Colecci贸n argentina: PASADO/PRESENTE/FUTURO
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GUILLERMO DAVALOS Librero 隆Editor
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a Juan A . Dichiara
1 DEMOCRACIA CASTRENSE Como, pese al exceso de fronda otoñal de nuestra literatura histórica, lo fundamental de nuestra realidad está por verse, se ha pasado en general por alto el mérito más épico de nuestra Restauración: de haber fundado nuestra democracia castrense (y no tenemos otra), que hoy alcanza el cénit de su esplendor. Ante el hecho de que la guerra de nuestra independencia había terminado definitivamente, Rivadavia, ministro del gobernador Rodríguez, procedió, en 1821, a la reforma militar, antes que a la educacional, la religiosa y la agraria, jubilando un no insignificante número de generales y coroneles desocupados; (M. Bilbao: Historia de Rosas). Rosas, por interpósita persona, procedió en forma análoga, aunque con sentido totalmente opuesto: concedió liberalmente el retiro y el descanso a todos los jefes militares que no diesen obvias muestras de simpatía fervorosa hacia su persona y hacia las "facultades extraordinarias" a que aspiraba, reemplazándolos con abundancia por charreteras probadamente devotas de la Santa Federación, cuya bandera había eclipsado a la de Belgrano. Pero la gran innovación no estaba allí. La federación porteña era justamente el revés de la federación a
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que aspiraban las provincias, manteniéndose autónomas, pero uniéndose bajo un gobierno general que distribuyese equitativamente las rentas de la nación, es decir, de la aduana única. Como se vería después, los porteños —los de Pueyrredón, Rivadavia, Dorrego, como los de Rosas, Alsina, Mitre o Tejedor— se avenían a cualquier tipo de gobierno, menos a quedar viudos de la aduana. Por eso Rosas y los Anchorena evitaron a toda costa un régimen constitucional que fijase límites a Buenos Aires y a sus hombres, y por eso los porteños antirrosistas que los sucedieron, eludieron la constitución federal del 53, que nacionalizaba la aduana. Ahora bien, Rosas —como Mitre más tarde— usó las rentas aduaneras no sólo para gloria de los saladeros y mostradores porteños, sino también para someter a todas las provincias, sobornando a sus caudillos —López, Ibarra, Echagüe, IBenavídez y el resto— o eliminándolos, si oponían objeciones, como a Quiroga, Cullen, Avellaneda o Cubas. Sólo que el soborno no bastaba. Hacíase forzoso, con frecuencia, darles a elegir entre la pensión flaca o el garrote gordo. Para eso era indispensable un gran ejército de línea, y también para velar que el entusiasmo federal no decayese entre los mismos veleidosos hijos de Buenos Aires. Casi huelga advertir que, a diferencia de los caudillos montoneros del Litoral de la década del 20, es decir, los federales ingenuos, Rosas, el único unitario triunfante, organizó sus peonadas —diez años antes de ascender al poder— como un verdadero cuerpo de línea. Sus Colorados del Monte fueron la ant'imontonera. Dueño del gobierno otra vez en 1835, y ahora con "las extraordinarias" en la mano, debía oficializar, magnificado, su ensayo estancieril-castrense. El urgente gran acto del segundo gobierno de Rosas,
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el asesinato de Quiroga, libraba al centralismo hegemónico de Buenos Aires de su peligro mayor, aunque eso significaba también que desaparecido el más robusto pilar de la Federación en el interior, los unitarios no dejarían de aprovechar esa benigna ocasión para retejer sus redes rotas. El otro peligro en potencia, el de López, había aceptado la vacuna antitóxica hacía rato, con el obsequio de las veinticinco mil vaquitas bonaerenses del j2acto de Bert egas, y después se había anulado casi del todo acatando la exigencia de Rosas —resistida en 1831— de confiar a sus manos la custodia del general Paz, cautivo. Muerto López, la amenaza renacía, pues Cullen, atento a los intereses del comercio santafesino, aspiraba como era justo, a comerciar con Francia sin pagar peaje doble en la Aduana de Buenos Aires. Las otras provincias tampoco podrían mantenerse libres de las mismas tentaciones. Fuera de eso, los proscriptos argentinos de Montevideo sólo se resignaban a la añoranza romántica y •en verso esperando la ocasión vindicatoria. No era, pues, prudente dejar fuera de cálculo lo que podría ocurrir de un momento a otro y que ciertamente ocurrió en 1840-41, en que todas las provincias, desde Corrientes a San Juan y Salta, pretendieron sacudir el yugo porteño. La tramposa divisa federal y los tramposos sobornos no eran suficientes. lo cual el dominio político es pasajero o no existe: la fuerza militar. Rosas no podía menos que entenderlo así, ya que lo entienden todos los gobernantes de las sociedades de clase, aun los que cuentan con prestigio demagógico ante las masas. No se extrañe, pues, que desde 1829, el año inicial de su gobierno, el presupuesto de guerra se hinchase como vela marina al viento. No es preciso advertir que a través del gobierno testaferro del tirano, 1832-1835,
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él siguió gobernando. Por el decreto del 24 de noviembre de 1832 se libró de una docena y media de jefes que habían militado a los órdenes de San Martín y Belgrano. Por leyes del 28 de noviembre de 1832 y 18 de enero de 1833 •se elevaron a la categoría de generales a los coroneles Izquierdo, Espinosa, Gálvez, Ruiz Huidobro, Rolón, Pacheco, Vidal y algún otro, elegidos especialmente entre los que hubiesen tenido poco o nada que ver en las guerras contra España o el Brasil. (No se extrañe,
pues, que cuando —con ocasión del bloqueo extranjero— San Martín ofrezca sus servicios, se le agradezca sin aceptárselos) Quería, en efecto, gente no avezada a combatir despotismos, sino dispuesta a dejarse educar o reeducar para servirlos. Así fue como desterró al general Alvear con el argumento de plata de una embajada en los Estados Unidos e hizo quedar al general Guido, exsecretario de San Martín, porque demostró una especial docilidad de aclimatación a las zalemas y ceremonias palaciegas. Todo esto sin contar que la varita de la "Suma del Poder" transformar en coronel a un simple peluquero, como don Vicente González, o a un simple serruchadoi gaIifs, coíáo^ - riLfio, o a un simple cagatinta, como don Antonino R .eys "que tenía autoridad sobre los coroi les y generales más encopetados". (J. M. Ramos Mejía: Rosas y su tiempo). Lo de fondo es que toda la economía bonaerense —la de producción y la de importación— estuvo sometida o adscripta a este gigantismo castrense. Tropas en el Fuerte, en Palermo, en el cuartel de Cuitiflo, en el de Serenos, en Santos Lugares, en San Nicolás, para no contar las de Urquiza y demás caudillos, pensionados por Buenos Aires. Repetimos que gran parte de la producción agropecuaria y de las incipientes artesanías locales y el comer-
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cio de importación vivió y medró apegada a las múltiples mamas del presupuesto castrense. Como Dios protege a los malos cuando son más que los buenos, se sirvió mandar las epidemias de 1830-31-32 que suministraron materia prima a rodo a la patriarcal industria criolla del cuero, y ésta, puesta patriarcalmente al servicio auxiliar de la guerra, evitó una crisis financiera. La talabartería y la zapatería, proveedoras de monturas, atalajes, correajes y borceguíes, constituían la manufactura número uno; pero el equipo del desmesurado ejército daba vida sobrada y pimpante a los herreros, carpinteros, y hasta los proveedores de tacuara para las lanzas, y desde luego a los proveedores de caballos, vacas y harina, sin olvidar por cierto (los últimos serán los primeros, en la Federación como en el cielo) a la industria inglesa y a sus afortunados importadores, que también eran ingleses casi en su totalidad. Al soldado había que vestirlo bien y alimentarlo mejor, no escaseándole ni la limeta ni el tabaco, para que así se hallase en condiciones de sobrellevar sus crujías y pudiese morir contento. Las negras también se veían favorecidas por el régimen, como que echaban joroba y canas cosiendo día y noche los algodones, barraganes y bayetas del ejército. El 75 % de la importación estaba representado por artículos de tienda, almacén y ferretería. Sólo en el primer semestre de 1838, la bayeta importada arrojaba la entonces majestuosa suma de 580.408 pesos fuertes. En un sólo trimestre del mismo año se importaron 24.420 ponchos de tropa. (Registro oficial, año 1839. Entradas y salidas de aduana).
Porque, naturalmente, si con la proveeduría del ejér-
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cito medraban los estancieros y comerciantes rosistas, mucho más medraba el comercio inglés. —Por qué importar ponchos ingleses, si la provincia de Corrientes los produce de mejor calidad y más baratos?— le preguntó don Pedro Ferré, en 1831, a don José Manuel García, ministro de Rosas. Y la respuesta tan simple y leve como es, contiene la clave de nuestro progreso de oropel y de nuestro atraso sonante y contante: No se puede despreferir a la nación acreedora. (Pedro Ferré: Memorias).
La razón meridiana era que absorbiendo Inglaterra los cueros, los sebos y las cerdas de los saladeristas bonaerenses, nosotros quedábamos gentilmente obligados a importar todo lo que a la industria inglesa le conviniera enviarnos y a los precios fijados por ella. Con un cuero vacuno nuestro convertido en zapatos ingleses podía comprarse varias docenas de cueros. (J. y C. Robertson: Cartas sobre el Paraguay). ¿Que ello constreñía o mataba las incipientes industrias de las demás provincias que no tenían o no podían exportar cueros? Eso nunca le importó mucho ni poco a ningún gobierno nuestro y menos a un gobierno porteño. El negocio de la proveeduría del ejército (pedestal de la estatua de Rosas y de la de Mitre, como veremos), comenzó ya cuando los aprestos militares para la llamada Campaña del desierto, en 1833. Aunque, según Rosas, la expedición se costeó "tan sólo con los recursos de los amigos". (Carta de Antonino Reyes a Saldías: Historia de la Confederación A rgentina t. II). Naturalmente, Saldías y Reyes repetían lo que dijera Rosas, que tenía tanta fantasía para la trápala como para el crimen mismo, y ya es decir algo. La patraña, como la otra referente a su actuación en las invasiones inglesas, ha sido primorosamente desvencijada. Ya veremos que Rosas exigió y obtuvo la plena cooperación del gobierno de Balcarce,
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aunque escondiéndola y negándola con la doble buena intención de desprestigiar al gobierno y prestigiarse a sí mismo. A lo largo de la égida federal, su ejército fue creciendo como un río bajo la tormenta o un tumor de mal pronóstico. Para afrontar tan manirrotas erogaciones, el presupuesto militar debía crecer en proporción pareja. El de 1837 es de 5.796.571, en que para sólo papel y tabaco se asignan $ 106.282 (Registro Oficial de 1837. Presupuesto de Guerra).
Año 1838 - Presupuesto general: $ 28.700.402. De Guerra: $ 13.085.245. Año 1843 - Presupuesto general: $ 68.321.844. De Guerra: $ 36.411.384. Naturalmente, el belicosísimo presupuesto siguió creciendo hasta los días de Caseros. En el botín tomado el 3 de febrero de 1852 por el enemigo figuraban 800 carros atascados de provisiones, 500 carretas, cáfilas de galeras de jefes y oficiales mayores, un sinfín de caballos, cinco mil fusiles y un gigantesco parque, un conjunto apto para ganar diez batallas como la de Caseros. (César Díaz: Historia política j militar; M. Pelliza: La Todo esto sin contar los depósitos de Santos Lugares, con provisiones suficientes para abastecer una feria. Fuera de esto, es sabido que el ejército era el privilegiado de los regalos de tierras, a la par de los estancieros, de donde resultó que los más beneméritos apacentadores de tropas de la Federación —Mansilla, Pacheco, Pineclo, Echagüe, Prudencio Rosas, Santa Coloma— fueron transformándose en beneméritos apacentadores de vacas. Agréguese a ésto que el espionaje político, como el
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terrorismo mazorquero, eran considerados también servicios de guerra y pagados con igual generosidad, lo cual, imparcialmente considerado, era justo, dado que no comportaba una tarea liviana la de segar ideas subversivas segando las cabezas que las llevaban. Al pobre Cuitiño, en sus últimos años se le paralizó una mano a raíz del exceso de trabajo que le daban las gargantas unitarias. Se comprende que la Federación escasease de tiempo y recursos para cosas de menor cuantía, en la capital y en las campañas: escuelas, caminos, hospitales. Más aún: suprimió "los correos que durante 14 años existieron en la República Argentina", la Casa de Expósitos, el Hospital de Mujeres y el de Hombres, y la Biblioteca Pública, y primeramente, según decreto del 28 de setiembre de 1830, "por no corresponder sus ventajas a las erogaciones causadas", la Escuela de Medicina. (Registro O ficial de la Provincia de Bs. A s.; J. M. Estrada: Lecciones de Historia A rgentina; J. M. Ramos Mejía: Rosas y su tiempo). Ni siquiera alguna innovación en el puerto, que, como se sabe, lo era sólo de nombre. En efecto, los barcos de ultramar se veían obligados a soltar el anda a varias millas de la costa, y de allí el desembarco de pasajeros y mercancías debía hacerse en botes y de éstos trasbordar a carretas, carretillas o caballos. Llegar desde los barcos a la costa o viceversa era más engorroso y riesgoso que el cruce del Atlántico. (L. Mansilla: Rozas). ¿Ese ejército se reveló por lo menos, técnicamente, eficiente? Cuando le tocó enfrentarse con jefes como Lavalle y Lamadrid, dos ejemplares de pez-espada, o como Fructuoso Rivera, que ignoraba la táctica como los loros ignoran el silencio, la cosa resultó casi fácil; pero la vaca se volvió toro cuando hubo de darse con militares de responsabilidad, como Urquiza, no digamos ya con un ajedrecista de la guerra, como Paz.
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No podía ser de otro modo. Pese a sus cualidades de buen administrador —vigilancia, disciplina, celo— Rosas no era un organizador ni nada parecido y mucho menos en el terreno militar. Sus fallas eran insignes: una archimjnucjosidad de insecto que lo inhibía para toda síntesis, y un énfasis personalista que lo llevaba a suponerse alter ego de la Providencia. Si hubiera tenido al menos un amago de instinto militar, pero ocurría lo contrario, justamente: en los momentos cruciales en que la virtud del guerrero, hecha de lucidez y arrojo, se prueba, él perdía la cabeza y los estribos, tal como le ocurrió en 1840, ante Lavalle, y en 1852, ante Urquiza. Ni hacía ni dejaba hacer. Ahora bien, ¿con qué material humano se amasaban sus ejércitos? Con la pura masa del pueblo, y no tanto por librar de penurias y peligros a los de su casta cuanto porque precisaba carne dura y adobada por la privación y el sufrimiento. Negros, mulatos, gauchos, orilleros y alguna vez indios. En Caseros intervinieron mil tacuaras en su favor. La Federación catequizó a los negros y los convirtió en sus mártires favoritos. Las negras, enroladas como espías de sus amos y como costureras del ejército, sobrevivieron para prosperidad del mulataje, pero los pobres negros fueron raleando como ramas de otoño bajo el viento en expediciones y combates. Según los decretos oficiales, las levas en la campaña debían hacerse con delincuentes y vagos. La circular reservadísima dl ministro de guerra del 14 de enero de 1830 disponía que cada partido debía enviar cada quince días dos ejemplares humanos elegidos entre "hombres perjudiciales por su conducta y sin ninguna ocupación". En comunicaciones del 11 de marzo y el 20 de setiembre de 1831 se reiteraba la orden, firmada por Rosas, encareciendo el envío de "los delincuentes que
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prendiesen, expresando el delito cometido, la filiación, etc., para graduar el tiempo que debían servir". Apenas precisamos recordar lo que casi todo el mundo sabe: los delincuentes eran los que el juez de paz o el comandante de campaña declaraba tales. Lo de filiación referíase a aquella según la cual todo unitario era clasificado como enemigo público. Lo de cómputo del tiempo a pasar bajo bandera, era naturalmente un eufemismo, pues condenado a dos o tres años de servicio, ya se irían hallando con los días argumentos suficientes para duplicarle la pena; y lo mismo al finalizar el plazo, hasta que lo jubilasen las balas o las lanzas o el pelotón que cortaba la fuga a los desertores. Cuando Urquiza levantó el sitio de Montevideo en 1851, los sitiadores, ti con veinte o treinta inviernos militares, estaban nevados aanas. (D. F. Sarmiento: Campaña en el Ejército TLa conciencia ingenua del arte resulta casi siempre mucho más fehaciente que la conciencia de la historia, más o menos cómplice. Sabemos cuál era el destino de los gauchisoldados en la guerra contra el indio —después de Rosas— mucho más y mejor por la buena memoria de Martín Fierro que por la reticencia de los cronistas o de los archivos oficiales. Para la época de Rosas y los Anchorena tenemos en Guill er mo E. Hudson un testimonio no menos implacable.'Tuve que irme —dice un personaje de El Ombúppprecisaban gente para el ejército y me prendieron. Estuve _ausente cinco años ylos cinco hubieran sido diez y los diez veinte ano ser por una lanceada que me dejó rengo para toda la vida. A eso debo mi escapada de aquel '' iigatorio" Mas iliiiiiinador aun es el caso del otro soldado que vuelve un día a sus pagos forrado de cicatrices y canas: "Ha estado alguna vez en el— ejército, amigo? Yo stuve treinta años, tal vez más".Y cuenta en pocas
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gtespabraseiinflerno de sus andanzas de e&uosald o único es el total desamparo físico y moralenqneahoia se ve y el resquemor de haber obligado a matar tanta gente _inocen te 6indefeiisa. `lo _d7élincuentes y vagos" a que se referían las órdenes del gobierno rosista, tan criollo y paternal con los gauchos, según rumores de ultratumba, Hudson (sin proponérselo, ya que su familia, en ley de anglosajona, era filorrosista) lo dice en el pasaje más inolvidable de: Alláiejosv hace tiempo. Son la desesperación dantesca y los aullidos de loba y el i llanto torrencial de la Nati, la paisana a quien le quitan su hijo de quince años para incorporarlo a las tropas en vísperas de Caseros. Pide ayuda al cielo y la tierra, pero nada puede hacerse, porque las órdenes de D. Juan Manuel son inalterables como la eternidad. La mayor desesperación de la madre Te viene de la idea de que su hijo va a enrolarse con veteranos virtuosos del crimen y volverse uno de tantos. En cuanto al trémulo afecto que Rosas inspiraba al gauchaje, lo muestra sin sombras el cuadro del mismo libro en que en una rueda de paisanos, quitándose la palabra unos a otros, impiden al payador Barboza cantar sobre el año cuarenta, es decir, el más purpúreo del calendario federal. "Y o se lo prohibo! ¿Sabe usted lo que fue para mí ese año fatal? Peor que una puñalada. Yo era un muchacho entonces, y cuando terminaron los quince años de mi esclavitud y miseria, ya no me quedaba techo donde cobijarme, ni padre, ni madre, ni tierra, ni nada.. . ". Lo pasado, pisado, se dirá. Pero la cualidad mayor de la materia viva, y mucho más de la materia humanizada, es la memoria. Nada pasa en vano. La democracia castrense fundada por Rosas, no se fue con él. A través de Mitre, Roca, Irigoyen, Uriburu, Perón, ha llegado
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intacta y robustecida hasta nosotros y hoy goza de mejor salud que nunca. ¿Corolario? La lección de que una sociedad que se deja enyugar por su propia fuerza armada termina por renunciar a la libertad como la reclusa de convento renuncia al noviazgo, es decir, se mutila para la creación de vida y espíritu. La indigencia material y cultural de la América española habla claro.
II
EL CANIBALISMO POLITICO Los adversarios políticos de Rosas conminaron en forma preponderante o exclusiva dos aspectos de su régimen: su persecución inquisitorial y su devoción por las hemorragias y por su intenso color. Los estudios y especulaciones posteriores han denunciado o evidenciado los aspectos económicos y políticos de la dictadura y la psicología cuaternaria de su creador. Y tanto que el canibalismo rosino ha ido quedando un poco en la penumbra. Es un descuido y una injusticia, sobre todo cuando los hornos de Hitler, los procesos de Stalin, las bombas de Hiroshima y el Vietnam y los genocidios de Argelia presentan a nuestro Juan Manuel como un antecesor profético. Pero no huelga intentar una somera reseña de las mejores proezas del federalismo saladeril, no por puro gusto de actualizar cosas que muchos han olvidado o ignoran, sino con el designio de poner en claro lo que más importa: que la sevicia política se ejerce menos por mera maldad o mero deporte que por defender a toda costa sacros intereses de poder, de vanidad, y sobre todo de realidades contantes y sonantes. Puede definirse la dictadura de Rosas como una empresa de Buenos Aires contra las otras provincias, y,
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más concretamente, del grupo saladeril de Rosas y los comerciantes ingleses contra el país entero. No es poco ilustrativo el método a que recurre cuando teme o ha temido perder sus privilegios. El primer gobierno restaurador da ya tal muestra de su voluntad de ponerse más allá del bien y el mal, que anticipa lo que va a venir y no deja duda alguna sobre la índole y el alcance del novum organum. Es el fusilamiento enSanNicolás, de los partidarios remitidos desde Santa Fe. La medida, asombra al mismos federales tiene un detalle que transparenta a Rosas mejor que la medida misma. "Entre los prisioneros —dice Vera y González— vino un niño de doce _año s q ue había q uerido acopañar • su padre en su cautiverio, y así le si g uió a Santa F • donde a nadie se le ocurrió considerarlo como prisio¿A nadie? Pero Rosa s rdi g Cuando __7eTTo—r^5 111 Ravelo recibe orden de fusilar a todos, comunica a Rosas niño. "La respuesta fue que no había por que suspender la ejecución; y en cuanto al q ue lo degollase antes de rn a, y así se hizo"; F. ll^ obez: Manual de 1-1. A rgentina Como pudo advertirse después, el primer gobierno de Rosas sólo fue un ensayo general para preparar ].as bases a lo que él, o sus consejeros secretos, llamaban "la Suma del Poder Público". La Campaña del desierto, contra los indios, se justificaba ampliamente por la necesidad de los estancieros rosistas de defender la civilización y la fe cristiana, es decir, sus vacas, pero ello no niega que el privadísimo empeño de Rosas, su planeador y ejecutor, fue asumir el control del ejército, reorganizarlo y volverlo técnicamente apto para la conquista del poder, mucho más interesante que la del desierto, como que sus efectos los sufrió mucho menos el cacique Chocorí que el gobernador Balcarce.
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Ernesto Celesia ha pulverizado la leyenda de que los aprestos de la campaña contra los indios corrió a cargo del Restaurador y demás vacatenientes, transcribiendo recados privadísimos de don Juan Manuel al gobernador (en uno de ellos le advierte que a la entrevista de esa noche ira vestido de paisano y entrará por la puerta trasera del Fuerte), todo tendiente a ocultar al público que el gobierno costeaba la empresa, presentándolo antes como su obstruccionista. Así Rosas aparece desde el comienzo como el fundador de nuestra democracia castrense, la única que conocemos hasta hoy. La historia abunda en ejemplos de lo que los historiadores de hoy llaman el movimiento de retiro y regreso (de César a las Galias, de Mahoma a Medina, de Napoleón a Egipto) según el cual el protagonista abandona temporalmente el campo en que actúa para volver acrecido en fuerza y prestigio. Por lo demás, Rosas no fue propiamente a capitanear la campaña —no tenía dedos para ello— que fue obra de Pacheco y sus colaboradores. El clavó su tienda de este lado del Colorado y desde allí se consagró a urdir y tramar los hechos de la política porteña a través del testaferro general, su esposa, que para estos cubileteos valía tanto como el propio poderdante. En efecto, a través de una carta famosa, de su puño y letra, escrita a su esposo, se evidencia cómo se desempeñó en el manejo de los jefes militares o políticos y de la plebe hasta dejar sin cimiento al gobierno de Balcarce (también partidario de la federación, pero no engrillada). El método y la verba son los mismos de don Juan Manuel, según se verá por la carta que ella le envía el 4 de diciembre de 1834: "Sé que Benavente y Santa Coloma, con la desaprobación de todos los de categoría. . comenzaron a obrar ... triunfo completo . . . si no se hubieran metido los políticos a hacerles reconocer
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como única autoridad de la provincia la Sala de Representantes y... y admitieron por gobernador a Viamonte, que no es nuestro amigo ni jamás podrá serlo. el gobernador me ha visitado dos veces, no se lo agradezco, porque como mi nombre ha sonado como decidido contra los furiosos, me tienen miedo. "No se hubiera ido Olazábal si no hubiera yo buscado gente. . . que le han baleado las ventanas de su casa, lo mismo que la del godo Iriarte y el fascineroso Ugarteche; esa noche patrulló Viamonte y yo me reía del susto que se habían llevado. "No sé si te he dicho que don Luis Dorrego y su familia son cismáticos perros. . . y la viuda de D. Manuel Dorrego también lo es, aunque de esta prostituida nada es extraño. "Los vecinos de Balcarce le avanzaron la casa, que poco tenía, y le llevaron algunas cosas, no es extraño que en dicha quinta había cantón de gente de Félix Olazábal... te envío unas cartas tuyas, escritas a don Juan Ramón, que he podido recoger para que no anduviesen de mano en mano, puede juzgarse lo que es de nulo este hombre cuando sus papeles los tenía tan bien guardados". No es necesario advertir que este asalto a la casa de Balcarce, por orden suya, tenía por objeto recoger lo que ella cuenta: la correspondencia de su esposo, que probaba quién sufragaba los gastos del malón castrense contra los indios. En cuanto a la temperatura y el color de los juicios y epítetos de esta corresponsalía, revelan junto a la poca educación de la dama, cómo el clima creado por su esposo comenzaba a madurar los frutos: "el bribón de don Braulio Costa", "el fascineroso Ugarteche", "este pobre mozo (su cuñado Prudencio) se pierde de puro rudo"; "Manuel García es padrino de cismáticos"; "don Tomás Anchorena... no hace buen papel", "son unos cagados".
