huérfanas de razón esas palabras. Mas es probable que obtengamos más claridad reconociendo algo que no alcanza a novedad tampoco: el arte es otro modo de conocimiento, otra sabiduría. Un crítico de perita. - Ciertamente. Es ésta una frase secular: "Si por medio de la fantasía no se creasen cosas que son y serán eternamente problemáticas para el entendimiento, de poco nos serviría la imaginación". De veras, la imaginación tiene ojos cuya mirada parece abrirse hacia dentro. Volviendo a lo anterior, tenemos que reconocer que la lógica del conocimiento positivo no puede mandar en arte. Un forastero. - Lo que no significa que la imaginación no obedezca profundamente a las leyes de su propia lógica, y que no puede confundirse, como se quiere ahora, con el capricho o el disparate. Un poeta emérito. - Tampoco está demás repetir, y ojalá fuera por última vez, que el arte es
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independiente de la moral, ya que idealmente es anterior a ella. Se trata por cierto de una perogruliada de la estética. Un poeta. - Sin duda, pero conviene igualmente y acaso más aún, repetir que si lo ético no es lo estético, no es tampoco su antítesis, sino todo lo contrario. Son dos caminos que conducen a la misma cima. "Que la audacia y grandiosidad de Byron no son educativas? Tenemos que librarnos de buscar lo que educa exclusivamente en lo moral. Todo lo grande educa.....(Goethe). Un poeta emérito. - Pero ciíéndonos a nuestro tema, lo poético, quiero decir de antemano que si acepto conversar sobre él, es en la convicción de que no podré dar ni escuchar ninguna convicción al respecto, y sí sólo meros quizás. Un crítico de perita. - En efecto, sólo sobre esa base puede, no discutirse, sino conversarse con algún decoro sobre el más resbaladizo de los temas. Pero eso, en lo que se refiere a su esencia. No por cierto en cuanto a su exteriorización o su técnica. ¿Qué me dicen Vds. por ejemplo, de esa jocosa novedad de poesía sin verso? Una poetisa. - Querrá Vd. referirse al verso libre. Un crítico de perita. - Llámele como quiera. Pero palabras no sujetas a medida, ritmo y rima, no pueden constituir verso. Un poeta. - Comparto sólo a medias su opi-
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nión. Para mí lo que define al verso como tal es el ritmo. (Y al decir ritmo o cadencia, digo medida.). No es su alma, sin duda, pero sí el latido de su sangre, la armonía de su respiración. Elemento dinámico que se acuerda con el galope del caballo, el pulso de la estrella o el mar, el crecer de la hierba. La rima, en cambio, es accesoria, ornamental, aunque no niego, así considerada, su coqueta gracia. Un poeta emérito. - Pienso exactamente lo contrario. El elemento esencial del verso, es la rima. (Inútil aclarar que ella nada tiene que ver con la ripiosa sonajería de los falsos poetas.) Por cierto, que la eficacia del ritmo es innegable, pero de tal modo es decisiva la rima, al dar individualidad musical a cada verso, que éste, si quiere, puede prescindir de cadencia y medida determinadas. Como el beso - dos bocas que se besan, la rima ella crea el gesto más bello del amor. ¿Y qué será la poesía si no es amor? Además, crea la verdadera música del verso, o sea lo que convierte el vulgar y recio lenguaje humano en balbuceo de ángeles. "Ella, recuerda el poeta inglés, abre con la sugestión de su sonoridad puertas de oro que la misma imaginación no consiguió abrir". Ah la voz que despierta los ecos dormidos de nuestra alma... Un crítico imberbe. - No dudaba por cierto, que sobre la cadencia y la rima se habían dicho esas dulcísimas cosas. Sin embargo, el criterio claro y
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quito de prejuicios no se dejará engañar. Sabemos que el verso nació de la necesidad de expresar en la forma más recordable posible las cosas que más interesaban a la tribu: sus leyes, sus consejos. Los refranes, digamos. Nada para el caso como el hechizo del ritmo. O, posteriormente, de la rima, que al objeto buscado resultó más preciosa. En efecto, como recurso mnemotécnico es mucho más eficaz. Después, lo que ella tenía en sí de juguete pueril y bárbaro, debía encantar la psiquis primaria. Lo demás lo hizo la rutina. ¿ Qué es esto de la rima indispensable si ni he: breos, ni griegos, ni latinos, para no citar más, supieron de ella? Anda por ahí sonando el argumento de que no la necesitaron porque con su juego de sílabas largas y cortas, la pronunciación del verso clásico era un canto verdadero. ( i Quién estará seguro de no marrar en esto, si no nos queda un disco ortofónico de Alejandro declamando un pasaje de la Ilíada o de Virgilio tecleando con sus últimos versos las gruesas orejas de Octavio!) Lo que sí parece cierto, es que el verso la poesía era aún un vasallo del canto: esto es, que buscando la armonía de sus versos - digamos su adecuación al canto - el poeta antiguo no trepidaba en sacrificar la armonía espontánea de la palabra, o sea, en reemplazar los acentos gramaticales por los rítmicos. Sin duda, aquí la superstición gobierna. Según la sabiduría oficial "la cantidad larga o bre-
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ve de las sílabas era propiedad esencial de las lenguas clásicas y podía subsistir independientemente del acento". Pero averiguadores actuales, no dispuestos siempre a tragar lo mascado por otros no lo entienden así: "El pueblo latino, que hablaba como nosotros, según la naturaleza del órgano vocal humano, no conoció nunca esas artificiosas divisiones de breves y largas, leyes escolásticas inventadas sólo para conservar los esquemas musicales griegos". (Pirandello). Si algo puede sacarse en limpio, es, a lo que parece, la conclusión de que las cantidades latinas y las rimas modernas son meras convenciones retóricas: la poesía no tiene compromisos solidarios con ellas. Por otro lado, hace rato que a los consonólatras se les restregó en las narices el más puro de los contrasentidos: persiguen por ingrato - ¿o sólo será porque los latinos lo hacían? - el sonsonete en la prosa y se dejan sumir en el deliquio por ese sonsonete del verso que es la rima. Ah, si la rima no fuera más que cosa baladí o mal sonante... Pero se trata, amigos míos, del pegamoscas del ripio, de la camisa de fuerza del ritmo espontáneo, de una verdadera zancadilla del entendimiento! Y sobre esto no hay que insistir. Q uel enf ant sourd ou quel négre fou Nous a forgé cc bijou d'un sou Qui sonne creux et fauz sous la lime?
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¿Palabras de algún iconoclasta? No, del más acreditado rimador de Francia. Un poeta emérito. - Verdaderamente, amigo,
como buen sofista, ha hecho Vd. de la habilidad su sierva; pero la rima escapa a todas las asechanzas. Pihuelas de los falsos poetas, es la espuela de oro de los buenos. Gracias a ella, las más inesperadas revelaciones poéticas pudieron ser. Tiene razón el que advirtió que es la única cuerda sensible que hemos agregado a la lira griega. Un forastero. - Ciertamente, sólo podré dibujar mi posición, diciendo que estoy de acuerdo con las de Vds., sin coincidir con ninguno. Desearía es claro, consignar dos o tres atisbos insignificantes. Por ejemplo: que el verso o forma poética, parece haberse originado no sólo en la necesidad de conservar las cosas de útil recordación para todos sino también en la de alabar a los dioses; que el ritmo complejo o la rima, dificultades para el no iniciado, pudieron muy bien haberse ocasionado en el propósito mágico de volver inaccesible para los profanos el mecanismo del verso; que los clásicos evitaban el Sonsonete no sólo en la prosa sinó en el verso también; que Dante y Shelley, devotos de las rimas y las cadencias ortodoxas fueron poetas auténticos, pero no lo fueron menos Milton que despreció las primeras, ni Whitman que se olvidó de unas y otras. De todo lo cual, aíadido a lo que Vds., explanaron, no puede sacarse
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en limpio sino que la poesía es íntimamente tan ajena a los ritmos tradicionales y la rima como a la negación de los mismos. Un distinguido señor. - En tal caso las novísimas escuelas tendrían la última razón. Si el verso libre se basta como agente de la poesía, la rima y las viejas cadencias serían chuchería inútil o engorrosa. Un forastero. - Y o no quise desembocar en eso. Pienso, en efecto, que la forma sólo alcanza significado en relación al pi-opio poeta, esto es, será más o menos válida en el grado que se adapte más o menos eficazmente a la iluminación poética. Traduzco: según su temperamento y aún según el momento lírico, el poeta será llevado a esta forma o a la otra. "El alma es forma y modela el cuerpo". (Edmundo Spencer). Eso es todo. ¿Para qué hablar de trabas y facilidades? Una poetisa. - La rima, por ejemplo, no es ninguna dificultad para el buen poeta. Un forastero. - Ni menos para el mediocre, y aún el malo, que suelen ser modelo de rimadores. La rima es una facilidad y por eso debe ser sospechosa para el verdadero poeta. El verso libre, al contrario, es arduo como los caminos de altura. Un autorizado cualquiera. - Pero lo de verso libre es un eufemismo de prosa. Y sino, ¿cuál es su definición de verso? Un forastero. - Hombre, si se empea, le diré
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que poesía es aquello que sólo puede comunicarse en verso, y verso es aquello que sólo sirve para comunicar poesía.
Un crítico de perita. - ¡Ciertamente, una definición sin compromiso para nadie! Un periodista. - A lo que veo, el tema de la forma, gramaticalmente hablando, es inagotable. Aca! so valdría más asomarse a otro fenómeno poético, muy manoseado a la sazón: nombro la metáfora. Un crítico de perita. - Ah, sí. Según parece, los poetas recién venidos, se proclaman sus inventores. Es una inocencia que pide babero, ya que desde Esquilo a Mallarmé, y más o menos con su prestigio y sus alcances actuales, es novedad herrumbrosa. Un poeta. - No se trata de eso, amigo mío. Los contemporáneos no la han inventado, pero han intimado profundamente con ella, esto es, han intuido sus posibilidades más insospechadas. Diré, por ejemplo, que para los antiguos, la metáfora era sólo un ornato, o un enlace más o menos pintoresco de dos exterioridades. Un poeta emérito. - Es una suposición gratuita, y no digo ya referida a los modernos, de Shakespeare a Laforgue, sinó hasta los más antiguos. Bastaría recordar, por ejemplo "el agua de angustia" de Isaías. Un poeta. - No niego que haya las excepciones fatales. Pero ni éstas lo son esencialmente. Porque
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en ellos, la metáfora nunca pierde del todo su carácter accesorio. En la real poesía contemporánea, la metáfora es dueña de casa, y todo el fenómeno poético parece girar dentro de su círculo de encantación. Me explicaré de otro modo, esgrimiendo las figuras de un compafíero mío. Según él, la vieja metáfora puede llamarse física porque sus términos no se alteran entrañablemente, no se amalgaman; en la nueva, los elementos integrantes reaccionan sustancialmente, se combinan, crean una nueva naturaleza de propiedades muy distintas. (Por eso la nueva metáfora es el más eficaz instrumento de poetización, digo de creación). No importa que en la antigua metáfora uno de sus términos pertenezca al mundo psíquico: si la transustanciación de sus dos términos no se produce, no rebasará nunca su condición física. Podría decir también que la metáfora actual es característicamente múltiple, esto es, que su dinámica síntesis involucra alusiones plurales. Quiero advertir finalmente que si todo ello logra ascender a lo poético, es porque sólo la emoción lírica puede inventario. Un distinguido señor. - Amigo mío, se me venga el cielo encima, sin metáfora, si yo entiendo algo lo que tenga que ver la poesía con este delirio de alquimista. Un crítico imberbe. - No sé, ni importa mucho a mi caso, el grado de verdad que asista a cada
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uno de Vds. en su avaluación de las metáforas. Yo sólo quiero sentar la sospecha, en mí vehemente, de que ella es en sí una entidad típicamente retórica, esto es, casi nunca poética. Los tropos son recurso de que gusta valerse el ingenio frío y travieso para sustituir la emoción ausente. La metáfora es enfática y sofista. Me explico que de ella eche mano el orador que busca engañar o deslumbrar, pero el poeta no debía confiársele. A causa de que sucede lo contrario, aún los mejores poetas pecan de amanerados o cargosos, para no referirme a los novísimos poemas, meras vidrieras de metáforas. Un forastero. - Esta última tesis me parece la más curiosa, aunque no digo la más exacta. En efecto, acaso lo más juicioso consista en sospechar que la poesía no es en sí metafórica - química o física - ni antimetafórica. Por su condición de correlacionadora de las cosas más lejanas u opuestas, por su apostura de teorema - axioma, o de trampolín de la imaginación, en que de lo conocido saltamos hacia una oculta maravilla, la metáfora puede ser, y es, una servidora insustituible de la intuición poética. ¿Siempre? No, ni mucho menos. Puede, si no le es necesaria - y lo que no es necesario, estorba - olvidarse de ella por entero. Dos ejemplos, los más dispares que sea posible, no me dejarán mentir. El "Cantar" de la Biblia y "A sé stesso" de Leopardi. Finalmente, una aclaración indispensable perti-
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nente al pleito de la vieja y la nueva retórica. Los oficiantes de aquélla suelen querellar a los de ésta en nombre de la sencillez y la desnudez del sincero estilo llano. Y he aquí que lo hacen más por miopía que por mala intención, pues en efecto, creen de buena fe en lo radicalmente sencillo de un estilo que no más lo parece porque sus tropos se han vuelto invisibles de puro usados. Un periodista. Veo que hasta aquí todas nuestras opiniones divergen. Si esto ocurre en cuanto a la técnica de lo poético, ¿qué será respecto a su esencia? Un poeta. -. Con todo, y aunque presintamos que ninguna definición lo abarca, no debiera abandonarse un afán de aproximación, un intento de domesticar sus secretos menos hurafios. Poesía es la traducción verbal de bellos estados de ánimo, podemos adelantar, por ejemplo. Pero pronto se advierte lo baldío de fórmulas como esa. Entonces preferimos allegarnos al cómo del fenómeno poético. Y observamos que en esa traducción a que aludíamos, las cosas del mundo sirven de figuras al poeta. Una poetisa. - Es cierto. Y como toda forma natural es bella, el poeta tiene la imitación de la Naturaleza por único sendero, según lo enseñaron y practicaron los antiguos. Un crítico imberbe. - Doblado error, sin duda. Los antiguos lo profesaron, pero no lo hicieron,
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porque el instinto los salvó. ¿El arte una imitación? ¿El arte tautología? No. El mundo real es sólo la escala del poeta para llegar a su mundo. Esto es lo que ya sabía Jámblico: "Cosas más excelsas que todas las imágenes suelen expresarse por imágenes". Un distinguido señor. - ¿ Privilegio de los poetas? Un forastero. - De los menos, por cierto. Los más, los cotidianos profesionales del verso, suelen no pasar nunca de las imágenes. No son los íntimos exploradores del mundo, los totales sentidores del drama humano. Se trata de coleccionistas de sensaciones o figuras, mariposeando sobre algunos aspectos de la diversidad, sin sospechar la unidad divina. El espíritu del poeta redime, pues, la naturaleza real. Y no diremos que metamorfosea las cosas, sinó que las cosas recién cobran forma cuando él les da ingreso en su renio maravilloso. Por eso se llama creador. Un autorizado cualquiera. - Sin duda, pero algo idéntico sucede con las otras artes. ¿Cuál es, pues, el sello intransferible de lo poético? Un forastero. - Alguien ha dicho, con ya acreditada verdad, que la ley de una imagen poéticamente pura, es no ser plasmable por ninguna plástica. Yo arriesgaré a mi vez, que más allá del relieve y el color, el poeta debe buscar la luz. Ahora
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frente a la música, a los etéreos tesoros de la música, la poesía se reserva el privilegio de la idea. Una poetisa. - Pero la poesía también es musical. El ritmo, la rima. Un forastero. - Me perdonará que yo no crea en la música verbal. Creo sí en la musicalidad de lo poético. Creo que la poesía es hermana carnal de la música. Quizá podría aventurarse que la poesía es el arte por el cual las meras palabras crean en nosotros un estado de alma gemelo del que suscita la música. Un poeta. - Ha dicho idea... Pero la idea es criatura del conocimiento conceptual. Y ahora lo saben todos, hasta los profesores, que el arte es otro modo de conocimiento, que podría llamarse intuitivo. O mejor aún: la intuición puede abrir la misteriosa puerta de la inspiración, ese estado único en que el poeta logra comulgar con lo bello y captarlo. ¿Qué tienen que hacer con esto las aburguesadas ideas? Un crítico imberbe. - De fijo, nada. En poesía como en religión, la razón es una intrusa. A la falsa poesía-razón, un iluminado crítico hace bien en oponer la poesía-música. Un poeta. - ¿El abate Bremond? Sí, es verdad. Pero él no sólo abolió de la poesía pura la idea, sino asimismo las imágenes y aún el sentimiento. Quiso reducirla a música, mas pronto advirtió que ello no bastaba. (Ni por su sentido ni por su so-
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noridad la palabra hallábase en gracia ante lo poético.) Entonces alcanzó que la poesía en estado puro era un maravilloso silencio ante el cual, como la del devoto ante el misterio de Dios, el alma del poeta sólo podía exhalar un balbuceo ferviente.. ¡Plegaria, poesía! (Así vió que más allá de su sentido y su sonoridad la palabra puede desprender "un fluído misterioso" único capaz de revelar lo poético.). Un crítico de perita. - Y es por ese exaltado y virgíneo asombro ante las cosas con las cuales parece identificarse, que se ha dicho certeramente, por Pascoli y muchos otros, que el poeta es un niño. Un forastero. - El verdadero poeta, tiene, de veras, no sé qué de niño-dios creador. Pero conviene distinguir, ya que con ello los sofistas de ahora creen poder autorizar las más inofensivas puerilidades. Croce, en página ilustre, ha demostrado de qué estrecha concepción nació esa frase del Pascoli (buen poeta a ratos, que no puro ni gran poeta como algunos creen). En efecto, para él, lo poético no es fantasía y sentimiento, sino apenas esto último, y aún sólo sentimiento idílico que no erótico o pasional. Ha confundido, dice Croce, "la ideale fanciullezza" - imagen de la contemplación pura - con "la realística fanciullezza" que se encierra en un pequeño mundo por incapacidad de dominar otro más vasto.
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En cuanto a las tonterías del afamado abate son ciertamente encantadoras. Pero no veo identidad forzosa entre lo que es humillación e imprecación (plegaria) y lo que es, sobre todo, exaltación generosa, salmo (poesía). Eso para no hablar de su técnica, según la cual sólo las "palabras vacías de sentido" pueden ser instrumento de la poesía, y no precisamente por su timbre y su ritmo, sino meramente por cierta virtualidad mágica. Lo seguro es que todas las concepciones de lo poético pecan de limitadas o excluyentes. Puede creerse que ni el entendimiento, ni la imaginación, ni la sensibilidad, ni la palabra constituyen de por sí el fenómeno poético, sinó todo ello amasado y animado en criatura divina cuando la inspiración llega con su fuego y su soplo. No otra cosa, sin duda, quiso significar el mago de Concord: "La transformación de un pensamiento en poema es semejante a la metamórfosis de las cosas en formas orgánicas superiores". Un crítico de perita. - Mirando de otro costado, parece que las nuevas tendencias han abolido, la anécdota, como una de las negaciones de lo poético. ¿Quién no ve un malabarismo de manco en esta pedantería? La anécdota, o lo que de la persona se narra, es lo único que puede acarrear la emoción. Lo demás es álgebra, abstracción, nihil. Un crítico imberbe. - La poesía anecdótica, si, pero no una anécdota periodística de nuestro yo
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vecinal, profesional o mundano, sinó algo asaz distinto y casi opuesto: una peripecia de nuestra alma, una vertiginosa revelación de nuestro destino. Porque la poesía no es la descripción de lo real ni la crónica de nuestros días, sino el hada que los redime al toque de su vírgula. ¿Cómo no han de agradecérselo los hombres? El poeta les brinda la traducción irisada y alada de algo que en ellos era apenas la larva de un sentimiento oscuro y amorfo. Un forastero. - Y o querría advertir, por remate, que en este incansable traquear sobre lo poético, la mayor suma de errores proviene del contenido diferente asignado a una misma palabra. Así, va para rato que se propone la sencillez como la sal del arte, y en efecto, no puede sostenerse lo contrario tomado el vocablo en su acepción más cotidiana. El poema por ejemplo, debe tener la convincente facilidad de un axioma o una sonrisa femenina. ¿Cómo defender el tecnicismo obscurantista o el ornato parasitario? Mas sucede que con dicha palabra quiere sacramentarse vuelta a vuelta las más aguadas cosechas de lo insignificante y lo resobado. Un poeta. - Es verdad. Y la sencillez de lo poético es a veces sólo la inconsútil suma de lo complejo, como la luz de los siete colores. Suele ser la suya una terrible sencillez, una flor que obliga a llegar hasta la ceja del precipicio para cortarla.
