LUIS FRANCO
WALT WHITMAN
EDITORIAL AMERICALEE BUENOS AIRES
CAPITULO PRIMERO
INFANCIA GENIAL Long Island, la isla con el cuerpo de pez, con el hocico olfateando a Manhattan, donde se alza Nueva York, mostraba en su conjunto, en el primer tercio del siglo pasado, el más contrastado aspecto. Vertebrada por una sucesión de colinas que adelantaban hacia el Atlántico un promontorio arbolado de faros, ofrecía hacia el costado sudeste una presencia primitiva y temible; islotes, playas anegadizas o rocas labradas por el viento y el oleaje; abundancia de pesca y de naufragios, y el olor a ginesis de las hierbas marinas, y el eco abismal de las tormentas; mientras la región norteña, muy especialmente en su centro alternado de colinas y valles, de bosque y pastos hilvanados de arroyos, era una especie de Arcadia campestre y marinera a la vez, de labradores y pescadores, de chalanes y vaqueros, de diestros constructores de barcos y audaces navegantes. La isla estaba poblada por algunas docenas de miles de habitantes de sangre holandesa e inglesa y algunos negros, distribuidos en unas cuantas villas y en muchísimas aldeas. En una de ellas, 'West Hills, estaba la granja patrimonial de los Whitman, gente de origen inglés. Desde hacía más de un siglo y medio los Whitman de West Hills venían cultivando sus tierras por sus manos y las de sus esclavos, mientras entre sus parientes de Nueva Inglaterra abundaban los sacerdotes y los graduados de Harvard y Yale. 7
LUIS FRANCO Los Whitman de la campaña mantuvieron siempre su tradición de trabajadores rurales, de poca o ninguna cultura y ni ricos ni pobres: labradores, artesanos, marinos, criadores de caballos. Laboriosos, rectos, hospitalarios, bien reputados, los Vvhitman eran, casi todos, gente de gran talla y vigor cuantioso, con frecuencia ejemplares de longevidad y fecundidad. Cuando estalló la guerra emancipadora se alistaron entre los primeros insurrectos y algunos sirvieron con Wáshington. El que dió más categoría al apellido entre los abuelos, fu¿ Nehemias, que se ganó el cabal respeto que imponían sus doscientas hectáreas de tierra generosa, aunque su fama padeciese un tanto a causa de su esposa, mujer de manos y corazón endurecidos por el afán de trabajo y de lucro, y que vigilaba a caballo las faenas, fumando y jurando virilmente. Un gigante ligero en el enojo y el manotón, musculoso y nudoso, de mucha reserva y de pocas palabras, Walter Whitman, nacido el día de la toma de la Bastilla, se casó en 1816 con Luisa Van Velsor. Walter, que desertó de la línea de sus antecesores granjeros, fu¿ constructor de casas de madera y nunca pasó de pobre. En una de ellas, trabajada por sus manos, vino a instalarse con la moza que acababa de desposar. Establecidos sobre el camino que lleva al Coid Spring Harbor, a unos cuantos kilómetros de West Hilis, los Van Velsor, de raza holandesa, eran también granjeros viejos de generaciones y llevaban, como los Whitman, una vida casi patriarcal: trabajo manual de hombres y mujeres, ropa hilada en casa, animales domésticos mezclados a la familia, pisos desnudos, muebles sumarios, los más hechos por sus dueños, escasez o ausencia de libros, comida sencillota y copiosa, y la vasta cocina ennegrecida de hollín donde los amos se reúnen largas horas con los negros esclavos. El antepasado más memorable de la familia era el viejo Kossabone, auténtico hijo del mar, que murió frente a él, a los 8
WALT WHITMAN noventa años, en su sillón de brazos, recreando sus ojos cansados en los giros de los barcos queridos. Una nieta de este lobo de mar se casó con un Van Velsor, tejedor de paños, uno de cuyos hijos, el "Mayor" Cornelius, fuá el padre de Luisa, la mujer de Walter Whitman. Todo estaba saturado del gran aire libertario de la revolución y la guerra emancipadora, y más que cuentos de hadas y gnomos, los hijos de Walter regalaban sus oídos con anécdotas heroicas de la gran época contadas por el bisabuelo criado sobre las olas, o algún Otro, mezcladas a historias de borrascas y naufragios de pescadores. Tipificaban a los Whitman un temple de carácter llevado hasta la obstinación o la rudeza y, con frecuencia, una reserva insular, mientras en los Van Velsor eran insignes la abundancia vital y cordial, esto es, la capacidad de gozar de la vida, junto con el más encrestado espíritu de independencia y autarquía. En una de sus mujeres, Amy, la intensa gracia del alma era casi palpable como el aroma de ciertas plantas. Dos corrientes de sangre espléndida —sin las degeneraciones del aristocratismo o el intelectualismo—, sangre de la más limpia nobleza popular, de la mejor calidad humana, eran las que confluían en la pareja Whitman-Van Velsor. De esa conjunción privilegiada nació el niño llamado Walt. El hijo segundo de Walter crece increíble de vigor y hermosura bajo la negrura de sus cabellos y el gris azul de su mirada. Como el padre está ausente el día entero, ocupadas sus grandes manos en el hacha y el martillo constructores, el niño que, en contraste con aquél y con su hermano mayor, es desenvainadamente afectuoso como los cachorros, no puede, ni aun detrás de sus juegos, olvidar a su madre por largo rato. La casita, de un solo piso, y de una extrema sencillez, pero cómoda, está enclavada en el corazón de West Hilis, el punto de la isla en que la naturaleza ha conservado su más salvaje y espléndida gracia. 9
LUIS FRANCO Walt, que mezcla a ratos a su vívida inquietud, una pausa de cavilación o de ensueño, tiene una universal curiosidad por lo que ocurre en la casa y las afueras; los animales y el cielo, las hormigas y el viento, el pozo, la hortaliza, los nogales solariegos negros de espesura, y los manzanos de enfrente con su opulencia bermeja. . . (Oyó decir alguna vez a su abuelo que la boscosa encina más que centenaria bajo la cual suele jugar, "podía servir de percha a todos los pájaros de la región", y Walt ha soñado por larguísimo tiempo con esa maravilla. Y después la otra maravilla, más poderosa y misteriosa aun, la del mar, cuyo eco se deja oír por ratos.) Estos cuatro primeros años que el niño pasa en las Colinas del Oeste son para su alma y sus sentidos una inmarcesible inipregnación de Naturaleza. Cuando su hijo segundo llega a los cuatro años, Walter Whitman, buscando un medio más favorable para el desempeño de su oficio, se traslada con los suyos a Brooklyn. La familia cambia de domicilio varias veces en el curso de unos cuantos años. El niño Walt, vive así una existencia un poco nómade. Por lo demás comienza a apuntar en él un prurito de autonomía y de vagancia. Poco a poco, y ayudado hasta por su salud intangible, el hombrecito se convierte en un pillete de tantos llevando en plena calle y pleno aire la vida desaprensiva y resuelta de los hijos del pueblo. Más de una vez los empleados de la gran barca que hace como de puente levadizo entre Brooklyn y Nueva York, aceptan, como pasajero honorario, al mocoso de cinco años. Otro día el hombre que después de haber ayudado a Wáshington a libertar a su patria regresó para pedir al Congreso norteamericano que "diese libertad a los pobres negros", Lafayette, que ha venido a Brooklyn a poner la primera piedra en los cimientos de una biblioteca pública, ve a un niño que se mantiene peligrosamente al borde mismo de la excavación, lo levanta, lo besa, y lo pone a resguardo. Es el chico del carpintero Whitman. 10
WALT WHITMAN Walt va a la escuela ahora. La escuela, que anticipa con las suyas muchas de las convenciones y ataduras de la sociedad, no lo atrae esencialmente y con frecuencia lo aburre en grande. Una vez por semana el niño va con sus padres a la iglesia, que parece entusiasmarle menos que la escuela aún. Sin embargo cierta vez oye hablar en ella a un hombre inconfundible con ningún otro, un ser imponente de años, de sinceridad y de pasión: uno de esos jacobinos del cristianismo moderno llamados cuáqueros, el gran Elías Hicks. Walt entiende poco, desde luego, pero algo de lo esencial que aquel hombre comunica queda, sin duda, en su alma para siempre: que el amor está por encima de ritos y dogmas, que Dios está contenido en el hombre. Por lo demás, el hijo de un artesano con familia numerosa no es un mimado de la fortuna. Apenas cumplidos sus doce años y hechos los seis de escuela primaria —la única instrucción metódica que recibió jamás— tiene que abandonarla para ganarse la vida. Entra de mozo de escritorio de un abogado que, con bonachón acierto, lo suscribe a un gabinete de lectura, y el gran callejero, vuelto lector ávido, se satura de Mil y una noches, de Walter Scott y demás maravillas impresas. Más tarde se contrata con un módico. A los catorce años elige carrera: se inicia como aprendiz de tipógrafo, el más frecuente de los muchos oficios que desempeñará en su vida. Pero Walt está muy lejos de haberse dejado enchalecar por el oficio y la ciudad. Regresa cada año a casa de sus abuelos, y así es como los mejores ratos de su infancia y su adolescencia se le van en frecuentar las campiñas y las riberas de su isla, o, digámoslo mejor, en la comunión más carnal y espiritual con la naturaleza que pueda tener un hombre. Recorrer en trineo las llanuras heladas, o en barca las aguas punteadas de estrellas; arponear anguilas; saborear el perfume 11
LUIS FRANCO de las hierbas saladas; tirar la red o el anzuelo con los pescadores; sentarse a contemplar las arrebatadoras puestas de sol; cruzar a galope la isla de un extremo a otro; detener el caballo para aspirar adámicamente el aire de la maóana o ver desfilar las inmensas vacadas por las llanuras del centro; tirarse en la sombra, sobre el suelo, a escuchar de lejos la "mística pulsación de las olas" o gustar la abismal poesía de las constelaciones, pernoctar junto a la fogata que da un corazón lleno de calientes latidos a la noche; entrar en el bosque de pinos y regresar ebrio de antigüedad y resma; sentir que las primeras lilas "forman parte de uno mismo"; bajar hasta la bahía a curiosear azoradamente las plantas del mar con cabezas aplastadas por los metros verticales del agua; o llegar hasta los nidos de las aves marinas y pulsar con la mano cerrada, en la tibieza del huevo, el enigma latiente de la creación; y por encima de todo, otra vez y siempre el mar, con su desaforada presencia y sus gracias de cachorro, con su barbarie y su dulzura, y donde el misterio de lo que no muere es más ferviente y sensible, el mar, que es de todas las formas de la Naturaleza la que más se identifica con Walt, al punto de parecer él un hijo de las olas. "Huelo agua salada a cuatro leguas de distancia con sólo verlo", decía un capitán de barco. Sí, todo eso, todo eso, pero el muchacho que viene de la ciudad multitudinaria no es un tránsfuga de lo cotidiano y eterno de los hombres, ciertamente. Una sed de humanidad, que será insaciable, ha comenzado a trabajarlo. Reintegrado a la vida patriarcal de West Hilis y de Coid Spring, Walt revive el milenario encanto de las veladas iniciales del hombre, al amor del fuego, en la gran cocina con su chimenea y su hogar como para una tribu. Vida ruda y sobria, sin tapices ni estufas ni cuadros, gente simple y sustancial como la comida que consume. Allí convive con su abuela Amy, la adorable viejita que él celebrará en uno de sus poemas, y su abuelo materno, el Mayor 12
WALT WHITMAN Cornelius, magnífico jinete de rostro bermejo y alegría de hombre de sol, y su otra abuela, de quien escucha relatos libertarios de la gran época. Pero su corazón no tiene vallas: pocos estarán más cerca de él que el viejo Moisés, uno de los libertos de West Hilis, y que los pilotos, los granjeros y los pescadores de la isla. A lo largo de la península de Montauk suele darse con desmesuradas procesiones de caballos, vacas o carneros conducidos por hoscos pastores —enteramente al margen de la sociedad y la civilización— o con los últimos indios y mestizos sobrevivientes. Junto al mandato de la sangre, pues, manda en el niño Walt, como en tantos otros, el del ambiente. El de la familia, ante todo. El padre es un gigante fundamentalmente honrado y de una calmosa y firmísima seguridad. Gran trabajador, no tiene el sentido de los negocios y muere pobrísimo. Severo, hasta querellar ásperamente a su hijo por haber un día llenado de lilas el cubo del pozo, suele desdecirse una vez y otra como aquella en que carga en sus brazos, por más de una milla, un perro herido. Autoritario, eso sí, y ya en cólera, violentísimo. Así en las discusiones con su hijo Walt, aunque un gran afecto mutuo los liga. Una sangre generosa, una salud limpia y firme como el diamante, un buen sentido y un optimismo que todas las miserias no logran manchar, son las primeras prendas de esa obrera infatigable en la labor doméstica y amazona destrísima, cuya honesta hermosura cede sin pena a otra soberanía mayor: la de su bondad. "La mujer más suave que he visto jamás, o he conocido, o espero conocer." Es su madre, cuya influencia en el alma del hijo es, sin duda, cuantiosa. La nativa rudeza e independencia de carácter de los hijos de la isla forjados en su porfía diaria con la naturaleza, se retempló a influjos de la doctrina cuáquera. Aversión alerta 1-,
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LUIS FRANCO por los dogmas, odio extremo a toda servidumbre, ausencia de ministros y sacramentos; la autoridad de Cristo y de las Escrituras pospuesta a la de la propia conciencia, la "luz interior", la doctrina del zapatero Fox fué el mejor caldo de cultivo del individualismo americano. Frente a la intolerancia y el teocratismo de los puritanos, los cuáqueros, con su tolerancia religiosa y su humanidad hacia los indios y con su espíritu de independencia llevado hasta no mezquinar el tuteo al presidente de la República ni descubrirse ante él, se presentan como los campeones de la conciencia moderna. Respirando en sus horas más propicias ese espíritu de libertad vigilante y de rechazo categórico de cualquier forma de ortodoxia y de opresión, se formó el individuo cuya soberana emancipación es una meta para la humanidad de hoy.
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CAPITULO II
ABSORCION Y EXPANSION No nos proponemos seguir paso a paso el desarrollo de la personalidad de Whitman desde la primera adolescencia a la adultez. Tipógrafo, impresor, maestro de escuela, director de un periódico que reparte personalmente en Hutington, orador político de circunstancias, redactor en jefe de un diario en Nueva York, tipógrafo o redactor de nuevo, versificador ramplón, novelista de cierto éxito, soñando con frecuencia hacerse cochero de ómnibus, Walt, que pone en juego diferentes facultades y ejerce distintos oficios, no se apega fundamentalmente a ninguno de ellos. Si alguna profesión verdadera tiene es la de vagabundo. .. Y ya puede imaginarse la cruda blasfemia que esto importa en la tierra donde el trabajo (esto es, el trabajo que produce dinero) se ha elevado a la categoría de ministerio sagrado. Para hablar con exactitud, éste es sólo un lado de la cuestión. Lo que integral y profundamente provoca la curiosidad, el estupor, y el escándalo de la gente es el modo de ser todo entero de este hombre, que comienza ya a alzare como una sonriente e implacable contradicción a los prejuicios más venerados del mundo yanqui. Porque el ciudadano de la Gran Unión, que se cree el hombre más desprejuiciado de la tierra —y lo es, en cierto modo-- también está lleno de mutiladoras limitaciones y dispuesto a prosternarse ante innumerables ídolos. 15
LUIS FRANCO Maestro de escuela, se hace respetar sin acudir jamás a la palmeta, aunque cierta vez debe esgrimir la caña de pescar contra cierto muchacho insolente. Periodista incipiente, Walt salta de una isla a otra —de Long Island a Manhattan y viceversa—, pero ni las calles babilónicas, ni los salones de imprenta llenos de la magia de Gutenberg —esto es, de poder dirigirse de una vez a millones de hombres, pueden con su indomable pasión: el mar. Cada vez que puede, en efecto, vuelve al mar, pero no solo, sino con Shakespeare. Y el más libre y poderoso de los poetas modernos, y el mar (el libertador de todas las pesadillas de la quietud y el encierro, el gran agitador y apaciguador, con sus borrascas y sus melodías, el gran tragador de vidas y esfuerzos terrenos y a la vez el gran dador de salud y euforia —el gran dictador del alma humana— el más profundo desafío a la obstinación y el coraje del hombre) son, en conjunta lección, los primeros y fundamentales maestros del futuro inventor de Hojas de Hierba. Un hombre empeñado principalmente en absorber por todos los poros de su piel y de su espíritu la mayor cantidad de humanidad y naturaleza, un ser cuya preocupación fundamental es simplemente vivir, lo más profunda y armoniosamente posible, tenía que producir una impresión desconcertante en cualquier mundo moderno. Mundo de adoración del dinero y de todas las formas de poder y prestigio que él procura; de idealismos tránsfugas y de ensueños caducos; de desprecio hipócrita del cuerpo y el sexo, que así se corrompen y vuelven realmente despreciables; mundo en que reinan un orden falso mucho peor que el caos, y una jerarquía que suele establecerse a la inversa, esto es, de modo que los más deshumanizados y prostituidos están en primera fila —en que el hombre no comulga verdaderamente con sus semejantes ni con las cosas vivientes—, en que el alma y el cuerpo marchan por caminos distintos. 16
WALT WHITMAN \Valt no cree que cualquier camarada suyo, un cochero, por ejemplo, con su fuerte salud y su capacidad de lealtad y de afecto, no sea superior, vamos al caso, a ese vejete que él ha visto un día envuelto en pieles preciosas como joya en su estuche y a quien sus servidores, con cuidado y Cortesía de un servilismo infinito, colocan en un trineo de lujo, entre el beato asombro de los pasantes, ese Mr. Astor, que "vale treinta millones de dólares", gran ejemplar de pobre diablo averiado por la riqueza, hijo y padre de la explotación y la servidumbre. Maestro, Walt juega a pelotazos con sus alumnos, pero su autoridad se mantiene firmísima; pensionista, anda en pleitos con alguna dueña por su costumbre de llegar a la mesa en mangas de Camisa; redactor o director de periódico, se presenta tarde a la oficina o la abandona a sus mejores horas para ir a bañarse a la playa, solo o Con algunos amigos. Cambia de colocación y de lugar de residencia el día menos pensado y sin el menor motivo. Respeta la fe absorbente de su madre, pero él no pisa jamás una iglesia "porque ello no tiene nada que ver con el respeto y la fe en un ser divino" y porque allí se duerme, bajo la cháchara campanuda, si no logró escapar a tiempo. Olvida sus compromisos a causa de haberse quedado tres horas de espaldas sobre la hierba mirando el Cielo a través de las flores del manzano. Walt, Caminador lento y airoso e inmune a la fatiga, nunca cederá servilmente, a sus obligaciones profesionales, sus derechos a vagar libre, holgada y soberanamente a través de calles, riberas y bosques, a pie, en ómnibus o barco o bote, o visitando los hospicios, las prisiones, los muelles, las asambleas religiosas o políticas, las bibliotecas o las tabernas, los hospitales, las subastas públicas o los museos, parándose a conversar con cualquiera, pudiendo intimar con cualquiera ---Cochero, o literato, mecánico o comerciante, político o mendigo— Con la más ab17
LUIS FRANCO soluta prescindencia de jerarquías oficiales o mundanas, con el más aquilino desprecio de la opinión general. Paralelo al afán de los Otros de aumentar su dinero, lleva él el afán de aumentar sus amigos. Y como él no es de esos apocados y tontos hijos de la civilización que llaman mal tiempo a la niebla, la lluvia o el viento, ninguno de estos vivientes y vivificantes cambios de postura de la naturaleza impide su prurito ambulatorio. A ratos no sabe qué ama más: si el mar, los animales o a los hombres. Buen nadador, tiene, por sobre todas, la manía del baño y la limpieza. Los baños públicos son uno de sus temas favoritos de periodista. Y en sus épocas de mayor pobreza, en que conocerá las ropas raídas y los zapatos rotos, hallará el modo de ir celosamente limpio. Walt tiene ahora veintidós años. Su presencia personal es un espectáculo magnífico. Un perfecto gigante por su esta' tura, la anchura de sus hombros, el juego coordinado de sus músculos firmes y flexibles, la envergadura de sus manos, de un modelado perfecto, y su fuerza, fácilmente "la de dos hombres comunes". Su marcha tiene el ligero balanceo de los marineros en tierra, o el del elefante, en los senderos del bosque donde él es majestad sagrada. Bajo sus cabellos negros "como la resma del pino", su rostro tiene el color del bronce rico en cobre. Sus ojos grises expresan la bondad —toda la bondad, acaso— a través de una calma tan imperturbable como misteriosa. La presencia toda del hombre es una invasión palpable de fuerza y serenidad, y el aura de su salud es envolvente y contagiosa. Todo esto es verdad, pero el espíritu que en él se agita tormentosamente por emanciparse, está, aún envuelto en brumas, y el inevitable poder magnético que ejercerá un día sobre todos, apenas comienza. 18
WALT WHITMAN Con su alto sombrero levemente vencido a un costado, su traje de corte comme il faut, su fresca flor azul en el ojal y el ligero bambú en la mano, Walt se confunde por un tiempo con los tantos jóvenes "lions" de la moda. Pero esta concesión a la elegancia sartoria, ni dura mucho, ni mucho menos significa una atadura para la expansión de su personalidad. Jack de Broadway, el Sastre, Bili Bullanga, Jorge Tormentas, el viejo Elefante y su hermano, el joven Elefante, Tippy el Hinchado, el gran Frank, Joel el Amarillo, Pedro Callahan, Patscy Dee y tantos y tantos otros cocheros de Nueva York, Baisirs, Ira Smith, Guillermo White, Tomás Gere, Juanito Cole y tantos Otros marineros de Brooklyn. He aquí los verdaderos camaradas de Walt, a quienes grita por sus nombres en la calle, como ellos le gritan a él, fraternalmente. Encuentra en ellos, como en los granjeros y pastores de su isla, un tipo de hombres fuertes y rudos que gracias sin duda a la independencia y la franqueza que dan la vida al aire libre ganada por las propias manos no han dejado morir o atrofiarse en ellos el impulso de la cordialidad humana. "Los ómnibus eran sin duda uno de los elementos más característicos de Nueva York y con ellos sus conductores; raza natural y sorprendente y de penetrante mirar, digna de Cervantes y Rabelais, y aun de Shakespeare y aun de Homero. Tenían cualidades inmensas, ampliamente animales —comer, beber, las mujeres, una gran altivez personal, a su modo— y aunque sin duda no faltaban algunos gansos entre ellos, yo habría tenido confianza en la corporación en general en cualquier circunstancia: en su benevolencia y en su honor." Por cierto que la actitud de Walt nada tiene que ver con la corriente de los literatos y artistas que "descienden" a buscar "modelos" para sus obras. Walt se siente un camarada entre sus hombres y así lo sienten ellos, recibiéndolo con algún sonoro saludo y pasándole algún cojín de reserva cuando él 119
LUIS FRANCO viene a sentarse en la imperial del coche, a su lado. Walt paga esto con pequeños servicios, o visitándolos en el hospital si caen enfermos. Y algo más: durante todo un invierno se lo vió conducir un ómnibus para reemplazar a un cochero enfermo que sin ello hubiera perdido su puesto y dejado a los suyos en la miseria. Y sólo el aventajado cretinismo literario y moral de nuestros días no ha podido tener ojos para una de las más patéticas anécdotas de la historia humana; el más grande de los poetas de la época moderna, reemplazando fraternalmente a un cochero de plaza. Walt, que un día deja la jefatura de redacción de un periódico por inasistencia reiterada, y otra una dirección porque escandalizan sus ataques a ciertos políticos neutrales en la causa antiesclavista, Walt consagra al trabajo —redactor o copista--sólo las pocas horas que precisa para ganar el mínimum indispensable a su vida. Como el más atareado capitán de industria, defiende celosamente su tiempo: todo el que precisa para sus lecturas, sus contemplaciones, pero, más que cosa alguna, para sus ambulancias callejeras, para sus largas inmersiones en la multitud. Las calles de la gran ciudad son sus musas. Las mujeres hermosas le interesan enormemente, pero no menos le interesan los hombres en plena posesión de su fuerza y las ancianas y los ancianos y los niños. Cada rostro es una página inédita que él quisiera poder leer e inteligir. Cada persona es una unidad viva que él quisiera comprender en sí misma y en su conexión con las otras. Millones y millones de biografías, cada una inconfundible con las otras, y que él quisiera conocer íntimamente, sean cuales fueran: baladíes, magníficas, rastreras, tristes o terribles. Los pasos, los gestos, las actitudes, las miradas, las charlas, las risas, los gritos, todas las exteriorizaciones de la criatura humana que apenas dejan presentir su insondable profundidad, 20
WALT WHITMAN lo enamoran lo apasionan. Fenómeno único quizá en la historia de los filósofos y los apóstoles. Tiene por la raza humana entera la misma cordialidad ingenua y confiada que él entrega a sus amigos. "Ningún estigma es capaz de disipar esta generosa benevolencia, ni la marca de la enfermedad ni la del crimen, ni las huellas de la derrota o la vergüenza. La prostituta y el ladrón tienen parte en su simpatía y en su comprensión consciente y abierta tanto como los felices de virtud recompensada." Es claro que la explotación, la opresión, la degradación, los prejuicios interesados o idiotas, y sobre • todo la ignominia vestida de honor, lo sublevan y tienen en él un enemigo jurado, pero en sus ataques no hay un adarme de animosidad personal. Tan preclara sabiduría es fruto espontáneo en él, y Walt la cosecha en plena juventud, a punto que su mente no está aún madura para expresarlo y sólo a costa de años y ardentísimas fatigas podrá hacerlo. Cuando Walt no está en los ómnibus o en los barcos que unen Nueva York a Brooklyn, sentado o de pie al lado de los cocheros o los pilotos, por horas o un día entero, contándoles historias o anécdotas, pero mucho más escuchándoselas, interrogándoles sobre las ocurrencias de la jornada o aventuras remotas, interesándose por los secretos de su alma o compartiendo sus alegrías, Walt está recorriendo las aceras de Broadway o la Cuarta Avenida, atisbando incansablemente rostros y ademanes, olfateando destinos, saludando, conversando con cientos de pasantes, empapándose de humanidad. Su prepotente estatura, su lenta marcha vagamente oscilante, su vestimenta de artesano u obrero, su aludo sombrero echado hacia atrás, su camisa entreabierta mostrando la garganta y medio pecho asoleados, la mirada gris azul bajo los grandes párpados curioseándolo todo e iluminándose fraternalmente al encuentro de cada amigo, viejo o reciente, su gesto más genial, 21
LUIS FRANCO pues preciso es repetirlo una vez y otra: su avidez de gentes es insaciable, su ímpetu de camaradería inundador y arrollador como un torrente. La voz, que casi siempre traduce bien al hombre (aunque él no lo quiera o sepa), su voz lo traducía bien: honda, rica, clara, potente. Por lo demás su vasta y ávida curiosidad no excluye nada. Lee de todo y medita sobre todo —filosofía, biografía, viajes, tratados científicos, hechos cotidianos—, asiste a las conferencias culturales, concurre a las asambleas religiosas o políticas, recorre apasionadamente las exposiciones industriales, esas demostraciones de la fuerza moderna, pero también los museos etnográficos o históricos, ansioso de conocer, por ejemplo, cómo ocurrieron las cosas a la orilla del Nilo hace cinco mil años. Walt prefiere siempre, a la lectura o a la erudición, el contacto directo con los hombres o las cosas, esto es, ve que puede sacar más de las cosas en sí mismas que las descripciones que otros han hecho de ellas. A la instrucción libresca sólo le pide una ayuda y un complemento para su instrucción vital. Pero este hombre de vitalidad centáurea y de sentidos clarísimos, que ve en la indivisible salud de cuerpo y alma una inocencia y un modo de alacre sabiduría que permiten comulgar con todo lo viviente, este hombre que sabe sumergirse, como sólo acaso los primeros hombres lo hicieron, en la Naturaleza y Sentir en su pulso el pulso clandestino de todas las cosas, sólo siente vibrar todo su ser en contacto con la naturaleza humana. Como un erudito ante los millares de volúmenes de una biblioteca, se siente Walt ante el millón de yentes y vinientes de la ciudad titánica. Y en esto no hay ni el más vago asomo de filantropía o demagogia. "Un nuevo espíritu que se abre es mejor que una novela." Tal vez en ninguno de sus grandes versículos posteriores está Walt tan totalmente como en esta frase de juventud. En efecto, su actitud más consuetudinaria es esa: la de un implacable 22
WALT WHITMAN cazador en la floresta humana. Manda en él una necesidad que llega a lo maníaco de entrar en comunicación y comunión con los más variados ejemplares de la humanidad cotidiana: de observar sus rostros, de entrar en conversación con cualquier pretexto y en cualquier lugar —una acera, una tienda, un hospital, un barco, un jardín público—, de infiltrarse en las almas, de despertar el dormido instinto de simpatía que todos llevan, hasta los más fríos y los más hoscos. Interesándose por la viva y original materia humana sin el deterioro de las convenciones sociales y mentales, se preocupa mucho menos de las élites de salón y biblioteca, de la burguesía acorazada de dólares y prejuicios, que del vulgo. Más todavía: sin entrar en concretas consideraciones sobre la "especial degeneración" que en general debía producir en el tipo hombre una civilización erigida sobre la explotación y la opresión, su intuición no se dejó engañar: adivina que los hombres que viven por sus manos son generalmente superiores a los otros no sólo físicamente, sino también temperalmente y espiritualmente: ellos conservan lo que los otros han dejado perecer en el ahogadero de las convenciones: la individualidad, el carácter, y el sentido de la fraternidad humana y la gracia de la Naturaleza. Esa es la respuesta irrebatible a todas las veleidades "aristocráticas" del filisteo. Dados los resultados del proceso deformador a que la civilización cristiano-financiera ha sometido al hombre, la del obrero, con todas sus menguas, es la mejor madera humana. Y no es preciso advertir que no hay en esta concepción y esta actitud (en que Whitman se da la mano con Marx y en cierto modo con el Nietzsche y el Dostoievsky que justipreciaron la calidad de muchos delincuentes) no hay ni el más remoto dejo de caridad ni de populismo salvacionista. "Qué encanto emanan los hombres que han vivido casi siempre al aire libre con los caballos, con el mar, sobre los canales, recogiendo conchas, los leñadores, los que conducen los 23
LUIS FRANCO trenes de leña flotantes sobre el río, los hombres de a bordo, los que hacen las armazones de las casas, y los obreros en general. . . A las gentes de rostro rasurado y seguras de su gramática yo las llamo: Señor, y toco sus brazos sólo con la punta de mis dedos, según la moda establecida, al discutir con ellos sobre el tema dado por el encabezamiento más gordo de los diarios de la mañana... Pero a los otros les pongo mi brazo sobre el hombro o alrededor del cuello, en ellos la naturaleza se justifica a sí misma. Su inexpresable superioridad despide un algo que sobrepasa los productos especiales de colegios, iglesias y salones tanto como el aire matinal de las praderas o del mar es superior en aroma a las más costosas esencias de las perfumerías. . No puede ser mayor el contraste entre la formación de este hombre y la replegada, Solitaria y neurasténica común a los demás escritores y artistas, con o sin sus bohemias de niños mimados y traviesos. El despliegue de la juventud de Walt es uno de los espectáculos más extraordinarios y ricos. Ante ella parecen casi vacíos de sentido y folletinescos los mejores trozos biográficos de los grandes aventureros y descubridores. Y se trata de alguien que apenas se ha movido de su aldea y su ciudad. Ya la naturaleza había trabajado excepcionalmente para hacer del organismo de este hombre una de sus obras maestras. El hermoso gigante no sólo es un armonioso ejemplo del alto grado de fuerza, de gracia y de amplitud que puede alcanzar el individuo humano; también lo es de su prodigioso poder de simpatía. El es el universal pariente de todas las cosas, el aceptador y justificador de todo, y nunca hubo poder como el suyo para llegar a la eternidad del espíritu a través de las materialidades más efímeras. Los prejuicios, aun los más laureados, no lo tocan. Es el ser más libre de la tierra. Su capacidad de sentirse en familia 24
WALT WHITMAN con cuanto lo rodea, su capacidad de absorción y recepción de los espe.:táculos exteriores y de los dramas interiores, parece ilimitada y sin duda es única en la historia del hombre. Su soberana salud es como una embriaguez lúcida que le descubre el "sésamo, ábrete" de lo maravilloso, bajo los aspectos más vulgares o groseros, y lo pone en comunicación con el corazón mismo de las cosas y los seres. Comunión jubilosa. El es un perfecto equilibrio entre su alma preclara y su cuerpo potente, y parece invulnerable a las dudas, los temores, las decepciones y las melancolías. Cada gesto suyo, cada emoción, cada pensamiento, parecen traducirse en gozo, y su alegría está tan alejada del éxtasis embotellado del beato como de la risa semicarnavalesca de los Aristófanes y los Rabelais. Es Otra cosa; se trata de una exultación impetuosa y serena como los grandes ríos y toca a la vez lo más terrestre y lo más celeste del hombre. El atlético afrontador y espantador de angustias y aprensiones vanas y de ensueños baldíos, el desbaratador de todos los prejuicios del miedo, la enfermedad, la vanidad y la avaricia, aparece como un Adán que a través del conocimiento ha recobrado su inocencia y con él su paraíso sobre la tierra. "En primer lugar (cuenta una página biográfica quizá escrita por él mismo) él estudió la vida, los hombres, las mujeres, los niños, se trató con ellos de igual a igual, los amó y fué amado, y los conoció infinitamente mejor de lo que se conocían ellos mismos. En seguida se entregó al estudio circunstanciado de los almacenes, las casas, las veredas, los barcos, las fábricas, las taber*as, las reuniones, las asambleas políticas, las excursiones de placer. Fué desde el comienzo un absorbedor de sol, de aire libre y de calles, y en seguida, de interiores. Conoció los hospitales, los asilos, las prisiones y sus habitantes. Atravesó libremente esos barrios de la ciudad habitados por los peores vagos, conoció a todas esas gentes y muchas de entre ellas lo conocieron; aprendió a soportar su suciedad, su vicio y su 25
LUIS FRANCO ignorancia; vió lo bueno (mucho más a menudo de lo que el hombre virtuoso sospecha) y lo malo que había en ellos, y lo que había para justificar y excusar sus existencias. Se dice que esas gentes, aun las peores de entre ellas, aunque Walt Whitman no las conociera, en absoluto, lo acogieron siempre sin descortesía y lo trataron bien. Quizí sólo quienes han conocido al hombre personalmente y han experimentado el magnetismo particular de su presencia, puedan comprender esto del todo. Muchos de lOS peores de esos malandrines se apegaron singularmente a él. Conoció al vendedor de alfónsigos de la esquina y a la vieja que vendía café en el mercado y habló libremente con ellos. Y no tomaba al hacerlo aires protectores: ellos valían para él tanto como los Otros y como sí mismo y no estaban sino temporaríamente rebajados y oscurecidos. "Conoció también, y las conoció íntimamente, a las gentes de fortuna y educación tanto como a las más pobres y más ignorantes. Comerciantes, abogados, médicos, sabios y escritores estaban en el número de sus amigos. Pero las gentes que conoció mejor y amó más, y que por su parte más le conocieron y amaron, no fueron ni las gentes rodeadas de riquezas y convenciones ni los parias, sino las honradas gentes corrientes: los cultivadores, los obreros, los carpinteros, los pilotos, los cocheros, los albañiles, los tipógrafos, los marineros, los boyeros, etc. "A éstos, con sus mujeres y sus hijos, sus viejos padres y sus viejas madres, los conoció como nadie los conoció nunca, acaso, y entre él y ellos (especialmente los viejos, padres y madres) existieron innumerables ejemplos del más fervoroso vínculo." Nada como esta confesión para aclarar la abismal distancia que separa a Whitman de los salvacionistas de tipo clásico que, pesimistas esenciales, no creen en el hombre y su caridad fraterna es sólo anticipo de la caridad celeste que le prometen para después de muerto. Whitman, invencible creyente en el hom26
WALT WHITMAN bre no huye de los ricachos para ir hacia los mendigos, sino que va al encuentro del hombre no degenerado por el exceso de riqueza ni por el exceso de pobreza. Tan vitalmente imprescindible como la atmósfera natural fu para este formidable amador la atmósfera humana. Su sed de conocimiento vivo, directo, fu innumerable e insaciable. Tal vez sólo el salvaje tuvo con la Naturaleza una ligazón de sangre y de pasión como la suya, y nadie sin duda tuvo un conocimiento más personal y cordial, más amplio y viviente de los hombres reales. ¿Qué extrafio que la masa y la calidad de la sabiduría de este hombre sea la más humana recabada hasta hoy y sobrepase a la de los mejores? Su libérrimo desembarazo ante las limitaciones del salvajismo y la cultura, no tiene igual: para él la persona es sagrada, así la halle en los presidios, los lazaretos o los lenocinios, y sabe que nadie tiene derecho a despreciarla, y que ante la inádita tabla de valores del hombre, los catecismos, las morales y los códi g os conocidos caen como hojas secas. Walt pone tambiín su corazón en los circos, en los bailes de los negros, en la garganta de las cantantes, en los cantos de los menestrales, y sobre todo en los teatros: aunque para el gran enamorado de la muchedumbre, el espectáculo está tanto en las tablas donde esplenden las purpúreas creaciones de Shakespeare como en el vasto público: "las emociones de la masa entera sublevada por la potencia y el magnetismo de los actores. . . las prolongadas tempestades de aplausos... los rostros de los más cálebres escritores, poetas, directores de diario. . . las eminencias nacionales, los presidentes Adams, Jackson, Van Buren... Los tipos de una porción de Nueva York (desaparecidos sin haber encontrado su Dickens o Balzac), los jóvenes obreros de los talleres navales, los carreros, los matarifes, los bomberos. . Pese a su fiebre ambulatoria, Walt es lector intenso y am27
LUIS FRANCO plísimo. Eso sí, lee sin disciplina alguna, o mejor, según la disciplina original que le dictan sus propios gustos. El primer acierto de su gran instinto es sin duda frecuentar a los favoritos de su espíritu en la campiña o junto al mar, en pleno contacto con la Naturaleza; el segundo, ir directa y ardientemente a los libros esenciales. "Allí, abierto a las influencias del aire libre, recorrí de un extremo a Otro el Viejo y el Nuevo Testamento, y absorbía (probablemente de un modo más ventajoso que si lo hubiera hecho en una biblioteca o en un aposento cerrado, tanta es la diferencia según el lugar en que se lee) a Shakespeare, Ossian, las mejores traducciones que pude procurarme de Homero, Esquilo, Sófocles, los viejos Nibelungos, los antiguos poemas indios y entre algunas otras obras maestras, la del Dante. El azar quiso que leyese la mayor parte de esta última en una vieja selva. En cuanto a la Ilíada, la leí la primera vez, de cabo a rabo, en la península de Oriente, sobre el extremo noreste de Long Island, en un hueco de roca y arena, con el mar a cada costado. "En más de una ocasión me pregunté más tarde por qué no había sido abrumado por tan poderosos maestros. Probablemente se debió al hecho de que los leyera, tal como lo he descrito, frente a frente a la Naturaleza, en pleno sol, ante la vasta perspectiva de un paisaje pintoresco o de las olas del mar." Sobre todo el mar, la presencia populosa del mar, es su mayor estímulo. Repitamos de paso que para Walt, la lectura y el estudio son una mera gimnasia para afrontar y penetrar la vida. Pero si el estilo y la materia de sus estudios son grandemente originales y sin duda muy promisorios, no lo es su literatura. Entre ella y él media un abismo. Su literatura no deja sospechar siquiera la personalidad creciente que hay detrás; apenas hay en ella una gota de su sangre y de su espíritu. Ver28
WALT WHITMAN sos ramplones, enfáticos, lúgubres o pueriles, y bastante pare cidos a tantos otros, artículos para la prensa que no son más que eso: artículos para la prensa; infelices felices imitaciones de Poe; novelas de tesis y de óxito, con un imposible relente de pureza puritana. . . Todo eso —salvo contadísimos pasajes en que apenas relampaguea algo de lo que va a venir despuáses de lo más antiwhitmánico que pueda pedirse. (Aiíos y años pasarán aún, de angustias, de luchas, de tanteos, de porfiadas esperas y hallazgos alucinantes, de decepciones y confianza creciente en sí mismo, para que el maravilloso demonio que se agita en Whitman pase lentamente, arduamente del balbuceo a la expresión, para que el hombre logre traducirse de la vida al arte.)
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CAPITULO III
POLITICA Y PERIODISMO Apenas ida la guerra de la independencia, que unió a todos, cuando el mal escondido —la eterna división de clases— que toda sociedad lleva en sí, se hizo visible en los Estados Unidos: de un lado el partido de Hamilton, que agrupaba a los banqueros y hombres de negocios, pedía el poder para ellos; del otro, un partido formado por agricultores principalmente, con Jefferson a la cabeza, quería sobre todo salvar al hombre común de ser explotado y abrumado en interés de los capitalistas e industriales. En 1840 Walt Whitman participa activamente en la lucha política. En el Senado acaba de presentarse un proyecto de ley en favor de los banqueros y diametralmente opuesto a los intereses populares. En una gran asamblea del partido Demócrata Contra dicha ley, Whitman ocupa la tribuna. Pero en vez de comenzar y concluir haciendo el elogio del candidato, lo que dice en síntesis es que el candidato tiene una importancia mínima. "Son nuestros principios, nuestras creencias, la idea democrática, no un hombre cualquiera lo que tenemos que sostener." "Debemos atenernos al sobrio segundo pensamiento del pueblo." Lo que \V alt, mozo de 21 años, designa con esas dos expresiones, es ya el anuncio o la intuición de la democracia, cuya epifanía resérvase para los versículos de "Hojas de Hierba" y los pensamientos de "Perspectivas Democráticas".
í1]
WALT WHITMAN VvThitman ejerció el periodismo durante los mejores años de su vida. Eso sí, él sólo concibió la prensa como agencia de libertad y de verdad, y eso fu¿ para él una fuente de contratiempos personales. Como ejemplo, basta Citar lo que le ocurrió como editor del periódico abolicionista 'The Freeman" en Brooklin: su éxito fué tan cabal, que los antiabolicionistas Compraron el periódico a sus dueños, y Whitman quedó en medio de la vía. Como periodista, procedió siempre en perfecto demócrata revolucionario y no se anduvo por las nubes: visitó de día y de noche los peores barrios de la ciudad y ponía diariamente el dedo sobre las llagas: la leche o el ron averiados, la iniquidad de la pena capital, el agua malsana, la explotación del hombre de letras, los chicos cultivados por la miseria para la cárcel y la horca, la vergüenza de la esclavitud. Precisamente por carecer del prudente sentido de la conveniencia personal, es decir, de miedo —por decir siempre lo que reputaba su deber—, Whitman perdió los mejores empleos que tuvo: dirigente de "The Eagle" o de "The Crescent" o del "Brooklin Daily Times" y no pudo labrarse ni una situación modestísima. Como periodista y como orador luchó siempre en favor del partido y del candidato que circunstancialmente ofreciesen mayores garantías de eficiencia democrática. Pero su visión rebasaba ciertamente la de los partidos y sus hombres. Es decir, vió que los partidos no contenían el real programa democrático y lo traicionaban: los intereses de las castas, de los propietarios de esclavos o fábricas, de las camarillas burocráticas, de tal cual persona, suplantaban los intereses de treinta millones de hijos del pueblo: "Dónde está la verdadera Norte América? ¿Dónde están los labriegos, los campesinos, los hombres con hachas, con palas, con hoces y mayales? ¿Dónde están los carpinteros, los albañiles, los mecánicos, los conductores de caballos, 31
LUIS FRANCO los trabajadores de las fábricas?" Sí, ¿dónde estaba el verdadero pueblo, la masa trabajadora de campesinos y obreros? Tal vez él no vi6 bien, ni vería nunca cuál era el camino de salida hacia la liberación, pero sí sabía ver —y se animaba a gritarlo— que no era ninguno de los que mostraban los partidos. Mas vió que los profesionales de comité, los chalanes de la política, encarnaban la especie más baja y torcida de bribones: "Hombres rastreros, viperinos, desechos piojosos del cabello, vendedores natos de la libertad de la tierra". Ardientemente ocupado por la concepción y el alumbramiento de sus poemas, Whitman baraja como sinónimas cuatro palabras: Poesía, Camaradería, Democracia, Personalidad. En esas cuatros palabras estaría contenida toda la esencia de su vida y su arte. Cree poderosamente en la esencial bondad de lo que vive y que la justicia es sólo una forma de la armonía. "La maldad es probablemente la falta de libertad y de salud en el alma." Apurando fórmulas como ésas podía, sin duda, llegarse al corazón del asunto. Sí, la falta de libertad venía de la esencial falta de justicia, del hecho de que unos tenían excesivamente de más y otros excesivamente de menos, de que a la sobra de riqueza que inficionaba a unos pocos, replicaba la miseria que inficionaba a los más. Pero Whitman no parece haber visto, con la clara entereza que requiere, esto de que un desequilibrio básico en el orden de los intereses materiales engendra el caos espiritual. Sólo que su valor y su nativa nobleza sublevábanse ante cada resultado inicuo de tal sistema, el sistema que había gobernado siempre en la historia, ¿Ejemplos? ¿No acababan los representantes del pueblo que tenía la Biblia por libro de cabecera, de aprobar, en este año de 1850, esa llamada "Ley de esclavos prófugos" que asignaba las sanciones más crudas no sólo al esclavo escapado sino a cuantos lo ayudaran en su camino hacia la redención? Como se enrojece la cara de la don32
WALT WHITMAN colla insultada por un requiebro obsceno, se enrojeció de indignación y vergüenza el alma de VValt y las puso en versos safsudos. En alguna conferencia ocasional o en sus palabras "A un revolucionario europeo vencido" voceó su fe indomable en lo único que garantiza la nobleza de los hombres: Libertad, deja que otros desesperen de ti. Y o nunca desespero de ti.
Un intelectual de Boston enviado por Emerson encontró que casi todos los que saludaban a Whitman en las calles de Nueva York eran trabajadores y que sus amigos predilectos estaban entre los conductores de ómnibus y de barcos. Acompandole, el forastero llegó a una de las prisiones de la ciudad y pudo oír a Whitman interpelar con fuertes palabras al alcalde a causa de que uno de los detenidos —amigo suyo o no— por un delito cualquiera había sido alojado en una celda repugnante. También por consejo de Emerson, Thoreau fué uno de los primeros en visitar a Whitman después de la aparición de Hojas de Hierba. Thoreau era demasiado profundo y sincero para no sentir que detrás de aquel hombre y su libro había algo realmente grande. "Es, al parecer, el mayor demócrata que el mundo ha visto... Sugiere a ratos un algo més que humano... Un gran tipo." Sin duda Thoreau esperaba encontrar un hombrazo con aire, a la vez, de calavera y matamoros. Encontró, sí, un verdadero y seguro hijo de la fuerza, pero con un aire de bondad y pureza maravilloso. Le dijo que Hojas de Hierba le recordaba los grandes poemas orientales. —Los conoce usted? —No, hábleme de ellos —respondió Whitman, con mala memoria, o buen humor, pues bien sabemos que había frecuentado bastante los Vedas y la Biblia. 33
LUIS FRANCO En verdad no se entendieron bien, o se entendieron sólo a medias. "Siento que me es esencialmente extraño, escribió Thoreau, después de la entrevista, pero su presencia me sorprende. . Sí, había una mitad en Walt que podía entenderse a maravilla, hasta confundirse casi, con ese ermitaño, sin plegaria ni cilicio, de los bosques, con ese profundo y saludable primitivo de Waiden, prodigioso asumidor de los restauradores soplos de la Naturaleza, de la libre Naturaleza, que había repugnado tan magníficamente todas las momificadas y cobardes miserias de la moral cristiana, toda intrínseca barbarie de la civilización mecí/ nica. Ambos, Whitman y Thoreau, pertenecían a la gran corriente libertaria yanqui (Paine, Jefferson, Emerson, Lincoln) que hacía su religión de la libertad del individuo, que dijo que el mejor gobierno es el que gobierna menos; que el Estado, providencia con machete, es la negación de la sociedad; que denunció la fúnebre tiranía de los antepasados sobre los vivientes. Nadie, acaso, sintió eso con más fuerza que el autor del Deber de la desobediencia civil. Pero su vehemente apelación a la salud y la justicia de la Naturaleza, implicaba un rechazo demasiado vivo de la política, y eso parecía un comienzo de fuga... En su conversación, el solitario de Waiden, que había confesado su amor a la especie humana junto con su odio a las leyes muertas, parecía despreciar ya no sólo el sufragio universal y la política consuetudinaria, sino al pueblo mismo. —Qué es lo que usted encuentra en el pueblo? —dijo al fin, con tono tranquilo. Whitman Sintió, eso de juro, como una portentosa blasfemia, por él y por todos sus mejores amigos de las calles y los barcos, y por todas las gentes de Nueva York y Brooklyn. Un poco asombrado, sin duda, el visitante preguntó si él, Walt, tenía idea de ser algo muy fuera de lo ordinario. Walt calló, un tanto, sorprendido a su vez, acaso. El no se creía un ente fuera de lo común, sino sólo menos deshumanizado que los otros, min nati34
va y profundamente hombre. El contacto diario con los amigos y la multitud era para él tan vitalmente indispensable, o más, que el aire del mar y los bosques. Cuando alguna vez buscaba la soledad, no iba a ella como a una celda sino como a una torre, para vigilar mejor, desde su límpida altura, las rutas holladas o aun vírgenes de los hombres. Hay momentos en que la rebeldía contra el orden establecido y consagrado se encabrita en él. El y los que vayan con él tendrán que luchar con la pobreza, la comida escasa, las deserciones, la incomprensión, la calumnia, los enemigos iracundos, el poder de la esclavitud, esto es, con los amos responsables de todo eso. Entonces, gloriosamente, se siente poseído por la gran idea: "la idea de los individuos perfectos y libres". No el Progreso técnico, ni el Dominio, ni la Redención ultraterrena, sino la igualdad perfecta dentro de la Libertad, este camino único para la realización del Hombre.