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Lo de "Santa Federación" y "apostólicos", "cismáticos" o "impíos", ya da que sospechar que se trata de un credo de tipo religioso y de su combinación con el católico debía surgir el dogma de que quién no está con él contra él está, y merece el infierno llamado degüello o el purgatorio llamado confiscación. Se explica, pues, sin esfuerzos, que el desconocimiento de todo derecho privado y público al adversario y el terror punitivo se trocaran en herramientas de gobierno. Es preciso, sin embargo, la urgencia de rebasar un peligro o refirmar el orden tambaleante, para que el terror rompa todos sus diques. Imagino que, dada la propaganda restauradora del culto rosino, el lector corriente sospecha que la mitad de las hemorragias atribuidas al régimen de Palermo pertenecen a la leyenda. Lo que ignora no son sólo las causas del fenómeno sino que la némesis rosista superó en calado y horizonte a lo mejor que brinda el género en cualquier lugar y época de la historia. Que don Juan Manuel, por puro deporte, era capaz de alcanzar y pasar los límites del espanto, lo dice la sevicia gastada con sus propios bufones. El testimonio de Vicente F. López, hijo del autor de nuestro himno patrio, que fue servidor vitalicio de Rosas, no puede ser sospechoso en absoluto. "Rosas •condecoraba a sus histriones con títulos de magistrados supremos, y cuando regresaban de la farsa, los azotaba, los trinchaba, los untaba de miel y los cubría de hormigas". (Manual de Historia
A rgentina). Son otros dos servidores del régimen, el general Guido —que se lo contó a Vicente F. López - y el doctor Bernardo de Irigoyen —que se lo contó a J. M. Ramos Mejía— los que recuerdan haber presenciado la doma de Su Paternidad, Eusebio, el pobre bufón obligado a desempeñarse como potro chúcaro, a corcovos y tarasco-
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nes, para que el Restaurador de las Leyes lo monte con espuelas y rebenque, todo entre la hilaridad espontánea o adulona de los concurrentes, al principio por lo menos: "cuando la sangre chorreaba de los flancos del juglar, nadie reía ya; cierta fúnebre discreción, parecida al horror, sellaba todos los labios". (J. M. Ramos Mejía: Rosas y su tiempo). Un hombrecito de esa laya y con la suma del poder en la mano, no era el que, una vez pasado el peligro y el susto agudos, como en el año cuarenta, iba pararse por chorro más o menos de sangre. Muchos olvidan o no saben que esos años del 39a1 40 los días de la dictadura estuvieron contados, a tal punto fue unánime el rechazo de las delicias ce su regimen: sublevación de Berón de Astrada en Corrientes; • sublevación del sur de Buenos Aires; conspiración de • Maza, contertulio de Manuelita, en la capital; invaión de Lava lle; sublevación de Córdoba; coalición de las provi ncias del Norte. El coronel Maza, jefe1rIegimiento que era como la guardia pretoriana del gobernador, era hijo del presidente de la Legislatura, y RosaFuentes, su novia, era parienta de doña Encarnación y hermana de la mujer del hijo de Rosas, Juan. Conspiraba igualmente el Club de los cinco (Rodríguez Peña, Teiedor _Sango Albarracín, Rafael Corvalán y Enrique Lafuente, .péado cTe la secretaríad Rosas) y estaban apalabrados paisdbI ldllégade Lavalle los principales jefes del ejército: Rolón, Pinedo, Vidal, Corvalán y Lagos (Y. F. López: Historia A rgentina; J. M. Mayer: ' A lberdi; A . J. Carranza: Tejedor). Como se ve, el prestigio de la dictadura era una ausencia casi unánime en Buenos Aires como en las provincias. ¿Su salvación se debió a la presencia de ánimo del gran jefe y a su tino profético? Parece que no. "Rosas era notoriamente inepto y cobarde en lo militar. Mejor
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prueba no puede darse que el estado en que cayó al recibir la noticia del desembarco de Lavalle. Confuso y abatido por el susto, se dio al instante por perdido. ¡El hombre se nos viene, y lo peor es que se nos viene sin que podamos detenerlo! —le decía a su más íntimo esbirro, Mariño". (Y. F. López: Hist. A rg. Adolfo Saldías: Hist. de la Conf. A rg.). Lo salvó, pues, únicamente la Providencia, que es ciega en sus favores (mediante una delación traidora), y sobre todo la inepcia militar de Lavalle, tan indesmentibie como su coraje. Ya sabemos qué muestras de exuberancia y fervor tropicales dio la imaginación genocida del Restaurador: dejó por un momento el poder oficial a fin de entenderse mano a mano con la policía y sobre todo con la Mazorca, mientras Arana, el gobernador delegado, se cruzaba de brazos sin poder siquiera lavarse las manos como Pilatos: todas las calles de Buenos Aires regadas copiosamente durante varias noches, sin excluir los días, con sangre de unitarios o simples sospechosos, y las cabezas de los degollados colgadas de los ganchos de las carnicerías, u ofrecidas en carros como duraznos. "Lo que se ha escrito y catalogado sobre los asesinatos, los asaltos a las casas pudientes, la inmersión de hombres vivos y de cadáveres en barricas de alquitrán encendidas, es cierto, de pública y tradicional notoriedad. Las señoras, los ancianos que quedaron de aquel tiempo lo cuentan todavía". ( y . F. López: Hist. A rgentina). Que el norte y centro de la República se volvían redondamente contra Rosas, lo dice mejor que nadie el que Lamadrid, avanzando desde Buenos Aires al frente de un contingente resista, al llegar a Tucumán, presionado por el medio, se viera forzado a erigirse en campeón de la causa opuesta. (G. A. de Lamadrici : Memorias).
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"Las disposiciones de la provincia de Córdoba eran faç vorabjljsjmas" (J. M. Paz Memorias). La Iiçjy Brizuela patriai,a1 caudillo, arrojaron el guante a Bu nos Aires. Todo se perdió, menos por la táctica de Oribe, diafanamente mediocre, que por algo más simple: militarmente hablando, las cabezas de Lavalle, Lamadrid y Brizuela equivalían a tres bochas de billar. El entusiasmo vengativo del vencedor se salió de madre. Es conocido e1 parte oficial del coronel Maza ("Maza violín") comunicando modestamente haber acopiado seiscientas cabezas unitarias en la plaza de Catamarca. Y es el propio Saldías quien se tapa la nariz ante el "hedor carnicero" que exhala el parte de Oribe comunicando su empeño de hallar el cadáver sepulto de Lavalle para podarle la cabeza como homenaje debido al vendimiador de Palermo. A propósito, quizá no hay testimonio más autorizado del jubileo de sangre, estupidez y servilismo ofrecido por la Reataur.açión rosista, que la pluma del general Paz ,srn•eifLi)como su espada (Memorias, t. II). ¿Que no puede irse más allá en este callejón sin salida del horror? No, siempre hay un escalón más bajo en la escalera de la degradación humana. El tigre y el águila no gustan del cadáver descompuesto, pero el chacal y el buitre sí. Entre los gustos de don Juan Manuel figuraba el de las cabezas separadas de sus dueños, no reducidas, sino a la vinagreta. Veamos. Según Mantegazza, Rivera Indar.te y el capitán Ealkland, Rosas aceptó y exhibió como un triunfo las orejas del coronel Borda, sin contar las cabezas volanderas, digamos así, venidas desde hondas distancias: la de Domingo Rodríguez, enviada desde el Azul, adobaTvinag—re--y---a—s--errín por el comandante Aguilera, yjas de Manuel Martínez y Pedro González, enviadas por Mariano Rodríguez, y —caso casi legendario— la del coronel Zelarrayán,
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cortada el 13 de julio de 1838, a orillas del Colorado, por el comandante Miñana (cobrará dos mil patacones por el obsequio) que a lo largo de 230 leguas de desierto "la conduce tan fresca como puede a la misma casa de Rosas, donde según versiones imparciales, podemos llamarlas así, se exhiben en una bandeja". (R. Mejía: Rosas y su -tiempo). Por orden de Rosas la cabeza fue puesta en un patio sobre un jergón durante tres días y por una hora cada día. Céspedes, compañero del decapitado, debía contemplarla de hinojos. (Carta. de Manuel Céspedes a A lberdi, Santiago, 14 de diciembre de 1852). Nada digamos de la eliminación estruendosa de algunos hombres públicos de la época, sobre cuyo autor nadie pudo abrigar dudas. El que Ramón Quiroga, hijo de Facundo, se alistara en 1840 en el ejército de Lavalle, dice claro a quién atribuía la supresión de su padre. El asesinato de Florencio Varela fue anunciado por El Nacional con un mes de anticipación. Y es Lucio Mansilla, sobrino de Rosas, quien señala lo insostenible de la actitud de su tío intentando exculparse del asesinato del doctor Maza. Entendemos que nadie hasta hoy, ni sus admiradores, ni sus parientes, ni sus verdugos, se ha atrevido a discutir a Rosas méritos para su título de grandeza impar: el del mayor servidor que la muerte ha tenido en ambas Américas. Buscando antecedentes, Sarmiento, Hudson y Ramos Mejía han intentado, erróneamente sin duda, echar la culpa de la afición favorita de don Juan Manuel, no a Herodes, sino a los degüellos de ganado de la Pampa. Imputación calumniosa, ya que tl gg.jcho, cuchillero como ]ía marcar al contrincante, llçgdo al homicjpeenión. De buscar ab6lengo, más bien lo hallaríamos aña con rnada, qnLi. vas a 8.800 personas, 6.870 en efigie y torturó a 97.321
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(Diccionario Larousse), o con Fernandito VII, que creó El ángel exterminador, de donde vinieron algunos de los mejores cirujanos de la Mazorca (J. Ingenieros: Evolución de las ideas ar.gcntinqs). No faltan los que buscan aproximar la tanatomanía ros ma a la ejecución de rebeldes contrarrevolucionarios ordenada por Moreno en 1810 y por Rivadavia en 1812, aunque esto es tan disparatado corno e q uiparar una sangría con una puñalada, decimos,' la violencia liberador con la liberticida. Una tercera intentona busca aminorar la responsabilidad restauradora enfatizando el fanatismo federal de la plebe. Otro golpe en la herradura. En efecto, en el proceso que se les siguió, Cuitiño, Parra, Badía y Troncoso no los negaron crímenes que se les imputaba, pero alegaron que ellos no hacían más que cumplir órdenes. (M. Bilbao: V indicaciones). Igual que los verdugos nazis. Rosas y su grupo son, pues, los únicos responsables del temporal de sangre de la tiranía, cuyo origen no está en las entrañas felinas de Rosas sino principalmente en las necesidades del grupo saladeril de imponerse en forma absoluta y vitalicia contra todo y contra todos en defensa de sus privilegios monstruosos. (D. Nicolás Anchorena debió morir del brazo de Cuitiño). Vengamos, para terminar, ci crimen casi mitológico con que remata su carrera el infatigable Barba Azul de hombres y mujeres: el fusilamiento de Camila O'Gorman y su hijo nonato. ¿Cómo explicar esa apoteosis de horror cuando ni siquiera podía acudirse al argumento de la necesidad, dado que en estos años últimos hasta habían comenzado a regresar algunos expatriados confiados en esa calma chicha producida por la obediencia y la resignación convertidas ya en endemia? Pero no era así, precisamente, y Rosas y su ninfa Egeria, la policía, no lo ignoraban.
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En efecto, los informes policiales de la época dicen que la chusma —no los barrigudos de arriba, todos amadrinados por su fructuosa servidumbre—, el bajo pueblo, venía dando crecientes muestras, no sólo de relajamiento sexual e indisciplina, sino de ir cayendo en un pecado que para la Federación equivalía a los otros siete juntos: falta de respeto a la autoridad, antes temida como la angina, y aun a la propia persona del Restaurador, antes más acatado que una Santa Bárbara con botas. "Al aproximarse el año 1848 —consigna un cronista— ciertos fenómenos sociales revelaban profundo malestar en el pueblo." En efecto: raptos, violación de menores, infanticidios, estupro de mujeres en sus propios hogares, falsificación de monedas, resistencia al pago de multas, llegando hasta amenazar con el regreso de los unitarios, alcaldes y tenientes que enarbolan banderas no federales, agresiones contra las patrullas policiales, hombres y mujeres ebrios que escupen contra •el crédito del Superior Gobierno. (Indice del A rchivo de Policía, t. II, años 1830-1850). Es decir que, pese a la aparente calma de estanque y al relativo bienestar, la chusma parecía sentirse empachada de Santa Federación y amenazaba vomitar. (¿Era que por exceso de terror se había mitridatizado contra él?). Rosas y sus dos inquisiciones —la de Mariño y la de doña María Josefa— lo sabían mejor que nadie. Era preciso, pues, un toque de alerta capaz de despertar a un cataléptico, pues cualquier cosa podía tolerarse menos esta alteración de la disciplina que el Restaurador amaba como los gusanos aman la tumba. ¿ Untoqueclea1ert,puestantq más necesario cuan- to que los unitarios deMontevideo propalaban que en i[ Buenos Aires hasta los curas se burla.
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pública, escapándose con las hijas de las mejores familias. ¿Fusilar a una mujer casi en vísperas del alumbramiento, y a un curita, por pecados que el confesionario y la sociedad absuelven todos los días, y esto ordenado por un hombre que vivía amancebado y en plena reproducción con jjila Egni Jasj rQ, pared por medio con las habitaciones de su hija Manuelita? (J. Mármol: Manuela Rosas; R. Calzada: Cincuenta años atrás; A. Dellepiane: El testamento de Rosas). ¿Que eso le quedaba grande a cualquiera? Sí, pero hacía rato que el hombrecito de Palermo había pasado la barrera del sonido moral Al curita Gutiérrez le fueron descarnadas la mollera y las palmas de las manos antes de subir a patíbulo. Camila, la ex contertulia de Manuelita, con el hijo de ocho meses que llevaba en el seno, fue acribillada a balazos. ¿Que el hecho de que la primera descarga no diera en el blanco y que uno de los fusileros soltara el arma y otro cayera de espaldas es como la corona de espinas del espanto? Hay algo peor y es la sospecha de que todo esto fue ordenado por el Restaurador, consumado artista de la farsa criminal, para dar más color punzó a la escena. De todos modos, cuando le fue llevada la noticia de la orden cumplida don Juan Manuel roncaba, soñando quizá con los ángeles. Sintió gol p eteo de nudillos, se levantó, recibió la carpeta con el informe de Antonino Reyes, la leyó "y dándose vuelta a la pared para reanudar el sueño, ordenó al conductor que cerrara el postigo". J. M. Ramos Mejía: Rosas y su tiempo). En 1857 el general O'Brien, guerrero de nuestra indñiiie había escapado con vida de las amistosas zarpas del Restaurador sin duda sólo merced al privilegio de su sangre británica, hizo circular una carta pública impresa dirigida al corregidor de Southampton
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en la que buscando sólo librar a sus pulcros compatriotas de un contagio moral, formulaba veladamente ciertas alusiones: "Un Nerón vivo en Inglaterra. Que cuando se paseen por las calles, sus honrados gobernantes, sus generosos y nobles ciudadanos y sus puras, tiernas y compasivas mujeres, huyan de su contacto como huirían de un leproso. Que la quinta de Roekstone, la casa en que habita, sea señalada como la de una bestia feroz. . (A. Dellepiane: Rosas en el destierro). Naturalmente, Rosas no se reconoció en el prontuario. "Los que no conocen a Rosas se inclinarán a creer que este bosquejo es exagerado. La especie humana rechaza instintivamente la idea de que puedan existir tales seres; y la inverosimilitud de los horrores de que se han hecho culpables, y que deberían atraerles el odio universal, pone en problema la verdad y se convierte en un refugio protector de los perversos." (Domingo de Oro: El tirano de los pueblos argentinos). Exacto. Pero hoy, después de Hitler y Eichman, podemos comprenderlo mejor a don Juan Manuel, que sobrepasaba cualquier calumnia. "Todo cuanto se refiere a los horrores •de la Mazorca en el año 40 será siempre pálido al lado de la realidad." (E. Quesada: Rosas y su época). Y un testigo presencial: "La Mazorca dominaba la ciudad; a media voz se decía cada mañana quiénes y cuántos habían sido degollados, qué casas asaltadas, qué damas azotadas con vergas. . ." (Víctor Gálvez: Memorias de un viejo). ¿El mito de las cabezas viajeras? De la cabeza de Domingo Rodríguez que desde Bahía Blanca ha llegado al Azul: "Supuesto que la referida cabeza está corrompida... debe abandonársela." Juan M. de Rosas. (A rchivo de la Nación. Notas publicadas por J. J. Biedma, Revista Nacional, t. II). Las cabezas de Manuel Martínez y Pedro González enviadas a Rosas por Martiniano
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Rodríguez (La • Gaceta Mercantil. noviembre 4 de 1840). J. M. Ramos Mejía cuenta que don J. A. Ocantos le contó haber visto en la calle cabezas ofrecidas por duraznos, y don Miguel Luca le aseguró haber visto cabezas colgadas en las carnicerías. V. F. López los da como hechos de notoriedad pública. La Mazorca tenía sus virtuosos del degüello lento, es decir, capaces de convertir la agonía de la víctima en un fragmento de eternidad: Cipriano Costa, el gallego Gaetán, el mulato Zabalía, y el negro Domiciano, antiguo peón de los Cerrillos, que después de Caseros, don Narciso Martínez de Hoz expulsó de su estancia del Moro. Andrés Parra, que llegó a coronel, era, como Gaetán, un gran artista español del degüello, que él remataba con una muesca a modo de rúbrica. Su fervor por la Santa Federación no mermaba su fervor por la Santísima Trinidad, tan fogoso como el de su paisano Torquemada. Era cofrade de la Hermandad de la buena muerte, y después de alguna de sus buenas obras recogíase en la iglesia de San Miguel a implorar a Dios con los labios trémulos y bañado en llanto. (Referido a A . J. Carranza por el cura de San Miguel, Dr. Gabriel Fuentes, y a J. M. Ramos Mejía por el señor García del Molino). Como su colega Cuitiño, subió al cadalso besando el crucifijo.