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Un forastero. - Y ciertamente, respecto a la libertad del arte - o del artista - acaece lo propio. Como toda actividad humana, la del artista hállase condicionada por normas y límites que su propio instinto de conservación le impide rebasar. "Podéis libertar a un tigre de sus rejas, mas no de sus franjas". (Chesterton.). Pero de esto hay un mundo a la pretensión de engrillar al artista en nombre de los "modelos" antecesores, de caducas convenciones o supuestas leyes, - al artista que debe tener la espontaneidad por dogma y la innovación por rutina... Lo mismo acontece respecto a la forma, que la exigen perfecta, mas no significando con esto la máxima adecuación de lo externo a lo interno, sino la virtuosa observancia de no sé qué prolijos y relamidos preceptos de simetría tomados a los jardineros de municipio. 'Pero los árboles de los paisajes nos dan modelos de arquitectura superior, de una solidez perfecta, sin ninguna concesión a la geometría" (Debussy). Porque naturalmente, el poema inventa sus propias leyes, y de veras, nadie sintió menos lo poético nunca que los gramáticos y los profesores de literatura. Un periodista. - Vds. perdonarán; soy aficionado al cálculo mental y estimo modestamente que llevamos ya gastadas cerca de cuatro mil palabras en honor de nuestro tema. Un forastero. - Contagiado de su desparpajo,
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yo llevaría mi temeridad hasta proponer un ecléctico resumen de todo nuestro palabreo, aunque, por cierto, sin mayor esperanza de convencer a ninguno:
PROPOSICIONES SOBRE LA POESIA Poesía es aquello que han hecho los poetas, es decir, los muy contados poetas del mundo y sólo en muy contados momentos. La creación poética es un puro misterio. Con su lógica cerrada el crítico no puede ante ella, y el mismo poeta tampoco comprende más eso que sale de sí y lo rebasa y tiene por colindantes el silencio y la música. La poesía procura las más íntimas e iluminadas noticias que el hombre puede tener de sí mismo y de los círculos vivientes de la naturaleza. No es doctrina, ni juego, ni mandamiento, ni plegaria, pero todo lo esencial se implica en ella, pues se trata de la más profunda modeladora de almas. Como nadie, la poesía es capaz de despertar a la Bella durmiente - nuestra alma - para sus momentos •de vida perdurable. Como la verdadera bondad y el verdadero amor, es pudorosa y se envuelve en siete velos hasta para sus elegidos. Ni el poeta ni las cosas son la poesía, sino que
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ella nace de sus sagradas nupcias. Y así es misterío de amor. Y el poeta es todo el hombre, el purificador det mundo, y el maestro de todos los amores, esta criatura de ingenuidad y profundidad, sabiamente armoniosa y auténticamente salvaje.
EL PRIMER Y ULTIMO TEMA Señor primero. - Se sabe que ante la anatomía eurítmica los defectos del cuerpo humano son innegables. Más innegables en la mujer que en el hombre, ciertamente. Señor segundo. - Pero un sabio galante asegura que la unidad de línea basta para la superioridad de la belleza del cuerpo femenino. Un desconocido. - Oh, un poeta hasta podría indignarse ante el caso de esas mujeres hechas divinas por la belleza y tratadas únicamente como simples mortales. . . Pero en realidad, la de Vds. es una discusión de teólogos. No hay tal problema. ¿Qué me dicen de la superioridad estética del caballo sobre la paloma o viceversa? La opinión de los hombres cabales será siempre favorable a la mujer. La de las mujeres al hombre. Un cualquiera. - ¿ Acaso desde ese punto de vis-
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ta debería enfocarse en conjunto el pleito de la igualdad de los sexos? El sexo débil y el seUn señor de monóculo. xo debilitado... Un joven taciturno. - ¡ La igualdad de los sexos! He aquí un mito cristiano-democrático tan pintoresco como el de la famosa igualdad de los hombres. Por parte de la mujer me explico bien la aceptación entusiasta de teoría tan caballeresca. Pero en el hombre ¿para qué decir que eso significa una galantería mal entendida o una hipocrecía cobarde? Por suerte, desde los griegos a Mahoma, del Cellini a Byron, no faltó quien mirara derecho, El sometimiento de la mujer, constante hecho histórico, es una fatalidad más o menos disimulable, pero inevitable. Un devoto de la Naturaleza. - Eso fué y será, sin duda. Como que arraiga debajo de la historia: es un mandamiento de la Naturaleza. Inteligencia, voluntad, fuerza, son la definición del varón. Un socialista. - Esos son prejuicios bárbaros. Un tabú inventado por los hombres para mantener intangible algo que en sus orígenes fué un simple abuso de la fuerza bruta. Sin acceso a la vida militar o política, excluida más o menos tiránicamente de la actividad social o cultural, la mujer, como el pueblo, debía restar en minoría perpetua para mayor logro y gloria del tirano de la alcoba o de la calle. ¿Para qué citar mujeres que se hom-
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brearon con los mayores varones en la política, la ciencia, el arte, el deporte y hasta en la guerra? Eso, que por las desventajas supradichas, apareció siempre como una excepción ¿no será, sin ellas, la norma? El desconocido. - Sefiores, acaso todos tengáis razón y carezcáis de ella igualmente. Hay que convenir que en todo tiempo ha hecho predominar el hombre su fuerza bruta y su razón bruta. Lo masculino ha sido la regla. Dable era suponer que a través de la historia se iría acusando un esfuerzo progresivo por relevar lo femenino hasta equivaler lo masculino. No ha sido así, no obstante, para común manquera. Hoy más que nunca puede observarse en la mujer una imitación servil del hombre. Eso sí que es ponerse voluntariamente en inferioridad manifiesta. Aspira a los derechos políticos y olvida los derechos de su alma. Quiere ser "un hombre del sexo femenino" renunciando a la magia inconjurable de su feminidad. El socialista. - Un momento. Si, comprendo ya. Pero por sendas más o menos oblicuas eso viene a desembocar en lo mismo: la mujer, nifio mimado, nifio prodigio, si queréis, pero nifio siempre, con los vagos privilegios y las profundas menguas que tal estado acarrea. La mujer desentendida directamente del mundo para vivirlo sólo a través del hombre. El desconocido. - Creo que no es eso, precisamente, señor mío, aunque reconozco que la mirada
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puede trabucarse, fácil, en las apariencias. Yo sostengo que el camino de la mujer está en la exaltación plenaria de su feminidad, y trataré de explicarme. Nada nos autoriza a pontificar que la mujer es inferior o superior al hombre. En cambio hay este axioma: morfológica y psicológicamente son diferentes. Eso es todo. Diferentes y complementarios. Ahora bien: visiblemente, la vida civilizada, a través del tiempo, ha ido ahondando ese diformismo, favoreciendo, sin duda, la constitución de la pareja sobre la poligamia, la poliandria o la promiscuidad primitivas. (La pareja es el triunfo de la mujer porque favorece el ejercicio de su feminidad o sea su destino más hermoso y manifiesto. Significa, por ello mismo, el triunfo (le la especie.) El joven taciturno. - Triunfo nominal. ¿Quién puede negar que la poligamia, existe, de hecho, en todas partes, rebasando el reducto carcelario del matrimonio? El desconocido. - Y la poliandria también. Pero yo no quise referirme al matrimonio precisamente, sino a la pareja, esa íntima unidad de dos seres, esa armonía espontánea y maravillosa de dos cuerpos y dos almas complementarias. Entendida así, la pareja significa la más preciosa conquista de que la civilización puede jactarse. Ya sé que no es la norma, pero en que pueda llegar a serlo hay que poner nuestra esperanza.
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Debí decir más antes la urgencia de ponderar la actitud respectiva del hombre y de la mujer ante el amor. Y bien: ésta es mucho más amorosa que aquél. Y no sólo su cuerpo está incomparablemente más sometido a los mandatos de la especie, sino que su feminidad impregna más su alma que la masculinidad la del hombre. Su cuerpo y su alma, además, guardan una interdependencia más profunda que el cuerpo y el alma del varón. Estos son atisbos de los más finos observadores actuales. Ahora bien, de todo ello se desprende que el deber de cada sexo está en persistir en su línea. En la educación, en el trabajo, en el ocio, debe presidir esa pauta. Cada uno será lo que deba ser lo más intensa y bellamente posible: sino, degenera, se neutraliza, se anula: se cae en una especie de eunuquismo, lo peor que puede acontecer. Señor primero. - Desde luego, siempre se tuvo en menosvaler visible al hombre afeminado o a la mujer marimacho. No veo ninguna novedad en todo eso. El desconocido. Absolutamente. Nada nuevo hay debajo del sol ni debajo del cráneo de los innovadores. . . Yo quería precisar solamente que la mujer moderna no parece comprender bien el alcance de lo supradicho. Embriagada con la conquista de muchos derechos exteriores. . El joven taciturno. - Lo que yo decía. La concesión de esos falsos derechos a la mujer...
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El desconocido. - Permitidme. El socialista. - Ah, ya! El argumento jesuita
la libertad, temeraria arma de dos filos en manos de la mujer. El desconocido. - Permitidme, sefiores. No quise significar ni lo uno ni lo otro. Creo que la aspiración a esos derechos en la mujer es justísima; pero lamento que por ellos olvide como adrede -. cosa de mucho más peso, de veras - que espiritual y estéticamente no sólo debe celar bien su originalidad sino afinarla y potenciarla. Su libertad, pretexto espacioso para que prestigiara su feminidad, sólo le sirve para exagerar, por voluntaria, su servil imitación del hombre. Habría que perdonarla porque no sabe lo que hace. Se jacta de tener cerebro de ingeniero y caderas de andarín y acaba de perder su intuición del vestido y su arte del pudor... El socialista. - Ah, sí, vuestra ideal seria el más o menos asiático de la mujer de líneas perezosas y de ideas (le similor administradas por el padre o el marido. El desconocido. - Sin duda no es eso. Preferiría que no tuviese ideas si ellas no han de estar saturadas de esencial feminidad. Prefiriria también que a veces las olvidara o les diera menos importancia que a sus sentimientos o sus imágenes. Un joven elegante. - Oh, después de todo, la mujer no es duefia absoluta de su cuerpo (lo es sólo de algo de que la naturaleza la manda desposeer-
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se con más o menos frecuencia) y así no tiene derecho a convertirlo en una entelequia geométrica, despreciando la afición masculina a las curvas. El desconocido. - ¿ Cuerpo de serrallo? Pero por qué inexorablemente ha de alardear una anatomía de trapecista? El deporte oficiado con fervor profesional es una de las tantas bacterias de ahora. El exceso deportivo en la mujer es horrible y menos deseable que el abuso del corset. Líneas áridas y angulares, pecho elegiacamente ausente, pantorrillas de globe trotter. . Ya practicará el foot-ball y el hox. ¿Y para qué decir que a su cuerpo de jockey corresponde armoniosamente un alma de jockey? El socialista. - Exageráis cándidamente, buen señor. Conserváis vuestras prevenciones en una cristalización inatacable. ¿Habríais dicho algo en pro del vestido o del pudor? El señor de monóculo. Reedición de argumentos pontificios contra el desnudo, sin duda, o el in excelsis de la nofíez angélica de los beguinas. El desconocido. - Podéis creer que no. Yo hablo en nombre de la estética. Y del amor. La mujer no debe arrimarse demasiado al desnudo, porque el desnudo es superficial y feo, como un árbol de invierno. La belleza del desnudo es una superstición que debería sólo explicarse entre estatuarios, gente de candidez marmórea. Una mujer no debe desnudarse ni en el lecho o el baño. Solamente ante el médico.
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Señor segundo. ¿Bromeáis? El desconocido. - Absolutamente. Cuando una
mujer celaba su cuerpo tanto como su corazón, sí podía ser aquel un instrumento de fascinación y ensueío. Melena a la... Sansón, ahora, pafíos menores de gala, cigarrillos, monóculo, lenguaje ad-hoc... son ingenuidades de nifio precoz. Y ya se sabe: en todo nifio precoz hay un viejo precoz. ¿A quoi bon? Sin misterio y sin gracia una mujer puede ser excitante, pero no es realmente peligrosa. Señor primero. - ¿Es indispensable que lo sea? El desconocido. - Si se respeta, sí. No es mujer verdadera sino la que pone nuestra alma en peligro. . . de que ella nos la gane. El devoto de la Naturaleza. - Sefior, lamento disentir de concepciones tan sutilmente hermosas. Pero yo quiero hablar en nombre de la Naturaleza, de la ruda verdad de la Naturaleza. El amor es ciertamente, a pesar de todos los disfraces, un fenómeno de carácter francamente animal. El matrimonio, un acontecimiento puramente social y económico. El joven taciturno. - Sin duda, y como dice luminosamente mi maestro, el amor no es una pasión individual sino una tiranía del genio de la especie. La voluntad de vivir que aspira trágicamente a la creación de un ser nuevo. Nosotros somos siervos ilusos de aquel seflor invisible e implacable.
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Y no hay estrategia corno la del mago que, por ejemplo, sólo en razón de ser los dientes perfectos "los más aptos para la nutrición y especialmente hereditarios - nos subyuga al brillo y contorno de una sonrisa que nosotros creemos amar por sí misma. El devoto de la Naturaleza. - Veo que metafisiqueáis. Pero yo no invoco aquí a la metafísica, esa mitología del pensamiento. Hablo en nombre de la ciencia, es decir, de hechos examinados y traducidos por la razón. Y bien, ella nos dice que el amor, como el hambre, cae por entero en el dominio de la fisiología, y que puede proyectar luz sobre él la zoología comparada. En efecto, despojado de toda gratuita idealización poético-moral, es simplemente el instinto de reproducción, común a todas las especies animales. Ya está en ellas el amor con el íntegro repertorio de sus gestos que nosotros creemos tan privativamente humanos. ¿El galanteo? Lo conocen hasta las babosas y muchos pájaros son maestros inimitables en él. ¿Los celos, las luchas de los machos? Puede observárselos con su característica ferocidad hasta en las especies más timoratas: los ciervos, las liebres. ¿El pudor femenino? Sencillamente una de las formas del miedo; así el más acendrado ejemplo de pudor lo daría la hembra del topo que huye de las recuestas de su enamorado como de un monstruo. ¿Las aberraciones? Tampoco son privilegio del hombre a pesar de nues-
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tro pesimismo vanidoso; pues la sabia Naturaleza no se equivoca más en nosotros que en nuestros hermanos menores, los animales. El placer y sólo el placer - ¿ para qué más, si basta? - como en el caso del hambre, parejamente, es el infalible anzuelo que lleva al instinto creador a cumplir su cometido. El amor es, pues, un fenómeno espléndidamente animal, y urge reconocerlo para no falsearlo con hipocresías beatas ni exigencias forasteras. El desconocido. - Os he escuchado con la más clara atención. Vuestro punto de partida es sin duda el verdadero, pero mucho temo que la violenciá del envión os haya desviado a medio camino. En efecto, os empefiáis en demostrar la naturaleza animal del amor, y de fijo lo conseguís. Pero debo daros esta noticia: el hombre ha domesticado el amor. El ha vuelto de esa esporádica violencia fisiológica, una alegría de toda estación y a veces una inspiración creadora en el sentido del espíritu. La gloria posible del hombre - de algunos elegidos, al menos, - está, no en contrariar, sino en superar ese impulso inicial; en hacer de este tumulto una serenidad sin perder un átomo de fuego; en realizar cuerpo y alma en la pasión, la más mágica aventura humana. Precisamente aquí, la mujer, obedeciendo a su sino, puede exaltarse a la mayor altura a que deba aspirar. Puede el varón ser su maestro en la cien-
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cia, en el juego, en la amistad, en la justicia. No importa: ella será siempre su maestra en la primera y última de las artes. Por ella nuestro corazón deja de ser un péndulo cualquiera. Novedad herrumbosa, desde luego. En efecto, ya el Sócrates de El Banquete declara que toda su sabiduría del amor la escuchó de Diótima, reconociendo así a la mujer su gloria de divina iniciatriz. Dijimos ya que mucho más que en el hombre, el amor trnr. el cuerpo y el alma de la mujer. Ella es esencialmente la predilecta del amor. Frente al hombre, tan mimbrado a veces por los prejuicios y aún las chocheces de la razón o por las pesadeces transcendentales, ella, con el estro de sus caprichos y sus charlas, los ritos de sus formas y vestidos, su saturación de día presente, representó siempre la gracia más ágil de la vida. Y todo eso que él llamó frivolidad, despreciándola, fué vereda por donde ella logró alzarse muchas veces hasta la mayor altura del destino humano: la pasión - entera justificación de la vida, si ella tiene alguna. El amor, vocación de belleza y de inmortalidad más que el conocimiento, el arte o el heroísmo. (Ya sé que de Plotino a Macedonio Fernández, hubo pocos ojos ,que columbraran esto. Dios, el estado, la ciencia el poder, la moral, la prole o la riqueza fueron su telaraña.) Iniciadora y coautora principal de esta posible
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grandeza, ya veis si este privilegio de la mujer puede ceder a ningún otro. Por eso es algo muy serio (al menos tanto como la Liga de las Naciones o un invento de física) todo lo que se refiere a la frivolidad femenina. Así, la moda, por ejemplo, no por menos aburrida cede a la filosofía en hondura. El señor de monóculo. — i ". . . a fellow of infinite jest". El desconocido. - La toilette femenina es un arte más vívida que las otras y merece la atención de los más señeros críticos. La mujer actual podría escuchar de sus labios atisbos interesantes. Le dirían acaso que su ropa y su cabellera pueden acrecer su misterio y que realmente nada atavía mejor a la mujer que un poco de misterio. Le dirían acaso que tiene demasiado horror a la soledad y a la quietud, y que habla y se pinta ruidosamente sin esperar que el silencio pueda hacerse en ella melodía; que el khol agranda ciertamente sus ojos, pero no los vuelve infinitos corno cuando los llenaba el ensueño. Señor segundo. ¿ - Este hombre bromea o disvaría? Un cualquiera. - Dijisteis no sé qué del pudor hace un rato. El desconocido. - Si. Que el pudor sea la transfiguración de un impulso animal o un producto artificioso de la civilización ¿qué más da? ¿Se dedu-
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ce de ello, como parecen predicarlo algunos, la urgencia de volver a una crudeza in naturalibus so capa de sinceridad y sencillez? Muy lejos de eso. El amor, en su más noble visión, es un invento lentísimo, y sólo entre hombres civilizados puede irradiar. Los salvajes sólo conocen la brama. Y el pudor, milagro de sensibilidad, es el jardín mismo del amor verdadero. Por él lo que es mero placer puede angelizarse en dicha. ¿ Para qué decir además que el pudor es el supremo fard de la mujer? Advierto nuevamente que no hablo en nombre de las religiones y de las morales, sinó en nombre del amor, de los mandamientos de este divino niíio terrible a fin de que su gracia pueda ungir a los más puros y ardientes. Y ciertamente •es gran lástima que la humanidad no esclarezca su memoria y su conducta con la pléyade de los grandes amadores, más hermosa y útil acaso que la de sus legisladores, inventores o capitanes: son aquéllos los poetas en acción del amor, los héroes de la epopeya más intensa. El señor de monóculo. - Os referís, de juro, a don Juan y sus émulos. Estoy con vos. Yo no dudo que, en el fondo, los poderosos, los gloriosos, los opulentos le envidian. En cuanto a las mujeres, creo que casi todas suefían con él. El desconocido. - No me refería precisamente a los émulos de don Juan sinó a los hermanos de Werther. Don Juan es superficie y brillo. Werther
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es hondura y temblor. Don Juan es extensivo, busca el placer y goza sobre todo de su orgullo; precisa público y confidente para sus triunfos y es viento para sus velas la envidia de los demás. Werther es intensivo, padece profundamente el amor, pero a ratos conoce la dicha. No quiere más confidente que sí mismo. El señor de monócul•uo. - Pero don Juan, más imaginativo, persigue la variedad, y esto es hermosamente trágico. Werther es irremediablemente monótono. El desconocido. - Ese es error muy recibido. La
versatilidad de don Juan no proviene de su imaginación, sino al contrario; por eso se sacia pronto y se aburre. En cambio para el héroe goethiano, un imaginativo magnifico, el amor - digo el mundo - es una creación continua, una novedad incansable. Señor primero. - En todo caso su antípoda es más fuerte. Hasta en su impasibilidad soberbia. De ahí su fascinación mayor sobre las mujeres. La debilidad de Werther lo lleva al suicidio. El desconocido. - Don Juan es deportivo. Frío, calculador. Hombre de sociedad. Ingenioso. Espadachín, arrostra a sus rivales. Werther es temperamento religioso. Hombre de soledad. Un inspirado. No llega al aburrimiento como el otro sino a la desesperación, y por eso arrostra sin temblar la
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muerte, bien que su suicidio pueda constituir acaso su única vulgaridad. Aunque las mujeres sugestionables por don Juan son mayoría, es seguro que, como él, responden a una sensibilidad más o menos plebeya. Las mujeres de mucha altura de alma, tímidas y orgullosas a la vez, no gustan ser ejemplares de ninguna colección, y por afinidad profunda presienten en Werther al amante maravilloso. Son las verdaderas elegidas del dios. Un cualquiera. - La posibilidad de la dicha serían entonces las alas de un gran amor. El desconocido. - Sí, esa posibilidad tan radiante y ardua. Hay motivos para creer que un amor completamente razonable y concienzudo, seguro de sí mismo, puede sortear el dolor y llevar al bienestar, pero no llevará a la dicha. La pasión no ha mostrado allí su rostro. El joven elegante. - Ciertamente, lo que llamáis
pasión no es un juego fácil y dulce. Tiene algo de ascético y reniega de la fashion. Parece la más refinada, pero es cierto la más bárbara de las empresas humanas. Con razón, acaso, se ha dicho que una mujer incapaz de un crimen es incapaz de una pasión. Un desconocido. - Mi sencilla creencia es de que
no hay nada tan legítima y orgullosamente conciente de su jerarquía, como el amor, y así no se
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deja sobornar ni por el miedo, la riqueza, la alcurnia o la gloria. En cuanto a la supuesta complicidad del crimen y de la pasión me parece un arresto romántico. Literatura de truculencia inocente. Los crímenes pasionales, nada tienen que ver casi siempre con la verdadera pasión de que yo hablo. En efecto, suelen ser el fruto de la mala educación o la mezquindad más enconada. ¿Por qué los aledaños del crimen o el crimen mismo han de ser la tierra más apta para un gran amor? Un criminal es un sujeto de sensibilidad más o menos embotada. Un grari amador, en cambio, sólo puede serlo un hombre de intimidad riquísima, algo polarmente incompatible con esa cosa primaria, torpe, fea, inarmónica, que es siempre un crimen.