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CAPÍTULO IV
HOJAS DE HIERBA Entre tanto Whitman se ha hecho de algún renombre literario y su firma suele codearse con los grandes en las revistas de prestigio. Un día un personaje del Sur contrata los servicios del periodista para un diario de Nueva Orleans. Walt parte con su hermano Jess, muchacho de quince años, a quien, si llega el caso, puede alzar como a un niFio entre sus brazos gigantescos. Pasan los Alleghanis, descienden por el Ohio y ese diluvio acostado que es el Mississipí, hasta Nueva Orleans, con su sol, su indolencia y sus aromas tropicales. Al cabo de tres meses remontan el gran río, llegan a Chicago, recorren el Michigan y el Hurón, visitan el Nií.gara. Walt, que en el curso de su gira ha enviado para su diario una serio de artículos sin mayor sutileza ni vigor insigne, a hecho algo mucho mejor que todo eso: se ha enriquecido de una nueva experiencia, ha acopiado una cantidad inmensa de impresiones y observaciones sobre paisajes, tipos, costumbres, creencias de un gran sector del mundo yanqui, en el corazón de su Amí rica. Entre nubes de algodón, cascadas de frutas y apasionados ocasos, hermosos ejemplares de indios —mujeres y hombres, vicios y niños—, negros con sus cuerpos nocturnos y sus almas de ingenuidad matinal, negros esclavos, escapando a la degradación completa en su semiinconsciencia de puijaros; criollos de sangre francesa y española; trabajadores de los muelles, de los caminos, 36
WALT WHITMAN
de los campos; capitanes y marineros, gentes de todas clases, díndose alguna vez "un diamante bruto entre esos amigos de ocasión". Todo esto, y la lenta languidez y la brusca vehemencia de las tierras fronteras del trópico y sobre todo una estación de amor en ellas, contribuyeron a madurar su soberana conciencia. Porque en dicha estada en Nueva Orleans ubican los biógrafos una de las aventuras m g s profundas de Whitman: la evocada en ese poema lleno de intensidad y simplicidad y de estrellada melancolía que comienza: E
A travesé antaiio una ciudad populosa
Según eso, Walt, mozo que hasta entonces no se había arrimado a la mujer con la vehemencia que su temperamento exigía —o lo hacía sintiendo mfu a la mujer que a las mujeres— había precisado llegar al arrabal de los treinta años y bajar a las tierras fervientes del Sur para conocer un amor digno de él. En su andanza meridional, en efecto. Walt tuvo dos revelaciones: la del sol tórrido y de las tendencias que favorece, tan admirablemente parecidas a las de su temperamento, y la revelación del indivisible misterio del cuerpo y el alma de la mujer. El periodista Walt acaba de ver a los mí.s avanzados demócratas, antiesclavistas ardientes, adherirse de pronto a la derecha conservadora. Walt conoce buena parte de las bellaquerías del periodismo y sabe que eso debe ser así y no de otro modo, porque sólo es un reflejo de un mundo hecho por y para los negocios y dirigido por hombres con alma de mercachifle. A fin de conservar sin trabas su espíritu, y poder escuchar libremente sus dictados, Walt se dedicará a un oficio manual. Manejará la sierra y el martillo al lado de su padre, constructor de casas de madera. Y así lo hace un día y aun con el resultado de que casi nunca ha ganado tanto dinero. Con gran satisfacción de su madre y de todos los suyos, Walt madruga, toma su desayuno y se marcha a su trabajo. El incorregible callejero es ahora 37
LUIS FRANCO un hombre de horario estricto y de disciplina. El perdulario ha asentado la cabeza al fin. Naturalmente no es un artesano perfecto. Los operarios de su padre sonríen y aun se permiten alguna broma, viéndolo gastar demasiados golpes en ensamblar dos vigas o clavar un listón. Su padre se limita a contestar que su hijo es un escritor y un periodista de brillo que podría muy bien prescindir del trabajo de sus manos. . . Y también que su hijo sabe cerrar muy bien el pico a los que hablan demasiado. La verdad es que el inmenso Walt suele transportar, siempre con su aire negligente, una viga de esas que sólo dos hombres cargan. Eso sí, el singular obrero parece preocupado por muy otras cosas que aquellas que ocupan sus manos. En el breve reposo del mediodía, mientras los compañeros, tirados por ahí, con la blusa arrollada por cojín, fuman sus pipas, Walt, acaballado sobre un tirante, olvidado del almuerzo, lee un libraco deteriorado, que acaba de sacar de sus bolsillos llenos de clavos y útiles. Es un volumen de Homero, de Shakespeare o de los poetas franceses. Pero todo eso no puede durar, ni dura largo tiempo. Walt comienza por fallar a su trabajo. Ha sentido el llamado de la soledad, imperativo: precisa estar téte a téte con su alma. Busca entonces el bosque o la orilla del mar, llevando apenas un libro, una cajita con el almuerco, la toalla para el baño. El poeta que puja por incorporarse en él, desasosiega su espíritu y su sangre. Poesía. . . Democracia... Camaradería... Personalidad... "S¿ simple y claro." América, Democracia, Liberación. Se pregunta entonces si ser americano significa ser alguna cosa nueva y cuál es. "Es ser pobre, más bien pobre que rico, pero preferir la muerte antes que una vil dependencia." El obrero del espíritu sabe que sirve a un patrón implacable para el cual todo lo que no sea su servicio es futileza. El arte de ganar dinero, entre Otros. Walt trabaja, en Hojas de Hierba. 38
WALT WHITMAN Walt ha pasado los treinta aiios. El hombre, que ha ido acaudalando sus intuiciones y visiones, sus emociones y conocimientos, que no ha descansado en su trabajo de "rupture avec tout ce qui amoindrit", como dice el bardo de Francia, liberándose jornada a jornada de todo lo que maniata su genio que es como el genio mismo de la vida triunfal, el hombre tiene ahora el poder y la majestad de los grandes ríos. La alta belleza de su rostro no sobrepasa en un ápice a la belleza de su cuerpo soberano de potencia y de equilibrio. Y algo más inusitado que eso, en 105 tiempos modernos: la cumplida ecuación de su cuerpo y su espíritu. Y sí pensamos en el vuelo de ese espíritu, no es preciso más para ponderar quó suceso humano significa aquel ser tan ortodo' xamente animal y saturado de divinidad, aquel completo atleta por fuera y por dentro. Porque el genio, esa intensidad sobrehumana que termina desequilibrando o hipertrofiando a quien la lleva, a Walt no parece quedarle grande, no se ve obligado a pagar con lágrimas y desvelos su terrible privilegio. Su biografía oficial, digamos, no ultrapasa nunca los límites de la más estrecha medianía. Permanece en todos los ademanes de su vida exterior absolutamente un hombre del pueblo, un cotidiano quídam. Aquel gigante no tiene nada de aplastador, aquella elevación no tiene o parecer tener nada de distante. La caridad o cortesía de su genio, es tan enigmática como natural, y no oculta nada. Es "el ser más exento de todo matiz de pose —hasta de ese que consiste en querer evitarla. ¿Qué mucho, pues, que los buenos yanquis que lo codean no malicien con quién tienen que habérselas? Y sin embargo nada es más recio y no hay elegancia más difícil que repartir lo heroico en el deber diario de modo que sea habitual y parezca fácil y no se vea. Sólo en el pueblo yanqui, formado por hombres que han roto con muchas convenciones —aunque no todas, ni mucho menos39
LUIS FRANCO puede darse un tipo de tal amplitud de ademanes y de individualidad tan gigantesca que ante él el perfecto académico, el perfecto gentleman o el sabio profesional aparecen como verdaderos emasculados. Tiene para todo lo que sea convención y ornamento no un odio declamatorio, sino un insondable, callado y sereno desdén. Parece un bohemio y es el antipolo de ese producto de decadencia; parece un perezoso a las gentes del grande pcqueiio mundo, y es, para lo que importa esencialmente, un laborioso enorme. Ya no cuida su elegancia al modo de sus días juveniles, pero su aseo personal es celosísimo, y tiene, en mangas de camisa (así aparece en un retrato famoso) una majestuosa dignidad a que no llegan, con sus galas charras o lúgubres, los reyes, generales, jueces y demás grandes de encargo. Puede transitar por las encrucijadas Inés bajas, puede tratar sobre un pie de igualdad con el primer venido: una línea misteriosa, pero infranqueable, lo preserva de toda confianzuda torpeza. El, el hombre que tiende puentes de plata hacia todas las cosas y todos los corazones, el hombre que se desnuda paradisíacamente en sus poemas, tiene un fondo de reserva insobornable para todos sus asuntos personales. De sus amores nadie podré sacarle una palabra, ni siquiera el nombre de esa hermosa mujer cuyo retrato lo acompañó treinta años. Un lecho, una mesa, una silla cualquiera, y agua para sus abluciones: no pide más. Bebe poco o nada. No fuma nunca. Con un respeto augusto y sencillo de sí mismo y sabiendo que nada de nuestro cuerpo vale si no está autenticado por nuestra alma, a buen seguro, no se mancha nunca con el amor venal. Tiene el más soberano desprecio por los negocios y el gaje de los negocios: es el mayor blasfemo de S. S. el Dinero. No son extraordinarios sin duda ni su inteligencia dialéctica ni su equipo cultural, pero la perspicacia intuitiva de su ser es tal que parece comulgar sin mayor esfuerzo con los secretos de la naturaleza y el espíritu. En su sentido ingenuo y directo de lo 40
WALT WHITMAN substancial del mundo, lo meramente intelectual es sólo un afluente. En tiempos en que la neurastenia ataca no sólo a las actrices y a los poetas sino a los mismos capitanes de la industria y la política, Walt se presenta corno el menos irritable y contradictorio de los hombres. Sólo el terso planear del águila es comparable a su sangre fría y a su dominio de sí mismo, pese al tumulto de su carne y su mente. Parece que siglos ya olvidados y siglos de humanidad futura se dan la mano en su serenidad. Es tal el poder de su personalidad que los distintos oficios que desempefía en su vida no le dejan su huella. Ha hecho de maestro de escuela, de tipógrafo, de novelista, de gacetillero, como haná de empleado mañana. Pero no es ninguna cosa de ésas, por cierto. Unos lo toman por un capitón de barco en retiro. Otros por un oficial, un actor o un eclesiástico, o un patrón de empresa comercial. Alguno por un viajero californiano. A una seilora no hay medio de convencerla de que no es un módico. Otro, m.s observador, comunica en secreto su descubrimiento: se trata de un loco. (Vy'alt, anoticiado, ríe hasta las lágrimas.) Su tolerancia le viene de su incontrastable confianza en sí mismo, cimiento de diamante de su personalidad; su benignidad inalterable es una flor de su fuerza. El insumergible instinto de dicha que todo ser humano lleva en sí, no encuentra tropiezo alguno para su expansión plena en el maravilloso organismo whitmónico. De ahí también su capacidad de comunicación y de absorción. Conoce bastante bien el mal, el dolor, el miedo y la muerte. Y sin embargo no está. asustado ni escéptico. "La maldad es probablemente la falta de libertad y salud en el alma." Con todo lo expuesto ¿qué mucho que nuestro hombre ejerza un poder de atracción extraordinario? Y aun más: casi no hay modo de resistir el magnetismo de esa personalidad gigantesca. ¿Cómo no, si su presencia despierta, inevitable y misteriosamente, la confiada alegría y la serenidad dej 41
LUIS FRANCO buen tiempo? No escapan a tamaóia virtud ni los cultos —sagaces o no— ni los enemigos declarados de su obra, ni los más ignorantes. Estos últimos sólo saben que "el querido Walt" es el mejor de los camaradas, sin sospechar la envergadura de aquel espíritu. Los más ni siquiera saben que sea un poeta. Walt atrae sin deslumbrar. Viene rodeado de la atmósfera misma de la holgura y la cordialidad. Crea en torno un nuevo clima, el clima edónico de la persona humana. Allá, cercano a la mitad del camino de la vida, el hombre, que en una subconciencia genialísima ha vivido la vida en su más gloriosa amplitud, Walt, que ha cerrado el viaje completo alrededor de sí y del vivir humano, siente poco a poco que una claridad misteriosa va invadiendo su ser. Se trata de algo tan fundamental y total, que equivale a una palingenesia. El se siente otro y otro el destino de las cosas. La revelación de su identidad esencial con el mundo, es la clave que le abre el secreto de la concordancia de los más dispares aspectos del ser, la maravilla de todo lo creado. Está lleno de una sagrada alegría y de una sagrada inquietud. Aparece como un hombre novísimo y lo es. Sin embargo sólo se trata de un autóntico hijo del hombre anterior, con su vívida y copiosa experiencia. El implacable absorbedor de realidades concretas, el profundo explorador de los innumerables distritos de lo material, sabe ahora que todo eso es carne viva del espíritu y que uno y otra son indivisibles e imperecederos. Pero esta suprema conciencia viviente de la unidad del todo, de la identificación de lo interno y lo externo, de la insondable correspondencia de cuerpo y alma, no es una lúcida percepción mental, sino una vivencia y un integral estado de gracia. Mas en la tribulación obrada por las confusas visiones iniciales y el tumultuoso presentimiento del mundo nuevo, el solitario no busca el retiro de la montaúa o el desierto, como los ascetas 42
WALT WHITMAN antiguos, ni se encova en una ermita de libros como los de hoy. sí, se pierde cada vez més profundamente en el bosque humano. Ahora la tortura empieza. La necesidad aguda de traducirse a sí mismo con todas sus visiones creadoras. Es un ímpetu inmenso, venido enteramente de adentro a fuera, tan irresistible como un amanecer, algo que esté a mil leguas de los móviles de los literatos de éxito. Se trata de encarnar en la lengua cotidiana de su raza, el evangelio de hoy —no el escrito con el espíritu de hace dos mil años—, el evangelio de hoy para los hombres de hoy y de mañana. Walt siente que sus colegas americanos no han sido leales consigo mismos, es decir, con el espíritu de la tierra nueva, habitada por hombres rudos e ingenuos y desaforados de energía. Y que esa huída ante la bronca originalidad americana se traiciona en su estilo: una imitación més o menos prestigiosa de los modales de la literatura inglesa. 1Walt que ha leído y absorbido a los maestros de Inglaterra y de su patria, en su mocedad, gasta los más frescos años de su edad viril en su lucha por desamarrarse de la poética tradicional. A vida nueva estilo nuevo. Lentamente, pero duramente, con testarudez de macabeo, esto es, la de sus abuelos cuéqueros, trabaja por expresar el inmenso material de impresiones y emociones que acaudaló a lo largo de los años, y las intuiciones nuevas que iluminaron su espíritu: por expresar la vida multiforme y multénime a través de su propia personalidad. Dadas nuestras ocasiones y nuestra época, nada mejor que un poema, había dicho Poe, y él había sentido lo mismo. Pero al decir "poema" él piensa mucho menos en estrofas gobernadas dictatorialmente por el metro y la rima, que en una forma determinada por su propio contenido. fin cuanto a éste, es decir, al corazón de su poesía, le parece que debe no ser sino "una identidad, cuerpo y alma, una Personalidaél", personalidad que sólo puede serlo él mismo, un amen43
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7 LUIS FRANCO cano de mediados del siglo XIX. Arte poética significaba expresar lo esencial o algo de lo esencial de América, es decir, expresarse a sí mismo. Claridad y claridad. Sencillez, sencillez y sencillez. "Desentendiéndome de las convenciones ostensibles, literarias o no, canto francamente el gran orgullo de sí mismo que experimenta el hombre. Desde otro punto de vista, Hojas de Hierba son francamente el poema del amor y de la facultad de amar." Mientras tanto, Walt sigue rnís poseído de su fiebre ambulatoria que nunca y de otra fiebre más extraña aún. Habla consigo mismo en su alcoba, baja tarde a la cocina, responde con vagos monosílabos a la conversación de Luisa, su madre, mientras con el espíritu ausente y sin hojear siquiera el diario, bebe varias tazas de café. Después parte —con sus papeles y sus lópices— a cualquier punto de la inmensa Nueva York, o hacia las orillas desiertas de Long Island. Vuelve muy tarde en la noche, entrando por la ventana de la cocina para no despertar a sus padres, o no vuelve porque suele quedarse a dormir bajo las estrellas. Walt da a sus compañeros y colegas de periodismo y de taller, y sobre todo a su familia, una sensación más irremediable, una sensación de holganza justamente cuando está mís laboriosamente ocupado en las emociones, intuiciones y pensamientos en torno de lo que debe ser la democracia, esto es, los hombres y las mujeres de América, o sea, lo que debe ser su poesía: "no descubrirnos ante nada conocido o desconocido, reexaminar lo que se ha dicho en la escuela o la iglesia o en cualquier libro, y hacer a un lado todo lo que ofenda vuestra alma". La riqueza y los tiranos para comenzar. Walt trabaja en sus poemas —la obra que viene criándose en él desde hace cinco años— entre alternativas de entusiasmos delirantes y grandes decepciones, olvidado vuelta a vuelta del sueño, de la miseria y el hambre. Es la misma voluntad aluoinada y testaruda de los inventores, de los descubridores, de lo cava44
WALT WHITMAN dores de pozos. Es preciso dar salida a esa tempestad que lleva dentro de sí o tendrá que perecer. Así, hasta que un día se guarece en su refugio favorito —una gruta basáltica en una de las orillas de su isla nativa— con el primer manuscrito de su libro... Pero la lectura de prueba final lo desencanta hasta las lágrimas y el libro es arrojado al mar. Cuatro versiones más morirán igualmente nonatas. Y sólo la sexta hallará gracia a los ojos del juez tremendo. Hojas de Hierba no es una obra periclitada, concluída. Es apenas el comienzo de un mundo nuevo, mundo que irá revelándose en toda su grandeza etapa a etapa, a medida que la personalidad de su creador vaya creciendo y enriqueciéndose. A ello corresponden las sucesivas ediciones renovadas y acrecidas que el autor hará en su vida. Después de las tres primeras, después de la guerra civil (acontecimiento decisivo en la vida de la Unión no menos que en la de Whitman, cuya personalidad llega sólo entonces a su mayor potencia gracias al formidable estímulo) Hojas de Hierba se alza ya en toda su gigantesca estatura. Anticipemos que a buen seguro no hubo en las literaturas del mundo cristiano —tal vez sin excluir a Dante ni a Shakespeareacontecimiento equiparable en originalidad a la revelación de Hojas de Hierba. La trascendencia de su evangelio sólo tiene parangón en la creadora novedad de su lenguaje o en la antes no vista identidad entre la creación y su creador. Desde luego, Walt Whitman está condenado a ser un poeta de escasa o ninguna aceptación. Su concepción y realización de lo poético contradice todos los lugares comunes de la poesía tradicional y sus mentores como los melifluos y acunados sonsonetes del vulgo. De afuera adentro —hasta con ese retrato de simple artesano u obrero en mangas de camisa— el libro es un atentado a las convenciones y a la respetabilidad, por más que el autor sea el ser más desnudo del deseo de asombrar. Más: cree que sus pensamientos son o pueden ser los de todos los hombres si fueran 45
LUIS FRANCO capaces de negar su tributo a las paradojas, al miedo y a loa pequeños intereses. ¿Cómo ha sido recibido todo ello por la gente de su medio y su época? En Nueva York, donde campea como figura central uno de esos impecablemente mediocres campeones de éxitos literarios y mundanos que hallan su gran destino en una librea de diplomático —el antipolo de Whitman—, la reacción de críticos y gacetilleros fijé desbordada y más allá de toda previsión. Si no es para sublevar cualquier mediana conciencia literaria el espectáculo de ese cochero de ómnibus, de ese barquero de Brooklyn (no sólo ignorante como un oso, sino irremediablemente ordinario y grosero y sin el menor asomo de la delicadeza del verdadero artista) que aparece, no sólo con pretensiones de letrado, sino de gran poeta! ¡Un bardo que no sabe concertar una sola rima ni conoce el abecé de la versificación! le veras que todo esto invita más bien a la risa. Y nada es que este hombre sea un aldeano, descendiente de destripaterrones y chalanes, hijo de un carpintero y pasado apenas por la escuela primaria; no sería el primer caso de un salido del pueblo que reniega de él para imitar decentemente a la gente de pro, que se redime de su bajo origen adaptándose a la perfección a los modos y modales de las clases distinguidas. . . Pero no; este plebeyo al ciento por ciento no parece haber oído que existan en el mundo gentes de fortuna y apellido y respetabilidad; este plebeyo al ciento por ciento se muestra muy orondo de serlo, al extremo de no renunciar a su digno compadrazgo con cocheros, marineros y gentes de su laya ni a su costumbre de no prenderse jamás el cuello de la camisa. Este gran bárbaro viene a declamar cosas que nadie se ha atrevido a cuchichear ni en prosa, mucho menos en verso. Y como si eso fuera poco, median más que suficientes motivos para dar curso corriente a lo que más de uno afirma: que se 46
WALT WHITMAN trata en verdad de un crápula con ribetes de bufón, de un digno. adlátere de prostitutas. Es claro que los más benevolentes prefieren ver en él sólo un literato muy por debajo de lo mediocre que ha recurrido a la más rechinante propaganda para romper el anonimato. Esto sin decir que la crítica más respetable se mantiene en un respetabilísimo silencio. Con sus traídas y llevadas majaderías, con su ajamonada pulcritud académica o su coquetería de tisicones bohemios, los lite-ratos neoyorkinos, piensan que ellos también son audaces: a ellos también les gusta asustar a los burgueses con su prestidigitación de ingenio y su pirotecnia verbal y sus refocilos obscurantistas ... Pero éste pasa mucho más allí, de la raya, éste que no repite lo de Otros absolutamente, ni imita las cosas de otros, por grandes que sean; éste que viene a decir con ufanidad de gitano o brío de apóstol, esas mismísimas cosas (así lo creen) que ellos también dicen, pero, eso sí, un poco antes o un poco después de rezar, y a escondidas, con oscura vergüenza de sí mismos, con el placer perverso y burlesco del chico que fuma un cigarro en la letrina. Pero el ataque contra la bestia negra, el sátiro, cuya sola evocación hace encender todos los pudores, viene con preferencia de Boston, la meca del puritanismo. El libro es un monstruoso adefesio literario y un crimen de lesa moral que pide la intervención, no sólo del censor y del crítico, sino de la policía o de las autoridades de los manicomios. Se trata de un adorador del príapo, de un atacado de demencia itifálica, de una mezcla de payaso y de fauno de obscenidad tan fabulosa que llega a la inconsciencia. Las cosas que la moral de todos los pueblos antiguos y modernos y la tradición de siglos de buen gusto literario y social prohibe nombrar, este desdichado las dice como si dijera pan o lirio. He aquí, pues, que los polizontes del sacro orden establecido, los abanderados del honor de la patria y la familia, los pontífices y sacristanes de la respetabilidad, los sanhedrines del buen gusto 47
LUIS FRANCO y la conveniencia, los eunucos de la literatura rosa, todo el vasto mundo del filisteo satisfecho de sí mismo se da cita en tamaña confederación de ultrajes resumida, como en nigún Otro, en este juicio de una gaceta literaria: " De todos los escritores que hemos leído en nuestra vida, Whitman es el más bruto, el más blasfematorio y el más repugnante. Si logramos dar con epítetos más expresivos los publicaremos en una segunda edición". Ahora bien, este es el hombre a quien Emerson, el sabio de los sabios, la mayor autoridad mental y espiritual del mundo yanqui, acaba de escribir: "Considero Hojas de Hierba como el más extraordinario trozo de espíritu y de sabiduría que América haya producido hasta hoy". ¿Cómo es posible semejante desencuentro? Lo sospecharemos, con una libre mirada al mundo para el que Whitman trae su mensaje. Mundo nuevo, pero ya lleno de mitos caducos. Una democracia donde el cinco por ciento de la población posee más del setenta por ciento de la riqueza y rige imperialmente los destinos de toda una sociedad cuyo texto sagrado es esa Constitución dictada por un puñado de propietarios y comerciantes —y sus abogados— para sacramentar su hipócrita explotación de labradores y proletarios. Un mundo donde la Prensa, la Iglesia, la Universidad, la Banca, son fortalezas de esa carcelaria y nauseabunda filosofía puritana ante quien la vida, agobiada bajo dogmas y convenciones, se esconde con miedo y vergüenza de sí misma, donde la vida no es un fin sagrado y suficiente, sino un medio para un fin miserable. Hombres que luchan furiosamente, ayudados por las máquinas, para sepultar del todo la realidad carnal y espiritual que quiere abrirse paso a través de la otra. Hombres que viven con un ritmo taquicárdico y para quienes el estar demasiado ocupados, el no tener tiempo (para nada esencial) constituye un orgullo confeso. Hombres que temen cerval, mente la • pobreza, porque en ella revelarían lo que tantos ocultan: 48
WALT WHITMAN almas de mendigos. Hombres que viven según un orden falso, mucho peor que el caos, y sobrecargados de detalles, de datos, de quehaceres y de histeria, y vacíos de conocimiento y de pasión verdaderos: desmenuzados en una infinidad de actos inconexos, y carentes de la conciencia de lo viviente como un conjunto divino. Hombres de vida horizontal y sabiduría periférica, que no sospechan siquiera que en el indio que persiguen de muerte y el negro que escarnecen hay mucha más noble humanidad que en ellos, tullidos de corazón. Un mundo donde no hay individualidades verdaderas ni unidad social: hay juntura de unidades en el rebaño, y los intereses de cada uno hieren los intereses de todo el resto, como los puercoespines que se juntaron una noche para evitar el frío. Su alimento espiritual es el diario, jauja del lugar común y la impostura. Bajo el rigor del progreso mecánico y la triunfante hipocresía puritana, el alma americana es una larva áptera. De ahí el horrible dualismo de su mundo que también pide "poesía" y "vida espiritual" pero, es claro, entendidas como innocuo pasatiempo en las pausas de la "seriedad" de los negocios, dualismo cuyo símbolo mejor será ese héroe real que "los días de trabajo robaba y traicionaba a sus amigos, hacía descarrilar trenes, arruinaba a miles de personas, y los domingos fundaba seminarios de teología e iba a la iglesia". La verdad es que ya Thoreau ha denunciado duramente todas las ataduras y vendas que amuñecan al sujeto de esa civilización mecánico-gregaria, y se retiró al bosque en busca del hombre edónico para comenzar de nuevo: es algo, pero dista mucho de ser todo. En Cuanto los demás, casi todos, como Poe, son tránsfugas de lo americano hacia las más remotas distancias de lo exótico y lo abstracto. No tienen raíces. Como no han sido realmente fuertes, han rehuido el contacto con la realidad bruta. Tarea de gigante, ciertamente, penetrar esa realidad, transfigurarla, alzar49
LUIS FRANCO la, redimida hasta las alturas del espíritu. Nada menos que todo eso ha sido la tarea de Whitman. ¿Cómo no van a indignarse las gentes contra un hombre y un libro que vienen a contradecir implacablemente todos y cada uno de sus ademanes, en la vida y en el ideal? Porque la verdad es que ni los mejores, ni los que han acogido con mayor decisión el gran libro, han logrado solidarizarse totalmente con él. Ni Rossetti, que hará publicar en Londres una edición "expurgada", ni Swinburne que enfilará contra él las más histéricas censuras después de su alto panegírico: O strong-winged soul with prophetic Lips hot with the bloodbeats of song, W 'ith tremor of heartstrings magnetic, W ith thoughts as thunders in throng.
El mismo Emerson, tan grande por el horizonte que gobierna su mente, como por la rica naturaleza de su temperamento y su carácter, está lejos de tener la integridad heroica de conducta y pensamiento que caracterizan a Whitman. El Emerson de un ambiente universitario, clerical, libresco y formalista —el que dijo a una muchacha que iba a sentarse al piano: "No, no, por favor... Hoy es domingo"—, el que vive pared por medio con los prejuicios más herrumbrosos, no puede aceptar totalmente la formidable emancipación de Hojas de Hierba pese a esa carta que Walt mira "como la carta de un emperador". Walt no puede dejar de ser quien es, no puede desdecir su alma. La mejor explicación de todo esto es que con Hojas de hierba la democracia entraba por primera vez en el Arte. Ciertamente, la mayor hazaña de Whitman está en haber roto con el mito más venerado de la época —formulado por Poe y aplaudido por todos los poetas y espíritus selectos de Europa—: que la democracia era la antipoesa. 50
WALT WHITMAN La obra y la vida de Whitman, tenían por sobre todo, este sentido insigne: eran la demostración que la verdadera democracia, al significar el verdadero punto de partida para la emancipación integral del hombre, para la madurez perfecta de la personalidad, daba por ello mismo el clima único para el nacimiento y crecimiento de la nueva poesía: la que corresponde al hombre nuevo.
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CAPITULO V
UN HOMBRE Y EL MUNDO Con la elección de Lincoln a la presidencia hizo crisis la ya violenta tensión entre los Estados esclavistas del Sur y los antiesclavistas del Norte. Sobrevino la guerra. Aunque la causa por la que, pese a todo, se batían los antiesclavistas no podía ser ms noble, la guerra fu, en sí, como casi todas las guerras, muy estúpida: "una orgía de ineptitudes, de ignominias, de concupiscencias". Quizí sólo dos hombres —Lincoln y Whitman—, presintieron lo que importaba al mundo que la patria donde, con todas sus profundas contradicciones y menguas, estaba hacindose el mayor ensayo de democracia conocido, saliese victoriosa y unida de la crisis. La guerra significó para Whitman —el poeta y el hombre— una experiencia decisiva: completó la prodigiosa parábola de aquella personalidad. El poeta vió en el fenómeno que traspasó de parte a parte su ser, algo horrible pero necesario. Aceptó la guerra, cantó la guerra, para que no faltase esa gran voz en la vasta sinfonía de su lírica: Y la guerra, la roja guerra, es el encanto que voy cantando por tus calles, ¡oh ciudad!
Aunque la que él prefiere no es propiamente la aventura militar de las epopeyas: 52
WALT WHITMAN Y o también canto la guerra, una guerra mds grande y irás larga que otra alguna... Guerra de vida y muerte, para el cuerpo y para el alma eterna. Oíd: Y o también, por encima de todo, suscito bravos soldados.
Pero el soberano individuo que en su libro se ofrecía al espíritu de los lectores, va a entregarse ahora, en carne y en alma, a todos los hombres necesitados de su ayuda. Y así fuá en efecto. Recorriendo durante semanas las ambulancias del ejército de Potomac, pudo nutrirse hasta el hartazgo de todos los horrores de la guerra. Parte con un convoy de heridos y mutilados hacia Wáshington y aquí se queda magnéticamente atraído por el espanto, el dolor y la muerte, él, el jubiloso loador de todo lo viviente. Su misión voluntaria dura años en la metrópoli convertida en un solo inmenso hospital de sangre. Junto a la cabecera de cientos, de millares de sufrientes, Walt aporta lo que ni médicos ni enfermeros pueden dar: el suministro de múltiples pequeños cuidados: darles de comer a los que manejan mal su brazo o cambiarlos de postura; escribirles, a los que no pueden hacerlo, cartas para sus madres o esposas o novias; distribuir a Otros papel o timbres; traerles diarios, revistas ilustradas o libros; obsequiarlos con bizcochos o frutas; distraerlos con relatos o juegos, y después, la ayuda en dinero Sonante, que él con' sigue interesando a sus amigos pobres o a los amigos ricos de Emerson: pero antes, y por encima de todo, la de su balsámica presencia y su cordialidad vivificante. La clarividente humanidad que hay en él choca duramente con la brutalidad y ceguera de cirujanos, enfermeros, limosneros y sacerdotes. "Lobos y zorros." El arrima su corazón a cada enfermo como lo arrimaría a su madre. Y todo esto por días y noches, por me-
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LUIS FRANCO ses y aúos, en el més lúgubre de los ambientes: heridas locas de larvas, disenterías, gangrenas, llagas supurantes, amputaciones, cegueras, fiebres tifoideas, delirios, agonías, voces horribles y mudos espantos infinitos sólo advertidos en miradas de piedra. ¿Que Walt ayuda a bien morir a muchos? Sí, pero mayor verdad es que salva centenares de vidas. Y todo esto es un maravilloso misterio puramente humano. Nada es por Dios ni para Dios, ni con amenazas de castigos o recompensas celestes por intermediarios pagados. El solo espectáculo de su vívida salud y sobre todo el contacto con su comprensión y afección, crean el milagro. "Confiadlo a Whitman —dicen los médicos en los casos desesperados— quizá él pueda salvarlo." La presencia de Walt en las asquerosas salas, es como la de un gran río: vienen con él la belleza, el poderío y la dulzura. Y o y mis iguales no convencemos con argumentos, con complicaciones ni con estrofas rimadas. ¡Convencemos con nuestra presencia! Lo que cl poeta ha cantado en Hojas de Hierba, el hombre
apostólico lo pone en acción con la méxima eficacia esta vez: el evangelio de la fraternidad viril, alma de la democracia. El flúido de la simpatía que crea la franqueza y la suavidad del hombre y la mujer. El flúido de la simpatía hace trasudar de amor a los jóvenes y a los viejos. Hace filtrar gota a gota un encanto que se 'ríe de la belleza y de los talentos.
Pero el hombre y el poeta salen de este infierno con otra riqueza más: el conocimiento de la muerte. Walt, que había comenzado asombrándose de su misteriosa calma ante los incontables horrores de la guerra, ha logrado, con la innumerable frecuentación de la muerte, que ella le revele su secreto. No es el fantasma escalofriante creado por el pavor a lo desconocido y manejado por los magos y los sacerdotes. La muerte 54
WALT WHITMAN es hermana de la vida: es Otra versión de la inmortalidad de lo viviente. La muerte es vida de pulso clandestino. O como canta el poeta de Francia: L'univers, oú ce Dieu met la mort et la vie, Respire par ces deux poumons.
Es hermoso cruzar la vida, pero también puede serlo salir de ella. La salud es una libertad, pero si la enfermedad irremediable o la decadencia nos esclavizan, la muerte es una liberación. Sólo la aprensión de la muerte es lo horrible. Ella, en sí, misma, es inocente, serena y benigna: En cuanto a ti ¡oh Muerte!
y tú, amargo abrazo de la cambiante materia, es inútil que tratéis de alarmarme. Y también la muerte es una sabiduría prometida. Como la noche muestra cosas que no muestra el día, la muerte enseñará lo nuevo: A hora comprendo que debo esperar lo que me revelará la muerte.
Mas pese a que el héroe del espíritu y la cordialidad tiene la magnificencia vital de los héroes guerreros, no es dado a nadie vivir indemne, en la forma que él lo hace, en una atmósfera sobrecargada de emanaciones corruptas: un día el contagio se insinúa en él. Sin embargo, arrebatado por el fuego de su misión, continúa sordo a las advertencias de los médicos sobre un peligro mayor. Hasta que Otro día su intachable organismo paga también el inevitable tributo. Y el rey de la salud invulnerable tendrá que luchar de ahora en adelante, y cada vez más terriblemente, con todas las dolencias de la carne. Walt frisa ya en la cincuentena y está más pobre que nunca. Sus amigos le buscan una colocación oficial. Pero la abominable reputación del autor de Hojas de Hierba es un obstáculo gravísimo. Pese a todo, se consigue hacerlo entrar al fin al ser55
LUIS FRANCO vicio del Estado. El vagabundo incorregible, el hombre que ha cambiado de oficio tantas veces y sin el menor motivo, el gran amador del aire libre, se convierte en un remansado y apacible empleado del Ministerio del Interior. ¿Podía esto durar en el destino de Whitman? Era difícil. Un día el honorable ministro Harlan descubre que entre sus subalternos hay uno que ha escrito el libro más impuro y blasfemo de la tierra. Y Whitman, repugnado por los poderes oficiales, insultado por los diarios, renegado por sus colegas, envejecido, pobre y con su salud claudicante, pero siempre con el alma serena, está Otra vez en la calle. Sólo cuenta con un puiado de amigos: los mejores hombres de la época. Entre los más delanteros está el nobilísimo O'Connor, que acaba de poner dantescamente al señor Ifarlan en la picota. ¿Qué dice O'Connor? Por cierto, mucho de lo que es preciso decir contra los credos que conciben la tierra como valle de lágrimas y la vida como purgatorio, Contra las conciencias alacayadas por la idea del pecado; contra los dogmas perversamente hipócritas que condenan la fuerza, el sexo, la belleza y la alegría, la vida misma en su gracia y su inocencia, en nombre de agrios y llorosos dioses de humo. La desnuda hermosura y la potente salud de los poemas whitmánicos habían enloquecido de pudibundez la conciencia degenerada y la degenerada sensibilidad de eunucos de los que hablaban y obraban en nombre de la sociedad. ¿Es preciso demostrar, corno lo hace O'Connor, que siendo el arte la realización espiritual de la Naturaleza no puede renegarla, y que eso que los Harlan y los murciélagos llaman impudicia es algo de necesidad fatal en la Naturaleza y por ello en el arte verdadero? ¿Que los Ezequiel, Isaías, Salomón, Esquilo, los poemas órficos o indios, los Dante, Shakespeare y Cervantes no caben en ninguna biblioteca rosa? 56
WALT WHITMAN ¿Que la indecencia y la obscenidad no están en la Naturaleza ni en el arte sino en el alma y el cuerpo enfermos? Pero es como tirar piedras al mar querer demostrar al filisteo el soberano espíritu de pureza de Hojas de Hierba. Más: la vida y la obra toda de Whitman se ofrecen como la más insobornable contradicción del canijo ejemplar de hombre que nuestra civilización presenta; el que hacía añorar a Nietzsche las épocas en que la persona humana alcanzó esa estatura de que el Viejo Testamento da testimonio: "Nos detenemos sobrecogidos de terror y de veneración al vislumbrar lo que fuá el hombre, y comparando al Asia con la pequeña península de Europa, la cual pretende simbolizar el progreso de la humanidad, nos asaltan pensamientos poco gratos". El que hacía confesar a otro de los más libres espíritus modernos: "La civilización llamada cristiana ha sido durante diez y ocho siglos, incapaz de producir hombres completos, libres, nobles, como los producía el siglo de Pendes. Lo interior y lo exterior no se corresponden en los modernos. Es que más fácil resulta hacer prodigios o monstruos que hombres verdaderos". Un nuevo y más decisivo ataque del virus que ya lleva en su sangre quiebra del todo el soberano equilibrio corporal de VThitman, y el hombre comienza recién, verdaderamente, ci aprendizaje del dolor físico. Allí está, clavado en su sillón de brazos, inválido, silencioso y sin más compañía que la de Tip, su perro. La nostalgia de la muchedumbre, de los amigos y de la Naturaleza, lo trabaja horriblemente, pero sus labios no registran una maldición ni un balbuceo sacrílego contra el destino. Apenas, una vez, este grito de angustia. "Por semanas y meses, ni una sola alma humana para reconfortarme o entretenerme amistosa." Dijimos ya que Walt no es un bohemio; el hombre para. quien no existe la magia del dinero, ha ahorrado sin embargo
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LUIS FRANCO algunos dólares de su sueldo de pequeño empleado y su única aspiración presente es no ser una carga para nadie. Pero el gran profeta de la camaradería hace también un camarada de su enfermedad. Ha logrado sobreponerse a la depresión pantanosa de ciertas horas. Su alma y su cuerpo egipínico vuelven poco a poco a confiar en la vida. Se va a vivir a Río del Bosque, un rincón virginalmente salvaje. Baña su cuerpo en las cascadas, ci sol y el aire, vuelve a su intimidad más nupcial con la Naturaleza. "A trasmano de las cortinas, los tapices, los sofaes, los libros —lejos de la sociedad—, lejos de las casas urbanas, las calles, los embellecimientos y el lujo modernos, a trasmano y lejos de las ligaduras, de los botines estrechos, de los botones y de la entera vida civilizada, rígida como el bronce. Y tú, alma mía, retraída a la fuente de vida desnuda de donde salimos todos, al seno de la grande, silenciosa, salvaje madre universalmente acogedora." Retazos de días, su diario de inválido, es un evangelio de sabiduría pánica —de luna de miel con la Naturaleza—, el más vivo que se conozca. Recobrada su salud —pese a las partes heridas sin remedio— y sobre todo, la sonrisa de su serenidad, la inmensa alma de Walt resplandece en toda su soberanía a través de su extraordinaria genialidad corporal. Su presencia tiene la pureza de la atmósfera soleada. Sus amigos, las gentes de la calle, sus admiradores literarios, sus módicos, no pueden escapar a su magnetismo, más pudiente que nunca. Muchos (Longfellow, Bryant, Whittier, Whitelaw Rcid) que no aprecian al poeta, admiran al hombre. Le han salido amigos y apóstoles: Burroughs, O'Conflor, Traubel, hombres inteligentes y nobilísimos. Gentes ilustres cruzan el Atlántico sólo por conocerlo. En contraste con todo esto y con las grandes adhesiones que le vienen de Inglaterra (la tierra del cant produce a la vez los espíritus más avanzados), la horrenda miseria puritana sigue 58
WALT WHITMAN cebándose en él. No es nada que dejen vivir en la miseria al salvador de centenares de vidas y al poeta para quien están sonando los más altos elogios de ultramar: secuestran con la policía la reciente edición de Hojas de Hierba; lo declaran enemigo público; quieren hacer de su nombre mismo una mala palabra; las revistas le devuelven sus colaboraciones con insultos; los centros literatos lo silencian o tratan de que los viajeros célebres no lleguen hasta óL (Aun inválido, Whitman es lo suficientemente fuerte para ver en la canalicría patria sólo un homenaje a su genio.) "Me siento mós resuelto, desde que todos me han renegado que lo que habría podido estarlo si todos me hubieran aceptado". En sus visitas actuales, a Nueva York, el ex-vagabundo, como en los gloriosos días de su mocedad, vuelve a sumergirse en las oleadas de las grandes muchedumbres, apoyado ahora en su bastón de cojo. Un día parte para una jira a través del continente, recogiendo emociones prodigiosas. En las Montaias Rocosas, ante el espectáculo de tumultuosa grandeza y secreta armonía, piensa que ha encontrado "la ley de sus poemas". Visita de paso a unos pieles rojas prisioneros que permanecen inmóviles en su desdón ante cuantos los rodean, menos cuando Walt se acerca y alarga su mano. ¿Cómo va?, responde el jefe bárbaro, como si hubiera, al fin, descubierto un hombre. En Boston acaba de aparecer una nueva edición de Hojas de Hierba: la séptima. El libro se modifica perpetuamente, como su autor, y como el permanece idóntico a sí mismo. Pero esta vez Hojas de Hierba es retirado de la circulación, a título de literatura obscena, por orden del procurador de Boston. Se trata, desde luego, de un recrudecimiento del eretismo de castidad que padecen los campeones puritanos: tartufos ona' nistas o sodomitas efectivos o en potencia, a quienes crispa hasta e1 horror el glorioso brío y la gloriosa sinceridad sexual del libro perseguido. 59
LUIS FRANCO Whitman, que ha pasado ha rato de la sesentena, se ofrece cada vez más como el hijo de las mís perfectas nupcias de la Naturaleza y el espíritu que nunca hubo. Todo hombre, en su presencia, se siente aumentado. Su originalidad comienza desde sus talones. El mayor enigma que ella propone es este: cómo se da un ser tan enteramente parecido a todo el mundo y a la vez tan gigantesca e inconfundiblemente único. Su sencillez es invulnerable y tan rayana en lo absoluto su incompatibilidad con la ceremonia y el protocolo, que nadie se atreve a llamarle "señor Whitman". Muéstrase gran camarada de los niños, sintiéndolos más próximos a la clara inocencia de la Naturaleza, es decir, a sí mismo, que los adultos, averiados por intereses sórdidos, deformados por acomodos de ortopedia. No sabe, de verdad, más idioma que el suyo. Cada vez que es preciso, confiesa su ignorancia, sin asomos de escrúpulos. Sus amigos le procuran algunas lecturas pagadas para ayudarlo en su miseria. Llega a los salones de conferencias con su bastón corvo y su insobornable sencillez. Ahora concurren a oírlo millonarios, universitarios, damas del gran mundo, directores de grandes diarios, literatos de prestigio. Pero sobre estas gentes y sus zalamerías de orden sabe a qué atenerse el "viejo halcón libre" que es él; sabe a qué atenerse sobre estos éxitos que le procuran algunos centavos indispensables. En la primera oportunidad favorable, dice al amigo ms próximo: "Escapemos". Lo rodean, en tales ocasiones, falanges de curiosos, con sus tonteras y sus pedanterías. Tiene que aguantar las agresiones de la popularidad. Los reporteros y los discutidores hablan: él contesta con algún monosílabo, o les opone un silencio de diamante. Jamís contesta a los coleccionistas de autógrafos. Tennyson el hidalgo poeta de Inglaterra, "representante de una humanidad aún semifeudal" no siente la poesía del poeta
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WALT WHITMAN de un nuevo mundo, pero dice: "Siento que en Whitman hay algo enorme, pero no sé qué". ¿Qué ha de ser sino la exteriorización absolutamente sin trabas de una personalidad de mucho poder? Tan fuera de las costumbres humanas es esto y tan sin armas toma a todos, que el propio Whitman se ve obligado a convertirse en su autocrítico y en su autobiógrafo. Porque él no precisa elogios, precisa comprensión y simpatía. (El clarividente y apasionado testimonio que sobre él acaba de dar Gabriel Sarrazin, lo conmueve inmensamente.) Y como sabe cuán largamente desnaturalizados, es decir, deshumanizados, están los hombres, ninguno de sus ademanes lo toma de sorpresa. jamás se irrita o lamenta, ni cuando el Estado le niega una pensión que sus amigos gestionan ni cuando las más dañinas calumnias lo muerden. Vv'hitman permanece indefectiblemente el mismo. Su soberana individualidad, influyente de por sí, lo exime del punto de buscar imponerse a toda costa. Es claro que tiene un total desprecio por la opinión de los demás sobre sí, es decir, una total confianza en sí mismo y en su obra. ¿Orgullo despótico? No, sino lealtad sagrada a su propia persona, o sí queréis, a la humanidad que se expresa en la suya. Su único consejo es: "No pidáis consejo a nadie jamás—. Tan celoso se muestra de los derechos inalienables de su propio individuo (él, que es el antipolo del egoísmo común) que no es aventurado buscar en ello el origen de su renuncia al matrimonio. En sociedades erizadas de prejuicios y convenciones y donde la mujer está atada a ellos més aún que el hombre, el matrimonio significa casi inevitablemente un capitis dirninutio para el hombre verdaderamente libre. Su renuncia a él es sin duda el sacrificio más doloroso que pueda imponerse a sí mismo. Ponderaremos al pasar su amor ingastable y sereno, rico de la más vívida ternura, iluminado de la más sagaz comprensión, por su madre, a quien escribe filialmente hasta en sus últimos días? 61
LUIS FRANCO Pero nada ilumina mejor sobre su concepción de la real condición humana, y su incompatibilidad constitucional con la falsía y la hipocresía que gobiernan el mundo, que esto: sólo hay una clase de hombres ante quienes falla no sólo su anchísima capacidad de simpatía sino hasta su dominio de sí mismo: son las gentes de iglesia, o "la especie inútil", como él dice. El viejo mal sigue destruyendo el antes titánico organismo de Whitman, por asaltos cada vez menos espaciados y más crueles. Inflamación de la próstata, estrechez vesical, comienzo de diabetes, jaquecas agudísimas, lasitudes mortales, pesadillas, y la parálisis que avanza amenazando: una crucifixión inacabable. Con todo, el viejo soldado jamás se queja de sus heridas. "Ya el viejo navío no da para muchos viajes. Pero el pabellón estit aún en el mástil y yo en el gobernalle." Y después de un ataque horrendo, se siente muy conforme porque su cabeza continúa clara y puede usar aún su brazo derecho. "Lo que es bueno para ti, oh Naturaleza, es bueno para mí. Está, pues, anclado en su sillón de brazos el gran vagabundo. Su cémara, que será al fin de reclusión perpetua, produce vértigos a quien penetra por primera vez: tal es el caos de libros, manuscritos, diarios, retratos de amigos y de todo lo que hay bajo el cielo: eso sí, el caos es sólo aparente y Walt posee la clave. Como la misma Naturaleza, bajo un semblante de improvisación y negligencia, él posee un orden profundo. Bajo su aire y modales bohemios, guarda la aguerrida prudencia de sus abuelos campesinos y marinos, y el lienzo de su camisa se mantiene inmaculadamente limpio. Un día, casi moribundo, se levanta de su lecho para ir a conmemorar el aniversario de la muerte de Lincoln, leyendo en distintos centros, con su sencillez y su pasión características, su trabajo sobre el héroe. Porque para él lo es, más que todos lo prohombres yanquis, aquel que, en los años en que rigió los destinos de su país, consiguió elevarse no sólo por encima del 62
WALT WHITMAN rampante nivel de la explotación material y la política al uso, sino por encima de sí mismo, hasta alcanzar una visión novísima y una verdadera grandeza profética. contagiando a los mejores con su amplia fe en los destinos espirituales de la Unión. Con su personalidad prodigiosa y su prodigiosa presencia, Walt Whitman se ofrece a sus contemporáneos como lo que es: uno de esos soberanos verdaderos —de la humanidad— que no lo son, por cierto, los sedicentes tales, simios coronados, criados entre convenciones carcelarias e inferiores casi siempre, como tipos humanos, al común de los mortales. "Aparece —dice un contempormneo— como un fragmento de la Naturaleza salvaje misma: peludo, exento de adorno, majestuoso, pintoresco, como si formara parte de los acantilados, el mar, las montañas y las praderas. Y posee el mismo encanto y la misma influencia de la Naturaleza, tónico y vivificante como ella." Digamos, para terminar, que aquel ser libórrimo y libertador no ha derramado jamis una lágrima que no fuera de alegría.
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CAPITULO VI
EMERSON Y WHITMAN Como cualquier hijo de los Estados Unidos, Emerson tenía ojo alerta para las realidades exteriores, pero él, al mismo tiempo, tenía mirada para lo más profundo. Desde luego sintió que el mundo no podía concebirse sino como una unidad de la que todas las cosas eran meros miembros. "Vemos el mundo pieza a pieza: el sol, la luna, el animal, el árbol; pero el todo de que son partes salientes y radiantes estas cosas, el todo es el Alma." Para él eso de "el alma del mundo" no era una metáfora pintoresca y vana, sino algo que expresaba un vivísimo sentimiento de la Realidad central sustentadora de las pequeñas realidades viables y palpables. El camino por el que llega el alma se llama revelación. Con frecuencia los sentidos, el intelecto, la experiencia humana, no sólo no facilitan, sino que estorban el conocimiento del alma. El alma viene sabiendo, sin saberlo, cosas más altas que todo aprendizaje externo. La sabiduría de los doctos es casi siempre una habilidad parcial, el resultado de la hipertrofia de alguna facultad especializada, de modo que mirando sólo una faceta de la verdad, no pueden conocerla. En estos casos, los dones intelectuales hacen más el efecto de vicios que de virtudes. No pueden aprender la verdad, es decir, el hombre. "El autor ingenioso. el político, el gran señor, no hacen las veces del hombre." Sólo el verdadero genio y el genio anónimo del pueblo sospechan la grandiosa entereza del hombre, su sagrada e igualadora raíz co64
WALT WHITMAN mún, el misterio de la fraternidad. Por eso se mueven contra las Castas y todos los tabiques y prejuicios que aherrojan a los hombres. "El genio es religioso. Es una absorción más grande del corazón común. No es una anomalía; hace más parecido el ser a los demás hombres, y no diferente de ellos." Los primeros atributos del genio verdadero son la sencillez y la cordialidad. No deslumbra y apoca a los hombres: los ilumina y los aumenta. En cierto modo el alma individual es sólo una partícula del alma común de la humanidad y de la gran alma de lo creado. Y cuando esa alma total —o Sustancia única o Dios— invade el alma individual, el hombre, lleno de terror y alegría, conoce la verdadera grandeza. Y de todas las criaturas, el hombre es el más apto para recibir esta visita. Pese a todo, la ciencia, la teología y la historia, han averiguado poco del gran desconocido. "El hombre es un río cuya fuente está oculta." Pero hay algo evidente, y es la profundidad terrible del hombre partícipe virtual del Alma suprema—, de modo que lo que llamamos grandes personalidades difieren del simple hombre común menos de lo que creemos. Más aún: las tiranías y las servidumbres y los falsos ideales han comprimido al hombre, desviándolo del camino de la verdadera sabiduría, es decir, del despliegue de su profunda y esplándida naturaleza. "Ante las inmensas posibilidades del hombre, todo lo que hemos conocido, todas las biografías pasadas, por santas e inmaculadas que sean, se desvanecen. Ante el cielo que nos ofrece nuestro presentimiento, no podemos alabar ninguna vida conocida o citada." ¡Esto dicho por el más acreditado celebrador de los hóroes! "No solamente afirmamos que tenemos pocos grandes hombres, sirio que, hablando de una manera absoluta, afirmamos que no tenemos ninguno, que no tenemos ninguna historia, ninguna definición de hombre de carácter o de vida humana que nos satisfaga."