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LA FEDERACION ENGRILLADA Fuera de su posición de privilegio —el de estar en el portillo único de comunicación con el comercio europeo— Buenos Aires fue diferenciándose del resto por la platitud, inmensidad y fertilidad de su llanura, de una tal plétora de vacas, y sobre todo de caballos, que sus remos hicieron olvidar los del bote. Todo esto favoreció el aislamiento y el individualismo cimarrones. Ya está observado sagazmente que en las demás provincias, cual más cual menos, la estrechez impuesta por montañas, colinas o bosques y los intermedios áridos, fomentan no sólo un mayor esfuerzo humano, sino la mancomunidad de esos esfuerzos: "la mina, el aprovechamiento de los cursos de agua, el comercio de arría por caminos escabrosos, al requerir la ayuda recíproca, impone la asociación de las unidades y no su difusión como en las llanuras, donde un solo hombre cuida cinco mil cabezas. . ." (J. M. Ramos Mejía: Rosas y su tiempo; J. A. García: La ciudad indiana; Juan Alvarez: Las guerras civiles argentinas). También está visto —y ya volveremos sobre el detalle— que frente a la sociabilidad de las provincias del centro y noroeste (donde fuera de los factores telúricos señalados obraba la herencia de la civilización
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quichua, la del campo bonaerense era analfabetamente primaria, de "pastores bárbaros a la manera de los kalmucos". (D. F. Sarmiento: V iajes, Facundo; Emilio Coni: El gaucho). que no esta visto o destacado con el indispensable relieve, es el fenómeno de fondo, que el pensamiento histórico de hoy ha puesto en evidencia. Y es que la civilización humana, doquier hizo su aparición, lo hizo como el resultado del esfuerzo sobrehumano venciendo un medio más o menos inhumano. Los edenes son el caldo de cultivo de la inercia y el salvajismo vitalicio; de no haber sido desterrados a tiempo, Adán y Eva vivirían todavía en pelota. El sudor no es la condena, como en la Biblia, sino el riego que fertiliza la vocación creadora del hombre. La mejor cima de la cultura antigua se da en Atenas, es decir, el Atica, donde la tierra es tan pobre que no hace buenas migas ni con el trigo, y en cambio en Beocia, que es la Jauja helénica, el desarrollo cultural no pasa del nivel del ombligo. (A. Toynbee: Estudio de la historia, t. 1 y II). Otro sí decimos: La llanura ubérrima y sin hitos apañó la aproniacióri latifundista y con ello, irremediablemente, la despoblación y el atraso. La indiinensa riqueza natural de nuestra Pampa, tan cantada en, nuestros floripondios, obró como el énfasis manirroto de nuestro trópico o de los cerros de Potosí, como un factor negativo: anuló o frenó el esfuerzo superador, Predestinándonos al subdesarrollo, es decir, a la supeditación colonial al extranjero. Resumimos. La llanura litoral, y Buenos Aires sobre todo, ofrecían a principios del siglo XIX una vida social y una atomización y un aislamiento de tipo feudalista, mientras que, por las razones ya apuntadas (a las que debe agregarse que la mercadería de España entraba sólo en dosis homeopáticas), el interior, aunque •
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en forma rústica, había llevado su industria y su intercambio a un apreciable grado de desarrollo: vino, aguardiente, fruta seca, harina (Cuyo), suelas, carretas (Tucumán), tejidos de lana y algodón (Catamarca, La Rioja, Corrientes) y azúcar, tabaco y arroz (Tucumán, Salta y Jujuy), productos que viajaban de un extremo al otro del país y llegaban al Alto Perú, Chile y el Paraguay. Sobre la base de esa incipiente unificación económica, el sentimiento de nacionalidad era vivo en cualquier punto de tierra adentro, y no sólo Güemes y Quiroga, SI no ni los "muy nulos Bustos e Ibarra" (piropo de Facundo) escaparon a él. La primera Universidad del país transformó ese sentimiento en conciencia: Córdoba, adonde concurrían estudiantes de todos los rincones, sin excluir Buenos Aires, fue no sólo la encrucijada geográfica sino también el epicentro mental del país, y es un porteño quien lo reconoce: "El itinerario de la nacionalidad y de la civilización. . . no fue de Buenos Aires a las provincias, como le agrada a uno creer, sino de las provincias a Buenos Aires. Cuando ésta no tenía librerías donde comprar papel de cartas, míseros pueblitos como Nonogasta poseían bibliotecas." (J. M. Raiv mos Mejía: Rosas y su época.) Sabido es que fiel a los intereses de los comerciantes L. de Sevilla y L¡-na el rey . ma n te n íasemicIauuradoel puerto fatal de Buenos Aires, no sólo para el extranjero sino también para la Península, y tanto que la mercadería de ésta llegaba al Río de la Plata por tierra firme: por Panamá, _ Callao y llumahuaca. . . La mercadería porteña: cuero y seuo —mucho volumen y poco valor— no podía aguantar tamaño itinerario.A esa causa de aislamiento, ag'egaba la de la aduana seca de Córdoba. Así las cosas, el comercio de lo que serán las Provincias Unidas del Sur so ejercía en parte mínima por Buenos Aires. Córdoba y el norte comerciaban prefe-
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rentemente con el Alto Perú, y Cuyo con Chile. Cuando la guerra emancipadora cerró esos dos mercados á tiempo que abría el puerto de Buenos Aii al comercio de ruropa, una nueva situacion — incipu ragaza— se planteo de golpe todo el comercio interior busco la única salida,— la Je— IRIola Plata, solo que los porteños sitos en el gr tillo ifñidóéñtéii.dieron que el río era de Y rn y entras ese caiibiPielbije la renta del puerto único comportaba una riqueza mayor que la del resto del país (la Confederación de Urquiza agonizaría bajo ese íncubo), las provincias advirtieron que sus pequeñas industrias tenían su peor enemigo en la libre importación de la mercadería capitalista de Europa, que sin más que trocarla con cueros y cobrar a todos derechos de aduana Buenos Aires engordaba en paz. A Buenos Aires no sólo no le interesaba ponerle cortapisas al comercio inglés sino que le convenía servirle de introductor, ya que él absorbía el producto de sus estancias en un trueque manufacturero que la eximía de todo esfuerzo e industria que no estuviera a cargo de los toros y las vacas. Por otra parte, porteños y británicos coincidían en una ventaja común: la sujeción dictatorial de las provincias a Buenos Aires, según un estilo que es justamente el revés de un acuerdo ecuánime de intereses mutuos: es decir, de una organización federativa. Al otro día de la Revolución de Mayo, pues, el molippañol estanceril porteño. - Los que sintieron ese moiirniento de Mayo como un caijb o _ _de fndo fue sólo un puñado de literato s y rnilitarejvenes, todos educados de tss Moreno, Paso, Castelli y Mntea p o en Charcas; Belgrano, Alvear, San Martín, Rivadavia, en Europa; Dorrego en Norteamérica; Valentín Gómez,
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S. J. de Agüero y Fernández de Agüero, en Córdoba. Sí, esa gente formada fuera de "la gran aldea" es la que dota de algún contenido innovador o revolucionario a los organismos políticos o educacionales en que actúa —Primera Junta, Asamblea del año XIII, Congreso de Tucumán, Ministerio de Rodríguez. o Las Heras, Presidencia de Rivadavia, Colegio de Ciencias Morales—, luchando desde el primer momento con el espíritu "godo", colonial, retardatario, oficializado por Saavedra y Tagle, y llevado a su expresión más prócer por el Restaurador. "La ciudad les impidió ver la Nación." Es el porteño Ramos Mejía quien lo dice. Y si buscaron alianzas en el interior, fue con el elemento más católico y regresivo, y siempre para someterlo y traicionarlo. ¿De dónde iba, pues, a sacar ideales nacionales y federativos don Juan Manuel de Rosas? De ninguna parte. Rosas, como todos, sabe bien que con la bandera unitaria y centralista ostentada sin empacho, Buenos Aires ha fracasado reiteradamente en sus pretensiones de hegemonía. Rosas, años atrás, había pergeñado un método de acción que confió al uruguayo Vázquez (adoptar los usos y hasta el indumento de los gauchos y mezclarse a ellos para seducirlos, "para contenerlos, pues usted sabe la disposición que hay siempre en el que no tiene contra los ricos y superiores". (Informe del Enviado Santiago V ázquez al Gobierno Uruguayo en 1829). Ahora un plan político complementaba el social. Reunido con algunos de los principales de Buenos Aires, Rosas había dicho, después de exponer los yerros de los porteños unitarios en sus propósitos de someter a las provincias: "Es preciso que en lo futuro finjamos haber variado de sistema declarándonos federales. Nuestros pasos, nuestras acciones y todo cuanto exteriormente pueda tener visos de federación, debemos emplear para merecer la confianza de los pueblos. Daremos el tiempo
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suficiente para consolidar esa confianza, procurando desunirlas y dividir la opinión entre ellas mismas; les haremos sentir la pobreza, y nuestra protección en este caso les demostrará que no pueden existir sin nosotros." (Pedro Ferré: Memorias). Sea o no exacto el rumor que Ferré recogió en esos años en Buenos Aires, lo cierto es que ese plan fue el que Rosas parece haber aplicado en su trato con las provincias. El cretinismo jurídico o político de nuestros histoj!riadores que sigue hablando de los intereses de Entre Ríos o de Santiago, por ejemplo, cuando en realidad se trata de los intereses de Urquiza o de Ibarra, continúa o92 también refiriéndose al ra't uadrilatr, 131T como el gran punto de paidá nura organización democráticofederai que nunca existió fuera de la letra. El tal pacto realizado entre las provincias litorales tuvo como causa única —aunque no todos lo supieran— la necesidad de defenderse del peligro que implicaba el poder del general Paz en el centro de la República para la hegemonía porteña. La principal ventaja para sus contratantes era la fijada por el artículo sexto, que obligaba a no tolerar que persona alguna de su territorio ofendiese a "la persona" de los comprometidos en la federación, y el séptimo, de no dar asilo a los reos que se asilasen en su territorio sea cual fuere su delito. (Todo don Juan Manuel está en estas dos obligaciones como una zorra en sus rastros y en su orinada.) Nada mejor para aventar este castillo de naipes sucios que es el origen de la Santa Federación (por la cual en Buenos Aires fue obligatorio persignarse) que lo consignado por uno de sus conocedores directos. Mientras Ferré, representante de Corrientes, se esfuerza en dar por espinazo del pacto el fomento de la producción de cada provincia, vetando la introducción del artículo
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similar extranjero —el poncho correntino, por ejemplo, frente al poncho inglés—, Rosas, en nombre de Buenos Aires, sólo recaba dos cosas: que las otras provincias deleguen en la suya la atención de las relaciones exteriores y que se la ayude a derrotar al general Paz. Convictos al fin del juego tramposo de Rosas, Ferré se pone de acuerdo con López para entenderse con Paz, cuando López, que acaba de recibir correspondencia de Buenos Aires, exclama: "Yo conozco que este hombre nos engaña, pero no sé, amigo, qué influencia tiene sobre mí, que no puedo prescindir de sus insinuaciones." (uil hechizo no era otro que el recuerdo de las 25 mil vaquitas regaladas diez años antes y el aliciente de las ataco es Ferré renuncia, no queriendo equivocarse a sabiendas, pero Leiva, que lo reemplaza, firma ese pactohégira de la Federación cuyo artículo 50 crea una comisión superprovincial "que de hecho arrebataba a las legislaturas provinciales su existencia". Eso, en la letra; en el hecho "Rosas solo constituye esa comisión y la ejerce a su gusto". (Pedro Ferré: Memorias). Es común imputar al porteño Rivadavia y a les suyos su poco conocimiento del país; el porteño Rosas lo conocía menos, y apenas si una vez llegó a Santa Fe, en un vertiginoso galope después del combate de Navarro. En cambio conocía al dedillo lo que más le interesaba, esto es, la psicología de los caudillos, que eran los delegados de la Providencia en cada provincia. Sabía lo que ellos sabían: que siempre que se resignasen a delegar la representación nacional en el gobierno porteño (léaze Rosas) y en su tutela inapelable, podían estar seguros de su permanencia a discreción y vitalicia en su puesto. Urquiza y Gutiérrez llevaban doce años de servicios a la Federación, y López Quebracho diecisiete, cuando cayó Rosas; el otro López y Aldao se sacrificaron veinte
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años. Ibarra, después de casi treinta veranos de ejecutivo, testó al morir, dejándolo "a manos del Ilustre Restaurador de las Leyes", el 16 de diciembre de 1848. (A , _Zip n y : Historia de los GobernacZor,jII). Pachorrientos y semianalfabetos compadres, más preocupados de la administración de carreras de caballos y riñas de gallos que de la pública, no todos sanguinarios por índole, pero desperdiciando sangre para mantener siempre vivo el punzó de la divisa federal y congraciarse con el bonete máximo, y algunos (como Urquiza y Aldao) llegando a superar, si no igualar, al director de orquesta. Este usaba las rentas de la aduana, entre otras cosas, para no dejar enfriar el entusiasmo federal de los gobernadores. Del sumo respeto que Rosas tenía por la autonomía de las provincias, dice claro el que tenía por las cabezas de sus gobernantes: por orden o cuenta suya pasaron a mejor vida Reynafé, gobernador de Córdoba; Berón de Astrada, de Corrientes; Videla, de San Luis; Yanzón, de San Juan; Brizuela, de La Rioja; Avellaneda, de Tucumán; Cullen, de Santa Fe; Cubas, de Catamarca: ocho provincias decapitadas. No es preciso tener vista doble para advertir que la Federación de Rosas fue una farsa muy parecida a las que jugaba a sus bufones y a la sociedad porteña vistiéndolos de mariscales u obispos y enviándolos a hacer visitas de protocolo. No dijo "La Federación soy yo", porque todos lo sabían, pero nunca se vio una apetencia de poder personal más delirante y tumefacta. La Legislatura de Entre Ríos lo superó en sus propios chistes rebautizándolo en 1851: "el salvaje unitario don Juan Manuel de Rosas". Y si eso eran los caudillos o jefes de provincia ¿qué eran los de la ciudad capital, de charreteras o levita, cuyos gordos ideales encontraron su mejor representan-
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te en Rosas, como poco después en Alsina y Mitre? Dignatarios de salero o mostrador, ventripotentes beocios, tan aldeanamente conservadores como católicos, con un supersticioso respeto por las formas puramente externas de la vida civilizada y poco o ningún alcance de sentido verdadero de la cultura o el sesgo democrático de la política. Oigamos la opinión de un hombre que conocía las cosas de primera mano. "En tal sentido —el político— Rosas no se hizo; lo hicieron los sucesos, lo hicieron otros, algunos ricachos egoístas, burgueses con ínfulas señoriales. . . Era hombre de orden, moderado, de buenas costumbres, con prestigio entre el gauchaje; tras él estarían ellos gobernando". (Mansilla: Roz a. -. Naturalmente esta burguesía deculo chapado era archiconservadora, es decir, ultramontana. Hubiera bastado eso para que Rosas simulase serlo. Pero había una razón mayor, corroborante. Rosas no sabía historia ni sociología, pero le bastó su hígado godo, feudal, colonial para advertir que la religión es el ingrediente sine que non de todo régimen absoluto y retardatario. Sin ella era más o menos imposible la fanatización de las masas analfabetas en todo el país. ¿joguchos_eran más o menos descreídos o ateos, s e g ún v e rsión de todos los viajrs ingleses de la época, y Rosas, que se crió entre ellos, posiblemente tampoco cieia en nada, corno no fuera en la divisa Eso era lo de menos. El usaba la religión, corno casi todos los papas, no como un fin en sí, sino como un medio para fines tan poco celestiales corno un banco de crédito. Naturalmente y con excepción del clero partidario ¿ )/i'14A "1 de la Revolución de Mayo, que en su mayor parte ahorcó los hábitos, la Iglesia respondió ampliamente. ",',Quiere V. E. conocer más claramente que Dios lo ha eyicarQ^ado Zara residir losde s tinos- del país que lo vio nacer?
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¿No se apprcible que es disposición del Eterno? (Nota del obispo. Gaceta Mercantil, 14 de abril de 1841). Verdad es que el futuro victimario del curita Gutiérreznp guardaba mucha consideración por la tonsura y 1831' andó fusi re Frías y otros sacerdotes partidarios del general Pa, fuera de que cierta de Abelardo a uno , Ç31 de esos curas —perdónese la irreverencia— que de padres espirituales descienden a padrillos. No importa, el fervor federal de la Iglesia no mermó en ningún momento. Un día el gobiern o se dirig e al obispo y éste se apresura a cumplir— pidiéndole expedir un decreto niandando a los individuos del clero secular y regular que cuando menos en todas las pláticas y sermones dirijan al pueblo una exhortación para que se mantenfir±iibsen el sosten y defensa de la causa de la . 1a !on por lojoioriotivos morales y religiosos que van indicados." (Nota del Ministro de Gobierno al obispo, el7de dzceñibre de 1836) ¿Como negarse a una apelacion moral y religiosa tan justificada, cuando mediaba además el aliciente de conservar la tonsurada mollera sobre los hombros, fuera de que había otro no menos estimulante: "Los entierros, funerales, bautismosy matrimonios tenían una suculenta - tarifa confeccrnnaapor el gobierno." (J. MRmos Mejía: Rosas y su tiempo). "Yo me imagno i a nuesro t iluster Restaurador de ----------------las Leyes semejante a aquellas columnas e.. fuego que gbanr el desierto al pueblo de Dios. " (A locución del vicario Juan Páez de San Nicolás). La reforma religiosa de años atrás había provocado el odio santo de todas las sotanas contra Rivadavia, principalmente las de convento, algunas de las cuales (había guapos que se peleaban entre sí a faca, aunque no por alguna santa precisamente) lograron envidiable
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fama, como Mochila y Lima Sorda. Rosas halló entre seculares y regulares sus más apostólicos partidarios. ¿Qué mucho? Rosas como Mahoma —según lo advirtió oficialmente— era sólo un humilde delegado de la Providencia: "Ha sido (Rosas) llamado por la divina Providencia. . ." ¿Para qué otra misión sino para purgar de unitarios la tierra? "Persigámoslos. Que de esta raza de monstruos no quede uno entre nosotros. No os arredre nada, ni los peligros ni los medios que adoptemos para exterminarlos: así está recomendado por el Tdopodero(i 13 de abril de 1835). so. . ." ( la ¿Que su lenguaje se parece menos al del Evangelio de Lucas que al del Libro de Josué? Sin duda, pero no dirá que fue perjuro a su promesa, si bien es verdad de los monstruos se les escaparon algunos. Buen aporte al esclarecimiento del misterioso sentido de la palabra federación bajo Rosas es su conducta con sus dos confederales mayores. La idiceincracia de pulpo de los caudillos de poncho, es decir, de centralismo absorbente, chocaba con el aislamiento de las provincias entre sí, que agostaba en cierne el libre trueque comercial y por ende el desarrollo económico . ,qn las aduanas secas, especie de puentes levadizos entre provincia y provincia eran la negación Los tutores del federalismo se encontraban en la encrucijada de dos corrientes opuestas, una centrípeta, centrífuga la otra. Su tendencia expansiva sobre las provincias aledañas no obedecía a pura prepotencia personal, sino también a vitales exigencias económicas. Mas de ahí a tomar angelicalmente en serio los proyectos organizativos de López o Quiroga, hay un trecho, pues sólo se trataba de adecuar a las nuevas circunstancias su rapacidad y autoritarismo funcionales. Lo que los cronistas de historia, de cualquier pelaje
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que sean, dejan indefectiblemente en el tintero, es lo que más importa poner en la cuenta, y es que los gestores de las distintas provincias o regiones del país se movían en el augusto interés de sus personas y su círculo o su clase y a una astral distancia de los intereses y el querer de las masas desposeídas, es decir, la inmensa mayoría. En cualquier caso, ni el más miope de los caudillos provincianos podía no advertir la diáfana oposición de Buenos Aires, es decir, de Rosas, a todo amago de congreso general, de constitución, de organización federativa o de la clase que fuera. Por el Tratado Cuadrilátero, o Liga del Litoral del 4 de enero de 1831, se encargaba a Rosas de la representación de todas las provincias ante el extranjero y se creaba una comisión interprovincial que, como vimos, Rosas terminó anulando. Se quedaba, pues, con una ventaja capital a cambio de nada. Con la copia del texto del pacto le decía a Quiroga: "Conseguido el objeto, soy de pensar que no conviene precipitarnos en pensar en Congreso.. ." (La Coráisión Interprovincial disuelta por Rosas tenía precisamente por fin último la convocatoria de un Congreso Constituyente). .Invitación para la organización general por medio de un Congreso federativo? "Yo creo que la disconveniencia e inoportunidad de esa invitación la he demostrado evidentemente." (Carta de Rosas a Quiroga el 3 de noviembre de 1831). Poco después, en carta al mismo Quiroga, Estanislao López le confirma aquello mismo: "cuál no sería mi asombro y desaliento, cuando llamado a Rosario con instancias por el señor Rosas. . me dice: Este no es tiempo de constituir el país, compañero. . ." La misma respuesta le dará a Ibarra cuando éste le exponga un prudente proyecto de constituir "una autoridad superior". (José Real: Manual de Historia
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A rgentina). Y a fines de 1834, dijo lo mismo, en la carta que le escribió a Quiroga al otro día de partir éste en desempeño de la comisión que le costó la vida, y diecisiete años más tarde, cuando se alzó Urquiza, reeditó la carta con la misma cantilena, aunque esta vez le tocó ser yunque y no martillo. ¿Qué opusieron, de verdad, a este veto de Rosas, sus dos grandes confederales provincianos, López. y Quiroga? Nada, sino sus celos mutuos, que los terminan anulando a los dos. Pese a todo el cacareo de traspatio de los neocaudillistas, la miopía de Quiroga llega hasta asumir el papel de delator de los que, coaligados con él, podían enfrentar a Buenos Aires, enviando a Rosas la carta que Leiva de Corrientes le escribe al ministro de Gobierno de Catamarca y la que López le escribe a él mismo sobre la necesidad de hacer frente común contra Buenos Aires. ( y. F. López: Historia A rgentina; J Real: Ma-
nual de H. A rgentina).
A López ya lo tenía vacunado desde mucho atrás con el regalo de las 25 mil vaquitas del pacto de Benegas y con patacones después. La obra estaba en marcha, pero faltaba el toque final. Los celos entre Quiroga y López, agravados en su disputa por la hegemonía sobre Córdoba, le vino al pelo a Rosas. Tal vez para entenderse con este último sólo hubo necesidad de media palabra. En todo caso él colaboró inventando el viaje misionero y facilitando a Reinafé, mero títere de López, los detalles del itinerario. El historiador López, que por la vinculación de su padre con el gobierno de Rosas pudo conocer las cosas como nadie, hizo un análisis exhaustivo de todos los antecedentes del caso, llegando a una conclusión inatajable: el único beneficiado con la desaparición de Quiroga y el único con poder para autorizarla era el rosado nene de Palermo. ( y. F. López: Historia A rgentina). Claro está que, firme en sus trece, el creti-
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nismo jurídico, aplicado a la historia, espera, para condenar, un victimario convicto y confeso. Los únicos conocedores de la clave del misterio fueron López, Cullen y el Dr. Maza, que intervino en el proceso a los asesinos de Facundo, que fueron ejecutados todos. Callen también murió por negarse a entregar ciertos papeles requeridos por den Juan Manuel. (A. Zinny: Historia de los Gobernadores, t. III). El propio sobrino de Rosas es quien difiere a su tío el honor de haber eliminado al doctor Maza. (L. V. Mansilla: Rozas). El único sobreviviente fue Estanislao López, quien, poco después del asesinato de Quiroga, capituló ante Rosas, entregándole la persona del general Paz, exigencia denegada años antes; además estaba abatido, enfermo, y tanto, que Rosas le envió a su propio médico de cabecera, el Dr. Lepper, para abreviar sus males. "Cuando Rosas y Jerónimo Costa, una de sus _mejores espadas.. . se encontraron después del 3 de febrero a bordo del Conf liet (el barco inglés que llevó a Rosas a Southampton) le dijo: —¡Lástima grande que no haya sido posible constituir el país! —Nunca pensé en eso, repuso Rosas. —Y entonces, ¿por qué nos hizo pelear tanto? —Porque sólo así se puede gobernar a este pueblo. (L. V. Mansilla: Rozas). ¿Cómo es que a nadie se le ha ocurrido aún estudiar con el respeto que se merece esta genial doctrina de un derecho constitucional beligerante, es decir, del orden logrado merced al zafarrancho? A los panegiristas del gobierno de las "extraordinarias" suele caérseles la baba ponderando el sentido y alcance de la Ley de Aduana de diciembre de 1835, protectora del sudor nacional y de la industria patria, cerrando dulcemente los ojos a estas orográficas minucias: 19 ) que esa ley sólo favorecía a la artesanía y la eco.' , fornía porteñas; 2 9 ) que 10 supervivenci.a de las aduanas
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interprovinciaies (Sólo por fa/ta de una organización nacional que permitiese abolirlas), agregada a la falta de caminos y correos, volvía más o menos nulas las ventajas de esa ley para las provincias; 39) que significando la misma el fomento de la pequeña industria artesanal del virreynato, comportaba el regreso al atraso colonial y no la partida de nacimiento de una industria nacional moderna —si bien es muy cierto que tampoco supo hacerlo la burguesía progresista que reemplazó a Rosas, aun cuando estuvo en condiciones más propicias para ello. Para inveterar el estancamiento colonial Rosas suprimió "los correos que existían desde hacía catorce años" como recuerda Ramos Mejía. Sus sucesores, otorgando concesiones ilimitadas a los ferrocarrileros ingleses, fomentaron el trueque del atraso colonial por la servidumbre al capitalismo extranjero. En eso estamos y en plena zafra. Justo es advertir cue si la economía de las distantes provincias mediterráneas no echaba muchos brotes bajo el cetro de la Federación rosista, apenas les iba mejor a las del litoral. g' El ganadero o el saladerista entrerriano, por ejemp!, debe traer a la capital los fi'utos destinados a la exportación "...des pués de pagar los derechos locales, esos frutos deben soportar otros en Buenos Aires". ... Vendidos en Buenos Aires, el productor entrerriano no puede recibir suprecioenmetáEçQppqueleesprohibidoelextraerlo, ni tocoenpñnelmoneg, porque éste no tiene valor ni curso en Entre Ríos; en consecuencirecibaxsetahco o pa pel, se ve obligado aerlrboen Buenos Aires - mismo, iesultandoe en rigor ynjaucirse a cambiar forzosamente sus cueros y sebos por efectos de ultramar." (El Comercio del Plata, 20 de noviembre de 1849)., amorosa de porteños e ingleses, la Santa Fe-
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deración resultaba madrastra para las provincias. Es algo tan claro como el lucero del alba. Pero no era cosa sólo de Rosas y los suyos. El grupo de nuevos gerentes porteños que le sucedió, procedió lo mismo porque defendía exactamente los mismos intereses de casta y por eso cuando la nueva organización nacional planeada y acometida por TJrquiza amenazó nacionalizar la aduana, Buenos Aires _.±frL&.. n_q só1Q se-pararse- del resto del país sino-que , - con .Mitry...alentín Alsinapr lazarillos —como veremos más adelante— dio los primeros pasos para decapitar al país declarándose republicindependiente, Rosas se restregó las manos y manifestó su redondo acuerdo. Quince años después aún se mantenía en sus trece: "Las pasiones de los provincianos, ni aun reducida la provincia de Buenos Aires a la degradación vergonzosa y miserable en que la han colocado, están satisfechos. Y en tal caso, qué debe hacer cuando hombres de tan distinguida capacidad, por su ilustración y estudio, como el señor Doctor Alberdi, S. E. el señor Capitán General Urquiza, el señor Doctor Presidente Sarmiento, y tantos otros, no dejan de favorecer ese espíritu de ardiente injusticia contra la provincia de Buenos Aires? Así. . . es obligada ante la desesperación a declararse estado soberano e independiente. (Carta de Rosas a Rozas y Patrón, 7 de febrero de 1869, Archivo General de la Nación, 3-5-7). Como verá el lector, don Juan Manuel ha permutado el lenguaje urinario-inquisitorial plagiado al padre Castañeda que usara durante su gobierno por otro mantecosamente cortesano sin que en su monolítica mollera se hubiera filtrado una sola idea nueva. ¿Que fuera de su Buenos Aires le importaba de las otras provincias lo que al rufián jubilado de su ramera vieja? Lo dice él, no nosotros.