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reyes la personalidad realmente "aristocrática". Puede tenerse ingenio, cuna, ciencia, elegancia, riquezas, privilegios de todo orden, y sin embargo ser plebe: ideas, gustos, sentimientos, prejuicios, ademanes de plebe. 7
Un paso más. - Todo nuestro miedo a la muer-
te proviene de no conocerla personalmente. 8 Los varones venustos. Un hombre acabadamente Hermoso, cuando no es de veras un pingüino - lo común - llega casi siempre, poco a poco, a serlo o a parecerlo. o Resignación. El perfecto cristiano está obligado a ver en la muerte el mayor de los bienes.. lo qe, es claro, no lo desobliga de ver en la vida el más delicioso de los males. 10
La cola de paja. - Siempre son los críme-
nes, pecados o defectos a que estamos más propensos los que nos causan mayor indignación. II
La maestría. - Maestro es el que nos ayuda
a descubrir nuestras posibilidades y nuestras limitaciones y nos pone sobre nuestra pista. 12
Los enemigos. - No es indiferente tener o
no tener enemigos dignos, ya que pueden servirnos de chaira.
Medida por medida. - Quien no tenga curiosidad peligrosa, no tendrá bella sabiduría. 2
Una tragedia como hay muchas. - Cuando al
fin hubo llegado al dominio perfecto de su arte, ya no era joven ni bella la bailarina. 3
El misterio de la belleza. - La belleza au-
menta el misterio de la obra de arte o de la mujer, como la primavera vuelve más oscuros los senderos del bosque. 4
No hay que olvidar/o. - La vida, jardín de
aclimatación. 5
A xioma. - ¡ Cuánto menos difícil es morir co-
mo un héroe que vivir como un hombre! 6
La ardua nobleza. - Es más escasa que los
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Común de dos. - Los poetas sapientes y fríos
tienen el genio de los monederos falsos. '3
Transustanciaciones. - Amor es ese vino que
puede convertirse en vinagre de odio, pero nunca en aguachirle de amistad. '4
Derrube. m - Hay días en que tan caídas es-
tán nuestras alas, que la vida nos produce un tedio de museo. La imposible equidad. - Ser imparcial es ver en
cada cosa a un tiempo lo heroico y lo ridículo. Exemplo bueno. - El artista es un instrumen-
to que sólo puede ser templado por sí mismo, y eso, bien difícilmente. 17
Cosa derechera. - Quien esté seguro de com-
prenderse a sí mismo, puede dolerse de la incomprensión ajena. 18
V ida ultramoderna. - Una delectación moro-
sa en la velocidad y un acomodo entusiasta a todas las incomodidades del confort y las inconveniencias del co,nni'il faut. '9
Superioridades vergonzosas. - La de la ganzúa
sobre la llave porque abre toda cerradura. 20
La veraz cortesía. - Ser severo consigo mismo,
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sin serlo con los demás, eso se llama cortesía. Solo la conocemos de mentas. 21
Mala pro. - El amor fácil tiene la falla del vino
aguado: no embriaga. 22
La cultura. - Da más importancia a tus ocios
que a tu labor, es el consejo privado de la cultura. Lo que no significa una invitación a la incuria y sí, más bien, lo contrario. 23
Metas. - La ciencia aspira a descubrir verda-
des y dictar leyes. El arte se conforma con suscitar milagros. 24
El signo. - Pueblo culto es aquel en que un hom-
bre de espíritu inspira tanto interés como una mujer hermosa y ésta hace olvidar la política, los negocios, los automóviles. 25
A utorizantes ropas. - De dos hombres de igual
medida, el más cínico se cree superior. También lo creen los demás. 26
A yudas. - Lo pequeño es la sal de lo grande.
Lo lejano es la lente para ver lo cercano. 27
El último ídolo. - El deporte es el ídolo actua-
lísimo cuyo pedestal hay que ir raspando. Abundan los francotiradores contra la política, la literatura, la moral, el industrialismo, las religiones. Con el
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deporte, ¿por qué no se mete nadie? Pues, por eso, porque es el ídolo del día. Todos los profesionalismos terminan por atrofiar más o menos al individuo. En el comerciante, el literato, el empleado, el militar, el chófer, puede contárselo. Pero en nadie esa atrofia cobra caracteres más altivos que en el deportista profesional. Un hijo de hombre rebajándose a simple solípedo, haciendo del cocear una pelota, por ejemplo, su mayor o única gestión (le humanidad. Pero aún hay algo más lacrimoso: la legión de los pobres de espíritu y. .. de cuerpo para quienes todo el deporte consiste en la devoción piafante por sus profesionales. ¿El deporte substituyendo al trabajo en la vida? En primer término, ello es hermosamente imposible. Después, si el trabajo no cuenta por una bendición, es como la misma vida, una fatalidad que sabe aliviarse con una sonrisa para los sanos... y aún para los enfermos. Y si el trabajo continuo resulta aburrido, no hay aburrimiento como el del cansado de descansar sin tregua. Todo consiste en volver el trabajo una costumbre deportiva. Como el amante, hacer de los lazos un encanto. El griego era también deportista. Pero no sólo apolonizaba sus músculos en la gimnasia curítmica, sino también su alma en el filosofar con gracia. (Así nos parece por lo menos desde lejos). Sócrates y Sófocles frecuentaban los gimnasios. Heme pudo decir que un gentleman turista en
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Italia era un bárbaro al lado de un obrero florentino. ¿Creéis esa una observación romántica? Al contrario. Clásico, en la vida como en el arte, es el sentido de la proporción y de la jerarquía. Lo débil, lo romántico, es el predominio hipertrófico de uno o más detalles sobre el resto. Así un buen inglés de hoy puede hablar "del arrojo físico y la cobardía mental de los ingleses". El deporte, ejercido con el fanatismo sectario de ahora, es antihigiénico y antiestético. Conspira contra la vida. (Los boxeadores están agotados antes de los treinta y cinco afios). A la mujer la deforma más que el corset. Como el intelectualismo embotellado, es una deformidad malsana. A la luz de la idea del individuo completo y armonioso, el perfecto sportsman es algo tan descarriado como esos jóvenes sabios alemanes cargados de gafas y de espaldas, que hacían renegar al maestro de Guillermo Meister. (Y más aún: porque el espíritu es en todo más fuerte que la materia, y sus hijos predilectos, de Esquilo a Goethe, de Demócrito a Unamuno, no precisaron sino un poco de aire limpio y de preripato para lucir una vejez solar. Confundido sea, pues, el ídolo por quien peligren en el hombre la poesía y la meditación, la plegaria y la música. 28
La cruz de honor. - Los demás oficios son una
costumbre. El del artista es un invento de cada día.
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Lo inverosz'niil. - Tenía mucho de niño, como
todos los hombres verdaderos. 29
Insuficiencias. - Juzgar a un hombre por lo que
dice, •es ligereza; más todavía, juzgarlo por lo que hace. Son meros indicios de lo que somos. 3°
Gentileza. - La sencillez, en la conducta o el ar-
te, no es sólo una elegancia. También es una cortesía. 3'
Los dos miedos. - El temor a los tontos peor que
el temor a los fuertes. 32
Blasón. - El pudor es una aristocracia: por él
los hombres nos hallamos a veces ante la mujer como villanos ante un noble. 33
Rescate. - Ser loco del todo es la cordura de ser
loco. 34
A finidades. - Las ciudades tienen el mecanismo
machacón y el aburrimiento estridente de los fonógrafos. 35
La genialidad. - Imitaba de una manera inimita-
ble. 36
Homonimia. - Hay dolores que desangran como
una herida y tienen en efecto, la orgullosa hermosura de una herida de guerra. Pero hay dolores vul-
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gares, mezquinos o ridículos, que avergüenzan como una mancha o ahogan como un mal olor. 37
Lo increíble. - Tan insinuante dulzura hay a ve-
ces en un resentimiento, que nos dolería que no fuese verdad la ofensa. 38
Los divertidos a ultranza. - Siguen su programa
de diversiones como un enfermo su prescripción médica. 39
Evolución. - Los filósofos eran en Grecia los
"amantes" (le la sabiduría. Después fueron sus maridos puritanos, y con frecuencia cabrones. Hoy gastan con ella un aire de chulos. 40 i Cuest ón de óptica. - La grandeza de muchísimos
grandes es la de una pulga al microscopio. 41
Los dos jueces. - La moral seguramente nada
tiene que ver con la estética, pero es cierto que hay pecados más defendibles ante la moral que ante la estética. 42
Cogido en angostura. - ¿ Nuestro tango, el "fox-
trot", el "charleston" y demás danzas zoológicas de los yanquis? Sí, muy bien, pero la gimnasia debe practicarse al aire libre, y la mímica sexual a puertas cerradas. La malignidad pura.
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Apenas es creible el ejer-
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cicio del mal por el mal. Que haya quien lo esgrima sólo por hacer sentir su poderío, es muy otra cosa. 44
El dispensador. - Todo viejo es un sobrevivien-
te de sí mismo Sólo el espíritu puede eximirlos de esta obligación. 45
A t home. - Sed todo lo eruditos que os plazca,
pero, ¿qué necesidad tienen de saberlo los demás? 46
Coeficiente. - El espíritu de la mujer es con fre-
cuencia como un mal libro de versos, pero con mayor frecuencia, su cuerpo y su alma, inconsutilmente, no brindan el cantar de los cantares. 47
Gay saber. - De las cosas alegres conviene ha-
blar siempre alegremente; de las cosas serias con mayor razón. 48
Imparcialidad. - El tigre que acecha con astucia
magistral a su víctima, y se dispara sobre ella, y le desgaja el cuello y la descuartiza a conciencia y se ahíta en su agonía y su sangre... es tan inocente, en la naturaleza, como el colibrí libando una flor. Conviene recordarlo. 49
Experiencia del campo enemigo. - Los ex-ladro-
nes pueden proporcionar madera para los más finos detectives.
So
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Sinonimia. - En arte, vulgaridad significa, mo-
destamente, imbecilidad. 50
Inocencia. - Con qué satisfacción de sí mismo,
el gomoso, hojeando el album de familia, se ríe de las corbatas y solapas de los abuelos. .. él, que usa sin empacho alguno, y aún muy orondo, las creencias y los sentimientos heredados. 5'
Los poetas. - La chusma de más altos blasones. 52
Caleidoscopio. - He aquí algunas de las imáge-
nes que los hombres se han hecho de Dios. Los profetas judíos: una especie de viejo marido, grufión, cruel y celoso. Aristóteles: un profesor de filosofía omniscio. La Edad Media: un Torquemada todopoderoso. Los metafísicos: el árbitro final en materia de misterios. Otros: un buen cura de aldea. Guillermo II: un mariscalísimo de germanofilia manifiesta. 53
El pesimista. - Cayó mi hijo al fuego, decía, con
tan poca suerte, que resultó quemado. 54
Privilegio. Hay cosas que no sólo no deben ver-
las más que los ojos puros sino que sólo ellos son capaces de verlas. 55
Cartabón hedo'nico. - Acaso nada mejor que los
placeres para medir la distinción de un individuo: el placer del arte y de las sutiles ideas; el placer de ver y sentir lo que la mayoría no ve ni siente ni si-
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Si
quiera sospecha; el placer de hacer cosas que para los demás son un sacrificio. . . En cambio los gruesos, fáciles, o trompudos placeres son el mejor índice de la fauna mayoritaria. 56
Eironeia. - El pasado y el futuro están siempre
actualizados por nuestro recuerdo y nuestra esperanza insomnes, pero el presente es un sueño que acaba de desvanecerse. 57
Síntesis. - Sus dos grandes pasiones eran la lec-
tura del libro de Kempis y del libro en que consignaba infinitesimamente sus cuentas de prestamista. 58
Zancadilla. - Lo exterior de toda vida profunda
es sólo un rasgo de su biografía, rasgo que a veces puede cobrar significación aguda, pero que en otros — incipit tragedia— sólo sirve de estorbo. 59
La generosidad. Como ponderaba bien su pun-
tería y la pujanza de su envión, no precisaba enherbolar sus flechas. 60
Capitis diminutio. - Nada mejor para desvalori-
zar una cosa que elogiarla con torpeza. ór
Compensación. ..- Hay virtudes tan monstruosas
como vicios y vicios tan aburridos como virtudes. 62
Mayorazgo. - En Atenas había hombres mayo-
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res en ingenio y en piedad que sus dioses. Lo que pasa sin duda con todas las religiones. 63
La sal de la tierra. - Acaso sólo el peligro puede
sazonar de dignidad nuestros días: el peligro de desafiar gallardamente el ridículo; el peligro de jugarse enteros en la pasión; el peligro de ganarse los muchos enemigos que honradamente no podemos evitar; el peligro de quedarnos solos. 64
Nudo. - ¡Qué días esos en que tuvimos miedo,
—miedo de nosotros mismos como de un intimísimo amigo sospechado de felonía, y en que evitamos como criaturas quedarnos a solas en un cuarto, de miedo de pegarnos un tiro... a traición! 65
Equivalencias. - No hay nada tan tonto como un
beato de la moda sino es un blasfemo de ella. 66
La opinión de los amigos. - El poeta :"Si no tuviera amigos, ¿a quién leerla mis versos?" - Un cualquiera: "Y yo, ¿a quién hablaría mal de mis enemigos?" - El subordinado: "El empeño ostensible de hacerme comprender que nuestra desigualdad jerárquica no estorba nuestra amistad, es el único inconveniente para ella", - El escrupuloso: "El, que era tan correcto, ha muerto antes de que pudiese yo contestar su Última carta. ¿Qué hago ahora?" El gastrónomo: "Nunca estorbó nuestra amistad nuestra diferencia de gustos, digo, mi predilección
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por las Ostras y la suya por la teosofía". - El solterón: "Ha muerto y tan joven. Tres años menor que yo. Cincuenta y uno apenas". - El indulgente; "V erdad que es un poco cojo; pero sólo se le nota al caminar". 67 Definiciones. - La metafísica: El anticristo de la buena digestión. - El pudor: El mejor afrodisiaco sentimental. - La imaginación; La linterna sorda de lo maravilloso. - Mujer sabia; A rma de más precio que las otras, pero mucho menos peligrosa. - La Naturaleza: La virgen prolífica. - La vida; Manía inocente que termina por convertirse en un vicio. El bohemio; El "gourmet" de las ilusiones y del ayuno. - Suicida: El hombre que escribe la carta más urgente e interesante de su vida, sin esperar respuesta. Hombre moderno: El parásito de las máquinas. 68
Lo menos y lo más. - Reprochan al gran amor
de una mujer hermosa el alumbrar por un hombre intelectualmente nulo. Y se animan a creer que el ingenio es excusa suficiente para la chabacanería o mediocridad de corazón en el hombre. 69
Salvoconducto. - Lo que en las ciudades mo-
dernas salvaguarda a las estatuas de los atentados al pudor, es su lisa desnudez. Ya se vería si usaran camisa y medias de seda!
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La más limpia sabiduría. - Una sonrisa de in-
dulgencia. 70
Lo que vendrá. - La palabra más mágica del idioma, el sésamo ábrete, se llama: mañana. 7'
Colindantes. - Nuestra puerta se abre al mundo,
pero nuestra ventana al infinito. 72
A ntipolos. - Acaso una hermosura demasiado
llamativa en la mujer - por su influjo sobre el carácter y el reclutamiento vulgar de admiradores no cuente como el mejor signo para los próceres del amor. Una fealdad ya indiscreta llevaría a lo mismo. 73
Rebote. - Todo se vuelve interrogante para quién
curiosea. 74
Envés y revés. - Prescindir de la ayuda ajena
es sin duda un orgullo; pero es también esta humildad: servirse a sí mismo. 75
Rosas y palabras. - ¿ Que las palabras de la inti-
midad amorosa son las mismas vulgares ya hace millares de afios? No, a fé. La rosa que ahora florece, no es la misma, si bien lo parece, que floreció hace siglos. ¿Y cómo podrían ser aquéllas las mismas palabras si tienen un alma distinta? El amor crea siempre.