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LUIS FRANCO Desde luego, como lo testimonian cien pasajes de sus libros, la concepción de la naturaleza y de la historia en Emerson es heraclitiana. "En la naturaleza no hay fin: cada fin es un comienzo." "El Universo es flúido y volátil. La permanencia es una palabra cuyo sentido es relativo." "Toda cosa no es mís que un intermediario." La ley se cumple ostensiblemente en la naturaleza externa: "Los nuevos continentes se edifican con las ruinas de un viejo planeta". Se cumple igual en el hombre zoológico: "Las nuevas razas se nutren con los restos de las razas precedentes". Y ni decir que el mandato de trasmutación incesante reza lo mismo para todas las actividades de las manos y del espíritu del hombre: "Las artes nuevas destruyen las anticuas; las mí, quinas hidróulicas han hecho inútiles los acueductos; los buques de vapor, los navíos de vela; la electricidad inutiliza a su vez los buques de vapor". "Las letras griegas han resistido más la acción del tiempo; pero sufren ya los efectos de la misma sentencia fatal y caen en el abismo inevitable que la creación de nuevos pensamientos abre a todo lo que es antiguo." Así, pues, las estrellas, las montaflas, las pirímides y las religiones son, en última instancia, tan sensibles a la acción del tiempo, como la carne. Es terrible para nuestros instintos y bitos quietistas, pero es así. Con soberbia reiteración insiste Emerson en la volubilidad divina de todo lo existente. La energía y la poesía del mundo son la antirrutina. "El sueóo, el descanso y la conservación no existen; todas las cosas se renuevan, germinan y florecen. ¿Por qué llevar en tiempos nuevos reliquias y harapos?" "La naturaleza aborrece lo antiguo; la única enfermedad existente es la vejez; todas las demís enfermedades se fundan en ésta." "Cada momento es nuevo en la naturaleza; el pasado es absorbido y olvidado siempre; sólo es sagrado el porvenir." ¡Sólo es sagrado el porvenir! Pocas veces se ha dicho algo
WALT WHITMAN más peligrosamente revolucionario, y ni decir que todo el pensamiento de Emerson lo es constantemente. "En el pensamiento de ma?lana hay una fuerza que arrastra y pesará todas las creencias.' Agudamente vió la repulsión orgánica que lo nuevo inspira a todos los pensionados del viejo orden establecido, por putrefacto que está. "Lo nuevo es siempre odiado por lo antiguo y a los que viven en el viejo estado de cosas, les parece un antro de escepticismo." Sí, ídolos moro¡ficados declaran descreído e impío a todo el que muda su fe a una verdad viviente. Y es claro que en el odio a lo nuevo obra sólo el miedo a la condena inevitable. "El terror de las reformas C3 el descubrimiento de que hemos de arrojar nuestras virtudes, o lo que tuvimos por tales, al abismo que han trazado ya nuestros vicios más groseros." Maravillosamente vió el maquiavelismo conservador del hombre que cierra los ojos a "la inocencia y la bondad del nuevo orden", y lo tacha de ilusión, y sobre todo de antiespírefinando "y levantará ritual. En efecto, el nuevo orden se irá refinando al nivel de tus teorías sobre el espíritu, tus teorías acerca de la materia". Pero la cualidad más definidora del hombre es tener "un sentido del futuro" como después dirá Hebbel. Entre todas las criaturas sólo el hombre, armado de pensamiento, tiende conscientemente hacia el porvenir. "Cuando Dios envía a nuestro planeta un pensador, temblad. Todas las cosas están entonces en peligro." El valor específico del hombre está en no dejarse abatir por la luz del pensamiento nuevo. "El hombre sólo puede alcanzar ese valor prefiriendo la verdad a sus opiniones antiguas sobre la verdad, aceptando prontamente la verdad, venga de donde venga, convenciándose intrápidamente de que sus leyes, sus relaciones con la sociedad, la cristiandad y el mundo a que pertenece han de ser un día sobrepujados o morir." El cambio es condición del crecimiento. Sólo en razón de 67
LUIS FRANCO su capacidad de despegarse de las circunstancias y los hábitos viejos —especie dc concha de molusco— y de adaptarse a las nuevas circunstancias creadas por él, en parte, puede el hombre medrar y avanzar. En este caso puede haber engrandecimiento, y el hombre de hoy reconoce apcnas al de ayer. "Tal debcrí. ser, a través de los siglos, la biografía humana: un despojo diario de las circunstancias muertas, parecido al despojo diario de nuestras ropas." Cuando dije que el pensamiento de Emerson era revolucionario, apenas dije la palabra indispensable. ¿Y qué Otra cosa podía ser el filósofo de un pueblo nuevo, moviéndose en una tierra novísima? "No podemos quedarnos en las ruinas, y si no queremos buscar apoyo en lo nuevo, tendremos que andar de espaldas, como esos monstruos que miran detrás de sí." Ni decir que Emerson era un demócrata en el sentido más responsable. Creía en la igualdad fundamental de todos los hombres, es decir, en que sus diferencias eran accidentales y mínimas frente a lo cuantioso y profundo de su parecido. Creía en el valor del hombre en sí, en su deber de confiar en sí mismo, en su capacidad de superarse indefinidamente. Creía en el derecho del hombre a erguirse y defenderse de las coerciones externas e internas de las eternas castas explotadoras —militares, industriales, sacerdotales— actuando en nombre de Dios, de la Patria, de la Tradición, del Estado. "La naturaleza odia los monopolios y las excepciones. Con la misma rapidez buscan su nivel las olas del mar y tienden a igualarse las condiciones humanas." "Vuestros sentimientos más valerosos son familiares a los seres más humildes." La medida del hombre genial está dada por su capacidad de expresar el genio anónimo de su tiempo y su pueblo. "Lo que hay de impersonal en los autores, es lo mejor que tiCnen.. "No me interesa la obra de Fidias, sino la obra del hombre en 68
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WALT WHITMAN aquel período del mundo griego." Así, pues, los grandes pensadores y artistas no son en cierto modo, més que mandatarios del pueblo. Todo intento de deshumanización del pueblo —es decir, de tiranizarlo— deshumaniza a los tiranos. "Tratad fríamente a los hombres como simples peones de ajedrez, y cosecharéis sus consecuencias lo mismo que ellos. Si queréis ignorar su corazón, perderéis el vuestro." Y el más vil y envilecedor de los demonios —el miedo— ataca a los hombres, Que pecan contra los hombres, agrupítndolos en castas sometidas y con deberes de injusticia sórdida, manejando sutilezas de araéas, invocando ídolos llenos de solemnidad y de fraude: la Propiedad, el Estado, la Religión, para tapar la iniquidad putrefacta. El corazón mismo de los hombres que rompiendo con los mitos carcelarios de la sociedad feudal de Europa sonaron instaurar la República de los libres en América, respira en este párrafo en que Emerson extiende la mano a los más medulosos renovadores sociales: "Todos los viejos abusos de la sociedad, imiversales o particulares, todas las acumulaciones injustas de propiedad, de poder, son vengados del mismo modo. El temor es un augur sagaz, es el heraldo de las revoluciones. Enseña que hay algo de podrido allí donde se muestra. Es un cuervo de pudrigorio, y aunque todavía no vcéis por qué revolotea sobre tal punto, sabéis que allí hay algo muerto... Tiempo ha que el temor zumbón y profético revolotea sobre el gobierno y la propiedad. Esta ave obscena, por algo esté, allí. Indica la existencia de grandes errores que exigen reparación." Emerson creyó categóricamente que el fin último de la historia y de la sociedad debe ser la personalidad humana, el libre individuo, y que la sociedad debe estar hecha para él, no él para la sociedad. Ahora bien, por razones que Emerson no logró poner en 69
LUIS FRANCO claro (la gran laguna de su doctrina, como la de todos los pensadores sociales, fuera de Marx), la sociedad humana —eso lo vió bien claro— oprime a sus miembros y tiende a encarcelar ¡o mejor del hombre. "La sociedad conspira por todas partes con' tra la virilidad de cada uno de sus miembros. ^ "La virtud más preciada dentro de ella es la conformidad; los que confían en sí mismos son aborrecidos. No se adoran las realidades sino los hábitos y la fama." Entre tanto el resguardo y crecimiento de la personalidad es la ley suprema. Todo lo que propenda a ello es justo y noble. Y es condenable, derechamente, todo lo que comprima o limite la libre expansión interna o externa del individuo. "Nada hay sagrado sino la integridad de vuestra propia conciencia. Si os absolváis vosotros mismos, tendréis el sufragio de los mundos." Esto es, el hombre está por encima del castigo y del perdón de los dioses. También por encima del aplauso o rechazo de la sociedad y sus amos. "El que quiera ser un hombre debe ser un no conformista." "Debo hacer lo que concuerde con mi personalidad no lo que las gentes creen que debo hacer." Tampoco tiene por qué acatar la moral rebacga de los hom, bres comunes —insuflada por sus amos y sacerdotes— tan hechos a la servidumbre, que ya no la advierten. "Sus virtudes sin penitencias. Yo no deseo expiar, sino vivir." Ser fiel a su propia ley, defender contra todo y todos la expansión del propio inimitable ser, no es sólo un derecho, sino una obligación sagrada. "Mi deber es andar derecho, ser viviente y decir brutalmente la verdad en todos sitios." Pero la total confianza en sí propio es voluntad de heroísmo. Coraje indeclinable, no sólo para desafiar la muerte si es preciso (cuando está en conflicto con la dignidad humana) sino, lo que no es menos, para no hacer ninguna concesión a las innumerables vilezas del vivir cotidiano. Así la voluntad heroica no es algo reservado para los días de fiesta: es obligatoria gimnasia de cada 70
WALT WHITMAN día y puede ensayarse hasta en los actos y ocasiones más humildes. "Su forma más ruda es el desprecio de la comodidad y la seguridad." Ya lo vemos: es la conducta antiburguesa por antonomasia. "Todo acto heroico se mide por el desprecio de algún bien exterior." El desinterés, la sobriedad, la amistad, el pensamiento, ci arte, pueden asumir formas heroicas. También la hospitalidad, como en el árabe del desierto o en el gaucho argentino. La vocación heroica se muestra también y sobre todo, en el desprecio de las tradiciones y veneraciones comunes: tal vez lo substancial del héroe sea su voluntad de tirar por la borda el pasado e inaugurar el mundo. Porque el verdadero héroe es transformador esencialmente: es afirmador; y cree en la vida, y en los hombres y en el porvenir, y no pierde su buen humor aunque su corazón esté hondamente herido como Tomás Moro en el cadalso o Lincoln en sus peores momentos. Y a propósito ¿no parece éste el retrato del Libertador de esclavos? "El grande hombre sabe apenas cómo come y cómo se viste, pero, sin ser metódica y precisa, su vida es natural y poética." Mas, por Otra parte la orgullosa confianza del héroe en sí mismo —imposible no recordar al aherrojado del Cáucaso— significa desconfianza en los dioses. "En el heroísmo hay algo de antifilosófico, algo de antirreligioso." Lo que Emerson llama carácter, o confianza en sí mismo, o personalidad -esto es, el hombre intacto, con todas sus fuerzas y aptitudes en libre expansión— constituye el suceso más grande de la historia humana y de la historia natural. "El carácter es la suprema forma de la naturaleza." El talento adolece casi siempre de sectarismo o sentimentalismo, pero el verdadero genio se prueba precisamente por su capacidad de abarcar la integridad humana, lo más hondo del entendimiento, de la sensibilidad y del corazón del hombre. ¡El corazón del hombre! "Poseemos más ternura de lo que se 71
LUIS FRANCO cree." Emerson piensa que éste es un privilegio humano no inferior, sino superior, al entendimiento. El sentimiento de benevolencia y apego a los demás —"desde el más alto grado del amor pasional, hasta el más ínfimo de la buena voluntad"— es la maravilla de cada día, la sal de la tierra. La crueldad y el odio son principalmente productos históricos, hijos predilectos de la opresión y la miseria. El don de la amistad no cede en nada a la poderosa magia del amor. "Los amigos no son personas rígidas y estiradas, sino poesía frescamente creada por Dios." La amistad vale mucho menos por su beneficio utilitario y social, que por su riqueza espiritual. Es "el fruto más tardío del jardín de los dioses", y su disfrute exige al hombre el tributo de sus mejores cualidades: sinceridad, generosidad y dignidad. "Vitupero al burgués porque hace del amor una comodidad." Aborrece la prostitución del nombre de amistad cuando se emplea esta palabra para expresar alianzas mundanas y caprichosas.....esa amistad vestida de seda y perfumada que celebra sus encuentros con diversiones frívolas, con sus paseos en coche, con festines en los mejores hoteles". No, la verdadera amistad es algo arduo y sacro, y sí exige sacrificios, paga con una de las satisfacciones más límpidas que puedan conocerse. En realidad, la amistad verdadera no puede ir aliada a ninguna bajeza, a ninguna concesión cobarde, y es la puerta de entrada a eso que agranda como ninguna Otra cosa, el corazón y el espíritu del hombre: el amor a sus semejantes. "El hombre es tímido. El hombre prefiere citar a algún sabio o algún santo, y se avergüenza enfrente a una rosa abierta." El hombre es tímido, o mejor, lo ha vuelto tímido una sociedad milenariamente sometida a los intereses de su clase tutora, con sus dos agentes: el polizonte, para la coerción externa, y el sacerdote, para la coerción interna. Y de ambas, ésta es la más aviesa y profunda. 72
WALT WHITMAN Demócrata esencial —inspirado de juro por la mejor aproximación moderna de democracia, que era su medio— esto es, con entera fe en el hombre y en el porvenir del hombre, Emerson sintió a fondo la profunda incompatibilidad entre el credo prometeano y la democracia, y los credos religiosos de las aristocracias viejas o nuevas. "No creéis al hombre que, aseverando conocer a Dios, os habla de él, invitando a retrovolver a la Vetusta fraseología de una nación antigua, de un país caduco." La alusión al Cristianismo y su Biblia no puede ser més clara. "Qué son las plegarias de los hombres?" "En verdad no tienen nada de consoladoras y viriles." "La plegaria utilizada como medio de conseguir un objeto particular, es una infamia, una estafa; implica un dualismo en la Naturaleza y la conciencia; es la antítesis de toda unidad." "Los remordimientos son otra especie de falsa plegaria." "Y si las preces de los hombres son enfermedad de su voluntad, los credos son enfermedad de su espíritu." Creo que esos son los aspectos representativos del pensamiento de Emerson. Demócrata fundamental de veras, porque su cree en ti mismo es flor de la més profunda y viviente raíz democrática, igualitaria y justiciera: significa que el yo del hombre —de cualquier hombre— vale virtualmente más que todas las instituciones y jerarquías políticas, religiosas y morales. Y tanto así, que, en cierto instante, su pensamiento —como el de los anarquistas modernos y los comunistas de toda época— se volvió abiertamente contra la Propiedad y el Estado, mirando en ellos los peores enemigos del hombre. "La confianza en la propiedad cuya secuela forzosa es el valimiento que se confía obtener del gobierno, protector de la propiedad, es una falta de confianza en sí mismo. Los hombres se han acostumbrado de tal suerte a mariposear de aquí para allá, fijándose en los accidentes exteriores, que no pueden menos de reputar las instituciones religiosas, científicas y civiles, como otros tantos ángeles tutelares de la propiedad, condenando, en consecuencia, todos los atentados dirigidos 73
LUIS FRANCO contra tales formas, que, en su sentir, no son más que ataques contra la propiedad. Gradúan su mutua estimación, no por lo que cada uno es, sino por aquello que posee." Es decir, que la propiedad ha expropiado al hombre. Nada como esto prueba la intrepidez de ojo y de corazón de este filósofo criado en medio del más avanzado ensayo de democracia moderno. "Haz aquello que tengas miedo de hacer." ¿Quién ha leído una frase que responda como ésta a la moral del futuro? Tamaño hombre no podía negarse a ver y decir aquello que tan bien ocultado sigue por la conspiración de las clases dirigentes y sus secuaces: que la humanidad no ha sido hasta hoy más que juguete de sus amos: "La humanidad ha tolerado generosa, humilde, fielmente, que los reyes, los nobles y los grandes la hayan dirigido en virtud de una ley que parece formulada exclusivamente para ellos." Mas, al mismo tiempo, su fe en ci destino del hombre fué la más alta que haya tenido pensador alguno: "La historia ha sido ruin y nuestras naciones nada más que villorrios. . . Nunca hemos encontrado un hombre; todavía no sabemos de esta forma divina; apenas si la vislumbramos en sueños y augurios." Otra será la oportunidad de evidenciar los contactos profundos entre el pensamiento de Emerson y la inspiración de Whitman. Sólo queremos ponderar ahora el misterioso parecido entre el genio y el carácter de Whitman y las ideas de Emerson sobre lo que es el poeta verdadero ("un hijo del fuego") y sus presentimientos de lo que debía ser el poeta de América. Había conocido un día un hombre de espíritu sutil cuya cabeza "parecía ser una caja llena de ritmos y sonidos delicados y encantadores", pero no creyó que en este caso, como en tantos otros, el consumado dominio de la lengua fuera el pasaporte de un poeta verdadero. "No traspasa el límite ordinario de nuestro horizonte. No se trata de una montaña gigantesca cuyos pies sean 74
WALT WHITMAN cubiertos de una flora tropical y que todos los climas del mundo rodeen sucesivamente con su vegetación. . . no; su genio es el jardín o parque de una casa moderna, adornado de fuentes y estatuas y lleno de gente bien educada. Bajo la armonía de esta música variada, discernimos el tono dominante de la vida convencional. Para ellos —nuestros poetas— el pensamiento es cosa secundaria; lo fino, la cinceladura de los versos, es lo principal." Su profundo sentido hcraclitiano de la Naturaleza y del hombre lo llevó a escribir esto: "Cada nuevo período requiere una nueva confesión, Otro modo de expresión, y el mundo parece que espera siempre su poeta". Y sobre lo informe de nuestro conocimiento: "¡Cuán poco de lo que sabemos esté expresado!" Emerson no creía que el sentimiento de la Naturaleza (es decir, de la poesía) fuera privilegio de los exquisitos. "Quién ama a la Naturaleza?" Los poetas, los hombres de ocios y de educación refinada que viven con ella ¿son los únicos que la aman? No; los cazadores, los colonos, los carreteros y los carniceros la aman también, aunque expresen su afecto por la elección de su estado, no por la elección de sus palabras. Emerson pensaba que si va al fondo último de las cosas, el problema de la esencia y la forma es vano, en filosofía como en estética. Pensaba con Spenser (el mayor poeta inglés después o antes de Shakespeare) que "el alma es forma y da forma al cuerpo". Sentía así lo esencial: "El Universo es la exteriorización del Alma. Nuestra ciencia es sensual y por ende superficial. Tratamos de un modo sensual la tierra, los cuerpos celestes, la física y la química, como si existieran por sí mismas; pero estas cosas son la continuación del ser que tenemos". Y pensando en el poeta: "El poema no lo hacen los ritmos sino el pensamiento creador del ritmo". Creía que la poesía es liberación y gozo sagrado. "Con qué alegría comienzo la lectura de un poema en que espero encontrar inspiración. Mis cadenas van a romperse. ...Creía que, por sobre
LUIS FRANCO todas las cosas, el poeta de verdad es el trozador de la rutina que encadena a los demás: un ser libre y libertador. Ni decir que con tamaño concepción Emerson no suponía que el poeta pudiera ser, como hombre, un ser infatuado, mezquino, cobarde y vulgar. "Hasta los poetas se contentan con vivir de una manera burguesa y conforme a la de sus vecinos.....Pero eso no podía hacerlo el consciente de que "lo bello es la purgación de toda superfluidad", que dijo Miguel Angel; el hombre realmente asistido y empujado por el celeste demonio que odia hasta el horror las cadenas de la componenda, el interés, el simulacro y el fraude. Sencillamente ci poeta debía aceptar la dureza de los destinos heroicos: "El poeta esté aislado en medio de sus contemporáneos por la verdad y por su arte; pero puede consolarse, pensando en que tarde o temprano atraerá a los hombres". Una tozudez macabra debe ser la suya: "No dudes, ¡oh poeta!, persiste. . . Quédate allí tartamudeando y balbuciente, silbado y maldito; lucha y trabaja hasta que al fin la savia haga salir de ti ese poder de sueño que traspasa los límites de las cosas más secretas.....Realmente su suerte doméstica ha de ser la menos envidiable de todas: "Otros serán para ti hombres del mundo i representarán por ti la vida cortés y mundana; Otros también harán por ti ac-iones brillantes. Pero tú te mantendrás oculto en la Naturaleza y no tendrás tiempo de presentarse en la Bolsa o en el Capitolio. El mundo está lleno de sacrificios y aprendizajes, y he aquí el tuyo: pasarás largo tiempo por un loco y un estúpido misántropo". Pueden los consuetudinarios rimadores entregarse al abandono, los placeres fáciles, los narcóticos, el vino; pero el poeta está obligado a la sobriedad del atleta. Con Milton, Enerson pensaba que el venido "para cantar a los dioses y su advenimiento entre los hombres, debe beber agua en una escudille de madera". O en el hueco de la mano, en el torrente salvaje, como el profeta de Hugo: Pendant que le lion boit de l'autre coté.
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WALT WHITMAN Con su larga mirada —contrariando la tradición académicaEmerson advirtió que aquello que la Naturaleza crea por intermedio de los hombres (arados, ferrocarriles, fábricas) también le pertenece, y por tanto es material poético. "El poeta ve que estas cosas entran en el gran orden lo mismo que la colmena, o la tela geométrica de la araña. La Naturaleza adoptó bien prento tales cosas y las hizo entrar en sus círculos vivos. . Con tales concepciones, la idea que Emerson se forjaba del poeta de nuestra edad y de América era extraordinaria en todo sentido. "En vano busco al poeta que describo. No nos dirigimos bastante simple y profundamente a la vida, ni cantamos bastante nuestro tiempo, y nuestras propias aventuras. Si nuestros días estuvieran llenos de bravura y heroísmo, no nos abstendríamos de cantarlos. El tiempo y la Naturaleza nos traen muchas cosas; pero todavía no nos han dado el hombre del tiempo, la nueva religión, el reconciliador que todo espera. Todavía no hemos tenido en América el genio de mirada tiránica que conociese el valor de nuestros incomparables elementos y que viese en la barbarie y el materialismo del tiempo, el disfraz de los mismos dioses que tanto se admira en Homero, luego en la Edad Media, después en l calvinismo, y así sucesivamente. Los bancos y las tarifas, los diarios, el metodismo y el unitarismo, son cosas banales e insípidas para las gentes banales e insípidas; pero tienen el mismo interés maravilloso que la ciudad de Troya y el templo de Delfos y se desvanecerán con la misma rapidez. No se han cantado todavía nuestras cabañas de madera, nuestros negros, nuestros indianos, nuestros navíos, la cólera de los miserables, la pusilanimidad de la gente honrada, el comercio del norte, las plantaciones del sur, la desmontadura del oeste, del Oregón y de Tejas. Y sin embargo América es un poema a nuestros ojos... Si no he hallado entre los nuestros la cabal combinación de dones que busco, no la he hallado tampoco entre los poetas ingleses desde cinco siglos. Son hombres de ingenio més que poetas, aunque 77
LUIS FRANCO haya habido poetas entre ellos. Mas, cuando se piensa en el ideal de poeta, se encuentran peros hasta en Milton —demasiado literario —y en Homero— demasiado histórico." Ahora bien; quien tenga medianas referencias del genio y las proezas de Whitman no podrá menos que advertir su relación misteriosa con la prefiguración de Emerson. En contraste profundo con la indiferencia, el desdén, la gazmoóería o la agresividad innumerable del público o la Crítica frente a la revelación de "Hojas de Hierba", Emerson sorprendió al autor con una carta de diamantina clarividencia y de prodigioso elogio: "Querido señor: Justiprecio el maravilloso regalo que me ha hecho Vd. con "Hojas de Hierba", que considero el més extraordinario trozo de espíritu y de sabiduría que América haya producido hasta ahora. Me siento del todo feliz con la lectura de ese libro, porque ci gran poder nos vuelve felices. Responde él a la demanda que yo enderezo siempre contra lo que me parece de naturaleza estéril y mezquina, como si un exceso de trabajo, o demasiada linfa en el temperamento, estuvieran en camino de volver bajos y adiposos nuestros espíritus occidentales. Lo felicito por su pensamiento independiente y valeroso. Siento una gran alegría. Encuentro cosas incomparables incomparablemente dichas, como deben serlo. Encuentro ese coraje en el trato que tanto placer causa y que sólo una amplia visión puede inspirar. "Saludo a Vd. en el comienzo de una gran carrera, que debe haber tenido, no obstante, un largo precedente en algún lado, para permitir un tal estreno. Yo me he frotado un tanto los ojos para ver si el rayo de sol no resultaba un espejismo; pero el sentido sólido del libro es una certidumbre cabal. Tiene el mayor de los méritos: comunicar fuerza y coraje. "No he sabido hasta ayer tarde, viendo el libro anunciado en un diario, que podía tener el nombre por real y válido para 78
WALT WHITMAN el correo. Querría ver a mi bienhechor, y me han venido ganas de dejar mis trabajos y llegar hasta Nueva York a presentarle mis respetos. - R. W. Emerson." Si algo revela tamafio mensaje es la magnanimidad soberana y la luminosa penetración de Emerson, a la sazón en el ápice de su fama. El hombre que no sólo personificaba la capacidad de pensamiento de la Unión, con prestigio que se extendía a Inglaterra y Europa, sino que era para todos como el espejo augusto de la dignidad moral, ese hombre se dirigía como un simple camarada, casi como un discípulo, a un periodista del montón. sólo porque veía en él el alba de una grandeza verdadera. Y como ocurrió que nunca un libro más grande tuvo recepción más infeliz en su medio y su época, he aquí que la carta de Emerson significó mucho menos una mera satisfacción privada para Whitman, que un verdadero salvoconducto en su ruta hacia la realización de su obra a través de la manigua de la incomprensión, el odio, la befa y la calumnia. Emerson pensaba que entre el genio y la masa hay una identidad esencial, y ésa fué una de las convicciones mí.s invictas de Whitman. Sólo que él parece haber ido más allá, pues para él la masa no era venerable sólo por engendrar el genio y poner en sus manos los materiales acumulados, sino que la masa y cada una de sus unidades integrantes eran augustas en sí misma q, y resultaba un desfalco a la verdad y la justicia el concebir la historia como una galería de biografías heroicas. Si la masa guarda con el genio la relación que media entre la tierra y el árbol a quien Sostiene y nutre, una relación idéntica guarda con la personalidad de cada hombre. Sólo a través de los otros —esto es, del proceso social— el hombre puede lograr su libertad, digo, el despliegue de todas sus posibilidades, su realización completa como persona. De ahí que el amor al prójimo, la fraternidad actuante sea menos un deber para con Dios que para consigo mismo. Estos dos aspectos de un mismo 79
LUIS FRANCO pensamiento estén insinuados en Emerson claramente. Y he aquí que en la época moderna, nadie tuvo de la personalidad y de la fraternidad humana un sentido y un sentimiento comparables a los de Whitman. Eso y la aprehensión de la esencia una de la naturaleza y del hombre a través de las formas y los acontecimientos: esas dos virtudes whitménicas encendieron, sin duda, por sobre todo, el fervor de Emerson. El sabio de Concord, no sólo escribió aquella gran carta al nuevo poeta, sino que hablaba de él a sus mejores amigos y aun les aconsejaba visitarlo. Así vinieron a ver a \Vhitman el historiador Moncure Conway, que halló al hombre idílicamente tirado sobre la hierba bajo un sol que calcinaba las piedras. Así llegó también hasta él "el joven dios Pan", como Emerson llamaba a Thoreau. Un buen día Carlyle recibió esta carta: "Un libro ha visto la luz el último verano en Nueva York, un monstruo no descrito aún, pese a que tiene ojos terribles y una fuerza de búfalo, y a que es indiscutiblemente americano: he pensado enviárselo. Pero dicho libro se casa tan mal con algunas gentes a las cuales se lo he mostrado, y es de tal modo inmoral, que no lo he hecho. No obstante, considerándolo de nuevo hoy, se lo remito. Se llama "Hojas de Hierba" y ha sido escrito e impreso por un ubrero compositor de Brooklyn, Nueva York, llamado Walter Whitman. Cuando lo haya recorrido, si usted juzgara, como es posible, que se trata sólo de un inventario de bodega hecho por un subastador, usted podré servirse de él para encender su pipa". Un día la madre de Walt, en su casita de madera, oyó golpear la puerta discretamente. Después Walt sintió que una voz viril preguntaba por él. En efecto, un hombre de fina y elevada estampa, de rostro enérgico y sereno a la vez, apareció saludando: —Cómo está usted, seéior Whitman? Era el mismísimo Emerson, que parecía adelantar la mitad 80
WALT WHITMAN de su luminoso espíritu en la limpidez de su mirada. Y una hora sin olvido posible junté por primera vez a los dos mis claros hijos de América. No fui la última, por cierto. Varias ocasiones el filósofo y el poeta, que eran ambos, por encima de todo, dos maravillosas encarnaciones del tipo hombre y dos magníficos devotos de la amistad, estuvieron intensamente juntos. La postrera entrevista ocurrió veintitantos años después de la primera. El filósofo, muy envejecido, y Whitman con su salud rota. Ambos taciturnos más bien, esta vez hablaron apenas. Algunas frases o palabras profundas o graciosas, alguna sonrisa iluminada o aguda, nada más. Fui todo un dejarse estar religiosamente el uno al lado del otro. Mas el grande encuentro entre ambos ocurrió mucho antes, cuando Walt fui por primera vez a Boston con el doble objeto de vigilar la nueva edición de su libro y de visitar al maestro. "En Boston, cuando las gentes quieren conversar, van al Common", dijo Emerson, y con total encanto de Walt se lo llevó al viejo parque. Y en la serena y lúcida mañana invernal, recorriendo las grandes avenidas de olmos, Emerson habló de "Hojas de Hierba". Whitman escuchaba. Y durante dos horas Emerson se empeñó poderosamente en algo que sólo él —o nadie en el mundo— era capaz de hacer: convencer a Whitman de que sus "Hijos de Adán" debían quedar fuera del libro. Whitman sintió sin duda que era ésa una de las horas cruciales de su vida. En cierto modo, Emerson era o había sido su maestro, y sus libros habían nutrido su pensamiento y aun su espíritu. Y la sabiduría y la autoridad intelectual y moral del filósofo eran inmensas. Emerson, cuya militar irradiación de espíritu eclipsaba casi su simulacro corporal, era exterior e interiormente un ente magnético. Había aún una última cosa hondamente presionante para un hombre como Walt: era la temperatura emocional de Emerson, la fuerte simpatía de que le daba testimonio. El 81
ataque era tan profundo como el que podía venir de un gran estratego del pensamiento. Whitman no acertaba a parar un solo golpe, y Emerson se detuvo al fin diciendo: —¿Qué me responde, pues? —Nada, absolutamente nada, sino que aun reconociéndome incapaz de dar una sola respuesta, me siento más que nunca resuelto a seguir leal a mi propia concepción. Nada como esto revela la insumergible confianza de \Valt en sí mismo, pues entre otros, Emerson usaba un argumento irresistible: —Comprenda, señor Whitman, que mi idea no es que haya mal en su libro. Mi idea es que quitando algunas cosas de él, ayudará usted a extirpar un poco el mal que hay en la gente. Emerson estaba lejos de ser moralmente un puritano. Pero su grandeza y su audacia intelectuales no podían ostentar como contrapeso una libre y omnívora sensibilidad y cordialidad, y un desembarazo tales como los que caracterizaban a Whitman. ¿No había acaso un poco de hipocresía inconsciente en el consejo de Emerson, contrariando sus mismas enseñanzas sobre la fe en sí mismo? De cualquier modo, hoy sabemos que Whitman hizo bien en rechazarlo. Y tanto, que su primer beneficio fué que el poeta no volvió a dudar jamás de sus propias fuerzas.
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CAPíUTO VII
LINCOLN Y WHITMAN Hijo de p adres analfabetos, nacido y criado co una cabaña, junto a un bosque (enteramente mezclada a la del bosque la vida de los hombres) donde son objetos augustos el hacha y el fusil del padre carpintero y cazador; durmiendo en el granero o sobre un jergón de hojas, calzando ropas y botas de piel peluda de búfalo, nutrido de leche ordeñada por su madre o por sí mismo, o de carne de caza, comiendo en plato de arcilla. . . Hijo de proletario es Abraham Lincoln, de una madre que cose camisas para los acomodados y de un padre que fabrica sillas y mesas para los vecinos del contorno. Dos veces el niño asibte al cambio de hogar; la última a una región más salvaje que las conocidas, una comarca donde el oso aun hace guerra al hombre. Ayudar en la siembra de maíz o la cosecha del centeno, acarrear agua, cortar leña, ordeñar la vaca, el niño hace la perfecta vida del campesino pobre. Sólo que su madre muere, y la nueva esposa de su padre no resulta la madrastra clásica; por lo menos se empeña en que todos los niños de la casa vayan a la escuela, y así el pequeño Abraham se acerca al mundo mágico de los libros: el Róbinson, la Biblia, las fábulas de Esopo, las vidas de Wáshington y Franklin, un diccionario. Los lee una vez, dos, veinte y, sobre todo, reflexiona. Eso y los periódicos que hojea en las tiendas y las fondas, y lo que escucha en ellas influyen más que la escuela a la cual no va en total un año entero. 83
LUIS FRANCO Todo un hombre a los diecisiete años, exteriormente, no sólo por su estatura gigantesca, sino por la viril estructura de su cabeza y su nariz, el interrogador avance de su mirada, la seriedad de sus labios. Lejos del ideal de las muchachas, sin duda, el flaco y rudo muchachote. "Parece tallado a hachazos, pero todavía sin cepillar." Supera ya en furza a los hombres comunes; su hacha pasa por la primera de todo el distrito. Si, aprendió a escribir correctamente, pero no tienen mucho tiempo para ello sus manazas ligadas al cepillo, a la sierra, a la azada, al arado, a las riendas, al hacha. . . Si no lo ocupa su padre trabaja para otros por un jornal mísero, a pie o a caballo. Eso sí, su corazón parece en el más completo desacuerdo con su bronquedad externa. Siendo niño, se negó, despuás del primer ensayo, a disparar su escopeta sobre ser alguno viviente. Más tarde dispersa a unos muchachos que echan brasas sobre la concha de una tortuga. No lo impresionan la iglesia ni el cura, aunque gusta imitar al predicador, entre las risas de sus compañeros. Pero las humillaciones —más de una, puede creerse— que debe sufrir a causa de su pobreza, lo vuelven melancólico, como su sensibilidad sutil unida a su fealdad lo vuelven tímido con las mujeres. Su fuerte tendencia a la cavilación y la meditación, a estudiar al hombre y cuanto lo rodea, aguzan en no el espíritu de venganza, sino el de justicia y despiertan el humor. Sensibilidad e imaginación. Su espíritu es esencialmente poético, menos porque escriba versos (como lo hace y lo hará muchas veces en su vida) o por su afición a los relatos, que por su afición a jerarquizar en símbolos los hechos contingentes. Y el más celeste privilegio de los poetas, el de identificarse con los sentimientos de los demás, eso fuí lo más genial de Lincoln, y ci muelle real de su grandeza. Porque es maravillosamente capaz de relacionar las humillaciones de su corazón con las del prójimo, el destino hará de él, no sólo el libertador de 84
WALT WHITMAN los esclavos, sino, como veremos, el glorioso augur de la emancipación del trabajo, esto es, de la emancipación humana. Como obrero o artesano, el joven Lincoln no sólo es fortísimo, sino también muy ducho. Buen constructor de almadías y conocedor del río, no falta un hacendado que lo contrate para llevar su mercancía al sur. Así baja por el Ohio al Mississipí, por el Mississipí a Nueva Orleans, y así conoce algo que se dijera de edades prehistóricas: un mundo donde unos hombres se han erigido en dioses de los otros. Cazados como bestias salvajes, vendidos como caballos, encadenados como homicidas, los esclavos! "Pago en todo momento y al contado los mejores precios por toda clase de negros... Poseo una cárcel expresamente construida para su alojamiento." ¿Vergüenza? Sí, y asco. En el mercado, la gente recrea sus ojos en los esclavos aherrojados y golpeados como bestias malignas por el negrero; una mulata de aire delicado y virginal, examinada como mero objeto que es por los compradores. Kentucky, Indiana, Illinois, el joven Linclon no tiene pago chico, esto es, su pago son los Estados Unidos. En Illinois dos hazañas hacen resonar su nombre: vence en lucha al campeón local y salva dos náufragos en una creciente del Sangamon. Pobrísimo siempre. Trabajando para un contratista a fin de adquirir unos pantalones, debe cortar cuatrocientas estacas por cada metro de tela. . . Así y todo, lee vorazmente en sus no muchos ratos libres. Comienza a interesarse por los códigos y los libros de derecho, aunque su gusto mayor está en las historias. De nuevo viaja al sur, por cuenta ajena, es claro, como almadiero, y deja su vida de campesino para siempre. Otra vez en Nueva Orleans. Muy fácil resulta imaginar la prodigiosa impresión de un hombre como Lincoln —jornalero neto, avezado, sin orgullo ni humildad en todos los trabajos que se hacen con las manos—, en un mundo donde el trabajo es un castigo y un baldón, donde las criaturas que lo practican 85
LUIS FRANCO son relegadas a un nivel inferior al de las bestias. . . ¿Es que hay algo igual a esa negación total del hombre que es la esclavitud, para el que la ejerce y para el que la sufre? Sí, hay algo peor: algunos argumentos para justificarla. "Los cacareos contra la esclavitud son pura sensiblería ro míntica. Los negros son una raza inferior ¿quión lo duda? Tan salvajes en su tierra, que sólo saben hacerse la guerra mutuamente. Y no saben trabajar. Ni vestirse. Ni tienen moral. Ni conocen la medicina. ¿No se salvan de todos esos inconvenientes los negros en la esclavitud? Y por si eso fuera poco, ¿no reciben el bautismo y la fe, es decir, no se aseguran un porvenir en el cielo? Por lo demí.s, ¿no es la esclavitud una institución de siglos, una tradición venerable que viene de nuestros antepasados? Finalmente, la libertad es sólo un prejuicio: los negros viejos, libertados en premio de sus servicios, por el amo, suplican porque se los deje en la esclavitud, es decir, en la seguridad. . Con la sonrisa de la mis insondable amargura debió escuchar Lincoln esta introducción a la filosofía negrera. El sólo ve que, en estas tierras, el rico, que vive en palacios y para quien son gajes inalienables todas las exquisiteces del yantar, del beber y del vestir, tiene sus pies por encima de la frente de los hombres de cuyo trabajo vive, y que sus hijos paladean el mis aristocrático de los privilegios: el de aburrirse de no hacer nada o de ejercer la crueldad para desaburrirse. Los esclavos viven en abyectas chozas de barro, y apenas si conocen Otro alimento que el maíz, y las jornadas son de doce a catorce horas de trabajo más o menos brutal, bajo un sol que no lo es menos, y casi siempre encadenados por parejas. A la menor pausa o prisa o falla, el látigo del capataz interviene restallante. No es todo. Cuando la jornada acaba, los dhitos al reglamento son cobrados, no por el primer comedido, sino por un virtuoso de la flagelación, el verdugo que sabe conciliar magistralmente —¡para algo se ejercita en un maniquí!-- dos coFIR
WALT WHITMAN sas al parecer incompatibles: extraer el máximo dolor a la víctima sin lesiones que impidan el trabajo del día siguiente. La fuga es mejor no soñarla, pues que un negro salga con éxito de tal lance es tan fácil como hilar hilos de arena. Hasta llegar a la adultez, Lincoln ejercerá los más diversos oficios: timonel y fogonero de un barco, dependiente de almacén, luchador y pugilista de ocasión, capitán de milicias, cardador de lana, estafetero a caballo con reparto de correspondencia a domicilio, jornalero leñador de nuevo y aserrador de madera, agrimensor por fin, todo ello con tan poco sentido de los negocios y del interés personal, que un día sus acreedores le embargan el caballo. Eso sí, haciéndose lugar en cualquier circunstancia y momento, lee y medita cada vez más ávidamente códigos, diarios, historia, medicina, comentarios de leyes. Un holgazán de quien se hace amigo lo pone en contacto con la poesía: Shakespeare, Burns. En las reuniones públicas o en la taberna, entre un match de box y un ensayo de cancán, Lincoln comienza a dirigirse al público con una singular mezcla de oratoria política y narración doméstico-literaria. Llegará a candidato triunfante en la primera elección. Lo que impresiona de entrada a los colonos es que este gigante de tanta fuerza y baquía sea al mismo tiempo tan inofensivo para los hombres y los animales. ¿Qué importa que los puritanos, con su Biblia bajo el brazo lo tachen de ateo? Su honestidad es tan llamativa, que "el honrado Abraham" será su apodo en adelante. Mas esa honradez no obra en función de un deber impuesto o de un programa moral; no, viene de su fondo más insobornable, de lo más "lincolniano" que hay en él. Raramente es de buena ley la bondad cocinada en el aire emoliente de las estufas, los gabinetes y los confesonarios. La de Lincoln se fragua al sol, al aire libre, al trabajo y al sufrimiento rudos, al calor nativo de la sangre y al comercio de igual a igual con todos los
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LUIS FRANCO hombres. Su bondad tiene otro nombre: respeto incorruptible a la dignidad personal. Las concepciones del joven Lincoln, a fuerza de identifi' carse con la esencial dignidad del hombre, resultan detonantes en su ambiente y en cualquier ambiente de moral política común. Es que él no es un político, en el sentido corriente: es su antipolo. El no podía hacer un ídolo de la Constitución, por ejemplo, porque el destino ascendente del hombre está por encima de la inercia de los ídolos. La Constitución no sólo había reconocido la esclavitud, sino que, electoralmente, aseguraba el predominio de los propietarios de esclavos en la política nacional. Qué no debía ser la esclavitud, para que el mismo Jéfferson, propietario de esclavos, se volviera contra ella amargamente! ¿Cómo podía conciliarse esto de que el país de los hombres más libres llevara en su seno una institución de oprobio que no existía ya ni en la oprimida Europa ni en ci Asia más arcaica? Su apretada lógica, su convencimiento contagioso, su mímica de naturalidad sorpresiva, su genio de la más auténtica prosapia popular, lo han vuelto orador de ancho prestigio. No es a ello ajeno la fama de su honra: no pudiéndosela atacar, sus enemigos políticos le echan en cara un día sus advenedizas ropas "de lujo". Lincoln en pleno discurso, se saca el levitón abogadil y muestra la camisa remendada del leñador. ¿Qué parece expresar, por encima de todo, el rostro fieramente melancólico de Lincoln? Su alma de poeta, apenas hay duda: su poder de comulgar con la común alma humana. Y su poder inventivo: la desgracia de "soñar sueños paradisíacos que sobrepasan siempre todo lo que la tierra puede ofrecer". Ni decir que el abogado carece de la "respetability" profesional. En su bufete, el mínimo de orden posible, y sus ademanes, los más desentogados que pueda imaginarse. ¿No guarda cartas y y cheques en su encumbrado sombrero? Después, no sólo rechaza juicios que tiene seguro de ganarlos, sino que, si cree que sus 88
WALT WHITMAN contrincantes tienen la razón, se la reconoce sin mis vueltas. Y defiende a los esclavos prófugos, aunque eso es mal visto por la gente honorable, y no da dinero. Por cierto que viste ahora como cualquier abogado que se estime; ¡pero cómo va a tener tiempo para las rodilleras de sus pantalones o su corbata ladeada si le atarea tanto el corazón de la gente! Cierto que el diputado al Congreso de Illinois o el candidato a la presidencia es casado con mujer de posición social, pero he aquí que le ocurre sentarse a la mesa en mangas de camisa, o tirarse sobre la alfombra, con sus larguísimas canillas, a jugar con los niños, o cualquier día, en el campo, sorprende a sus huéspedes, con el cubo espumoso de leche recién ordeñada por sus manos. . . ¡Siempre el dolor de cabeza del comm 'il faut de su mujer y del protocolo! Orgullosa y serenamente, hizo siempre vida de proletario. En vísperas de su ascenso a la presidencia, mientras el otro candidatoviajaba en tren especial, Lincoln se sentía a sus anchas en un vagón ordinario, confundido entre enjambres de campesinos pequeñoburgueses y obreros. Triunfante, acomoda y ata con sus manos sus baúles para el traslado a la Casa Blanca. Indice modestamente orgulloso y grandioso de la democracia: servirse a sí mismo.
Su desdén por las convenciones y ficciones es rajante. Cuando un pintor de moda le pide que "pose" con un objeto simbólico en la mano, Lincoln desaparece un momento y vuelve con una escoba... Su indisciplina y su desorden externo en lo cotidiano son su modo de reaccionar contra la tiranía de horarios y compromisos vanos; una expresión de su radical sentido y amor de la independencia: come, viste, duerme o habla dónde y cómo le viene mejor, eso es todo. Son fuertemente sintomáticas sus incompatibilidades: la palabra gentieman —favorita de la señora de Lincoln— entre ellas; cuando la estropea el menor de sus chicos, lo celebra a risotadas, echándose sobre él y arrojándolo, una o varias veces en alto. 89
LUIS FRANCO Antisedentario nato, declara que los buenos pensamientos le vienen caminando. Como abogado, prefiere el tribunal ambulante. Además, en estas andanzas por la campaña se libra, entre Otras cosas, del parasitismo de la corbata y el reloj. Y además, aquí y así sí que está en el más cotidiano y campechano contacto con el pueblo, fuente de su gran sabiduría. No le gusta que nadie se incline ante él, ni él sabe inclinarse ante nadie. Realmente, no sabe adular a nadie, y menos a las masas. En una ciudad lo reciben con silbidos, pero aun le irá peor cuando en otra lo lleven en hombros y bajo guirnaldas, pues todo lacayismo le repugna, y el popular más que todos. El dinero no tiene imán para la naturaleza lincolniana. A un cliente que a título de honorarios le gira cierta suma, el singuiar abogado le devuelve la mitad, diciendo: "Es suficiente". Y a quien desprecia el dinero, le resulta fácil como un trago de agua el ser probo y aun incorruptible. La incorruptibilidad de Lincoln es de diamante. Lealísimo consigo mismo, nada que no esté en su cabeza está en su corazón y en sus ademanes. Es antipredicador y antifariseo esencialmente. Su soberano sentido moral está libre hasta de la menor lacra de puritanismo o redentorismo. Cierto, conoce mucho mejor las leyes del alma humana que los artículos de los códigos políticos o morales. No le preocupan ni la riqueza, ni el poder, ni la familia, ni la erudición. (Lector voraz, apenas si conserva un libro.) Le preocupan los hombres, sean quienes fueran y venga de donde vinieran. Acerbamente ridiculiza la xenofobia. Por cierto que cualquiera logra adivinar el caudal de afecto humano que lleva el gigante de ojos grises. Un cualquiera, en plena calle, puede sacarlo de su abstracción, deteniéndolo para hablarlo: él pestañea, sorprendido, y de pronto esconde en sus grandes manos las de su interruptor, y con la sonrisa 4e la gran simpatía ahondándole y duplicándole las arrugas del 90
WALT WHITMAN rostro, pregunta: "Cómo está usted? ¿Cómo está?...", dos o tres veces y no se aleja sin festejar el encuentro con alguna anécdota llena de campechanía y de gracia. La amistad llega a ser para él medicina y refrigerio. Llega a vincularse cordialísimamente con un mozo, que no sólo es veinte años menor que él, sino que, por su origen y carácter, es su polo opuesto: aristócrata y hermoso y despreocupado, amigo de orgías y caballos, ferviente de la música y admirable cantor. Innumerables veces, el gran melancólico, que no conoció amoríos ni dinero, ni jugaba ni bebía, mató las horas negras gracias a este hijo ligero de una sociedad ligera. Su amor a los hombres es invencible. Millones de casos darán fe de un corazón de celeste serenidad, de una naturaleza como angélica, aunque claro es que sólo se trata de la sana y auténtica naturaleza humana no averiada por convenciones e intereses, sino fortalecida en su original pasión por la sagaz frecuentación del mundo y uno de los más clarividentes sentidos de la fraternidad humana que se conozca. Basta aludir a los infinitos recursos de que se valdrá un día el presidente para salvar a toda costa a los soldados condenados a muerte en forma rigurosamente legal. En unos casos se librarán por demasiado jóvenes, en otros por demasiado viejos, en otros simplemente porque su conducta anterior nada dice en contra. .. En su ardor por desatar nudos de horca no vacilará en mentir, simple y sublime mentira, cuando no le queda más recurso. "Es hijo de un amigo mío, tan íntimo que no puedo consentir que sea ejecutado." Más tarde, en la hora más victoriosa, se negará categóricamente, contra el parecer de todos, a castigar vengadoramente a los rebeldes vencidos. ¡Qué abismo entre este hijo perfecto de una imperfecta democracia y el farisaico celo de los consumidores de hombres en nombre de Dios o del santo orden establecido! "No imagináis lo terrible que es ver morir a un hombre sabiendo que con un trazo de nuestra pluma podemos salvarlo." Sobre esto, centenares 91
LUIS FRANCO de cartas de su puño y letra a toda clase de gentes, a pobres madres viudas, a humildes hijos del pueblo: "Piden poco, obtienen menos y me agrada verlos", contestará a quienes le aconsejan no recibir a los miles de visitantes que lo asedian. Mas preciso es no confundir su justicia y su bondad con sensiblería o condescendencia blanduja. No sólo es fuerte y agudo en las controversias y sabe manejar su lógica con efecto parecido al de su hacha en el bosque: el gran melancólico es capaz de proveer de risa al auditorio una hora entera cuando le toca poner en la picota a tal cual malandrín de fuste. De veras, si algo lo saca de quicio son las grandes palabras patria, religión, constitución, encubriendo intereses o privilegios inicuos; son los mercenarios vestidos de venerables. Cuando le presentan un día un memorial imponente de firmas respetables, exclama: "Reconozco en ellos a la cáfila de bribones y embusteros que firmaron el año pasado el informe sobre Seward". Cuando le hablan de la conveniencia de considerar a los personajes sudistas se levanta impaciente. "Nada se gana con adular a los canallas responsables de la actual situación." Y cada vez que es preciso usar la mano de hierro, es decir, sacrificar lo chico para salvar lo grande, lo hace sin pensarlo dos veces. El gran soñador y acercador del porvenir es, simultáneamente, un realista agudo. No es mucho que no sea un puritano; tampoco es un cristiano. "Le he oído combatir los dogmas y las bases del cristianismo", dice su socio Stuart. "Siempre ha negado Lincoln que Jesús fuera el Mesías e hijo de Dios". Es decir, sospechó que los dioses eran hijos del hombre. El futuro libertador sabe bien lo que la historia enseña: que las religiones son el mejor cemento de la servidumbre. Sin embargo, en lo profundo su actitud es religiosa: cree, rechazando la casualidad, en un orden insondable y en leyes sagradas y cree en la inmortalidad, aunque no en la estúpida condenación eterna 92
WALT WHITMAN ni en la rebajadora plegaria. Cree en los hombrs y por eso no cree en los fantasmas de ultramundos ni en sus albaceas de carne y hueso. He aquí algunas de las frases suyas que echan més luz sobre lo más genial de su carácter y de su estilo de hombre: "El que no quiera ser esclavo, debe abstenerse de tener esclavos". "Riqueza es el exceso de cosas innecesarias". "No es ningún placer para mí triunfar de nadie". "Si renegamos de nuestra Constitución y declaramos la inferioridad de los negros, no tardaremos en declarar que no todos los blancos son iguales". "No voy nunca a la iglesia y probablemente nunca volveré a entrar en ninguna, pues no sé qué hacer en ellas". "Gracias a Dios que nuestra organización de trabajo autoriza las huelgas." "Nada de componendas". "Prefiero emigrar a cualquier país en donde no se profane el nombre de libertad, a Rusia, por ejemplo, donde se rigen por un franco despotismo, que al menos no se empequeñece con la levadura de la hipocresía". "Si me matan, me evitarán el trabajo de morirme". Puede presentirse que un hombre del genio y del carécter de Lincoln esté destinado en visión y en acción a lo más grande. Su originalidad estupenda esté en que lleva a la función pública su siempre intangible honradez y su insobornable sentido de humanidad. En medio de los senadores yanquis, que se parecen demasiado a los senadores romanos, Lincoln es esta cosa genialmente única en la historia de los gobernantes: el pueblo personificado.