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Pero lo mayor y mejor falta. Son bien conocidos la desconfianza cerval y el odio lobuno de don Juan Manuel a todo lo que no sea arcaico y tradicional, se llame religión o boleadoras. Lo que se conoce menos es que con su anuencia y beneplácito su hermana Agustina usara un coche que perteneciera a Luis Felipe y él en Inglaterra gastara lacayos con librea y llamara duquesa a Manuelita. Sus ideas coloniales se volvieron imperiales en Europa frente a las agitaciones y cambios de ideas y de hechos: "Los adelantos y descubrimientos de que estamos tan orgullosos ¡Dios sabe solamente a dónde nos llevarán! ¡Pienso que nos llevan al caos!" "Por la ensefianza libre la más noble de las profesiones se convierte en arte de explotación a favor de los charlatanes". "Eso que llaman derechos del hombre no engendra sino la tiranía". Receta contra las luchas sociales de la época: "La dictadura temporal del Papa en Roma con el sostén y acuerdo de los soberanos católicos". Contra la Internacional Obrera: "Cuando hasta en las clases vulgares desaparece el respeto a las leyes. . . y a las penas eternas sólo los poderes extraordinarios son los únicos capaces de hacer cumplir los mandamientos de Dios y. respetar al capital y a sus poseedores". (C. Ibarguren: Juan Manuel de Rosas).
Pero lo que la mayoría ignora es que Rosas, que había fomentado la candidatura de Manuelita a princesa heredera de su gobierno (A. Saldías: Historia de la Conf. Arg.), y cuyo gobierno fuera una monarquía de rebenque y espuela, Rosas, que perfeccionara en Europa su ideario político, alumbró un día, con ayuda de corresponsal, Roxas y Patrón, la idea redentora de todos nuestros males públicos: sentar de gobernante vitalicio del Plata a la princesa Alicia, hija de la Reina Victoria, resolviendo encargar de Alberdi el proyecto de la nueva
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Constitución. (Carta. de J. M. Roxas y Patrón a Rosas, 1 de enero de 1862, y de Rosas a Roxas y Patrón de 6 de febrero de 1864 y 28 de abril de 1865. A rchivo General de la Nación, 3-4-7). Y más tarde, molesto con la demora de Alberdi: "¿Por qué no se pronuncia claro por la democracia real? ¿Por qué no señala el vástago regio de familia y desenvuelve el plan salvador único en las conveniencias por todas las partes interesadas?" (Carta a Roxas y Patrón, 27 de ab;il de 1867, A rchivo General de la Nación 3-5-7). Como se ve, la idea de constituirnos en un virreinato inglés había prendido a fondo en Rosas. Quizá le venía de familia. Bajo las invasiones inglesas, su padre, don León, fue acusado de pactar con el conquistador. (E. Celesia: Rosas).
IV EL CULTO DEL BECERRO DE ORO No hay como una verdad a medias para ocultar la verdad entera. El que Rosas haya sido mostrado —sin necesidad de exagerar— como un quidam mondo de todo escrúpulo para la sangre del prójimo y como un artista consumado en el manejo del terror trocado en instrumento de catequización política, ha dejado en la penumbra o en total oscuridad dos hechos fornidos: que Rosas y su comandita se enriquecieron gloriosamente a costa del tesoro público, y que el soborno y el favor venal fueron medios de persuación tan eficientes, por lo menos, como el terror mismo. Con buen ojo Alberdi habría visto oportunamente que "lo que Rosas pedía a la Legislatura, lo tenía por la naturaleza de las cosas: la aduana era poder omnímodo". En efecto, la palanca mayor de su poder no fueron las "extraordinarias" concedidas por la Legislatura, mero biombo para salvar las apariencias, ni la popularidad intensiva y extensiva, ni el terror mazorquero o guillotina al menudeo: fue el soborno practicado a manos llenas gracias a la cornucopia de la aduana. Es sabido que Rosas fue uno de los genios más favorecidos por las inspiraciones de la musa publicitaria, pero nunca se mostró más irresistible que cuando pre-
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dicaba tierras y patacones. Por ejemplo: venta a precios de quemazón de fincas de propiedad del Estado (decreto del 14 de febrero de 1835), reparto de 1.500 leguas fiscales, por decreto del 10 de mayo de 1836. (Registro Oficial de la Provincia' de Bs. A s.; José Ingenieros: La Restauración). Isistimos en que por inconsciente complicidad del común 'espíritu de clase o rango, sus adversarios han destacado con predilección casi excluyente su canibalismo político. Pero el terror sólo aliado a la corrupción venal se vuelve omnipotente. "Envileció a los empleados públicos con dádivas. Un crecido número de hombres salidos de la oscuridad - -- se encontraron condecorados ... entre ellos matreros, jefes de gavilla" (T Iriarte Memorias t Y) Bien, lo que el general Iriarte y los cronistas en general no dicen es que si muchos de los de abajo y oscuros se sentían bien servidos con unos puñados de chirolas o algún puesto o ascenso de modesta cuantía, los preclaros —casi toda la oligarquía porteña— exigía onzas constantes o latifundios mugientes, todo sin alarde populachero, con la más exquisita discreción y el silencio. Rosas mismo no era insensible a la susceptibilidad del mostrador o el rubor del saladero: "No hay cosa más dura e inhumana que obligar a un hombre a hacer manifestación de su fortuna". (Mensaje del 27 de diciembre de 1837 a la Legislatura). Quizá pocas veces se haya acuñado una sentencia más filosófica. Tomémosle el peso. Fusilar a una muchacha soltera encinta por una desliz de alcoba podrá ser quizá un trance discutible, poro qué es eso junto a la monstruosidad de obligar a un hombre rico (a Séneca, por ejemplo, filósofo y usurero) a poner a la luz del sol los velados y tortuosísimos caminos que lo llevaron a
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la fortuna! Es la dureza y la inhumanidad condensadas... ¡Cómo conocía don Juan Manuel el pecuniario corazón del hombre rico! Por cierto que no hay el menor énfasis en la denuncia de Iriarte, si bien debe agregarse que en la tarifa de avalúos de la Federación los servicios más escalofriantes eran los más cálidamente retribuidos. Ejemplos hay a porrillo. De simples civiles, Parra y Santa Colonia, y de mero sargento de policía, Cuitifio, ascienden acoi neles graduados sin dernioi arse en los grados intermedios. Verdad es que se trataba de los tres mejores desmochadores que tuvo la Restauración. Cada uno de ellos se esforzó en la medida de sus posibles por no mostrarse indigno de sus galones. Parra, muy español y católico y más rezador que una monja, había creado un estilo propio dentro del degüello. Santa Coloma degollaba por la nuca, por que era muy sensible y lo impresionaban los visajes de la víctima. Urquiza, que también era muy sensible, lo favoreció después de Caseros haciéndolo despachar según su estilo. Al pobre Cuitiño se le paralizó una mano de tanto operar gargueros. El verbo de la Federación era tan sanguinario como sus cuchillos. "Siempre listosestaremos perseguir de muerte a todo forajido unitario q ue tan. sólo &palabifnsulte la ilustre persona de V. E.". Aidrés Parra (Nota del 18 de agosto de 1839). "Los hijos desnuesas manos el puñal naturalizaos d hand e pr obar en nuestras ---------------------------------------------—,que- desnudo conservaremos para sostener la ilustre persona Y E. " . Ciriaco Cuitiño (Nota del 6 de agosto le 1839) "Y o pido al Poderosa que no me de muerte natural sino cieóllhñdó fiáñcses y unitarios" (Nota/ del coronel - Martín Santa Coloma: Gaceta Mercantil,
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agosto de 1839).
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¿Cómo eran recompensados por el tesoro público estos filantrópicos próceres? En el proceso que le fue incoado a la burocracia mazorquera después de Caseros consta que "la orden de degollar a D. F. Lynch, a D. I. Oliden, a Mason y muchos otros la recibió Parra del mismo gobernador Rosas, verbalmente. Que luego de ejecutarlos pasaron él (Cuitiño) y Parra a la Casa de Gobierno, y quedándose Cuitiño en el patio entró Parra adelante. . . Que Parra repartió quinientos pesos a cada vigilante y a él le entregó mil que le mandaba Rosas". (Declaración de Cuitiño: Proceso a Rosas). Jerarquía y sueldo de coronel y mil pesos de aguinaldo de tarde en tarde —digamos de cerca en cercano está mal para un ex sargento o un ex nada. Santa Coloma les mató el punto a sus colegas, pues obtuvo del Restaurador por sólo "120.000 pesos el remate del derecho de corrales de Buenos Aires que producía medio millón al año, todo ello amén de dos estancias ajenas pobladas de ganado, de tres casas en Rosario y una división de soldados que explotaba en su servicio" (Sarmiento: Campaña en el Ejército Grande).
iiiataores o degoui s R ocasión, no de profesión, tampoco fueron olvidados por la generosidad de la Santa Federación. Veamos algunos casos a título de ilustración: "Por cuanto el miliciano Juan Durán tuvo la suerte de darle alcance y cortarle la cabeza al salvaje unitario coronel Pedr o CasiT se le acuerda el uso de barba y bigote federl 2 pesos mensuales de sueldo, media legua de tierra, 200 cabezas de ganado vacuno y 200 de lanar". El comandante Miñana, afortunado segador y conductor de la cabeza del coronel Zelarrayán, recibe 2.000 pesos por tan benem óiervicio. Ante otro servidor de la Federación aún más glorioso, el pardo Bracho,
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matador de Lavalle, la magnanimidad del Restaurador se vuelca como represa rota: un tercio de legua de terreno, 600 vacunos, 1.000 lanares, una medalla de plata, 2.000 pesos de premio y 200 pesos mensuales de sueldo. (A rchivo de la Nación. Papeles de Rosas). ¡Vale la pena servir con gusto y aún sacrificarse cuando un gobierno sabe avaluar y reconocer el esfuerzo honrado! Mas todo esto es bicoca al lado de las retribuciones acordadas a cada uno de los actuantes en cada una de las batallas ganadas a los sacrílegos enemigos de la Santa Federación. A los vencedores de Sauce Grande, acción librada el 14 de julio de 1840. Al general Echagüe, una espada de oro y brillantes, a los demás generales espadas de oro, y medallas de oro a los jefes, y de plata para los oficiales, a los soldados medallas de metal, además: Al general en jefe: ......3.000 vacunos A cada general- ........2.500 A cada coronel .........1.500 ,, A cada teniente cnel.: ... 1.000 A cada mayor .........500 ,, A cada capitán: .........400 A cada teniente: .......300 ,, A cada alférez: ..... . ... 200 ,, • cada sargento: ........100 • cada cabo: ...........80 ,, • cada soldado: ........50
y 3.000 ovejas ,, 2.500 ,, 1.500 1.000 ,, 600 ,, 500 ,, 400 300 ,, 200 180 ,, 100
Cuando la victoria del Quebracho Herrado e Oribe sobre Lavalle, librada e128 denoviembre de 1840,los premios en espadas, medallas, astudos y lanudos, se repite
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al pie de la letra, y con una pequeña rebaja a los ganadores de otro minúsculo encuentro en Córdoba. (A. Zinny: Historia de los Gobernadores t. 1). Ni la policía ortodoxa de sable ni la heterodoxa de facón eran suficientes, según el gran rabadán, para salvaguardar el orden estabular de los ganaderos. Era necesario una burocracia del espionaje y el chisme, formada por las negras de buen ojo y mejor lengua: especie de Agencia Central de Informaciones inspirada y comandada por doña Josefa Ezcurra. Ni decir que esta repartición, en que la piel blanquecina o parduzca colaboraba desde afuera, cobraba sin atraso sus emolumentos. He aquí algunas constancias consignadas en la Gaceta Mercantil de febrero y marzo de 1843:
Total distribuido ................ Por servicios extraordinarios ..... Entregado a diversos individuos por servicios públicos extraordinarios ,,
248.744 50.171 68.313
Por servicios extraordinarios o muy extraordinarios: J. Canaveris ...... . ... .. ..... ..,, Encarnación Sosa ... ....... .....,, Teresa Campos ..... .... ........ ,, María Salas .....................,, Catalina Ramos ..... ......... ... Dominga Mora]es ............ . ... Manuela Reyes ............ . ..... Jacoba Pereda .... . ............. ,, Isabel Sagueiro .......... . ...... ,, Doña Juana L. ...... . ........... ,, Doña Petrona G. ............... ,, Doña Mercedes T. ....... . ....... ,,
500 500 2.000 2.000 2.000 2.000 2.000 2.000 1.000 1.400 1.800 2.000
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Todo lo hasta aquí consignado reza para funcionarios de mota, cerda o medio pelo. ¿Qué ocurre entre los bien peinados, comenzando por los muy privilegiados que rodean a la muy augusta persona? Refiriéndose a los Anchorena y sus anexos, Juan Thompson los llama , los "monopolizadores de la riqueza pública". La prensa de Montevideo vivió machacando hasta el bostezo que la dictadura era una sociedad anónima de irresponsabilidad ilimitada, con Rosas como presidente del directorio, y este aspecto de la prédica fue sin duda uno de los factores, en la resolución de marzo de 1848, de 'exigirle a Florencio Varela, por intermedio de Oribe y su sicario, que se callase para siempre. Dos de los más meritorios mandaderos y lenguaraces de Rosas —Lorenzo Torres y Rufino de Elizalde— son los que después de Caseros demostraran que el director espiritual era un caco oficial casi sin parangón. ¿De dónde salió, pues, ese retintín de honrado, flotando sobre el flujo y reflujo de cadenas y de sangre? Del mismo sector adversario de la clase dirigente que, tal vez inconscientemente, busca evitar la difusión de este secreto común: que en toda sociedad de clases, el gobierno se hace en servicio exclusivo de la pequeña clase dirigente, y desde luego, del grupo gobernante. J. M. Ramos Mejía, habitualmente tan lúcido, yerra tristemente esta vez aunque pone, sin quererlo, el dedo sobre la llaga:"Debemos hacerle justicia; tuvo indudablemente esta grandeza de buena estirpe: el soberbio desprecio por la plata. No guardó jamás (de los dineros fiscales) los distribuyo con fines de puro yu..srv predominio personal"._ (Rosas y su tiempo) En primer lugar, ese desprecio de la buena raza por la plata no parece haber andado nunca sobre la tierra. Los fundadores de la nobleza de Occidente —como los caballeros de Homero o los nobles de Roma— construye-
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ron su "grandeza" con la violencia, el expolio y el fraude, es decir, secuestrando tierras y acumulando botines de guerra como el judío acumulando botines de usura: unos Y otros de la sangre y el sudor del prójimo, y unos y otros j ,rando por la Biblia. En el caso de nuestro héroe las pruebas al respecto son tan aplastantes como la caída de la torre de Babel. Según Rivera Indarte, en su ensayo biográfico sobre Rosas, y Manuel Bilbao en su Historia de Rosas, el rompimiento de Juan Manuel, mozo de 18 años, con sus padres, se produjo porque doña Agustina, que sabía de administración de vacas y por ende tenía a qué ateners6, acusaba al hijo ante el padre de echar más terneros en su propio redil que en el paterno. Rosas, ya en el poder, llevó una expedición venatoria contra los indios pampas. Está documentado que en ella ordenó al coronel Ramos que con el herrumbroso argumento de un conato de fuga, procediera a liberarse de los prisioneros de vincha. Es sabido también que el 8 de julio de 1836 mandó fusilar al cacique Corrané y a 110 infieles en la plaza de Retiro (F. Varela: Efemérides; T. Iriarte: Memorias t. V), con el sólo objeto de alebronar a los infieles. Todo lo que se quiera, pero en el llano su teoría y su práctica fueron fornidamente opuestas: debía cultivarse la amistad de los salvajes, cebándolos con toda clase de dádivas... siempre que él hiciese de intermediario entre los indios, que no entendían de gobierno, y el gobierno, que no entendía de indios. Aquí, naturalmente, estaba la copiosa ordefla, como ocurre con todos los proveedores, con licitación o sin ella, amigos del gobierno. No se trata de una meza, aunque obvia presunción. Rivera Indarte: (Rosas y sus opositores), Celesia: (Rosas), y sobre todo el general Iriarte: (Memorias), han
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denunciado al menudeo estas torrenciales raterías del futuro Defensor de la independencia americana. ¿Cómo dudar de que "el negocio pacífico con los indios" continuó más y mejor desde el poder? En el primer presupuesto de gastos de su gobierno figura una lista de regalos a los indios —vestidos, obsequios, yerba, tabaco, azúcar, sal, yeguas, ovejas, aguardiente, vino, pasas , de uva y (¡el gobernador haciendo de mesonero de indios en sus propias estancias!) "mantención diaria de tres mil indios que viven en los Cerrillos" —todo por la entonces astronómica adición de $ 1.727.400. (Presupuesto de gastos presentado a la Legislatura en 1830). Cuando después de la Campaña del Desierto la Sala de Representantes condecoró a su héroe con la isla Choele Choel, tan remota con el paraíso terrenal o el otro, y por ende no traducible en chirolas, Rosas renunció abnegadamente a ella, resignándose a que se permutara su extensión por sesenta leguas cuadradas bonaerenses, más la estancia del Rey, por alboroque. (Rufino de Elizalde: Discurso en la Cámara de Diputados, 3 de julio de 1857). En 1829, en vísperas de su ascenso al poder, Rosas consiguió de •su amigo Lavalle, que antes de dejar el gobierno le hiciera pagar unos $ 24.000, importe de unas vaquitas introducidas piadosamente en la ciudad sitiada por él. (IB. González Arrili: Unas vacas ele Rosas). Toda su vida privada hasta 1829 había sido la de un comerciante y especulador de éxito, no peor ni mejor que otros, pero, eso sí, sin descuidar una sola de las mañas y artimañas en que descuellan todos los del gremio, con mayor o menor baquía personal. José Ingenieros es quien mejor ha analizado las actividades ganaderas y mercantiles de Rosas antes de ser hombre público. De tal estudio se desprende: 1) que en 1815 se constituyó la sociedad estanciero-saladeril Rosas-Terrero y L. Do-
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rrego que adquirió los o de La Guardia del Monte con Los Cerrillos por centro, fundando el saladero Las Higneiritas---------------------sobre la cosfiRf Quilmes pues necesitaban puerto propio para burlar el impuesto a la exportación ganadera; 2) que poco a poco dicha comandita organizó un trust de hacendados y saladeristas, dirigido por Rosas, que logró monopolizar el abasto de la ciudad, hizo promulgar leyes a su favor, obtuvo privilegios fiscales y p4cisivamenteen la política de la provincia, 3) que en 1820 el referido consorcio "dominaba las dos terceras partes del territorio poblado de la provincia y las nueve décimas partes de su costa marítima"; 4) que ya en 1817 los habilísimos manejos del club capitaneado por Rosas y Terrero puso la carne de consumo fuera del alcance del pobrerío, a tal punto que el Director Pueyrredón expresó el asombro y la protesta populares por "la carestía y escasez de carne que se experimentan desde algún tiempo en nuestra capital en medio de la abundancia de ganados. . ."; 5) que durante la guerra con el Brasil, el trust jifero y saladero siguió contrabandeando más y mejor, en medio de las angustias financieras del gobierno de Rivadavia, quien se atrevió al fin a ponerle la mano encima con el decreto de abril de 1826: "Art. 1 9 ) Se prohiben las importaciones de mercaderías por la boca del Salado o cualquier otro puerto que no se halle habilitado por el gobierno, bajo pena de incurrir en todo el rigor de las leyes". (J. Ingenieros: Evolución de las ideas
argentinas). Naturalmente, a las específicas ventajas arriba anotadas, agregábanse las de la profesión bajo un gobierno de estancieros. "El dueño de treinta mil cabezas —confesaba el mismo D'Angelis— sólo entrega al fisco el valor de cuatro novillos". ¿Qué mucho que al llegar a su gobierno Rosas fuera tal vez el hombre más rico del país? Su fortuna era ya considerable, más considerable que la de
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los señores Anchorena". (Saldías: Historia de la Confed. A rgentina). Ya como administrador oficial y con "las extraordinarias" en un puño, creó un rubro llamado Gastos extraordinarios, que era el tonel de las Danaides federal, pues de ellos no daba cuenta a nadie, ni a la Mazorca. (J. M. Ramos Mejía: Rosas y su tiempo). Es decir que como el general Urquiza, como Trujillo, o cualquier otro jefe de Estado indiscutible, ignoraba dónde terminaban sus finanzas y dónde comenzaban las del gobierno. Naturalmente las suyas crecieron como las de un boticario en una época de peste. "Compró infinidad de quintas en el distrito de Palermo, envió al Banco de Londres crecidas sumas. . . Las tierras que posee, henchidas de rebaños, se extendían desde el arroyo Seasgo, entre la Guardia del Monte hasta los orígenes del arroyo Azul. (El Nacional, 18 de enero de 1842). Su misma quinta de Palermo se hacía con soldados y sueldos del gobierno. (M. Marmier: Le•ttres sur l'A merique). Tampoco se asombre el lector de otra novedad: según los investigadores, M. R. Trelles, Juan Alvarez j - el soD'Aneh m gs, cl on Juan Manuel, como IaCADE entre nosotros, no pagaba impuestos. Tanto o más que los gobernantes itacíffó tffifflos rurales —desde Facundo a Rosas y desde Rivera a Urquiza— han sido cleptómanos en grado heroico. Se comprende sin esfuerzo que, como ocurre con todos los gobiernos a quienes se les va la mano en el ejercicio del poder —y apenas si hay excepciones— el barro salpicaba tanto como la sangre no sólo al que esgrimía la batuta sino a toda la orauesta.. Pues naturalmente la dictadura de Don Juan Manuel, como todas, era una socie-
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dad comanditaria cuyos miembros reventaban de glóbulos rojos mientras la anemia consumía al público. "Rosas miente para mantenerse en el poder, porque cada día que pasa deja en su bolsillo veinte mil pesos más o menos. Está calculada la venta diaria de Nicolás Anchorena en 15.000 pesos. Así corno no ha de chillar por lo que él llama patria" (Alberdi: Obras Póstumas, t. XIII). Recién hoy el mundo se atreve a reconocer una verdad muy antigua: "El patriotismo —dice Bertrand Russell— está íntimamente ligado al dinero". Ya vimos cómo agraciaba el régimen a la burocracia menor de delatores y verdugos. Naturalmente la burocracia mayor cobraba en proporción a su volumen. Los expatriados de Montevideo, que conocían las cosas muy de cerca, denunciaron hasta el aburrimiento el monopolio comercial que ejercían los Anchorena, primos del Restaurador. El mayor, don Tomás, no sólo era tocayo de Torquemada, sino que tenía su misma índole y convicciones y se las contagió a don Juan Manuel como el resfrío contagia la tos. Caballero del más puro tipo godo y virreinal, no ocultaba su escaso entusiasmo por la Revolución de Mayo y por su líder "el famoso señor don Mariano Moreno", ni su tirria a "los delirios" del señor Rivadavia y al más venial amago de innovación y modernidad. "Es la Inquisición, el fanatismo y la Edad Media en una sola persona", decía Alberdi, aunque olvidaba agregar que su amor a las vacas pampeanas no era menos férvido que su amor a la Trinidad. Su hermano Nicolás tenía su mismo entusiasmo por los latifundios y los terneros, aunque los prefería convertidos en patacones, y según el mismo Alberdi cultivaba la campechanía como su primo gobernante siendo capaz de eructar delante de un hambriento. Los tres primos eran los que detentaban el poder
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económico, político y militar en sus manos. El • poder legislativo y el judicial y los generales estaban para cubrir las apariencias. Para eso se les pagaba y premiaba. El Comercio del Plata, de Montevideo, informaba al curioso que Baldomero García negociaba a precios de joyería los permisos para introducir una materia muy escasa en Buenos Aires llamada harina, como asimismo, que el ministro Arana se resignaba a aceptar algunos pequeños latifundios de la gratitud de sus favorecidos. (15 de junio de 1848). Pedro Jimeno, comandante del puerto, y sin dar un paso, fuera de él, se enriquecía más que muchos andariegos piratas (A. Díaz: Historia Política y Militar). Don Justo lo imitaba y superaba en su Entre Ríos. "Según versiones autorizadas, el mismo Rosas era un activo comerciante en trigos y harinas, y mientras él tenía un grano que introducir no entraba un buque al puerto que trajera ese artículo". (J. M. Ramos Mejía, ob. cit.). En el Proceso a Rosas quedó probado que 20 millones de pesos de la Caja de Depósitos y cuarenta millones más habían naufragado en algún golfo sin fondo. Sus colaboradores Torres, Anchorena y Elizalde, intentaron lavarse la conciencia más manchada que pantera alegando que "las extarordinarias" no le habían sido concedidas para quedarse con vidas y dineros ajenos. Y fue el Dr. Torres quien calculó que lo sustraído por Rosas al tesoro público alcanzaba a 4.647.000 pesos. (Manuela Rosas de Terrero u Juan Manuel de Rosas contra el Poder Ejecutivo de l a Provincia de Buenos A ires). Elizalde por su parte informó que Rosas había invertido 4 millones en sus propiedades de Palermo (IR. Cárcano: Urquz ay 4. x Es sabido que la dictadura echaba cuatro tentáculos sobre los bienes comunes de la colectividad: a) los auxi-
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líos; b) los regalos; e) las confiscaciones; d) las emisiones. Rosas no sólo podía disponer a su antojo de muchos millones del presupuesto, sino también, por esos cuatro expedientes, de todos los bolsillos privados. Con el argumento de las penurias en que ponían al tesoro público los desmanes de los "salvajes unitarios vendídos al oro vil de los franceses", el Restaurador del orden solicitaba el auxilio de los leales federales y nadie se sentía con ánimos para simularse sordo. Por su parte, amenazados en sus propiedades y en sus nucas, los míseros unitarios acudían al regalo como a un pararrayo. Los generales Prudencio Rosas y Manuel Corvalán, los señores Garrigós y Mariflo, el Dr. Lepper, la propia Manuelita, y sobre todo doña Josefa Ezcurra, según secreto a voces, se beneficiaban en grande con esta fama de las finanzas restauradoras. La confiscación de propiedades unitarias era uno de los alicientes más poderosos del fervor federal. Bastaba la denuncia de un buen cofrade de la causa para iniciar la op eración. Siempre, claro está, que el Restaurador la autorizara con esa rúbrica suya con más vueltas que una tripa o un remolino. A veces bastaba la orden verbal del Jefe de Policía proclamando que "S. E. había dispuesto proceder a la venta de todas las casas y de cuanto pertenezca al salvaje unitario Lucas González, entregando el importe a la Caja. de Dep ósitos, de cuya venta se exceptúan las estancias, porque ésta.s quedan para premios acordados al ejército" (J. M. Ramos Mejía: Rosas y su tiempo). Generalmente a la orden de confiscación precedía la orden de degüello del confiscado, como en el caso del supradicho González, con lo cual se buscaba evitar la molestia del reclamo. ¿No dice un historiador de hoy, que "mientras Colón descubría América, el muy católico Fernando descubría a los judíos"? Nuestro no menos
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católico Juan Manuel había descubierto a los unitarios, que además de salvajes eran impíos. Bajo los gobiernos unitarios Rosas había considerado crimen de lesa patria la emisión de papel moneda sin respaldo metálico. Ya en el gobierno, cambió veleidosamente de opinión, y tanto, que sólo bajo el bloqueo francés llegó a emitir 75 millones de pesos. (¿Era o no era un modo de saquear los bolsillos del contribuyente este curso forzoso de montones de papel equivalentes a hojas de otoño?). Casi huelga insistir que entre los mimados del régimen las charreteras estaban a la vanguardia. "El coronel N. Martínez Fontes cobró quince mil pesos porla denunTa conspiración de Maza." (El Nacional, 12 de agosto de 1839). "Mansilla (el viejo) tenía a San Nicolás por patrimonio y aquella población soportó por ocho años los despojos, las tropelías del cínico general cuñado de Rosas". Eso cuenta Sarmiento, que en 1852 pudo también averiguar personalmente que en las estancias del general Echagüe los soldados rosistas a las órdenes de Santa Coloma, servían de peones sin salario alguno en las tierras. Y que los jefes del sitio de Montevideo aumentaban sus sueldos con cueros de tigre cazados por sus soldados. (Campaña en el Ejército Grande).