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V irtud coja. - Existe la malicia disfrazada de
tolerancia que dice: "Perdonemos eso; al fin y al cabo, no todos pueden ser como nosotros". La tolerancia verdadera propone: "Toleremos eso, que pues de ser tan bueno o mejor que lo nuestro". 76
Olvido. - Nos lamentamos de la brevedad de la
vida, nosotros, matadores vitalicios de tiempo. 77
En la cuerda floja. Y o soy de los que no pue-
den guardar orden y compostura sinó en su libertad y en sus caprichos. 78
Estrategia. - No faltan analfabetos que se de-
dican a la literatura. ¿Para ocultar su condición, acaso? 79
¿A quoi bon? Cada vez más se impone al ar-
tista el cultivo de todos sus sentidos, hasta lo sobreagudo. Necesita un ojo como el del insecto compuesto de un montón de ojillos minúsculos que captan minuciosamente el detalle y captan todo el paisaje; un órgano acústico como el del murciélago que persigue a oído su presa; unas manos eruditamente táctiles como la de un ciego; un olfato como el del lebrel que sigue a la carrera un rastro no ya fresco; un paladar como el de don Juan Manuel de Rozas, que conocía por el gusto el pasto de cada estancia del sur de Buenos Aires. Pero de nada sirve todo eso, si detrás no está el innombrable demonio.
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No está vedado aproximarse a la dicha. Pero cuidado con alcanzarla. NoIi me tangere.
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El tiempo es oro. - Y no hay que perderlo, acon-
seja la sesudez miope. Como si la vida fuera de punta a cabo otra cosa que una pura pérdida de tiempo. No, hay que perderlo; eso si, lo más bella, atenta y alegremente posible. 81
Nulla dies sine línea. - Ideal cuantitativo, ideal
casero y burocrático de la literatura. Máxima de ahorro postal. . . Pero, qué: en la celda del artista solo valen las raras visitas de la gracia, la caída celeste de lo imprevisto. . . larga, ardiente y sabiamente acechado. 82
Opinión del epicúreo. - Quién sabe si su cuerpo
no es lo más espiritual que tiene una mujer. Esa es quizá su condición angélica. 83
El amor propio. - Parece que los peces mismos,
con ser tan mudos, comentaron el caso de ese nadador que en una prueba de competencia, semiahogado ya, en el momento justo en que el tan porfiado instinto de conservación lo abandonó, hubo de salvarlo un resuelto envión de su orgullo profesional. 84
Relevo. El hombre de la kodac es el hombre
que mira sin ver. Ante un paisaje, una escena, un tipo, sus ojos sólo son los servidores de su máquina
Fe,
REME—
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rl
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que siente y obra por él. ¿Es mucha sospecha que en ella se albergue más espíritu? 85 Gemas y gemas. - Es lo cierto que la óptica no sabe distinguir las gemas legítimas de las falsas. Y media entre ellas un abismo. ¿Qué sería de las primeras, sin los sacrificios y desvelos que ha costado su obtención, sin las vanidades desorbitadas que crían, sin las envidias, las concupiscencias y los crímenes que llaman, todo eso, en fin, que al refluir sobre ellas, les infunde el magnético y encantador terror de las serpientes? 86
Mala maestría. - Es riesgoso matar dos veces a
un hombre. Puede resucitar. 87
Merecimientos. - Conforme al calado e ilumina-
ción de cada mirada es la realidad que muestran las cosas de las muchas que tienen. No es sinó la más opaca de ellas la que ven los bueyes y los hombres de ojos de buey. 88
A maina la plumajería. - La reacción azogada
contra todo romanticismo es un romanticismo retardado. 89
Privilegios. - La sencillez de gestos o de estilo
es elegancia que sólo pueden gastar los grandes de verdad, como el viajar de incógnito es lujo que sólo a las celebridades está permitido.
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AMÉRICA INICIAL
Física del beso. - Cosa blanduja e insignificante
sería acaso el beso si detrás de los labios no estuvieran en acecho agudo los dientes. 90
La actriz. - La vida es una actriz trágica, pero
siempre es una actriz. gr Demasiado humano. - No hay que renegar del
dolor, ya que es inútil, pero cantarle loas, es una hipocresía humana, demasiado humana. 92
A nverso y reverso. - Qué sería de la honorabi-
lidad para los honorables, si consistiese menos en amoldar lo exterior a su interna conducta que en guardar erizado el derecho a escandalizarse. 93
La vocación de la vida. - Lo que amamos en la
belleza es siempre la dicha, es decir, la vida, aún por rebote, como cuando cantamos a la muerte. 94
Perpetua. - El escándalo es la única moda que
nunca pierde actualidad. 95
El óbice. -.- No le creen a causa de su hermosu-
ra, pero nadie es tan sabia en profundidades como la perla. A destiempo. - Cuando se llegue a probar cien-
tíficamente la existencia del alma, será tarde, porque ya no tendremos alma.
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ARCO
¿Género epistolar? - Cuando las cartas se escriben sin pensar en el público, es muy difícil que tengan alcance literario, por más que digan. Cuando son escritas con voluntad estética, no son cartas. 97 Ex dono. - Podemos, cavilando abstraídos, no
prestar atención al paisaje que tenemos ante nuestros ojos; pero él se mira en nosotros y eso tiene que significar algo para nuestra cavilación. 98
El equilibrio. - Un equilibrio entre la piedad de
la muerte y la impía alegría de vivir: eso somos. 99
El plato de lentejas; - Somos razonables, y en
buena hora, pero menos mal que a trechos no trepidamos en vender nuestra razón por un plato de lentejas. I00
Perspectiva.. - Lloramos la pérdida de nuestra
juventud, menos acaso por sus prestigios de tal, que por haberse ido para siempre. 'o' A sociaciones. - Un hombre inteligente, pero probo, está expuesto a pasar por menos listo que cualquier tonto malintencionado. 102
Distancias. - El artista auténtico guarda por sus
falsos colegas no un desprecio profesional, sinó un desdén de casta o un horror religioso. 103
¿No llegamos? - Qué importa. Dejemos la habi-
Li
AMR1CA INICIAL
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lidad para los políticos, los rufianes, y los almaceneros. 104
A crobaciíi parda. - Dar un salto por encima de
sí mismo, eso es la autobiografía. 105
Sine qua non. - ¿ También está permitido pen-
sar a un poeta? ¡Por qué no!... Pero sin arrugar la frente. ioó Juego sin recurso. - El verdadero amante es el jugador que sólo juega a cara o cruz. 107
En el umbral de nuestra muerte. - El empleado: ¡Y yo que acabo de jubilarme! - El optimista: ¿Cree V d., doctor, que no me convendría levantarme hoy? Entonces esperaré hasta mañana. - El campeón de salto: Este obstáculo, ¿podré saltarlo sin novedad? - El médico: Nunca creí verdaderamente en la medicina. Era mi secreto profesional. - El asesino: ¡Cómo envidio a los que despaché! A l menos no conocieron esta maldita sala de espera. - El metafísico: Y bien, ahora que. . . ¡Lo A bsoluto no pie interesa ya! - Un reclamista: ¿Cómo haremos? Esta oportunidad única no debería perderse. - El misántropo: Sí, sí.,. ¡pero quién le asegura a uno que cualquier día no se levanta otra vez entre los hombres! - El empresario de pompas fúnebres: ¿También yo?.. . - El escritor: ¿El testamento?
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ARCO
Nunca habré escrito una página menos espontánea, ciertamente. io8 Para los pedagogos. - Igual que en la mujer, en
arte la superficie es tan importante como el fondo: son sus dos alas equilibres. 109
Papando viento. - El diccionario es el consejero
privado de los malos escritores. 110
El diario. Elefantasis de la minucia. Enciclope-
dismo de feria y magistratura del saber parasitario. Gloria in excelsis del lugar común. Charla de peluquero trasmitida por megáfono. Gesta culinaria en que no hay nada asimilable para el espíritu. Escritura de alquiler. El literato convertido en bufón del gran plebeyo como antes solía serlo de los príncipes. El libro retirándose al desierto como un león ante un escándalo de cuzcos. i El gran diario moderno! Pilatos de las sentencias sin compromiso. Sicario que el rebaño echa sobre el individuo para desvalijarlo de su soledad y pillarle su me ipsum. El mundo, para su gusto, condescendiendo a mero chismero. El más barullero y playo simulacro de vida escondiendo la verdadera vida. ¿ Qué es el actual inquilino de las urbes, querellado con la naturaleza y el espíritu, sinó un feto de la máquina y del diario-cinema? III
A rancel. - Hay hombres capaces de cometer in-
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famias por unos centavos. Otros no caen en ellas ni por los oros del inca. (En efecto, las cometen gratuitamente). 112
Equidistancia. - Como era mujer de veras, tan
asqueado desvío le causaban los cachondos como los maricas. 113
Carneros con todo su apero. - Cómo infartar en
las cabezas de lagarto de nuestros "positivistas" la sospecha de que un cuento que alertea nuestro entusiasmo e irisa nuestra fantasía, o un poema que acrisola nuestra sensibilidad y nos inventa un corazón de dios son tan útiles, por lo menos, como una demostración matemática o una lección de geografía! 114
La irresistible, - La costumbre, he aquí la sire-
na. (Da más taparse con cera los oídos.) 115
Ubicación. - Hay hombres que llevan su sabidu-
ría en la espalda, como una joroba. Otros en la cabeza. Pero de nada vale si no se la lleva en el espíritu. 116
El arte de la gloria. - Todo consiste en insuflar
nuestro amor propio a los demás. Casi nada...
PARテ。OLAS
LA NUEVA DIVINIDAD El amor es en cierto modo más grande que Dios. - JA coBo BEMRzN.
A
Macedonio Fernández.
1JN hombre del clan había dado con la aparición misteriosa que todos vinieron a adorar después. Y el terror y la duda y el encanto habían rodeado entonces y más tarde a la divinidad. Y eso exaltó y nutrió la devoción. Era de la tierra y se alimentaba de la tierra, pero se alzaba al cielo y era como el cielo. Parecía poseída de una avidez infinita. ¿De qué? Su lenguaje profundo era discutidísimo y llegaron a venerables los que se dieron a interpretarlo: unos creían que revelaba los secretos del bosque; otros que era una
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AMÉRICA INICIAL
canción de guerra ese rumor; otros una plegaria. Quienes decían: Es cosa de alegría; otros: No, sino de gran enojo o sufrimiento. Asimismo medraron alta autoridad los que aseguraban penetrar el sentido de su danza. (Porque era aquella una deidad danzarina y aun comunicaba su ritmo a todas las cosas en torno suyo: y lo que era pesado se volvía sutil). Y en ella se sacramentaban todas las formas: nubes y pájaros, la culebra y el monte, el cuerpo de la mujer y tal vez la forma de los suefios. ¿Compendiaba el universo o era el umbral de su misterio? Y después de todo, ¿era o no era? Porque apenas llegaba a ser una cosa cuando ya dejaba de ser y comenzaba a ser otra, en un enigma desgarrador como una despedida, victorioso como una albricia. Y no en vano tenía el color y el calor de la sangre, pues en presencia suya, la sangre, enloqueciendo, semiahogada, buscaba una herida para salir, como queriendo volver a su fuente. De aquella diosa unos decían que se llamaba el fuego. Otros la vida. Y alguno aseguró que no estaban equivocados, pero que su nombre verdadero era el amor.
EL SECRETO DE PERDICION A ve, rosa speciosa. - IocENcIo III
jardín acababa de nacer cada día. La inocencia inconsútil del aire ceñía todas las cosas. No había lo viejo ni lo nuevo, lo puro ni lo impuro. No se distinguía la línea recta de la línea curva, ni el mirar del contemplar. Ortografía de todas las formas, sintaxis de todas las esencias. La luz no era más que la aureola de la gracia de cada cosa. Y la primera mujer paseaba entre ellas su ingenuidad de dientes de leche. Sonreía, y brotaba un lirio; levantaba un brazo, y nacía un vuelo de paloma. Con todo, y sin pasar del tercer día, la primera mujer empezó a echar algo de menos. Y no se lo confesaba porque no lo sabía siquiera, pero sentía la nostalgia de algo... ¿Era por el desabrimiento E'
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de su ingenuidad? Oh, nada de eso sabía ella, ni siquiera que estaba desnuda. Entonces fría, sinuosa, magnética como la sabiduría, vino la vieja trotera, vino la serpiente. Y le reveló el misterio del pudor y de la hoja de parra. Le ensefió el secreto de la coquetería. Y la serpiente desapareció en el cuerpo de la mujer. Entonces la primera mujer fu¿ la tentación del jardín. Los pájaros timbraban su voz en la suya; los arroyos y las panteras ondulaban según su andar; las frondas aprendían a temblar en sus párpados; la luz quería acuñarse en sus ojos... ¿Qué mucho, pues, que por seguirla, el primer marido se expatriase para siempre de su jardín de juvencia?
EL FUEGO A un en las noches de los días de ayuno podréis acercaros a vuestras mujeres: ellas son vuestras vestiduras. - MAHOMA.
A Gabriela Mistral. principio ninguna de ellas quiso creerlo, ni aún nombrar eso que manchaba hasta los labios de la más torpe, eso que humillaba a 'os hombres hasta la nada, esa imitación de la muerte que los volvía más impuros que cadáveres. Después se daban vuelta con un gesto de escupir en el rostro, o con sonrisa más corrosiva que la peor injuria. Pero cuando un día (lejos de nosotros días como ése!), los apóstatas pasaban ya, no medio a hurto, sino con soltura y aún con engreimiento, o con una especie de beatería más baja que lagrimeo de urinario,
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JAMÉRICA INICIAL
ellas, ofendidas de muerte en la pureza y altivez de llama de sus corazones, invocaron la justicia del Señor. Porque decían: ¿Para qué nuestra boca más roja que la vida y nuestros ojos más suaves que el ensuefio? ¿Para qué nuestra cabellera de sombra y nuestro vientre de luna? ¿Y para qué el amor hinchendo nuestros pechos como un arrullo? Entonces bajaron los ángeles, y extendiendo las alas en cruz, gimieron: ¡Ay del pecado que no tiene nombre y está más allá de la misericordia de Dios! ¡ Ay de la mancha que sólo se lava con fuego! Si ha de ser, así sea, dijeron ellas, cegadas por el destino. ¡Toda la ciudad una sola hornalla!, ponderaron los ángeles con las plumas temblorosas. Qué importa! Ni siquiera de los nifios, si han de crecer para esto, sentenciaron las hijas del hombre, definitivas como un epitafio. Y con lágrimas que purgaban infinitamente el ultraje al amor en aquella cuerpo tiene la simplicidad del lirio y el esplendor del manto de Salomón, y cuyo corazón es la flor del mundo, - con lágrimas de vergüenza más ardientes que el amor, comprometían la justicia de lo alto. Entonces los ángeles vestidos de peregrinos se fueron a la única casa de la ciudad en que podían entrar sin mengua, la casa del varón de barbas puras como la sal. Pero la ignominia que rebasaba
-
PARÁBOLAS
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la ciudad llegaba hasta los mismos umbrales del digno y aún amenazó a sus huéspedes. Y él se golpeó el rostro, y rasgó sus vestiduras y su voz pidiendo gracia. Y aún ofreció en sacrificio propiciatorio la pureza de sus hijas. Mas, ay!, la ignominia de aquellas almas inversas siguió grufíendo y hocicando ante su puerta. (Afuera la sombra era ya como un llanto). Hasta que se anochecieron sus ojos mortales para que ni su mirada mancillase a los hijos del Alba que no pasa. Porque entonces a los huéspedes les brotaron grandes alas blancas, y con el sol en los ojos dijeron: Hombre de Dios, apresúrate con los tuyos a dejar la ciudad que va a conocer el infierno sobre la tierra. Y fué la del alba cuando el justo con los suyos tomó el camino del desierto, sin volver la vista, mientras a su espalda el fuego purificaba a la tierra de su mayor rebaja - el remedo nauseabundo del amor.
EL CORAZON DE LOS POETAS Declarará con el arpa mi enigma. SALMOS.
los caminos volvían furtivos de la noche. Alguien comenzó a pulsar las ondas del río. Era una música lejana como el suefío, irresistible como el deseo. Y todas las cosas que escuchaban en una quietud más intensa que un acecho parecían despertar a una vida nueva. Las rocas empezaron a agitarse como árboles. Los árboles imitaban el paso pontifical de los elefantes. Las bestias y los pájaros se acogieron al éxtasis. Una arafía que acababa de aferrar con tenacidad de acreedor una presa entre sus palpos, la dejó escapar. Un sátiro que iba a lanzarse profesionalmente sobre una ninfa, se olvidó de ella. El león rectificaba su rugido en un arrullo, A
Y
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entornando los ojos, romántico, mientras la melodía peinaba sus crines. Junto a un álamo trémulo como la risa, la grulla, con su pata alzada, quería apuñar aquella armonía. Y poco a poco la música fué sumergiéndose en los confines del mar. Después, por largo rato, sólo quedó la estela del silencio. Y el cuello del cisne y las orejas del elefante y los ojos del antílope patentizaron las mil interrogaciones que bullían en el alba. —Es la cabeza del hombre de la lira que las bacantes han arrojado al río - dijo uno de los centauros que socratizaban en la ribera. —Qué hay, de extraño - respondió el más viejo, alzando doctamente uno de sus cascos -, si los poetas tienen el corazón en la cabeza.
LA ESPADA DE DOS FILOS Los persas consideraban por segunda vez, sanos, lo que habían deliberado ebrios, o viceversa. - Hun000po.
ducha fría! ¡La ducha fría! - sentenciaron una vez más ante el energúmeno, cuando el viento que pasaba dijo: -¡Sí, pero también para vosotros, los aletargados de cordura espesa. A
L
LA BLASFEMIA DE ELEAZAR No he venido a meter paz, sino espada. -
JESÚS.
¡JN ginete de apocada traza - no se veían sus ojos de fervor y de mando - pasaba taloneando su mula frente a una casa ataviada de un jardín, cuando un hombre alto como un mediodía, que iba a entrar en ella, se volvió: ¡ Saulo de Tarso! Era Eleazar de Jerusalén el que así saludaba a su antiguo amigo, el tejedor, apóstol ahora de la secta de los Nazarenos, Pablo, que a la sazón regresaba de sus abrasadoras peregrinaciones por tierras de gentiles. Ambos habían sido discípulos de Gamaliel el viejo, varón de la ciudad santa en quien residía más abundancia de espíritu, heredero de la cordial sabiduría de Jesús, hijo de Sirach y del clarísimo Hillel,
ioó
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su abuelo, miembro del sanedrín, por cuya boca la tolerancia había hablado para siempre: "Si la obra que perseguís es cosa de hombres, dejadla desvanecerse sola; si es de Dios, no déis contra Dios". A Saulo, su sangre violenta y ligera le había apartado del sendero del maestro. Eleazar, en cambio, había ido por él, pero tan lejos, que acabó por extrafiarse entre sus compañeros, y mezquinarles su trato, y cultivar así a sus anchas su jardín y su sabiduría en una serenidad que no había visto hasta entonces la ciudad del fervor y del odio. Rogó al viajero que alegrase su casa como había alegrado sus ojos. Y cuando más tarde, y después que Pablo hubo apenas tocado los manjares, conversaron con holgura, vinieron a tratar de los trabajos del recién venido, y de allí del profundo acaecimiento de hacía una década, y de los dichos y hechos de aquél que Eleazar había conocido en figura mortal y de quien Pablo sólo oyera la voz bajada de la altura. Y Pablo, por cuya boca la palabra del Señor crecía y era multiplicada entre la gente y debía ser salud hasta lo postrero de la tierra, habló de la vida perfecta del Maestro del amor. Y poco a poco parecía que sobre él soplase un gran viento y transfigurábase su rostro feo y lo trascendental irradiaba hasta en sus ojos enfermizos y en las manchas de su manto. Eleazar, sereno y silencioso, como en túnica de
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mármol, no osó interrumpirle. Pero cuando Pablo calló, alzando él la mano dijo: Os pido que me escuchéis. Ciertamente, no han visto sin duda los tiempos, no lo verán acaso, varón mayor que el que fué inmolado por la Ley. Tan difícil como creerle hijo de Dios será creerle un simple mortal. A su sabiduría parecían tan familiares los caminos del día como los de la noche. Ensefió al hombre que el cuidado de su alma debía ser más fuerte que su hambre y su sed y que algo menos triste que el placer debía guiar su afán, pero nadie amó con más gracia la dulzura de la luz y la virginidad del lirio, y no tuvo en menos la pobre alegría que cosechamos en la tierra. Y su capacidad de amor fué más ancha que el vuelo de la golondrina, porque vió que nuestro corazón es tan menesteroso como una plegaria. Me atrevo a deciros, empero, que sus caminos no fueron perfectos. ¿Cómo podía ser de otro modo si vivió y obró entre los hombres y si de fijo ningún acto, como no sea la oración, está enteramente exento de impureza? De veras, era grande la abundancia de su misericordia, y, sin embargo, fué violento con los mercaderes del Templo, entre los cuales había muchos pobrecitos de Dios. Perdonó angélicamente a la adúltera - por oír esas palabras el cielo bajó a la tierra! -, pero qué fuego y sal los de su sarcasmo contra el fariseo, a quien, después de todo, no muchos pueden tirar también la
io8
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primera piedra. Y aún fué terriblemente duro con el Iscariote (su discípulo más ingenuo, como lo prueba la tasa irrisoria de su soborno), cuyo arrepentimiento hubiera logrado con sólo confundirlo con su perdón. Y todavía hay no sé qué de amargo en la sobrehumana complacencia con que dejó cumplirse todas las previsiones de su muerte, que mancharía para siempre a sus ejecutores. Pablo lo miraba con asombro altísimo. Y lEleazar continuó, apocando la voz en un susurro recóndito: Oh!, pero en verdad os digo que de haber sido él el maestro del infinito Perdón no lo habrían crucificado y no hubiera redimido a los hombres.