Amenazado, despreciado, insultado, llamado "hombre de la selva". Aconsejado de renunciar; aconsejado de entregarse a los derrotados, o de hacer mil concesiones para llegar a la Casa Blanca. Recibe bolsas de correspondencia prieta de improperios, apodándolo negro y mulato, ofreciéndole la horca. El presidente Buchanan y sus ministros, y casi todo el Sur, y casi toda la clase dirigente del norte, y casi todo Nueva York, Chicago y Wéshing93
LUIS FRANCO ton, y el clero, y toda la Europa oficial con sus reyes y sus políticos, y la misma liberal Inglaterra con su liberalísimo Palmerston. . todos estarán contra el hombre animado de la pasión pro' meteica de liberar y agrandar a los hombres —la más auténtica encarnación de Prometeo en la época moderna— para que no le sea ahorrado ninguno de los dolores que Esquilo hizo inmortales. Y todo eso se estrellará Contra la fuerza, la seguridad, la serenidad y el coraje absoluto de un autentico león de los hombres. La verdad era que diez años antes de su muerte Lincoln había comenzado a descubrir toda su profundidad, y llegado, en inteligencia, en espíritu y en conducta, al mediodía de su grandeza. No lo movía en absoluto ninguna especie de compasión frailuna o sensiblería filantrópica, sino un enojo sereno y grandioso Contra los enemigos de la dignidad y la libertad humana. El demonio que lo poseía comenzaba a revelarse donde quiera, como en el discurso de Bloomficld, por ejemplo, antes de la candidatura presidencial. El público vió un hombre que comenzó con embarazo visible, mas cuando al cabo de un rato el orador avanzó desde el fondo de la tribuna extendidas las grandes y rudas manos de obrero, echando hacia atrás el rostro palidísimo entre los cabellos negros; y la luz misma del espíritu manando de sus ojos grises. . hasta los reporteros se olvidaron de sus lápices. Alguien, sutil y cordial, recordaría más tarde: "Me pareció, en aquellos momentos, el hombre más hermoso que viera en mi vida". Su pensamiento estaba maduro y su conducta lista para servirlo. Había visto, entre otras cosas: que la abolición de la esclavitud era menos un favor hecho a los negros que a los blancos; que la esclavitud era sólo "la más fuerte y absorbente de las demostraciones de la propiedad", y también que "el trabajo es independiente del capital", y que "el capital es el producto del trabajo y no podría existir si éste no lo hubiese precedido". Es decir, que de todos los gobernantes modernos era el único que 94
WALT WHITMAN había sonsacado a la esfinge de la sociedad humana su secreto. Dijo: "Dios quiere, sin duda, mucho al pueblo bajo, pues de lo Contrario flO lo hubiera hecho tan numeroso". Dijo: "Me parece que si Dios hubiera creado una clase de hombres llamados sólo a comer, sin tener para ello que trabajar nada, los habría hecho todo boca, del mismo modo que si hubiese creado otra clase llamada sólo a trabajar, sin obtener para nada el producto de ese trabajo, la habría hecho sin boca y todo manos". Huelga repetirlo: el ingenuo ex leñador de Kentucky se había atrevido a ver que la sociedad humana estaba integrada por dos clases: una puramente esclava y otra puramente parísita. Y se había atrevido a decirlo, con ironía mortal! Esto solo abría un abismo entre él y todos los políticos de la burguesía casera o forastera, y rebasaba el pensamiento, no sólo de todos los revolucionarios peque.. .ñoburgueses, sino el del socialismo feudal cristiano. Sin saberlo o creerlo (y sólo por ser un genial órgano de expresión del más
avanzado esbozo democrático). Lincoln comulgaba bésicamcnte con el veraz pensamiento revolucionario moderno, el de Marx y Engels: toda la iniquidad social provenía de la división de la sociedad en una clase opresora y Otra oprimida, y sólo la emancipación del trabajo emanciparía a la humanidad. "No hay que perder de vista, se leería al comienzo de El Capital, que la guerra de la independencia americana, en el siglo XVIII fué la campana que puso en pie a la clase media europea, como la de secesión puso en pie a la clase obrera de América". Sí, eso que comenzaba a poner en pie al proletariado yanqui era lo mismo que había iluminado la intuición de Lincoln. En una de sus consuetudinarias e impúdicas contradicciones, la burguesía —jy era la más liberal de Europa!— por agencia del oblicuo Palmerston, había planeado el apoyo de Inglaterra a... los negreros del Sur, y si el infame proyecto fracasé, debióse sólo a la actitud desafiante de los carpinteros, de los constructores de máquinas, de los zapateros, de los albañiles ingleses ex95
LUIS FRANCO presada en el mitin monstruo de St. James Hall. La Internacional recién nacida felicitó al "sencillo hijo de la clase obrera" que había capitaneado una de las empresas más gloriosas de la historia. El mensaje lo redactó Marx. Lincoln distinguió, sin duda, el estilo y adivinó el espíritu, pues él, que "acostumbraba contestar los mensajes y felicitaciones de la democracia burguesa con unos cuantos cumplimientos protocolarios", respondió esta vez, "en un tono amistosísimo y cordial, con gran asombro de la prensa de Londres". Ya vemos que, pese a todo, Lincoln no estuvo solo. No: consciente o inconscientemente estuvieron con él el pueblo de la Unión y no pocos de los obreros del mundo; por estro triunfó, y algunos poetas: Briant, Emerson, Thoreau, Whitman. Whitman sobre todo: el otro hombre que también había penetrado totalmente en el corazón del pueblo y creía, como él, que nada que no esté entrelazado a la raíz popular logra grandeza auténtica. En esto, como en el regio desprecio de la hipocresía y las convenciones, como en la fortaleza corporal, como en la fundamental sencillez de carácter, como en el desinterés heroico y en la ausencia de miedo, como en el insondable respeto por la libertad del hombre, como en la fe y en la augusta persona del hombre, padre de dioses; el mayor poeta y el mayor político de Norte América y del siglo parecen gemelos. Con su intenso corazón de poeta y su nunca olvidada manía de hacedor de versos, no es mucho que la lectura de los poetas, (tirado a la bartola en su viejo sillón), fuese uno de sus deleites más caros. Shakespeare y Byron eran sus favoritos de lengua inglesa. En cierta ocasión, en lugar de las actas del sumario leyó a su compañero de bufete un poema de Burns: Inmortalidad. Pero he aquí que un día se le ocurre hojear un libro de autor nativo que lleva un título extraordinario de sencillez: Hojas de Hierba. No menos sorpresivo es el retrato del autor: un obrero tipógrafo en mangas de camisa. Como los primeros poemas leídos
WALT WHITMAN le producen una impresión singular, decide llevarse el volumen desde su escritorio de abogado a su casa. Mas no tarda en volver con él, explicando: "¡Por poco me quema mi mujer este maldito libro!" El rostro moreno y tostado, cruzado de arrugas tan hondas como heridas, y en los cavados ojos una melancolía de viejo león Cautivo, Lincoln, "hermoso a fuerza de fealdad". Durante el verano de 1863, Whitman vió muchísimas veces, muy temprano, al presidente, con su alto sombrero y su viejo traje negro y raído montar en su caballo moro con todo el aire fundamentalmente sencillo de un viejo granjero y partir rodeado de su pequeña escolta. Whitman confiaba, més que nada, en su olfato: estaba bien seguro de que Lincoln era un grande hombre de la cabeza a los pies. Desde el comienzo percibió fácilmente que la incompatibilidad con la bambolla y el aparato (un hombre pintoresco no puede ser un héroe, decía Nietzche) era el rasgo mis cortante del carácter de Lincoln. Había sentido eso sobre todo cuando la grandiosa recepción en la casa de gobierno, en la segunda asunción del mando. "He visto al señor Lincoln vestido completamente de negro, con su jaquet y sus guantes blancos, dando la mano con un aire de desesperación, como dispuesto a entregar su vida por no encontrarse allí." Whitman conservó para siempre en su memoria esa figura del inigualable hombre del Oeste. "Su aire gastado y fatigado, las verdaderas arrugas de las grandes responsabilidades, las compli cadas cuestiones de la vida y la muerte sobre su sombría faz bruna, y sin embargo, bajo los surcos, la bondad de siempre, la ternura, la tristeza, la firmeza." "Yo no veo jamás a este hombre sin sentir que él es de esos que conquistan a uno personalmente gracias a esa mezcla de la ternura más limpia y más cordial con el coraje viril de los hombres del Oeste." Para Whitman, Lincln, antes que el glorioso conductor de la democracia —el más autén, tico conocido en la historia hasta entonces— era el modelo de 97
LUIS FRANCO hombre tal como él lo concebía: la ecuación perfecta del amor y el valor. Pero antes había mediado entre ambos el vínculo profético. En 1856, poniendo el corazón sobre el de su pueblo, Whitman había perfilado con palabras milagrosamente augurales la figura del hombre de la esperanza democrática: "Algún heroico, sagaz, bien informado, saludable y barbado herrero o botero norteamericano, de mediana edad, venido del Oeste al Otro lado de los Alleghanies". El presidente, de su parte, llegó a distinguir bien, sin saber su nombre, a ese enorme varón que le alegraba la maFana con su saludo y a quien alguna vez veía charlar campechanamente con el centinela de facción. Un día, acodado a una ventana de la Casa Blanca, Lincoln conversa con dos personas de su amistad. Calla después, caviloso, la mirada vuelta hacia la avenida; por ella un hombre de gran estatura avanza con andar lento y rítmico, la cabeza alta, con un aire de simplicidad y majestad extraordinarias. Informado al respecto, el presidente calla otra vez, pero sigue observando al pasante hasta perderlo de vista: entonces dice con voz grave y acentuada, como hablando consigo mismo: —Ese sí que parece un hombre. Whitman había visto con los días que Lincoln era muy diferente de los otros políticos, sin excluir a Washington: se trataba en todo sentido de un grande y verdadero capitán de la democracia. Su devoción por él, en vida, había llegado a ser total, y no hizo más que intensificarse a raíz de la esquiliana muerte del héroe. El más austero, simple y profundo de los hombres —que nadie había visto aún en su demiúrgica grandeza— caído bajo las balas de un histrión (que sin duda interpretó el sentir secreto de las clases acomodadas de la República), ¿no era un
símbolo? Para Whitman el día aniversario del casi fabuloso homicidio 98
WALT WHITMAN se convirtió en día sagrado. "De mí espero, deseo hasta mi muerte, que cada año, a la llegada del 14 o del 15 de abril, poder juntar a mis amigos para poder conmemorar el trágico recuerdo que rememora esta fecha". De mi parte. . porque de parte de los demás, la indiferencia al respecto era más o menos cumplida. De visita en casa de Traubel, Whitman solía enfrentarse al retrato de Lincoln colgado de la pared, con el vaso en alto diciendo: "Bebo por vos". Con la paulatina agravación de su enfermedad, Whitman era un real inválido después de la sesentena. Sentíase un esclavo de su cuerpo y apenas si dejaba su sillón para tal cual paseo en coche. Había una excepción, sin embargo: eran las invitaciones que le llegaban para hablar de Lincoln, un modo hallado por sus amigos a fin de aliviar su miseria pecuniaria. Así ocurrió en el aniversario celebrado en Filadelfia en 1886. Al año siguiente, Whitman fuá invitado por los neoyorquinos. El que vino una vez mí.s (debía ser la última) a la ciudad oceánica donde pasaron sus mejores años, creyendo encontrarse sólo con un puñado de camaradas, los de su juventud, se vió rodeado de lo que más podía soñar su corazón: legiones de amigos nuevos. Apareció en el escenario con su gran talla y su paso claudicante de titán libertario fulminado por los dioses opresores, y un público inmenso —había en él millonarios y profesores y escritores célebres— lo aplaudió vigorosamente. El escenario estaba regiamente dispuesto y no faltaba ni siquiera una corona de laureles, ornado de gallardetes con leyendas laudatorias. . Walt, aunque de veras emocionado, no perdió un ápice de su naturalidad insobornable. Entró apoyado en el brazo de su joven y fiel amigo de Camden, Guillermo Duckett, y en su bastón corvo, meti.10 en su ordinario traje gris, con sus largos cabellos y su larga barba de sal tapando la garganta y el comienzo del pecho desnudo... El contraste era grande entre aquella sencillez y el decorum intelectual y mundano que lo rodeaba. 99
LUIS FRANCO lWaltleyó su trabajo con su dicción clara y firme y su tono de conversación, algo de íntimo y grandioso a la vez, que dominó extrañamente a los o yentes cuando el inmaculado abuelo entró a contar, al modo homérico, la muerte del hombre inigualable, a quien él más había admirado y amado sobre la tierra: Lincoln, el primer héroe perfecto de América. Una hora más tarde, y pese a sus protestas, Whitman, sentado en un sillón de terciopelo púrpura, en uno de los suntuosos salones del hotel Westminster, tuvo que aguantar el oleaje de dos o tres centenas de admiradores distinguidos que querían testimoniarle su homenaje y su adhesión. El leal y clarísimo Burroughs, que asistía a la escena, debió sonreír volterianamente (dando sin duda tan poca importancia a esas efusiones como el propio Whitman), recordando los años en que el ídolo de este momento había sido silenciado y despreciado como una enfermedad secreta o perseguido como una enfermedad aciaga. Al llegar a la setentena, la invalidez física había condenado a \Vhitman a su amara (dormitorio-comedor-biblioteca) y a su sillón. Allí pasaba las horas eternas el peatón sin fatiga, el formidable deambulador de otro tiempo. Ya no salía a la calle ni en su sillón de ruedas. Sin embargo, este año de 1890 había prometido como siempre adherirse, con su presencia y su palabra, al memento sagrado de Lincoln, cuando un ataque de influenza vino a esfumar, para los amigos, toda esperanza de que se pudiera cumplir aquella promesa; porque es claro que los amigos no conocían "la medida exacta de su testarudez". La verdad es que el día de la ceremonia el público del salón del círculo vió subir al estrado al viejo doliente y soberbio, que traía, más que el aporte de su verbo, el de su soberana presencia personal: su estatura atlética, su cabeza y torso juvenilmente erguidos pese a su pierna de Vulcano; sus barbas y cabellos fluviales "blancos como la nieve al sol"; su gesto de seguridad, serenidad y poder; 100
WALT WHITMAN su voz maravillosamente joven, y estas dos cosas que acaso por primera vez se vieron tan juntas: un aire de ingenuidad, de Salud, de fuerza como el del mar o la montaña, y en toda su persona, y bajo las prominentes y selvosas cejas de león, unos ojos reveladores de "insondables profundidades de ternura, de bondad y simpatía". Naturaleza y humanidad en glorioso equilibrio. El viejo dejaba su casi lecho de muerte sólo por no perder la sagrala ocasión del que adivinaba su último homenaje "al héroe que él colocaba al lado de Moisés o de Ulises", el único timonel auténtico y genial de la democracia.
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CAPÍTULO VIII
BIOGRAFIA DE LA DEMOCRACIA La palabra democracia está. unida a la palabra Atenas en maidaje inmortal. Y apenas parece haberse comprendido del todo que justmente en gracia de haber sido la democracia ateniense "tan completa como no se ha vuelto a ver" pudo crear la mí.s excelsa y viviente cultura conocida hasta hoy. Hace rato que el moderno criterio histórico ha denunciado como absurda la vieja fórmula: lo greco-romano. En efecto, nada es más desparecido de la cosa griega que la cosa romana. Grecia, culturalmente hablando, fuá la mayor realización de la libertad conocida hasta hoy. ¿No decía Platón que hasta los criminales parecían més libres en Atenas? Sólo, pues, gracias a que la libertad fuá su genio tutelar, la Hélade pudo levantar esa luz, que aun sigue alumbrando y nutriendo al mundo, y ocurrió que ningún pueblo —hasta entonces y hasta hoy— logró, como el griego, la plena expresión del hombre, el auge de la augusta persona humana. En efecto, los otros pueblos parecen haber criado al ciudadano para servidor de los dioses, de los reyes o del Estado. Atenas fuá la primera que se atrevió a pensar en el ciudadano, mejor, en el hombre, como una meta en sí mismo. Atenas y toda la constelación de ciudades-estados de la Hélade que se le parecieron. A propósito, el más irrefutable argumento contra esa chochera con la zoología, llamada racismo, lo da Sohulten al llamar la atención sobre el hecho de 102
WALT WHITMAN que, pese a su evidente comunidad de origen étnico, nada hubo más diferente entre sí que un ateniense, un espartano y un beocio. Es evidente que muchos de los otros pueblos griegos aparecen provincianamente apocados y limitados junto a la universal genialidad de Atenas. Si todos los pueblos helenos fueron una raza admirablemente dotada; si para todos rigieron en grado aproximado los privilegios de la geografía griega, ¿qué es lo que propiamente privilegió a Atenas? Otros dos detalles de simple orden geográfico: primero, el tener en el Pireo el más envidiable de los puertos; después, el ser la más oriental de las ciudades griegas, esto es, la más inmediata a las cultas ciudades del Asia Menor. Mientras los espartanos fueron típicamente agricultores, esto es, gente apegada al suelo y reclusa, en las actividades del Atica predominó lo moral y comercial: le fué familiar la diversidad de razas, de lenguas, de culturas, de estilos; y despertando con ello el espíritu de comparación e investigación, el Pensamiento se incorpora, hasta convertirse en el héroe máximo. Sin duda, la navegación que obliga a mirar mucho las estrellas, engendra la astronomía; mas las estrellas que comienzan guiando a las proas terminan por guiar a los espíritus en sus singladuras por las tinieblas de lo desconocido. (Ante el pensamiento ya despierto, los dogmas, la magia, los dioses mismos, pierden su aureola de intangibles: el hombre siente crecer su audacia más verdadera —la de no temer lo nuevo— y con su sentimiento de independencia madura y se esclarece la real conciencia humana). Los hombres que toman la dirección espiritual no son taumaturgos o sacerdotes o reyes que hablan en nombre de la divinidad, del trono, de la santidad de la tradición —sino individuos particulares, simples vecinos— sin autoridad oficial alguna que, por cuenta propia, dando la espalda a todos los credos y dog103
LUIS FRANCO mas consagrados, en un glorioso alarde de inteligencia e independencia, ambicionan proyectar la mayor luz posible sobre el enigma del mundo y del destino humano. Esos hombres novísimos no fueron, pues, devotos de Dios o de los nepotes de Dios: fueron sólo amantes del conocimiento —filo-sofos— del conocimiento del hombre. Y bien: porque fueron filósofos, los atenienses, en su época de gloria, prefirieron la democracia a la aristocracia o la monarquía: Si la democracia ateniense era la más completa que se ha conocido hasta hoy, hay esta otra verdad: ni esa democracia fué perfecta, y apenas si merece tal nombre, si se apura el análisis. (Porque una efectiva democracia no la ha visto aún el mundo.) Recordemos sólo este dato: de los 400 mil habitantes de Atenas, apenas 150 mil eran libres: de éstos una ínfima minoría tomaban parte en la asamblea general, donde se fraguaba la política del Estado. Sin embargo, pese a esa tremenda mengua en su estructura social (casi los dos tercios de sus habitantes eran esclavos) bastó esa práctica minoritaria para hacer de la cultura de Atenas la maravilla que fué y del ateniense el mejor ensayo conocido del hombre libre — ¿Qué rey o que' caudillo los gobierna? ¿Quién como due-
ño en los soldados manda?- preguntan los persas por sus adversarios, en la tragedia de Esquilo. Y la respuesta es la mís orgullosa que pueda dar un hombre libre, es decir, un griego. —No son esclavos ni jamás su frente ante hombre alguno se Sintió humillada. (Y eso es lo que no pueden decir los miembros de ninguna aristocracia, que deben humillarse lacayunamente ante el superior jerárquico.) Ahora bien: si en Los Persas Esquilo opone la libertad del griego al servilismo de las monarquías asiáticas, en Prometeo exalta esa misma libertad frente a la tiranía de los dioses, esto es, a los opresores fantasmas engendrados por el propio miedo del hombre. 104
WALT WHITMAN
El implacable celo libcrtario de los atenienses llegó al grado de impedir que los hóroes usufructuasen la acción heroica del pueblo todo; claro es que celebraba a sus héroes (le bastaba para ello una simplísima corona de laurel) pero se guardaba muy bien de endiosarlos o canonizarlos: no rompía el puente que los une a los otros hombres, pues ahí está casi siempre el comienzo de un tirano. Su responsabilidad vigilante e insobornable de la libertad los llevó a crear la ley del ostracismo. (Aun en tiempos de Homero los griegos libres veían en el rey a un compañero coronado, no un ahijado o un hijo de los dioses). Nadie como los griegos ha acumulado escarnio y desprecio contra los tiranos, esos ladrones o asesinos de lo más sagrado del hombre. (La amante del conspirador Armodio, se corta la lengua con los dientes y la escupe contra la cara del tirano que la interroga). La servidumbre fuó para ellos la negación del hombre. "Cuando los dioses echan un hombre a la esclavitud, le quitan la mitad del alma". Eso dice uno de sus poetas más representativos. Aun para los griegos de la mejor época, los dioses conspiraban contra el hombre, molestos por su crecimiento. La Nómesis era la personificación de esos celos. Los dioses son los primeros tiranos y enemigos de la libertad y el pensamiento del hombre: se irritan si lo ven romper los istmos, domar el mar con las quillas, interpelar a la naturaleza con los números y los ángulos. Los griegos superaron a sus dioses en inteligencia y bondad. En verdad nadie se manchó menos que ellos en crueldades supliciorias, tan propia de las opresiones, ni trató con más lenidad a los esclavos. ¿Y no dieron por oficio a la fuerza —Hércul es— el domar crímenes y plagas? Con un sentido del equilibrio inimitable hasta hoy, fueron esenciales artistas (1) No descuidaron nada. Atenas, milita-r (1) El "amamos la belleza sin fausto y el placer sin molicie", de ecic1es, sólo pudo decirlo un estadista griego.
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LUIS FRANCO mente hablando no fue inferior a la archicrimínal Esparta, que fuá inepta para el mar y no conoció el arte del asedio. (Los espartanos fueron perjuros y desertores frente a los persas; los atenienses no.) Frente a los bárbaros, los griegos resultan consumados artistas de la guerra. La mujer no fuá libre en Atenas —aunque la hetaira casi lo fuá del todo— pero nunca se vió en Grecia nada parecido a la infamante servidumbre y deshumanización de la mujer de los serrallos de Oriente. Por algo en la República se equiparan los sexos por la educación. Justicia, orden, belleza, medida, progresión, responsabilidad, bondad, pensamiento: todo eso tenía por común denominador la libertad. Y la libertad griega esté condicionada por su democracia, o si queréis por la fragmentación del Estado, la atomización del poder político, el hecho de que Grecia no estuviera representada nunca por un omnipotente Estado único sino por un semillero de republiquetas. Ahora bien, Roma fué el total reverso de todo eso. El culto obcecado de los más groseros placeres; la crueldad llevada al punto de convertir el sacrificio mutuo de los hombres en placer ligero; la sumisión llevada al grado de divinizar a los amos; la incapacidad cultural que los convirtió en meros imitadores y calcadores del arte y del pensamiento griegos; el prurito insaciable de dominación y explotación que dejó como sedimento perdurable esa canonización del robo, el fraude y la servidumbre que se llama Derecho Romano; todo eso vino de que el ciudadano fué trocado en mero servidor del omnipotente Estado Moloch. Tal vez ningún filósofo captó toda la unidad y profundidad de la vida política griega, mas sin duda su más certero expositor fué, no Aristóteles, sino Platón, a través de las contrastadas opiniones de sus dialogantes. "La aristocracia toma la propiedad de los demás por la fuerza y el fraude" los fuertes "que entregan 106
WALT WHITMAN a sus súbditos, como justicia estas leyes hechas por ellos para servir sus intereses". "Los que van predicando el infierno y ofreciendo la redención de él a cambio de una remuneración." "Esta justicia (habla Calicles, no Nietzsche) es una moralidad no de hombres, sino de lacayos." Muchos, y de la mejor calidad, son los aciertos del Platón político: 1) La gimnasia y el atletismo —y más aún: la eugenesia— son problemas políticos, porque sin cuerpo sano y fuerte no hay mente serena; 2 9 ) la coerción debe ser proscripta hasta de la educación, pues un conocimiento adquirido por la fuerza no tiene arraigo; 3 9 ) el problema de la moralidad personal sólo puede concebirse en función de los problemas de la organización social y política; 49 ) la paz y la salud estarán en el retorno a la naturaleza, al comunismo primitivo, si no se opusieran la usurpación de la tierra de todos por unos pocos, la división de la sociedad en clases: "Toda ciudad es en realidad dos ciudades, la de los ricos y la de los pobres". Ahora bien, Platón da al problema político y social una solución psicológica: la educación. Hay que educar adecuadamente al niño para transformar al hombre, formar una clase de ciudadanos capacitados para el gobierno. Así el caos social devendrá una armonía. Esta es la mal llamada aristocracia de Platón; porque, en efecto, ella tiene tan poco que ver con los sistemas aristocráticos conocidos en la historia, como el espíritu y la mente de Platón con la sordidez de los bribones aristócratas de cualquier país y época. Castas cerradas, organizadas según el estúpido y antinatural prejuicio de la sangre noble y sustentadas por los inatacables privilegios económicos sostenidos por la violencia y la opresión más horribles. Y lo que Platón, el mejor filósofo de la mejor ciudad que existió nunca, vino a proponer al mundo es en cierto sentido todo lo contrario: es decir, no sólo no obstrucción al talento, al carácter y al espíritu nacido sin dinero y sin pedigree, sino igualdad de oportunidad, 107
LUIS FRANCO especialmente en la educación, para todos "El hijo del lustrabotas comienza —dice un comentarista— en el mismo plano y recibe el mismo trato e idéntica oportunidad que el hijo del gobernante". Y ambos serán sometidos a las mismas pruebas de selección rigurosa. Se trata, pues, de crear la jerarquía según una verdadera tabla de valores, y de la preeminencia de los más capaces, algo tan opuesto a la chusmagogía como a la podrida es' tagnación de las aristocracias zánganas. Ahora bien: la falla básica de este sistema está en estos dos detalles: 1 9 ) el trabajo manual, productor, sigue sometido al menosprecio bárbaro, esto es, los esclavos quedan por debajo de la política, y del pueblo libre, los hijos de las clases humildes quedan excluidos de los cargos directivos; 2 9 ) la igualdad de oportunidad educativa no significa, ni mucho menos, verdadera igualdad, que sólo puede lograrse rompiendo los privilegios económicos que convierten a un pequeño grupo en clase opresora del resto de la sociedad. Y el hecho de que en la clase directiva de la República debiera reinar el comunismo, a fin de preservar su austeridad, revela que Platón veía en la propiedad privada la fuente de toda corrupción. Agreguemos que el mayor pecado de Platón como griego fuá su falta de sentido heraclitiano de la vida y de la historia, su egipciaco amor al orden y temor a la libertad y al cambio, de donde le vino lo peor de todo: su descuido, cuando no olvido, de los valores individuales. Si Platón no fuá leal del todo —ni mucho menos— Aristóteles fuá su negación. Su condición de hijo de tierras bárbaras (que llegó ya formado a Atenas), de opulento marido de una princesa, y maestro de un futuro emperador, y la decadencia y engorro en que cayera en su tiempo la democracia de Atenas —todo predisponía a Aristóteles a ser lo que fuá: un conservador perfecto—. 1 9 ) Si el fundador de la Historia Natural no cree en la evolución biológica, menos creerá en la social, 108
WALT WHITMAN es decir, si se trata de la esclavitud, la justificará sencillamente: "Desde la hora de su nacimiento, algunos están señalados para la sujeción y otros para el mando", y asimilará el esclavo a la cosa: El esclavo es una herramienta con vida". Y justificará lo mismo la servidumbre de la mujer: "La mujer es al hombre lo que el esclavo al amo". 2) Pesimista o escéptico como buen conservador, es decir, ubicando la fuente de los males "en lo perverso de la naturaleza", hallará que la ley es más buena por vieja que por justa, y en nombre de la santidad de las costumbres y del dogma de obediencia, condenará todo cambio y toda revolución y aun la esperanza de los jóvenes. 39) Concebirá la educación sólo como instrumento en manos oficiales: "El Ciudadano debería estar moldeado según la forma de gobierno bajo la cual vive" esto es, el ciudadano debe estar hecho para el gobierno y no al revés. Pero su condición rnaquiavlica de consejero de príncipes contra el pueblo y el individuo, lo llevó a aconsejar la impostura: "Un gobierno deberá aparecer como un fervoroso adorador de los dioses, porque si los hombres creen que un soberano respeta a los dioses tienen menos inconveniente de padecer injusticias de parte suya y se inclinan menos a conspirar contra él. 49) Sólo en dos ocasiones parece contradecir su pensamiento. "La propiedad debe ser privada, pero su uso, en lo posible, común" (El más autorizado defensor de la propiedad privada admite, aunque parcialmente, la razón de la comunidad de bienes) y reconoce esta ventaja a la democracia: "Los muchos son menos corruptibles que los pocos, como la masa mayor de agua lo es menos que la pequeña". No fuó, pues, este ultraconservador un hijo de Atenas, la maravillosa ciudad de los hombres libres y dispuestos a cambiar y ensayar, a invadir el porvenir... Nada de exceso —aconseja el oráculo de Delfos.— Pero el estagirita llevó su conservatismo hasta lo faraónico. No parece haber sospechado (¡Ni despuás de Heráclito!) que la Naturaleza es un proceso y el hombre 109
LUIS FRANCO histórico un puro devenir, y que por ello el orden falso (en desacuerdo con la naturaleza y las necesidades progresivas del hombre) es peor que el caos, y que no pueden alentar hombres verdaderamente libres en un ambiente viciado por el resuello de los esclavos, y que la justicia verdadera no puede vivir de la injusticia, esto es, de la servidumbre y el sudor ajenos, y que las grandes aguas se conservan incorruptibles menos en virtud de su masa que de su movilidad y transformismo. Resulta fácilmente sospechable por qué una de las sociedades mis aherrojadas que existieron nunca —el Medievo cristiano— consagrara guía infalible y único al filósofo esclavista, y que la más opresora de las castas modernas —la burguesía inglesa— hiciera de la Ética y la Política, del Estagirita su biblia inspiradora y justificadora. A la decadencia interna de la democracia griega, respondió externamente su ambición imperialista, que culminó con Alejandro y significó un fracaso en lo esencial: el espíritu griego se dejó impregnar por el asiático. Alejandro practicó el harán Y el derecho divino de los griegos y Otras venerables torpezas que los griegos habían rebasado luminosamente. Sobre la Grecia decaída y vencida cayó algo peor que los Jerjes y los Daríos: el espíritu de apatía y de resignación de Oriente. La espantosa decadencia del imperio romano no tuvo su raíz en una relajación de la "virtud romana", por cierto, sino que obedeció a profundas causas económicas y sociales. Ni que decir que las desaforadas guerras de conquista, que llevaron al máximo la extensión del imperio, llevaron también al máximo la injusticia social y la servidumbre. Como la regresiva España de los Austria, que vivirá del despojo de sus colonias sin crearse un sistema industrial, así procedió Roma que, desde luego, también impuso al trabajo el estigma de infamia, apartando de él las capacidades inventivas y las inteligencias. El trabajo fué es110
WALT WHITMAN clavo y su competencia resultó ruinosa pra los trabajadores libres de la ciudad y del campo, y el latifundismo que despoblaba los campos, agolpaba en las ciudades legiones de desocupados. Los bárbaros no hicieron más que matar a un moribundo. Una espantosa miseria, degradación y opresión: eso fué el imperio Romano en Italia y en las colonias. Había, pues, una necesidad clamante de justicia, o siquiera de consuelo. A eso respondieron el estoicismo y el cristianismo, que coincidieron, en lo positivo, en ser la negación misma del espíritu romano: tratar con humanidad al esclavo y aun al enemigo; y el hombre debe ser sagrado para el hombre.
Pero el cristianismo y el estoicismo coincidieron también en lo negativo. El ofrecer la mejilla al golpe, el dad al César lo que es del César, y la pasividad falsamente altiva que implicabe resignación a la derrota. Eran dos credos paralelos que enseñaban la más antihelénica de las verdades: se podría ser feliz bajo las más jibosas penurias. Se podría ser hombre libre bajo la esclavitud. Esto estaba demasiado cerca del fatalismo y
políticamente venía como hecho de encargo para los amos. (No coincidían idénticamente el comprador de millones de esclavos, Marco Aurelio, y el esclavo Epicteto?) Pero el cristianismo, que renegaba del sexo, renegaba también de la economía (renegaba del hombre terreno) y así su expresa condenación del trabajo significaba un franco elemento de regresión. Su consejo del reparto de bienes buscaba más salvar el alma del renunciante, que la mejora de la comunidad y la justicia social. Con todo, el Jesús de los Evangelios aparece en gran parte como un continuador de aquellos profetas hebreos que proclamaron la existencia de un Dios enemigo de fronteras y castas, enemigo de la desigualdad, la opresión y el privilegio artificial. En efecto. La integral conciencia de Israel había despertado en un tipo novÍsimo de hombres, los profetas, que viven ascética, 111
LUIS FRANCO mente, dicen servir a un Dios invisible y para todos los hombres (los judíos comienzan a ser el menos provinciano de los pueblos) y dejan su desierto para unirse al pueblo estrechamente, denunciando —casi siempre en lenguaje de grandeza y hermosura insignes— como pecados contra Dios, los crímenes o faltas del rey, la complicidad o noncuranza de la clase sacerdotal, y, sobre todo, la ignominiosa opresión de los pobres por los ricos. La clásica y trágica bifurcación en clases —amos y siervos— no origina en Israel sublevaciones y matanzas, sino una tensión social y moral elevadísima, y se expresa en tórminos religiosos. Mas, eso sí, la sanción de los crímenes colectivos o individuales de los opresores no está relegada para un trasmundo venidero (como en las religiones tránsfugas), pues Jehová, Dios de Justicia efectiva, quiere para los malvados escarmiento
formidable e inmedia-
to sobre la tierra. Es que se trata de engrandecer y sacramentar el concepto de la persona humana, al extremo de reputar crimen de lesa divinidad y humanidad eso que practican tantos hombres aun hoy: la vertido en ídolo.
humillación de un hombre ante otro con-
Los profetas fueron los más insobornables caudillos del espíritu contra la apariencia y la ceremonia, del hombre contra los ídolos. Jehová no quiere almas en pena, ni cilicios, ni ceniza, sino —dice a Isaías— "desatar las ligaduras impías y opresoras, liberar a los quebrantados y romper todo yugo. . . Es que partas tu pan con los hambrientos." En esta repugnancia de los grandes espíritus de Israel a los ídolos va comprendida sin duda la que nunca ocultaron hacia los reyes y gobiernos que fueron siempre sobre la tierra, por encima de todo, magistrados de opresión y menoscabo del hombre. Los árboles —se cuenta en el Libro de los Reyes— que pedían un rey, se dirigieron al olivo, que contestó: no descuidará mi aceite, tan suave a los hombres y a los dioses, para reinar 112
WALT WHITMAN sobre vosotros. Cosa semejante dijeron la vid, y la higuera y todos los árboles de excelencia. Sólo el cardo que no era bueno para nada ni nadie, pero que tenía espinas y podía hacer el mal, aceptó la corona. Pero Jesús, si bien rehuyó la lucha social y no creyó que a la fuerza injusta sólo puede oponórsele la justicia armada, y que hay que libertar a la sociedad para libertar a los individuos, no es menos cierto que fué un odiador de la convención, del rito y de la componenda, un desenmascarador implacable de todas las formas de hipocresía. Por ello nada lo indigna tanto como la casta sacerdotal judía, que como todas las castas sacerdotales, representaba el fango vestido de armiño, y si el Evangelio significa, sin duda, 5610 una revolución moral, su cumplimiento afectaba los privilegios inicuos, y en primer término, el que los resume a todos: la propiedad o riqueza privada. Un evidente sentido revolucionario (o anti-oficial al menos) en efecto, tuvo el cristianismo durante los cuatro primeros siglos. Por eso fuá perseguido. Los primeros grandes padres de la Iglesia, fieles a la gran tradición, fueron todos comunistas, esto es, vieron en la apropiación privada de los bienes comunes, el acto de injusticia fundamental contra el prójimo. "La naturaleza ha creado el comunismo, y es la violencia la que ha creado la propiedad privada" (San Ambrosio). Pero así que el cristianismo devino religión oficial su destino estuvo marcado. Su alianza con el Estado ( expresión de dominio de una casta más o menos parásita y expoliadora sobre legiones de trabajadores desposeídos) la llevó sencillamente a la traición del Evangelio, y de los profetas, comenzando por su enseñanza más luminosa: su condena a toda dominación del hombre por el hombre. Toda organización social es una especie de cristalización de la sociedad alrededor de la fuerza. El sistema feudal lo fuá en grado máximo. En un mundo de inseguridad y caos, el más débil conseguía la protección del más fuerte hipotecándole su 113
LUIS FRANCO libertad. Es claro que los únicos fuertes eran los que detentaban un privilegio básico: la propiedad armada de la tierra. Como el feudalismo de ciertas razas semibárbaras del Asia Central, el de Europa era una agricultura de rudimentarios labriegos sometidos a una parásita casta guerrera. Cuando al finalizar la época, el movimiento industrial incipiente comenzó a dar categoría a ciertas ciudades o burgos —de donde salió la futura burguesía— lograron ellas mantener algunas franquicias indispensables, sólo pagando tributo a sus señores. Cuando la guerra privada y la violencia —el bandidaje de gran estilo, digamos— amenguó, fué para dar lugar a algo equivalente: un orden carcelario. Y éste llegará a su perfección cuando la opresión y el parasitismo se unifiquen, o sea cuando en vastas regiones los señores feudales queden sometidos al más fuerte, esto es, a un rey absoluto que vivirá en insaciables guerras contra Otros reyes absolutos (el papa fuá el mayor de ellos) poseídos de la misma antihistórica pesadilla: restaurar el Sacro Imperio Romano. Mas antes digamos que Roma, que usaba el panen et circenses para engaííar el hambre y la conciencia de las masas, no supo educarlas en ningún sentido, de modo que cuando la cohesión y dirección casi meramente policiales que ejercía su autocracia, se aflojaron, los bárbaros se dieron con siervos más o menos relajados e ignorantes: la mezcla se expresó culturalmente sobre un nivel dolorosamente bajo. El rasgo maestro de la Edad Media es éste: durante mil años Europa fuá gobernada por una casta de guardianes que decían haber renunciado a la mujer y a la riqueza, y que, al parecer, sólo esgrimían un poder moral. Bien sabemos que el desquite de la suplicioria máscara de castidad fuá la más burda relajación. Respecto a su voto de desposesión, basta recordar que en el siglo XII, la Iglesia poseía la tercera parte del suelo de Europa... Su poderío económico, fuá, pues, la base de su in114
WALT WHITMAN fluencia política. En todo caso, nunca hubo sin duda una casta dominadora mas solapadamente hábil y así lo prueba el solo detalle de la invención del confesionario (esa ganzúa, ese anzuelo que tal vez ni el diablo ni Maquiavelo juntos inventaran.) Las religiones antiguas habíanse reducido a exigir al creyente la reverencia a sus dioses y el sacrificio en sus altares: el cristianismo medieval exigiendo la adhesión más ciega y absoluta al credo mismo, constreñía toda actividad del espíritu, hacía del pensamiento humano un impedido. El dogma y el confesionario fueron los dos filos de la más eficaz arma para el dominio de las voluntades. La famosa unidad medieval no fué una integración de valores diversos, sino una coerción interna —el dogma— reforzada por una coerción externa —el poder temporal del clero y de los reyes, pupilos del papa, que era el verdadero heredero de los emperadores romanos: el sacerdote —emperador sucediendo al emperador— sacerdote. Su enorme poder resultó posible no sólo porque como jefe supremo de la iglesia gozaba de prepotente autoridad moral en la cristiandad toda, sino porque el clero era el más grande terrateniente feudal de cada país, cobraba el diezmo, tenía tribunales especiales y estaba eximido de todo tributo a las autoridades laicas. Hildebrando, un papa astutísimo, la obligó al celibato, a fin de que los sacerdotes, con menos vínculos a su país, se apegasen más a Roma. El dogma de la Iglesia le puso armadura de fierro —como se usaba entonces— al pensamiento medieval: eso fuó la filosofía escolástica, que en el siglo XII recibió la inyección aristotélica a través de las traducciones de árabes y judíos, dueños de la cultura. Pero la Iglesia y Tomás de Aquino se esforzaron por convertir a Aristóteles en un teólogo. La sutileza enrevesada y enjuta se confundió con la vital sabiduría; el misoginismo con la pureza; lo espiritual con la 115
LUIS FRANCO penitencia y la renuncia al mundo, y el miedo se mostró como el más sombrío de los dioses que habían despotizado a la humanidad. Ocurrió que cuando con el tiempo el orden medioeval devino enteramente carcelario, cuando el parasitismo laico y el eclesiástico se volvieron casi insufribles, los que pagaban con su dolor y su sudor todo eso —obreros, artesanos, campesinos— creyeron hallar la luz y la expresión que precisaban en el espíritu y el verbo del Evangelio que había prometido justicia a los oprimidos y había mostrado como el peor enemigo del hombre la acumulación de riquezas, corno lo practicaban la Iglesia y el Papa. Fueron preclaros guías de este camino de lucha emancipadora, Joaquín de Flora, el luminoso Amalrico, y Duns Scot que señaló el origen perverso de la propiedad privada y del Estado, y Guillermo de Occam y Marcilio de Padua, los primeros en Europa en reconocer que la fuente de todo poder y soberanía está en el pueblo y Arnoldo —que llamó fariseo al Papa y decía del colegio de cardenales que se parecía "más a una caverna de bandidos que a la Iglesia de Dios"— y de Pedro Valdés que entregó sus riquezas a los pobres e intentó repetir la vida de los profetas y el glorioso Tomás Munzer. Todos ellos, como Amairico, creyeron que el hombre no tiene la menor necesidad de sacramentos ni de intermediario especial entre él y la divinidad, de ceremonias ni dogmas religiosos, esto es, fueron verdaderos combatientes contra la influencia exterior e interior del clero y aquello a que éste sirve de columna: el poder de los nobles y ricos. Es claro que la Iglesia no tardó en hallar en el terreno de la doctrina su gran campeón armado. Volviéndose contra Platón y los Padres de la Iglesia y apoyado en Aristóteles, Tomás de Aquino, llamado sin ironía el doctor angélico, declara la comunidad y la igualdad y la libertad contrarios a la naturaleza humana, es decir, defiende la riqueza privada y la esclavitud. 116
WALT WHITMAN También resulta visible la influencia casera de los abogados de la más hábil casta explotadora de la antigüedad, la de Roma: en efecto, el tartufismo de los juristas romanos enseñaba que por el derecho natural, todos los hombres eran libres, pero que el derecho de gentes había creado la esclavitud. . . —un dualismo abogadil perfecto, como se ve. Mas si algo hacen resaltar estas menguas es que toda la justicia y la nobleza humanas y el movimiento ascendente de la historia estaban con la causa hereje. ¿Qué mucho que el poder eclesiástico y el laico se volvieran contra ella al unísono e implacablemente? La inquisición fu¿ inventada entonces, y dicho está que fué mucho menos una institución religiosa que un instrumento político y su eficacia espantosa. Jurídicamente significaba la regresión (por encima del Derecho Romano y las Siete Partidas), a la inseguridad de la vida más arcaica, a la absoluta indefensión, puesto que el acusado no podía confrontarse con los testigos que lo denunciaban y condenaban, sin siquiera conocer sus nombres. Y como la condena entrañaba la confiscación de bienes y el reo podía ser castigado hasta en su cadáver y hasta en la cuarta generación de sus descendientes, se adivina qué espeluznante omnipotencia social confería tamaño instrumento a quienes lo manejaban. Moralmente, la inquisición significaba la vuelta a Moloch y los caníbales. Desde el punto de vista intelectual, este sistema de espionaje e intimidación insondables significaba el poder de acorralar el espíritu de un pueblo y emascularlo de sus capacidades más nobles, o sea, la práctica de una selección al revés: la Inquisición "escogía sus víctimas por el ángulo facial más abierto, por el cráneo más voluminoso". Todo lo que representara comprensión del prójimo, capacidad de fraternidad y misericordia, voluntad de análisis y confianza en el propio juicio, idoneidad para lo nuevo y lo desconocido, independencia del pensamiento y la conducta, lealtad, franqueza, valor, todo en fin, lo que integraba la dignidad de la 117
LUIS FRANCO condición humana, tenía en la Inquisición su enemigo inconjurable. ¿Qué mucho, pues, si tales eran la magnitud y la calidad de su poder, que la Inquisición lograra arrestar por siglos el pensamiento humano, esto es, llegara a anular esa idoneidad del hombre para moverse progresivamente que le viene desde su estado zoológico? ¿Ni para qué ponderar que sólo gracias a ella, los poderes temporales lograron aplastar y extirpar ese glorioso movimiento hereje, revolución mucho más grande que la Reforma y que hubiera dado al Renacimiento un sentido más profundo, digo, de verdadera integración de lo humano? Recordemos de paso que antes de los griegos, y cuando aun se practicaba el canibalismo en Europa, una ciudad de las bocas del Guadalquivir, que dominó Andalucía, creó "la primera civilización que conoció Occidente"; siglos después, esa comarca constituyó la Bética, acaso la más culta de las colonias romanas, y unos cuantos siglos más tarde, cuando el resto de Europa se debatía en la semíbarbarie, esa Andalucía, es decir, la Espafia islámica, daba una gloriosa cultura, gracias al genio creador y al poder trasmisor de árabes y judíos. Cultura cotejable a la griega, es decir, maravillosamente integral, pues abarcaba con la misma original maestría todas las actividades humanas: desde la práctica más plural y genial de la industria, el tráfico o la agricultura, a las más insignes y libres especulaciones de la mente y el espíritu; de hecho se inició con ellos no sólo el Renacimiento, sino lo más grande que produciría Europa: el pensamiento de Espinoza. Como los celtíberos, los árabes y judíos de España rehuyeron la centralización política (es decir, cuidaron celosamente sus libertades individuales), y ello explica lo más auténtico de su grandeza: el mismo pequeño reino de Córdoba, terminó fraccionándose en doce "taifas" o minúsculos estados republicanos, y entonces fué cuando la cultura sarracena llegó al máximo de su gracia y esplendor. 118
WALT WHITMAN Estos antecedentes es lo único que explica el hecho de que mientras casi todo el resto de Europa vivía en gran ignorancia y servidumbre, muchos pueblos españoles cultivaban las letras, las ciencias o, lo que es más, tenían semienfrenados a sus reyes zuelos, es decir, tenían células de libertad y grandeza susceptibles de un desarrollo trascendente. La primera democracia de la Europa moderna alboreó allí. ¿Qué sentido tuvo la guerra de reconquista contra los moros? Si cultura es el triunfo de la vida organizada para el bienestar, el pensamiento, el arte, la mayor comunicación entre los hombres, todo para ensanchar, no para reducir la libertad —esto es, para la armoniosa expansión de la persona humana—, y barbarie significa indigencia, aislamiento, odio y coerción de los más nobles ademanes y del espíritu del hombre, no dudemos que, con la expulsión de moros y judíos, la civilización fu¿ expulsada de España. Los campos, las huertas, los talleres, las minas, el comercio mismo y el pensamiento libre, sin dueños ya, se agostaron en la península. Y mientras la insurrección general de las ideas luchaba cada vez con más éxito contra el absolutismo de los reyes y del papa en Europa, España devino la tierra santa de la inquisición, y el papa encontró su mejor defensor en Loyola, creador de esa inquisición blanca, llamada Compañía de Jesús. Con repetir que la inquisición fué arma política con vaina religiosa, está dicho que su auge espantoso en España significó la muerte de todas las libertades públicas y privadas. Desde Alfonso el Sabio y Fernando el Católico hasta Carlos V y Felipe II, todos liberticidas decididos, España se movió hacia la parálisis progresiva del cuerpo y del espíritu. Aunque nacida de la universal necesidad de luchar contra la opresión y relajación del clero y del papado, la Reforma terminó por favorecer sólo a la clase que estaba tomando económicamente la delantera: la burguesía, la industriosa clase media de las ciudades. Es claro que apeló a las clases populares y triunfó 119
LUIS FRANCO con su apoyo, mas terminó por volverse contra ellas. (Ya veremos cuántas veces más en la historia, la burguesía se aliará al pueblo en vísperas de la revolución para traicionarlo al otro día del triunfo). Lutero se definió al cabo como un inocuo reformista frente a la herejía revolucionaria de la plebe del campo y la ciudad, acaudillada por Munzer, uno de los más claros jefes populares de la historia. En redondo viraje traidor, Lutero no sólo se volvió a loar lacayunamente el derecho divino de los principios, sino que terminó por aliarse al. papa, a los príncipes y burgueses contra los campesinos insurrectos. "Hay que despedazarlos, degollarlos y apuñalearlos en secreto y en público". En realidad el sentido más cierto de la Reforma fué este: se incautó del poder moral que perdió la corrompida iglesia de Roma y lo entregó a los señores del norte. (En cuanto al poder de coerción interna, el moralismo y el pietismo de las sectas reformistas, fueron aún más deshumanizantes y carcelarios que el catolicismo). Munzer —para quien Lutero y compadres no entendían nada de aquella grandiosa insurección de los trabajadores que se trataba de ahogar en beatería y pedantería bíblica—, el glorioso Munzer, uno de los pocos libertadores auténticos de la historia, madurando en conciencia y en carácter, terminó por comprender —el primero, acaso—, que el cristianismo era estorbo que no arma en la lucha de la humanidad oprimida contra sus opresores. En sus panfletos y en el inmortal sermón del castillo de Altstedt (aunque usando un lenguaje profético, el único posible), Munzer denunció el servilismo cobarde de Lutero —el de los eternos apóstoles traidores del pueblo--, y dijo que los príncipes y grandes, son la hez de la usura, el robo y el bandidaje; y que se apropian de todo lo creado, desde las plantas de la tierra a los peces del agua; y que predicando al pueblo el "no robarás", roban y explotan al que trabaja arrogándose e1 derecho de castigarlo; y dijo que el cielo no es de ultratumba sino de esta vida y que "el reino
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WALT WHITMAN de Dios" significa una sociedad sin opresión, ni iniquidad, esto es, sin diferencias de clase. La situación privilegiada en que llegó a colocarse Inglaterra en el mundo moderno, poco o nada tiene que ver con las dotes raciales del inglés, sino que está, visiblemente vinculada a estos tres antecedentes: 1 9 ) La casi inagotable riqueza de su suelo en hierro y en carbón, productos de más valor que los diamantes para la técnica industrial moderna; 29) En la navegación oceánica (un océano que el hallazgo de América convierte en lago mundial) con que se inicia decisivamente la historia moderna, Inglaterra tiene la ventaja, no sólo de ser la mejor ubicada, sino por su condición de isla totalmente atlántica, la de llegar a poseer los barcos más numerosos y capaces (una galera oceánica, cuando su rival, España, aun tiene galera mediterránea, con una sola fila de remos). El Papa "señor del Mediterráneo" repartió el mundo entre las dos naciones más allegadas políticamente, Es' paila y Portugal. Sólo rompiendo con esa bula, dice un geógrafo, podían Inglaterra y Holanda participar de las riquezas de A mérica y la India, y ese fué el primer origen del protestantismo. Con tan decisivas ventajas geográficas y económicas —y por ende políticas—, el país que aumentaba día a día sus naves debía preponderar sobre el que sólo aumentaba sus Conventos. La conciencia social de la Inglaterra moderna maduró en el genio de Tomás Moro. Abogado y teólogo, parlamentario, consejero de comerciantes y canciller del reino al fin, pensador entrañable y hombre de mundo, Moro vió con profundidad no sobrepasada hasta hoy en Inglaterra, los problemas sociales y así coincidió con los profetas hebreos y con los primeros padres de la iglesia y se anticipó a Marx: 1 9) No hay asomo de justicia donde los hacedores de la riqueza —los obreros agrícolas o industriales— carecen de toda seguridad social y su suerte es peor que la de las bestias de carga; 2 9) La riqueza es monopolizada por un puñado de personas que en Inglaterra despueblan los campos 121
LUIS FRANCO de hombres para poblanos de carneros; 39) La pobreza y el paro creciente engendran ladrones y vagabundos y los ricos, responsables de ello, se arrogan el derecho de castigarlos; 49) Ninguna reforma parcial dará resultado porque la apropiación privada es la fuente de toda iniquidad social, y no habrá paz ni justicia si los bienes del mundo no pertenecen por igual a todos... (No fuá por casualidad que Moro murió en el cadalso). La expansión económica de la burguesía no era compatible con el sistema feudal: por eso aquella fué revolucionaria. Y fuá contra la iglesia, porque esta era el mayor de los señores feudales, y también porque la actividad industrial precisaba de la ciencia —mecánica, física, fisiología— y esta contrariaba la fe. La lucha contra el feudalismo se hizo bajo manto religioso. La burguesía decidida de Holanda fundó la república y la de Inglaterra ajustició a su rey. Campesinos y plebeyos formaron los ejércitos de Cromwell, pero la victoria sólo los perjudicó a ellos: la confiscación de sus tierras, que ocupaban desde siglos, en propiedad comunal y su relevo por carneros (las hilanderas de Inglaterra y de Flandes pedían lana!) persistió y continuó según el interés de la nobleza terrateniente que hizo pacto con la burguesía: la monarquía constitucional de 1689, significó una componenda entre la avezada casta de barones y obispos y la casta novísima de financieros, fabricantes y traficantes y en interés de ambas se remacharon mejor las cadenas de la gran masa trabajadora del país.