Si un mero general, felón o degollador, podía acopiar tan gordas migajas, queda por cuenta del lector sospechar lo que vendimiarían los bonetes mayores, la parentela sagrada: el hermano Prudencio, el hijo Juan, el primo Simón Pereyra, los primos Tomás, Nicolás y Juan José Anchorena. Pero el lector no precisa exprimirse el magín, pues hay constancias incontestables. "Prudencio Rosas. . . dejó marcado su tránsito por la provincia de Córdoba y eterna memoria... . Su ejército marchaba subdividido y ocupando un gran frente para
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explorar las estancias y las más miserables habitaciones: ganado vacuno, caballar, mular, burros, y en fin, cuanto encontraban al paso arrebataban sin piedad al pacífico vecino. Prudencio juntó así grandes tropas y cuando llegamos a la provincia de Santa Fe las hizo conducir a su estancia cuidadas por partidas de su regimiento." (Tomás Iriarte: Memorias). "He podido comprobar —dice el Dr. Bartolomé Ronco, del Azul— mediante las diligencias de mensura que se conservan en el Departamento Topográfico de la provincia cuáles fueron las concesiones enfitéuticas afectatadas por el decreto mencionado.., y una de ellas era por doce leguas a favor de Miguel Rodríguez Machado, quien la transfirió, ya fundado el Azul, al general Prudencio Rosas, hermano de Juan Manuel, y otra, por 32 leguas, era a favor de Eugenio Villanueva, y pasó a beneficiar, por la sola voluntad de Rosas, a su hijo Juan, de modo que hermano e hijo se quedaron con 52 leguas...". "Esta afirmación va a encontrar seguramente un eco adverso en la fama de escrupulosidad con que Rosas manejaba los dineros fiscales, . . (que) no ha impedido que las 24 leguas de campo que originariamente y por compra a Julián y Miguel Torres formaban la estancia Los Cerrillos, donde Rosas comenzó su fortuna, alcanzaran la extensión de más de 120 leguas durante los años de su gobierno.. Si después de esto, alguien sigue creyendo en la honorabilidad privada de Rosas, es un ángel de las alturas caído en una cloaca. "Es sabido que Rosas en todas sus obras sólo piensa en la prosperidad del país, y cuando emplea fondos públicos en el mejoramiento de sus propiedades, sólo es movido por una tierna y fraternal afección hacia sus súbditos". (X avier Marmier: Lettres sur I'A merique).
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Todavía falta algo. "La generosidad no es virtud Que brille entre los federales. Don Nicolás Anchorena que ha dejado ocho o diez millones de pesos a sus herederos, vendía terneros al gobierno y los cobraba por novillos. . .". (Carta de Pedro de Angelis al general Guido, de setiembre de 1856. A rchivo General de la Nación). Pero las comadres de más estrecha y larga intimidad suelen pelearse un día por una nada. Ocurrió que un día, en su destierro inglés, sin tener en quién aplicar su aguerrida y depurada erudición dictatorial, y también medio escaso de bianca a raíz de haberse arriesgado a sostener dos casas y a estrenarse como tenorio callejero, ocurrió, decimos, que Rosas escribió a sus primos de sangre y hermanos de política mercantil, los Anchorena, reciamándoles ciertos sueldos impagos de los ya remotos antaños en que fuera administrador de sus estancias. Como el único que de ellos vivía aún, don Nicolás, le dio la callada por respuesta, don Juan Manuel dejó hablar su sensible corazón: " El (el primo Juan José) sabía que no era solamente el precio de esos mis servicios, como encargado de sus estancias, lo que me debían. Entré y seguí por ellos y por servirlos en la vida pública. Durante ella los serví, con notoria preferencia en todo cuanto me pidieron y en todo cuanto me necesitaron. Esas tierras que tienen, en tan grande escala, por mí se hicieron de ellas comprándolas a precios moderados. Hoy valen millones. . . Podría agregar mucho más si el asunto no me fuera tan desagradable". Nada, en efecto, más desagradable al olfato que el olor de la ropa sucia. Pero no importa. Es la pieza que faltaba para armar toda la máquina. Ya en su tiempo no faltaron quiénes entreveraron lo que hoy todavía no logran ver claro ni la beatería turbia de los resistas ni la beatería miope
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de los antirrosistas: que la dictadura fue un sistema creado por un clan de saladeristas y tenderos porteños que tenían en Rosas y los A nchorcna su comité ejecutivo y en las rentas de la aduana u el reparto de tierras el Sésamo ábrete del éxito. El 1ro. de diciembre de 1852 los jóvenes Juan y Nicolás Anchorena —hijos de don Nicolás— visitan a Rosas en Inglaterra, quien les expresa con modestia que corno Buenos Aires ni la Confederación cuentan con un hombre capaz de gobernar el país, él, olvidando nazarenamente todos sus agravios, está dispuesto a volver para servirlos, a la primera seña. De paso se queja a muerte de Manuelita por haberle inferido un yerno a mansalva. Después formula instrucciones precisas a fin de borrar todo rastro clandestino del engrandecimiento territorial y financiero de los Anchorena y del suyo propio. "A tiempo de despedirnos nos llevó a una pieza aparte. Nos dijo como quien no dice nada, que todas las cartas que Ud. posee concernientes a él, lo mismo en poder de la testamentaría las que hubiese de él, las quemase; que él ya había quemado las cartas concernientes a Ud". "Todas las cartas de la Campaña del Desierto y otros papeles posteriores —continúan diciendo 105 jóvenes a su padre— están en poder de mi tío Tomás y le suplica a Ud. sean quemadas". (A. Dellepiane: Nuevos documentos de Rosas en el destierro; Boletín de la Academia Nacional de la Historia t. XI, citado por J. L. Busaniche). "Retenida la tierra en poder del Estado después del decreto de Rivadavia durante siete años, abre Rosas la era del derroche el 9 de junio de 1832 en que inicia el derrumbe de la enfiteusis con un decreto poniendo en vigencia otro de Viamonte... por el cual se dan suertes de media legua de frente por legua y media de fondo en la nueva línea de fronteras ...A comenzar de este deere-
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to la tierra fue entregada a la marchanta... ". (J. Oddone: La burguesía terrateniente argentina). Por el decreto del 14 de noviembre de 1835 se venden a precios de quemazón o puramente platónicos fincas de propiedad del Estado, y por un nuevo decreto se reparten 1.500 leguas. (Decreto del 10 de mayo de 1836: Registro Oficial de la Provincia de Buenos A ires). Entregar por venta o remate, o con el pretexto de colonizar, o como premio a los militares perseguidores de unitarios, paraguayos o indios, las resultas fueron las previsibles y secretamente buscadas: nunca se colonizó nada y todo el agro argentino pasó a unas cuantas docenas de honorables garrapatas nativas y extranjeras.
a A tilio S. Pérsico
i!1 EL APARCERO DE LA LIBRA ESTERLINA En el Génesis, cuando Jehová explaya su voluntad de hacer llover tizones sobre Sodoma y Gomorra, y su ahijado Abrahám pide clemencia en nombre de los cien justos que pidiera haber, Jehová contesta que perdonaría por ese número, pero que no io hay. El patriarca sigue amolando y pidiendo, con la esperanza en merma, por cincuenta, por veinte, por diez, pero en vano. Sólo Lot está limpio del antártico nauseabundo pecado. Con Rosas y su "sistema americano" ocurre algo peor. No sólo hay su aplastamiento inmisericorde del interés de la nación al jefe de la pandilla saladeril porteña —y su vocación de vampiro por la sangre del prójimo—, o sus bufonadas para ordeñar el máximo de humillación y vergüenza de la gente, —o su magnanimidad en la dilapidación del tesoro público y el abarrotarniento de la bolsa propia o de sus conniventes—, o su ego tumefacto que lo lleva a atribuir a su genio militar las hazañas de la conquista del desierto o la defensa de la independencia americana. Hoy que toda esta constelación de menguas no iguala posiblemente en la balanza a la mayor de todas, su adhesión y obsecuencia incorruptibles a Inglaterra, es decir, a nuestra colonización por cuenta de la libra esterlina. Corno hubo de por medio un bloqueo anglofrancés
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y Rosas se hizo dar el título de guardián de nuestra independencia y de la del resto de América, y los rosistas póstumos aún toman eso en serio hasta hacer de ese mérito magno el santo y seña que obliga a dejar pasar sin expurgo las faltas de cortesía de don Juan Manuel con la propiedad, la libertad y la garganta del prójimo, es indispensable demorarse un poco en el tema. Debemos admitir de entrada que sus títulos de patriota son más difíciles de advertir q ue alfiler en pajal. Serlo en una época de revolución sin vuelta de hoja y camorra contra un rey custodiado por Dios y el Papa, era algo más que prenderse una escarapela o desfilar con charanga un nueve de julio. Era ofrecer sin condiciones el servicio y el sacrificio de su persona y su bolsillo. (Por eso el sólo nombre de Manuel Belgrano nos limpia un peco de la roña y el fraude púnicos de nuestros días). A ambas cosas se sustrajo esmeradamente el escultural y pudiente mozo veinteaflero que era don Juan Manuel nor esa fecha. No sólo le dio la espalda a la guerra contra el rey de España o el emperador del Brasil, sino que conse..gránclose pacíficamente a coleccionar vacas y patacones no pudo evitar la añoranza de "los años de tranquilidad que precedieron al 25 de mayo" (idílicos suspiros suyos) sin darse tiempo siquiera a inscribir su nombre en alguna de las suscripciones patrióticas tan comunes en la época. Más todavía: entre las variadas muestras de habilidad que Rivera Indarte le reconoce a. Rosas figura la de que puso todo su fogoso empeño en frustrar el enganche de voluntarios para la guerra del Brasil, valiéíose de los servicios de una pulpera. Es verdad que acostumbraba cacarear sobre una nota de Liniers a sus padres felicitándolos por la benemérita conducta de su hijo en la segunda invasión inglesa; eso lo oyó y 10 repitió angelicalmente el doctor Saldias y 10 repitieron servilmente los Ibarguren, los Gálvez Y,
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otros revisionistas más o menos legañosos de hoy, y así hubiera quedado (porque así se escribe la historia), si alguien no hubiera hallado en el Archivo de la Nación la prueba del inocente fraude. Cuando en 1807 llegó a Buenos Aires la primera noticia de que los ingleses regresaban a probar suerte de nuevo, el joven Rosas, que militaba en el cuerpo de Migueletes, se apresuró a batirse en retirada estratégica, es decir, a pedir la baja. (E. Celesia: Rosas). Desertor el hijo, y el padre acusado de entre guista. No está mal como comienzo. No pocos cronistas adversarios de la Santa Federación atribuyen a xenofobia el conflicto del gobierno de Rosas con los de Inglaterra y Francia. No hay calumnia peor hilvanada. El deliquio por lo criollo y el frenesí contra lo gringo eran puras añagazas como todo lo suyo. Lo muestra meridianamente el que en cuarenta y ocho años de su gobierno y su destierro, nunca tuvo amigos más ventajosamente comprensivos ni protectores más filantrópicos que los ingleses. No es poco decir, tratándose de gente tan indiferente a la suerte ajena como la estrella Sirio o los monolitos. Pero hay otros antecedentes confirmatorios de nuestra tesis: ¿Acaso no fueron de importación extranjera algunos de los mejores diseccionadores de la Mazorca —los gallegos Gaetán, Me-lo, Parra y Moreira— y el mahometano Leandro Alem? ¿Acaso no confió la dirección de sus ejércitos a los uruguayos Oribe, Garzón y Maza Violin? ¿Y acaso no confió la dirección de su prensa a Pedro D'Angelis, el más inmarcesible de los alquilones italianos? No había, pues, ni en las masas, ni él, tal odio al extranjero. Que su prédica en tal sentido, fue pura patraña demagógica de ocasión lo aclara el más avisado de sus parientes: "Ser inglés, entonces ¡qué pichincha!". (L. V. Mansilla: Rozas).
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Podrá ponerse en duda su simpatía a los ingleses, pero se dirá que su odio a los franceses fue cierto e irreductible. ¡Ni siquiera eso! Cuando precisó aliarse al extranjero para luchar contra sus enemigos internos, como en 1829, lo hizo sin preguntar pelo ni rascarse el occipucio, traicionando a su patria. El 21 de mayo de 1829, Venancourt, jefe de la escuadra francesa en el Plata, alegando proceder en re p resalia de la conducta abusiva del gobierno de Lavalle, con sus connacionales, ataca en aguas argentinas —sin declaración de guerra— a seis pequeios barcos de nuestra marina, incendia a uno y desmantela a otro y liberta a los presos políticos en ellos alojados. Por tan soberana conculcación •de nuestra soberanía Rosas envía a su héroe una patriótica felicitación ("el más justo y sincero homenaje de reconocimiento") y escribe días después al cónsul Mendeville: "Obraré en todo como usted desea". Y según comunicación de Mendeville a su gobierno, el 31 de marzo de 1830, Rosas le dijo que "él se empeñó ante el comandante de la es tación para que se apoderase de los buques de la República", a todo lo cual se agregan los benévolos proyectos que Venancourt, el aliado de Rosas, expone a su gobierno: "j'ai l'honneur d'a.dresserer a V. E. le projet de cette colonisation —de la cóte des Patagones —surivi d'un plan d'attaque a Buenos Aires" (E. Celesia: Rosas). •Pero antes tratemos de mirar sin anteojeras y a la luz de nuevos aportes, la veraz filiación de los elementos en lucha. Nunca se insistirá bastante sobre la inevitable tendencia de los historiadores y cronistas •en general a enjuiciar un suceso o un personaje histórico de acuerdo a los privadísimos credos y prejuicios políticos o religiosos del enjuiciador, llegando a negar o deformar los
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hechos más obvios con tal de sacar triunfante su tesis. Treta de rábula. Rivadavia, representante de la pequeña burguesía liberal de su •época, perpetró sin duda el error magno de acometer un régimen de unidad nacional, bajo la hegemonía porteña, prescindiendo, en buena parte al menos, de las posibilidades reales de la época. En cambio de sus intentos de reforma agraria, con objeto de facilitar la inmigración, y de reforma religiosa con objeto de fomentar la educación pública, lo que no puede negarse es que eran anchamente necesarias.., menos para la oligarquía vacuna que tenía interés especial en mantener intactos el latifundio de las tierras y el del analfabetismo popular. Se explica, pues, el em p eño de los cronistas de nuestra época (en que hasta la pequeña burguesía se ha vuelto católica, es decir conservadora) en presentar a Rivadavia y su grupo en el papel que justamente desempeñaron sus adversarios: el de socios y servidores del capital y el comercio británico y sus agentes colonizadores entre nosotros. ¿Qué opinaba Rivadavia de Inglaterra? binete (el inglés) a quien sólo la grandeza y felicidad .......................... ------pvC de sus crimenes libra de las calificaciones mas degraha empleado todo su influjo con el gobierno W 8 Tos- -Estados Unidos dirigido apiohibir que se vnda a los llamados insurgentes, buques y armas y municiones de guerra; él consiente que el rey del Brasil invada nuestro territorio..." Carta a Pueyrredón, del 22 de marzo de 1817.)
Véase qué opinaba de Rivadavia la oligarquía inglesa: "Como enemigo nuestro que es trató de introducir las ideas francesas". "Confío que esta aparente prevención contra Inglaterra (intencionalmente la llamo aparente) desaparecerá cuando la influencia y el .
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ejemplo del Sr. Rivadavia desaparezcan por completo". (Carta de Ponsomby a Canning). "No esperamos más halagüeños resultados mientras el Sr. Rivadavia ocupe la presidencia. (Carta de Ganning a Ponsorníy). No hay necesidad de más luz. En cambio la vinculación del clan saladerista con los hombres de la libra esterlina es vívida hasta lo fraternal. José M. García (el que traicionó las instrucciones del presidente Rivadavia, pactando con el Brasil la anexión del Uruguay al Imperio, bajo la égida de Inglaterra y fue después ministro de Rosas) es definido por Ponsomby con una frase de oro: "un perfecto caba l lero inglés". Dorrego —gúnSa1dias—io condecoro con un par de lüa ltierr•a a Ponscmby. Rosas, como veremos, fue el más indeclinable amigo que tuvo entre nosotros WoodbÍé Parish, el inbiaaor de nuestro vasallaje a la libra ester Las distintas posiciones ante el conflicto bélico con el Brasil eran las siguientes: ,J. M. García, el gran amigo de Ponsomby y del clan saladeril, conviene con Río de Janeiro la entrega del Uruguay al Brasil; Inglaterra, después de tutelar al Brasil se empeña en obtener la independencia del Uruguay desmembrándola de las provincias argentinas, mientras el único que quiere salvar la integridad nacional es Rivadavia. "Es una gran contrariedad que el gobierno de Buenos Aires se haya pronunciado en forma tan decidida contra la solución media. . . consistente en erigir a Montevideo y su territorio en Estado independiente". (Carta de Ganning a Ponsomby, citada por J. J. Real: Manual de Historia A rgentina). La reforma religiosa conistió suscintamente en lo siguiente: 1) supresión de fueros y regalías de la Iglesia; 2) restablecimiento del derecho de patronato —que ni Felipe 11 resignó a favor del Papa— o sea el control
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del Estado sobre la Iglesia; 3) limitación del número de prelados; 4) supresión de algunas congregaciones, cuyas propiedades fueron dedicadas a escuelas. Que el clan saladeril hiciese de su oposición a tal reforma un programa de catequización política de un demos de linajuda mentalidad colonial, no es sino perfectamente explicable. Pero ya es tiempo de revistar aunque sea a vuelo de pájaro, algunas muestras de la afinidad nativa y electiva entre la oligarquía corambrera del Plata y la oligarquía manufacturera del Támesis: A) En 1832 los ingleses ocupan las Malvinas coronando la obra del cónsul W. Parish, condecorado después por Rosas con nuestro escudo como escudo privado. IB) En 1838 (21 de noviembre) el gobierno de Rosas propone al usurpador un trato a estilo pampa: renunciar a las Malvinas a trueque de la cancelación de nuestra deuda con Baring Brothers. C) En 1840, en plena crisis financiera, Rosas manda abonar una cuantiosa cuota a nuestro garrudo prestamista, y ese mismo año, frente al bloqueo francés, Rosas "se arrojó en brazos de su amigo Mendevilic (el ministro inglés) y la ocupación de las Malvinas quedó totalmente relegada al olvido". (John Cady: La intervención anglofrancesa en el Plata). D) En 1845, mientras la escuadra anglofrancesa apresaba a nuestros barcos frente a Montevideo, nuestro gobierno, en vez de las represalias del caso, "alivió la situación de los comerciantes extranjeros (es decir ingleses), librándolos de impuestos". (Mac Cann: V iaje a caballo). E) En pleno bloqueo, los ministros del gobierno de Rosas y los almirantes bloqueadores comerciaban bajo cuerda con jugoso provecho mutuo, según lo cuenta el más autorizado panegirista de la dictadura: "Era un bloqueo su¡ generis, o más propiamente un medio ingenioso para mantener un negocio más o menos lucrativo". (A. Saldías: Hist.