EL ARMA CONTRA LOS MONSTRUOS Se puso a reir con su risa regia. DAKHIJI.
el rey encargó al héroe que matara a la medusa, éste no pudo desoir aquella orden de quien le había salvado la vida. No fué chico su apuro frente a semejante lance, y hasta pensó en presentar su dimisión de héroe. Pero antes solicitó la ayuda oficial de los dioses. Entonces bajó una voz, que era también risa, como en la lechuza, diciendo: Ciertamente, nadie podrá matar al monstruo que petrifica a quien lo mira; nadie podrá matarlo, pero un día vendrá alguien que lo obligue a morir. El héroe se quedó rumiando largamente el enigma, cuando de pronto se sobresaltó ante la sonrisa con que el escudo reflejaba su angustia. Y ésta se le CUANDO
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voló en júbilo. Había comprendido el guiño de los dioses. Y al día siguiente, bien agazapado en su escudo preclaro, dejó que mirándose en él, el monstruo de crines viperinas se matase a sí mismo.
EL ERMITAÑO No seas sabio con exceso. VIEJO TESTAMENTO.
un mancebo a quien una joven que temblaba por él como una llama, lo maldijo cansada de su infusible desdén: El amor ofendido en mí se vengará. El intangible varón fué eremita en la montafía. Ardiente vigía de sí mismo, guerreó contra todos los demonios, y sobre todo, para qué decirlo, contra el más testarudo, el que se ceba más enconadamente en nuestro cuerpo. Llegó a nutrirse no más que de frutas inocentes y de raíces amargas, y eso ya ahito de ayunos. Una espinosa vara de rosal fué cordel de sus rifiones. En su asco de lo sensual hubo de turbarse con la desnudez del alba y ruborizarse del olor de ciertas RA
E
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flores. Y así la gracia descendió sobre su dura mollera. Con misterio de melodía su santidad empezó a atraer a las bestias silvestres, a las más cortas de genio como a las más largas de colmillos y garras. En sus barbas vinieron a florecer las lianas, en sus manos a dejar sus huevos los pájaros del cielo. Así fué. Hasta que un día amaneció maldito y todas huyeron dejándole en soledad como en desnudez vergonzosa. Una gacela de ojos virginales estaba a su lado.
LA REDENCION
El vino es el amigo del sabio, el enemigo del borracho. - AVICENA.
una vez un hombre en cuyo nacimiento se habían dado cita todas las hadas favorables. Y todas bendijeron su destino, cada una según su gracia. Y él creció y anduvo según ese destino. Y fué hermoso, y fué fuerte, y fué rico, y vivió días inimitables en el trato íntimo de todos los gozos que el hombre puede conocer en este valle de lágrimas y de arcosiris. Pero a la larga empezó a sentir como si la vida fuese perdiendo su sabor. Hasta que un día el corazón del hombre feliz se dobló como una rodilla cansada. Y se volvió la aflicción de sus amigos. Un miedo del aburrimiento como de una hemiplejia. Un insomnio rebelde aún a las máximas de RA
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Franklin y a los versos de Núfíez de Arce. Y el tiempo jadeando en su corazón y su reloj. Más entonces llegó el zahorí de las profundas gafas y les dijo: Vuestro amigo padece el mal de la dicha completa. Y sólo hay un remedio. ¿Cuál?, preguntaron los amigos. Y el zahorí respondió: Cualquier enfermedad incurable. Y según ese consejo le fué inyectado al paciente el virus de una enfermedad incurable. Y él, entonces, preocupado con ella, se rescató del aburrimiento; y en los ratos de alivio volvió a gustar el sabor de la vida.
EL PERVERSO
Mientras en el mundo viva No es justo que diga nadie: " ¡Qué largo me lo fiáis!" Siendo tan breve el cobrarse. EL BURLADOR DE SEVILLA.
A Luisa Oriol¡. RA
amador grande y sus amores como el viento
E que castiga un jardín. Y aquella mujer de sa-
bihonda hermosura, aquella mujer como hecha de llama y de brisa, no había detenido su corazón más que las otras. Pero fué que un día dejó de verla, y más tarde, con asombro, oyó decir que ella abominaba sus días vividos, y, vestida de humildad y fervor, seguía a un profeta que abría en parábolas su sabiduría celeste y había lavado hasta la blancura sus pecados más purpúreos. Entonces entró en deseo de verla. Y quiso hablarla. Pero ella no parecía oirle y aun era como si no le viera.
Id AMÉRICA INICIAL
Y él sintió que por primera vez aquella mujer trabajaba su alma. Y eso creció con los días. Hasta que en uno de ellos, alzando la mano espléndida de anillos, la detuvo. Y le recordó los días ligeros, y le dijo de la nueva ansia de su alma, y de la soledad que le acometía doquier más aguda que una espada y cómo el dios color de fuego amenazaba volver cenizas sus días. Y que le escupiese en la cara si no decía verdad. Pero ella se volvió con mirada tan fría que él sintió bajar varios grados su fiebre. Y al fin dijo, como asomando de un ensueño: -¿Qué dices? La paz sea contigo y con tus palabras, pero yo, yo no sé lo que dices. Y así te ruego que me perdones y me dejes seguir adelante, y yo rogaré al Sefior que te muestre su camino. Más esto no podía ser para el libertino incorruptible que no veía la luz de más allá que ella tenía en los ojos, porque la gloria de aquel cuerpo era de este mundo. Y la amó más cada día, la amó más ahora vestida de olvido que cuando llevaba topacios febriles y rubíes de perversa hermosura; la amó más ahora que iba con los párpados bajos porque la fealdad del mundo le ensuciaba los ojos que cuando los abría deslumbrados de su propio esplendor, ¡ ay porque para la mala sed del malicioso la pureza es como agua clara.
EL PUEBLO Y LOS HOMBRES QUE NO SON EL PUEBLO El ciego rechaza la guirnalda que le ponen, creyéndole una sierpe.
KALIDASA. opone siempre! _SE—Ylessiempre sin perjuicio de servirse de ellos como del viento la vela náutica.
SUEÑO, VIDA La música les sirve a unos de comida, a otros de remedio, y a otros de abanico, pero para nosotros es las tres
cosas a la vez. LAS MIL Y UNA
Nocu.
castillo era tan hosco que los pájaros le tenían miedo. El castillo, rodeado del parque en que laluz moría como en unos ojos tristes y del bosque que se cerraba como un cefio, traducía el alma del amo. La esposa había muerto hacía tiempo, y qué recóndita, qué gemebunda, qué alucinante historia la de su muerte. Ante el hijo, cuyas hazafías el padre prefería ignorar, ante el cazador de la jauria endemoniada, el bosque se encogía y trataba de encubrir sus sendas, tiritando con todos sus árboles. Así, sin más arrimo que el del ama y las criadas, creció la niña nutrida de historias de milagro y de L
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horror y de undosos ensueños a la orilla del lago. Y contaba una de aquellas que en fondo del lago se hallaba el palacio de un viejo rey, padre del más claro de los príncipes. Y decía que en ciertas noches, cuando nadie podía verlo, el joven se paseaba en una barca que las olas, esclavas de muelle andar, llevaban sobre sus hombros desnudos. La niña escuchaba todas estas cosas como se escucha una música que viene de lejos, y las guardaba en su corazón. Y no dudó que aquél fuese el príncipe que, según el ama, las hadas le destinaban para esposo. Y se puso a esperarlo a través de los días cada vez con fe más firme, cada vez con ansia más temblorosa. Pero como él demorase demasiado ya, decidió ir a buscarlo. Y una noche y en la hora más cerrada de la noche, iluminando el sendero con su sonrisa de esperanza, se arrojó al lago.
LO VEDADO El otro pensamiento, el pensamiento ocnito. - PASCAL.
a Dios que hiciese sus días incontables como las olas del ruar, no por codicia de auroras, ciertamente, sino para alargar las alabanzas del que había creado el universo y los gusanillos de la tierra como él. Desde aquellas maíanas en que aun no se veían las palmeras que rezaban con él ya por muchos aflos, había vivido en una soledad tan profunda que los pliegues del desierto eran los mismos pliegues de su manto. Ni los chacales llegaban, porque les había rogado en nombre del Seilor de no perturbarlo y ellos habían cedido llenos de piadosa superstición. Sumido en la oración y en la penitencia, vivía en su alma casi sin noticias oficiales de su cuerpo. Sin embargo, temía a la J1
ABIA pedido
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muerte y no por apego a la vida, en verdad, sino porque en su pobreza de espíritu temía aún por su salvación y al sólo pensar en la eternidad del castigo lo ganaba un miedo de deudor insolvente. Pero un día, habiendo quedado ciego, pudo ver bajar un ángel que le dijo que las penas del infierno no eran imprescriptibles. En un plazo muy largo, pero siempre más corto que la esperanza, Dios perdonaba al réprobo. ¿ Cómo podía ser de otro modo? ¿Cómo la misericordia sin riberas de Dios podía ensafiarse con una eternidad de dolor en algo tan infinitamente finito como la criatura humana? Pero este secreto traía la muerte, y el ángel, con una sonrisa de enfermero que siempre da de alta, se fu¿ llevando el alma del solitario.
LOS CASUISTAS De esto hay mucho y no se ve. GOYA.
árbol genealógico de sus caballos y la compleja educación de sus perros y halcones de presa eran las mayores preocupaciones del rey. Lo tenían todos - es decir, se tenía - por el primero entre los cazadores. Y tan escrupulosa era su severidad con sus vasallos que no trepidaba en mandarlos ahorcar, para obligarlos a corregirse. Un día a la orilla de un soto les salió un ciervo hermoso y fugaz, tan hermosamente fugaz como una ilusión. Decretó el rey que no debía escapar y dispuso que todos los caballeros de su comitiva cercaran el soto. Y dijo: Aquel por cuyo costado izquierdo pasare el ciervo deberá darse por finado. EL
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Y el halalí repercutió a lo lejos. Y los cazadores no tardaron en acorralar al ciervo. Y fué que, ignorando el regio mandato, el prófugo brincó por la izquierda del caballero que vió más próximo. Y era el rey. La consternación fué grande porque estaban en la balanza la vida y la palabra del rey. Pero los casuistas resolvieron que los reyes no tienen izquierda.
EL JUGADOR ¡Quedó victorioso el tiempo! TÍEFISTÓELES,
A Luis Entiio Soto.
el jugador absoluto. Ganaba, perdía, ganaba, a trasmano del mundo y sus horas furtivas, y también de sus ganancias y pérdidas. Porque éstas son escorias del juego, como el arte es escoria del ensueño. La tentación y el vértigo del juego! La fría lujuria del jugador perfecto! ¿Cómo no estaba aherrojado entre los siete pecados capitales aquél que acaso los refundía a todos? ¿O es que se lo rebajaba hasta la avaricia? Bien podía reírse de eso su generosidad de vena rota. Era, pues, el jugador absoluto. Su alma en eclipse
JE
RA
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ante lo que no fuera su pasión. Vivía por ella y para ella, sonámbulo en la vida. Un ascetismo riguroso, en el más alto olvido del amor, del poder, de las blandicias. Sólo la religión y el culto del Azar, dios bi fronte. Podían voltear los días; el sólo espiaba el voltear de los dados. Podía florecer la tierra, ¡qué!, mientras las cartas pintaran para él el edén mágico. ¿Giraba el mundo? No, la ruleta. Un día, una noche, ¡quién sabe!, al cabo de las más pobladas horas de fortuna, en el tapete no quedó más que un contricante. Era un personaje de sonrisa nifia, pero la mirada de sus ojos, impenetrables como los de un ciego, parecía fatigada de siglos, y "tal vez algo más". El jugador, receloso sin saber por qué, trató de calarlo. Su alma se arrolló como una víbora para la defensa y el ataque; su mirada se arqueó en ganzúa. Inútil. El desconocido seguía jugando con calma inrayable. (Y no podía decirse si aquellc duraba ya minutos o aíios). Hasta que el viejo jugador pudo advertir que lo que el otro manejaba no eran cartas de baraja, sino hojas de calendario. Y de su fabulosa ganancia de antes no quedaba más que un insolvente déficit final: el de su vida entera... Porqué su contricante ¿era el Tiempo?
EL REFLUJO No puede negar que son vasallos míos, pero he aquí que me hicieron súbdito suyo. - Luis V ivrs.
maestro ejercía con tan perpendicular seguridad su poder que no supo advertir a tiempo cómo, sobornando su vanidad magistral, imitando sus peores cosas, maneándolo con esa imitación, sus discípulos lo habían corrompido. L
EL SEDUCTOR A mor, che a nullo amato amar perdona... - FRANCESCA DE RIMINI.
sin duda el concesionario (exclusivo?), del amor, el seductor inconjurable. Cuando llegaba, los hombres sentían que una rabia de doble erre los mancomunaba contra el que era ms fuerte que la fuerza. De las mujeres, ninguna sabía permanecer indiferente ante el que les sabía bien su ambigua preferencia por la brutalidad y los bombones. Entre ellas y él suscitaba una atmósfera de secretos comunes, urdía hilos de complicidad con sólo mirarlas. Unas rejuraban su aborrecimiento o su desprecio, otras volvían los ojos para no verle, como no fuera sin querer, y decidían no ruborizarse ni permitirle que turbarse el suefio de sus noches; pero era inútil, y sentían, oh vergüenza,
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gemir sus corazones como una paloma o una tuerca. Las demás arrodillaban desde el primer momento sus ojos ante los suyos. Pero él era el que llega y sólo se detiene un día. Rasgarse el rostro y las vestiduras, soltar los cabellos y el llanto! ¡Desesperanzas, delirios, maldiciones, muertes a la zaga de ese amor autoritario como firma de banquero, transeunte como el viento! ¿Es que no iba a amar realmente a ninguna? ¿Es que este hombre no tenía corazón? Oh, sí, pero estaba del destino que debía entregarlo a una ramera vieja. o
EL INGENUO ;Oh rey de corazón puro que buscas los misterios! - FIRDTJSI. e
también, montado en su burro, había salido en busca de la dicha, como todos. Y gracias sin duda a su corazón analfabeto, pudo llegar hasta la gruta de las piedras de los destinos que los más audaces y los más sagaces buscaban ciegamente. Allí el topacio, que tiene la fascinación de la pupila felina que acecha en la sombra, confería el poder. El rubí, encendido como el deseo de lo vedado, concedía la riqueza. El diamante, que deslumbra como la luz, entregaba la sabiduría. El záfiro, que encierra la hondura de una mirada pasional, franqueaba el amor. Pero el ingenuo eligió la amatista que no da nada, que no da más que los bellos suefios. EL
LA MUJER DE NIEVE Fiamma d'amore e mortal giel guerreggian nel mio cuore. MIGUEL ANGEL.
A Hernán Gómez.
J\1JRABA y era como si una mano de melodioso tacto doblegase las espaldas y los párpados; mas otras veces su mirada tenía dos filos. Su sonrisa insinuaba en ocasiones los sueños más torpes, pero también solía ser como un cuento para niños. No llevaba en sus manos más gema que la de su cigarrillo encendido, y su suntuosidad estaba en sus ojos, del color de sus ligas, y en sus ligas que magnetizaban como las serpientes. Sobre sus senos breves como un epigrama el geranio se ponía más encendido y el jazmín más pálido. Su pereza constituía la nostalgia de los cojines. Sin duda, era un
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paraíso artificial su cuerpo, pero su piel tenía una profundidad de alma. Y fué que por ella se mancharon los más puros y se violentaron los más frígidos, y sentían éstos estremecerse su alma hasta en sus ufias y aquéllos despertarse larvas de deseos que no se atrevían a confesarse a sí mismos. Por ella los libertinos más irreprochables conocieron el arrebato romántico, y las barbas y las manos de los venerables más empedernidos temblaban como un rezo. Por regalarle un brazalete que valía una ciudad y que ella pagó con una mirada distraída, un mozo honrado como el trigo se dejó cortar una mano por el verdugo. Un poeta místico escandió sus versos al ritmo de sus caderas. Hombres tétricos como un ciprés florecieron el piropo. Pero nadie supo nunca que aquella mujer era de nieve y quemaba porque era de nieve.
LA ESPERANZA
Para bailar me pongo la capa, para bailar me la vuelvo a sacar, pues no puedo bailar sin la capa y con la capa no puedobT&r. ADIVINANZA POPULAR.
A Mary Roshenthal.
madre enseñaba a rezar al niño, un niño con una de esas precocidades que entristecen el corazón del sabio y son injuria del tiempo. Y el niño insistió una vez más porque le explicaran la vida del cielo. Y la madre dijo de los ángeles, suaves como la frescura del alba sobre los párpados, y las músicas celestes, mejores que un juguete de lujo para un niño pobre, y la gloria de adorar al Señor, semejante a la del ciego que recobrase la vista... A
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—Sí - dijo él, mirando sin ver su caballito de palo de siete colores. - Pero ¿qué más? Y la madre se asombró: -¿Qué más? Hijo mío, eso: la dicha eterna, invariable, siempre la dicha. Y él murmuró, pestañeando, pestañeando: - Oh, sí!. . . ¿Y el purgatorio? Y la madre repuso: —El purgatorio? La erizada montaña de la penitencia y del ruego, el río salado del llanto. . . pero también. .. también de la esperanza de gloria. Y el chico dijo, como trasoñando: - Ah!... ¿no es pecado, mamá?... Yo prefiero. . . ir al purgatorio.
A MANSALVA Favorece más a los jóvenes la fortuna porque es mujer. - MAQUXAVELO.
paciencia y prudencia infinitesinales, querían llegar, a mansalva, hasta donde había llegado aquel hijo de la temeridad. Entonces él se encogió de hombros: —Es inútil. Sin peligro no hay victoria verdadera. CON
EL PAYASO
A el sólo le pertenece la justicia corno una propiedad. - HELLO.