La gran masa de campesinos violenta e implacablemente expropiados, afluyeron y se agolparon rebañegamente en los grandes centros fabriles del capital, el más inhumano explotador de trabajo conocido. Manejada por los explotadores la máquina se convirtió en el Moloch devorador de la carne y el espíritu de los trabajadores. En pleno siglo XIX, los dueños de fábricas, que edificaban cada día su espíritu con la lectura de la Biblia, condenaban a los adultos a 15 horas de trabajo diarias, y el 122
WALT WHITMAN democrático Parlamento "por condescendencia con los fabricantes, libraba a niños menores de 13 años al infierno de 72 horas de trabajo semanales. . . No ha de negarse que el derecho inglés fué el único que conservó aquellos fueros germánicos de libertad personal, barridos en todas partes por el absolutismo —fenómeno debido en parte, acaso, a la afición de puritanos y cuáqueros al Viejo Testamento y principalmente al persistente espíritu antifeudal de la gran industria y al libre cambio—, pues Inglaterra, dueña de 10 mil islas, de la mitad de los barcos del mundo, se erigió en apóstol de la libertad de comercio... Todo ello sin perjuicio de ser la principal autora de la horrenda trata de negros, de avasallar pueblos independientes, de matar de hambre a Irlanda, de confiscar a sus campesinos, de aherrojar a sus obreros. Desde el punto de vista de los pueblos —no de los reyes y sus cortes— la historia de Europa, ya en plena edad moderna, fué un modelo de calamidades. En efecto, no es fácil hallar parangón para la miseria a que el cristianísimo clero y la cristianísima nobleza tuvieron sometidos a sus siervos, es decir, a las clases trabajadoras. "Vénse certos animales feroces —dice La Bruyére, refiriéndose al campesino de la nación mís culta de Europa—, esparcidos por la campaña, negros, lívidos... Tienen una voz articulada. . . y en efecto, son hombres". Y Massillon, obispo de Francia: "El pueblo de nuestra campiña vive en una miseria espantosa, sin lecho, sin muebles, y la mayor parte sin pan la mitad del aóo". Ya podemos medir el alcance de la frase de Chamfort: "Los pobres son los negros de Europa". En ese pueblo enloquecido de humillación y de hambre se apoyó la burguesía de la revolución del 89. Y esa revolución fué grande, justamente gracias al tremendo fermento popular que permitió quemar todos los puentes que unían al mundo feudal y afrontar victoriosamente —"el més bello momento de la historia moderna", dice Stendhal—, esa coalición de todas las sobrevivien' 123
LUIS FRANCO tes fuerzas del Medioevo, llamada Santa Alianza, tutelada por.. la liberal Inglaterra". Pero los proclamados Derechos del hombre, fueron sólo los Derechos del buen burgués. Bajo Bonaparte, o bajo la Restauración o bajo Luís Felipe, las verdaderas masas populares (aunque con mucha más conciencia de clase, su única ganancia) fueron, corno en Inglaterra, reiteradamente traicionadas por sus aliados burgueses. Gracias al concurso heroico de las vanguardias obreras había caído Carlos X. Pero el reinado archiburgués que le sucedió, o gobierno de los banqueros, significó esto para el pueblo: largas jornadas, jornales bajísimos e impuestos muy altos y mucha policía. Eso sí, la conciencia política de los trabajadores ganó un terreno inmenso. Limpiando el vocablo pueblo de toda turbiedad retórica, lo opusieron rotundamente a la burguesía y sus clientes. "El pueblo —dijo el obrero Beranger— es el conjunto de los que trabajan, no poseen nada y no disponen siquiera de su propia existencia". Mientras la intelligentsia sedicente socialista elabora teorías más o menos pacíficas y utópicas ("apelando a la ayuda de los reyes y poderosos, para realizar la tarea de redención de la humanidad"), la vanguardia del proletariado, que cuenta con hombres como el estupendo Blanqui, sabe ya bien que la vía redentora comienza con la toma del poder político para una completa transformación política y social. La revolución de 1848 tuvo este sentido glorioso: por primera vez el proletariado, el auténtico pueblo, aparece con reivindicaciones propias. Es claro que la insurrección proletaria cayó traicionada y ahogada en sangre por los republicanos demócra tas, que así prepararon el camino a Napoleón el Chico. Mas he aquí que la caída de éste dió lugar al primer hecho que anticipa la gran epopeya futura: la primera revolución pura-
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WALT WHITMAN mente popular rematada en victoria. Victoria de pocos días, es cierto, pero tan real y trascendente, que de ella aplaudieron no poco los geniales autores del Manifiesto comunista y tomaron su lección más profunda los muertos de la otra gran revolución proletaria, la de Rusia. La Comuna evidenció de nuevo la cobardía e inepcia de la burguesía que después de haber vegetado bajo las botas de Luis Napoleón se abrazó a las de Bismark, ayudándole a aplastar la insurrección del pueblo francés encabezado por el proletariado de París. Eso sí, en la verdadera historia de mañana, la Comuna quedará como uno de los resaltos más heroicos de la historia, no sólo por el fabuloso denuedo de los obreros que lucharon en ella, sino por haberse anticipado inmortalmente a intentar la obra con cuyo cumplimiento se intaurará la sociedad del porvenir: la abolición del Estado, suprimiendo el ejército permanente y reempia' zándolo por el pueblo armado —reemplazando la policía por fuerzas populares de control—, liquidando el poder del clero y la enseñanza religiosa; destruyendo la burocracia y el parlamentarismo y reemplazándolos por representantes responsables y revocables en cualquier momento y pagados con salarios obreros. En lo fundamental, la Revolución Rusa retomé y amplió la obra de la Comuna, enseñando al pueblo ruso a desligar sus intereses, no sólo de la nobleza sino de todas las capas de la burguesía. Entre las dos fechas más gloriosas de la historia del siglo XIX —la revolución de 1848 y la Comuna parisiense de 1871y en íntima relación con ellas, habíase producido un acontecimiento intelectual de trascendencia equivalente: la aparición del Manifiesto comunista y de El Capital, es decir, la teoría del materialismo dialéctico. Antes que ente moral o intelectual o político —el hombre, animal político, definía Aristóteles—, el hombre es un ente productor y permutador: un animal econ6mio. La economía es 125
LUIS FRANCO la raíz económica de todo lo social, la mística inclusa: por caminos directos e indirectos ella plasma integralmente al hombre Su signo definido es la lucha de clases o lucha entre explotadores y explotados, pues ocurre que en todas las sociedades históricas, una clase minoritariamente ínfima se apoderó un día de los bienes de la colectividad —de todos los instrumentos de producción y de carnbio-, para su uso y provecho exclusivo, sometiendo a la inmensa clase desposeída a duro vasallaje. Así nació la propiedad privada (reconocida ya como fuente de toda injusticia social por los Profetas de Israel, por los primeros padres de la Iglesia, por Munzer, por Moro, etc.), y así nació el Estado para prestigiarla y defenderla. Desde luego, Marx no supuso que el hombre fuera un producto mecánico de la economía. Vió que si las fuerzas y las relaciones de producción determinan el desarrollo jurídico, religioso, artístico, etc., este a su vez, reacciona complejamente sobre la base económica: y así, siendo el medio modificado por el hombre, producto de ese medio, es al fin de cuentas el hombre el hacedor de la historia.
Por cierto que Marx fué justamente el revés de ese filósofo ventral que sus enemigos querrían. Fisiólogo de la historia, naturalista del acontecer humano a través de los tiempos, puso su vida en demostrar la posibilidad y la urgencia de superar ese estadio en que el hombre es aun esclavo de esa hada del mal ojo, llamada Economía, es decir, de resolver el problema básico de su existencia colectiva, para que el hombre no sea estorbo de sí mismo, y el falso individualismo burgués ceda el lugar al pleno desarrollo de la persona humana. Para los filósofos materialistas el hombre es también un producto del medio físico y social, pero dejan en el tintero lo que Marx hace resaltar seíeramente: que el hombre sabe modificar el medio que lo condiciona, es decir, sabe modificarse a sí mismo. El anhelo humano es el motor de la actividad social, pero ese an126
WALT WHITMAN Lelo no es sólo biológico, sino también histórico, es decir, condicionado por el medio social, y como este cambia de suyo y por la acción humana, cambian con ello las necesidades, los sueños, la psique del hombre. "El hombre —dice Marx—, altera su propia índole cuando actúa en el mundo y lo transforma". El hombre, que sabe transformarse a sí mismo, es el ser revolucionario por definición, el único capaz de alterar su destino, el único libre.
La dialéctica —que Marx tomó de Hegel, pero bajándola de las nubes a la tierra—, es el recobro de la idea griega del devenir, contra esa enfermedad religiosa del conocimiento: la incapacidad de percibir las cosas sin despojarlas de su aspecto histórico, transitorio, es decir, sin convertirlas en momias incambiables, intocables, eternas: así el estado, la moral, la patria, las instituciones, las clases, los intereses creados. . Para Marx el hombre es un acontecer y todo lo suyo puede y debe cambiar. Su dialéctica es la constante del movimiento, el hada madrina de la transformación y ¡ . . . la revolución! Esto abre otro golfo entre Marx y los filósofos contemplativos: para él el pensamiento vale en la medida en que es capaz de mover a los hombres, de transformar y armonizar a los hombres. "Nuestra doctrina no es dogma, sino una guía de acción". He aquí que el filósofo es el más profundo de los hombres de acción. He aquí que el pensamiento es forjado no ya para las bibliotecas, sino para los puños del mundo. Si el materialismo dialéctico no es dogma, mucho menos es un dogma... materialista. Marx y Engels significan precisamente la negación de esa miseria del hombre occidental que ha perdido sus valores más profundos en su furioso y armado combatir por el dominio industrial. Ahora bien, Marx no repugnó ese esfuerzo por el sojuzgamiento de la naturaleza externa, puesto que vió en él una premisa para la realización del hombre--, ese es todo su materialismo. Pero si vió que el mortal descarrío del hombre estaba precisamente en poner la humanidad que ha127
LUIS FRANCO bía en su persona al servicio del poderío industrial y no al revós. Nunca se encarnecerá bastante la estupidez o la bellaquería que imputa una filosofía abdominal al hombre que sintió la unanimidad de lo viviente, al vidente que miró la redención del hombre en su comunión con el hombre y el mundo. El creyó en la voluntad y el pensamiento humanos como nadie se atreviera a hacerlo. Enseñó que la busca del misterio de Dios implica la negación del misterio del hombre y de la naturaleza; mas el reconocimiento de ese misterio inicia la veraz conciencia religiosa, que es positiva, no negativa. ¿Que el ateísmo niega a Dios para afirmar al hombre? ¡Pero si este existía lo mismo antes de esa negación! Eso enseña el hombre que puso toda su fe en el hombre. De veras, le interesó la emancipación económica del hombre, como base de su liberación espiritual o integral. Le preocupó la industria, mucho menos por su contenido utilitario, como a todos, que por hallar en ella concretadas las fuerzas fundamentales del hombre, y así la llamó "psicología humana sensible". Le preocupó la propiedad privada, no por un mediocre anhelo de justicia distributiva, sino porque aquella se ha hecho el parásito, el vampiro del hombre, y as¡ concibió el comunismo como un retorno del hombre a sí mismo. "El hombre deberá revenir de todas las alienaciones de su existencia a sí mismo: reencontrar la unidad de su ser individual y de su ser social". Y este es el único camino hacia el hasta hoy malogrado objetivo de toda civilización: el desarrollo integral del individuo. Porque él definió así al hombre verdadero: "aquál que tiene necesidad de la expresión de la vida humana en toda su plenitud". Mas lo que valió a Marx el odio inmortal de la burguesía y su clientela de paniaguados, fuá su análisis implacable del sistema de la servidumbre moderna —el más alevoso de la historia— llamado capitalismo. 1) Las materias primas y las mi.quinas (capital) sólo son productivas gracias a la fuerza de tra128
WALT WHITMAN bajo (obrero), pero a su vez el obrero tiene que venderse al capital para vivir; 2 9 ) El capital es sólo el exceso de trabajo del obrero, es decir de lo que produce sobre lo que consume; 39) Este régimen moderno, al Suscitar grandes agrupaciones obreras, que adquieren inevitablemente espíritu de clase, conspira, sin querer, contra sí mismo; 49) El progreso de la técnica industrial, con gran economía de brazos, trae consigo la formación de inmensos ejércitos obreros de reserva, que se enrola en los períodos prósperos y se licencia de golpe en los de crisis; 59) El capitalismo produce menos para el consumo que para el intercambio: así, su primera necesidad es conseguir mercados y su segunda, cerrando el círculo vicioso, conseguir materias primas; 6 9 ) La competencia entre los distintos grupos capitalistas del mundo se agudiza y exacerba con su mayor desarrollo. En esta lucha por la conquista de mercados y materias primas —imperialismo, colonialismo—, los rivales más débiles son absorbidos por los más fuertes diariamente; la creciente proletarización de los productores pequeños y medianos corresponde a esa creciente concentración del capital; el capital financiero es el patrón y socio de los gobiernos y el dictador de los pueblos; 79) Mas la formidable expansión de la producción sobrepasa la expansión de los mercados. (Dicho de otro modo: el virus capitalista, la Llamada superproducción, no es tal, sino la creciente incapacidad de las masas proletarias para adquirir productos, aun los más indispensables de la vida...). El despliegue de la democracia burguesa hasta mediados del siglo XX no haría más que confirmar en lo esencial, la visión del Manifiesto de Marx y Engels. En efecto, el sentido común en yunta con la filosofía burguesa debían sufrir el más rajante desengaño. Según ellos, el proceso histórico debía traer por sí mismo, pacíficamente, la disminución paulatina de todos los conflictos sociales, el lijamiento de todas las asperezas, en una sociedad cada vez más justa y humana. Pero he aquí que este cuasi-idilio 129
LUIS FRANCO debía abortar —1914-18 y 1939—, en las dos más cuantiosas matanzas de la historia. ¡Qué Otra cosa podía ocurrir a una sociedad erigida sobre la más épica injusticia y empeñada en mantenerse a flote cuando ya el proceso histórico la había condenado a muerte! En Inglaterra, Francia, Holanda, Alemania, etc., la democracia burguesa estaría sostenida por millones de esclavos coloniales y de siervos patrios, y en Norte América vendría a organizarse exclusivamente para gloria y provecho de sesenta familias. Cuando el proceso mismo de la producción moderna (con máquinas demiúrgicas y millones y millones de brazos) condenaría a muerte la propiedad privada, el sistema capitalista se empeñaría en sublimarla. Cuando sus viejos mecanismos comenzaran a estallar, se cambiaría de técnica. En los países menos favorecidos, se acudiría de golpe a todas las variedades de la violencia, sin renunciar a ninguna de las formas de la mentira: fascismo, nazismo. En Rusia la primera revolución proletaria de la historia sería ahogada por la reacción internacional en combinación con la casera. El régimen post-revolucionario reemplazaría al gobierno proletario por el monopolio burocrático, es decir, la actividad de las masas por el absolutismo policíaco; crearía el más asiático y miserable fetíquismo del mando; inhumaría la Internacional obrera y exhumaría todo lo que sepultara la Revolución de Octubre: el patriotismo burgués, la colaboración de clases, la colaboración con la burguesía internacional, la colaboración con la Iglesia. . . Significaría, pues, la más monstruosa insurgencia del pasado contra el porvenir, y en su necesidad de luchar a muerte con los vestigios vivientes y ardientes de la Revolución, resumiría toda la mentira, la podredumbe, la sevicia y el servilismo de la sociedad, condenada por la historia. En los países de economía privilegiada —Inglaterra, Norte América, Francia—, naturalmente el sistema político seguiría llaméndose "democracia", pese a que la concentración vertigino130
WALT WHITMAN sa de la riqueza común en cada vez menos manos convirtiese a las clases medias en proletarias y a las proletarias en mendigas. Pese a que el fascismo hubo de salir de su seno como la fiebre maligna sale del pantano, esa democracia, llegaría a su mejor ha' Zafia en el manejo del engaóo, oponiéndose en abstracto a la dictadura fascista o stalinista, ocultando farsaicamente el hecho de que la democracia burguesa es democracia de ciases, es decir, significa la dictadura permanente y aviesa de una ínfima minoría sobre el inmenso resto de la sociedad, y fingiendo olvidar que históricamente vió la luz sólo gracias a la dictadura jacobina que liquidó al feudalismo, como sólo gracias a la dictadura proletaria que liquidará todas las formas de la explotación burguesa, podrá nacer mariana la democracia sin clases del porvenir ¿O seguiríase dudando de que la emancipación sólo puede ser lograda por los esclavos mismos? Pues pese a la negación del filisteo burgués en yunta con ese agente de la contrarevolución permanente que es el social-patriota, la suerte de la sociedad en la primera mitad del siglo XX, estaría en manos de dos clases irreconciliablemente antagónicas: la burguesía imperialista (tipo fascista o tipo democrático) y el proletariado revolucionario, y su signo definidor sería por eso la exacerbación grandiosa de la dialéctica de la lucha de clases —pulso de la historia—, la guerra a muerte entre la clase que por representar todo el pasado (propiedad privada, explotación del hombre, Estado carcelario, religión y moral policíacas), significaría toda la barbarie, y la que significaría el porvenir: la clase obrera, que lucha, no por mejorar l,1. suya, sino por suprimir las clases e inaugurar una sociedad sin cadenas.
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CAPÍTULO IX
"PERSPECTIVAS DEMOCRATICAS"
El más elemental sentido de responsabilidad frente a una tarea como la que aquí emprendo exige la advertencia siguiente: yo no pretendo explayar aquí un análisis crítico, hecho o intentado con todo el detenimiento, la minuciosidad y la amplitud que requiere Perspectivas Democráticas. Y solo aspiro, en esta oportunidad, a llamar la atención sobre el breve libro inmenso; a señalar las cadenas principales y los contrafuertes más señeros, digamos así, de ese como sistema cordillerano que son las meditaciones de Whitman sobre la democracia: sólo deseo insinuar quá luz salvadora puede proyectar sobre nosotros, a través del inmortal ensayo, el espíritu de Whitman en estas horas de fracasos políticos, de claudicaciones y decepciones de toda laya, de no dudoso eclipse espiritual. De paso enunciaré un detalle sintomático. A lo largo de muchos años he conversado con decenas de periodistas y hombres de letras y con no pocos de esos libres lectores, cuya curiosidad y penetración suelen sobrepasar a las de muchos literatos de oficio, y me he dado con que Perspectivas Democráticas es un libro casi desconocido o, mejor, totalmente desconocido. ASÍ, pues, por ese motivo principalmente, mi tarea se va a reducir aquí, casi por entero, a la de mero transcriptor de algunos de los pasajes más reveladnres del gran libro. Casi huelga advertir, para comenzar, que la palabra demo132
WALT WHITMAN cracia tiene en Whitman no sólo un contenido de amplitud inmensa, sino también, en muchos aspectos, un sentido totalmente opuesto al que el vocablo expresa habitualmente en boca de los periodistas y los profesores, de los políticos y sus clientelas electorales. Escuchad: "No sólo no es suficiente —dice---- que la nueva sangre y el nuevo cuerpo de la democracia sean vivificados y conservados únicamente por medios políticos, sufragio universal, legislación, etc., sino que, según lo advierto claramente, a menos que se vaya más al fondo, a menos que obtenga siquiera un asidero tan firme y cálido en el corazón, en las emociones y en las creencias de los hombres corno lo obtuvieron en su hora el feudalismo y el eclesiastismo, e inaugure sus propias fuentes perennes, brotando desde el centro para siempre, la fuerza de la democracia será defectuosa, dudoso su crecimiento, y su principal encanto se encontrará en falla". Ya podemos advertirlo claramente: para Whitman democracia tiene, por encima de todo, un sentido cultural; es no sólo un fenómeno político, sino principal y definitivamente espiritual. Tanto es así, tan capital es este aspecto de su pensamiento, que a lo largo de su libro vuelve cien veces sobre él, con apasionada insistencia, considerándolo desde los más distintos puntos de vista, sugiriéndolo con los modos más diversos. "Sostengo —dice----- que la verdadera nacionalidad de los Estados Unidos, la unión genuina, cuando lleguemos a una crisis mortal, no es ni ha de ser, después de todo, las leyes escritas, ni, como se supone en general, el propio interés o los comunes objetos pecuniarios y materiales, sino la idea férvida y tremenda que derrita todo lo demás con calor irresistible, que funda todas las distinciones menores e indefinidas en un vasto y abierto poder espiritual y emocional."
Más aún: lo desconocido y lo irreal son, según él, hijos excelsos de lo conocido y de lo real, y es de grande necesidad que 133
LUIS FRANCO Sientan tan seguros como sus padres, se alcen frente a ellos, y sin temor al ridículo y al equívoco, ocupen el sitio de honor que les corresponde, replicando con el desembarazo, la resolución y la autoridad debidos "al grito ahora victorioso, dice, —el grito de los sentidos, de la ciencia, de la carne, de las rentas, de las granjas, de la mercadería, de la lógica, del intelecto, de las demostraciones, de las sólidas perpetuidades, de los edificios de ladrillo y hierro y hasta de los hechos, de los espectáculos, los árboles, la tierra, las rocas, etcétera". Sí, contra todo y contra todos, nuestra fe en el espíritu debe ser indomable. Mas, del hecho de que ése debe ser el camino y la meta de la que él indica con la palabra democracia, Whitman, en divergencia total con tanto mero soéiador, no ex' trae la conclusión de que lo material sea despreciable y olvidable o, si queréis, que lo material sea la negación de lo ideal. No. La prosperidad material —piensa---. y todo lo que ello implica, y en especial "las máquinas ahorradoras de trabajo" son las bases SC
sine qua non de la verdadera democracia, esto es, del único clima que permite la libre expansión externa e interna del hombre. Pe-
ro otra verdad es descontable: si todo el logro y la grandeza en lo material no encaminan y llevan a esa meta liberadora, carecen de sentido, o mejor, tienen un sentido de negación. Más aún: la prosperidad de orden material y técnico sólo tiene un justificativo: el de desembocar en la democracia o emancipación final, Porque Whitman piensa, no sólo que el espíritu justifica
la materia, sino que sólo el espíritu da realidad a lo material. Bajo este aspecto, Whitman volvió su mirada de minuciosa agudeza y llena de profético alcance hacia la realidad circunstante de los E. Unidos y sus comprobaciones y verificaciones fueron de Juicio final. Mientras, allí, por los años del 70, en cualquier parte del mundo se fatigaban las loas, no sólo respecto al esplendor material y económico de la gran nación, sino también respecto a cosas 134
WALT WHITMAN mucho más preciosas; la libertad política, la capacidad educacional, la justicia en el reparto de la tierra, la fastuosidad de los salarios obreros, etc., —apostando a cierra ojos sobre el futuro a
que la magnificación y el avance de tamaiias ventajas terminarían infaliblemente en un mundo de justicia y de libertad perfectas dentro de lo humano—, Whitman vio otra cosa. Prestad atención, porque lo que vamos a oír es una voz muy semejante a la de Isaías denunciando las bajezas y servidumbres de Israel y parece hablar en 1944: "La auténtica capacidad de creer, dice, parece habernos abandonado. No se cree honestamente en los principios cimentales de los E. Unidos (pese a todo ese cariz moralista y esos gritos melodramáticos), ni se cree tampoco en la humanidad en sí misma. ¿Qué ojo penetrador no ve por doquier a través de la careta? El espectáculo es aterrante. Vivimos en un ambiente de hipocresía total. Los hombres no creen en las mujeres ni las mujeres en los hombres. Una desdeñosa arrogancia manda en la literatura. El prurito de todos los literatos es encontrar algo de qué hacer burla. Una cantidad de iglesias, sectas, etc., los fantasmas más funestos que conozco, usurpan el nombre de religión. La
conversación es un amasijo de chacota. En cuanto al engaño espiritual, padre de todas las falsas acciones, la prole es incalculable. La depravación de las clases industriales no es menor de lo que se ha supuesto, sino infinitamente mayor. Los servicios oficiales de América, nacionales, estaduales y municipales, en todas sus ramas y secciones están viciados de mala administración, corrupción, falsedad y soborno, y la misma rama judicial está contaminada. Las grandes ciudades exhalan un tufo de robos y canalleri'a, con máscara de respetabilidad, o sin ella. En la alta socie-
dad, la petulancia, los amoríos tibios, las pequeñas infidelidades, las miras pequeñas o la falta completa de miras, son sólo para matar el tiempo. En los negocios (esta palabra moderna que todo lo devora! ¡negocios!), el grande y tnico objeto es, sin re pa-
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LUIS FRANCO mr en medios, la ganancia pecuniaria. La serpiente del brujo de
la fábula se comía a todas las otras serpientes, y el ganar dinero es nuestra serpiente del brujo, la que ha quedado hoy día como única dueña del campo. La clase social mas alta de que podemos ufanamos no es más que una chusma bien vestida de especula-
dores y guasones. En verdad, detrás de esta farsa fantástica re' presentada en el proscenio visible de la sociedad, se pueden descubrir elementos sólidos y trabajos admirables, que se mantienen en suspenso y marchan por el fondo de la escena para darse a conocer a su tiempo. Empero, las verdades no son por eso menos terribles. Y o digo que nuestra democracia del Nuevo Mundo, p or muy grande que sea su éxito en el camino de librar a las masas de la miseria, y en lo tocante al desarrollo material y la producción, y en cierta epidérmica intelectualidad popular, altamente engañosa, —es, hasta aquí, un fracaso casi total en sus aspectos sociales, y en lo más grande: los resultados religiosos, morales, literarios y estéticos."
Bien, pues, la mirada iluminada e iluminadora de Whitman no se dejó engañar ni en el conjunto ni en la mayoría de los detalles fundamentales. Sin embargo, su reacción frente a eso no fué de desencanto y pesimismo, ni su actitud ni su palabra fueron derrotistas, sino, ciertamente, todo lo contrario, fuera de que su confianza en la Naturaleza y su fe en los hombres eran insobornables; su inspirada visión (ayudada, acaso, por Hegel) adivinó la entraña dialéctica de la historia, el papel decisivo y como mágico que el choque y juego de los contrarios desempeña en el proceso social, y que, como en el mundo orgánico, la podredumbre podría ser trasmutada en fertilidad y el nacimiento salir de la muerte..., esto es, vió que Amórica se salvaría: que la democracia podía ser y tenía que ser salvada. Pero en guardia siempre contra sí mismo, esto es, contra el imán de su propia esperanza, Whitman, frío, imperturbable, aguzó su ojo, llevó el análisis hasta lo exhaustivo. 136
WALT WHITMAN Vió que al destino grandioso que la Naturaleza y la Historia parecían asignar a Amórica, esto es, a la Democracia —el de constituir "el imperio de los imperios" que "echara sombras sobre todo lo conocido hasta hoy", el de hacer "una historia nueva", junto a la cual "la historia antigua resultaría un enano"—, al cumplimiento de ese destino se oponían peligros tamaños. Volviendo su recuerdo a las convenciones que elegían candidatos a la presidencia de la Unión, confiesa: 'Las siete octavas partes de los miembros que la componían pertenecían a la especie más vil de camorristas y soplones, detentadores o postulantes de empleos, alcahuetes, malhechores, conspiradores, asesinos, rufianes, salteadores en banda, traficantes de esclavos..." Vió, entre Otras
cosas, que en la guerra de secesión, la nacionalidad yanqui "escapó a la destrucción apenas por un pelo". "Aun hoy día .—.dice----en medio de este torbellino de petulancia increíble, insensato frenesí de fiestas, infidelidad, falta completa de capitanes y conductores de primera clase, agregado a la excesiva bajeza y la ostensible vulgaridad de las masas, y a ese problema, la cuestión del trabajo, que comienza a abrirse como un bostezante abismo, ensanchándose velozmente cada año, ¿que' perspectivas tenemos?"
Sí, ¿qué queda, en qué puede confiarse, por dónde se abre el camino salvador? Whitman cree entrañable y resueltamente que se trata, ante todo, de un problema mental y espiritual, de un problema de conciencia: esto es, que frente a la enseñanza falsa o mutilada, a la pseudo-sabiduría de los institutos oficiales o semi-oficiales, frente a la influencia negativa o funesta del periodismo de la prédica política o clerical, de la literatura acadé-
mica o folletinesca, el ejemplo y el verbo de conductores espirituales auténticos, podía iluminar la mente y el corazón de los hombres y mujeres y ponerlos en camino de descubrir su propio espíritu, de recuperar sus valores esenciales. Bajo este aspecto, Whitman le asignó a la literatura, una 137
LUIS FRANCO función y una misión trascendentales. Según él, ni la ciencia, ni la historia, ni los códigos, ni menos la política, expresan el verdadero espíritu de los pueblos: pero sí lo expresa, en buena parte, al menos, la gran literatura. (Muy poco sabemos de Israel a través de Josefo; a través de Isaías sabemos lo que más importa.) Recuérdese esta gran verdad, dice: que "mientras en las edades antigua y medieval los pensamientos e ideales más altos, se realizaban y expresaban por medio de las otras artes tanto como por la literatura técnica, o aun más que por medio de ella
(pues ésta no estaba al alcance de la masa del pueblo ni siquiera de la mayoría de las personas principales), tal literatura, en nuestros días, para los propósitos principales, es no sólo más capaz que todas las otras artes juntas, sino que ha pasado a ser el único medio general de influir moralmente sobre el mundo". Ahora bien, entendámonos: para Whitman, la literatura convencional, la que no expresa el verdadero espíritu de un pueblo y prefigura su futuro, es la traición de la literatura y del espíritu.
Piensa que en general en el mundo y en especial en América, el verdadero espíritu de nuestra época, lo verdaderamente moderno —es decir, lo de hoy y de mañana— no ha sido expresado o anunciado o alzado como una bandera guiadora por la literatura. "Una literatura de nueva fundación, dice —no meramente para copiar y reflejar las superficies, o para servir de alcahuete al llamado buen gusto, no sólo para divertir y matar el tiempo, para celebrar lo bello, lo exquisito o lo pasado, o para exhibir destreza técnica, rítmica o gramatical. ....Siempre el artificio y la convención: "vivarachos caballeritos del extranjero, dice, que nos inundan con su delgado sentimiento de salas de recibo, sus quitasoles, sus cantos para piano, sus rimas retintineantes. . . o quejándose y llorando por algo, persiguiendo un concepto abortado tras otro, y eternamente ocupados en dispépticos amores con mujeres dispépticas." Y eso no es todo. "Yo digo, continúa, que una nación puede 138
WALT WHITMAN sostener y circular ríos y océanos de materia impresa, muy legible, de diarios, revistas, novelas, libros, para biblioteca, "poesía". etcétera; y, sin embargo, estrictamente hablando, no poseer una literatura."
Para él sólo puede llamarse con ese nombre, no algo que separe de la Naturaleza y de los hombres vivientes, sino, precisamente, algo que sea capaz de despertar y revelar ese vínculo viviente y sagrado que nos une a la Naturaleza y al resto de los hombres, algo capaz de insuflar a los hombres inhibidos por el miedo, y comprimidos por las convenciones y zarandajas "el hálito recuperativo de la vida sana y heroica"; "una literatura, dice, que se enlace a la raíz de lo viviente, religiosa, en concordancia con la ciencia, que maneje los elementos y las fuerzas con poder competente, que eduque y adiestre a los hombres y lleve a cabo la entera redención de la mujer.. ." Whitman saca otra conclusión de las enseñanzas de la historia: "todo lo demás, dice, en las contribuciones de una nación o una edad, a través de su política, sus materiales, sus personalidades heroicas, su prestigio militar, etc., queda crudo y en retraso, en cualquier avaluación severa y a fondo, en tanto que nos es vitalizado por arquetipos nacionales y originales en la literatura." Por lo demás, cree que sólo en los grandes libros se ha salvado lo más precioso que pueda haber para nosotros: "la mejor experiencia de la humanidad". Según él, el problema esencial de la humanidad "es social y religioso y debe ser encarado en última instancia por la literatura." En cuanto a América, nunca tuvo tanta necesidad de los poetas de lo moderno, de los grandes literatos de lo moderno y así concibe él a ese tipo de profeta moderno, que será, ante todo, un arquetipo de hombre: "El gran literato descollará, entre los demás por su alegre sencillez, su lealtad a las normas naturales, su fe ilimitada en lo divino, su reverencia, y por su inmunidad a la duda, al tedio, a la burla, al persiflage, y a cualquier moda excéntrica y efímera." "El sacerdote se va, dice. El litteratus divino llega."
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LUIS FRANCO salvadores de todo país y edad. . . parece comprometer, en llegando completamente a su desarrollo, cultivo y reconocimiento, la esperanza y la seguridad más sustancial, del futuro de estos Estados Unidos." Aunque mi exposición se ha prolongado amenazadoramente, advierto que apenas he podido referirme a contados aspectos de ese cosmos que es el pensamiento de Whitman. Cómo quisiera comunicaros mi deslumbramiento o mi pasión respecto a otras faces no menos sugestivas, vivientes y henchidas de riqueza espiritual! ¿Aludiré, siquiera, a su ponderación jubilosa del hombre endiosado por su propia meditación? ¿Aludirá a su repugnancia por el concepto pictórico, o meramente materialista o racionalista de la Naturaleza, que para él comienza y termina siendo un fenómeno cósmico y un envolvente y trascendente numen espiritual? ¿Podría referirme, siquiera de paso, a su antidemagógica opinión, de que "una nueva literatura, acaso una nueva metafísica, ciertamente una nueva poesía han de ser los únicos seguros y dignos soportes y expresiones de la democracia americana"? ¿Llamará la atención sobre el hecho de que para él hay algo que está por encima del poder, de la devoción, de las riquezas, de la estática, del genio y del amor mismos, y es eso que se sugiere apenas son las palabras justicia, derecho o verdad, o se insinúa con el nombre de rectitud moral, algo tan grande que su ausencia significa la burla de toda la civilización y sus triunfos? ¿Contará que se encara con la Cultura para decirle: "sabes que hay algo más grande que tú: las frescas y eternas cualidades del Ser"?
¿Divulgará, finalmente, que para el caudaloso inspirado de "Hojas de Hierba" la espiritualidad de lo que puede llamarse religión sólo puede fluir "en la perfecta incontaminación y soledad de la individualidad", que "compete exclusivamente a la silenciosa operación de la conciencia aislada, el entrar en el éter 142
WALT WHITMAN de la veneración, el alcanzar los planos divinos y la comunicación con lo indecible," — que para tama'iio milagro las biblias, los cre' dos, las iglesias y los sacerdotes no son más que un estorbo?
Más antes de terminar, fuerza es volver por última vez al tema envolvente y totalizador: democracia, para insistir sobre un punto fundamental: Whitman cree que América, es decir, la democracia, es decir, el mundo moderno por excelencia, es infiel a su profunda idiosincrasia, no se ha formulado su propia norma, está muy lejos de haber despertado y expresado su propio espí' ritu. Como sigue importando, desde lejos lo parcial, lo fenecido; como sigue prestando acatamiento a la tradición clásica, cuyo prestigio es el brillo de los reyes, de las castas, de lo feudal, de lo eclesiástico, o monástico, —no puede volverse y penetrar lo propio y llegar a lo universal. Y mientras tanto, el destino de América, es decir, de la dcmocrecia, es la exprcsiún plena de "los más elevados significados finales de la historia y del hombre", y para eso, la democracia necesita, como ayuda principal, de algo que dé conciencia y voz a su propia esencia, de poetas mucho más desembarazados, abarcadores e intensos que todo lo conocido hasta ahora: que asuman las esperanzas antiguas y la ciencia de hoy y los hechos de hoy y los trasciendan, proyectándolos hacia ci futuro; que aviven y vigoricen en el hombre la raíz de su conciencia cósmica y de su conciencia social; que le infundan un sacro horror a todas las formas de la servidumbre y lo liberten de todos los fantasmas del miedo, amaestrándolo en el más augusto respeto de sí mismo y en el auténtico sentido de la sencillez, del amor, de la fraternidad y de la alegría.
Oíd lo que, según él, la democracia exige de esa poesía que expresará su alma: "Debe tender su visión hacía el futuro más que hacia el pasado. Como América, debe desembarazarse hasta de los más grandes modelos del pasado, y al mismo tiempo, sin descortesía hacia ellos, debe tener entera y exclusiva fe en sí mismo y en los productos de su propio espíritu democrático. Como ella, debe colocar en la van guardia — y mantenerlo levantado contra todo
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LUIS FRANCO azar— el pendón del divino orgullo que el hombre experimenta de sí mismo (los cimientos primordiales de la nueva religión). Bastante tiempo ha estado el Pueblo escuchando poemas en que la humanidad común, deferente, se inclina profundamente humillada reconociendo superiores. Pero América no escuchará poe-
mas de esa clase. Que el canto sea erecto y henchido de estimación de sí mismo, y entonces América lo escuchará complacida." A propósito de este pensamiento, y de las críticas disolventes de Whitman a los resultados visibles de la democracia yanqui, bueno es recordar aquí que, cuando él las formulaba, ya no esta ba lejana la hora en que la burguesía de su país perpetraría uno de los crímenes más cobardes y monstruosos que hayan manchado jamás a una casta explotadora: me refiero a los obreros y escritores ahorcados en Chicago, en 1886.
Repitámoslo una vez más: por encima de todo Whitman significa una entera fe en que la democracia no sólo es el mejor camino para la realización cabal del hombre, sino el único camino posible; significa una confianza invicta en que el ejercicio de la libertad, pleno, límpido e ilimitado, basta por sí solo a crear la atmósfera paradisíaca para el despliegue cabal de la personalidad humana; significa la convicción total de que, pese a todas las mentiras y convenciones, y cualquiera sea la edad o país de que se trate, sin excluir a los Estados Unidos, el Pueblo no ha tomado verdaderamente parte hasta hoy, no digo en la cultura, sino ni
siquiera en la política; el Pueblo no ha entrado todavía en la historia, y que el día que lo haga, con todos los derechos que le corresponden, se habría partido en dos la historia del hombre, y éste habría dejado el reino de lo forzoso para entrar en el de
la libertad. En lo que hace al hombre y al espíritu del hombre, Whitman fué la cosa menos parecida posible a eso que hoy se llama un liberal: fué un libertador, y en la magnitud más heroica. Su visión pareció misionariamente encaminada a llevar a sus resultados más vivientes, espirituales y hermosos el pensamiento de Hegel: "La historia humana es el avance de la conciencia de la libertad." 144
WALT WHITMAN Pero reparemos todavía en algo más: no es posible pasar por alto una última sugestión de Whitman, insinuada al referirse al pavoroso problema del trabajo, es decir, de la falta de trabajo, y concretada después en esta frase: "Este es el programa americano, no para las clases, sino para el hombre universal", y
después en esta otra: "La gran palabra solidaridad se ha erguido. De todos los peligros para una nación, según hoy se dan las cosas, no puede haber Otro mayor que tener a ciertas porciones del pueblo separadas del resto por una línea determinada -no privilegiadas como las otras, sino degradadas, humilladas, tenidas en nada."
Bien, pues: ya vemos que su corazón y su intuición geniales entrevieron también la verdad primaria del gran problema: esto es, que, pese a todos los trucos y ocultaciones, la sociedad humana seguía dividida en dos clases, y que sólo acabando con ellas, pueden echarse las bases primeras para la emancipación del hombre colectivo y del hombre individual. Pero su esencial error radicó, sin duda, en creer que por medios simplemente educacionales o culturales logrart'ase romper un día los milenarios y formidables tabiques que dividen a toda sociedad, hasta hoy, en dos castas: la explotadora y la explotado..
Sí, no logró ver lo que estaba descubriendo otro contemporáneo genial: que si no se transformaba el primordial cimiento económico, no se iba con el tiempo a mis democracia sino a menos; esto es, para decirlo en dos palabras: Mientras no se lograse la verdadera igualdad entre los hombres, aboliendo las clases (y ello significa abolir el siniestro y cada vez más antihisto'rico privilegio de la propiedad privada, y abolir el Estado, que nació y vive para sostener ese privilegio), mientras no ocurra eso, resulta baldío cualquier sueño de redención social y espiritual de la humanidad de hoy.
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CAPÍTULO IX
EL DIOS DE LA CAMARADERIA A Lelio Zeno
"Los hombres de letras y los artistas parecen rehuir la camaradería; para mí tiene un poder de alborozo, influyéndome del mismo modo que la luz o la tormenta." Nada como esta confesión de Whitman para sentir la diferencia fundamental que media entre él y sus colegas. En los otros intelectuales el ejercicio profesional de la inteligencia —o de cierta parte de la inteligencia, llamada así sólo por antonomasia—, obra casi siempre en el sentido de oprimir o restringir, cuando no anular, las potencias afectivas. A Whitman la iluminación mental le sirvió sólo para ordenar y potenciar ese gran tumulto de su corazón de amor. El impenitente ambulador que no había podido recoger los hijos engendrados por su carne —el gran callejero que por apego maniítico a la independencia habíase quedado sin hogar—, tenía una caudalosa sed de intimidad y de ternura. Contó con profundas y casi innumerables amistades entre las gentes de letras y otras, y aun entre las mujeres, mas si sb preferencia se acusó por los hombres mozos de la clase popular, era por una razón doble: sólo entre los incultos hijos del pueblo encontraba esas naturalezas límpidamente ingenuas y cordiales que coincidían con la suya —y también con los jóvenes se entendía mejor su paternal ternura de gigante y su necesidad de ir verificando un poco su ciencia del futuro. "El afecto viril" que Whitman exalta, especialmente en Calamus, es lo opuesto del "amor sexual", que también canta en otros poemas. 146
WALT WHITMAN Ambos son igualmente grandes, pero el amor sexual es exclusivista, mientras la afección viril lleva al hombre a comulgar con la comunidad, con la humanidad: ésa es su virtud gloriosa. Pero esa pasión de amistad alcanza en Whitman una vehemencia desmesurada, una profundidad mística, y tanto que aparece o corno un sentimiento restaurado de inmemoriales olvidos, o mejor, como algo que la humanidad está por conquistar recién. Lejos de todos los valores proclamados hasta hoy día, lejos de los placeres, los provechos, las ortodoxias. Hoy, valores que nadie ha proclamado a{ n, se han puesto en evidencia ;me ha parecido claramente que mi alma. Que el alma del hombre en nombre del cual hablo, encuentra en la camaradería su gozo.
El poeta está dispuesto a no alzar en adelante su voz sino para los cantos de ese amor de los camaradas. Proyectándolos a lo largo de esta vida sustancial, legando al futuro tipos de afección atlética.
El poeta no ignora que llamándose cristianos e invocando el mandamiento del amaos los unos a los otros han realizado su obra los más repugnantes violadores del sentimiento de fraternidad humana —desde César Borgia o Felipe II y las castas sacerdotales de cualquier país y tiempo hasta los que sentados en la montaña de esos privilegios con que aplastan a los hombres, descarnándolos y desalmándolos, esperan su gratitud: los filántropc modernos. El poeta siente que pese a todas las viejas y fáciles irases acuñadas de los catecismos religiosos o laicos, el amor pueblo a pueblo y de hombre a hombre, nunca ha sido una realidad en el mundo y hoy menos que nunca. Se han opuesto a ello mucho menos la ignorancia y los prejuicios de raza que los intereses de las clases, castas o grupos que llevan a los hombres, por la violencia y el engaño, a destruirse mutuamente... aun sin odio. Cierto, algo mucho peor que el odio es lo que por general media hoy de hombre a hombre: una cadavérica indiferencia.
Contra tamaña monstruosidad, que todos los viejos o moler147
LUIS FRANCO nos disfraces y sacramentos no logran encubrir, se alza la pasión creadora del poeta y su credo nuevo. Debéis abandonar totalmente los principios pasados de vuestra vida y toda conformidad con las vidas que os rodean.
Tan nueva era esta libre y alta jerarquización de la ternura humana y tanto debía parecerlo en una civilización que encanija el corazón de los hombres, que, después de Calamus, la fácil sospecha de homosexualismo se abrió camino. Sospecha tan odiosa como falsa: Johannes Schahaf, León Bazalgette y Havelock Ellis lo han establecido así definitivamente. "Para cualquiera que haya sabido leer al poeta y penetrarse de su personalidad esencial —explica el lúcido Bazalgette— el aspecto pueril de tamaña interpretación es patente. Se puede escrutar su obra y sondear su vida en todas direcciones: no se hallará en ellas nada que no esté encaminado en el sentido de la naturaleza, de la planta, del animal, del agua, del viento, de la luz: por el contrario se hallará en ellas, a cada paso, las pruebas de una salud fenomenal. El hombre que ha escrito El canto de mí mismo, y Una mujer me aguarda, no tiene de veras necesidad de abogado para establecer que, desde el punto de vista estricto del sexo, era él formidablemente normal, habiendo conocido tanto (a pasión de la mujer como la de la camaradería." No importa que creyeran o sigan creyendo lo contrario la candidez vulgar o el puritanismo alarmado y propincuo a la calumnia, o los tarados sexuales (Gide con su "Coridon", vamos al caso) que confunden gustosos el sol de amor de Whitman con su fiebre enfermiza. No perpetramos una defensa de fanatismo apologético. Pudo haber sido Walt Whitman un desviado sexual, pero no lo fu¿, de juro; y por cierto que no es poco motivo de regocijo el comprobar que el más maravillosamente equilibrado y humano de los genios, con su desmesurada personalidad tan llena de cosas profundas y nuevas, haya sido también un hombre de salud sexual perfecta. Whitman fué el hombre que no sólo llegó a concebir ideal148
WALT WHITMAN mente la humanidad como una familia, sino a sentir la amistad como un algo religioso y totalmente indispensable para la nutj1 ción del alma. Tan numerosas y libres como las olas del mar fueron sus amistades. Ya contamos de los lazos de mutua admiración y veneración que lo ligaron a Emerson. Precisamente el grande de Concord le había prestado su ejemplar de Hojas de Hierba a Moncure Conway con estas palabras: "Ningún hombre provisto de un par de ojos puede dejar de reconocer un verdadero poeta en este libro." Y el historiador se había apresurado a llegar hasta el gran desconocido en su retiro de Long Island. Lo halló tirado sobre la hierba, bajo un sol blanco e insufrible de rabia, completamente embebido en la contemplación del cielo. A una pregunta del curioso, le informó que ésa era una de sus actitudes favoritas en la elaboración de sus poemas. Y se lo llevó a su gabinete de trabajo, una pequeña habitación cualquiera, desnuda, entre otras cosas de. . . libros. Lo convidó después a bañarse en la playa próxima, y el visitante pudo admirar, menos la esplendidez atlética del hombre, que el "entusiasmo casi de amante" con que se abrazaba a las ondas. Días después se entrevistaron de nuevo en Nueva York. Conway halló a su amigo en su taller de tipógrafo, con sus ropas de obrero, como la vez primera. Cuando se echaron a rodar por las calles, pudo aquel certificarse de la cantidad de amigos de Walt, fácilmente una legión y casi todos hijos del pueblo: "le estrechaban la mano con entusiasmo, riendo y charlando". Intrigado, el literato bostoniano quiso averiguar la idea exacta que estos camaradas de la clase trabajadora tenían de su amigo. Se arrimó, como al desgaire, y solo, a un obrero vestido de pana que acababa de charlar con Walt, para preguntarle: ¿Conoce usted a ese hombre? —Es Walt Whitman. —Lo conoce desde hace 149
LUIS FRANCO mucho tiempo? —Desde hace muchos años. —¿Qué clase de hombre es? —Walt es un tipo extraordinario. Nadie que lo conozca lo deja de querer; casi todo el mundo lo conoce y lo adora, ----dijo el hombre como feliz de haber hallado la palabra insustituible. —Ha escrito un libro, no es cierto? —Ninguno que yo sepa. Conway repitió la experiencia con varios artesanos y camaradas de Walt y vió que "ninguno de ellos sabía nada de su libro, aunque todos se sintieran orgullosos de conocerlo". Moncure Conway, que trazó la primera semblanza literaria de Whitman quedó para siempre fervorosamente adicto al hombre y al poeta. Ante la cabeza yacente de Whitman, ante la expresión de serenidad y armonía olímpicas del rostro amado se dejó decir: "Qué alegría la de Rembrant si hubiera podido pintar este rostro." Y ms tarde al recordar el rasgo más genial del gran desaparecido: "Yo no creo que Buda, cuyo avatar Walt parecía ser, fuera més dulce hacia todos los hombres, mujeres y niños y criaturas vivientes." Mas antes de continuar refiriéndonos a los amigos que llegaron a él a través de la admiración por el poeta, veamos a Whitman entre los que llegaron a él sólo atraídos por su condición de hombre: los amigos más próximos a su corazón, y su ser mismo, los camaradas de la clase popular, —a través de los recuerdos de uno de ellos, el marinero Thomas Gere. "Hace treinta años, estando empleado en un barco a vapor, del East River, trabé conocimiento con Walt Whitman, y desde entonces el recuerdo de nuestra relación ha sido conservado preciosamente por mí y por mis compañeros de barco. Vino hasta nosotros simplemente como un pasajero ganoso de trabar conversación, pero bien pronto sus maneras afables y benévolas hicieron de él un visitante acogido con alegría. Conocíamos nosotros algún tanto su reputación de escritor, pero eso no nos impresionó gran cosa, y él, por su parte, jamís intentó exhibir un talento o un saber que hubieran podido, por poco que fuera, hacernos sentir que él no era "de los nuestros y uno de nosotros", como solía decir." 150
WALT WHITMAN "En nuestras largas horas de guardia —porque él pasaba las siestas y aun tardes enteras con nosotros—, hablaba de política, literatura, arte, música o teatro, de una manera clara y sin abandonar el tono de palique, echando mano de una reserva de conocimientos al parecer inagotable. "Muchacho —decía a menudo después de haber desarrollado con sencillez y elocuencia algún tema--, será preciso que leas más sobre el tema, tú mismo", y en seguida ponía generosamente su biblioteca a disposición de su interlocutor. He visto a un mozo lavar el puente del barco con un Homero de Walt en el bolsillo de la chaqueta. "En todo momento exhibía una curiosidad ávida por todo lo que se refería al río o al vapor. Era preciso explicarle la razón de los hechos y gestos del piloto, del mecánico, del foguista y aún de los hombres del puente. Fuera de eso, quería conocer al detalle todas las cosas de a bordo, desde el nudo del extremo de la soga de un cubo hasta la estructura de la máquina. "Cuéntenme todo eso, hijos míos, porque son ésas las cosas reales que yo no puedo aprender en los libros." Contrariamente a todas las cartas de los epistolarios célebres, las de Walt Whitman no tienen la menor pretensión literaria, prte ninguno. Nada como ellas evidencia dos de los aspectos fundamentales de su personalidad: su profunda idiosincrasia de hombre común, de la más anónima masa popular, y su poder de bondad y ternura. ¿Quién atribuiría al autor de los más altos cantos de la época esas cartas dirigidas a su madre, o a Peter Doyle, o a cualquier otro camarada plebeyo, cartas desnudas de toda retórica y de todo aire de superioridad, que hablan con el tono más auténtico de la ingenuidad y del canijo, de cosas cotidianas y simples? Brookly 68. Querido Lewy: Le escribo estas cuantas líneas sólo para que sepa que no lo he olvidado. Me encuentre aquí con licencia y creo que perma151
LUIS FRANCO neceré casi todo el mes. Duffly vive aquí y conduce un coche de la línea Broodway-Quinta A venida. Este verano ha manejado un ómnibus municipal a lo largo del Hudson. Es siempre el mismo viejo Duffly. He sabido que Guillermo Sydnor, del coche 65, estuvo en cama, enfermo. Mucho me gustaría tener noticias suyas, y saber si ya esté repuesto y ha V uelto a su trabajo. Si lo ve, dígamele que no lo he olvidado, que le envio mis afectos y que volveré a W ashington. Dígale a Juanito Miller que aun quedan rastros de los viejos cocheros de Broadway. Bal ky Bill, Federico Kelly, Carlos Mc Laughlin, Tomás Rile y, Prodiga¡, Sandy, etc., etc., estén aquí todavía. Frank Mc Kinney y muchos Otros viejos cocheros trabajan para el A dam'Expres. El oficio no prospera mucho.