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de la. Conf . A rgentina). F) En 1849, los marines ingle-
ses desembarcan en el estrecho de Magallanes y proceden a la extracción de guano patagónico. Rosas protesta.. y propone un trato gemelo al ya rechazado en 1838 y 1844: el uso inglés exclusivo por quince años del guano, salitre, metales y anfibios de aquella zona costera a trueque de las libras del implacable Baring: "Y sin perjuicio de proseguir esta negociación mandó liquidar por tesorería las mensualidades de cinco mil pesos (1.000 £) que se había convenido en entregar a los señores Baring. (A. Saldías, ídem). (G) Pero respecto a la conmovedora confraternidad anglorrestauradora, nada como el capítulo escasamente conocido de los pleito-homenajes de Rosas a la casa real inglesa: a) en 1831, un decreto de funeral y luto burocrático por la muerte de S. M. Jorge IV; b) en 1837, iguales testimonios de veneración con motivo de la muerte del rey Guillermo IV; e) sube al trono la reina Victoria y desde ese día la casa real recibe intermitentemente homenajes de reverencia y fidelidad tan fervientes o más que los de sus propios súbditos metropolitanos o coloniales: ¿se casa la reina? Homenajes federales. ¿Se empreña? Homenajes. ¿Alumbra? Homenajes. ¿Se bautiza a una princesa con agua del Jordán? Homenajes. ¿Se cumple un aniversario de la coronación? Homenajes oficiales y federales. (La Gaceta mercantil, 28-VI-1838, 16-V y 11-V1-1840, 1-1V y 11-IV-1841, 22-11-1842, 14-XII-1844, 27-VII-1847 y 28VIII-1850). El 2 de noviembre de 1850 La Gaceta Mercantil inserta la comunicación de Balcarce sobre la muerte de San Martín y la respuesta del gobierno argentino. Eso es todo. Solo que el día 18 del mismo mes La Gaceta publica un decreto del Restaurador asociándose con fervorosos términos al duelo de la familia reinante de Inglaterra por la muerte del duque de Cambridge y or-
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denando luto a toda la burocracia federal. (J. M. Mayer: A lberdi y su tiempo). La patria indiferente anta la muerte de su héroe primo, libertador de tres países, y derramando luto y llanto por la desaparición de un parásito blasonado de Inglaterra! ¿Lo sabían los rosistas póstumos? El 10 de julio de 1839 el gobernador Rosas tira dos decretos absolutamente imprevisibles e improfetizables: por el primero se nombra coronel de caballería al ex cónsul británico entre nosotros, Mr. Woodbine Parish; por el segundo se le concede el derecho de usar el escudo argentino como blasón particular. . (José Raed: Rosas y el cónsul general inglés). Es verdad que todo esto no pasa sin correspondencia, es decir, no son tiros al aire. En 1829, al iniciarse el primer gobierno restaurador, el cónsul Wocdbine Parish lo celebró con un banquete confraternal. Cuando en 1835, al asumir la "suma del poder público", parecía tenerlo todo, pero en verdad faltaba algo, es decir, el visto bueno de Inglaterra, y él vino por agencia de su mejor instrumento: una carta de Baring a Roxas y Patrón, el alter ego de don Juan Manuel. En 1845 DisraeliPah-n. erston hablan en la Cámara de los Comunes en nro de Rosas, es decir, contra elb1oqueohe British Pacicet). Todo eso mientras el enviado inglés ante nuestro gobierno, Mr. Rowden, reconoce en Rosas al más benemérito gestor de las fructuosas relaciones angloargentinas, diciendo: "Nosotros no hacernos más que bloquear nuestro comercio". Que era el equivalente ele la fórmula con que otro ciudadano británico definía insultantemente al comercio de Buenos Aires llamándolo "un monopolio inglés". En 1849 en sendas notas el ministro Souftern —24 de octubre— y el comercio británico de la plaza —día 27— expresaban al gobierno que el retiro de Rosas del
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mando supremo sería "una calamidad pública" y —detalle de más peso— "afectaría especialmente los más altos intereses de los residentes británicos". En 1850 Palmerston felicitó a Rosas por su reelección (La Gaceta Mercantil, 18 de agosto). Y el ministro Jammes Hudson, meses después, enviaba una nota al gobierno brasileño procurando anular la diplomacia de Urquiza, mientras en nota de Arana a Southern el gobierno Re RbimalaadiareiiiVictoria. El 3 de febrero de 1852, de acuerdo a lo convenido con estratégica anticip ación, Rosas se apresuró a dirigirse a casa del capitán inglés Core y ordenó un baño tibio para apaciguar los nervios alterados. Cuando llegó el dueño de casa, no muy seguro de la situación, Rosas lo tranquilizó. "Mire, aquí está la bandera inglesa que yo he enseñado a respetar. Aquí no vendrán". (L. V. Mansilla: Rozas). El almirante Henderson hizo después de ángel de la guarda. Disfrazó al Gran Americano de vulgar marinero inglés (el uniforme de súbdito británico le venía de perlas) y no antes de medianoche lo remolcó a la nave salvadora. Mientras los más rojos bonetes del rosismo —Torres, Baldomero García, Elizalde, Mansilla, Vélez Sársfield, Lezama, Lahitte, Nicolás Anchorena y el inapeable D'Angelis daban fe de que el único cuerdo era el "loco" Urquiza, los únicos que •en su agradecido corazón comercial lamentaban la apresurada partida del ex omnipotente eran los victorianos del Plata. (British Packet, 7 y 14 de febrero de 1852). En Inglaterra el emigrante fue recibido de acuerdo a los méritos atesorados ante los corazones insulares. Plymouth celebró su llegada con una salva de veintiún cañonazos. Interpelado el ministro de Colonias sobre ho-
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menaje tan fuera de tradición, contestó que "Rosas no era un refugiado común sino uno que había manifestado gran distinción y generosidad con los comerciantes ingleses que traficaban en su país". (A Zinny: Historia
de los Gobernadores).
Rosas hubo de pasar 25 años de su vida en Inglaterra, es decir, más de los que pasó en el poder. Impíamente lo castigó en los primeros años la nostalgia, no de su patria, sino del poder sin freno. Ciñó la corona de los mártires. ¿Acaso era moco de pavo eso de pasarse casi un cuarto de siglo espiando, sopesando y reglándolo todo, desde la expedición de un ejército al luto por la muerte de un noble o al corte de la patilla del orillero, sentirse el imán de todos los himnos e inexcelsis, leer los purpúreos informes de la policía o firmar órdenes de pompas fúnebres día por medio. . . y de golpe quedarse sin nada entre las manos, nada, ni siquiera la más miserable garganta unitaria para hacerle sentir el filo de la justicia federal, ya no digamos un Florencio Varela a quien hacer callar ensartándolo a través de un río? No podía tener motivo de preocupaciones pecuniarias. Llevó consigo 7.480 onzas de oro. Después de Caseros, por intermedio de José M. Ezcurra, vendió su estancia del Pino en 1.800 onzas y por agencia de Terrero una partida de ganado por cien mil pesos. No era la opulencia millonaria, pero estaba lejos de ser la pobreza y ya no digamos la miseria. Sólo que su tradicional tragonía de riqueza, acrecida quizá con la vejez, y su vocación de actor, es decir, de simulacro y énfasis, lo llevan a presentarse a su público como caído en total indigencia y obligado a encallecer sus manos en el trabajo para sobrevivir, sin lograrlo y por ende precisado de la caridad de las almas sensibles. No había ni asomo de tal cosa, y en realidad nunca trabajó. Pero mediante
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ese chantaje se redondeó una renta de mil libras esterlinas por año costeada por Terrero, Roxas y Patrón y algún otro tiranófilo sincero. Mendigo doblemente compasible, se dirá, puesto que exhibe llagas falsas. Así es. ¿Qué hacía Rosas en Inglaterra? Gozar de sus vacaciones vitalicias, simulando a ratos ser granjero. Mantenía en efecto dos casas: la del campo y otra en un barrio lujoso de Southampton, según Alberdi. Aunque en su granja usa cencerro por timbre no parece añorar mucho su país y dice, en carta a Palrnerston, hallarse muy bien avenido con el clima inglés. Escribe a Eugenia Castro, su pobre ex compañera de lecho, proponiéndole hacerla llevar, siempre que abandone los cinco hijos tenidos en común, y a sus súplicas de ayuda, contesta pidiéndole el envío de un recado, pues el que le remitiera "es corto y me lastima el culo". Dice trabajar en dos o tres libros, y según P. Arnold, suele prometer a tal cual aspirante darle figuración destacada en sus Memorias, a cambio de onzas. Un día, para vengarse de la traición de Urquiza, le saca una contribución de mil libras esterlinas. En realidad vive consagrado a dos ocupaciones favoritas: a perseguir "niñas públicas" ("se ocupa en Londres de putas", escribe Alberdi) y a agredirlo periódicamente a Palmerston —once cartas— buscando lograr por su intermedio la desconfiscación de sus propiedades de Buenos Aires, todo con un exceso turiferario que ruborizaría a un sacristán o un felpudo. (Alberdi: Escritos póstumos; Antonio Dellepiane: El testamento de Rosas; R. Calzada: Cincuenta años de A mérica; Prudencio Arnold: Un soldado argentino). Si tales y tan entrañables y fogosas fueron las vinculaciones entre el clan saladerista de Rosas y la diplomacia inglesa —se preguntará el lector—, ¿cómo es que ocurre el bloqueo anglo-francés de 1845-48? El intríngulis es casi tan fácil de explicar como el
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ue un ñandú en dos patas se mueva más rápido que un cientopié en cien. La diplomacia inglesa había resuelto, desde el día siguiente de nuestra independencia, que las dos bandas del río más bocón del mundo no podían quedar bajo el dominio de un solo país: o sea que pese al antecedente histórico, a nuestra victoria militar sobre el Brasil y a la voluntad de los orientales expresada en la asamblea de La Florida, la provincia uruguaya debía anexarse al Brasil o quedar independiente. Ocurrió esto último. Así las cosas, Inglaterra no podía admitir que el ejército de Oribe —es decir, de Rosas— entrase en Montevideo, y por eso la plaza, avituallada por la escuadra inglesa, pudo resistir una década, pese a estar sitiada totalmente por tierra. Los intereses del comercio inglés de Montevideo no eran los mismos, sino opuestos, a los del comercio inglés de Buenos A ires.
Eso es lo que logró entender Rosas, no sólo por su rechoncha tosudez, isino porque no le convenía. No tanto por su patriótica aspiración a suprimir a todos los unitarios de Montevideo por el mismo limpio estilo usado más tarde con Florencio Varela, ni menos porque pensara reintegrar al Uruguay a la unidad del virreinato (no olvidemos que Oribe se titulaba Presidente legítimo de la República Oriental) sino porque Montevideo, mejor situada y con mejor puerto, era la odiada y temida rival de los saladeristas de Buenos Aires, quienes no escondían sus celos de las estancias uruguayas que podían prevalecer sobre las suyas. (A portes de A . Lamas, A . Díaz y Magariños Cervantes).
Por otra parte, ese mismo sanedrín saladerista embozalaba la boca del Plata a fin de someter dictatorialmente el comercio de Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes —y también del Paraguay, que se alió por eso a
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rrientes antes de la derrota de los Madariaga— a los intereses de Buenos Aires y su aduana. Pero si eso perjudicaba mortalmente a las provincias litorales, no dejaba de perjudicar también venialmente a las manufacturas inglesas y de ahí un nuevo roce entre las diplomacias de Palermo y de Saint James. Ea verdad, corno ya vimos, que el bloqueo de Buenos Aires tenía no poco de farsa (farsa de mal gusto, pero de buena sustancia, para sitiados y sitiadores) según Saldías, Antonio Díaz corrobora esa opinión: "Los más inmediatos a Rosas embarcaban con el mayor escándalo por la Punta de San Fernando carne fresca de vaca y cerdo, aves y huevos, todo despachado para la plaza de Montevideo sitiada por los rosistas". (Historia política y militar). Como las saladeros porteños tenían además libre exportación por todo el litoral atlántico, en resumidas cuentas el tal bloqueo sólo perjudicaba a las provincias del litoral fluvial y favorecía decididamente a la oligarquía porteña en su plan de encarcelar a las provincias. Pese a las apariencias, Rosas seguía entendiéndose por debajo del poncho con los gringos de la libra esterlina mientras se vitoreaba al facón y la bota de potro. "No podría caber en la mente ilustre del general Rosas hostigar al comercio extranjero (léase inglés) que fomenta la riqueza nacional —decía el inefable D'Angelis— y que pese al bloqueo obtuvo concesiones que causan asombro al mismo que las había solicitado". (A rchivo A mericano, mayo de 1850). La fricción se convirtió en choque cuando más de cien barcos cargados de mercadería ultramarina necesitaban cambiarlas con cueros y cerdas para iniciar el retorno, aspiración que coincidía al cien por ciento con la de los salacleristas de la Mesopotamia y Santa Fe, todo en pleno desacato al monopolio porteño de los ríos
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y el comercio. El zafarrancho de la Vuelta de Obligado es menos el de un país que defieiicle su soberanía contra un atropello extranjero —como siguen canturreando los tontos pícaros— que del lado de los extranjeros, un abuso contra otro abuso, y de parte de las provincias litorales, un breve respiro en décadas de asfixia. Naturalmente los viejos compinches terminaron reconciliándose para beneficio mutuo. Ahora bien, lo lúgubre de esta alianza entre los saladeros y mostradores porteños y los barcos mercantes de Inglaterra era que gracias a ella —es decir, a la alta renta aduanera— Buenos Aires tenía asegurado el sometimiento de las provincias y su indigencia vitalicia, dado que el más fornido enemigo de nuestro desarrollo industrial —lo único que podía y puede sacarnos del pantano de la colonia— eran las manufacturas inglesas y los préstamos de esterlinas. Los estancieros porteños embrutecidos por su edén de pastos y mugidos y ya con algo de rumiante en sus cerebros pensaban no sólo que la civilización cornúpeta constituía el blasón del país, sino que su desarrollo bastaba para asegurar su grandeza y autonomía. Son los abuelitos de los que hoy luchan a salivazo limpio contra el capitalismo internacional del brazo del nacional que le sirve de puente. José Hernández, tan buen poeta campesino como aguado crítico social, creía lo mismo. Alberdi y Sarmiento, al contrario, pensaban que la monocultura de las vacas perpetuaría nuestro subdesarrollo y que sólo un gran incremento agrícola, industrial y demográfico podía llevarnos al rango de potencia y evitar la coyunda colonial. Hasta los poetas entrevían lo mismo: "La. Inglaterra mercantil_nunca mirará sin celos los progresos de porque la privarían de la jrnportación de manufacturas. Lea usted el British Pa.cket (o Pocket?). Observe la conducta de Mendeville en Buenos Aires. Sostiene a Rosas, no hay duda." (Carta
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de Juan María Gutiérrez a Alberdi, 28 de diciembre de 1838, Escritos póstumos, t. XIII). ("El gobierno de Inglaterra fue su padrino y amparo, para baldón de la política mercantil de ese país, basada en el egoísmo de los quimonos y las jarras de loza". (B. Vicuña Mackena : Páginas de mi diario). Me atrevo a suponer que la personalidad del Restaurador de las Leyes se transparenta con suficiente nitidez a través de esta antología de citas que es el presente ensayo, la cual sin embargo deja en el tintero hartos pormenores atinentes más a la idiosincracia privada que a la vida pública, aunque aquéllas son un complemento indispensable. Antonio Dellepiane ha hecho luz meridiana sobre las relaciones de Rosas con su hija, demostrando que Manuela, buena y apacible persona, fue reducida a irresponsable muñeca política por su padre, que le vedó el casamiento hasta los treinta y seis años, es decir, hasta Caseros, y cuando al fin lo logra, contrariando a su padre, éste se queja de "su ingratitud infinita". Respecto a su conducta con Eugenia Castro, ex pupila suya de quien hizo su concubina, su conducta es aún más adorablemente bellaca: llega a hacerse afeitar con ella y a obligarla a probar sus platos previamente en prevención de alguna sorpresa, y cuando ocurre su caída del poder, la abandona a su suerte, es decir, a la miseria, con sus cinco hijos, a quienes niega su paternidad expresamente en su testamento. (A Dellepiane: El testamento de Rosas). En este sentido, por lo menos, el de Entre Ríos mostró la venerable responsabilidad de los antiguos patriarcas. Por su parte, el historiador Carranza demostró hace mucho que, para anonadar mmente a su hermano Gervasio, a quien creía complicado con los unitarios, Juan Manuel no trepidó, por intermedio de sus
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seides, en declararlo hijo adúltero, calumniando así a su madre, matrona sin tacha. (Angel J. Carranza: La )&_ revolución del Sur). pues, al lector ingenuo o incauto, esta resurrección de la rosolatría que, en su tiempo, fue el óbolo pagado para salvar la cabeza o la bolsa. La nueva "restauración", la del culto del hombre que, en el mundo bailarín y transformista y en su avance, gestionó la inmovilidad del pasado y los museos; del sultán polígamo de la muerte anticipada, inaugurador de una héjira en que el rumor de los degüellos de hombres imitaba el de la resaca; del doctor sumo en el arte de humillar y degradar a los hombres poniendo el horizonte humano al nivel de los felpudos; que rele y ó la Escuela de Medicina por la cofradía del rey Herodes llamada Mazorca y la instrucción pública por el letrero de la divisa punzó; que inició, con el reparto de la tierra pública entre sus aparceros, el desvalijamiento del pueblo argentino completado más tarde; que instauró con sus amigos Mendeville, Woodbine Parish y todo el comercio inglés las bases de nuestro vasallaje a la libra esterlina.., eso equivale a una cruzada para la reconquista del Santo Sepulcro. Se dirá al menos, que pese a todo, y aunque fuera en el mal, alcanzó cierta grandeza evidente. Hasta eso es discutible. Todo su éxito —como el de muchos otros, prójimos— está dado por una subterránea astucia (virtud del reino animal) aijada a una inmaculada falta de escrúpulos. Es verdad que tiene el genio burocrático de la minucia y el tesón del temporal, y que se informa personalmente hasta de las erratas de La Gaceta Mercantil, y lo prescribe todo, desde la molienda del trigo al corte del bigote y al concierto de determinados mtrimonios que requieren su anuencia (Registro de la Policía, t. II), y que apostado en el centro de la tela
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de su espionaje como la araña, nadie puede dar un paso sin que él lo sienta. Y sin embargo ese gigantismo infantilista de su método, en los momentos de vida o muerte —la aproximación de Lavalle en 1840, la de Urquiza en 1852— se trueca en su propia red: no atina a hacer ni a dejar hacer, no sólo por una desolada ausencia de coraje sino también, y sobre todo, de inventiva. Ni un átomo de genio. Alberdi lo caló de entrada, al conocerlo en persona: "Al ver su figura lo hallé menos culpable a él que a Buenos Aires; porque es uno de esos locos y medianos hombres en que abunda Buenos Aires, deliberados, audaces para la acción. . ." (Al berdi, Escritos póstumos, t. XVI). "Algunos creen que don Juan Manuel es loco. Nada de eso. Es tonto. . . Lo que hay es que es un tonto malo y peligroso". (Sarmiento: Obras, t. VI). ¿Acaso Luis Napoleón, que dominó a Francia durante veinte años no fue, según Engels, "el imbécil más notorio del siglo"? Lo que en él no es as tucia y tesón, oscila entre chatura y atrábilis. Se dirá que al menos tuvo la majestad del orgullo de Satanás. Ni eso; y es su propio sobrino quien lo reconoce señalando su defección del indomable carácter materno: "...ni siquiera en el destierro fue altivo. No, aceptó la limosna del traidor que dio en tierra con él. L. V. Mansilla: Rozas). ¿Que eso pudiera ser un error de apreciación? No; ahí están los asolados testimonios esculpidos de su puño y letra. Movido por su angurria de recuperar sus fabulosos ahorros confiscados en Buenos Aires entró en una vigorosa campaña turiferaria con once cartas inferidas a Lord Palmerston, a quien, según confesión propia, ha seguido por las calles de Londres en silencio, tembloroso, sin atreverse a ofender el silencio augusto del hombre que "ha erigido tronos en los corazones de to-
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dos", y otro día envía a su viuda "tres tarros de dulce cocinados por mí..." (A. Dellepiane: El testamento de Rosas). Todo esto para no recordar su proyecto de coronar a la princesa Alicia corno reina del Plata! Más tarde, por intermedio de Alberdi, hace llegar a Urquiza SUS protestas "de gratitud, respeto y ternura (iternura entre estos dos tórtolos degolladores!) hasta el fin de sus días y después por toda una eternidad". (Alberdi: Escritos póstumos, t. XIV). Y otro día: "Ni Dios, con ser Dios, se molesta cuando sus hijos le manifiestan sus verdaderas alabanzas, su reconocimiento, su amor y su respeto". (Carta de Rosas a Urqitiza, el 30 de octubre de 1858; A. Saidías: Papeles de Rosas). ¿Exageraba el chileno, ajeno a nuestros pleitos, calificando esta capitís diminutio vol máxima de "servil hipocresía que avergonzaría a un carrero de la Pampa"? S( (B. Vicuña Mackena: Páginas de mi diario). ¿Cómo entender, pues, este retardado petitorio de canonización de un personaje que cuando más y mejor se lo mira más aparece como una antología de menguas? La explicación no nos parece imposible, ni mucho menos. El barco de la civilización de crucifijo y dividendo comienza a hacer agua por todos lados, pese a los calafateos liberales o nazis. Ello significa que las clases poseyentes, inclusa la pequeña burguesía que ya no posee nada, comienzan a sentir en la espalda el escalofrío del terror al cambio, al cambio de caballo para cruzar el vado. Entonces se refugian en el sueño del hombre o régimen que les asegure la perduración del reposo y las rentas. Y volviéndose hacia el pasado, se dan con el liquidador de la anarquía y restaurador de las leyes caducas, que aseguró y am p lió sus vendimias, a los grandes bodegueros de la época: Juan Manuel de Rosas, cerebro occipital, guardaespaldas del pasado, genio policíaco inimitable: he aquí el molde en que debe
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vaciarse el salvador esperado por los que temen, como los buhos la luz, la belleza creciente del devenir humano. Nada más pintorescamente bellaco o infantil que la disputa sobre si fue Rivadavia o Rosas, Mitre o Roca o Justo el que nos sometiera al protectorado extractivo y exhaustivo del capital inglés. La verdad es que ninguno de nuestros gobiernos salió con la conciencia limpia o al menos ninguno levantó un dedo para evitarlo o denunciarlo. Este (el coloniaje) apuntó desde la primera invasión inglesa y sigue acrecentando su influencia sin solución de continuidad con los gobiernos de Pueyrredón, Rivadavia, y sus continuadores.., perdurando aún en la actualidad con su característico estancamiento o deformado progreso que carece de un verdadero alcance nacional. Eso sí, entre todos Rosas fue el más meritorio, ya que no sólo cultivó una amistad íntima hasta darle libre acceso a los archivos de Estado, con •el cónsul Woodbine Parish, el básico organizador de nuestra sumisión a la tutoría inglesa y el verdadero estratega de la conquista inglesa de las Malvinas, sino que, como vimos, lo laureó doblemente por tan trascendentales servicios. (José Raed: Rosas y el cónsni general inglés).
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EL CAUDILLO DE LATIN Y CHAMBERGO Quien se atreve a meterse sin precauciones en los emboscados secretos de la historia, experimenta esa especie de conmoción cerebral que nos produciría el averiguar que nuestro compañero de camarote es un verdugo jubilado. Hay gente que todavía gasta compasión por los mártires cristianos del Circo Romano, pero a muy pocos se les ocurre hacerlo por los mártires herejes del Circo Cristiano de Occidente de que nuestra historia patria ofrece tan enternecedores ejemplos. Lector, intentamos aquí una semblanza histórica de Mitre, empresa arriesgada si las hay, dado que el Mitre de la leyenda histórica se parece tanto al de la realidad como el océano Atlántico a la Mar Chiquita. Creemos que los antecedentes de raza y de familia no suministran un aporte decisivo para filiar a un individuo: tan frecuente es que dos hermanos se desparezcan entre sí como el vino y el vinagre. Pensamos que en nuestro caso bastará con los pocos antecedentes más o menos conocidos. El caso de Bartolomé Mitre es pa pejados ypiaites de la burguesía pobre de su época, que no pudiendo recostarse en elfucjoso aderoel fructuoso motrdor del papá, debíarecurriralasarmas, las letras
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o la política —o alas tres cosas, como nuestro protaganar alguna altura en el escalafón social. Al parecer, la mhachez . del hijo de don Ambrosio Mitre no era de las muy pacíficas, razón por la cual su padre resolvió destinarlo a la estancia de don Gervasio Rosas, que sin ostentar la gloriosa felinidad y duplicidad del hermanito Juan Manuel, gastaba, como todos los Rosas López Osornio, un autoritarismo de faraón. (L. V. Mansilla: Rozas. J. M. Ramos Mejía: Rosas y su tiempo). "No pudiendo el padre soportar al muchacho Bartolo, se vio obligado a mandárselo como incorregible endurecido al señor don Gervasio". (C. D'Ami- -' co: Buenos A ires y sus hombes). Bartolito entró, pues, como mensual en la estancia del Rincón de López, junto a la boca del Salado. Comenzó como jardinero rscen dió a domador, como Héctor el de Homero, a razón de 20 patacones por cada potro a entregar ya resignado al freno y la cincha. Juntó sin duda sus morlacos y un día desapareció, ahorrando hasta el adiós, sabiéndoselo a no mucho andar enrolado calas huestes de Fructuoso Riveras oaudante del más falaz y rapaz y baquiano de los caudillos de ambas márgenes del Plata. Y al fin, ya veinteañero comienza figurar entre los defensores yLI i o de\u[p ntevideo, como aprendiz de poeta y de artillero ,a la vez. En los ratos desocupados, que son casi todos, estudia o lee con voracidad metódica, como pasante de banco que aspira a ser gerente. Alberdi hace notar que en 1839 los jóvenes argentinos refugiados en Montevideo se enrolaron en la legión libertadora de Lavalle. Mitre no se interesó por la aventura. ¿Por qué salió años más tarde de Montevideo abandonando el sitio? Lo ignoramos. Por desgracia sólo conocernos un dato suministrado por Alberdi, quien, como casi todos sus contemporáneos, cuando se trataba de sus enemigos, no trepidaba en llegar a la
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detracción y aún al estilete empapado en ácido prúsico. Es verdad, pero también lo es que los actos posteriores de Mitre parecen confirmar o confirman los descorteses asertos del tucumano: "Alsina es abogado, hombre de detalles y pormenores, capaz de discutir una cuestión de hipotecas, pero destituido enteramente de sentido político. Mitre se hace notar por la exaltación de su odio contra los caudillos. Al ver esas disposiciones, cualquiera pensaría en un colegial austero versado en griego y latín. . . Nada de eso. El fanatismo de civilización que domina a Mitre no es otra cosa que emulación a esos caudillos a quienes desearía suceder. Todo su carácter se expresa en un rasgo: u p ropensión a la detección, que confunde con el espíritu revolucionario. Su amor de conspirar es tal'que no se siente feliz sino cuando acaba de concertar un complot contra su jefe más inmediato.. . Echado de Montevideo cambió la escarapela oriental por la deBolivia. Allí aptó el empleo datar a caonazos a hombres que nada le habían hecho. En Chile hizo cuanto estuvo en sus manos para hundir el orden que ha hecho a Chile la excepción honrosa de la América del Sur." (Alberdi:. Escritos póstumos, t. VI). Parece ser, en efecto, que en Bolivia, sirviendo a su protector no trepidó en cañonear a sus opositores en las j ornadas de Lavala y Bitiche. (Dic. Hispano A me-
ricano).