A César Tiempo.
pobre payaso, que había sido la pascua de los nifios, acababa de ser entregado al verdugo. Los niños no podían saber nada de esto, pero aquel hombre, a causa de su mujer, a la que amaba con el fuego y el viento del amor grande, había matado a otro hombre por una acérrima sospecha falsa. Su mujer, aquella que encendía tantas codicias y piropos, pero que le amaba, sin duda, a él sólo y tanto, aunque herida demasiado por tamaña sospecha, se resolvió a mostrarse como culpable para salvarlo... El le negó oídos. Oh, nunca! 1vIinch.r L
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aquel amor aunque sólo fuese ante los ojos de los otros, ¡ nunca! E inhumó su alma en el silencio. Y se dejó aplastar por su culpa. Sin palabras y sin gestos había permanecido ante los jueces, náufrago, adentro, en un golfo de vergüenza. Sin palabras y sin gestos subió después al patíbulo. La palidez de la muerte le echó el sudario a la cara. Sus ojos, que miraban ya desde la ausencia, no vieron siquiera al verdugo de patillas de yatagán que le desgarró un trozo del vestido para vendarle los ojos. Pero de nuevo el recuerdo de su mujer se le colgó al cuello, ahogándole, y el fuego y el viento dl amor grande lo empujaron desesperadamente hacia la vida. Se le oyó entonces tiritar no se qué palabras. ,Estás muerto y hablas! - se burló con la risa sin ruído de las calaveras el verdugo. El condenado pedía la concesión de una última voluntad, como era de uso. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Estaba ya anifiado por el terror? Quería despedirse de la vida con un salto mortal... - i Genio y figural. .. - lo ponderó con otra risa el verdugo -. ¿ O es que quieres saltar sobre la muerte? La concesión le fué hecha, con todo. Y entonces fué cuando sucedió aquello que llevó a la apostasía de su oficio al verdugo y que muchos
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años después las madres y las ayas cantaban a los niños. Rebotando sobre el trampolín, el saltimbanqui se proyectó con brinco tan ávido en el espacio, que traspuso el horizonte y nunca se supo más de él. Porque, en efecto, había ido a caer en el lomo de una nube que viajaba hacia la comarca extrageográfica en que esa cosa cobarde, necia, hipócrita, maloliente que es la justicia de los hombres no asfixia el aire ni mancha la blancura del sol.
EL ESPEJO Las mujeres son maestras en el arte del sí y del no. - SíMMEL.
espejo terminó por turbarse en presencia de la mujer que derrochaba ante él sus más íntimas horas. Impasible fakir primero, llegó a volverse más sentimental que un miosotis. Ciego antes al modo de los peces de altas profundidades y helado como el hastío, la miraba ahora con pupilas infinitas, vibrando con torridez de arena, cuando ella venía a bafiarse en sus aguas mágicas. . . Opaco para toda otra imagen ya, con el fanatismo de los enamorados, acrecía la de ella en hermosura, hasta el deslumbramiento. Pero ella, ajena a todo lo que no fuera su propia gracia, se apasionó tan desaforadamente de sí misma, que hizo estallar al claro y extasiado amante.
EL AVARO
Tiempo de agenciar, tiempo de perder. - ECCLESIASPES.
A Julio V . González.
muchas leguas a la redonda se hablaba de las riquezas que había allegado el avaro como de los tesoros que relumbran en los cuentos para nifios. Medio siglo de privaciones costaban a su dueño, de privaciones ante las cuales hubieran reculado los más redomados penitentes. Y aquel hombre sin piedad ni caridad consigo mismo, no podía guardarlas con los demás, y es lo cierto que en torno suyo todos los pobres, como una sola madrasta, se levantaban para maldecirlo. Pero un día, un mal de misterio y de terror lo domó, y descolgó sus brazos y clavó sus pies. Y aquellos a quienes la miseria N
volvía injustos, escondieron mal su contento, y murmuraron: —Anticipos del infierno. Y el enfermo consultó al médico, un enano de joroba eminente llena de sabiduría. Y éste consultó sus oráculos, y dijo: —Es preciso un gran sacrificio. El enfermo suspiró, y esperó en vilo su alma sucia como un naipe. —Un sacrificio verdadero - insistió el enano, severo como una montaña. - Debes entregar toda la riqueza que allegaron tus manos, pero toda, al primero que pordiosee a tu puerta, y quedarás quito de toda angustia. Y el avaro hubo de resignarse, como ante la tenaza de un sacamuelas. Y he aquí que llegó a su puerta una mendiga vieja como el tiempo y flaca como la miseria. Y el baldado luchó por incorporarse, y su alma temblaba en su voz y en sus vértebras, cuando cayó de bruces, como en una venia hacia la tumba. Porque aquella mujer era la muerte.
EL AMOR HUMILLADO Los favores son humillan f es como vergüenzas. - LAO TSE.
ydelante del juez, varón corto de vista y ¿e piedad, y delante de la curiosidad impúdica y cobarde del público, entró el reo empujado por los guardias. Era un hombre joven aún, quizá no hermoso, pero cuyos ojos altivos y tristes debían ser más fuertes que el olvido en cualquier memoria. El juez bisbisó algo que no pudo oirse bien, y entonces el hombre, con una voz que era la traducción de su mirada, comenzó a hablar, fatigado. Se había hecho un silencio grande en el recinto y pudo oirsc por una ventana el temblor del jardTn como un temblor de alma. Y el hombre dijo: Mayor que todas las alabanzas la había hecho el amor, y enriquecía los ojos que
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la contemplaban, y tambaleaban los corazones a su vista. Yo sabía que los hombres más claros y dominantes humillaban sus miradas ante las suyas, y sabía también que era más cruel y soberbia que una herida de guerra, y que menos se cuidaba de aquéllos que del lustre de sus ufías. ¿Por qué, pues, se fijó en mí? ¿Qué vió en mí, que no era guapo, ni hombre de artes, sino más bien, en mi insignificancia, como una colilla de cigarro? Porque es lo cierto que ella se volvió a mí con ojos de tentación. Y yo quise negar oídos a mi corazón y huir. Me maldiga mi madre si no digo verdad en todo esto. Pero estaba escrito que sería inútil. Porque había más imperio en su ruego que en una voz de mando. Y entonces mi amor se alzó y radió como un astro... i Oh, pero ya no tuve paz! Y o, el hombre cuya alma había sido más simple que un sorbo de agua, conocí las dudas que enturbian la luz del día y las tribulaciones que son la vejez en una hora, y mi amor fué como el que llora en suefios. Hasta que un día la maté. ¿ Qué más podía hacer, si yo también, tan bajo como soy, era orgulloso y ella me humillaba tan sin misericordia con su amor?
LAS DOS CORONAS Nadie puede disfrutar de dos conEL TALMUD. vites.
llegó a aquella ciudad de violentos ponientes y calles tranquilas, que a pesar de su densísima población no escaseaba de almas, el viajero salió a visitarla para intimar con alguno de sus inusitados usos. A poco andar dió con un jardín fértil como el amor y alegre como una bienvenida. Rato hacía que lo contemplaba con ojos largos, cuando por uno de los senderos vió avanzar un hombre. Traía diálogo consigo mismo, y ajeno aún a las ramas que los árboles alargaban para tocarlo y a los pájaros que secreteaban su nombre, pasó cerca, muy cerca, pero como a la otra ribera de un río anchísimo. Y el curioso sólo vió que llevaba una corona y los pies desnudos. UANDO
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Por muchos días anduvo ácidamente roído por el enigma de su visión. Hasta que el concesionario de todos los secretos de la ciudad, un peluquero, se lo declaró, pidiéndole juramento de no descubrirle. No era aquel que vió otro que el mismo rey, que siendo también el mayor poeta de su reino, no quería que nadie lo supiese, y sus canciones volaban anónimas; pero temiendo a los dioses por llevar dos coronas a la vez, se obligaba a ir así con los pies desnudos.
LA REFRACCION el que os toca, toca a la nina de su ojo. ZACÁXÍAS.
chismeaban las amigas. - Ríe con cualquier pretexto, sólo por lucir sus bellos dientes. —Acaso dicen verdad, - sonrió ella una vez más, escuchándolas. - Pero es lo cierto que las tristezas me huyen. SABs? -
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EL PERFUMISTA El hombre, más misterioso que el
océano. - FARID HUDDIM. A Pablo Neruda.
alquimista que durante treinta años, oon la prolijidad de los segundos y el silencio de las raíces había manipulado sus gomas, sus alcoholes, sus aceites, sus resinas, se resolvió a entregar a la publicidad sus perfumes. Fu¿ aquel el más glorioso escándalo de la ciudad. Hombres y mujeres, los más distinguidos, se agolpaban con desenfreno de plebe, a toda hora, en la puerta de la casa del mago. No se recordaba espectáculo semejante. Había razón acaso. Era algo redondo como el asombro. Nada menos que esto: el olor, igual que el color, el sonido o la palabra, asumía la categoría estética. Acababa EL
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de crearse el octavo arte. Y el autor de tamaña epifanía, el más pudiente y sutil (le los artistas, un Shakespeare de la pituitaria, un Debussy de los nobles olores. He aquí los perfumes verdaderos, padres del ensueño, fuente morosa de los recuerdos. Los que eran una música. Los que eran unas albricias. Los que eran una oración. Los devotos del nuevo rito entornaban los ojos y entreabrían los dedos como ante una brisa que refrigerase el corazón. Y sentían sus aletas nasales palpitar como párpados de ojos visionarios. Perfumes íntimos como almas confesas. Perfumes vitales como el de la tierra que reza su gratitud a la lluvia. Perfumes de vibración infinitesimal, vagos y agudos a un tiempo a la manera del infinito. Pero con los días la devoción de los fanáticos del nuevo culto comenzó a marchitarse, y poco a poco llegó hasta codear la indiferencia y aun el desdén y el rechazo. ¿Qué?... "Querían perfumes nuevos. Querían otra cosa". . El mago se trabucaba y a ratos casi perdía su paciencia lentísima. ¿Qué exigían en realidad? Los renegados tampoco lo sabían a punto fijo. Y un día, al fin, después de un redomado aislamiento, el maestro anunció otra vez la entrega de un repertorio inédito.
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Lo comunicó a sus clientes, a los más selectos y los más difíciles. Precios de joyería rubricaban los nuevos perfumes. Entonces pudo notarse que el perdido fervor se recobraba y acusaba aún grados mayores. Oh, sí, aquello era sin duda algo de lo que había soflado e impetrado su delirio. Y con ojos que no sabría declararse si eran de burla o de conmiseración insondable a través del humo de su pipa, el profundo artista contemplaba el éxito de sus nuevos perfumes... ¿Perfumes esas emanaciones de substancias infames, esos olores, los más torpes, humillantes y perversos?
t EL DOMADOR La natura é piena d'infinite ragioni che non furono mai in isperienza. LEONARDO.
gritos megafónicos, sin bigotes épicos, sin látigo, forzaba a ceder a sus panteras y sus leones (estos con sumisión aúlica, aquellas con zalamería de odaliscas), sin más ayuda al parecer que sus ojos tentaculares - unos dos ojos de vértigo y de fatalidad. Tenía no sé que de verdugo y de arcángel este hombre. Y se sabía también que con docilidad igual los más altivos ojos femeninos cedían a los suyos. Así fué por mucho tiempo. Y un día se apercibió de que la e'cuyre del circo, una nena hasta entonces, se había hecho mujer. Y sonrió como congratulándose a sí mismo. SIN
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Pero derrotando su vanidad y su experiencia, y burlando su desasosiego que iba creciendo como el mar ante la luna, aquella mujer parecía mirar siempre por encima de él o más allá de él. Y una noche se declaró a quemarropa, y fué rechazado. Y cohibido, por primera vez sus ojos retrocedieron ante una mirada de mujer. Y esa noche tampoco pudieron resistir los ojos de la pantera y fué devorado.
LAS CINCO RESPUESTAS Sé feliz un instante. . . ese instante es tu vida. - OMAR KAYAM.
A Héctor 1. Eandi. el hombre pálido penetró en la selva con la inquietud que le cavaba el pecho: ¿para qué sirven los dolores que hay en la vida?
Sobre un árbol sin hojas meditaba un cuervo oscuro como una fosa, y podía creerse que su meditación había secado el árbol. ¿Los dolores? Son la vocación misma de la existencia, su alfa y omega, su única razón de ser. La vida es el dolor mismo y sólo queda por saber si aquélla es preferible a la nada. Con todo, el dolor que hay en la vida nos libra del tedio, que es el dolor de la nada. Hablo oscuramente, pero yo me entiendo.
Más allá el hombre dió con un buho, cuyos mayores desprecios eran el Universo y el cantito de luz de la calandria. Escuchó la consulta sin pesta-
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ijear. Y volviendo sus magistrales gafas se destosió al fin: Si se quitase a la vida el peso de la miseria, de las penas, de los reveses, de los vanos esfuerzos, sería tan desmesurado en los seres el exceso de su arrogancia que los destrozaría.
El hombre topó más allá un chacal que el ayuno y la penitencia habían identificado con su esqueleto. ¡A y del quien dude, - dijo, y su voz volvía ceniciento el sol, - ay del mísero que dude que los tormentos de la tierra nos ganan las glorias del cielo!
Después el hombre llegó a la orilla de un pantano, y el prójimo que se revolvía en él, un hipopótamo de ojos dormidos y apetito insomne, se detuvo por largo rato al escuchar la pregunta. ' breocupa de eso? - contestó al fin, eructando un resoplido, mientras se encharcaba de nuevo. - La cuestión es que no falte nunca esta gorda bendición de fango y hierbas.
Al fin el hombre dió con una cigarra que canfaba en una rama tan radiosamente, que el cielo y la tierra se desposaban en su canto. -¿Para qué sirven los largos dolores que hay en la vida? - repitió deteniéndose un instante. Pues, ay, para ganarnos las breves alegrías que podemos lograr bajo el sol. Tres años de fría, apretada y ciega vida subterránea me cuesta el cantar unos días del verano el gozo de la luz.
LA MAS SUTIL PRUDENCIA A tajo para ser persona: saberse ladear. - GRACIÁN.
que guardarse de combatir imbecilidades enseno el maestro. —Por qué? - preguntaron los discípulos. ¿Son invulnerables? —Acaso. Pero sobre todo, porque puede uno contagiarse.
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LO INCONTENIBLE
Cuando la mar rehusa sus tesoros. PETER DASS.
RA un
músico jaqueado por la más profunda de las ambiciones: captar la música del fondo del mar. Había hecho insondables estudios de oceonografía y de física y consultado a sus autoridades más magestuosamente aburridas, había gastado el esplendor (le sus años y (le SU fortuna, y estaba-como en el primer momento. Entonces resolvió ser un simple buzo - un pescador de esponjas -, es claro, todavía con un residuo de esperanza. Y sucedió que una mañana, como se sumergiese a mayor hondura que otras veces, le pareció que de pronto alguien lo agarraba por los cabellos y que el olvido lo anegaba. Y se dijo que era la muerte. Pero fué que cuando volvió en si, se encontró E
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en una gruta cuya entrada tapizaban corales y actinias, y cuya claridad era como la de una sonrisa. Y sobre una arena, que era polvo de perlas, apoyada de codos, estaba tendida una joven que parecía un pez en su mitad inferior. Tenía los cabellos color de mar y en sus ojos brillaban las pedrerías de las tentaciones. Como el de la ola, su andar era danza y su sonreír era más sinuoso que su andar. El pescador se pellizcaba para saber si aquello era un sueflo. Pero no, era la hija del mar, ante quien él había hallado gracia y que consentía en entregarle su maravilloso amor siempre que jurase vivir sólo para él, y sobre todo, guardar el secreto bajo siete llaves. Y así fué. Y por los días de los días se amaron con amor innumerable, en la gruta remota, mientras hasta ella llegaban las olas más lejanas, mensajeras que traían noticias y canciones. Y el pescador perdía hasta el más borroso recuerdo de su todopoderosa ambición cuando su amada se derramaba en sus brazos, y sentía que alejarse de ella era peor que acercarse a la muerte. Y en cada regresar, la tierra le parecía más impura y fea que un mufión. Pero, ¿cómo podía ser de otro modo? No pudo guardar aquel secreto que amenazaba romperle el corazón y lo dejó caer entre sus amigos. Y desde entonces no volvió a abrirse el mar, y todo fué como antes de ser, y todo fu¿ corno si no hubiera sido.
EL TIRANO Credibile est quia ineptum est. TERTULIA NO.
A Ernesto Palacio.
cómo aquel hombre de origen borroso llegó a ceíir la corona de mando, por qué sesgadas vías de fatalidad, o de la casualidad que suele ser su avatar, es cosa que sólo atareaba a algún cabalista en desuso. Los demás aceptaban con piafante entusiasmo el hecho consumado y es lo cierto que donde quiera que su majestad se presentara era tan aplaudido como el mejor caballo de carrera. De frente estrecha, como las mujeres hermosas y los fuertes atletas, no era hermoso ni fuerte, pero todos y cualquiera se reconocían en él. Sus partidarios, que eran la unanimidad más uno, lo arrullaban veinticinco horas al día.
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Un plebiscito lo había declarado infalible. Debía suscitarse otro para decretarlo inmortal - antes de que muriese. ¿Alguien dijo cruel? Oh, era sólo el ejercicio de la energía indispensable para que nadie perdiese la fe en su infalibilidad. ¿Pueril? Nada más ni menos que la prueba de su sencillez de alma buena. ¿ La torpeza de que se sonreían (bien al disimulo, porque eran sus deudores) los soberanos vecinos? ¡Bah! se trataba simplemente de las holgadas maneras de un hombre libre desarzonando a gentes amuñecadas por el protocolo. Así, por ejemplo, su invicto celo en no lavarse los pies más que en el aniversario de su natalicio y sus regüeldos camellunos en los banquetes, indiscutible originalidad que los cónvives celebraban a porfía y que muchos pretendían imitar. Todo el mundo se hacía lenguas de su aficción costosísima a las baratijas, a las armonías del pistón, a los dircursos de resistencia, al cinematógrafo de aventuras, a los jockeys y los boxeadores, a quienes invitaba a su mesa. Pero lo que por encima de todo privilegiaba aquella grandera era su profundo sentido de la igualdad y de la retribución. Su mirada nivelaba todas las cabezas, desde luego según la altura, no de las más erguidas, que es imposible, sino de las más bajas, que, ultra, son la testaruda mayoría. En cuanto a su justicia remuneradora, cumplía en la tierra la promesa evangélica: los últimos eran los primeros y los
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primeros los últimos, y así elegía sus ministros entre los pedicuros y los estibadores, mientras un literato le servía de lustrabotas. Y si bien se quería dar como un secreto a voces que pese a su aparatosa omnipotencia era sólo el testaferro de una taifa de bribones, todo el mundo competía en sobrellamarlo el Bienvenido, las Delicias del género humano, el Soberano de los soberanos, el Inapelable. Pero su nombre de pila era el Populacho.
LA BAILARINA Tiemblo por ti como el ojo de
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paloma. - SÓFOCLES.
sus piernas, que eran literalmente un tesoro, pues estaban aseguradas en una suma gloriosa, se desnudaba su alma. La gimnasia y los masajistas habían abolido, no uno de sus senos como en las Amazonas, sino los dos. Pues parecía empeñada en anular su feminidad, que sofocada, brotaba más violenta y ácida, y sus caprichos goyescos eran la última pedagogía. Los alcoholes, corrosivos como un ácido úrico, que ella solía preferir, eran la bebida del día. Hasta los bizcos imitaban su monóculo. Sus adoradores levantaban las colillas de sus cigarrillos mahometanos y algunos aspiraban a morir bajo las ruedas (le su automóvil de carrera. A ello maridaba el genio positivo de un gerente J- fábrica. Poseía acciones en varias compañías industriales. Los poetas y las misivas galantes eran sus cosquillas. El cheque telegráfico su única escritura. lE
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Oh, el abismo de su danza, y su vértigo. ¿Qué cinturón de ascuas de infierno angustiaba sus cuadriles? Rugidos de antropófagos, dientes con brillo de daga, los hombres. Los saxofones mismos enronquecían de brama. Aquel misterio apretaba como ciertas siestas, lastimaba como una degollación de inocentes. Entonces los fanáticos del ídolo confesaban cosas extraíuísimas. Decían que aquella que hubiera sido la perdición de los ángeles, acaso no era criatura mortal. Decían que su ombligo concentraba el infinito. No escondían que su danza fuera la apoteosis de lo sensual, pero decían: de una sensualidad que está más allá de la carne. ¿Qué querían significar? Y no se extrafaban, sin embargo, que la tentación viniera a encarnarse en aquella mujer de curvas ausentes, porque así era. Idolatraban su perfume, y aunque en alguno suscitó recuerdo de morgue, ése no se animó a confesarlo, ni siquiera a creerlo. Tampoco que su sonrisa fuera la inocultable de las. calaveras. ¿Quién podía estar seguro de sus sentidos? Porque, de veras, también los velos de la danzarina le habían parecido un sudario. Y fué a raíz de los suicidios, cada vez más apretados en torno de la encantadora, cómo vino a comprobarse que se trataba en realidad de la otra, la que no queremos nombrar, caracterizada sencillamente de esqueleto.
r LA SOSPECHA El individuo, el solo. KIERKEGAARD.