¿Esta carta es la de un rey que olvida su cetro y SU Corona? ¿Es la de uno de los ms luminosos espíritus de cualquier tiempo, —o la de un cochero entre los cocheros que se interesa simple y fraternalmente por sus camaradas? Cuando —en el curso de la guerra— Whitman vino a establecerse en Wéshington, en medio de la mayor pobreza, contaba con un amigo que había conocido dos años y medio antes en Boston. Se trataba de Douglas O'Connor, uno de esos hombres heroicos de generosidad, de lealtad y desinterés, dificilísimos de hallar, pero que existen. El y su mujer recibieron a Walt como a un padre —o un hijo— y él se quedó seis meses con ellos. Partió cuando habiéndose colocado en el bufete de un tesorero militar (dos o tres horas de trabajo diario y una pequeña retribución) pudo atender con ésos y con los honorarios de alguna espaciada colaboración en los diarios de Nueva York y Brooklyn, sus parcas necesidades, tan bien que aun le sobraba para obsequios a sus amigos de los hospitales de sangre. Y cuando un recrudecimiento del horror y el odio de los puritanos de Boston —con su sensibilidad y sus concepciones lúgubremente antivitales —frente a las gloriosas libertades de Hojas de Hierba, se tradujo en una maquinación que usaba de digno agente del metodista Harlam, ministro del Interior, dando 152
WALT WHITMAN por resultado el que Whitman fuera echado del pequeño empleo que consiguiera cinco meses atrás —el más indignado de todos fué O'Conno. Y su cólera nobilísima —que marcó a Harlam para todo el viaje—, estalló en un panfleto en que sí algo aparecía tan admirable como su ardiente lealtad de amigo, y su coraje para enfrentarse, él, empleado oficial, con un ministro de la Casa Blanca, eran su sabiduría y su poder de escritor. O'Connor no sólo castigaba y burlaba espléndidamente la malignidad latente y la miopía de los gendarmes morales de la sociedad, recordándoles que nunca logró resonar en sus orejas taqueadas de cerumen virtuoso el lenguaje desmesurado de los Isaías, los Dante, los Rabelais, los Shakespeare, los Cervantes; sino que, después de abundar, sobre el sentido enorme y el espíritu inocente y augusto de Hojas de Hierba, habló del hombre que lo había escrito, revelando y ponderando qué clase de corazón era el suyo y qué clase de deuda tenía la nación con el prodigioso enfermero que había cuidado, consolado o salvado —sin jornal alguno— a centenares, a millares de pacientes en los hospitales de guerra. Whitman debió experimentar uno de los sacudones emocionales más grandes de su vida, y debió pensar que bien valía la pena perder un empleo y desafiar el hambre a trueque de ser defendido así. Por los tiempos del final de la guerra, Walt Whitman, que solía almorzar los domingos con Burroughs y su mujer, pasaba la tarde en lo de O'Connor, en compañía de Ashton, Trowbridge, Stedman y Otros. Las discusiones eran frecuentes, suscitadas las más veces por O'Connor —espíritu danzado y conversador destrísimo— que solía sacar a Whitman de su serenidad y de su escasa afición a la polémica. Un día, Walt, que volvía de los hospitales de sangre con el corazón nublado, exclamó: "Es preciso que esta guerra termine". O'Connor saltó en el acto: "Mientras la esclavitud persista será preciso continuar la guerra". Ya se ve: Whitman, el hombre que tenía de la libertad uno de los sentidos más profundos y claros que se conociera nunca, 153
LUIS FRANCO se quedaba corto para el problema en su faz política. No tenía esa desconfianza absoluta que un espíritu verdaderamente libre, debe tener hacia la libertad administrada por los popes de una sociedad organizada por la opresión para la explotación. Pero también es innegable que Walt Whitman era el polo opuesto de un sofíador romántico: se mostraba, con frecuencia, un realista tan lúcido como Goethe. Ocurrió t ambién, esta vez, que su corazón pesó más que su cabeza. Un día la discusión entre ambos amigos se encendió a propósito de la admisión de los negros a la ciudadanía. Whitman pensaba que ella debía ser progresiva, esto es, otorgada a medida que ellos fueran mostrándose dignos de ella: la democracia debía basarse sobre la dignidad y la responsabilidad individual de cada civadano, o si no, sería el caos. No coincidían con esto la sagaz desconfianza y el doctrinarismo altivo de O'Connor. Whitman, sacado de sus casillas, llegó a una violencia pareja a la de su contender. Y los dos grandes camaradas se retiraron disgustados a tal punto, que, pese a la mediación de amigos comunes, pasaron aflos sin hablarse ni verse. Eso sí, había demasiada nobleza en los dos, demasiado aprecio y comprensión de ambos lados, para que eso durara siempre. Un día, bajo los más honrosos auspicios, la gran amistad renació. En efecto, cuando un nuevo ataque de la bellaquería puritana se ensafió con el poeta viejo e inválido, O'Connor descolgó sus armas para defenderlo otra vez, como el sabía hacerlo: magníficamente. "Tres veces bendita sea su memoria!", exclamó Walt cuando O'Connor murió. La guerra significó para Walt Whitman una experiencia grandiosa e imprescindible. El afirmador del mundo y canonizador de la alegría, el que había comulgado con los hombres en la fuerza y el "excelsior", hubo de comulgar portentosamente con ellos también en el sufrimiento y la miseria, y sentir el miste' rioso magnetismo del dolor, del horror y la muerte, hasta la embriaguez. Porque si Whitman no fué a los campos de batalla 154
WALT WHITMAN frecuentó sus sucursales lúgubres: los hospitales de sangre, donde la guerra, desnuda de toda retórica, muestra su insondable fondo de crueldad, de espanto y de locura. Whitman descubrió algo más, y por eso dirá más tarde que esa experiencia le fuá infinitamente preciosa: la capacidad de ternura paternal y maternal de su corazón de gigante. En busca de su hermano herido recorrió los hospitales hasta dar con í1 en un campamento lejano. Vió un aquelarre de estúpido sufrimiento físico y moral, porque el desfigurado de rostro o amputado de miembros, vamos al caso, sufre menos en su carne que en su alma espantada. Ante el dolor y el horror humano derramados así, el oceánico corazón de Walt desbordó. Sin querer, se halló cuidando y velando enfermos, y por ratos, en las horas libres, meditando junto a las hogueras del campamento. Regresó a Wáshington con un barco lleno de heridos. Se halló convertido en enfermero. Servía de brazo a los sin brazos, de pluma a los que no sabían escribir, de amigo a los que allí no conocían a nadie. Encontraba entre los soldados corazones de niños, aunque a veces cerrados de hurafiía, y más de un analfabeto auténticamente heroico de coraje o de humanidad. El pagador del hospital lo empleó de copista. Más tarde consiguió un pequeño empleo oficial. Con el más antibohemio sentido del ahorro, reduciendo sus gastos a lo más escuetamente indispensable, Walt lograba ahorrar de su pobre sueldo para sus modestísimos obsequios a los soldados. Conoció el comienzo de la miseria: los pantalones rotos, las camisas ya imposible de zurcir. En su tabuco, donde un cajón de pino le servía de despensa, se preparaba él su desayuno con sus manazas. Personalmente, no le dolía esta estrechez. Mas recordando la miseria rebalsada de asco e ignominia, de los soldados, de la carne del pueblo (soldados tirados en el suelo, agonizando a la intemperie, por decenas de horas —junto a los hospitales volantes, un montón de piernas y brazos amputados—; heridos con algo más asqueroso que su vista: su olor, y algo peor que ambas 155
LUIS FRANCO cosas: el sufrimiento que arrancaba a las víctimas —mala comida y peor bebida o ninguna de ambas cosas—; contagios, fiebres, delirios; prisioneros vueltos de los campos enemigos con los dientes destapados por la consunción), recordando todo eso, al pasear por el Capitolio sintió grosero e insultante el lujo de mármoles, bronces y brillos. ¿Es que una "democracia" dirigida por ricachos no se parecía demasiado a las repugnantes aristocracias clásicas? La desmesurada novedad que \Valt había introducido en las salas de heridos y operados, junto a la consuetudinaria actividad de médicos, enfermeros y sacerdotes, era ésta: no ver en cada enfermo una anónima carne sufriente, sino un individuo, un hombre con un alma inconfundible, y tratarlo como tal. Pese el babilónico número de enfermos. Walt tenía tiempo de hacer lo que no hacía nadie: ponerse en comunicación con el alma de cada doliente (fuese blanco o negro, sudista o gubernista) y hacerle sentir la suya, casi todopoderosa de simpatía, de ternura y de coraje. Walt, conociendo o adivinando el alma de cada enfermo, sabía encontrar el consuelo eficaz, siempre cambiante: un libro ilustrado, un poco de tabaco y una pipa, el recuerdo de la madre o la novia, la seguridad de una curación próxima. cualquier cosa de éstas ofrecida con el arte celeste del amor. "La bondad y la simpatía con que preguntaba a cada enfermo cómo iba y qué cambio se había operado desde su «tima visita, daba a éste la impresión de que era su amigo personal", escribiría después de veinte años un soldado curado por él. Y Walt mismo: "Puedo atestiguar que la amistad ha curado literalmente una fiebre, y el remedio de la afección cotidiana, una herida grave". El amor, el valor y la ferviente disciplina con que Whitman se consagró a sus enfermos, no tienen parangón, sin duda, en ninguna biografía moderna. Como una esponja marina se empapa de sal, se empapó enteramente de dolor y horror, y sin embargo permaneció sereno, por lo menos tres años largos. No lo arredró nada: ni las heridas restañadas de gusanos, ni las disenterías o gangrenas, ni las amputaciones más desfigurantes, ni las fiebres pobladas de inventos de locura. "Ver tales cosas —escribe a su 156
WALT WHITMAN madre— y no poderlas impedir! Yo, casi tengo vergüenza de hallarme tan sano, tan exento de todo mal". Por esa época John Burroughs, el muy claro poeta y hombre de ciencia, se había acercado a Whitman sin lograr entusiasmarlo con pláticas sobre metafísica o poesía. Un domingo, de paseo por uno de los bosques circundantes de Washington, vió un hombre de gran estatura que llevaba en bandolera un balumboso morral y los bolsillos igualmente abultados mientras recorría un sendero entre los árboles. Era SWhit man, que se dirigía a un hospital militar de la vecindad. Su joven admirador se ofreció para acompañarlo. "El espectáculo real, tal como yo lo vi, de este hombre, cruzando por entre los mutilados, los rostros lívidos, los desesperados, los agonizantes, con todo lo que ocurría y se intercambiaba entre él y los pacientes —muchos de ellos casi unos niños—, ninguna pluma, por hábil que sea, puede tal vez pintarlo. Su magnetismo era increíble e inagotable. No es esto una metáfora, sino un hecho más profundo que las palabras. Los ojos cobraban un resplandor nuevo a su aproximación; las palabras fútiles que él pronunciaba infundían una onda de vigor; un aire reconfortante parecía llenar la sala y neutralizar los malos olores. El doctor Bliss, cirujano en jefe del hospital de ArmorrySquare, dió este certificado: "Según lo que yo conozco personalmente de sus trabajos en Armorry. Square y otros hospitales, soy de parecer que nadie, entre los que prestaron ayuda a los heridos durante la guerra, ha hecho tanto por los soldados y el gobierno como el señor sWhitman." Whitman visitó y asistió personalmente a ochenta mil, a cien mil heridos, según cree su mejor biógrafo. "En cuanto al número de vidas que salvó, eso constituye un secreto del amor". Para tamaña obra no contaba con más ciencia ni más riqueza que su corazón maravilloso. Y tal vez con su presencia física toda, especialmente su rostro —uno de los más preclaros rostros de hombre que se viera nunca— y que no expresaba la benevolencia 157
LUIS FRANCO sólo, sino también la comprensión, la serenidad, y la más valerosa y radiosa confianza en la vida. Su enérgica y límpida salud se contagiaba a los demás. Eso era todo. ¿Tenía acaso algún método? "Obrar sobre el apetito, relevar al enfermo gracias a un aire y a una actitud de salud, satisfacer y llenar, en ciertos casos, la necesidad de afección de las pacientes", ésos, según un cirujano militar, eran casi todos los resortes taumatúrgicos de Vhitman. "Su dedicación sobrepasaba la de cualquier mujer —testimonia John Swinton—. Se precisaría un volumen para pintar su bondad, su ternura y sus atenciones. No olvidaré jamás la tarde en que lo acompañé en su jira a través de un hospital llenc de jóvenes americanos heridos, cuyo heroísmo ha cantado en versos inmortales. Había tres filas de lechos y en cada lecho un herido. Cuando Whitman apareció, pasando del uno al Otro, una sonrisa de afección y bienvenida se dibujaba sobre todas las caras, cualquiera que fuese su palidez, y su presencia parecía iluminar el lugar como la presencia misma del Hijo del Amor. De un lecho al otro, los heridos lo llamaban a veces con voz temblequeante o con un suspiro; lo estrechaban contemplándolo. A éste dirigíale algunas palabras de aliento, a aquél le escribía alguna carta para sus padres, a otros dáhales una naranja, tal cual confitura, un cigarro, una pipa y tabaco, una hoja de papel, una estampilla postal, cosas todas, y otras más, contenidas en su vasta maleta. Recibía de uno, en su lecho de muerte, un mensaje para su madre, su mujer o su amiga. Prometía a un segundo ocuparse de una comisión; a un tercero, amigo particular suyo, daba un viril beso de adiós. Hacía por ellos las cosas que ningún enfermero ni médico podía hacer, y parecía dejar, a medida que pasaba, una bendición a cada lecho. Las luces del hospital brillaban desde hacía horas cuando él lo abandonó, y mientras se dirigía a su puerta podía oírse la voz de un héroe caído llamando: "Walt, Walt, V 7alt, ¡vuelve! vuelve!" Y el inimitable enfermero hizo eso no sólo gratuitamente (veinte años más tarde, en la miseria, se negaría a solicitar pen-
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WALT WHITMAN sión retribuidora del gobierno) y, lo que es más, gastándose para los soldados casi todo su pequeño sueldo, sino que todo fué realizado en silencio, sin el más remoto asomo de propaganda, esa cosa fea entre todas las fealdades modernas. Mas aún. Si algo sacó Whitman, a los ojos mundanos, de su tarea de Hércules curador de llagas, fué la quiebra de su salud olímpica y treinta años de parálisis. Y lo que, a buen seguro, hubiera sido un motivo de remordimiento y lamento para cualquiera, significó para nuestro héroe lo contrario. "Esos tres años —escribió un día— los considero como el mayor privilegio y la mayor satisfacción de mi vida (Con toda su afiebrada excitación, sus pérdidas físicas y sus espectáculos lamentables) y, naturalmente, la lección más profunda de mi existencia. Ellos han despertado y alumbrado en mí mundos insospechados de emoción." Después de O'Connor, vino el corazón de John Burroughs, menos impetuoso que aquél, pero igualmente leal y profundo, al grado de casi identificarse con el espíritu de Whitman. En los años en que, pese al gran saludo de Emerson, la vasta cofradía de los literatos y los periodistas unida a los jerarcas de la respetabilidad mantenía a Whitman en la sombra o la penumbra —o en el oprobio— Burroughs, no sólo aportó su luz y su fe para evidenciar que se trataba de un genio verdadero, en que por primera vez América y la Democracia hallaban su expresión, sino que, dando igual importancia a la persona de Whitman, se empeñó lúcida y amorosamente aprovechando sus cuatro años de intimidad whitmánica, en demostrar que Whitman, como simple hombre, era un genio de bondad, de serenidad alciónica y de independencia, no inferior a su genio poético, los cuales, por lo demás, estaban indisolublemente unidos. Y a mil leguas de todo temor a la incomprensión, la burla o el despecho, se puso a consignar, en notas minuciosas, sus experiencias sobre el individuo real y cotidiano que tal vez ninguno conoció como él, segurísimo de lo que hacía. "Algún día ellas serán de un precio inestimable". El afecto y la estima entre ambos, se mantuvieron hasta el fin 159
LUIS FRANCO sin una nube. Un día Whitman, ya inválido, abandonó Nueva York y remontó el Hudson expresamente para visitar al gran camarada Burroughs, el sapiente amigo de los pájaros, el naturalista-Teócrito, que vivía a la orilla del río, con una compañera nada indigna de él, en una Casita enteramente vestida de madreselvas y rosas. En julio de 1877, en Camden, al regreso de uno de sus largos retiros en Río del Bosque, Whitman recibió la visita de un nuevo admirador, el doctor Bucke, director de un asilo de alienados en el Canadá. El forastero se encontró con un hombre de unos cincuenta y ocho años, que tenía Casi la estatura y la augusta simplicidad de un árbol, una fisonomía de salud convincente, ojos de azul leve bajo un cejo potente, una cabeza tan armoniosa, como erguida, un hombre vestido tan sencilla y limpiamente que difundía en lo físico como en lo moral una envolvente aura de pureza. Y después, paseando con él por Camden y Filadelfia, el forastero vió que Whitman era saludado por todo el mundo, y en especial por gente del bajo pueblo, no con la cortesía adulona y denigrante con que se saluda a los grandes detentadores del dinero o del poder, sino con la més cristalina expresión de afecto: "algo nuevo en mi experiencia de la humanidad, y para lo que no hallé paralelo después." Bucke se convirtió en uno de los más grandes camaradas de Walt y en uno de sus más veraces biógrafos. Cinco años más tarde, cuando ante una nueva edición de "Hojas de Hierba" intentaron una nueva zancadilla los Campeones de la "pureza", Bucke defendió la buena causa con vigor destrísimo. Un año después sacaba su "Walt Whitman", entrañable biografía, cuyas primeras veinticuatro páginas el mismo Whitman había trazado a pedido de Bucke. Cuando Whitman, muy quebrantado físicamente a raíz de los nuevos ataques de su enfermedad, se retiró a Camden, —villorrio situado frente a Filadelfia, en la otra margen del Dela160
WALT WHITMAN ware— no tardó en convertirse allí también en un personaje popular. También allí se hizo amigo de los marineros y de los conductores de coches y trenes, de los vendedores ambulantes, de Lizzie, una vieja sirvienta, de Phil, un canillita, y de todo el mundo, en fin. Por pedido del millonario Child —su admirador y amigoWalt le daba el nombre de todos los cocheros de Filadelfia necesitados de un buen sobretodo. "Buen día! Buen día!", decía con su sonrisa iluminada el gigante rengo de rostro patriarcal, respondiendo a cada paso al saludo familiar de la gente. Un mozo que pasaba con frecuencia por Stevens Street veía todas las tardes al autor de "Hojas de Hierba" en la puerta de su casa. Si hacía calor, estaba en la acera o en la calzada, en mangas de camisa, con el cuello entreabierto, atrayendo a cualquiera con su homérica presencia. El mozo lo abordó un día, y continuó entrevistándolo cada vez con mayor frecuencia en la calle, en los barcos, en los hospitales o en casa —y llegó a ser uno de los mejores amigos de Whitman, y el más valioso testigo de los últimos años de su vida. Se llamaba Horacio Traubel. El maestro de la camaradería cosechó sus frutos: tuvo una legión sagrada de amigos y Traubel llegó a ponerse entre los primeros. En el aislamiento carcelario de los últimos años, cuando Walt apenas si podría dar unos pasos fuera de la pieza y en que a sus amigos de Nueva York, de Washington, de Boston, apenas si de tarde en tarde les era posible venir a visitarlo, ¿qué hubiera sido del viejo Walt sin este joven que no sólo venía a visitarlo casi todos los días, haciéndole olvidar sus momentos sombríos, sino que con infinito ahinco y desinterés, habíase convertido en su secretario universal? Sin este providencial amigo, tipógrafo como él, Whitman no hubiera podido siquiera ordenar ni imprimir sus últimas cosas. Una tarde, pocos días antes de la muerte del celeste camarada, 161
LUIS FRANCO Traubel, le dijo: "Querido Walt, usted no sabe lo que ha sido para nosotros". Y el viejo murmuró: "Ni ustedes lo que han sido para mi". Syvester Maxter, uno de sus últimos amigos de Boston, se empeñó en obtener una pensión del gobierno para el "misionero voluntario" de los hospitales de guerra. Consultado, Walt res' pondió negativamente, no obstante lo cual el proyecto fuá presentado en la Cámara. "Tiene 68 años, es pobre, y sin las pequeñas contribuciones que le vienen de amigos que le testimonian su simpatía en su pobreza, su vejez y su debilidad, ni podría cubrir las primeras necesidades de la existencia" —decía el informe. Mas, como podía esperarse, el gobierno no tenía dinero para recompensar al hombre que purgaba sus dolencias, adquiridas como paga única de sus prodigiosos servicios de enfermero de guerra. Sus dioses favoritos evitaron así a Witman de convertirse en algo que era como la negación diametral de su espíritu y su vida ser un parásito del Estado. ¿Mas, cómo pasar lista completa de todos los que vieron cii Walt Whitman, por encima de todo, algo así como el dios mismo de la amistad, Whittier, Bryant, Longfellow, que ignoraron o malmiraron al poeta, pero apreciaron extraordinariamente al hombre sintiendo su poder magnético, lo mismo que Tennysson, Garfield, el futuro presidente de la Unión, que solía detenerlo, saludándolo con su verso de Hojas de Hierba. Donalson, cuyos hijos regalaron a Whitman el gran sillón en que pasó sus años de invalidez. Sarrazin, el gran Crítico de Francia, que cambió con él cartas amistosísimas. Los condes Gurosky y Tasistro; el canillita Phil; los millonarios Johnston, Chulds, Rearsali, Smith, el cocinero Charley; los pilotos Hands, Walton, Olive, Gibson, Crosby, etc., el editor Eldrige; el coronel Scovel; el doctor Witcheil, el escritor Kennedy, el libre pensador Ingersoll, un puñado de las mejores mujeres de su tiempo, y centenares de marineros 162
WALT WHITMAN y conductores de Nueva York, Wáshington y Filadelfia y millares y millares de soldados heridos. Pero dejamos adrede para lo último la referencia al amigo más profundo. Con su poderosa estatura y su rostro bermejo entre sus barbas de humo y llevando una especie de ponchito arrollado al cuello, Talt tomó un tranvía en que él era el único pasajero en la noche obscura y tormentosa. Atraído por el singular solitario, el conductor —un mozo forastero en Wáshington— se allegó a echar dos párrafos con él. Se llamaba Peter Doyle. Quedaron amigos para siempre. Peter tenía diecinueve años y había venido niño de Irlanda con su padre herrero. Hallábase completamente solo en Washington. Ganoso de compañía y ternura se lió poco a poco y para siempre con el "viejo" Whitman en amistad sustancial, que no escapó, por cierto, al comentario zurdo. Fué sin embargo una relación llena de grandeza cordial y espiritual del tipo de la que sin duda unió a Saúl y David, o Jesús y Juan, por ejemplo, y en nuestros días a Lincoln y al joven Hill Lamon: de un lado la sagacidad y la serenidad aguerrida de los largos años, la sabiduría colmada que busca trasvasarse; del otro, la impaciencia y la curiosidad generosa y la intrepidez de la esperanza. Whitman parece haber amado a Peter como pocos padres aman a sus hijos; Peter a Whitman como pocos hijos aman a sus padres. Por las tarde al salir del trabajo, Peter venía a buscar a su amigo a la oficina del ministerio donde trabajaba, y ambos echábanse a rodar calles. Con frecuencia, siguiendo las riberas del Potomac o alguna de las grandes avenidas suburbanas, la caminata se alargaba horas y leguas. 'Walt, trotero tan prócer que llegaba a fatigar a su joven amigo, silbaba, cantaba, o cruzando un bosque, recitaba a Shakespeare, o regresando al comienzo de la noche ensalzaba grave o amorosamente la naturaleza, narrándola. Si además de Peter, cinco o seis amigos integraban la partida, la alegría de Walt se duplicaba. Su sed de camaradería era insaciable e innumerable. Pero tal vez nadie llegó a conocerla 163
LUIS FRANCO en tal plenitud como su "caro pequeño Peter". El maravilloso candor de V%Thitman, su desnudez de retórica, su ternura envolvente y avizora, su límpida afinidad con los simples, llegaron entonces a su apogeo. En los pocos años en que la vida les permitió estar cerca, pasaron juntos el mayor tiempo posible. Cuando Peter, por estar de servicio, no podía venir en busca de Walt, éste iba a él, e instalándose en la plataforma del ómnibus tirado a sangre, recorría horas y horas las calles al lado del joven conductor. O iban al mercado, a comprar un melón y comérselo juntos en cualquier recodo a mano. O al bar, donde Peter rindiéndose a la fatiga de la jornada, solía quedarse dormido, frente al pocillo de café, mientras su camarada le velaba fraternalmente el sueño. Walt, que sabía ponerse al nivel mental de Peter, procuraba también elevarlo hasta el suyo, esforzándose porque llegase hasta el simple cerebro de su amigo algo de lo que constituía la vida de su vida: sus poemas. Cuando Whitman hubo de abandonar Washington, y en los años que siguieron, hasta su muerte, el cariño de los amigos no se desmintió nunca, y las cartas de Walt dan testimonio agudo de que "la necesidad de camaradas", "la afección viril", su propensión por las simples y sustanciales gentes del pueblo, eran en ese gran enamorado y venerador de la sacra persona humana un fervor misterioso y profundo, una pasión atlética e insondablemente tierna y sutil a la vez, que comprometía más de la mitad de su alma. Peter, ya viejo, conservaba del gran amigo desaparecido un recuerdo glorioso y siempre ferviente de ternura y lealtad.
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CAPÍTULO X
LAS MUJERES EN WHITMAN a la memoria de A velina
Los modernos biólogos y psicólogos aclarando lo que los poetas habían intuído, han revelado la trascendencia majestuosa de lo sexual en la naturaleza, "Toda belleza, dice un sabio, todo el esplendor, la rica gama de colores con que la naturaleza viviente nos seduce y enamora, ha nacido, se ha desarrollado y perfeccionado cada vez con más plenitud, gracias a los fenómenos de la vida sexual." No es exagerada la afirmación de Schopenhauer de que el ímpetu sexual es el estímulo més ingente de] ser, después del instinto conservador, y suele sobreponerse a éste. Ahora bien, el sexo no sólo es una fuente de alegría y goce para todos los seres, sino también de las más espirituales y fecundas emociones, y da al vivir humano una intensidad sólo equiparable a la que halla en la guerra. Ciertos biólogos afirman que el hombre se categoriza entre los otros animales por el gran desarrollo y diferenciación de su aparato sexual y la riqueza de su voluptuosidad. "Aquello en que el hombre se distingue del animal de un modo característico —dice Nemilov— se halla estrechamente relacionado con el sexo." Así, pues, no sólo que el individuo humano es el más poderosamente sexual de los animales, sino que la ciencia de hoy llega a pretender que el acusado desarrollo de su sexualidad ha sido el factor principalísimo de la preeminencia del hombre entre los otros animales. La su165
LUIS FRANCO perioridad de su sexo estará, pues, en la raíz de la evolución ascendente del horno sapiens.
Recapitulemos. El sexo es el eje en torno del cual gira lo viviente. No sólo es belleza, salud, alegría, y el sencillo camino de la inmortalidad, sino un precioso agente de perfeccionamiento físico y espiritual para el hombre. "Fuera del sexo no hay hombre." De ahí que todo conato por liberarse de él haya significado un comienzo de deshumanización. Además, que el sexo es un dios invencible. En general, sensible a las derrotas en sus luchas con el mundo físico o el mundo social, el hombre tendió a desertar de su propia causa. Ante las inclemencias de las tiranías o las anarquías, o ante las plagas y las pestes, o ante el imperio de la naturaleza invasora (la selva en la India, las arenas ardientes en Egipto, Arabia o Palestina), el hombre renuncia en gran parte a la lucha, y renuncia en gran parte a su propio cuerpo y se refugia en lo que él llama su espíritu, que declara su única realidad. Mas ve entre su cuerpo y su espíritu una antinomia insalvable: para que el espíritu pueda salvarse y elevarse hay que mortificar y anular en lo posible la carne. Y el sexo es el demonio mismo de la carne. a muerte al sexo!", fué la voz de orden del ascetismo, de la concepción ascética de la vida de todas las culturas religiosas del viejo Oriente. Y ni decir que en su delirio medroso, el ascetismo no vaciló en llegar hasta la mutilación de los órganos sexuales. El eunuquismo físico, o espiritual, al menos, fué el ideal de la vida humana. Bien, la ciencia moderna demuestra que en esa decisión última, el ascetismo incurría ante todo en el más grosero error. En efecto, no sólo lo sexual abarca toda el alma del hombre y la mujer, sino que el alma humana tiene en lo sexual su raíz irri' gante y vivificante. Son, pues, el espíritu y la personalidad mis11
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WALT WHITMAN ma del hombre y de la mujer lo que se aplastan y atrofian con la mortificación o anulación del sexo. Entre todos los seres vivos, el ser humano es algo insignemente erotizado. El sexo de la mujer es el núcleo mismo de su esencia femenina, de su encantadora femineidad. El sexo del hombre es el núcleo mismo de su esencia masculina, de su majestuosa virilidad. Ni qué decir que toda mengua sexual lesiona irremediablemente la salud, la fuerza, la belleza, la juventud y el equilibrio del organismo. Digamos que la castración emascula también el alma. Las más nobles aspiraciones, ci poder de inventiva, el instinto de lucha, el entusiasmo estético, el desinterés y la fraternidad —los más indeclinables elementos de la personalidad humana—, todo eso declina en el castrado o en el eunuco. Si, pues: de la comprobación moderna de que el sexo abarca no sólo los órganos y funciones meramente genitales, sino también diversos centros superiores del sistema nervioso e interviene decisivamente en el equilibrio funcional del organismo, se desprende que toda lucha por librarse del sexo debía llevar a un fracaso, esto es, a la enfermedad, a la perversión y a la angustia. Todos los sistemas fundados en el odio a la carne, es decir, al sexo, lo fueron de cansancio, de renuncia, de pesimismo absoluto, de odio a la vida; la felicidad humana sólo puede lograrse fuera de la existencia temporal: en el trasmundo. "Todos los redentores y fundadores de religiones lograron sólo cortar las relaciones que nos unen a la vida", dice Lawrence. Ahora bien: el mito de la inferioridad natural de la mujer, tan idílicamente idealizada por los teólogos, los moralistas y los legisladores, y uno de los rezagos más infames de las edades bárbaras (biológicamente la mujer es equipotencial del hombre y socialmente puede y debe llegar a ser la perfecta igual del hombre), ese mito se vió reforzado desde el día en que —contra las viejos religiones del culto fálico y las rameras sagradas que fomentaban la fertilidad de la tierra por la licencia del amor hu167
LUIS FRANCO mano— comenzó a extenderse la doctrina de que el comercio sexual es impuro. Esenios, cristianos, budistas, neoplatónicos predicaban el apartamiento de las relaciones sexuales y del matrimonio como de una bajeza y un pecado. (Es claro que el origen mís inmediato de esta actitud debía estar en el cansancio sexual producido por el abuso masculino en una sociedad de esclavos, mujeres y jóvenes oprimidos por amos implacables.) Y es claro que la idealización del celibato requería la Jerarquización de la mujer en símbolo de la impureza sexual. Así se hizo. La mujer, decíase, era la cuerda por la cual el genio del mal atraía los hombres al infierno. La mujer era el demonio mismo. Con semejante concepción en el espíritu, no era raro que San Pablo, el verdadero fundador del cristianismo, aceptara el matrimonio sólo como un mal menor, como la única puerta para escapar a la fornicación, el mis infernal de los pecados. Dice 1 9) Loable cosa es en el hombre no tocar mujer. 20) Mas por evitar fornicación viva cada uno con su mujer y cada una con
su marido.
San Pablo enseña que aun bajo el matrimonio el comercio sexual conspira contra la salvación. El matrimonio cristiano tolera el amor de hombre y mujer sólo como las sociedades toleran la prostitución. La meta del hombre debe ser convertirse en un eunuco ideal, en un capón de Dios. "Y hay eunucos —dice el Nuevo Testamento— que son hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron a sí mismos eunucos por causa del reino de los cielos; el que sea capaz de eso, séalo". Y corno la desnudez es la Ostentación de la carne, esto es, de una cosa pecaminosa y lúbrica, se prohibió el uso del baio, y así la rofía vino a convertirse en el caldo de cultivo de la santidad. Léanse las hagiografías famosas y se verá que no se exagera: el grado de santidad de un cenobita o una monja podía medirse por el grado de horror al agua y al jabón. Perlas de Dios llamábase a los piojos.
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WALT WHITMAN Pero es claro que el instinto sexual no se mata con amenazas o consejos, y el único resultado de todo aquello fuá poblar el alma de los renunciantes con visiones enloquecedoramente obscenas, y hacer de la práctica del amor una cosa violenta, enfermiza y diabólica, ¡ay, y llena de Sentimientos depresivos! "La inmoralidad de la Edad Media fue tan extensa como repugnante. Algunos obispos vivían públicamente en pecado con sus propias hijas —recuerda Bertrand Russell—, y obispos hubo que promovían sus favoritos masculinos a las sedes sufragáneas." Las jóvenes, sin su consentimiento, eran entregadas en matrimonio a los viejos, y éstos consentían el amante inevitable: ji cavaliere Servente.
Y como el matrimonio cristiano no estaba hecho para la felicidad de los cónyuges ni siquiera para la reproducción de la especie, aun fallando estos dos supuestos no podía disolverse, pues, según se dijo, el matrimonio sólo estaba hecho para evitar el pecado de fornicación. Y así se instauró una de las aberraciones más inhumanas, una de las peores servidumbres que han padecido y padecen los hombres: la indisolubilidad del matrimonio.
Una prueba más de cómo, en algunas cosas, la humanidad ha progresado en barbarie. En efecto, el divorcio no sólo es de raíz religiosa, sino condición sine qua non del matrimonio en los pueblos religiosos. Así está consignado en las instituciones respectivas de Hammurabi, de Moisés, de Manú, de Mahoma, y ni los Evangelios lo rechazan, y durante quince siglos el divorcio figuró dentro de los usos y doctrinas de la Iglesia cristiana. Bien, fuá preciso que quince siglos de servidumbre y obediencia oriental pesasen sobre los pueblos de Europa, que la teocracia cristiana llegase a extremo grado de infección y descomposición, y que el Papa, se viese angustiosamente jaqueado por los avances del turco y del racionalismo, fuá preciso todo eso para que hubiese 169
LUIS FRANCO un Concilio de Trento y que éste forjase, entre otros grilletes, uno de los peores conocidos hasta hoy: el de la indisolubilidad del matrimonio, ni aun mediando adulterio, torturas, infamia o enfermedad de contagio mortal. ¿Es preciso agregar que con semejante concepción y semejante ética, y siendo los moralistas varones, la mujer resulta la gran tentadora y su belleza el más odiado atributo? Siendo la mujer la gran tentación al pecado había que maniatarla, encarcelarla, encadenarla. A las mujeres respetables —es decir, ricas— se las rodeaba de restricciones carcelarias; a las mujeres no respetables se las infamaba sin límite. Un concilio provincial del siglo VI —dice Lichy— prohibía a las mujeres, en razón de su impureza, recibir la eucaristía con las manos desnudas. Tenebrosamente, el cristianismo acabó con la poca libertad que los romanos concedían al bello sexo. Las leyes de propiedad y hereditarias —dice un historiador de hoy— se modificaron en el mismo sentido adverso a las mujeres. Entretanto, si algo es obvio para el pensamiento moderno emancipado es lo mendaz de la matusalénica doctrina de la inferioridad de la mujer. La mujer no es inferior ni superior al hombre: es diferente y equivalente. Biológica y psicológicamente la mujer es equipotencial del hombre; socialmente debe ser su perfecta igual; eso es todo. Claro es que como es el hombre quien ha dictado la sentencia, eso que diferencia a la mujer del varón ha sido llamado inferioridad femenina.
Comencemos por las raíces. A la mujer se le ha imputado cierta falta de lógica, y eso, que no es desmentible, significa para los pensadores de hoy sólo que la mujer está más cerca de la unidad cósmica, más sumergida en las honduras de lo vital (y por eso está más cerca del niño y de la juventud), esto es, que en ella prevalece el vivir mismo sobre sus contenidos particulares —ciencia, economía, moral, estética—, y esto, si puede parecer una mengua, es también una evidente grandeza. 170
WALT WHITMAN De ahí también su superioridad en una de las más maravillosas actividades humanas: el amor. Porque si la masculinidad está ausente con frecuencia de la conciencia del hombre, lo femenino no estí. ausente nunca de la conciencia de la mujer, criatura más altamente erotizada que su compañero; y como a ello se agrega el que por su condición de sometida sus actividades son escasas y controladas, ocurre que el amor es mucho más importante por la mujer y para la mujer que para el hombre. Insistimos en que las medidas para lo sexual son masculinas y la filosofía del amor masculina, y con ello dicho está que sus dictados son parciales. Por ejemplo, han puesto en proverbio la volubilidad de la mujer, pero la ciencia de hoy sabe que el hombre acusa mucha más tendencia a la poligamia que la mujer a la poliandria. A la objeción de la personalidad menos diferenciada en la mujer debe contestarse que siendo nuestra cultura típicamente masculina la mujer puede expresarse en ella más difícilmente. El hombre busca a la mujer en general como hembra, dice Simmel, pero "siendo la mujer la que elige, su preferencia está determinada por la individualidad del hombre por ser el hombre este o aquél precisamente y no otro". Así es cómo la mujer contribuye tan poderosamente al desarrollo de la personalidad viril. El mismo pensador ha correlacionado sutil y convincentemente la pasión de la mujer por la moda y su inferioridad social. Viene a decir que en un mundo de negativas y restricciones innumerables para ella, la mujer halla en la moda la más llamativa —y a veces la única— expresión de personalidad que le está permitida. En general, dice, la historia de las mujeres muestra que su vida, exterior e interior, individual y colectivamente, ofrece tal monotonía, nivelación y homogeneidad, que necesitan entregarse más vivamente a la moda, donde todo es cambio y mu171
LUIS FRANCO tación, para añadir a su vida algún atractivo. Corolario: a mayor personalidad femenina, menor tributo a la moda. En todo tiempo, pues, el hombre ha estimado y tratado a la mujer como medio: para el marido, o para el hijo, o para el hogar, o para el Estado. Y la mujer misma, desgraciadamente, ha llegado a estimarse más como un medio que como un fin en sí misma. Es lo que debe terminar para siempre. El matrimonio burgués no es la canonización de un gran amor mutuo; no es una institución moral; bajo su capa religiosa es algo meramente jurídico, y está hecho únicamente en servicio de una institución económica: la familia burguesa. El signo definidor de este pacto económico y leonino es su indisolubilidad. Entre todos los pueblos antiguos en que había salud de cuerpo y ánimo, el matrimonio podía ser disuelto mediando causas válidas, de esas en que se juega la dignidad humana; el hombre podía repudiar a la mujer, la mujer al hombre. La indisolubilidad del matrimonio, de la ley cristiana, es una de las peores inmoralidades de la historia. Es el colmo nauseabundo de la hipocresía, que gobierna ocultando los hechos con las palabras: obligar a un hombre y a una mujer a vivir juntos (digo, simular que lo hacen) cuando ya son, no indiferentes el uno para el otro, sino más o menos odiosos y repulsivos mutuamente. Significa declarar que el muerto está, vivo e inodoro únicamente porque se lo entierra. Si el socialismo ha de significar para la humanidad la liberación de todas las cadenas que le han sido impuestas per la propiedad privada, sólo él librará al hombre del carcelario matrimonio burgués y de su contraparte inevitable: la prostitución, esto es, sólo la revolución social emancipara' a la mujer.
Porque e1 matrimonio es una forma de propiedad privada: la mujer, propiedad privada de su marido. Pero los maestros del socialismo verdadero destruyeron a 172
WALT WHITMAN tiempo la ilusión de aquel socialismo ingenuo o miope que buscaba, no la abolición de la propiedad privada, sino una propiedad privada universalizada, y de allí salió esa idea de la comunidad de las mujeres que, por ser la negación de la personalidad femenina, es la negación misma del socialismo. ¿No es el colmo del absurdo el que por librarse de ser propiedad de su marido la mujer deba convenirse en propiedad de todos? No; lo que la
mujer busca es lo mismo que busca el obrero de hoy: no ser propiedad privada de nadie —ni del patrón, ni del marido, ni del Estado—, no ser una cosa, una mercancía, sino una persona. Los maestros del socialismo han esclarecido fundamentalmente el problema. 1 9 ) La relación del hombre y la mujer no sólo es la relación ms natural de los seres humanos, sino que es la norma fundamental de toda relación del hombre con el hombre. 2 9) Por consiguiente, el carócter de la relación del hombre y la mujer echa luz sobre el grado de desenvolvimiento del hombre, esto es, hasta qué grado el hombre se ha liberado de la bestialidad para entrar a lo puramente humano. 39) Porque la propiedad privada ha idiotizado en tal forma al hombre, que ha reducido todos sus sentimientos físicos y morales al más bajo de todos: al de la posesión, al de no sentir una cosa como suya sino cuando la consume, cuando la trata como mero objeto; y así ha tratado al esclavo y al obrero, y así a la mujer. 4 9) Expresión de esta miseria es, pues, la igualación de las demís necesidades fisiológicas con la de amor; porque el hambre, la sed o el frío se satisfacen con cosas, y el amor humano, cuando puede llamarse tal, sólo se satisface con personas. 59) Porque el amor sexual del hombre ha evolucionado depurmndose y enriqueciéndose, humanizándose; desde las formas puramente animales hasta la forma mís alta de hoy capaz de ver a la persona amada un algo absolutamente único e insustituible. El amor sexual individual moderno, que dice Engels, fuá ignorado por el mundo antiguo. Porque el hombre ha creado el amor en sus caracteres ms no173
LUIS FRANCO bies: individualidad, profundidad, elevación. 6) El matrimonio burgués —como todas las instituciones burguesas— expresa el fondo de ignominia de una sociedad, donde el hombre es aún propiedad del hombre: como en la gramática, dos negaciones forman una afirmación, en un contrato de matrimonio dos prostituciones hacen una virtud. 79) Y ese matrimonio, en una sociedad de explotadores y explotados, tiene por sostén la prostitución, los ejércitos de mujeres que deben vender su cuerpo y ahogar su alma para no perecer de hambre. Y esta prostitución femenina que prostituye de reflejo a los prostituidores, este estigma de una sociedad que somete a millones de mujeres a una condición más torturante e infamante, acaso, que la vieja esclavitud, es la prueba sin réplica del fondo de tenebrosa barbarie en que se mueve toda sociedad de clases. 8 9) Pero el matrimonio burgués no es más que la máscara de la poligamia efectiva del mundo de los burgueses, quienes, como los romanos escarnecidos por San Ambrosio, tan celosos de los derechos individuales de la propiedad, no le hacen remilgos a la propiedad común de las mujeres, pues a ello lleva el orden actual de cosas, ya que sólo en la sociedad libre de mañana, en que no habrá prostitución, la monogamia o, mejor, el ideal de la pareja humana podría ser una realidad: ya puede verse que tamaóo ideal es la negación de ese vulgar y lúbrico libertarismo sexual de nuestros pequefioburgueses avanzados. 99) Pero abolida la propiedad privada desaparecerá con ello la forma burguesa de la familia, para dar lugar (como a ella dieron lugar las formas arcaicas de familia: romana, patriarcal) a otra forma mucho más libre y de carácter decididamente ético. Pues en verdad la forma de familia burguesa no es accesible a la inmensa clase obrera, por ejemplo, cuyas mujeres y niii os son tragados y aplastados física y psicológicamente por las fábricas. Porque la gran industria destruye las antiguas relaciones de familia y crea los elementos básicos de una nueva. Porque la restitución del sexo 174
WALT WHITMAN femenino al trabajo social posibilita precisamente la emancipación de la mujer. Y el hogar subsistirá dignificado, en la sociedad futura, porque ya no estará férreamente condicionado por la cocina y el lavadero como el hogar de hoy, y desaparecidas las causas económicas de la inferioridad de la mujer (en la cual ella misma creyó y cree) ésta no se resignan, a la poligamia y con ello al corroborar la tendencia monogámica del hombre, habrá llegado el amor humano a su máxima dignidad. 19 Q ) Como no puede concebirse una sociedad de hombres libres con mujeres esclavas, la liberación de la mujer es el alfa y omega de la sociedad liberada del futuro; un mundo donde no habrá miserias ni faustos inicuos ni corruptores; donde el trabajo no será un yugo para el cuerpo y el alma; donde no habrá prostitución, la más humillante forma de explotación y servidumbre; donde el matrimonio y la familia, liberados del plúmbeo supuesto económico, asumirán un carácter puramente ético y consultarán como interés cardinal el del individuo; donde el amor no será ni material ni platónico, sino una unidad de carne y alma, porque el hombre habrá superado la bestialidad, pero no la naturaleza, que también es espíritu. Y en una sociedad así, el libre desenvolvimiento del individuo adquirirá una potencia y un alcance desconocidos hasta ahora, es decir, se habrá encontrado lo que Prometeo y los soladores de edenes buscaban el clima ideal para el majestuoso despliegue de la personalidad humana y el máximo ejercicio de su capacidad de dicha. No resulta extraóa, ni casual, sino explicable, o mejor, inevitable, que al poeta de la Personalidad lo preocupara el problema de la personalidad de la mujer, esto es, de la emancipación de la mujer. Tema tremendo de veras y que se aboca a la consideración de todo el problema humano, de la esencia misma de la cultura y la civilización. El infatigable buzo de "Filosofía de la miseria", habría extraído de la hondura, entre otras cosas, esta verdad: la relación entre el hombre y la mujer es la cifra y el modelo de las demás
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LUIS FRANCO relaciones humanas. Con ello está dicho que el signo de opresión bajo el que hasta hoy se ha movido la relación entre el hombre y la mujer no desaparecerá sino cuando la sociedad humana se libere integralmente. Luminosamente evidenció su primer veedor todas las fases de esta verdad. Whitman no podía llegar ni llegó a eso, por el propio camino del pensamiento filosófico; mas su formidable intuición lo llevó por una senda paralela. "Las mujeres serán la última cosa civilizada por el hombre", dijo Meredith, condensando el pensamiento secreto de los hombres de toda época, y la actitud cavernariamente arcaica o regresiva que halló expresión moderna en Byron, Schopenhauer, Nietzche, Strinberg y tantos Otros. Pero Whitman, hombre mucho más del futuro que del pasado, aunque ello parezca casar poco con su valoración exaltiva de lo natural y lo primitivo, Whitman libertador de la línea de Prometeo, sintió que el hombre nunca será libre si no es capaz de libertar a la mujer primero. Unico entre los poetas, por tantas cosas, lo es también por el detalle de que sus poemas jamás se refieren a nuestra especie con la palabra sacramental —el hombre— sino con una intencionada fórmula bimembre: "Los hombres y las mujeres". El entusiasmo whitmánico por la mujer no es sólo sexual y estético: es largamente espiritual. Una de las pocas casas burguesas que frecuentó fu¿ la de Elena Price, de Long Island, con cuya familia mantuvo relaciones seguidas desde 1856. Su recuerdo nos enseña que Whitman no tenía nada de profesor sabihondo y elocuente y pagado de sí mismo, de virtuoso que recita su sabiduría. Cerebraba lentamente y con frecuencia titubeaba buscando la palabra justa. Escuchándolo se tenía la sensación de cosas frescamente pensadas lo que daba a todo lo que decía un encanto indescriptible. En la plática tenía otra originalidad aguda. Se mostraba siempre más deseoso de conocer el pensamiento ajeno que de expresar el suyo. Comedimiento infinito que no era sino una de las muestras 176
WALT WHITMAN de su heroica bondad, al punto de comunicar la impresión de que la opinión ajena o la personalidad ajena de hombre o mujer podían ser tanto o más interesantes que las suyas. Así llegó al conocimiento Íntimo de infinitas gentes. "Algunos meses después de nuestra primera entrevista con Whitman, mi madre invitó a la señora Farnum (vieja matrona de la prisión de Sing Sing) para que ésta pudiese encontrarse con él en nuestra casa. Al comienzo de la conversación, Whitman dijo: "La conozco a usted más de lo que usted supone, señora Farnum, he oído con frecuencia hablar de usted a amigos míos durante el tienpo que usted estaba allí". En seguida, volviéndose hacia M. A.. (un amigo de la casa, que tenía una opinión aristocrática de la democracia) sentado al lado suyo, agregó en voz baja medio en serio, medio en broma: 'los presos". He aquí que pesa sobre la idiosincrasia amorosa de Whitman una leyenda aviesa. Pero ella no tiene más asidero, a lo que parece, que la insistencia y el brío desusados con que en sus poemas se canta la amistad de los hombres, el amor entre camaradas. ¿A tal punto un ferviente sentido de la fraternidad viril puede resultar incomprensible o sospechoso para el hombre de hoy, amuñecado o desecado por la vida artificial y las convenciones carcelarias? "Imbéciles ha habido —escribió José Martí— que cuando celebra en Calamus, con las imágenes más ardientes de la lengua humana, el amor de los amigos, creyeron ver, con remilgos de colegial impúdico, el retorno de aquellas viles ansias de Virgilio por Cebetes." Whitman no sólo cantó, sino que practicó la amistad con la mayor lealtad y decisión y la más ingenua entereza, con una inigualada riqueza de ternura, y, ni decir, con la más libre despreocupación de los rangos sociales. Mas al mismo tiempo no es posible pasar por alto ci hecho de que en ninguna poesía moderna, sin duda, se ha cantado con tanta intensidad y esplendor, con tal fuerza de tierra y cielo,
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LUIS FRANCO como en Hojas de Hierba, el creador impulso que acerca el hombre a la mujer, el vínculo de fuego de la pareja humana. Tampoco la biografía de Whitman parece consignar nada que justifique la fatídica leyenda aludida. En efecto, con reincidencia y consecuencias profundas las mujeres intervienen en su vida. Una de las mejores admiraciones de Whitman fué Frances Wright, la gran defensora de los derechos de la mujer y del trabajo, mujer magníficamente desprejuiciada, y sin ataduras tradicionales, y atenta a toda idea o sugestión nueva. La gracia, la intrepidez y la libertad de Frances fueron uno de los mejores estímulos que Whitman tuvo nunca. Aunque Whitman aprobaba grandemente el matrimonio, no llegó a casarse. Cuando alguna vez discretamente en la intimidad, alguien se lo insinuaba sobre el por qué de haberse quedado solterón, declaraba no tener al respecto ninguna razón definida como no fuera una pasión prepotente por la entera libertad y la ausencia de toda sujeción. De veras, en nuestra sociedad erizada de prejuicios y convenciones, y donde la mujer es más esclava y esclavizadora que el hombre, el matrimonio es uno de los peligros más aviesos para el hombre libre. Y Walt sacrificó a su ídolo —la libertad— hasta lo mejor de su corazón. Una de sus más patéticas experiencias de la democracia yanqui fué la visión de millares y millares de mujeres y muchachas trabajando a destajo como tejedoras para cobrar a fin de semana sólo dos dólares y medio, una cantidad con que no podían, o podían apenas, sufragar los gastos de sus necesidades más primarias. Inicialmente en defensa de la mujer, Whitman denunció, como periodista, la irrisión de los salarios bajos y predicó la absoluta necesidad de que tal irrisión entrase en la conciencia popular: "Que el público se dé cuenta de que esto es un mal y que siembra la cosecha pública de otros males". En Nueva Orleans, una noche, en un baile de disfraces, Whitman se dejó deslumbrar por una dama misteriosamente 178
WALT WHITMAN hermosa, se hizo presentar a ella, y, como él no bailaba, ella dijo que prefería conversar. Mas ocurrió que cuando la pareja estaba en lo mejor del coloquio se presentó el marido a buscar a su mujer. Coinciden sus biógrafos en que Whitman tuvo en Nueva Orleans un gran amor. Se rumorea que hubo un matrimonio secreto, que salieron niños de esa unión. "Sí, las constancias al respecto, aunque indudables, no son bien ciaras." "Sólo se sabe que se amaron y separaron —dice una admiradora del poeta—, y que la separación debe haber sido muy dura para los dos." Y Whitman no sólo no lo olvidaría nunca, sino que haría de esa separación una de las aventuras más profundas de su vida. En efecto, en un poema breve e intenso como la aurora, inmortalizaría el estremecimiento de todo su cuerpo y de su corazón. Cierta vez crucé por una ciudad populosa, grabando en mi cerebro, para el futuro, sus espectáculos, monumentos, usos y tradiciones. No obstante, de toda esa ciudad sólo me acuerdo ahora de una mujer con quien di allí por azar, y que me retuvo porque se enamoró de mí. Día tras día y noche a noche estábamos juntos; lo demás, todo, lo he olvidado hace tiempo. Sólo me acuerdo, repito, de esa mujer que se me apegó apasionadamente; V agamos otra vez, amándonos, nos separamos de nuevo; De nuevo me tiene de la mano, no queriendo dejarme ir. La veo junto a mi pecho, calada, desolada y temblando.