Que esa señalada vocación de Mitre no es puro antojo del tucumano respondiendo en 1858 a imputaciones mojadas en sublimado corrosivo del grupo de Mitre, lo dicen las sublevaciones del ya provecto don Bartolo en 1874 y 1880 contra los presidentes Sarmiento y Avellaneda; pero hay otro hecho más significativo consignado por un mitrista insospechable. Es sabido que la amistad entre Sarmiento y Mitre nació en 1845 en Mon-
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tevideo y duró años. En 1851, de regreso de Bolivia, donde "sirvió a las órdenes del presidente Ballivián", Mitre se radicó en Chile, donde se enroló en la política opositora, y su complicidad con una conspiración contra el gobierno de un país al que acababa de llegar, fue algo más que mera sospecha: "El 20 de abril de 1851, cuando se sublevó el regimiento Valdivia contra el presidente Buines en Santiago, el gobierno, sospechando a Mitre cómplice de la sublevación, hubo de prenderlo, pero Sarmiento, aunque partidario del gobierno chileno, escondió a su compatriota en casa de una de sus hermanas en Yungay y obtuvo el beneplácito oficial para que se embarcara hacia el Plata en la Medici." (Ricardo Rojas: El profeta de la Pampa). ¿Qué hubiera hecho el gobierno de Bulnes con el conspirador deportivo de no haber mediado Sarmiento? ¿Acaso un tribunal militar hubiera ahorrado a los paraguayos la guerra eliminatoria del 65? Sobre el desempeño de Mitre en Caseros hay informes ligearñente descoincidentes Dice un historiador escolar 'La artillería de Mitre hizo estragos en las fil7sistas". (N. Pisano: 17ist6ia A rgentina). Y V icI tonca "Mitrpa61ab[lla de Caseros durd en un monte". (J. Victorica: Mitre y Urquiza). Elegido diputado a la LegislaturaMitefhe uno de los que se opusieron con brío épico al Convenio de San Nicolás. ¿Por pudor anticaudiflista? No, sin duda, puesto que él y sus colegas estaban a partir de un confite con los ex feligreses de don Juan Manuel. Expatriado por el golpe de estado de Urquiza, Mitre fue repatriado por el golpe del 11 de setiembre, encabezado por Lorenzo Torres. Elegido Alsina gobernador a fines de 1852, Buenos Aires, rotas sus relaciones con la Confederación, no par-
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ticipó del Congreso Nacional del 53 ni aceptó la Constitución dictada ese año y aunque fracasó, movió a los generales Hornos y Madariaga contra Entre Ríos. En cambio fuerzas de la propia campaña bonaerense ponen sitio a la capital. Del bloqueo fluvial se libra comprando al almirante bloqueador escuadra y todo. En 1854 se da la regresiva Constitución de ese año y elige al gobernador Obligado. A lo largo de esta temporada la figura de Mitre —como la de Rosas, Roca, Yrigoyen o Perón— se fue filiando por su cualidad definitoria: la de caudillo. Mitre no es esencialmente un hombre de letras o de gobierno y mucho menos un militar o un poeta: es un aventajado caudillo. "Siempre vivió de ideas ajenas", 4irarmientorna tarde, y asífue, porque el caudillo funcional tiene fundamentalmente las ideas de la masa a la que ofrece sus servicios de buen pastor, o las que las circunstancias le aconsejan para el éxito. Pero no sólo sus ideas, sino toda su actividad, su parola y hasta su atuendo están enderezados a ganar el apoyo de las masas, es decir, la escalera del poder político: desde el chambergo para congraciarse con las barriadas de la orilla hasta el latín para deslumbrar a los semiletrados de la pequeña burguesía, y sobre todo las indelebles frases de sus A rengas, acuñadas con premeditación o halladas por inspiración y lanzadas en el momento justo. Vale todavía la pena regalarse con una breve antología de ellas, pues Mitre es todo un padrino nupcial del floripondio, la antítesis y la evocación clásica. En 1852, en una sesión de la Legislatura: "Esty acostumbrado entrar en los ministerios echando abajo las puertas a cañonazos". (Jamás había cañoneado amguna puerta_iiTñfana) En 1853, herido derefilon por una bala en elitio puesto a Buenos Aires: "Tenedme, quiero morir de pie como un romano" (Desde
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entonces los porteños creyeron que los romanos morían emjalados) Ea 1855, al partir al frente de una expedición contra los indios: "Respondo de la última cola de vaca cpie de hoy en adelte roben los salvajes" pppor un pelo de dejar su melena de poeta en _pa1çs de los indios). En 1859, al volver del campo de Qpda: "Os devuelvo intactas las legiones que me conLs'. (Dejaba dos mil prisioneros en poder de_JJr• quiza yé Ta caballeria no traia una herradura). En 1865, al convocar a la guerra: "En 24 horas en los cuarteles, en 15 días en campana, en3 meses enj. Asunción". (Demoró cinco años y perdió casi la sus tropas). En 1874, cuando sus copartidarios lo invitan a alzarse contra el gobierno: "El peor gobierno jos tres días pieferible a la mejor reolucion" se levantaba en armas). Pese a ello o por lo mismo, Mitre se convierte a poco andar en la figura más señera de la política bonaerense: porque sobrepasa a todos no SÓlO en desenfado sino en retórica populista. En la Legislatura de 1852 había hombres bastante más versados y de mejor lógica que él, tanto en la oposición —Y. F. López— como en su propio grupo —D. Vélez Sársfield—. No importa; él era el dueño de las frases con pegapega y fósforo. Mediaba otra razón de peso. Del nuevo grupo detentador del poder —Alsina, Torres, Obligado, Elizalde, Mitre—, él era el único militar. La conjunción del verbo y de la espada... Nada dice más claro que estaba dispuesto a llegar lejos por cualquier camino, que sus tempranas muestras de preceptor del fraude electoral y del malón castrense. Una partida de milicianos de la Confederación meel Arroyo del Medio: "Mitre, mejor montado, paso la frontera, los alcanzo en la Laguna Cardozo
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Se rindieron "y fusiló a todos, de sargento arriba". (C. D'A niico Buenos A ires y sus hombres). El segundo episodio se llama La hecatombe de V i.. llarnayor, nombre de una estancia— próxima a Buenos Aires, donde Mitre, ministro de Guerra de Obuigado, piende a un grupo de moitoreros encabezado por los coroneles Costa y Bustos y los ejecuta a todos de sargento para arriba. (Vera y González: Historia de la _ke—pÚblica A rgentina). Si corno se ha visto, la oligarquía saladeril porteña —vía Rosas o vía Mitre— no tenía mucha consideración por el garguero de sus connacionales, menos la tenía por sus ideas y sus voluntades. Ya sabemos que desde 1835 Rosas había emparejado las opiniones como la crin de un caballo bien tusado. El historiador Vera y González informa con prolijidad copiosa que el grupo saladeril piloteado por Alsina, Obligado, Torres, Mitre y Elizalde, convenció inquisitorialmente al pueblo de Buenos Aires a votar en favor suyo. Mitre aplicó después el método a toda la República. Se dirá que exageramos, ya que la siega de ideas disidentes a filo de cuchillo se jubiló con la Mazorca. Pero no fue del todo así, pues la cofradía de los Juan Juanes, que la reemplazo, lograba los mismos felices efectos ganando todas las elecciones por el terror preventivo o por el ejecutivo. re el que para oponerseal voto de los soldados de Urquiza en 1852 inventó i fraude en gran escala. Fue él quien en 1857, iixsuplantar la inmensa mayoría del partido e/tupinopresidiclo por Calvo, recurrió al fraude y superó con - votos falsos los verdaderos de sus adversarios". Eso dicen D'Amico y Vera y González. Pero algunos de sus propios copartidarios de los comienzos se lo recordaron i veinte años más tarde! "Organizó (Mitre) las
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jj,senchihes electorales... Buenos Aires no tenía entonces 9.000 ciudadanos. os 9.000 eran obra del fervor patriótico y la creación del director de las elecciones, don Bartolomé Mitre". (La Tribuna, 7 de octubre de 1874). Por un lado la extorsión electoral y un poco de terror pedagógico para la masa; por el otro la tierra repartida en aguinaldo entre los adherentes res petpbles. Un plagio a la vista del régimen abolido. ./ "Las tierras fiscales y enfitéuticas de la costa del Salado, Chivilcoy, Azul y Bahía Blanca iban a manos de los paniaguados. "La ley de 30 de octubre de 1855 sobre concesión de tierras en Bahía Blanca; la ley 903 del 9 de setiembre del 56 sobre la venta de tierras fiscales en la capital bajo el gobierno de Alsina; la ley 142 del 6 de agosto del 57 sobre venta de tierras fiscales en el interior del Salado; la ley 176 del 15 de octubre del 57 sobre canon enfitéutico; la ley 179 del 16 de octubre del 57 sobre el dominio de tierras fiscales; la ley 239, del 19 de octubre del 58, sobre ventas de tierras fiscales fuera de los éjidos; la ley 240, del 21 de octubre del 58 sobre venta de tierras fiscales al sur de la provincia; la ley 245, del 29 de octubra de 1858, sobre venta de tierras municipales; la ley 290, del 15 de octubre de 1859 sobre venta de tierras públicas. (Provincia de Buenos A ires. Recopilación de leyes, t. I. Discurso de Guido en el Senado el 18 de mayo del 59. La Tribuna. Los Debates. El general Mansilla a sus com patriotas, Paraná, 19 de mayo del 58. Federico de la Barra: La dictadura. A lvaro Barros: Fronteras y territorios nacionales. J. M. Mayer: A lberdi y su tiempo). En Buenos Aires —en la ciudad y mas en la campaña— muchos de los adversarios del grupo de Alsina y Mitre lo eran principalmente por las mismas razones
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que los porteños V. F. López y Juan M. Gutiérrez, quienes denunciaban el crimen del aislamiento de Buenos Aires y la urgencia de evitar una segregación definitiva. Y este peligro, el más estremecedor que se cernió sobre la Argentina nunca y que condecoraba a sus responsables con una infamia pública no inferior a la de Rosas, llegó a su acmé con la indignación epiléptica que produjo entre los secuestradores de la aduana nacional la imposición de los llamados derechos diferenciales decretada por el gobierno del Paraná. Para mejor, eso ocurría en vísperas del cambio de gobierno de la provincia y el grupo Alsina-Mitre no estaba dispuesto a aceptar el relevo, aunque representaba la visible minoría del electorado. En efecto, estaban en contra todos los que querían evitar la secesión del país, que por cierto eran los más, y los comerciantes, criollos o extranjeros, gentes pacíficas, y también muchos ex rosistas cuyas cabezas mas visibles eran Lorenzo Torres Hilario Lagos, que estaban dispuestos a perdonar su tal de -- pasado a_Urquiza Estos llamaban jainos a sus adversarios, decl ránclolos afectos a alcoholizar su civismo, mientras ellos llamaban patrulleros a por su ahínco en emular las hazañas de la Mazorca. Los abanderados de la oposición —Mármol, Nicolás Calvo, Torres— eran casi todos hombres que cinco años atrás, es decir, el 11 de setiembre de 1852, habían formado frente único con el elenco monitor. En resumidas cuentas, que la elección de Alsina en 15,7 resultó un fraude de tanto coturno que podía hombrearse con el ya legendario del año 85. La cosa debió parecer tan gorda que el cuyano Sarmiento, incorporado al equipo oficial desde hacía algo más de un año, intentó tirar del codo a sus conmilitones. Siendo senador por San Nicolás presentó un proyecto de reforma cíe la ley
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electoral vigente; aprobada en el Senado, pasó dos veces • Diputados sin pena ni gloria: "Sarmiento fue a ver • los hermanos Elizalde que en la Cámara representaban la personalidad de Mitre, en su carácter de transmisores o ejecutores de sus órdenes. Su ley —le dijo Rufinorio se despachará.. . Tiene el defecto de ser demasiado buena y lo que nosotros_necesitamos es asegurarnos el gobieriilj tro, vendrá con el tiempo". (Vera y GoniTiT' Historia de la R. A rgentina). No obstante, el genio politiquero de Mitre debía dar una muestra más alta. A raíz del asesinato de Benavídez, ex gobernador de San Juan, aplaudido, o poco menos, por la prensa oficialista de Buenos Aires, la oposición pública portefía manifestó en un documento —suscrito por muchos insurgentes del Once de Setiembre— su voluntad de abstenerse en las elecciones próximas como doble protesta contra el fraude consuetudinario y la actitud secesionista del gobierno ante la Confederación. ¿El grupo gobernante, ante otro enemigo oue aparecía por la espalda, •se llamó a la prudencia? No, se llamó a mayor violencia, encarcelando, desterrando, diluyendo opositores, dando de baja a los generales Iriarte, Escalada, Pirán y Espinosa, y jefes y oficiales menores, por enemigos de la acción saludable de las leyes, Por ley del 6 de mayo de 1859, la Legislatura autorizó al ohierno a "rene.1er por las armas la guerra declarada de hechoIgor el Gobierno de las Provincias Confederadas". Conociendo la actitud conciliadora de Urquiza, Mr. Yancey, ministro de los Estados Unidos, ofreció su mediación. El gobierno porteño se mostró evangélicamente dispuesto a la reconciliación sin más prenda de amor mutuo que la deportación inmediata del Presidente de la Confederación. . . Intervino como mediador, también
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en vano, el ministro paraguayo, general Solano López. Ya veremos que la batalla de Cepeda fue un desastre exhaustivo para el jefe porteño, que perdió los dos tercios de sus tropas, aunque se apresuró a comunicar su triunfo.. ¿Lo silbó su pueblo y su gobierno mandó degradarlo? No, Alsina y V. Sarsfield no quisieron ser menos que su general y mandaron un proyecto de ley disponiendo la acuñación de medallas para eternizar en bronce el recuerdo de la acción: "A los vencedores de Çpeda, 23 de octubre de 1859", todo esto mientras los vencidosonian sitio ala ciudad - ¿Que el pueblo objeto de una broma de gusto tan amargo, se alzaría como leche hervida? No, porque el gobierno siguió proclamando su victoria, mientras ponía bajo las armas a todo el mundo, sin excluir a los gringos y prometiendo a los sordos el Consejo de Guerra, pues se trataba de salvarse de "la invasión de los vándalos y librar al país del pillaje". Pero los vándalos mesopotámicos se detuvieron cortésmente en San José de Flores. Urquiza tenía cola de paja y muy no quería Que le recordasen en publicó sus _Purpúreas vendimias de PaqQ Largo, V ences e India Muerta. Por otro lado, el gobierno provincial v americano de don Juan Manuel había dejado en cueros vivos a las provincias —con excepción de Entre Ríos—, y sin participación en les rentas de la aduana de todos: lo cual explicaba q ue el gobierno nacional del Paraná bostezara en la inanición. Urquiza quería, pues, la paz con toda el alma, y más ahora que alaruaba la mano con dos mil porteños olvidados por su jefe en Cepeda... ¿Qué pasaba en tanto en Buenos Aires? Es verdad que que los vítores al general Conesa. el único oue había hecho por el honor bonaerense en Cepeda eran corno un zurdazo a las otras charreteras. Y que La Tribuna
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habló de la urgencia de terminar con la mascarada, y que la Legislatura halló prudente rogar al gobernador que se jubilase de inmediato._rnayor responsable de la sanquinti n? Ascendio a brigadiei y a gobernadi de J2ci•. (i Se dirá que es l3roma. No, en efecto, con la mediación de Solano López, se celebró el pacto de unidad entre los desavenidos, jquiza, afin de hacer desarrugarel ceño a todos los bonaerenses, le regalo 8 mil potros para que atacasen a los indios y dejasen en paz a as provincias. La ocasión es calva, pero Mitre la agarró por la nuca. Ya firmado el pacto, proclamó a las Guardias Nacionales poniendo de bulto el detalle de que el invasor habíase visto obligado "a dejar el derecho y la fuerzas en las mismas manos en que las encontró, evacuando el territorio del Estado (!) sin pisar el recinto sagrado de la ciudad de Buenos Aires". (Vera y González: Historia de la R. A rgentina).
Ya veremos por qué medios un día el brigadier Mitre logró demostrar a las provincias que era él el Mesías presidencial prometido al país reorganizado. Esa fue hazaña de gobernante. Preferimos mostrarlo luchando desde el llano, cuando no tiene más pedestal que sus mediasuelas, porque entonces es más admirable. La amistad de Sarmiento y Mitre, larga de más de veinte años, duró hasta el día en que aquél, huérfano de clientela electoral, se le ocurrió aspirar a la presidencia de la República. El presidente sanjuanino se dio con que a lo largo de seis años su amigo Mitre lo favorecía con un asedio troyano de fuegos cruzados que partían desde el Senado, los comités y La Nación, buscando rendir por asfixia al advenedizo. José Hernández lo advirtió así desde el comienzo: "Mitre es jefe de una oposición tan cruenta y sistemática que marcha fatalmente a la revolución".
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(Río de la Plata, 3 de noviembre de 1869). Por cierto que el sitiado también se dio por aludido: "Mitre da el ejemplo que deben imitar —escribíale a su amigo Posse que se reía de la debilidad de estómago de los porteños amañados a "la leche de burra" de la oratoria mitrista. En doscientas votaciones ha votado en contra. Una vez él sólo. ( ... ) No es delicado de medios este zonzo que toda la vida ha vivido de ideas ajenas, sin perjuicio de tomar todos los roles". (Epistolario Sarmiento-Posse, t. II. Museo Sarmiento). Con todo, en 1873, el apostolado anti-Sarmiento de los mitristas se bifurcó, favoreciendo con igual fervor a Mariano Acosta, gobernador de Buenos Aires, culpable de haber triunfado sobre Eduardo Costa, candidato de Mitre. Desde comienzos de 1874 la prensa y los clubes mitristas comenzaron a profetizar que el gobierno bonaerense y el nacional estaban listos ya para la mayor burla eleccionaria que vería Occidente. Todo ello pese a que Mitre tenía razones para saber mejor que nadie —según vimos— aue los registros electorales estaban fraguados a la bartola y que los comicios eran una reverenda farsa en el fondo. En la elección presidencial de 1874 la fórmula MitreSan_Juan La fórmula _Avellaneda-Acosta los de doce pi-ovincias. Opiniones: "Los avellanedistas usaron de la presión oficial, pero los mitristas distribuyeron el dinero a manos llenas" (Belindo Soae, citado por A. Bunkley). "Sé de buena fuente que las autoridades han eliminado los fraudes perpetrados por ambos partidos" (El ministro de los Estados Unidos). "Sarmiento did, however, lo mantain a stric neutrality" (Allisson Bunkley: Lif e of Sarmiento). El 24 de setiembre el comandante Erasmo Obligado,
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de la armada, di gjtderón. En Buenos Aires fracasó un complot que, según los chismosos, debía eliminar las barbas de Avellaneda y de Adolfo Alsina. Mitre f\ había desaparecido de Buenos Aires,_pero . io antes de poner en juego su surtido de generales uruguayos. Arreen éFiiteri or, la revolución redento dondo inauguró el culpable de rebeldía, es decir, de seguir obedeciendo al , VW gobierno. Rivas, n el sur de Buenos Aires, esperó la íki ijgadeLgralíSirnO, que desembarcó en Tuyú, y ambos, buscando la cooperaon dias lanzas de Catriel, a restaurar mejor la dibcracia averiada, avanzaron fin sobre Buenos Aires El manifiesto de Mitre rezaba, aludiendo al triunfo de Avellaneda: "Los hechos y los poderes de hecho que son su energía, sólo pueden ser corregidos por los hechos". (El venerable fundador de la trapisonda electoral, no podía resignarse a que se le aplicara su propio invento o se lo plagiara chambonamente). El presidente contestó recordando que en la elección a gobernador de Buenos Aires de 1852, confeccionada y ejecutada por el coronel Mitre, los alsino-mitristas habían obtenido nueve mil votos sobre un total de votantes que sólo llegaba a cuatro mil... y que el hecho Pavón, en 1860, lo había trocado en presidente de facto primero y de jure después. Entre tanto Mitre, avanzando al frente de su ejército, se destrozó del todo al chocar contra un regimiento delcomandante ias mientras Roca en Mendoza ahuyeni b a a Arredondo como la tijereta al carancho Mitre y Rivas capitularon exigiendo amnistía plena e inmediata, favorecidos por el apeo de Sarmiento de la presidencia, pues el ex amigo entendía que la Constitución obligaba al jefe supremo de las fuerzas de mar y tierra a aplicar la palmeta a todo sublevado en armas para evitar que cualquier general le levantase la mano
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o la bola a la Constitución. (Quién hubiera imaginado un futuro con generales constitucionalistas?). De poco y nada le sirvió la oleosa bonhomía a Avellaneda, pues la obstrucción de los mitristas fue tan acogotante —todo a tiempo que las polvaredas de los malones alcanzaban casi a verse desde los arrabales de Buenos Aires— que debió buscarles las buenas entregándoles en bandeja algunos ministerios. Y ni eso le valió cuando la renovación presidencial. Nueva sublevación de Buenos Aires contra la nación como en 1852, y nueva ingerencia tutelar de Mitre, pese a su condición de simple diputado. "El g obernador Tejedor le escribió alPresiden teanuncrándoleque el general Mitre se dirigía a Belgrano portador de nuevas proposiciones de paz". Los que pasaban). Naturalmente esta o curi ioesp u és la de rrota Por cierto que la larga y enrevesada carrera política del primer presidente constitucional debía terminar con un episodio digno de ella como los grandes ríos terminan en el mar. Julio Roca, que se había mostrado como un militar inteligente (cosa inusitada entre nosotros), se mostró después como mucho mejor estratega de la política y de la corrupción cívica. A él se lo señalaba como el editor responsable de la sísmica administración de su concuñado Juárez Celman, a quien, mediante una sigilosa revolución de palacio, lo rele y ó por Pellegrini, apostándose él en el ministerio del interior. Tales antecedentes •tuvieron la virtud de formar contra él una especie de coalición de deficitarios —jerarcas de los saladeros que se sentían preteridos, jubilados del fraude político en disponibilidad, neotomistas que defendían el escapulario y la bolsa, junto a jóvenes de ingenua buena voluntad— todos contestes en el fin único de evitar un segundo matrimonio de Roca con la presi-
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dencia y también en haber dado con un recurso único: alzar la candidatura del hombre que poseía en el país la mayor colección de -títulos: periodista, arenguista, latinista, ex presidente, gran brigadier, historiador, rimaipr, traductor del TD ante yarqueólogo de Tiahuanaco. La Union Cvzca, presidida por Alem, proclamo la fórmula Mitre-Bernardo de Irigoyen, a la que se adhirió casi todo Buenos Aires, hasta los sacristanes, sin olvidar abs italianos que ignoraban el sacrilegio perpetrado _por Mitre cpJDante. Mitre regresó de Europa y entró en Buenos Aires corno César volviendo de las Galias en su carro o Jesús entrando a Jerusalén en su burra. ¿No era el Mesías encargado de redimir al país de todos los pecados públicos y privados del roquismo? Sólo que Mitre no pudo con su genio y su tradición, que eran más fuertes que él: entró en cubileteos con Roca - sin sospechar el piso jabonado— cuya primera resulta fue la •diáspora de su abigarrada feligresía electoral. Los adversarios y opositores de Mitre han combatido también la literatura de Mitre. Alberdi hallaba que las figuras y los tropos mitristas tenían cierto parecido de familia con los adornos y flores de los cajones de difuntos. Posse ponderaba el gusto de los porteños por la leche de burra de las A rengas. D'Amico sugiere que las Rimas eran un sonajero capaz de hacer dormir de pie a las musas. Probablemente tales asertos pecan de exceso o de parcialidad, cuando no de miopía. O mejor, nos parece que ellos no quisieron ver lo que a nosotros nos parece más que conjetura. Mitre, pese a su egocentrismo, debió tener serias dudas respecto a sus dotes militares, oratorias, poéticas y arqueológicas. Pero sin duda adivinaba o intuía que cultivándolas, a la redonda termina-
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ría por obtener el sufragio mayoritario mediante un mecanismo asaz simple: entre las masas más o menos analfabetas, pasaría por un Demóstenes de chambergo; entre los semianalfabetos militares por un mimado de las musas, entre los arqueólogos, por un político moderno, y entre los literatos por el capitán victorioso del mayor ejército de Sudamérica. Así y con que su diario —para eso lo había fundado— ayudase un poco a lo largo de las décadas venideras, su figura terminaría por cobrar ese volumen catedralicio con que le conocemos, arrancando a todos (casi todos los intelectuales del idioma fueron colaboradores de La Nación) el ditirambo espontáneo, aunque debieran olvidarse un poco de sí mismos, como en el caso de Rubén Darío, que con todo lo poeta que era debió construir su Oda con versos casi tan cuneiformes como los de Ricardo Rojas, Sánchez Sorondo o el propio Mitre. Lo barato cuesta caro, a veces.