Es que te tienes por un dios? - lo interpelaron con una duda horrible. —Acaso, amigos - respondió el solitario. - Pero un dios que desprecia templo y adoradores y se ríe en secreto de su propia divinidad.
LA HIJA DEL HOMBRE ¿Fingís el fantasma ¡Cuidado! PRECEPTO DE CÁBALA.
A Grckz Monge. naturaleza (eso en que se gastaba sin mermarse la admiración tradicional de la gente), le había siempre parecido al joven lord grosera, churrigueresca, adocenada, una agencia general de mal gusto. Tal vez no lo fuera antes, pero hacía tiempo que, agotada su inventiva, se repetía sin fin. De ahí su amaneralTliento y su monotonía. Hasta sus aciertos más delicados y soberbios estaban ya averiados sin remedio. De los crepúsculos, los versificadores habían hecho uno de los sosias del aburrimiento. El rayo era ya de una vulgaridad franicliniana. Y así. ¿Qué quedaba entonces? Quedaba el genio naA
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tural del hombre: el artificio. Porque, sin excepción acaso, la naturaleza sólo balbuceaba o tartamudeaba sus intenciones. Necesitaba que el hombre se las tradujera. Y las traducciones resultaban vuelta a vuelta admirables, sobre todo las más inexactas. Ahí estaba, por ejemplo, esa distinguidísima glorieta. ¿Podía arrimársele cualquier chusma de árboles silvestres? Entre las flores sólo eran dignas de pleitesía esas criaturas re-creadas por magos pacientes, esas orquídeas de invernadero, más alucinantes que ciertas metáforas o ciertos pecados. ¿Y que había cotejable a un lecho Luis XV, contorneado gún las parábolas y elípticas del espasmo? ¿Y qué claro de luna, qué aurícula de bosque hospedaba más misterio y poesía que el secreto de una moderna alcoba? Y era una pobre cosa provinciana, de veras, el más mundano de los "pour sang" junto a la seguridad, el ímpetu, el aguante, la soberbia de un seis cilindros! Definitivamente la Naturaleza había pasado de moda. Mejor dicho, anquilosada de rutina y de prejuicios, no comprendía la moda, esa ciencia y arte superiores de la mujer, la Moda, maestra de la Filosofía y de la Estética a quienes lograba mostrar recién lo huero de los sistemas ingastables y de los dogmas intangibles. Por eso la mujer era la mejor muestra de la Naturaleza - no!, del artificio. (La clausura de las habitaciones y de las ropas ha hecho el milagro
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de su piel, de sus cabellos y de sus ojos; la galantería ha inventado la gracia de su alma). Y sucedió que un día, en una estancia de sus viajes, visitando una exposición universal de ciencias, llegó al pabellón en que un mago de la física. azoraba las más difíciles curiosidades con al exhibición privada de una "andreide", de una criatura femenina creada por la ciencia, hermosa como las, vemos en la dicha, viva como las sentimos en la pena. Y un acólito del sabio explicaba a algunos técnicos ciertos secretos de aquella minerva sda del cerebro de su padre, junto a la cual había mujeres que parecían simples muñecas. — Pero ese nácar fluido, ese brillo carnal, esta vida intensa... ¿Cómo habéis?... — Con la ayuda del sol, sencillamente. — ¡Del sol! — Sí. El sol nos ha dejado sorprender en parte el secreto de sus vibraciones. Una vez cogido el matiz de la blancura dérmica, he aquí cómo se la reprodujo por una disposición de objetivos. Esta ligera albúmina solidificada cuya elasticidad es debida a la presión hidráulica, es sensible a una acción. fotográfica muy sutil. Tenía el mago una excelente modelo y además el húmero de márf ji contiene una médula galvánica en conexión constante con un sistema de alambres de inducción, enmarañados a1 modo de los nervios y de las venas, lo que entre-
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Íiene la producción perenne de calórico que os ha dado la impresión de la vida. — jY esas inflexiones soñadoras de la V 02? -¿Y esa mirada de apasionada melancolía?
El acólito se evadió discretísimamente. Y sucedió que el joven lord, intrigado primero, inquietado hasta el insomnio después, fué exaltándose cada vez más, y remató por enamorarse africanamente de aquel ídolo. ¿Comprendéis? Apasionado hasta donde llegaron pocos corazones de hombre de aquello que él sabía un puro simulacro. Ahora suponed su desencanto cuando un portero sin imaginación descubrió que el sedicente mago era sólo un farsante y que la humanísima esfinge era simplemente su hija, maravillosa de veras, sin ayuda de la ciencia. Y naturalmente, comprometido así su honor de lord, no quedaba más que el suicidio.
LA RAZON SUFICIENTE Mala cueta es, señores, ay er mm gua de pan. - CANTAR DE MIO CID.
mucho que se aburran! - sonrió, enarcando las cejas el enano. - ¿No tienen en el espíritu Q un vacío de bostezo? UE
LA JUSTIFICACION RA en Goldiandia un banquero tan poderoso E como el mar, y prestaba su dinero a los alquilantes de la gloria del día o a sus probables detentadores de mañana: los popes de la industria y del comercio, que en caso de apuro venderían el mundo en treinta dineros; los inventores, que sacan a la plaza los tesoros secretos de la naturaleza como los de un tío avaro; los agiotistas, que conocen y explotan la magia negra del dinero; los sobrinos de la serpiente, que heredaron su alcahuetería tenebrosa; los políticos, altos chalanes de la democracia; algún jefe de banda que le expusiera un plan genial para explotar el robo según los últimos consejos de la ciencia. Un día apareció ante su escritorio un hombre de desdeñosa elegancia, sin duda menos joven y más enjuto de carnes de lo que parecía. Sus ojos,
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que miraban como sin posarse, estallaban a ratos en una veloz mirada irresistible - aunque eso bien podía ser una ilusión. Detrás de su sonrisa de gentileza, creíase adivinar a ratos una burla profunda como una tumba y una experiencia infinita. El caballero venía a solicitar los servicios del potentado, quien no dejó de extrañarse, si bien menos de lo imaginable. En efecto, se trataba de un desconocido y la suma gestionada era tan grande como el sol. ¿Qué garantías ofrecía? Pero ya su olfato de hombre de presa le avisaba que el visitante estaba a mucha distancia de ser un quídam. Sí, en cualquier caso, ¿que garantías ofrecía? —El mundo - dijo con sencillez el interpelado. —El mundo?... —Sí, el mundo.., de los teólogos. Ah, veo que me toma Vd. por un loco. Pero no, soy únicamente el diablo. El plutócrata a quien la formidable respuesta disparada a boca de jarro no perdió del todo, atinó a responder: —Pero, cómo, ¿no era Vd. también el rey del oro? —Oh, no - sonrió despectivo y triste el caballero terrible extendiendo una de sus manos, de uñas al diamante, recién salida del manicuro. Esa es una de las tantas pamplinas que me cuelgan. Dispongo, es cierto, de algunas concesiones quizá no enteramente despreciables: puedo sembrar y prosperar una espléndida venganza; hacer abortar en
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blasfemia final una vida entera de oración y de fe; abrir las quijadas del payaso en los más tenebrosos bostezos; convertir en orgullo diamantino la humildad del que besaba las llagas del mendido; infartar la tentación de la muerte en los hipocondrios del más porfiado amador de la vida; trastornar con los delirios más candentes el alma llena de rocío del casto; fecundar el ingenio del que se afana en algún magnifico invento de destrucción. . El poderoso, que había retrocedido algunos pasos, lo miraba como se mira un incendio en la noche. —Sí, todo eso y algo más puedo hacer - continuó el postulante -; pero no soy ciertamente el amo del oro; de serlo, acaso (¡ hoy por hoy al menos!) hubiera hipotecado todas las almas.
OTRA VEZ ANTE LOS JUECES La es pantosa miseria de los que visen sin amor! RUSBROCK EL ADMIRABLE.
A Oscar Cohan. CUANDO aquel
poeta que se había tuteado con pecados tan espléndidos como sus corbatas y ejercido el placer con igual agudeza que sus paradojas, se presentó a dar cuenta de los actos de su vida, estuvo a punto de salvarse. Sus parábolas antievangélicas, contra lo que pudiera esperarse, hallaron gracia a los ojos del Seflor. Más que con indulgencia, las miró casi con simpatía. Respiraban un tan puro espíritu antifariseo! Dante, asesor consultado siempre que de poetas se tratara, Dante que callaba como un bosque espeso, le fué propicio.
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El neoparabolista comprendió que estaba en verdad ante gente muy otra que los jueces de su patria, tan aburridos como un monolito y más hipócritas que un pantano. Sin embargo no fué absuelto. El pecado que en la balanza pesó más que los otros juntos, pareció a Dante poco "gentile" e hizo vacilar la aguerrida clemencia del Puro. Pero no fué esa, no, la perdición del reo. Era que el triste no había sentido nunca, de veras, ni en carne ni en espíritu, la tentación de la mujer.
EL ABSURDO
Pro batum est. -
FRASE ANÓNIMA.
el quid de la felicidad. --Sentarse a una mesa de rey con apetito de mendigo -- indicó alguien, riendo, en lo invisible. USCABAN
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EL NUEVO REINO DE DIOS Quizá habían buscado refugio en la aglomeración y la bulla, huyendo del secreto espanto de sus almas. JoycE. A A lfonso Reyes.
decía aquel hombre: La gran vocación del hombre es su alma. Pero el hombre es un apóstata de sí mismo. Rey, abdica su corona por un plato de lentejas. La Sabiduría, el Progreso, el Deber, Dios, el Prójimo, la Máquina, se llaman esas lentejas. Entretanto, su alma es un hueco, un hueco que llena cualquier sombra forastera, llena de gestos de otros. Sombras ya sin tiempo ni dueño siguen sobreviviendo en él, repitiendo lo irrepetible. Y el hombre se niega a sí mismo por ser otro u otros. La
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ausencia de otros. Sus actos, la liturgia de una devoción que ya no existe. Y en verdad que el hombre no debe ser el apóstata de sí mismo. Así lo exige desde lo profundo su alma que aspira a ver su día y quiere que el hombre descienda hasta ella para poder ascender hasta ella. (Porque el alma es un pozo y un collado). Tarea de serenidad y de fuego en que debemos ser nuestra propia ayuda porque los otros no pueden más que estorbarnos. Y cada uno ha de ser su propio redentor. Digo que muchos están lejos de su alma. El rico engrillado por su riqueza, pero no menos el pobre cuy o desvelo son los grillos de oro del rico. Y el ergulloso de sus áridos dolores o el pagado de sus 'res (le similor - aunque digo que el alma es una tragedia y un idilio. Y el que a causa del temor o del arrepentimiento se hace reo de lesa majestad ante su propio destino. Y el que toma por pan los haberes del conocimiento que sólo pueden ser nuestra levadura. Y el que da pensando en otra cosa que no sea acrecerse a sí mismo, o perdona buscando algo más que su propia purificación. Y el que arrima el fuego de su devoción en el ara de todos, único impío. Porque de veras nadie puede ser el ateo a sí mismo, y cada uno en lo más hondo y lo más alto de sí, esconde su divinidad, y el único camino camino creador - es el que lleva a columbrarla o a aproximarse a ella, y aun hasta co
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mulgar en su luz, a los elegidos, a los que entonces no les importará morir, porque habrán vivido minutos eternos. Y esto se llamará el reino de Dios. Así hablaba aquel hombre profundo e ingenuo. Pero los fariseos - los de siempre, aunque ahora escupen al oir este nombre -, acorralaron al nuevo profeta. No lo crucificaron, sin embargo, poique sabían hacer demasiado bien las cosas para caer en eso: lo declararon vesánico por agencia de sus psiquiatras y lo hospedaron caritativamente en una casa de salud.
LA OTRA TORRE DE BABEL Dame las botas de siete leguas. PSRRAULT.
.ABOUENDO razas y comarcas, los hombres se ha-
bían complotado para levantar la definitiva torre de babel, que fuera inmune al fracaso y llegara hasta el cielo, derrocando para siempre a los dos viejos tiranos, el Espacio y el Tiempo. Y reían so capa, recordando la historia de la vieja Babel. Y millones y millones de obreros, a lo largo de los días, de los afios, de los siglos, fueron apilando con maestría heroica ladrillos garantidos contra las asechanzas del tiempo. Y a cada nuevo aporte la torre crecía - sin duda! - y cada vez más su remate parecía inminente. Y aplastaba ya con su sombra todas las casas y el alma de los mismos constructores. Si bien el orgullo de ellos había so-
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brepasado ya varios codos la altura de la torre. (A los menguados que se atrevían a dudar del éxito, se les sacaba provisoriamente los ojos hasta que cambiasen de modo de ver). Pero he aquí poco a poco hubo otra vez confusión de lenguas, y la nueva fábrica se derrumbó como la otra. Aquella torre se llamaba el Progreso.
EL BUFON A las, poor Y orick! -
HAMBLET.
Hamlet vió en mano del sepulturero aquella calavera y se puso a fantasear, con los huesos encogidos, que bien pudo ser la de un rábula de alma retorcida como un cólico o de un terrateniente cuyos títulos no cabrían en el ataud, ya harto holgado para él; cuando tuvo en sus manos la calavera, ligera como un chiste, de Yorick, el bufón del rey, prójimo de incalculable zumba y fantasía egregia, pero que no había legado una carcajada póstuma para reir su deformidad actual; cuando consideró que el pufíado de tierra que en Alejandro o César tuvo enfrenado al mundo podía ser ahora una tapa de barril; después que vió el cadáver de su novia, y quiso inhumar con ella su vida, - el más dulce y amargo de los príncipes quedó solo, ix
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vertiginoso rato, junto al precipicio de su alma. No vió que la noche se cerraba como un cero y que en la sombra hacían penitencia los sauces. Al cabo le pareció ver agitarse - no sabía bien si delante suyo o a su espalda -, un fantasma enjuto y pálido. Creyó en el primer momento que fuese la sombra paterna que habló con él en la explanada del castillo de Elsingor. Pero ésta era una sombra grotesca. ¿Acaso la del bufón Yorick? No, tampoco; se trataba de algo mucho más cómico y trágico a un tiempo. Hasta que no vió nada más, porque la visión se fué a pique en lo invisible, dejándole su misterio para siempre. Pero aquella sombra era su propio esqueleto - el esqueleto, bufón que se ríe de nosotros a escondidas.
LA REPUBLICA PERFECTA Y mientras se pavoneaba, haciéndose el dios, una imbecilidad pueril caía sobre él. COLOQUIO ENTRE MONOS Y UNA.
las calles, ni rieles ni vehículos de ninguna clase. No había cielo ya, porque lo atajaba la sombra de los transportes aéreos. Habíanse suprimido las nubes, porque con frecuencia obstruían el tráfico. El mapa de las corrientes atmosféricas estaba en casi todos los bolsillos. El rumor de las hélices era como el de la resaca. En los museos arqueológicos guardábanse ejemplares fósiles de las faunas abolidas: trenes, cañones, barcos. Era pasto de la risa el recuerdo de esos conflictos. prehistóricos del capital y el trabajo, de la desocupación del hombre. En efecto, la producción decuN
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plicada y el reparto científico habrán suprimido la miseria y la literatura realista. Verdad es que, necesitadas apenas de una ligera inspección disciplinaria, las máquinas trabajaban solas. La guerra hállabase desterrada desde el día en que la amenaza de suicidio universal se hizo inminente, pues la omnipotencia de la electricidad - rayos X, Y, Z - y de la química - gases más ejecutivos que un arcángel - podían asfixiar la atmósfera y descarrilar el globo terráqueo. El estado era apenas un celoso administrador de la propiedad general. De la propiedad privada quedaba sólo lo que no podía servir de molestia a su dueño. Con la supresión de la moneda, nadie podía usufructuar del trabajo o de la rapifía de antecesores a veces de hacía tres siglos. Sucedía así que los avaros incorregibles morían de nostalgia y los ladrones de vocación fervorosa se autoclectrocutaban. Los asesinos, casta que decaía lastimosamente, eran recogidos en sanatorios y sometidos al régimen vegetariano y a la lectura constante de hagiografías, o bien dábaseles oficio adecuado a sus temperamentos: buzos, mecánicos de aviación, etc. En las escuelas - cosa de asombro - se ensefiaba sólo lo que pueden aprender los niflos, y respetando el natural de cada uno, y sucedía que, al revés de los tiempos pretéritos, los nifios aprendían algunas cosas útiles y hasta hermosas.
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Los fisiólogos, seguros de haber hecho la luz sobre el amor, habían legislado con el máximo de libertad y previsión la relación de los sexos. Y es lo cierto que el amor era ya una cosa razonable y tranquila - si bien aún degeneraba en algunos en arrebatos brutales o más raramente en un ensueño ferviente y radiante. Como reducidas a un asunto de estricta incumbencia privada, las religiones no podían molestarse entre sí ni constituir un modus vivendi para nadie, habían caído en desuso público, y sus profesores tan escasos como los de la filosofía, pasaban desapercibidos. Habiase procedido a una desvastación ecléctica de bibliotecas y museos cuya hipertrofia agobiaba a las ciudades. Por cierto que la transmisión radiotelefónica había reemplazado al libro, al periódico y a la sala de conciertos. El lenguaje habíase vuelto tan elíptico y veloz como un código de señales. La literatura, y sobre todo la poesía, se expresaban en comprimidos que recordaban las fórmulas químicas. Por lo demás iban siendo ya sólo un pasatiempo para gustos retardados. Mal que bien la ciencia había forzado la caja de fierro de lo Desconocido y de seguro era muy escaso el residuo de secretos del Universo. Contábase entre sus últimos triunfos una máquina de pensar casi tan sumaria como la de cálculos. Un astrónomo había acorralado el tan arisco infinito de los anti-
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guos, obteniendo su extensión y su forma, casi al mismo tiempo que un biólogo conseguir aislar el germen de los gérmenes, el de la vida. La aviación había colonizado la luna. La extirpación del cáncer y de la avariosis, los partos indoloros y hasta la supresión del dolor de muelas, eran ya antiguallas de la medicina, que contaba ahora con un suero de lágrimas para los dolores morales. Así el confort cierto había sustituido a la hipotética felicidad, y se hizo obligatorio para todos. Ultiniamente un sabio antillano, basándose en la teoría de la inseparabilidad del espíritu y la materia, lograba ponerse en comunicación con los muertos, adelantando la más inobjetable seguridad de resolver el problema de la resurrección, mientras el Concilio de la Sabidulría, reunido a gran prisa, abocábase al examen de la conveniencia peligrosísima de que el mundo incensable de los antepasados, con su barbarie irredenta, volviese a inscribirse entre los vivos casi perfectos. Fué entonces cuando pese a los esfuerzos de la archiprofilaxis y la superterapéutica, comenzó a cundir el contagio de ese mal que obligaba a abrir la boca en el más desaforado desplazamiento de las mandíbulas, como en hambrientos bocados de nada. ¿El bostezo? Nada más, y sin embargo...
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EL CELLINI Acaso sólo la vida de los bandidos tenga el suficiente patlios para merecer el honor de la autobiografía, es decir, la única biografía posible; pero, es claro, no saben escribirla... Digo mal, que Benvenuto, renacentista pur sanq, ha escrito la suya, según Goethe y yo, la mejor que existe. Una digna escritura de los días ardientes como una injuria de este hombre felinamente magnífico en cuyas venas la vida producía congestión de tráfico y cuyos repentes eran un trabucazo a quemarropa; de este compadre del diablo que sólo sabía aplacarse en el arte. (Verdad es que esto pasaba en momentos en que el sucesor de San Pedro "usaba una volta la settimana di fare una crapula assai gagliarda").