A?ios después, Whitman volvió al sur, ^ quizás a despedirse de la mujer que amaba". Cierto, amaba aquella tierra que se parecía un poco a su alma —desbordada y ardiente-, y donde había conocido un gran amor. "Oh Sur-imán!" "Oh perfumado Sur resplandeciente! ¡Mi Sur!" A los cuarenta y tantos años Whitman, bastante encanecido 179
LUIS FRANCO de pelo y barba, parecía casi un viejo, y sin embargo —empleado en una oficina pública— recibía dulces billetes de empleadas que hubieran querido ser amadas por él. El muy honorable Salomón P. Chase, ministro de Finanzas y moralista ultrafariseo, que había negado una colocación a \Vhitman a causa de la impudicia de Hojas de Hierba, pese a la recomendación de Emerson, se dirigió un día a casa de una cultísima dama de Wáshington, cuyo admirador era. En la mesa del salón estaba. . . ¿qué?. . . ¡ Ufl ejemplar de Hojas de Hierba! Sin poder contener su brava indignación, preguntó señalando el libro maldito. —Señora, ¿qué hace esto aquí? Mas su asombro creció cuando la dama, admiradora de Whitman, contestó con voz aguda y firme: —Señor, ¿qué hace usted aquí? Uno de los pocos ratos claros de la vejez de Whitman —en' sombrecida por la miseria y la persecución— fué su reencuentro con Emerson, en Boston, después de cuatro lustros, y una cena Íntima y llena de hondos recuerdos en casa del pensador ya en el extremo límite de su vejez gloriosa. Pero también fué en Boston, la puritana y docta, donde el poeta enfermo, solitario y pobrísimo, recibió en nombre de la respetabilidad burguesa del Nuevo Mundo, la última asqueante canallada. A pedido de la "Sociedad para la supresión del vicio", el Procurador de Boston intervino ante los editores de la última versión de Hojas de Hierba, y éstos desistieron de su empeño y Whitman quedó sin los quinientos dólares que lo hubieran salvado de tantos apuros y tantos depresivos sufrimientos. Pero he aquí que esta vez fué justamente una mujer la que volvió por la dignidad de la especie, así emporcada por la baja hipocresía de los funcionarios eunuquizados. Mary Smith, mujer rica y elegante, lleva a su padre y su hermano —no obstante la resistencia de éstos— a presentar su 180
WALT WHITMAN homenaje al poeta maldito, al hombre a quien los autorizados representantes de la sociedad y del gobierno tratan poco menos que como perro atacado de una enfermedad contagiosa, pese a que altas figuras del mundo intelectual —Emerson, Rossetti, Swinburne, Tennysson— declaren grande. La muchacha, espléndida de gracia, de inteligencia y de valor, despierta la entera cordialidad de Walt, que se contagia a todos, de tal manera que cuando la visita termina, el poeta es forzado a ir con los huéspedes a pasar una noche en su hermosa mansión. Se quedó un mes. Whitman, sin duda, recordó a su madre, a quien su corazón de gigante, como sabemos, había rendido siempre la más profunda idolatría. Whitman creyó sencillamente que quizá el más precioso resultado de la democracia verdadera será el lograr "la total redención de la mujer de esas increíbles tenazas y redes de la tontería, de los adornos y de toda clase de vacíos dispépticos, y por esa vía garantizarles a los Estados Unidos una fuerte y dulce raza femenina, una raza de madres perfectas. . "La idea de las mujeres de América —anuncia en Perspectivas Democráticas— , desembarazadas de ese deslumbramiento, de ese aire paralizado y malsano que se cierne sobre la palabra lady, desarrolladas, criadas para ser las robustas iguales de los hombres, las trabajadoras, y, puede suceder, hasta las decididoras prácticas y políticas junto con los hombres —más grandes que los hombres, podemos confesar, a causa de su divina maternidad, su siempre descollante y simbólico atributo—, pero grandes, por lo menos, como el hombre, en todo respecto, o más bien capaces de serlo, tan pronto como de ello se den cuenta y se resuelvan a dejar de lado los juguetes y ficciones y lanzarse, a igual de los hombres, en medio de la vida real, tempestuosa y libre". Para Whitman, la mujer totalmente liberada es la promesa de los siglos futuros, el jubileo de la humanidad. "Lo que más .181
LUIS FRANCO precisa la sociedad es un nuevo Crecimiento, elevación, expansión y robustecimiento de la mujer... Grande, mucho más de lo que ellos creean, es la esfera de las mujeres." Whitman traza luego tres singularísimos retratos de mujeres del acervo popular. La esposa de un mecánico: "Mujer de educación escolar apenas pasable, pero de talento hermoso, con todas las gracias e intuiciones de su sexo, y de hecho con tan noble personalidad femenina, que yo gustoso lo celebro aquí. Sin renunciar nunca a su debida independencia, antes conservándola siempre alegremente, da brillo de sol a los deberes que le con' ciernen —cocina, lavado, crianza de los hijos, atención de la casa— y los vuelve ilustres. Fisiológicamente dulce e íntegra, amante del trabajo, práctica, sabe permitirse esos intervalos, tan pocos como son, que deben dedicarse al recreo, a la holganza, a la hospitalidad. Haga lo que haga y esté donde esté, la acompaia ese encanto, ese inenarrable perfume de la genuina femineidad..." Después del retrato de una admirable obrera, el de una no menos admirable mujer de campo, ambos, como el anterior, transidos de una increíble comprensión y de la más contagiosa simpatía. ¡Cómo siente Whitman a la mujer! 1A qué millas de los Wilde, Strinberg, Gide y compañía! Pero el esencial demócrata y anticipador del futuro agrega con saludable soma: "Confieso que las semblanzas que preceden están horriblemente a trasmano de esos importados modelos de la personalidad femenil, los personajes femeninos de fondo de los novelistas corrientes o de los poemas de corte extranjero (las Ofelias, las Enida, las princesas de esto y de lo otro) que llenan los sueños envidiosos de tantas pobres muchachas, y son además aceptadas por nuestros hombres como ideales supremos de la excelencia femenina... Pero presento los míos a título de simple variación". Cuando W. M. Rosetti publicó en Londres una edición escogida de los poemas de Whitman (la única que consentiría la 182
WALT WHITMAN muy adelfinada sociedad inglesa), una mujer leyó el libro con entusiasmo y pidió a Rosetti que le facilitara la edición integral de Hojas de Hierba: el entusiasmo de Ana Gilchrist —viuda de un fino hombre de letras y mujer respetable— creció hasta el maravillamiento. Mujer tan inteligente como culta y de tanto corazón como intuición, tuvo el coraje de decirle esto a Rosetti en las barbas: "Por lo que hace a esos poemas que han suscitado una reprobación tan violenta, tengo el coraje de confesarle con franqueza que los encuentro igualmente magníficos, y aun creo que usted los ha comprendido mal. A decir verdad, ellos han sido escritos especialmente para las mujeres". Su fervor se expandió en varias cartas a Rosetti, juzgadas por éste tan hermosas que las envió a América, donde una revista de Boston las publicó sin firma y ligeramente retocadas. Este Juicio de una inglesa sobre W alt W hitmann dió un mal rato al canijo moralismo yanqui, regocijó hasta los bordes a los amigos de Hojas de Hierba, y produjo a Whitman una emoción no menos grave y radiosa que la carta de Emerson. El poeta, que se había dirigido siempre en su vida y sus poemas a los sentimientos fundamentales de la humanidad, confiaba en su fondo menos en el virtuosismo dialéctico de los hombres que en la naturaleza profunda de las mujeres. No había renunciado a ella Ana Gilchrist, pese a su inteligencia capaz de las más altas especulaciones, y este encuentro con una mujer total y valerosamente emancipada en una atmósfera irrespirable de estrechez y cobardía, una mujer que publicaba ingenuamente su fervor por el gran pagano de nuestra época, que exaltaba el cuerpo en el sentido antiguo y el alma en el sentido más moderno, que confesaba sin reato que los poemas donde un hombre endiosaba su cuerpo viril y su alma viril eran más un mensaje para las mujeres que para los hombres, significó para Whitman la más luminosa sorpresa. La Gilchrist y Whitman estrecharon relaciones a través del 183
LUIS FRANCO océano y de una correspondencia que testimoniaba tanto feraz afecto y veneración de un lado como del otro. Seis años después Ana vino a América, deseosa de conocer personalmente al crea' dor de Hojas de Hierba, y encontró que el hombre, en \Valt, no sólo era la confirmación del libro, sino algo más profundo y vivo que el libro sin par y con un más envolvente poder de simpatía. Dos años se demoró en América por amor del Adán moderno, en compañía de su hijo Hebert y su hija C-race. Ambas mujeres doraron muchos de los días más grises de Walt. Este, que bendecía la indeciblemente buena fortuna de que le hubiera tocado por madre, por hermanas y por amigas a las mejores mujeres posibles, escribió un día: "Entre las mujeres perfectas que he conocido, ninguna lo fué en grado mayor, en todos sentidos, que mi querida, querida amiga Ana Gilchrist". ¿Cómo no había de enternecer e iluminar a Walt el que acaso la comprensión y simpatía más clarividentes y ardientes que nunca tuvo vinieran de una mujer?
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CAPÍTULO XI
ANECDOTAS Y TICS
LOS DE AFUERA Y LOS DE ADENTRO
La mezquindad y el odio de los mojigatos literarios y morales de su país había llegado al extremo de que cuando uno de sus primeros admiradores ingleses. lord Houghton, dió con le confesó que en todos los medios literarios ortodoxos de Estados Unidos que había frecuentado habían hecho lo más por desviarlo de esta visita que el solitario de Camden no merecía, según ellos... Esto en momentos en que una nueva encarnación de Hojas de Hierba veía la luz. El libro, grandemente enriquecido y acrecido en su sexta edición, aparecía así bajo los peores auspicios. Walt, triplemente herido por la enfermedad, la miseria y el envolvente reniego de los suyos, sentíase morir. Cuando hete aquí que comenzó a llegar a Inglaterra —obra transparente de Ana Gilchrist y W . Rosetti— una verdadera racha de pedidos de su libro, firmados las más de las veces por personajes ilustres. Semíahogado por esta imprevista ola de generosidad amistosa y de dinero, Walt no supo evitar las lágrimas. LAS APJSTOCP,/sCIAS
Un día, después de cinco afios de ausencia, Whitman volvió por una temporada a Nueva York. Las impresiones del goloso 185
LUIS FRANCO amador del la muchedumbre y del movimiento fueron de álacre exaltación. Pero no quiso dejar en silencio lo que no podía escapar a su ojo insobornable: los lazos rotos entre la espléndida medianía del pueblo americano auténtico y la pretensión aristocratizante y la charra exhibición de lujo europeo de los ricachos y aventureros de fuste de la gran ciudad: "especuladores felices, capitalistas, empresarios, especieros, políticos de éxito, matarifes opulentos, chalanes de novedades".
NO UNA CLASE PRIVILEGIADA
De su extensa segunda gira por el gran Oeste de la Unión y por el Canadá, Whitman trajo la impresión de que las ciudades del este eran sólo la vanguardia de aquella enorme reserva de posibilidades humanas, destinada a ser "la patria de una gran raza mejorada de hombres y mujeres, no de una clase privilegiada sólo, sino de masas más grandes, más sanas y mejores".
HISTORIA DE LA SÉPTIMA EDICIÓN
Whitman anunciaba una nueva versión de Hojas de Hierba, que podría considerarse definitiva —aunque esto era muy arriesgado decir mientras Whitman viviese tratándose de un libro—, caso difícilmente igual, en que se encarnaba un hombre. Seducido por la gran acogida que Whitman había tenido últimamente en los medios literarios de Boston, el editor Osgood se interesó por el libro, y autor y editor se entendieron fácilmente. El primero iba por fin a conocer el honor de un editor conocido y responsable. Después de morosos meses empleados en la preparación del original definitivo, y Otros en la corrección y recorrección de las 186
WALT WHITMAN
pruebas, el libro vi6 la luz al fin. Bajo un ambiente ostensiblemente propicio, es lo cierto. Despuás de un cuarto de siglo de amargas luchas, la buena suerte parecía sonreír al libro proceloso. Sólo que el destino de Hojas de Hierba exigía una última prueba para conceder la victoria definitiva. Un día el editor recibió del procurador de Boston un comunicado que empezaba así: "Nuestra atención ha sido advertida oficialmente respecto a un libro titulado Hojas de Hierba - \Valt Whitman, que usted ha publicado. Entendemos que ese libro es tal como para caer bajo el peso de las disposiciones de las leyes públicas atingentes a la literatura obscena. . . — (El procurador obraba movido por un grupo de esos tartufos sexuales tan propios del puritanismo.) El editor entró en conversaciones con los representantes oficiales. Por primera vez el autor hizo algunas concesiones malaconsejadas. Pero los cancerberos de la castidad se mantuvieron en sus trece, y esta vez Whitman no cedió una línea. El editor se acobardó, y en amigable acuerdo con el autor rescindió el contrato respectivo. Mal negocio... perque Hojas de Hierba ya era un libro de demasiada presencia como para que su persecución no resultase contraproducente. En efecto, los tiros de ataque y de defensa en torno al libro escandaloso sonaron recio y despertaron fuertemente la curiosidad yanqui. El libro se vendió mucho más de lo que podía esperarse, y a Whitman, más pobre que nunca, no le sonaron mal los dólares que cayeron a sus bolsillos.
EL CABALLERO TENNYSON
En un artículo anónimo escrito en los comienzos de su carrera literaria, en el que patentizaba, con tajante vehemencia, la distancia que mediaba entre la poesía del Viejo Mundo y la que 187
LUIS FRANCO
él anunciaba para el Nuevo, Whitman había aludido a Tennyson, mostrándolo como el representante lírico, el más alto y puro en su época, de una sociedad de corazón semifeudal, que él, Whitman, repugnaba totalmente. En los años que siguieron se habían cruzado varias cartas entre ambos. Whitman, con los años, llegó a gustar, como cualquier otro letrado, algunas de las estrofas impecables del poeta inglés. Tennyson, por su parte, dijo en alguna ocasión a un viajero norteamericano: "En Whitman hay un algo enorme; no sé qué, pero lo honro". Whitman recibió el último mensaje de Tennyson con satisfacción vivísima, viendo en él mucho menos un homenaje personal que un saludo del bardo de la aristocracia europea, "el castellano solitario y altivo que —decíase— no cedía la derecha ni a los reyes", al hombre del pueblo americano.
DESDÉN DEL MELODRAMA
Whitman, que no salió nunca de la pobreza —a veces en grado alarmante—, no conoció de veras la real miseria gracias al celo de sus numerosos amigos de ambos lados del Atlántico, y también a su prolijidad avizora. Le molestaba, pues, que el prurito melodramático de algunos reporteros lo presentase como sumido en la más profunda indigencia. A uno le declaró en cierta ocasión: "Yo siempre he contado con lo suficiente para atender mis necesidades diarias gracias a mis buenos amigos de América e Inglaterra, y no he corrido nunca peligro inmediato de perecer... En cuanto a la insinuación de que me halle desprovisto de lo necesario para la vida, declaro que me he hecho una regla de no desmentir ni confirmar jamás las historias cuyo fin es molestarme".
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WALT WHITMAN WHITMAN Y EL AGUA
El agua es su placer favorito. Cierto, parece haber una misteriosa afinidad entre él y el agua. El gran primitivo siente su raíz común con el más humano de los cuatro elementos: el agua, con su risa y su sonrisa, con sus enojos, con su alcionismo, con su virtud de quitar la suciedad, la fatiga y la sed del hombre, el agua con su fugacidad melodiosa y cambiante. Y el mar. Su larguísima ascendencia de navegantes y de lobos de mar le ha dejado el ritmo marino en la sangre. En su destierro oficinesco de Wáshington suefla con el mar como un amante con la amada ausente, o como el jinete enfermo on su caballo. Walt se embriaga de mar como con el más aflejo de todos los mostos. El mar es como la encarnación del espíritu de la Libertad. ¡El mar es como la divinización de Whitman mismo! MAR Y HUMANIDAD
Convaleciente del primer gran ataque de su enfermedad, Whitman pasa el verano —y el otoio— cerca de Camden. Como en los días de su niñez o mocedad gloriosas, Walt se sumerge en la Naturaleza con sus ojos, su nariz, su piel, su oído, sus dedos, su lengua ávidos. El musgo, las piedras, las zarzas, los campos de maíz, de alforfón o de violetas, los olores, los colores, el parpadeo de la luz y de las hojas, el adivinado ascenso de las savias, el zumbo melifluo y quemante de las abejas, los clandestinos rumores de los pájaros en la fronda o sus gritos de música en el paraíso del aire, las gallinas en el corral o los cerdos en la pocilga, el aroma divinamente memorioso de las lilas, los rumores paralelos del arroyo y el ramaje, o las fluencias doradas —maíz, calabazas, melones-- que el hombre ordeña al otoño, o, por las noches, las cambiantes e inmortales floraciones de los cielos. 189
LUIS FRANCO En un recodo del arroyo, Walt cuelga ;us ropas en la cerca, se copilla vigorosamente el cuerpo y se arroja al fresco profundo y vivificador del agua: después, tendiendo sobre el musgo su rojo cuerpo y sus cándidas barbas, goza adímicamente del sol. En diciembre puede arribar hasta la playa próxima como bañista. . . y como poeta. A Whitman le venía sangre marinera, desde sus más remotos antecesores. Su piel y su sangre sentían sed de yodo y de sal; su alma, como un caracol cualquiera, guardaba perenne, el murmullo del, olcae; su zdrna se dilataba bien sólo en la libertad del mar; el ritmo del mar enhebraba su ser a la música de todo lo que vive. El mar flO sólo era una de las faces más expresivas —la más expresiva de todas— de la creación: era también un numen infinitamente envolvente y vitalizante sino un paradigma del destino del hombre. Pero ni el mar, ni los bosques o los prados, ni la noche estrellada podían liberarlo de su sagrada manía: el amor de la multitud de innumerables mujeres y hombres cada uno inconfundiblemente distinto de todos los otros. En su playa, Walt vive trabajado por la añoranza más intensa: las calles de Filadelfia con su espectáculo tan semejante al mar, tan contagiador y restaurador como el mar: el flujo y reflujo de la multitud.
NUEVA YORK, EL MAR Y LOS PILOTOS
Cuando Whitman, después de sus años de estadía en Whasington vuelve a Nueva York, es como si su corazón descubriera recién los mil espectáculos de la ciudad monstruosa. Y comproará su identidad con ella. "A veces pienso que soy el hombre hecho adrede para gozar de la visión de todas esas cosas de Nueva York más que cualquier otro mortal, como si tal espectáculo fuera desplegado sólo para que yo lo observe y estudie." 190
-s,aW
WALT WHITMAN Eso sí, el recobro de Nueva York significa también el recobro del mar, el mar que acunó su infancia y es como el numen de su cuerpo y su alma. Pero por encima de todo recobra la cosa que prefiere min sobre la tierra: la amistad de los pilotos, los pilotos que lo abrazan a él, ellos que no abrazan a nadie.
LOS COLEGAS LITERATOS
Conversan tres señeros literatos yanquis. —No puedo comprender —dice Lowell---- por qué se ha hecho tanto ruido acerca de Whitman; he leído muchas cosas suyas y no encuentro absolutamente nada de todo eso. —Pese a todo —replica Longfellow— creo que hubiera podido hacer algo si hubiera recibido una educación conveniente. —Sí —concluye VVendell Holmes—, tiene talento, pero qué nos hacemos con un hombre que, en lugar de galantear a la naturaleza, de trenzarle guirnaldas, según el deber del poeta, avanza derecho hacia ella, con aires de mozo de cordel, como para.
LAS GANANCIAS DEL ESPíRITU
Se habla, delante de Whitman, de su terrible achaque. Alguien repite que, de haberse retirado de los hospitales cuando se lo advirtieron, el antiguo enfermero hubiera preservado del contagio su fortísimo organismo. Sí —contesta Whitman—, pero hubiera perdido algo infinitamente más precioso.
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LUIS FRANCO LOS HOMBRES COMIDOS P60. LÓS E-IROES
—¿Cuál será el tema de vuestro sermón mañana? —pregunta Vlhitman a un eclesiástico. —E1 tema? Oh... La tragedia de las edades. —¿Cuál es? —La crucifixión. — ¿Qué crucifixión? —La de Jesús, sobreentendido. eso llamíds la tragedia de las edades? —Sí... ¿Y vos? una tragedia! Pero la tragedia. . . —Conocéis alguna de tamaña significación para la humanidad? —Conozco veinte mil tragedias igualmente significativas. Pensad siquiera una vez en ellas: las tragedias del hombre común, las tragedias de todos los días, las tragedias de la guerra y la paz, las tragedias oscuras, desconocidas: todas ellas talladas en la misma materia. Pienso que se añade demasiada importancia a la ejecución de Jesús: él mismo no hubiera aprobado eso. - Y Whitman agrega, riendo: —Los maestros, en la historia, han tenido una suerte enorme: han sido glorificados muy por encima de lo justo. Ahora es preciso acordarse un poco de los otros humanos. Glorificar un poco al hombre corriente, consagrar una palabra a sus dolores, a sus tragedias, siquiera una vez, una sola vez.
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WALT WHITMAN LOS BEATOS CONTRA LA PUREZA
Un editor típico adelanta un día una tentadora propuesta de reedición de Hojas de Hierba a condición, eso sí, de suprimir ciertos versos de algunos poemas. —No me atrevo a eso —contesta Whitman con convicción intensa y casi religiosa—, no me atrevo a suprimir ni cambiar lo que es tan verdadero, tan indispensable y elevado y puro.
DEFENSA JUVENIL DE LA LIBERTAD
El partido Demócrata a que pertenecía Whitman, se escindió un día en esclavistas y abolicionistas. La adhesión decidida de Whitman a estos últimos le costó la dirección de The Eagle, pero no antes, según se cuenta, de haber echado a un viejo esclavista a puntapiés, escaleras abajo. APÓSTOL DE Si MISMO
Si se exceptúa la purpúrea epístola de Emerson, la primera edición de Hojas de Hierba significó un redondo fracaso de crítica y de venta. Nadie compraba el libro. Y los cronistas literarios —confundiendo la literatura con la moral de recetario a el arte del confitero— no entendían o no sentían tamaño libro, y lo desfiguraban o lo infamaban. Whitman, entre tanto, sentía que no había escrito ese libro para divertirse o divertir a los tontos eruditos: quería llegar a su público, tenía absoluta necesidad de llegar a su público. En tal camino, no tuvo empacho en ejercer anónimamente, una y otra vez, de intérprete y comentarista de su libro.
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LUIS FRANCO ¿BOHEMIO
Cualquiera podía confundir en ocasiones a Whitman con un héroe de Murger. Pero, en verdad, era algo muy distinto. Mós de una vez reuníase a beber con artistas y bohemios impenitentes. Pero de toda esa gente, él era el único que no perdía la cabeza ni los últimos céntimos.
DESPERTAR
El gran problema antiesclavista y la guerra de secesión ya inminente habían puesto al desnudo innumerables caracteres. Se vieron cosas fabulosamente infames. En 1859, el antiesclavista John Brown, un viejo evangélico y aquilino, fué colgado de la horca en Virginia. Whitman, hombre, conoció la noticia sin que la indignación pareciera alcanzarlo. Pero meses después, de golpe, el poeta despertó soberbiamente a aquella grandeza: Y o estaba cerca, permanecía silencioso, apretando los dientes. observando.
EL HERMANO CRIMINAL
Una noche Whitman se encontró con un hombre de aspecto miserable y hosco que parecía conocerle. Era, en efecto, un compafiero de infancia, que huía de la policía a causa de algo que se le imputaba quizá no injustamente: un homicidio cometido en riíia. Walt le dió el dinero que llevaba en los bolsillos —que no era mucho, por cierto—, se lo yació todo, y lo besó fraternalmente. Le pareció sentir que el hombre lloraba. 194
WALT WHITMAN LOS FARISEOS
Jaqueado por las mayores necesidades, Whitman buscaba empleo. Después de mucho vacilar resolvióse a presentar algo que guardaba en el bolsillo desde hacía tiempo: una carta de Emerson a cierto personajón oficial de Washington. Pero he aquí que éste, pese a la altísima recomendación, no pudo hacer nada —según lo dijo a un intermediario— por el autor de un libro infame. "Tiene razón en preservar a sus santos de la contaminación de un hombre como yo" —respondió con serena ironía Whitman, que sabía como pocos de qué mezcla de cobardía pantanosa y dureza de lápida está hecha la respetabilidad y moralidad de las gentes de mundo.
PESCADOR DE HOMBRES
Un día Whitman se dirige al Oeste, la gran reserva salvaje de la Unión. Y de todos los espectáculos que allí atestigua —sin excluir el de las Montaffas Rocosas—, ninguno lo entusiasma tanto como el de los vaqueros, categóricos de fuerzo, de baquía y de color de intemperie, que capitanean inmensas manadas de búfalos. Sólo que lamenta hondamente el no poder trabar amistad con ellos. POBREZA Y ORGULLO
Los últimos diez o quince afios de Whitman no sólo fueron los peores de su vida por el incremento de la enfermedad y la vejez, sino también por el de la pobreza, el abandono y el odio. Tan desahuciadamente pobre estuvo algún tiempo, que las 195
LUIS FRANCO calles de Camden o Filadelfia lo vieron más de una ocasión cojeando por sus aceras, con una canasta colgada del brazo ofreciendo una mercadería difícil: sus propios libros. . . Sin embargo, no claudicó un solo momento su fe jurada a la dignidad y la independencia. Pudo vivir en la magnífica casa nueva de su hermano Jorge, pero no se avino a ello. Por el contrario, el peor sufrimiento que le infirió la pobreza era no poder ayudar como quería (lo hacía, pese a todo) a su hermana Hannah y a su hermano Eddie, el inválido.
SEPULCROS BLANQUEADOS
Quizá de todas las mezquindades humanas, ninguna le era más repulsiva a Whitman que la mojigatería. Muchas de sus peores horas las pasó a causa de ella. Empujado por Warry llegaba en su cochecillo de inválido hasta el muelle de Camden y su principal pasatiempo era ver a los chicos pescar en el río. Mas un día supo que el alcalde de Camden les había prohibido bañarse en el río, escandalizado de que lo hicieran desnudos. Whitman se sintió afectado. Pensó con larga pena en la clase de gazmoños que engendraría una sociedad conducida por semejantes mentores. La respetabilidad, la perfecta y convencional respetabilidad era uno de los más tristes productos de una sociedad de servidumbre y podredumbre. NOS SALVAMOS O NAUFRAGAMOS JUNTOS
En el penúltimo año de su vida, un día en que los amigos celebraban su cumpleaños, \Vhitman recordó la opinión de un proteccionista quien aseguraba que lo principal para los norteamericanos era volver por sí mismos. 196
WALT WHITMAN El recordó tal mira, sólo para rebatirla a fondo. El, como Lincoln, y como los profetas de Israel, y como todos los que han ido al fondo de las cosas, —creía ante todo en la unidad del hombre, esto es, en la unidad de los pueblos. "Estamos embarcados todos juntos, como compañeros de un barco con destino hacia lo bueno o lo malo. Lo que hace naufragar a uno, nos hace naufragar a todos."
EL COCHE
El formidable ambulador y devorador de espacios abiertos y vientos libres enclavado ahora en su sillón por la parálisis pasaba las horas inacabables en el más mortal encierro. Un día se detuvo ante la puerta de su casita un flamante y elegante tilbury del que descendió su conductor, un mozo. La picada curiosidad de Whitman se trocó de golpe en asombro total, cuando supo que el lindísimo carruaje era un presente con que los amigos querían devolverlo al gozo derramado del horilonte y de las brisas. El viejo no se esforzó mucho en atajar las hondas lágrimas de reconocimiento que sentía venir.
LOS DOS CABALLOS
Algunas semanas más tarde su amigo Donalson, pasando por una calle de Carnden vió avanzar e1 coche de Whitman con una velocidad de quinientos metros por minuto... Naturalmente, ci caballo no era e1 veterano penco que le habían regalado. Interrogado al respecto, Whitman contestó: "Vendido, lo he vendido... ¿Quá quiere usted que hicióramos un par de estropeados como l y yo?" 197
LUIS FRANCO
Y como Donalson le expusiera las muchas probabilidades de que semejante caballo lo tumbase en un foso cualquier día, el viejo contestó: "¡Sea! No lo hará más que una vez, y es muy necesario que las cosas tengan un fin."
LOS NIÑOS
Whitman había engendrado varios hijos en su vida vagabunda, pero el celibatario mal gre lui no había disfrutado nunca los goces de la paternidad. Por esa añoranza, sin duda, tanto como por lo claro de su genial cordialidad, Whitman se sentía profundamente inclinado hacia los niños. Había otra razón, de juro: los niños están menos deformados y desnaturalizados que los adultos, o no lo están; los ni'ños ignoran o repugnan las convenciones.
De todos modos, en muchas ocasiones, Whitman solía hallarse entre ellos mejor que entre los grandes. Pese a la majestad de su figura, bastaba la claridad de mirada, de su sonrisa y de su voz para que los infantes —con preferencia los hijos de sus amigos— sintieran al abuelo, al padre y al. .. camarada. Con harta frecuencia Whitman entreteníase con ellos en un rincón de la sala, mientras los mayores discutían asuntos impor' tantes. Cuando vivió en Mickle Street se hizo amigo de todos los niños del barrio, quienes, de paso a la escuela, solían detenerse ante una ventana para saludarlo, responder a algunas preguntas o dejarle algunas flores. En algún período de extremosa debilidad, en que el menor ruido le era una tortura, reconvino a su enfermera en razón de haber ésta corrido a los niños que se entretenían en reventar petardos al pie de su ventana. "No, María, a los niños no les gusta que se los moleste, y después, quien sabe si en la esquina de la calle no hay otro hombre aun más enfermo que yo." 198
WALT WHITMAN Era en los días del final de la guerra de secesión. En un tranvía que corría por una de las avenidas de Wáshington un hombre de gran talla, de gran sombrero blanco, de grandes barbas y cabellos blancos, pero de aire extraordinariamente vivo conversaba amistosamente en la plataforma trasera con el joven conductor. A la molestia del calor aplastante aliábanse los berreos y majaderías interminables del menor de los chicos de una madre obrera. Ella y alguno de los pasajeros habían echado mano de todos los recursos para acallar al niño, y en muchos imprudentes y malsufridos era visible el disgusto. La pobre mujer estaba en el colmo del agobio, cuando el gigante de rostro patriarcal dió un paso en el interior del coche y tomó de brazos de la madre al pequeño demonio, quien callándose súbitamente, echó atrás la cabeza para examinar la cara del ser extraordinario que lo había elevado a tanta altura entre sus brazos y sus manos enormes. La expresión del gigante debió ser muy poco feroz, pues, momentos después, apoyando su pequeña cabeza en el gran cuello desnudo se quedó dormido beatamente. Un buen rato más tarde, el colosal niñero, pese a que debió reemplazar en su puesto al conductor que abandonó el coche, seguía tranquilamente con su preciosa carga en el brazo izquierdo.
WHITMAN VECINO DE ALDEA
Cuando Whitman vino a vivir en Mickle Street, llegó en poco tiempo a informarse menudamente de la vida del vecindario —aunque con el más exquisito tacto para no mezclarse en comadrerías—, y más de una vez pudo aliviar alguna necesidad indudable. Por su parte los vecinos miraban con clara simpatía a aquel gran viejo inválido de cuya benevolencia estaban cada vez más 199
LUIS FRANCO
seguros, todo sin perjuicio de la impresión de extrañeza o misterio que infundía un personaje cuya profesión —la de poeta— nadie sabía definir con exactitud, y a cuya puerta tantos forasteros —los más al parecer de pro— venían a golpear con visibles muestras de interés, de respeto o de veneración.
EL ÚNICO TEMOR
La enfermedad hizo de Whitman, en sus últimos años, uno de los mártires más profundos de su propia carne, él, que antes del contagio había tenido un cuerpo de gran dios griego. Cuando a través de sufrimientos demoníacos —inflación de la próstato, enfermedad de la vejiga, comienzo de diabetes, parálisis, soponcios, ataques a los ojos— durante los cuales su vida "no valía diez céntimos" y en que la muerte parecía su única salida, y cuando su convalecencia era así una verdadera resurrección; y bebía todas las heces del dolor físico y del horror a la muerte, Whitman tenía aún valor para declararse feliz de que su cabeza permaneciera clara y apto su brazo derecho. Un día, de vuelta de un horrible ataque con pérdida de la palabra, se le oyó decir: "Esto pasará pronto, y si no pasa, ¡sea!" Su serenidad y su coraje permanecieron perfectos. Tenía un solo miedo: que su enfermedad comprometiera su alma y que su sombra cayera sobre sus poemas: Mientras aquí sentado escribo envejecido y enfermo
No es mi cuidado menor el de que la preocupación de los años, las quejumbres. Las tristezas morosas, los dolores, la letargia, la constipación, el tedio plañidero, Puedan infiltrarse en mis cantos cotidianos.
'II
WALT WHITMAN LA CABINA
En el último período de su vida, cuando Whitman apenas podía moverse de su lecho o su sillón, su aposento único y universal, —dormitorio, biblioteca, comedor, toilette- donde pasaba el día y la noche, era la cosa más parecida a una cabina de barco, según un autor. Y un poco también, por cierto, a una cueva de vizcacha. Un lecho veterano, dos mesas rechonchas —hechura del padre— un puñado de sillas, un lavabo de madera, cajas de madera —una precintada de hierro— canastos, retratos de los amigos y el de un jefe indio, un cuadro con una escena de bandidos, tazas, platos, Vasos, etc., todo entre una marejada de libros, diarios, manuscritos y recortes, inundando el piso, subiendo hasta las sillas, las mesas y las paredes. El que por vez primera se asomaba al "taller" del viejo poeta sentía írsele la cabeza ante tamaña babilonia. Sólo que ésta no era tal para su dueño que poesía la clave de la armonía que se escondía bajo aquel caos.
LA MUERTE
Los dolores de la carne y del espíritu que acribillaron los últimos años de Whitman recuerdan los de otro gigante a quien tanto se parece por lo grandioso e implacable de su afán por amaestrar en la libertad a los hombres —Prometeo. Los mejores amigos se habían cotizado para costearle un enfermero o guardián. Vino a desempeñar ese cargo un yerno de la señora Davis, gobernante de la casita de Whitman. Warren Fritzinger era un experto marino que había dado tres veces la vuelta al mundo, motivo sobrado para asegurarle la viva simpatía de Whitman: Warris fué su asesor en cosas del océano y lo acompañó hasta el fin de sus días. En vísperas de la hora suprema tuvo un claro consuelo: el 201
LUIS FRANCO de ver en sus manos la edición décima de su libro y poder enviar un ejemplar a cada uno de sus cien mejores amigos. sólo que sin dedicatoria y sin firma porque la gran diestra había sido también alcanzada por la parálisis. No obstante, poco después hizo un profundo esfuerzo para que los suyos tuvieran el último testimonio de su corazón, rey de la amistad. Su mano garabateó sus postreras palabras para formular esta carta colectiva a los amigos: "6, febr. 1892. Es preciso que os envíe a todos vosotros, amigos queridos, una palabra de mi mano —me he enderezado en mi lecho sostenido por almohadones, pero mortalmente débil aún, si bien la chispa parece brillar todavía... Mi estado físico no es tan malo como podríais imaginar, sólo que mis sufrimientos, la mayor parte del tiempo, son atroces. Quiero, de nuevo repetir mis agradecimientos a vosotros, amigos de Inglaterra, y de todo corazón —por última vez, sin duda—, al tenderos mi mano derecha." La enfermedad había hecho del maravilloso cuerpo de Whitman —flaco hasta lo denigrante— una panoplia de dolores. Dolores sin medida ni tregua, que sobrecogían a sus cuidadores como un espantoso combate nocturno. Algo decididamente heroico, porque si había cosa que sobrepasara la grandeza de horror de sus sufrimientos era su serenidad frente a ellos. "No se oía de su boca ni siquiera una de esas palabras de impaciencia que el exceso de dolor arranca a los supliciados." Al fin, un día de tantos, el poeta sintió llegar la muerte, teniendo entre sus manos la de uno de sus amigos y discípulos más leales y bienqueridos, Traubel. Pocas horas más tarde dijo sus palabras finales: "Warry, dadme vuelta." Aun levantó los párpados y esbozó una sonrisa como para agradecer el último servicio de la amistad. Y tan callada, lenta e insensiblemente como se disipa una gota de rocío, se disipó el respiro de uno de los pechos más 202
WALT WHITMAN poderosos de entre los hijos de los hombres, mientras una distraída garúa caía afuera. FUNERALES
Constatación dolorosa pero innegable es que la familia resulta casi siempre uno de los grilletes del verdadero grande hombre —aun queriéndole y amándole, lo que no siempre ocurre. La de Whitman (ajena a lo que hacía, ni que decirlo) intentó injuriar sus despojos disponiéndose a enterrarlos según los ritos del culto metodista. . . Pero sus amigos —sus parientes según el espíritu— supieron preservar los restos de uno de los varones más inmaculados y libres que haya conocido el mundo del humo y el pringue de los gestos litúrgicos inventados e inveterados por la superstición y el espíritu de servidumbre. La mortaja del difunto era su pantalón gris y su impoluta camisa blanca arremangada hasta los codos. Y como su rostro había recuperado la serenidad y la armonía de las mejores horas, el gran muerto no aparecía desfigurado de ningún modo para los ojos que tanto le amaran en vida. Y tal como debió ser —para que la cosa no resultase indigna del que en vida había sido un manantial profundo de fortaleza, de sencillez y de dulzura—, en sus exequias estuvieron ausentes la tristeza y el miedo. Y también la convención. Nada de marchas fúnebres, de rostros y palabras de circunstancia, de ritos rígidos y hueros, de gestos aburridos, de pompas pagadas y sacerdotes pagados. También la Naturaleza parecía concurrir de buen grado a la fiesta, pues esto ocurría cuando ella comenzaba a abrir las corolas y las ventanas. Al copioso número de amigos, ilustres o modestos, habíase agregado un contingente inmenso de gentes del pueblo, misteriosamente atraídas sin duda por la imagen del desaparecido 203
LUIS FRANCO que juntara de modo tan único en su persona mortal la majestad ,' la suavidad. .dl responso que ellas escucharon en la ocasión tampoco st pareció nada a los consabidos. Francisco Howard Wilhiams dijg simplemente: "Estas son las palabras de Walt Whitman": Y leyó la estrofa donde el formidable amador de lo viviente había hecho la alabanza serena de la muerte:
&mbría madre que sin tregua te deslizas junto a nosotros co [pie ligercn ¿nadie ha cantado jamás para ti un canto de total bienvenida! Pues yo lo canto para ti, glorificándote por encima de todo.
Después cada uno de los amigos ilustres fué levantándose, para expresar, según su concepción y modo, la clase de deuda que tenía el mundo de los hombres con el gran desaparecidc. Y después de cada uno de ellos, Howard leía algún pasaje dp. la Biblia universal en que Confucio, o Gantama, o Isaías o Jesús o Juan o Platón había expresado su fe en la nobleza humana. Y así como se han hecho los de alguno que Otro hombre quz de la libertad hizo su pan y su vino, —como se harán mejot todos los de maFiana cuando los hombres se emancipen del interés, de la tontería y del miedo—, se realizaron los funerales de, hombre cuyo tránsito por el mundo había sido un largo relámpago de vida esencial en medio de criaturas más o menos ente' nebrecidas por los negocios o los ritos.
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CAPÍTULO XIII
EL PIONFER Por lo ingenuo, elemental y fundamental de su inspiración y por el esplendor salvaje de su fuerza, el canto de Whitman recuerda a las más viejas voces: la Biblia, Los Vedas, Orfeo. Son la inocencia y la magnificencia de un mundo nuevo donde las cosas aparecen en su rudeza o en su gracia inmaculadas, maravilla que la humanidad no había vuelto a experimentar desde los días de los grandes bardos. No se trata de una mera reiteración, sin embargo: es sin duda un regreso al bosque, en un limpio desprenderse de todas las adherencias apocadoras que los aspectos negativos de la civilización han dejado al hombre; pero no es un regreso desnudo, sino con todos los aportes culturales autónticos—, pues la salud del hombre moderno sólo puede hallarse en una unidad integradora de todos sus valores. Porque del hombre moderno se trata. Hojas de Hierba es, ante todo, una tentativa, desde el comienzo al fin, "de fijar una Persona, un ser humano (yo mismo en la segunda mitad del siglo XIX en América), libremente, plenamente, sinceramente. Por mi parte no he podido descubrir en la literatura en curso, ninguna Otra pintura análoga que me satisficiera." Y ello es lógico en una sociedad donde los cuerpos se han desnaturalizado como pájaros de jaula y hay una mayoría de las almas yacentes como sepulcros, y el arte se hace de cada vez más refiltradas sutilezas. Whitman viene a recordar que, si la 205
LUIS FRANCO función del gran arte consiste en mejorar y agrandar al hombre, es esencialmente moral. "But passionate, implicity morality not didactic". "Una moralidad que cambia la sangre, más que la mente" dice profundamente un crítico. Qué cambia la sangre primero! Es decir, se trata de desbaratar la milenaria conspiración de los muertos contra los vivos y de dar con el hombre auténtico a través de salones, museos y maquinarias; se trata de aventar los orgullos falsos y las falsas vergüenzas, y esas honras más blandas y holladas que felpudos. . . Puesto en su tarea, Whitman es el primero que se atreve a ver que el alma no está antes o por encima del cuerpo, sino que ambos son una ecuación perfecta: y de tan inédita grandeza, él es, sin duda, el primer apóstol. Y también de esta otra: en las balanzas de la Naturaleza y del espíritu, el hombre y la mujer tienen pesos iguales. Dicho está que la majestad de la poesía de Whitman, es la majestad de Whitman mismo: Hojas de Hierba es el evangelio de su persona, puesta por parábola de pueblos, como dice Job. "Una personalidad, una identidad de cuerpo y alma, una individualidad americana", eso es el motor de sus poemas porque la nivelación democrática exige ese contrapeso salvador, pero, sobre todo, porque es el espectáculo capital de la naturaleza. A great city is that which has the greatest men and women if it be few ragged huts it is still the greatest city in the whole fwor1d.
Canta "el gran orgullo que el hombre experimenta de sí mismo", orgullo que juzga "indispensable a todo americano", orgullo que "no es incompatible con la obediencia, la deferencia, la humildad y la duda de sí mismo." A qué millas del consuetudinario narcisismo de los literatos (y de los pobres hombres de hoy) está esta pasión whitmá.nica de sí mismo: 206
WALT WHITMAN 1 celebrate myself, 1 sing myself, A nd what 1 assume, you shall a,ssume
Es decir, este canto de un egoísmo altruista es el canto de yo multitudinario. No en etro sentido hay que tomarlo por el bardo de la democracia. El vió lo que era aquella de los Estados Unidos, la democracia por excelencia de la época moderna. Su genial perspicacia le descubrió la verdad esencial, bien que no estuviera especialmente equipado para la tarea que un contemporáneo suyo realizaba: el análisis radiográfico de la sociedad moderna, para llegar al resultado de que la vieja explotación del hombre por el hombre sólo había cambiado de título y método, y que el capitalismo, el grandioso sistema de explotación creado por la clase poseyente o burguesía, ponía fatalmente a los trabajadores modernos al nivel o por debajo de los siervos y aun de los esclavos de antaío. Y la intuición whitmánica de que en la clase obrera está hoy la mejor madera humana, tiene su complemento en la demostración marxista de que el proletariado, única clase históricamente intacta, está destinada a liquidar las divisiones de clase y emancipar socialmente al hombre. Ni que decir que la coincidencia decisiva está en la comprensión de que el recobro del hombre sólo es posible si se pone el poderío industrial y material al servicio de la humanidad que hay en su persona y no al revés —y que el desarrollo pleno de la persona humana solo puede lograrse a través del proceso colectivo, esto es, borrando las mortales discrepancias entre su ser individual y su ser social. Por eso: "La mía es una palabra moderna, la palabra: Multitud." 5U
Y porque aquellas campean enhiestamente en la democracia yanqui (por ello su pueblo es aún un cuasi rebaño) sus Perspectivas democráticas se muestran implacables, aunque jamás vacilantes o escépticas. 207
LUIS FRANCO Denuncia todas las fallas del experimento democrático yanqui porque eso es la negación total del advenimiento de las "multitudes creadoras" que él presiente, creadoras de grandes individualidades, que es lo primero y lo último. Canta —y no en sus mejores momentos, ciertamente— las exposiciones y los ferrocarriles; ama los Estados Unidos manuales e industriales, porque eso puede ser un pedestal para el libre individuo. Cuando éste aparece, cuando "el ser fuerte' 'aparece W hat is your money-making, now? W /hat is your respectability, flotO? W hat are your theology, tuition, society, traditions, statute[boo ks, now?
La empresa de Whitman de ver el mundo con sus propios ojos y no temer su propia visión —de expresarse tan plenanvnte que su libro fuese como una reencarnación de sí mismo y no un simple boletín de información—, de reconciliar la forma, con el espíritu, la poesía con la vida, —de desafiar inevitablemente con ello los intereses de las clases dirigentes y la ceguera dc las dirigidas---, de irritar hasta el crujir de dientes el epí, ritu de rutina de todas las plebes, especialmente la formada por héroes de academia, de cátedra y de salón de actos, por apóstoles de estufas y ligas morales, por robinsones de bibliotecas, —todo eso revela una suprema audacia y presupone un hombre leoninamente confiado en sí mismo. El mensaje de Whitman (y conste que su propia persona es lo mejor del mensaje), es el más vasto que han escuchado los oídos del mundo moderno. Viene a enseñar cosas que nadie vió antes o cosas sagradas y evidentes que todos han olvidado. Fuimos naturaleza un tiempo —y aun lo somos— y volveremos a serlo con perfecta inocencia originaria. Lo material y lo espiritual son dos traducciones infieles: el divino texto viviente que somos no podemos decirlo. No sabemos siquiera de 208
WALT WHITMAN nuestra piel; sabemos de nosotros mismos menos que de Betelgoso. No podemos reírnos ni del pobre tanteo de las astrologías. Lo desconocido se resiste a llevar el collar de nuestro perro. Por poco que el hombre se pare a verlo está espejando y repitiendo en su alma y su carne visiones y voces de lo ignorado y luces permanentes. Nuestra sangre es cósmica. Pasamos y lo eterno queda, pero no hay separación con él. Sé que la órbita que describo no puede ser medida con el compás de un carpintero.
La ciencia es merecido orgullo del hombre; pero todavía es demasiado somera y pedantesca, y sólo suele reflejar lo vivo como río helado. Pero mucho más pretenciosa y absurda es la vieja charla sobre pecado original y dioses trinitarios y retribuciones o recompensas celestes o infernales, y abyectos eunucos con cartas de crédito de lo celestial. Badajo de campana o cascabel de payaso son iguales. ¿Orar? ¿Para qué? ¿A quién? Mi cabeza no esté hecha para reverencias ni mi boca para zalemas.
La verdad de un credo ha de juzgarse por la medida en que sea capaz de emancipar y criar al hombre. Y el estado social más cercano a la perfección debe anunciarse por la aparición de un credo que satisfaga a la vez el instinto de comprensión y el instinto de veneración, tan invencible el uno como el otro en el hombre. (Pues quien no haya renunciado a mover su pensamiento y su corazón en el verdadero horizonte del hombre moderno, no puede menos que reconocer la oquedad definitiva de los credos revelados —aunque sea más desesperado que nunca el esfuerzo por simular su resurrección). Creencia invicta en la santidad del mundo, confianza ardiente en la armonía final de las contradicciones del hombre, es decir, en la victoria de sus añejas luchas por encontrar la armonía consigo mismo a través de su armonía con los otros. 209
LUIS FRANCO Posee la fe ma's firme, porque su visión es la más telesco'pica.
Porque el hombre, ente de facultades espléndidas, y el único sin duda, de don creador sobre la tierra, sufre la más triste de las suertes; desde la cuna empiezan a oscurecerle, con fajas y perifollos y velos, esa razón y esa sensibilidad que, cuando puede usarlas del todo, estén casi siempre averiadas sin remedio, Qué menos, si a los obstáculos que su propia naturaleza le alza al hombre para que venciéndolos se engrandezca, la Convención y el Rito lo ahogan en una maraFia de concepciones y estímulos falsos; lo que viene con el hombre, lo manantial, y espontáneo, se encenaga y pudre en gran parte, y cuenta en primer término lo postizo que en nombre de la Religión la Moral, la Educación y la Patria de los mayores le ponen como camisa de fuerza y gorro de dormir: ¡Saltemos por encima de las fórmulas! Por encima de vuestras fórmulas, clérigos materialistas de ojos [de 'murciélago.
La naturaleza humana, aherrojada, tiende a congelarse, pero la función insigne del poeta es romper ese encanto. — W ell, 1 am standing water. — Fil teach you how to fiaw.
Si, enseñar a la vida a fluir de nuevo, como este personase de Shakespeare. Porque lo llamado educación o cultura, significa en buena parte una deformación y un embadurnamiento: un estrechar el entendimiento y las vísceras del hombre, para ponerle en los hombros dos alas de papel. (Por ello más de la mitad de la sabiduría está en desaprender lo falso y forastero en cada uno de nosotros.) 210
WALT WHITMAN No podrás ya seguir recibiendo las cosas de segunda o tercera mano, ni mirando por los ojos de los muertos, ni nutriéndote de los fantasmas guardados en los libros.
Y eso es lo peor: que el hombre tenga miedo de su cuerpo y sus instintos y que deserte de sí mismo; que el hombre se sienta, no con vocación de hombre, sino de ángel y con un destino ultraterreno, y se eduque para ángel, y desprecie su carne y su sexo y su tierra, bajo el anatema de lo bestial y lo efímero. Porque eso convierte al hombre en un ser bifronte, con una conducta para el espíritu y otra para el cuerpo; hace del hombre una especie de hemipléjico, lo peor que pueda existir. No hay que respetar el cuerpo por ser el vaso del alma, sino porque el cuerpo viviente es en sí un misterio tan puro y venerable como el alma, y son uno mismo. Y lo que se diga del cuerpo y del alma hay que decir del sexo y del misterio priápico —aunque clame a grito herido la universal cofradía de los eunucoides, los fariseos y los cachondos. Es preciso que el hombre pierda la falsa vergüenza de sí mismo y se sienta tan puro como los árboles delante del sol. 1 am the poet of the body 1 am the poet of ihe soul.
Whitman no quiere conducir su alma al cielo; el suyo no es un evangelio de salvación. El predica sólo la obediencia al alma: el sólo quiere que su alma —que impregna todo su cuerpo y lo trasciende— lo conduzca por caminos cada vez más elevados y puros sobre la tierra hermosa y sagrada. Y por qué es absolutamente preciso que el hombre no contradiga su propio cuerpo? Porque es el único modo de que no se enferme y se llene de delirios obscenos y se desnaturalice, haciendo del amor un sentimentalismo mórbido o un impulso. mecánico. 211
LUIS FRANCO El único modo de que el hombre recobre su salud, es decir su inocencia -sin la cual nada verdaderamente grande puede realizarse. El hombre de la Naturaleza es una oscura embriaguez que quiere llegar a una serenidad lúcida, desideratum de la civilización; y ésta será así la potenciación de los valores naturales del hombre no su enflaquecimiento o su deterioro, como hoy sucede. Un piel roja tiene más independencia moral, y tal vez mental —y no digamos física— que cualquier muñeco de nuestras culturas "dirigidas". ¿Y es mucha blasfemia pensar que un buen árabe del desierto se acerca más al ideal del hombre completo que el supercivilizado señor Proust, por ejemplo? Sin decir que los auténticos representantes de nuestra grandeza mecánico-financiera aparecerán un día, no como bárbaros, sino solemnes cretinos para todo lo esencial. ¿Desprecio al salvaje? Pero si el salvaje tiene virtudes esenciales que el hombre de hoy ha perdido y que debe recobrar: lleno de una dignidad personal, de una seguridad de sí mismo, de un sentido de humanidad que ya no tienen los alfeñicados productos de nuestra cultura, marcados a fuego como caballos por el signo de la avaricia o de la servidumbre, uniformados, por adentro, como diplomáticos o cocheros de pompas fúnebres. Por eso: Resístete mucho; obedece poco
Porque deformados por un régimen social de explotación y sumisión forzadas, abocados a una lucha de intereses inicuos, los hombres han dejado secar sus entrañas, han perdido el sentido de la fraternidad. Son "eunucos de corazón" como dice terriblemente Isaías. Y no es precisamente que el hombre odie a los demás hombres, sino algo peor: no los siente —ve en ellos sólo objetos o unidades. Y así es como hoy, movido por intereses venales únicamente, en vez de acabar con las ya arcaicas fronteras 212
WALT WHITMAN patrias, está haciendo de ellas líneas Maginot contra cualquier Contacto material y espiritual. Y la bondad se ve sustituida por una cortesía vistosa, fría y fullera como caballero de industria. Frente a todo eso se alza el genio de Hojas de Hierba que a ratos sólo parece una cordialidad avizora, como si el amor se hubiera hecho luz. También por aquí llevo mi antigua y venturosa carga. Sí; ¡levo los hombres y las mujeres, los llevo conmigo donde [quiera que vaya.