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GOETHE El dios de rifiones humanos. Ni un tic plebeyo, afeminado o débil. No hubo salud como la suya. El dichoso, el que traía el orden en sí, vino a vivir en esencial armonía con los hombres y las cosas. Fué el más autodisciplinado de los hombres, es decir, el más libre. Sin duda vino para grande, como pocos, pero será también aplauso del mundo siempre el cómo forzó al destino a mantenerle sus promesas una una. Alargó la mano a toda empresa de perduración y dejó una dinastía de hazafías. Se entretenía en pisarles la cola a los sabios: 'La sabiduría, esa vieja madrastra". O en sacar de quicio a los hipócritas: "Nunca he oído hablar de un crimen que yo no hubiese podido cometer". Un día, corrigió a un tiempo a Jesucristo y a Nietzsche, anticipándose: "La piedad misma no es un ideal sino un medio para llegar a una cultura más alta por una paz interior más pura". —Es Vd. un hombre - le dijo Napoleón, en Erfurt, al que sabía mirar la naturaleza y el espíritu como él un mapamundi. — i Un hombre! - sentenciaba el nií'ío prodigio que ahora adoran los literatos (si los hombres de acción comprendieran adorarían a Goethe), pero a buen seguro sin sospechar
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cuánto más profundo, más ancho, más indestructible que él: un creador. El poder embrutece, y no sólo el de espada o bastón; también el poderoso entendimiento parcial o no, embrutece para el resto: así tanto filósofo o sabio manco para las más bellas curiosidades u ofertas de la vida, aún para las más sutiles y audaces ligerezas del espíritu. Pero Goethe fué una calle pública y un templo. Tuvo siempre el equilibrio de un par de alas. Y realizó maravillosas nupcias tenidas hasta entonces por imposibles: de la voluptuosidad y el conocimiento, el sentimiento y la voluntad, y sobre todo Dichtung und W ahrheit.
¿El olimpismo que le achacan los filisteos? Junto a Kant, por ejemplo, mera perfecta máquina de pensar, él es un regalo de humanidad desde la cima del espíritu hasta la punta de las ufias. Siete veces la sombra de la mujer cayó sobre su pecho, y siete veces se puso a arder soberanamente en la pasión. No fué sólo un emporio de todos los saberes, sino de dueño de la más vital sabiduría recabada por hombre alguno hasta hoy, sin duda. La naturaleza quedó respirante entre sus manos, pues como el gato de Mefisto, despreciaba los ratones muertos. Hay que agradecerle, no el ser padre de Fausto y Mefistófeles, hijos de vida incansable, sino el ser Goethe mismo. Agradecerle no sus largos días, sinó el estilo de esos días, sobre todo los de esa vejez
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que apocan los de las más purpúreas mocedades. Y agradecer, en fin, que este Salomón de Occidente (tan opulento, que con las migas de sus últimas cenas, un hombre ingenuo y devoto, Eckermann, el de las conversaciones, amasó pan para la mesa de los dioses) no haya tenido Ecclesiastés. KEATS Como él tenía algo de aquellos serafines del Florentino cuyo propio esplendor vela a ojos mortales, "El col sito luine sé medesnio ce/a".
murió quizá a tiempo para que no se le manchasen las alas. Qué importa. Su recuerdo será una alegría para siempre aún cuando no nos hubiera dejado más que el Enclymion; qué, aún cuando sólo hubiera quedado ese momento lírico entre los más altos de todos los tiempos, esos treinta y tres versos que inauguran el inagotable poema: A n endless fozsntain Pouring unto us from the hcavcn's brink.
STENDHAL Se precisaba un hombre como éste, con su físico de administrador de ferrocarriles y tan entendido en asuntos mujeriegos como un abate francés del
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siglo XVIII; se precisaba un hombre así, encapotado de cínico, lleno de ese concreto saber que fructifican los días, aventurero de pie y golpe prontos, discutidor socrático, ojo y mano certeros para sorprender y desenmascarar las convenciones y los prejuicios más acreditados, y por remate, una sensibilidad sobreavisada para cotejar "una frase de Mozart o una mirada de mujer" con los millones del industrial o los triunfos del jockey, se precisaba todo eso para defender al amor, corona real de los hombres, no tanto de sus crasos o hueros renegados, como de sus falsos devotos.
POE El misterio de Poe quedará acaso para siempre como el más vivo de la literatura. Un hombre con vocación de santo y suefios de diablo. La escritura más implacablemente concienzuda, deviniendo pura hechicería. Un marmolero fúnebre lleno de sabiduría ardiente. El hijo de la burguesía más crasa vuelto detective de lo absoluto, persiguiendo y forzando nuestra alma hasta en sus últimas trincheras. El mayor pensoso della morte, en fin, introduciendo de matute californias de sarcasmo, potosíes de ironía.
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CORBIÉRE Un rnezz'uo,no hético y artrítico, con alma de real pirata. Insolencias de enano que escupe más lejos que un gigante. Befas tenebrosas como el betún o desenvainadas como el sol ante los burgueses miedosos de las ideas y los ladrones, ante los sentimientos exangües, ante todo lo aceptado y canonizado. Algo de eso es Tristán Corbiére. Y sin embargo, este cínico jurado, un día casi en broma, inventa el acaso mejor poema de Francia; esa Rapsode foraine, esa visión de brío fabuloso, de un dantesco más infernalmente humano que el del otro, de una ardiente pureza mística, que ni antes ni después se ha visto en poetas de mayor formato.
SCHOPENHAUER El optimista del mal! NIETZSCHE Acaso nadie como el solitario que en Sus María tuvo oráculo, comprendió mejor la felinidad de la vida, su hermosura terrible, digo, nadie como este hombre doloroso que apenas si se atrevió con ella.
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MAUPASSANT No es fácil negar el logro magistral de su arte. Sus tipos son tan vivos como en la vida. Pero, ¿qué? Pues he aquí que la vida humana no es sólo vida: también es recuerdo y esperanza, es decir, ese mágico instinto de belleza que late hasta en los más humildes y los más torpes. ¿ A qué, pues, esta galería de entes feos, opacos, cobardes, ridículos, de grotesca angustia y de tristeza depresiva si nos consta que también la melancolía es una gracia y el dolor una hermosura? ¿A qué, pues, este culto de la cotidianidad feroz de nuestros días si el arte fué dado para conciliar al hombre con el mundo y sus lás-
timas? Por lo demás, lo verdadero de la naturaleza no es lo verdadero del arte. El arte no es un testaferro de la naturaleza, sinó el príncipe encantador que la cautiva y la redime. No el realismo de feria sinó el realismo psicológico es lo único que debe contar para el artista Todo arte esencial es lirismo, que no declara cosa de ornato ni de énfasis sino la versión de estremecidas y nobles peripecias íntimas.
FRANCE Una sabiduría que enseña cordura a los filósofos deuteronómicos y a los repentizantes; todo lo que
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puede ser el talento sin comprometerse con lo genial; el buen gusto ce rien que c'cst tout, según él - realzado a espíritu santo del estilo. (Así, es claro, su perfección es su primer defecto y el segundo su originalidad claudicante).
D'ANNUNZIO Aún menguado o maltratado nuestro entusiasmo por el mejor d'Annunzio - el de Francesca, el de La figlia di Y orio, el de ese solar libro de A lcione en que la naturaleza danza y canta desnuda y ataviada de joyas -, sin olvidar, no digo su pompa mitologista o dogaresca, - sino ni su infrecuencia de interna perfección, ni siquiera esa coquetería de prima-donna que es el d'annunzianismo, queda aún lo que algunos quieren disimular y hasta impugnar: su vida, la más brillante acaso que haya conocido un mero hombre de letras hasta ahora. Su vida, en el sentido mundano, es la hermosa represalia de tanta vida de artista horriblemente atrofiada o deformada, de Ovidio y Cervantes a Verlaine y Nietzsche, para no citar los casos sin número de dorado y desdoroso parasitismo áulico. Tampoco es él de los que han hecho carrera burocrática con las letras ni menos el de los no raros Flaubert que suponen el oficio de escribir incompatible con los deberes y derechos de la vida.
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Si como maliciamos, los días de un señor de la literatura - señor del pensamiento y la gracia pueden ser muy bien la más espléndida y completa realización de hombre - menos mutilada quizá que la del político, el industrial, el místico, el guerrero, el sabio -, debemos reconocimiento al vivere ininiitabile de este hombre que no es un privado de la democracia ni de los príncipes, sitio califa entre los hombres por el solo privilegio de su arte. (Y es claro que este honor lo comparte su pueblo).
POETAS DE ESPAÑA ¿Es que después del pueblo español hay otro verdadero poeta lírico en España? Acaso Manrique. .. Acaso Juan Ramón Jiménez... ¿Acaso algún otro?
VALERY Paúl Valery, el último dogma, el canón, la cifra de la gracia y la profundidad. Lo impecable. Una agencia general de citas, este matemático de poesía y pensamiento cristalizados. Se lo admira por su esplendor (porque de veras es espléndido), pero más aún por sus chispas fatuas y sobre todo por su dificultad estratégica.
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PROUST Las sensaciones y las emociones sometidas al inicroscopio con una técnica impecable e implacable. Las experiencias de un casuísmo encarnizado contadas en un estilo infinitesimal. El mayor virtuoso de la introspección, en fin. (Aunque no es ésta la palabra justa, porque su camino no va acaso de afuera adentro, sino que él mira al hombre más bien desde una interna distancia). Este niño ambigua y monstruosamente lúcido, es más realista que todos los maestros del realismo. Ah, pero acaso sólo eso. Porque se traiciona en él más curiosidad profesional que inquietud trascendente, y les falta sintética fuerza plasmadora a sus manos ante la cuantiosidad intrincadísima del material que: su memoria arrastra. Faltan, sin duda, el estremecimiento y el gozo sagrados del arte. Pero quizá nos equivocamos. Puede creerse, en efecto, que "A la busca del tiempo perdido" son las auténticas "Mil y una noches" de nuestro occidente triste. PAPINI Parece broma, pero después de tanto erizamiento, de tanta espuma, de tal jabalino castafíear de dientes, de treinta asordantes volúmenes, de la conver-
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Sión católica de mayor éxito conocida, apenas cabe dudar que de Papini, el tan reputado verdugo de reputaciones, sólo quedarán dos o tres ocurrencias y algún epíteto: Comte "un rnessia che ha siudiato matematiche", "d'A micis, l'idiota gentile", etc., etc.
WHITMAN Cuando más transitamos las veredas de Whitman, más juramos tenerle por un poeta aparte y también un hombre aparte en un destino único. Junto a él los demás poetas, quienes quiera que sean, cuál más y cuál menos, parecen próceres de academia, meros profesionales del verso y de la nombradía. La misma nutrición de su espíritu es ya sintomática. Lectura y meditación solitaria y salvajemente libre, en pleno bosque, o en una isla - médula de león en el desierto - de los libros fuentes: de los Indios a Homero y Esquilo, de la Biblia a Dante y Shakespeare. Sintomática menos de lo que iba a ser su obra que de los sesgos de su espíritu sacudido, como ninguno otro acaso, de violencia creadora. Por años y años lucharía en tempestuosa soledad antes de revelar para la más vasta fe de los hombres la divinidad total que nos arrebata a todos y se adora a sí misma: la vida. Ah, la voz de Whitman. Himnos como satánicos
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de fuerza divina y humana. Gracia siempre f amiliar y sin dejar de ser nunca augusta, como los patriarcas. Soplos de plein air y de plena alma. Un claro de luna y un cañonazo, un pájaro y una cadena de montañas. Lo cotidiano mostrándose una espontaneidad de lo eterno. En eso un grito que manda la experiencia de lo más profundo. Y alegría, alegría creadora, que ensancha nuestro pecho como un amanecer. Todo eso es la voz de Whitman. ¿Todo? Por grande que sea la poesía de Whitman hay algo más grande y más poético: es Whitman mismo. Hojas de hierba es el evangelio de su persona puesta por parábola de pueblos. "Una personalidad, una identidad de cuerpo y alma, una individualidad americana", eso es el motor de sus poemas, porque la nivelación democrática exige ese contrapeso salvador, mas sobre todo, porque es en sí mismo el espectáculo capital de la naturaleza: A great city is that which has the greatest men and wonie, If it be a few ragged huts it is still the greatest city in the whole world.
Siempre según sus confidencias, canta "el gran orgullo que el hombre experimenta de sí mismo", orgullo que juzga "indispensable a todo americano', orgullo que "no es incompatible con la obediencia, la deferencia, la humildad y la duda de sí mismo". A qué millas del consuetudinario narcicismo de n
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los literatos esta pasión whitmánica de sí mismo! Un egoísmo altruista: 1 celebrate niyself, ¡ sing niyself, A nd witat i assume, you shall assunie.
No en otro sentido hay que tomarlo por el bardo de la democracia. No un trompetero del democratismo imperialista o comunista. ¿Construcción de grandes masas, "multitudes creadoras"? Sin duda, pero la construcción de grandes individualidades es lo primero y lo último. Cantó - y no en sus mejores momentos, ciertamente, - las exposiciones y los ferrocarriles; amó a los Estados Unidos manuales y mecánicos, sí, mas sólo porque eso es o podía ser un pedestal para el libre individuo. Cuando este aparece, cuando "el ser fuerte" aparece ¿W hat is your ntoncy-niaking, now? j U/hat is your respectability, now? ¿ W hat are your theology, tuition, society, traditions, statute-books, nowT
"Desde otro punto de vista, Hojas de hierba es francamente el poema del amor y de la facultad de amar". Bien, aunque ya lo sabíamos antes de que él lo confesara en sus últimos días. Pero el amor con un sentido de totalidad, un arrebato de tierra y cielo, un fervor de realidad y milagro que no se había sospechado hasta entonces. ¿Para qué recordar también que hasta entonces,
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y hasta ahora, nadie se había sumergido como él en la naturaleza - el universo, su jardín casero para resurgir en su más armoniosa salud, en poseSión de toda su fuerza y su sabiduría? Acaso sólo el chino Chuang Tzú, veinte y dos siglos antes, alzó el mismo velo. "La verdadera sabiduría no puede ser aprendida ni ensefada. Es un estado de espíritu a que llega el que vive en armonía con la naturaleza". Walt Whitman! Qué ser hubo antes más espléndido amador de su carne, y qué carne hubo nunca más irradiante de espíritu? Es un tipo realmente clásico en el sentido goethiano de la palabra; aún más: un tipo de humanidad futura. Nada de flaco ni de sospechoso en él. A su lado, junto a su poderosa integridad, el mismo Zaratustra, a trechos, con sus sarcasmos y su misoginisnio, no es más que un romántico. De veras, nadie echó sobre la vida más preclara mirada que la de esos ojos en que se descorre el futuro. ¿Un gigante? ¿Un dios? No, sino el más humano de los hombres, hasta ahora, éste canonizador de la alegría. Vive en olor de multitud, el gran amoroso, pero, guarda, que es el enemigo jurado (le todo lo plebeyo. Es el mayor amigo que han conocido los hombres, éste que los sacude y empuja como el viento; el mejor cantor de todas las cosas domésticas de los hombres, éste que quiere proyectarlos hacia la más profunda lejanía: ¡ launch all nen and women forward with me into the Unknown.
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¿Que no es popular, ni aún en su tierra, entre sus buenos yanquis? ¡Qué mucho! Caminarán largos días, sobre la tierra antes de que esos nemrodes del dólar, esos pastores de máquinas tengan oídos para la voz del gran animador, o más aún, se esfuercen en seguir la ruta de sus alas. Porque apenas cabe duda de que el advenimiento del divino \Valt se tendrá un día por uno de los mayores sucesos del espíritu de occidente. Su vida misma, tan reacia a toda embalsamadora consagración Oficial, entrará poco a poco en la inmortalidad vivaz de las leyendas.
DITIRAMBO HECHO ELEGIA Ha muerto cuando comenzaba a ser indispensable. Empresa severa y de honra será la del que pueda biografiar su espíritu. Sabemos que él, tan deleznable de cuerpo, había amamantado su pensamiento en una leche fortísima; sabemos que era de los muy señalados entre los hispanoparlantes con el derecho y el deber de rescatamos de la insolvente cháchara de cenáculos, parlamentos, universidades y cafés; sabemos que esa mirada de poderosa atención que él volcaba sobre el mundo, panorámica y minuciosa a la vez, solía abrirse también hacia dentro; sabemos de su destreza innumerable en el peligroso buceo de las ideas, y de su sensibilidad opulenta como un verano: de todo eso, que sin duda basta para sobornar al olvido, sabemos; pero, yo SÓ1L' quiero rememorar aquí al hombre, al prometido a muerte de la verdad y la libertad que era ese hombre. Cosa desoída, casi fabulosa, ésa, en Espafia y América. Allá, durante siete años, la mozada que se
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había dejado enseñar - sin aprenderla - juventud por un viejo - ¡y qué viejo! - siguió apacentándose con mansedumbre estabular, interrumpida apenas por alguna sonrisita epigramática, pero más por reverencias de sacristán, bajo la bota del más embotado de los dictadores. Aquí, en la América de Guzmán Blanco, Veintimilla, Melgarejo, Díaz, Patifio, Leguía, Ibáñez, etc., sabemos lo que pasó y lo que pasa. Caciques de chistera, califas con estancias o minas, milicos de sociología infusa, doctores analfabetos y redentoristas, son los propietarios de la democracia, que tapan sus escamoteos de mancos con retórica más manca todavía. Porfirio habla de "los principios", Hipólito de "los postulados". El sufragio universal los ha decretado pluscuamperfectos. Y no hay más que la adulación, ramería de varones, y el miedo de aliento hediondo y helado, y la marca servil hecha blasón, y el rumor de la delación como una plegaria, y la vergüenza avergonzada de sí misma. Y todo eso ha sustituido ya a la atmósfera. Y no hay más que la brega trabada por besar a cual primero los cuatro pies del ídolo cada vez más corrompido por los que él corrompió antes, Júzguese lo que importa que entonces aparezca un hombre libre. Eso fué Mariátegui en el Perú de Leguía. José Carlos Mariátegui, hombre doloroso y puro, cuerpo agostado y corazón caudaloso, frente de plata y voluntad de diamante, intelectual que difiere de los
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AMER1CA iNICIAL
otros misteriosamente como el radium de los demás metales. i Qué fervor de justicia, de armonía y de luz! Qué vocación de sacrificio! ¿Cómo podían dejarlo? Le quitaron la patria. Seis años, como un siglo, caminó por tierras forasteras con días de indigencia y noches de padecimiento, sin más sostén que el estudio y la esperanza. Y volvió con su esperanza insumergible, con su testarudez macabea, con su temeridad sin mella, el arquero cuyas flechas, como la del soldado que dejó tuerto al Macedonio, llevaban escrito su nombre. Pero la muerte llega un día y le lleva una pierna. Y la indigencia se queda en su casa de ama de llaves. Y la policía del honorable rufián oficial (no hay crueldad que hieda peor que la del cobarde), se emperra aún contra el inválido encallado en su sillón. Inútil. ¿Lo dejan solo? Inútil. La soledad es su coraza. No abdicará ese corazón tripulado de porvenir que remonta todos los corazones libres; no abdicará esa pluma más recta que todas las espadas, más fecunda que los arados. Y cae, al fin, como bueno. José Carlos Mariátegui, alma estremecida como una bandera, vida de amor, de miseria y de esplendor, hombre de hierro y de lágrimas. ¿Hombre? A veces pareció menos eso que una oferta. Belén, abril 23 de 1930.
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INDICE Autobiografía
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América inicial (*) La palabra creadora ................33 El primer y último tema ..............53 Arco........................ Parábolas ......................95 Máscaras ...................... Ditirambo hecho elegía .............,,
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Leída en 'Amigos del Arte''.
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Este libro se acabó de imprimir en los Talleres Gráficos de PORTER HNOS. Calle Entre Ríos 1585 en Buenos Aires, en el mes de Octubre de 1931.
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