Hay mucho de maternal en este hombre, el más ampliamente viril de los hombres. Y su actitud no es nunca de deprimida y deprimente caridad cristiana, ni ante los peores casos de miseria: es de comprensión y de identificación. Su heroica simpatía le enseña que la prostituta, el leproso, el traidor, son sus iguales y que "sólo están momentáneamente rebajados y oscurecidos". Y su fraternidad no es la comunión de lo más blandujo que hay en los hombres, sino de lo más viril. Así, pues, antes de concluir, lo que más importa es remachar sobre los aspectos decisivos de ese ex macchina de "Hojas de Hierba": la personalidad de Whitman. Ya la primera sorpresa es que el más denso ingrediente de su personalidad integral sea su propio cuerpo, es decir, su "personalidad física", Whitman no sólo cree que muy poco podemos averiguar del alma si no interrogamos al cuerpo, sino que el uno es el alter ego del otro. Nadie, antes de Whitman había hablado con tan emocionada veneración de su propio cuerpo. Ya sabemos que el suyo fu¿ de potencia y hermosura heroicas. El cuerpo y el espíritu del hombre resumen de suyo toda la antigüedad de la naturaleza y de la historia, pero el yo consciente del poeta quiere expresar "el espíritu y los hechos momentáneos de nuestra Amórica corriente." 213
LUIS FRANCO Ahora bien, para Whitman el hecho más significativo con que topó en su vida era "la individualidad, el nuevo continente moral americano." Las civilizaciones pasadas se preocuparon más de los Dioses, del Estado, de la Ciudad o de la Casta que del individuo. La historia irá preocupándose cada vez más directa e Indirectamente, de la personalidad del hombre. Bien, Hojas de Hierba es el Evangelio del yo y Whitman una especie de Homero de la personalidad buscada a través del proceso social y no contra él y aislada en el pardmn de arciso. Esa es lagenial modernidad de \Vhitmann. "Muchos cantos se han entonado —de inigualada hermosura— adecuados a otras tieras distintas de estas, a otros días, otro espíritu y otras fase de la sevolución, pero yo quisiera cantar, y dejar o poner en mis cantos solamente lo que tenga relación con América, conmigo mismo y con el día de hoy." La poderosa peculiaridad de Whitmann (que en Emerson se preludió) es el agudo sentido heraclitiano que le permitió sentir vívidamente lo que otros, fuera de Marx y Engels, no quisieron ver: ni Carlyle con su Héroe demiúrgico, ni Nietzsche con su Superhombre despótico, ni los anarquistas con su raíz romántica, ni menos el democratismo aguado de los socialistas y liberales: que entre el héroe y la masa no, hay incompatibilidad radical sino una creadora oposición dialéctica, esto es, que ambos se condicionan y necesitan indispensablemente. Sin la culta sociedad francesa de lOS siglos XVI y XVII, no hubieran aparecido los Voltaire, Rousseau, Diderot y tantos otros, y sin ellos la Revolución Francesa no hubiera estallado, o mejor, hubiera sido otra cosa; a su vez, sin la Revolución no hubieran sido posibles los Robespierre, Danton, Rolanci, Moreau, Bonaparte, Murat y cien más. Ello indica, por otra parte, que no puede hablarse de la masa como de un elemento abstracto e invariable, no; hay masas civilizadas o bárbaras, apáticas o enérgicas, degeneradas o con pulso ascendente; esto es, hay masas estériles y masas creadoras de ¿po214
WALT WHITMAN cas nuevas y héroes nuevos. O visto del otro lado, hay masas
ilusas o inertes, y masas agudamente vigilantes y sensibles a la voz del héroe verdadero que no confunden un momento con la del histrión. Whitman, fundamentalmente antidemagogo, no profesó jamás el culto fetichista de las masas. Al contrario, su "Perspectivas Democráticas" son la más dura denuncia que se haya hecho nunca de las averías de la democracia yanqui. Porque ni decir que Whitman, con su poderoso equilibrio entre lo subjetivo y objetivo, que es la salud misma, era esencialmente un antirromántico, "A lo clásico, dice Goethe, lo llamo lo sano, y a lo romántico lo enfermo. Según esto, los Nibelungos son tan clásicos como Homero, pues ambos son sanos y fuertes. En cambio la mayor parte de lo moderno no es romántico por ser nuevo, sino por ser débil, blando y enfermo. . Un movimiento similar se expresa en Europa en formas de sensibilidad mórbida, en tendencias pesimistas o nihilistas —Byron, Musset, Espronceda, a veces el mismo Heme— y en América asume caracteres de clara salud y sereno equilibrio en Emerson, en Bryant, en Whitman. La explicación está, sin duda, en la diferencia de medio: en la ruda democracia yanqui la clase intelectual estaba demasiado cerca del pueblo. Whitman significa un caso representativo, sólo que muy prócer: es el hombre menos parecido al intelectual corriente. En la concepción —y en la realización personal— de Whitman, pues, la individualidad se agranda, no por un aislamiento turriebúrneo de la masa, sino por un poderoso ahincamiento de sus raíces en la masa: su yo se nutre del yo multitudinario. Por lo demás, Whitman fu siempre un obrero —vagabundo, sí, pero obrero— y vivió como tal, auténticamente y sin avergonzarse de ello. Con todo su ser se propuso realizar —y lo logró— la más sencilla e inesperada hazafia: ser un hombre, ser profunda 215
LUIS FRANCO e integralmente un hombre. (Y todo lo del hombre común, a fuerza de ser puro e intenso, se volvió prodigioso.) Pero el que pueda nacer, crecer y madurar una personalidad poderosa, no es mera hazaña individual: es también un fenómeno colectivo, histórico, —es decir, presupone un grado de libertad social suficiente para que la personalidad del hombre pueda crecer orgánicamente y tan garrida como una planta en clima apropiado. Social y moralmente Whitman procedía de aquella magní' fica secta o sociedad llamada de Los Amigos —Los Cuáqueros— que constituyera la veraz levadura de todo lo que en Inglaterra fuera sentido democrático. Inspirados directamente por su férvida frecuentación de la Biblia en la mejor tradición hebrea, la de "los profetas casi socialistas', que consideraban crimen de lesa humanidad el que un hombre doblara su cabeza o su rodilla ante Otro y repugnaba sus reyes (esto es, el poder personal y absorbente) como la peor iniquidad, —los cuáqueros, insoportados por su patria de corona y cogulla, y sin poder soportarla ellos, buscaron, a través de los mares una tierra más ancha y sin lacras de servidumbre, para constituir una sociedad digna de hombres verdaderos. Los Padres Peregrinos constituyeron ciertamente el núcleo de la democracia yanqui que por muchos años respiró su espíritu. En Emerson se hizo conciencia insigne el insobornable sentido igualitario y libertario del pueblo norteamericano. En Lincoln eso se trasmutó en acción creadora como pocas. La conciencia democrática de Emerson —pese a su compadre Carlyle— fuá acaso la más profunda que se viera hasta entonces. Eso sí, todo o casi todo, quedó en el puro campo de la conciencia. No parecia sentir fundamentalmente que la grandeza y modernidad auténticas de un pensamiento está en razón directa de su capacidad de fecundar a los hombres para la más grande acción: la de libertarse totalmente, y que actuando sobre el mundo y transformí.n dolo es el mejor modo de conocer el mundo y transformarse a sí 216
WALT WHITMAN mismo. ¿Y qué es el pensamiento sino la actividad del ser encarnada en el hombre? La intuición democrática de Lincoln apenas fué inferior a la del filósofo y le ganó mucho sin duda, en sentido realista. Lincoln, el más pacífico de los hombres, comprendió dialécticamente la necesidad de la guerra (una paz podrida es peor que la guerra) y supo encauzarla hacia una meta redentora. "A Lincoln, dijo Emerson, le fué permitido hacer por América más que ningún hombre." Categóricamente vió el leóador de Kentucky cuál era el quid creador de los Estados Unidos: "ese sentimiento libertador que alienta en la Declaración de la Independencia y ofrece libertad, no sólo a nuestro pueblo sino a todo el mundo futuro." El hombre que dijo eso sabía bien que en la Guerra de Secesión se debatía, menos la liberación de los negros o la unión de los Estados que la causa de la libertad humana. Estaba lejos de ser lo que se llama un patriota. Sentía bien que las fronteras patrias, canonizadas por las clases opresoras, conspiran contra la unión del mundo, que deben realizarla las clases trabajadoras. "El vínculo más fuerte de la simpatía humana junto con el de la familia —escribió a los obreros de Nueva York— debiera ser el que uniese a los trabajadores de todas las naciones, lenguas y razas." Claramente presintió que el mundo futuro comenzaría con la unidad internacional del proletariado. Y vió y lo dijo con un chiste grandioso y rajante que nuestra sociedad es la esencia de toda injusticia al estar escindida mortalmente en dos clases: una puramente parásita y otra puramente laboriosa. Y vió también que la emancipación de los esclavos sólo era el primer paso para la de los trabajadores, y sospechó que la liberación del trabajo inaugurará la sociedad futura. Si se designa a las cosas por sus nombres confesemos que la casi universal oposición, resistencia y odio de todas las gentes respetables — y el final voto de muerte— que se conquistó Lincoln en los aflos decisivos de su actuación (no fijé del Sur 217
LUIS FRANCO esclavista sino del Norte de donde el candidato triunfante recibió bolsas de correspondencia llamándolo mulato o bufón o pro' metiéndole el azote o la horca) se debe a que, cosa no vista en un gobernante, se puso incuestionablemente en contra de la clase explotadora.
Ni decir que el carácter y el destino de Lincoln y los de Whitman coincidieron en más de un punto. No es el menos significativo el que, a diferencia de los demagogos, ambos no sólo fueron obreros y artesanos en los mejores años de su vida sino que compartieron siempre, entrañablemente la vida popular. Al revés de los demagogos, Lincoln luchó en todo momento por las clases oprimidas escondiendo a los explotadores su juego santamente maquiavélico, y Whitman prefirió a los hombres del pueblo, entre los Otros, sencillamente por hallarlos menos deshumanizados por las mentiras convencionales. Lincoln y Emerson vieron que el democratismo burgués es sustancialmente tramposo y que bajo el verbalismo de igualdad, de libertad y de patriotismo se esconden los más sublevantes privilegios y las peores opresiones, pues, en el fondo, la burguesía practica el lema clandestino de todas las castas: Ganarás mi pan con el sudor de tu frente.
Emerson vió con profundidad y Lincoln sintió agudamente lo mismo —que los dogmas teológicos y religiosos son grilletes, y que la iglesia es uno de los peores enemigos de la libertad política y espiritual del hombre. Fueron, abiertamente, lo que el vulgo llama ateos. Whitman, ni que decirlo, aprendió mucho de esos dos hombres y bebiendo a hondos tragos en la principal fuente nutricia de ambos —el pueblo norteamericano— los igualó y a veces los sobrepasó en la largueza de su inspiración. El, como Lincoln, no ponía jamás los pies en una iglesia y sin duda se decía lo mismo: "No sé qué hacer en ella." Creía que en los tiempos que ya tardaban en venir el sacerdote sería reemplazado por el hombre de 218
WALT WHITMAN pensamiento y de letras. A los que Nietzsche llamara "la especie más dañina de parásito", y Lenin "gendarmes de sotana", a los curas, él llamábalos "la especie inútil", y su omnívoro don de simpatía humana fallaba ante ellos. "Cuando a ellos referíase —anota su mejor biógrafo— costábale mantener su habitual benignidad. Aborrecía las sacristías, el olor soso que despiden, el espíritu miserable que propagan y sobre todo, los seres emasculados que viven en ellas." Y él, recordando una mala pasada que un cura habíale jugado a su padre, solía decir: desconfío siempre de un diácono, un diácono típico, un funcionario de iglesia.. Repugno en absoluto, odio, sí, y aun temo, la mansedumbre instituida, funcionarizada, teológica. Preferiría en cualquier momento caer en manos de un vulgar mercachifle; correría menos riesgo de ser engañado." Sentía rotundamente que con el feudalismo, su última gran ocasión, el papel histórico del clero había pasado para siempre. Pero el misterioso magnetismo de este atleta le venía de su gran hondura. En realidad el epicúreo era un místico, un maníaco de inmortalidad. Para Whitman espíritu y materia, cuerpo y alma, amor y lucha, orden y rebelión, vida y muerte, no son enemigos irreconciliables, sino como polos opuestos, pero complementarios, como dos ruedas pares. . . Eso sí, golpeando las narices de todas las tradiciones religiosas, este místico era profundamente antiascético. Tampoco es él ci augur de una nueva religión revelada, más o menos similar a las ya conocidas, sino el profeta del veraz sentido religioso de la vida, de la profundidad trascendente de cada cosa —el profeta, no de un Dios con su código de mandamientos más o menos ascéticos y ordenanzas más o menos policíacas, sino el profeta de la divinidad de todo lo que vive. "Dios se manifiesta en cada objeto y respira en todo ser viviente y se mueve en cada pensamiento y en cada acto del hombre." Y he aquí que, o el hombre es, de todas, las criaturas la más transida de 219
LUIS FRANCO divinidad o así tenemos que sentirlo nosotros: por consiguiente el hombre debe ser el objeto predilecto de nuestro culto y la fraternidad humana nuestro primer fervor. Whitman es el profeta del hombre. He aquí que en este gran sensual, en este exaltador de la carne, en este igualador del cuerpo al alma, el instinto del amor estí. menos sexualizado que en los dcmás. Whitman está tan grandiosamente enamorado del hombre, de todos los hombres, como el más ardiente amador de su amada. Es una pasión atlética (nada menos parecido a la caridad de las hagiografías o al filantropismo suntuario de los acomodados) y saturó con ella su cotidiano vivir, sus días heroicos y todas las páginas de su gran libro. Un corazón expansivo, irresistible e inexhaustamente, es el de Whitman. Como el mar huele a mar, él huele a simpatía. La shakespeariana "leche de las ternuras humanas" es en él río caudal. En realidad aparece como el más potente productor y trasmisor de cordialidad que se conozca. Las más hondas raíces de su Democracia están en ese substractum whitmánico. La Guerra de Secesión, con sus hospitales de sangre, dio ocaSión para probar que ci paladín de la fraternidad viril que en Hojas de Hierba se ofreciera poética y simbólicamente, se ofrecía ahora en persona —en sangre y alma. No venía a compadecer a los soldados heridos —a padecer con ellos— sino a evaporar sus í temores y pesadillas, a darles una seguridad incre ble, a contagiarles su salud, su fortaleza y su alegría balsámicas. Resolviéndose por el intento menos estrecho de definición, Hojas de Hierba es el Evangelio de la amistad, en el sentido más noble y trascendente. Los profetas, Gautama, Jesús, algunos griegos del tiempo de Eurípides, y los Estoicos, habían comprendido que el hombre no se redimiría de su barbarie mientras siguiese creyendo en clases, castas, razas o pueblos superiores, esto es, mientras no sintiese la 220
WALT WHITMAN fundamental igualdad, la fundamental libertad de los hombres —y como corolario, la conveniencia entrañable, más que deber, de tratarlos como hermanos. No obstante que la historia humana, con su fastuoso cortejo de matanzas, parece ser más bien la negación de esa conducta, —el desarrollo de las condiciones materiales de producción y de intercambio parece abocar a una era en que los hombres podrán (y deberán, so pena de caos y extinción) practicar una colaboración profunda, esto es, llegar, no a la receta de la fraternidad, sino a su realización auténtica. La forma política de tamaño acontecimiento, que hará, crecer como ningún otro e1 alma del hombre, se llamará Democracia. Eso es lo que Whitman, ha presentido y cantado antes que nadie, y de ahí su derecho al título de primer poeta moderno. Y todavía a Otro no menos alto o más, porque hay algo más intenso que sus aspiraciones y teorías, más profundo que su canto: es la encarnación de todo eso en una poderosa y magnética persona, es la integración del poeta del sabio y del mero hombre —como en los tiempos heroicos— en el ser más absorbedor y difundidor de simpatía humana que se conozca. La verdadera instauración del reino de la fraternidad traerá, de por sí el más auténtico reino del espíritu, es decir, la mejor cultura. "Entonces será, expresado totalmente ese intenso y amante compañerismo, la personal y apasionada adhesión de hombre a hombre que, aunque difícil de definir, forma la base de las doctrinas e ideales de los profundos salvadores de toda tierra y de toda edad, y que parece prometer —cuando obtenga su completo desarrollo y su debido cultivo y reconocimiento en las costumbres y en la literatura— la más sólida esperanza y garantía para el porvenir de estos Estados." Whitman no sólo predica su confianza en el advenimiento del amor "adhesivo" o fraternal (por oposición al "amatorio" o sexual) en tal forma que dará la tónica general a la vida y a la 221
LUIS FRANCO literatura tanto como hoy se la da el amor sexual —sino que vocea su fe en que sólo él puede redimir a la Democracia de su materialismo y su vulgaridad. Ya sabemos que Whitman denunció limpiamente en Democratic Vistas la prematura degeneración de la democracia yanqui. Esto, antes de promediar la segunda mitad del siglo. Desde entonces el mal no ha hecho más que madurar profundamente. La América de las 50 familias, dueña de casi todo el haber material de la Unión, los presidentes elegidos y dirigidos por los millonarios, los trusts, los consorcios, los campeones rompe-huelgas, etcétera, hubieran llevado a Whitman al desespero o el escepticismo, si su visión potente y su fe condigna no estuvieran allí para advertirle que en el mundo social la podredumbre, como en el físico el estiércol y los desechos, abonan el suelo y que es preciso que la semilla se desfigure y descomponga para que nazca la nueva planta. Del seno de la averiada democracia burguesa, congestionada de privilegios inicuos, nacerá un día la democracia auténtica, con sus inviolables garantías libertarias o igualitarias. "América es un experimento, pero no el único ni el último de la idea democrática." Desde luego, porque la democracia es espíritu. Por encima de todo y finalmente es espíritu. Ella empezará realizando el sufrido ensueño de todos los fundamentales profetas y poetas de todo tiempo: la unidad del género humano. Apenas si merecen una alusión al pasar los suculentos insultos, invectivas o calumnias enderezados contra la obra o la persona de Walt Whitman, ni tampoco exigen más las cuantiosas muestras de incomprensión universitarias o gacetillera. En cambio, son dignas de la mayor atención, entre todas, las disidencias de Jorge Santayana. Santayana se apoya en observaciones tan sagaces como lúcidas para llegar a aplicaciones discutibles cuando no francamente inaceptables. El cree: l, que los simples sonidos rítmicos, 222
WALT WHITMAN las solas palabras sugestivas, sin sentido alguno, pueden, con frecuencia, producir un efecto emejante al de la magia, pero esa suerte de arte niño no ultrapasa el plano inferior de la poesía; 2, que la obra poética no puede quedarse en mero impulso poético, sino lograr contenido objetivo; 39, que —eso mismo que no se cansó de enseñar Goethe— el poeta debe salir de sí mismo para adueñarse del mundo y expresarlo, esto es, que la poesía debe ser también experiencia viviente, debe ejercitar la inteligencia, pues como todo el arte de la palabra, la poesía es un ensayo de dominio racional de la realidad; 49, que los mayores poetas han intuído la naturaleza y la historia como una unidad en que cada criatura —de la oruga a la estrella y del árbol al hombre— forma parte de un todo articulado y viviente y tiene su destino propio e inimitable; 59, que los poetas son casi siempre meros atisbadores —es decir, de mirar fragmentario e inconexo— de lo poético, y muy pocos son verdaderos veedores, con sentir total del mundo, equivalente a la intuición filosófica. Después de esto Santayana penetra en la obra de Whitman para testimoniar su falta de sobriedad y de buen gusto; su imaginación potente y su racionalidad escasa; su fuerza de percepción de lo particular e inmediato junto a su carencia de sentido íntimo de la cultura; su gran poder de estímulo al par de su confusión de ideas, tanto que su cosmos es más bien un caos. La de Whitman, simple y primitiva, es poesía de bárbaro. Los argumentos del muy agudo filósifo, que recuerdan a Voltaire volviéndose contra Shakcspeare,, impresionan de veras, pero más tarde, poco a poco, vámonos convenciendo de que Whitman logra resistir los ataques de más certería estratégica y táctica. En Whitman la percepción de lo sensorial y concreto es tau vehemente que nos induce a olvidar que, por encima de todo se trata de un místico, esto es, de un sentidor de la totalidad en la unidad. La opulencia y variedad de su visión es grande, y su 223
LUIS FRANCO debilidad por la difusión y la mera enumeración es en él lástima visible; mas ¿por qué olvidar que vuelta a vuelta es tan capaz del lúcido encanto de la sobriedad como el mejor de los griegos de la "Antología"? Tampoco es sostenible la carencia de orden inteligente o conciencia intelectual en Whitman ... ¿Cómo? "Nuestro libro de crítica social más profundo" —dice de Perspectivas democráticas un agudo crítico yanqui, y es fácii coincidir con él. ¿La simpleza primitiva de Whitman? Tampoco es verdad sino en modo muy relativo. Su estimación de la naturaleza y de los valores elementales del hombre —el de la fraternidad, por ejemplo— es tan instintiva como intelectual, según lo prueba su sagaz elogio de la rudeza. Whitman postula la vuelta -a la naturaleza sólo en el grado indispensable para que el cuerpo y el espíritu del hombre se emancipen de las ligaduras y maneras que la civilización ha usado hasta hoy. Repugna los opresores artificios culturales por amor a la cultura misma, que implica la libertad máxima. (Los griegos fueron los hombres más cultos de la historia justamente porque fueron los más libres.) Y esto no es camino de regreso, sino de avance. O es dar un paso atrás para dar dos adelante. En realidad, lo anterior significa referirse a uno de los aspectos centrales de Whitman: su modernidad. Santayana, o alguno de sus comentadores, viene a decir que "Whitman, creyendo profetizar, no hacía más que trasladar al porvenir imágenes del pasado". Lo cual implica una zurda negación de todo -Whitman. En efecto: su endiosamiento de la ternura sin to. car un adarme de la autonomía y el orgullo viriles; su religiosa glorificación del cuerpo y su igualación al alma; su impresión —vívida y transmitida como nadie lo hizo antes— de que las instituciones, las tradiciones, los monumentos, las leyes, los estados, las patrias, son para servir al hombre y no al revés, y de que todo el fin de la cultura es propender a la más libre ex224
WALT WHITMAN pansión interna y externa del hombre; su claro repudio —mientras los demás poetas siguen enyugados a dogmas vetustos, como denunció Nietzsche— de los prejuicios populares o eruditos, de los tabús de Casta o de grupo, de las telarañas ultraterrenas; su libérrimo desembarazo frente a todas las coerciones canonizadas por el interés o el miedo; su anticipación de que la igualdad y la libertad democráticas, cuando logren realizarse de veras, producirán un tipo de hombre y un estilo de vida Como apenas podemos soñarlos ahora; su representación del futuro de la mujer, tan audaz y dignificadora como nadie se atrevió a hacerlo antes; su altruísmo sin renuncia a la gran pasión egocéntrica, mucho más heroicamente desinteresado que el de las hagiografías; su concepción de la nueva poesía —engendrada por una nueva vida, no por una nueva técnica-, y su realización sin pagar el tributo más o menos bárbaro o infantil a los ritmos fáciles o al sonajero de la rima: todo eso, y muchas cosas más, presentan a Whitman no sólo como el más moderno de los poetas sino como el único poeta real e íntegramente moderno —emancipado de todos los resabios arcaicos o medievales—, el único para quien la tierra de los hijos, es decir, el porvenir, era su patria verdadera. Nadie, ni el propio Emerson, realizó tan plenamente ese cortar amarras" que predicaba él con lo que Whitman llamaba la "tradición feudal europea". (Espiritualmente el burgués moderno no se ha emancipado del medioevo, y su sensibilidad, sus prejuicios, sus sueños siguen siendo del mejor tipo feudalcristiano.) Whitman no es un poeta modernista, sino un espíritu fundamentalmente moderno. Es probable que Whitman represente el primer verdadero ensayo moderno por devolver al poeta lo que fué su misión capital en las sociedades iniciales: ser —más que el sacerdote, el magistrado o el guerrero- el intérprete eficaz de los ideales de la comunidad, y por ello una como sagrada 225
LUIS FRANCO levadura de la unión entre los hombres. Que es lo que más han necesitado siempre los hombres, así corno el que los rediman de sueños baldíos. Y Whitman es poeta de la tierra, no de las nubes, No Canta (como los poetas de torres de marfil o de papel de imprenta) ideales sin realización posible, sino justamente todo aquello, por lejano que sea, que puede obrarse para facilitar el camino ascendente del hombre. No es sino con el más perfecto derecho y autoridad —que nadie más podría invocar —cómo puede vocear: Lo que yo canto es el hombre moderno.
Y esto, desde luego, mucho menos porque en sus largos versostengan entrada los ferrocarriles, exposiciones, congresos periódicos, noticias científicas, etc., al par de la más reverenda apelación a los orígenes, cuanto porque lo que Whitman celebra, por sobre todas las cosas, es la madurez y expansión de la personalidad del hombre, o del clima que más las favorezca, que él llama democracia. La democracia debe aprovechar al máximo todas las conquistas de la civilización porque el desarrollo de la personalidad del hombre no es de ningún modo ajeno al desarrollo de la base material de la vida humana. Para inventar el fuego y fabricar todos sus útiles y armas, el hombre debió ejercitar al par su ingenio y sus manos, es decir, diferenciar cada vez más su cerebro y su alma del tipo zoológico. ¿No llamó Marx a la industria "psicología humana sensible"? No menos sorpresivo es lo que el alerta sentido dialéctico de Whitman le había mostrado: que nada es justo o injusto, puro o impuro, verdadero o falso: que todo es eso, o puede serlo o dejar de serlo. Lo mismo en el terreno de la estética: todo es o puede ser bello según los ojos o la ocasión en que se mira. Realmente, su musa fué la de más amplia visión que haya existido nunca. Para ella no latía sobre la tierra nada que fuera 226
WALT WHITMAN irremediablemente vulgar o innoble, nada que no fuera o pudiera ser bello. "La ciencia moderna y la democracia —declara Whitman en su vejez— parecían lanzar un reto a la poesía para que ésta las incluyese en sus asertos como una réplica a los Cantos y motivos del pasado. Por lo que ahora advierto —acaso demasiado tarde— yo acepté ese reto inconscientemente e hice una tentativa en esa dirección— lo cual, de veras, no me atrevería a hacer ahora que penetro más claramente su alcance." (Mi libro y Y o.) Cuando dice el Nuevo Mundo o América, o Europa, lo hace mucho menos en un sentido geográfico que en el de la evolución histórica y espiritual. Para él, América, Realidad, Libertad, Igualdad, Futuro, son términos equivalentes y se oponen a Pasado, Viejo Mundo, Feudalismo, Eclesiastismo, Privilegios, Mitos. "Sin pararme a especificar el aserto, el Viejo Mundo ha tenido sus poemas de mitos, ficciones, feudalismo, conquistas, castas, guerras dinásticas y espléndidos caracteres de excepción, asuntos que han sido grandes; pero el Nuevo Mundo necesita poemas de realidades y de ciencias, y del democrático término medio, y la básica igualdad, que serán más grandes todavía". Las rimas y los rimadores pasan; los poemas destilados [de poemas, pasan.
La iluminada conciencia y la enorme audacia con que Whitman dió carta de ciudadanía en la poesía a las necesidades del hombre realmente moderno son tan evidentes que cuesta imaginar como Santayana pudo llamarle poeta primitivo, si uno no conociera las terribles limitaciones de los meros virtuosos de la inteligencia. Whitman volvía a lo más antiguo sólo para renovar el espíritu de su época, librándola de todas sus falsas adherencias, 227
LUIS FRANCO pero su esencia más profunda estaba transida de apetito de actualidad y de futuro. "Una extraña mezcla de Bhagavat Gaita y de New York Herald", decía Emerson, su primer gran admirador, ironizando. El hombre ha ido perdiendo su vínculo viviente con la naturaleza y con el hombre. Los hombres modernos se han vuelto semejantes a sus máquinas: impasibles, habilísimos y desalmados. Y generalmente llenos de miedo ante el dolor, porque no comprenden el total vivir con sus severidades y muchacherías y que en él los dolores tienen el papel de las sombras en la armonía del paisaje. Han perdido la pureza, y no sienten ya en ellos la alegría creadora que irrumpe por todos los poros del mundo. Son seres aburridos y sus placeres son fúnebres. Pero él, anunciador y anticipador de los hombres venideros, es el Rey de la risa y la sinceridad.
¿Cómo tales hombres no han de adorar ídolos de cera? El Dinero, el Poder, la Respetabilidad, el Trasmundo. También sus héroes son falsos, porque no logran comprender que lo privativo de la grandeza no es deslumbrar ni siquiera consolar a los hombres, sino desenyugarlos, esto es, ponerlos en el camino de la propia grandeza: Tampoco mirarás a través de mis ojos. Y o enseño a los hombres a apartarse de mí.
Esta generosidad, fraternalmente sentida y practicada, es la sustancia del héroe. Es preciso, pues, salvar a toda Costa, antes de que desaparezca de la tierra, al hombre inocente y ardiente, nervudo y velludo, y constelado de esperanza. Como cantor de la personalidad, Whitman estaba en la esencia misma de la lírica, mas para él la personalidad no era un don que descendiese de lo alto de los cielos, sino algo forjado
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WALT WHITMAN por el hombre, lentamente, golpe a golpe, sobre el yunque Jet mundo. (Más que contemplándose el ombligo, el hombre aprende a conocerse actuando sobre las cosas: y transfigurando la realidad es cómo se transfigura a sí mismo.) La poesía de Whitman parece volver a las formas iniciales de la poesía humana, pero vuelve lleno de conquistas modernas, así como su contenido no es un regreso a lo primario sino la imprescindible recuperación de muchos elementos esenciales, mortalmente puestos en olvido o al margen, para integrarlos en la nueva síntesis que exige imperiosamente el alma moderna. Lo que resultaría de una originalidad escandalosa en Whitman es que se atreviera a hacer objeto de su credo y su musa al hombre mismo —no una fragmentada o tramposa imagen de él o de los dioses en que proyectó sus deseos o temores—, sino del hombre mismo, en su desnudez simple y misteriosa, con todas sus necesidades y urgencias, de las más fisiológicas a las más espirituales, con sus altibajos, con todos sus paralelos y meridianos, esto es, en su terrible pánica totalidad. Para mejor, su imagen favorita no sería la del hombre distinguido o excepcional. "Con Whitman —testimonia Carpenter— llega por primera vez, y de un modo deliberado, a la literatura, el obrero, el artesano, el hombre normal u "hombre medio" (average man), según propia fraseología del poeta; porque naturalmente, el hombre que opera con la materia prima, y con ello se gana e1 sustento, es el hombre normal." De veras, en esa aprensión de Whitman no hay asomo de blandura sentimental, de condescendencia demagógica, sino una intuición profunda y modernísima, contraria a todas las civilizaciones y morales del pasado hasta hoy, que pusieron estigma de infamia al trabajo material; esto es, que ci trabajo de las manos forma parte de la esencia misma del hombre (sus manos tanto como su cerebro lo distanciaron de la zoología) y que el hombre que le mezquina todo tributo es en Cierto modo un 229
LUIS FRANCO mutilado. Es lo mismo que acaba de ver la inteligencia mis fina y moderna de Francia por agencia de André Gide. A lzo mi voz reclamando para los poetas y el arte temas más [grandes: Exaltar lo presente y lo real, Enseñar al hombre del pueblo la gloria de su destino y de su [oficio cotidiano, Cantar las inexcusables leyes de la actividad de la vida quí[mica, A consejar a todos, sin, salvedad, el trabajo manual:labrar, es [cardar, sembrar, Plantar y cuidar los árboles, los frutos, las legumbres, las [flores, V elar por que cada hombre haga realmente algo, y cada mu' ['er también, Manejar el martillo, el serrucho (el arpón o la sierra de [doble mango), Fomentar sus afciones de carpintero, de modelador, de pm' [tor decorativo, De sastre, de sastra, enfermero, caballerizo, comisionista, Inventar alguna pequeña cosa ingeniosa para simplificar el [lavado, la cocina, la limpieza, Y no tener a deshonra el hacerlo con las propias manos.
Cuando Whitman canta no olvida su oficio de artesano o de hombre, o deja, como un sobretodo colgado, su condición diaria de hermano de cualquier hombre, sino al Contrario: la sustancia de su canto es justamente la expresión de su alma cotidiana de hermano de cualquier hombre y de todos los hombres. Externa, moral y espiritualmente, la personalidad de Whitman fui la de un artesano o un obrero de su tiempo. (Eso sí, no olvidemos que la conciencia cósmica y la conciencia social madu' 230
WALT WHITMAN raron en él como frutos gemelos: que él fué poeta bucólico y civil a la vez, poeta de los árboles y de los hombres, del mar y la multitud a un tiempo: y que sus gabinetes de lectura favoritos eran las soledades selváticas o marinas de la Isla Larga, así como su torre de marfil era el imperial de los ómnibus o el populoso entrevero del Nueva York de las calles, las tabernas, los puentes y los botes.) Naturalmente, los estetas, los especialistas y técnicos, los preciosistas literarios (en grado menor o mayor lo son todos los literatos) se interesaron mucho más por el arte de los poemas whitmáriicos que por la densa sustancia de su poesía. Pero naturalmente también, la forma whitmánica era mucho menos un alarde técnico, una novedad para las escuelas literarias, que el mero y forzoso resultado externo de un formidable esfuerzo de insurrección y liberación interna. Whitman intuía y sentía que pese a todas sus espléndidas conquistas de todo orden, la civilización actual, el mundo moderno al que la Europa burguesa da la pauta, tenía espíritu feudal. Así, pues, en el terreno de la estética tampoco había sobrepasado sus propios límites, y su poesía no respondía, ni mucho menos, a las necesidades y aspiraciones espirituales del hombre moderno. (Bueno es recordar de paso que el arte de Whitman no es una improvisación, sino sólo que, como todo lo que obedece a una viva necesidad interior, tiene un gran aire de espontaneidad.) Dispuesto heroicamente a romper con todas las convenciones feudales —en la moral, en la política, en el pensamiento, en la vida diaria, en la literatura—, Whitman debía romper fatalmente con la métrica y la rima: "Digo que la última —la poesía— debe conseguir y mantener su carácter ahora y siempre, sin consideración a la rima y a la medida de yambos, espondeos, dáctilos, etc., y aunque tanto la rima como esas medidas sigan ofreciendo un instrumento para escritores y temas de orden 231
LUIS FRANCO inferior —especialmente para el persiflage y para el género cómico, ya que parece que, para el gusto refinado, hay siempre en la rima, considerada en sí misma, algo de inevitablemente cómico, la verdadera y grande poesía, por más que sea necesariamente rítmica y fácilmente distinguible, ya no podrá ser expresada en lengua inglesa en metro arbitrario y rimado. . Toda la gracia del arte poética de Whitman está en que el fondo hace olvidar la forma, o en que, como en la vida orgánica, forma y fondo son indiferenciables. En ciertos poemas o estrofas la carga de sentimiento es tal y tales la corriente de emoción y la grandeza y novedad de la visión que se olvidan hasta las palabras. Cierto, "la Musa de las Praderas, de California, del Canadá, de Tejas, de los Picos del Colorado", no podía menos que abandonar "la etiqueta literaria lo mismo que la social del feudalismo y de las castas ultramarinas.. ." Escucha, Musa, emigra de Grecia y Jonia hacia nosotros, Olvida, por favor, esas rapsodias apreciadas más de lo pruJ:dente, Olvida la historia de Troya, el encono de A quiles, los afanes de Eneas y las andanzas de Ulises, Pon "Desocupado" y ".Se alquila" en las rocas de tu nevado [Parnaso, Repite el mismo aviso de Jerusalén, sobre la puerta de Jafa [y sobre el monte Moriah, Igualmente en los muros de tus castillos de A lemania, de [Francia, de Espaía y en tus museos de Italia, Porque has de saber que una esfera mejor, más nueva, más [activa, un dominio vasto y virgen, te espera y te reclama.
Desde Otro punto de vista, pareciera que todo el arte —consciente o inconsciente— de Whitman se debiera a un esfuerzo por levantar hasta la majestad poética el cotidiano lenguaje del pueblo. 232
WALT WHITMAN Bueno es advertir de paso que en el gran poeta moderno se cumple una vez más la contradicción aparente de la misteriosa dialéctica de las cosas: como el á.rbol que cuando más alto quiere ir más hondo debe meter sus raíces en la tierra, así Whitman, que tendió como nadie hacia el futuro, debió sumergirse y ha fiarse primero en lo más rudo y elemental de la naturaleza y del hombre. Digamos ahora que no es digno de ensayar el reconocimiento de la grandeza de un hombre y de su obra, quien no intente descubrir sus fallas. Respecto a Whitman queremos señalar una que, en cierto modo, las resume todas. Se trata de un error de su pensamiento y por tanto de su conducta. "En muchas de las grandes cuestiones de la política palpitante, por ejemplo —dice un comentarista suyo—, en las que se refieren a la autoridad, la guerra, el socialismo, la lucha de clases, sus palabras ofrecen alegatos en favor de las soluciones más contradictorias." Esto, si no es exacto del todo, lo es en parte. Severa falla, sin duda, porque quien ilumine a fondo y sin miedo las razones que lo lleven a querer, con pasión total, la emancipación de la mujer y el hombre, no puede producir actos ni palabras que ofrezcan alegatos en favor de los enemigos de su gran ideal: el conservatismo, el imperialismo, el socialismo domesticado, por ejemplo. El feroz egoísmo que encharca y corrompe la vida colectiva —y por ende la individual— no morirá bajo el avance del amor de los camaradas, que predica Whitman, sino que ocurrirá al revés: cuando una nueva sociedad fundada sobre una igualdad perfecta, esto es, sobre la exclusión de todo privilegio, suprima por ello mismo la necesidad de barrotes carcelarios y la fuente de los bajos odios y rivalidades, el reino del compañerismo whitmánico se instaurará de suyo, porque el hombre no se vuelve fiera para el hombre sino cuando teme que le quiten aquello que lo defiende del hambre, la desnudez o la soledad.
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LUIS FRANCO Whitman llegó un día a largar esto: "Los sirvientes y los otros son dos clases de gentes". Hubo Otro momento en que pareció sospechar mejor el fondo de esencial inhumanidad y barbarie que encierra esta bifurcación de los hombres en una pequeña casta parásita y otra amarrada al yugo jornalero. Un día en su lecho de muerte su amigo Harned le oye hablar de Hojas de Hierba, y de pronto esta confesión a quemarropa: — Es un libro para la clase criminal.
Su oyente pregunta asombrado: — ¿Cómo llegáis a tamaña conclusión? — N o llego a ella; es un hecho. Las otras clases no tienen necesidad de un poema. — Y vos, ¿formáis parre de la clase criminal? — Desde luego, ¿por qué no?
Confesemos que sin duda pocas veces se ha dicho nada tan mordiente del eterno pleito entre el pueblo, o el hombre de genio que lo expresa, y las eternas chusmas gobernantes. Pero Whitman no pasó de ahí. El, como el gran Emerson, como el gran Lincoln, padecía la utopía trágica tan comulgada por la miopía moderna —utopía que un economista de la Sociedad burguesa había ya aventado antes que las modernas escuelas revolucionarias: soñar la reconciliación del fuego y el agua; esto es, la reconciliación entre el capital y el trabajo—, digo entre las dos clases cuya oposición forma el único frente auténtico de lucha en la historia moderna: la de los hombres llamados "sólo a comer, sin tener para ello que trabajar nada" -palabras de Lincoln— y la Otra, "llamada sólo a trabajar sin obtener para nada el producto de su trabajo". Y no ver, por ende, que sólo acudiendo a la violencia —revolución social— puede terminarse con el sistema moderno de esclavitud, el peor acaso de la historia, llamado capitalismo. La Propiedad Privada (la apropiación por unos pocos de los 234
WALT WHITMAN bienes de todos) es lo que engendró la división de la sociedad en dos clases y engendró el Estado para tutelarla e inveterarla. Así, pues, sin la abolición de la Propiedad Privada y el Estado y de la arcaica y tenebrosa división en clases —toda la servidumbre social y espiritual— no hay liberación posible para la humanidad moderna.
Por no haber advertido y sentido esto con la entereza suficiente, los grandes soñadores de una humanidad libre —desde Espirwza y Diderot a Ibsen, Nietzsche, Brandes o Whitmanhan repetido la historia de Moisés: sus ojos columbraron maravillosamente a gran distancia la tierra prometida, mas fueron ciegos para entrever el atajo que llevaba a ella. En los dos o tres últimos años de su vida —en medio de sus sufrimientos, dolores, soledad, pobreza—, Whitman se hallaba, no como un débil anciano, temblando ante su fin próximo o lamentando lo vano o versátil de la vida, sino como un buen soldado viejo, orgulloso de todos los peligros y penurias superados, orgulloso de haber sobrevivido a tan larga y dura prueba (sobre todo a la espeluznante prueba de la duda y la desesperación), y, lo que es más, conforme con todo y lleno de gratitud por todo lo que había gloriado sus sentidos o dilatado su alma: la multiplicada sonrisa matinal del mar; el buen sol y el buen vino; las horas tranquilas y las horas ardientes de la discusión y la lucha; las mujeres que lo habían amado o lo habían comprendido, y los amigos profundos y los libros profundos. Y hasta agradecía esos años genésicos de la guerra que habían destruido su salud heroica (menos por el contagio físico que por la insoportable tensión de nervios y de alma), pero que le habían dejado como saldo una fe aun más firme en el destino democrático, un apego más vivo a la "subyacente sabiduría democrática". Era su esperanza religiosa de que los hombres y las mujeres lograrían al fin realizarse como personalidades, esto es, llegarían a ser libres, a libertarse del miedo y por tanto a comprenderse y fraternizar valerosamente. 235
LUIS FRANCO La grande originalidad y abundancia y el gran equilibrio de dones exteriores e interiores parecen haber hecho de Whitman una personalidad sin cotejo posible. No tiene propiamente el aire de un sabio, un artista o un escritor; parece algo anterior y superior a eso: un hermano mayor de los hombres. La impresión que producía la persona de Whitman parece haber sido la que los griegos imaginaron genialmente para sus semidioses: una presencia menos subyugante y deslumbrante que serenadora e inspiradora. Había algo más que su estatura pró' cer, la simetría absoluta de sus miembros, la penumbra purpúrea de su piel, lo preclaro de su voz y su mirada... Había el equilibrio perfecto— no visto ya en nuestros tiempos— entre lo fí' sico y lo espiritual, la gloriosa armonía del hombre antiguo. Sí, su mayor secreto era quizá el de ser un hombre que no había perdido su inocencia edénica. Para él, como para Adán, el hollar la hierba, el escuchar un pájaro o simplemente el mirar el horizonte era una ocupación encantadora y suficiente. "Whitman sugiere un algo más que humano", dijo de él alguien, al comienzo. Un dios casero. . . Pero no era eso, de juro. La clave la halló sin duda un visitante suyo en 1877 que dijo: "Es el ser mci's humano que yo haya encontrado jamás". Eso! Era, en cierto modo, un anticipo de lo que ha de ser, sin duda, el producto de la democracia verdadera, la del futuro: un hombre completo. El genio dialéctico que late en la naturaleza y el espíritu era una evidencia en \Vhitman. Así su unidad serena estaba hecha de los más vehementes contrastes: su tolerancia sonriente y su todopoderosa ternura junto a su inatacable insumisión a todas las artificiosas convenciones del vivir social; su prudencia casera junto a la mayor audacia de espíritu; su genialidad auténtica bien avenida con la más auténtica medianía de gustos y maneras. El indomable primitivo era un claro aplaudidor de las gracias 236
WALT WHITMAN de la civilización. El impenitente andarín no sabía bailar, porque era demasiado buen gigante. Tampoco sabía cazar: tenía demasiado corazón. Whitman tenía el más minucioso cuidado por todo lo que concerniese a su fama, pero era sólo la inquietud maternal por el destino de su obra. Eso sí, ¿1 no quería asombrar con el eco de su nombre como con el eco de un gran río: quería ser ese río invadiendo y fertilizando todas las tierras. Bien es verdad que la vida no le había dado, al respecto, margen a muchas ilusiones. Personalmente había suscitado mil adhesiones de amistad o de simpatía, pero lo que era como 1.a raíz de su corazón, sus poemas, apenas habían suscitado algún eco viviente. No sólo que la masa popular los había ignorado y seguía ignorándolos, sino que (si se exceptuaba unos cuantos nombres ilustres que podían contarse con los dedos de las manos) la mediocracia letrada o leída los había rechazado con las más entusiastas muestras de mezquindad, de estupidez o de perfidia. Frente a eso, Whitman no estaba mayormente asombrado ni siquiera —si se exceptúa algún fugaz momento— había sentido flaquear su fe. En realidad, las cosas no podían ser de otro modo. Las masas populares estaban económicamente impedidas y ética y estéticamente pervertidas o aletargadas por el machaqueo de los sermones o las arengas demagógicas, o por las marejadas de la pseudo literatura impresa. ¿Cómo podía estar alertas, así con el espíritu cohibido y deformado por la tradición, a ese terrible esfuerzo moderno por reconciliar la poesía con la democracia y la ciencia, hecha por un poeta y un hombre que había mezclado como nadie su vida a la vida de su pueblo? El sólo podía aspirar a ser popular a lo largo del tiempo venidero. No era, pues, que no comprendiese la brutal necesidad, digamos la lógica, de las negaciones frente a su libro; pero que esas negaciones viniesen envueltas en todas las bajezas e infamias, eso lo apocaba un tanto. Whitman tenía tan hondo sentido de la dignidad y de Ja 237
LUIS FRANCO majestad del hombre, que pasaba olímpicamente por encima de todas esas antiguallas llamadas categorías sociales inventadas por la vanidad y el lucro. No creía, por ejemplo, que los que escriben puedan valer más que los que trabajan con sus brazos para que los que no trabajan así puedan comer y vestirse. Más aún: ni siquiera creía que el hombre de genio intelectual pudiera baladronear su privilegio frente a un hombre anónimo que podría ser y revelarse en cualquier momento una especie de genio en la bondad, en el sacrificio o en el coraje. El podía pasar del salón de conferencias, dejando la ¿lite intelectual y social, a una fonda del puerto donde rodeábanlo sus amigos predilectos —cocheros y pilotos— sin la menor alteración en su espíritu o sus ademanes, porque él sabía comulgar con la preciosa esencia humana encerrada en cada uno y, lo que es más, no buscaba aplastar o deslumbrar a los Otros con la superioridad de su genio. Había hecho él el elogio de la rudeza, pero eso no significaba grosería, sino incondescendencia con las convenciones y las ceremonias. Al contrario, Whitman era un hombre de maneras encantadoras por lo mismo que ellas trasuntaban su bondad y su cordialidad auténticas. "Walt, el artesano, el hijo de los granjeros de West Hills, el igual de los rudos compaieros de la calle, estaba dotado de ese savoir-f aire al lado del cual la cortesía de los salones aparece sólo como una mezcla de vulgaridad disfrazada y de muecas simiescas." Por otra parte, su soberana personalidad, influyente por sí misma, lo eximía del prurito de imponerse a toda costa. Jamás jugó al grande hombre; antes, al contrario: parecía tener el arte de despertar el genio personal que cada uno de nosotros lleva más o menos dormido en sí. "Todo hombre se sentía grande frente a Whitman", cuenta uno de sus íntimos. En esto su virtud se mostró superior a la de los héroes, santos o genios clásicos, que disminuyen antes que aumentan a los hombres con el pres238
WALT WHITMAN tigio de sus proezas, de su santidad o de su sabiduría, y esa virtud, la más fundamental de Whitman, lo será también a buen seguro, la del hombre completo de mañana que él tan gloriosa, mente ha prefigurado y anunciado. ¡Walt Whitman! Cuando más transitamos sus veredas, más juramos tenerle por un poeta aparte y también por un hombre aparte, en un destino único: junto a él, los demás poetas, quienes quiera que sean, cual más y cual menos, parecen próceres de academia, meros profesionales del verso y de la nombradía. ¿Qué ser hubo antes más espléndido amador de su carne y qué carne hubo nunca más irradiante de espíritu? Al lado de los cantores de la quejumbre o del escepticismo, ¿sabéis cuál es su numen? El corazón de la vida, es decir, la felicidad.
A su lado, junto a su poderosa integridad, el mismo Zaratustra, a trechos, con sus sarcasmos y su misoginismo, no es más que un romántico, y el padre de Fausto muestra demasiado sus maniotas palaciegas. De veras, nadie echó sobre la vida más preclara mirada que la de esos ojos en que se descorre el futuro y en que lo cotidiano aparece como una espontaneidad de lo eterno. Su caso hace pensar en un león de circo que recobrara su bosque. ¿Un gigante? ¿Un dios? No, ya lo dijimos, sino el más humano de los hombres hasta ahora, este canonizador de la alegría, con su buen humor invicto y su fe incorruptible. Vive en olor de multitud el gran amoroso ("se nutre de pueblo como las abejas de flores"), ¡pero guarda!, que es el enemigo jurado de todo lo plebeyo. Es el mayor amigo que han conocido los hombres, éste que los sacude y empuja como el viento; el mejor cantor de todas las cosas domésticas de los hombres, éste que quiere proyectarlos hacia la más profunda lejanía:
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LUIS FRANCO
1 launch alt men and tuomen forward wíth me into Íthe Unknown.
Nosotros creemos que de ningún Otro hombre vivo o muerto puede hablarse con tanta actualidad como de Whitman. A la promesa de lo que serán los hombres —y los pueblos— cuando hayan conseguido romper todas las cadenas de afuera y adentro responden la poesía y la vida del inmenso caudillo. Ese grito suyo es como una columna en que se apoya el mundo del futuro. (Y no hay hoy la menor duda de que estamos asistiendo a lo más grande que puede ofrecerse, y sólo nuestra ceguera impide verlo: el alba de una nueva fe y de un hombre nuevo.) ¿Que Walt no es popular, ni aun en su tierra, entre buenos yanquis? jQuá mucho! Caminarán aun muchos días sobre la tierra antes de que esos Nemrodes del dólar, esos pastores de máquinas —al igual que los demás hombres del mundo— tengan oídos para la voz del gran animador y según ella se esfuerce en seguir cada uno su propio e inimitable itinerario. Pero de lo que apenas cabe duda es que el advenimiento de Walt Whitman se tendrá un día por uno de los mayores sucesos del espíritu de Occidente. Su libro se contará entre los ríos capitales fundadores de naciones. Su vida misma, tan reacia a toda embalsamadora consagración oficial, entrará poco a poco en la inmortalidad vivaz de las leyendas y contará tanto como su libro.
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INDICE Pág. 1.—Infancia genial
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.......................... 15 111.—Dos mitos modernos ............................ 30 IV.—"Hojas de hierba" ............................. 36 V.—Un hombre y el mundo ......................... 52 VI.—Emerson y Whitman ........................... 64 VIL—Lincoln y Whitman ............................ 83 VIII.—Biografía de la democracia ........................ 102 IX.—Perspectivas democráticas ......................... 132 X.—El dios de la camaradería ........................ 146 XI.—Las mujeres en Whitman ........................ 165 XII.—Anécdotas y tics ............................... 185 XIII.—El pioneer .................................... 205 II.—Absorción y expansión