VII EL NAPOLEON DE PURAS WATERLOOS La carrera militar de Mitre no se diferencia mucho de las de tantos andariegos paisanos del sig1pdoo ,edentarios castrenses de hoy, que, con sólo dejar correr el tiempo, como por un fenómeno de capilaridad, llegan a generales. Mitre, con haber asistido un tiempo al sitio de Montevideo y haberse hallado medio de casualidad en Caseros, llegó a coronel. Ya veremos cómo con menos llegó a brigadier. Veamos su primer desempeño como comandante en jefe de un ejército en campaña. Corre elaño 1855. Los polvorosos piratas del sur de la provincia se han encrestado tanto con sus reincidentes triunfos sobre tierras y pueblos largados de la mano del gobierno (los alsinistas prefieren mucho más evitar a Don Justo y a la Constitución que a los indios) que en cada visita se llevan a las mejores mozas y todos los millares de astas y crines que pueden arriar, dejando como recuerdo el degüello y el incendio. Un día al fin, ante la populosa indignación que producen sus últimos golpes de mano - han vaciado los negocios y casas del Azul y degollado trescientos vecinos, sin contar los demás— el gobierno resuelve dar un escar-
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miento que haga época. Mitre, ministro de guerra, es nombrado jefe de un más que respetable ejército de las tres armas. Cuando todo estuvo listo, el comandante en jefe, rodeado de su vistoso estado mayor, y después de pronunciar la frase que ya sabemos, salió a estruendoso trote por la calle del empedrado. Llegó al Azul, dio apenas resuello a sus caballos y sus hombres y se lanzó hacia la Blanca Grande donde los indios se bañaban después de bañar sus caballos. El encuentro tuvo lugar un amanecer y duró menos que una misa cantada, y todo terminó con que los cerdudos a lanza seca y gritos babosos espantaron y dispersaron a los hijos de la civilización y les cautivaron sus cañones y les bolearon sus mejores caballos. Y Mitre no sólo no recuperó una cola de vaca sino que escapó por un pelo de que le tusaran la melena. "La expedición salió del Azul —dice un jefe que anduvo en esos trotes— y regresó a los tres días, habiendo sufrido el más terrible contraste". (A lvaro Barros: Fronteras y territorios federales dejpamas del sur). No entremos en detalles; el hecho fue que por instinto los prófugos se treparon a Sierra Chica a donde se vio dificultada en su persecución la caballería india, que, por otra parte, debía esperar la llegada de Calf ucurá para rematar la obra. Los sitiados aprovecharon la tregua, dejando fogones encendidos para ocultar la fuga nocturna. Un militar de nuestros días intenta salvar el mito de la tradición gloriosa: "Catriel, que con sus escuadrones formaba la vanguardia, obligaba al último (Mitre) a formar cuadros y retroceder combatiendo en dirección al Azul". (A. A. Clifton Goldney: El cacique Namuncurá). No fue así, precisamente, y es el propio Mitre quien lo confiesa: "El coronel Mitre decía en su parte oficial
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de Sierra Chica: A las siete y media. No había que esperar mucho desde que debíamos ser asaltados en la madrugada en nuestro propio campo, lo que, en efecto, he sabido tuvo lugar después, creyendo que aún permanecíamos en él; lo que es debido a que antes de marchar se ordenó dejar encendidos todos los fogones, dándoles pabilo con grasa de potro para que durasen más y dejando en pie des tiendas de campaña, lo que unido a la mancha negra producida por los 1.200 caballos que encerraba el cuadrado, formaba una ilusión completa". "En este orden se emprendió la retirada, a las ocho y media de la noche, marchando todos de a pie, desde el primer jefe hasta el último soldado, observando el mayor orden y silencio". E. Cevallos: Cailvucurá). ¿Que hizo Mitre en el Azul? ¿Reorganizarse sin perder horas y buscar el desquite y la seguridad de todos los cristianos y vacas de la Frontera Sur? No; regresó a Buenos Aires, porque sus opositores políticos, después de aquel sismo militar, eran combatientes mucho más dignos de atención que las tacuaras.. "Parece que el coronel Mitre no es hombre que guste mucho del despoblado. Lo hemos visto después de ese descalabro delante de los indios y cuando el honor le mandaba quedarse en campaña hasta vengarse de los que lo habían obligado a q uedarse a pie, mandarse mudar a Buenos Aires". (J. M. Gutiérrez a Urquiza, febrero 5 de 1856: A rchivo General de la Nación. Urquiza). Cepeda fue la segunda prueba a que el destino sometió el genio estratégico de nuestro protagonista. Ya vimos los pretextos de la lucha. Naturalmente fue Mitre, e] gran capitán de los saladeristas y mercaderes porteños, el encargado de someter a las trece provincias rebeldes a la hegemonía de Buenos Aires. Urquiza, sin ser un Simón Bolívar ni un José María Paz, tenía capacidad y experiencia militares reconocidas
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y casi el doble de fuerzas de su adversario. No se extrañe, pues, que lo derrotase sin usar las dos manos. Lo de asombrar es que Mitre —ya no digamos sus mandantes— no tuviese ni la más remota premonición al respecto, como lo dice su briosa premura por cruzar el Arroyo del Medio, sin el menor interés por la mediación pacificadora del ministro paraguayo que pedía una suspensión de hostilidades. La belicosidad de Mitre no amenguó ni cuando se supo que la escuadrilla federal había desafiado con éxito a la porteña y a los cañones de Martín García. La batalla comenzó a las 5 de la tarde del 23 de octubre el5 3Y Úrquiza, esa misma nochcupo fa cari clél geieral Mitre, que se dejo en ella su correspondencia j el archivo general del ejercito" (Vera y Gon5ál F17ojad iR 4jntiia). Nada como ese menudo detalle para dar una idea de la velocidad estratégica con que Mitre organizaba sus retiradas, que esta vez debió haber rematado en cementerio y cárcel de haber cumplido Pedernera y J. Pablo López la orden que tenían de perseguir a los prófugos. "Muchos medios tenía de impedir su derrota: no dejar expuesta su débil caballería al ataque de la poderosísima de Urquiza..., llamar a Castro que tenía cerca de mil hombres en San Nicolás. . . tomar a Castro e incorprarse a Gainza que estaba a dos jornadas con dos mil quinientos hombres. Pero no se le ocurrió sino esperar la noche para ocultar la fuga ... porque a Mitre no se le ocurre nada en el campo de batalla' (C. D' Amicó: Buenos A ires y sus hombres). ¿Se creerá que después de esto nuestro general se fue políticamente a pique? No, entre nosotros un caudillo popular se vuelve más prestigioso e irresistible cuando más barrabasadas perpetra: Rosas, Mitre, Trigoyen, Perón están para confirmarlo. Además, Mitre tenía
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el privilegio de Anteo que cada vez que caía en tierra, se alzaba más pujante: después de Sierra Chica, la Legisiaturalo ascendió a general, dsde Cepeda brigadier, despdeurqpaytL -- TJrqul7alo_aendio contiróc j pcaJipsjs paraguayo, ascendió nental. TKíTresar Buenos Aires a la unidad nacional después de Cepeda, por la convención del 6 de junio de 1860, la aduana de Buenos Aires údaba nacionalizada de hecho. Solo que el oblícuo Derqui terminó renunciando a la federalización de la aduana a cambio de una generosa pensión que el gobierno bonaerense pasaría al de la nación. Tamaño trueque, con la rechoncha ventaja que comportaba para los gerentes de la política porteña, no los satisfizo del todo y menos al flamante brigadier. Se sabían., varias veces más fuertes, económicamente, que la Confederación y no pararían hasta lograr la hegemonía sin retaceos. Cual q uier pretexto les vendría bien para reiniciar la querella. El asesinato de Benavídez primero y los de Virasoro y Aberastain después, vinieron a brindar la ocasión que los concesionarios del puerto único esperaban para tentar un nuevo lance a fin de salirse con la suya. Esta vez la jugada ocurrió ei P av ón. Fueron famosas en la historia de las conquistas romanas las victorias de Pirro, que por una u otra causa le servían de poco o se volvían contra él. Pavón ofrece un fenómeno inverso: fue una media derrota que se trocó en victoria total. En efecto, los testimonios más fehacientes están contestes en que, después de los primeros encuentros quedaron triunfantes la infantería porteña y la caballería entrerriana, lo que significaba, a no largo plazo, la derrota de la primera, ya que en los desaforados campos desiertos de entonces un conglomerado de peatones estaba abocado a la sed y al hambre por poco
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que los jinetes enemigos se empeñaran en ello. Pero Urquiza, por razones fáciles de sospechar, como ya veremos, prefirió abandonar el campo y la victoria al adversario. * * *
La guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay exige, por sumario que sea, un nuevo análisis, pues difícil si no imposible es hallar en la historia de nuestra América, tan rica en expolios y genocidios nada que se acerque a esa epopeya de irnbecilidy maldad. Pese a todas las desarrapadas mentiras del ministro gobierno del presidente Mitre /w,,'I — fa^-o7eció _y avució a la expedición de Venan ci o Flores sobre el Uruguay. La explicacion es facil Venanci el meritorio degoiTador de Cañada de Gómez, era un ---arcero y servidor de don Bartolo, quien, con mucho del miriñaque y egolatría de R os a s, quería teneen bajo tutela, sin contar su obligación de pagar deudas contraídas. , Por encima del zurdo pretexto de la necesidad de /J defender los intereses de sus súbditos, el imperio del Brasil invadía el Uruguay, porque un vicio Tional, venido enid-desde el siglo xvu, desde que fundó Colonia, lo empujaba a extender su mapa hasta la costa oriental del Uruguay. En cuanto al inadjetivable Venancio, con tal de elevarse al poder se prestaba a esta nueva infamia, esta vez contra su propia patria. Hay muchos venancios de -este estilo en el mercado de la historia, con o sin charreteras. Dicho esto, queremos consignar nuestra convicción de que el peor error al enjuiciar un personaje histórico -----_---.
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es considerarlo aisladamente, y no principalmente como síntesis y representació n de intereses de clase o de gruPo , más o menos progresivos o más o menos regresivos. Producida la invasión del Uruguay por fuerzas brasileñas y producido el inevitable entredicho con el Paraguay, nuestro gobierno, o debió haber apoyado a éste, o quedarse de convidado de piedra. Todo aconsejaba esta última conducta: el secular conato del Brasil a dilatar su límite austral hasta el Plata —la guerra de 1827 y nuestro triunfo de Ituzaingó que sólo sirvieron para segregar la provincia uruguaya de nuestro territorio, y la tradicional y amplia falta de simpatía argentina por un imperio que buscaba fronteras desde sus días coloniales, desbordar todas su j y del cual nos sepaaba un pasado de rivalidades y fricciones, las diferencis de idioma y raza, y sobre todo su ignominia esclavista. ¿Qué argentino polía aceptar ni en principio la idea de una alianza cn Brasil para atacar al Paraguay? ípec1an rechazarla -Ninguno, sin duda. Las pr a- patrio tlea en coro . Y pese a la inendiari.a propagand también se oponía la geite más responsable de Buenos Aires, incluso —desde el comienzo o al final— algunos miembros del propio grulo dirigente o que habían pertenecido a él. Se dirá que si una gierra tan clamorosamente impopular terminó llevándos a cabo, debían mediar intereses y fuerzas poderosas. Y así era a la oligarquia saladen1 y mercantil portefia no 1-e vendría mal someter su influencia y tal vez obligarla a la rebelde provincia 1 a pagar tributo a su pierto, y sobre tod que una guerra financiada por el Brasil, significaba una wculenta ocasión para los proveedores suelas, caballos, víveres y otras menudencias, y estaba también la vanidad y la ambición
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de Mitre, dobladas, por lo menos, ahora que se sentía el árbitro de los destinos del país. Por desgracia, Solano López ofrecía un fenómeno parecido: un alarmante contraste entre la mediocridad de su genio y la soberbia largueza de sus miras fom entadas, y explicables en él, por el hábito hereditario del desp otismo. En todo caso no Supo poner todo su empeño en lo que era un juego de vida o muerte para él y el Pa raguay: evitar la alianza argenti no-brasileña.Es claro que ello no merma en nada, no digamos ya la imperial b ellaquería del Brasil, sino, la bellaca inepcia de Mitre ingir iéndose a mano armada en la p olítica del Uruguay y sonriendo ante la invasión brasileña. La actitud de López frente a ela no podía ser otra y Alberdi la j ustificó en su tiempo: 'Mitre es co nnivente con las miras del Brasil de ocu p ar sa república directa, o i ndirectamente El Paraguay mira con razón ese peli gro como suyo preDio y yo no dujo que si Montevideo cae en tirada". manos del Brasil, la silerLe del P araguay está Dado el secular expansi(njsmo del Brasil sobre todas sus fronteras podía es ler arse la alianza de dos o más países suda mericanos zontra él, pero jamás a la inversa. Esa gloria nos esaba reservada a nosotros únicos. Pero hay otro detalle qw no puede quedarse en el tintero: dada la nada despiacjable prep aración bélica del Paraguay, por un lado, y por el otro la cosmográfjc distancia entre m cmpo de opeaciofles y sus bases de apr ovisj oflamjeii:o con que se ¿arría el Brasil, el más probable fin de conflicto era qie la escondida república saliese "con un girón de Ríe Grande en las uñas". (P. Grouss Páginas, ecl. "Anérjea Unida") lo cual hubiera venido p asablemente bies al equilibrio contjnen
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tal. Pero Mitre y su grupo y su diario opinaban perfectamente lo contrario, según veremos. Además mediaban otras dos minucias: el Paraguay lucharía con soldados de buen temple para defender su casa, mientras el Brasil lo haría con esclavos traídos de cientos de leguas de distancia —todo ello sin contar que dada la consuetudinaria emulación entre los hijos del Plata y los del Janeiro, estos no se prestarían con mucho entusiasmo a la comandancia de un jefe argentino, que es lo que sucedió. Mitre no parece haber visto nada de esto porque se lo impedían los intereses de su grupo, la miopía de su catalejo militar y, sobre todo, el prurito de asumir la comandancia suprema del más populoso ejército visto 47- Z en la América austral. ez no era el reducto Que el Paraguay de los L p La Nación de la pura barbarie y el atraso que predicaba de Buenos Aires, lo testimonia el hecho de que tuviera .jnas_ferroviarias, industria y astilleros propios, —lo cual no niautocracia y la sevicia mahometanas del régimen heredado del Dr. Francia y los jesuitas, ni que Solano (que confiscaba a sus opositores en pro de la escarcela de Madame Lynh) aspirase a oponer al imperio afrolusitano un imperio guaraní: "entre sus papeles se halló correspor.dencia encargando a París el modelo de una corona imperial" (Rivero Astengo: Hon- i)ç minuc i as cae la bea l bres eliZaCW n z z c ervisonta pconelscapulrio.Tdo1c, a su vez, no niega que el diablo de bi ó , reír hasta las lgurnsviendo a Mitre, cooficador de le soberanía de su pueblo, empeñado en lhetjul Para g uay ycon ayu-. 1 111,i7 &J delós esclavos aeiBraS1l Veamos, entre tanto, los verdaderos antecedentes del conflicto, desnudándolos de todo disfraz: En 1863, el general Flores, partiendo desde
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Buenos Airecon apoyo de nuestro gobierno invade el Uruguay. 2 9 ) El 30 de agosto de 1864, el gobierno paJ-51— r que "cualquier - ocupación territorio oriental ppr fuerzas imperiales será atentatorio a TflFbertad de los estados del Plata que interesa al Paradel mismo año "el Brasil invade e l ter rito r io uruguayo, y Flores con esa ayuda y la no menos eficaz en armas y hombres cine segula recibiendo de Buenos Aires, se apoderó de la presidencia de que desposeyó a Berro. 49) En diciembre de 1864 sepea en 'Buenos Aires el turo vizconde de Río Branco.59) El 6eismo mes l os _brasileños atacan p o r tierra araPaisandú, habiendo fallado el golp e, 1 c os uses a Buenos Aires, .rn&da al fin l a plaz a, son fusilados eITJ efe uruguayo y un quinto de sus oficiales, con clamante indignación del pueblo argentino A. Alsina, Guido Spano, Al. berdi, Navarro Viola,O1gario Andrade, 6 9 ) Ya en guerra con el Brasil, cuya escuadra navega en nuestros el Paraguay pide permiso para cruzar por nuestro territorio con sus tropas, y ante la negativa, nosfec1ar' ,.guerra, violando nuestras fieras. Eso es lo que en FFiblico conoce. Pocos ( ' ( saben, en cambio, que en 1869, Mármol, que fuera enviad te la corte bi aile claro lii tri ple estaba convenida much de que empezaepezara ra la guerra, versión que Mitre negó en su tiempo al V ser interpelado. - Y 16 aue se conoce menos todavie, es que el iniciÍr máximo responsable de la guerra conMil ^7 tra el Paraguay —que sin duda la creyó fácil y breve— (W fue Mr. Tornton, ministro inglés nte Buenos Aires cion, quien no sólo—aoyn _q ue prouorcioñó la preciosa alianza del gobierno argentino: todo a fin de hacer partícipe al Paraguay de los beneinglesa... (E. Quesada: El Paraguay-
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±a brasilera-rioplatense; J. M. Rosa: La guerra del Paraguay y— --as argentinas). Pero ya que la tragedia fue desencadenada así sobre la vida de cuatro pueblos, por voluntad de un puñado de irresponsables como casi infaliblemente hacen los gobiernos de clase, pudo aquella ser menos apocalíptica silos dioses hubierancfi5Taá?Fo élfji3nducción eficiente. Pero con Mitre como comandante supreQ t oda esperanza estaba abolida, aun antes de saber ue su co a^ orador de guerra sería el almirante Tarnand ar que era sobre las ondas lo que Mitre en tierr a. Es verdad que el genio estratégico de Solano López volaba poco más alto, pero tenía la ventaja del mejor conocimiento del terreno y sobre todo el coraje desesperado de su gente, sin contar su obediencia absoluta. Pese a su gran superioridad numérica, los aliados sufrieron reveses imperecederos como el de Boquerón, pe1laco, Çprup a ytí, sin contar el incendio de Cometieron error tras iaciando la acción con tiempos muertos, dando ocasión a que López tomara casi siempre la iniciativa. La batalla de Curupaytí fue para los invasores una especie de desastre sísmico y constituye un rompecabezas militar hasta hoy. Mientras el Nelson brasileño bombardeaba desde el río, el ejército de Mitre atacó de frente, a cuerpo gentil, las trincheras paraguayas cuyo fuego fue barriendo a los agresores como el viento barre las hojas de otoño. "Mientras los ñgayos tuvieron unas cincuenta bajas las de los aliados calculaionse en la aterradora cifra de nueve mil (V era y Gonzadez iuisto?ia ¿Te la R A rgentina) Insistimos en que los contrastes militares, en parte al menos, fueron el fruto del gran yerro político del comienzo: la alianza entre dos pueblos cuya malquerencia mutua conspiraba contra la disciplina como la humedad contra la pólvora.
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Su vanidad nativa y el ascenso aerostático de su carrera política habían llevado a Mitre a creerse el concesionario del acierto y el honor. En vísperas de Curupaytí López provocó una entrevista, a la que el jefe brasileño se negó a asistir. En ella, el presidente paraguayo propuso al jefe argentino la paz j. f,_. por separado, esto es, que lo dejara entenderse a solas con los brasileños, ya que éstos rehuían el arreglo pacífico. Rechazada la propuesta en nombre de su lealtad a un aliado que ni siquiera respetaba su jefatura suprema, el adversario propuso algo que cualquier otro —visto que la guerra había resultado un calvario para todos— hubiera aceptado, con o sin la venia de su aliado: un armisticio y la designación por común acuerdo de un árbitro a cuyo dictámen se someterían todas las cuestiones pendientes. Yataytí-Corá fue la última ocasión que tuvo Mitre de enmendar, s{Üiera a medias, la suerte de los pueblos y su propia responsabilidad en una guerra cuyo horror rimaba con su estupidez. Mitre la dejó perder, pese a que las calamidades se cernían sobre su país y sobre él y sus aliados y sus adverJ h sarios como una banda de buitres. Desguarnecidos los fortines de las fronteras con lQJdiQs,. los malones imponían su régimen de polvaredas y alaridos en cientos de leguas cuadradas de la Pampa, vaciando las estancias, 'diezmando los pueblos, rubricándolo todo con el incendio. Provincias enteras, como la de Entre Ríos, no habían 1,'nviado un soldado a la guerra porque los contingentes se habían alzado y disuelto. Los intelectuales en coro, sin excluir casi uno, ni entre sus copartidarios —Mármol, el mismo Sarmiento, Vicente F. López, Guido Spanó, Juan María Gutiérrez, Miguel Cané, Olegario Andrade, Navarro Viola, Frías, Vélez Sársfield, estaban en contra de esa guerra, y también las masas populares de casi todas
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las provincias en porfiados alzamientos que fue preciso nivelar a sangre y fuego. Sí, increíblemente, la intelectualidad y las masas coincidían en el rechazo de tamaña guerra, pues a sus hecatombes cíclicas se agregaban las agonías y decesos diarios, la desintería y el cólera que diezmaban con ecuanimidad pavorosa a invasores e invadidos. Y algo no inferior a todo en iniquidad y bochorno: Solano López había denunciado en diciembre de los prisioneros paraguayos eran vendidos como . esclavos en el Brasil u obligados a enrolarse en el ejerej Mitre, desmintió fmartirizaba a su patria, solemnemente la impostura... Sólo que algo más de un antes, es dcir, en octib1'e del mismo año, había escrito a su gobierno informándole que el día de la rendición de Uruguayana los paladines brasileños habían raptado de ochocientos a mil prisioneros "lo que prueba a usted la corrupción de esta gente, pues os_ robar— a_ciavos". (A rchivo kitre, v. 330). ¡ Las largas narices de Mitre olían recién la corrupción de la autocracia negrera que le había otorgado, fuera de la Orden de la Rosa, la gran cruz de la Orden Imperial del Cruzeiro, que le daba rango de príncipe. (J. M. Niño: Mitre). Eso no era mucho, si no había tenido ojos para advertir lo obvio: que después de veinte años de endemia rosista y diez de epidemia post-rosista (todo esto mientras en la pampa los malones gobernaban al gobierno), el país no estaba en absoluto en condiciones económicas ni políticas de afrontar una guerra. Y menos una guerra fervorosamente impopular en el país y fuera del país. "López, como usted sabe, contaba con la simpatía de ambas Américas y el pueblo paraguayo con la del mundo". (Carta a Manuel R. García, enero 12 de 1869. García Mansilla: Cartas confidenciales a Sarmiento).
Y una guerra sucia como todas y más que todas.
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Alberdí, O. Andrade y Navarro Viola y muchos otros en su tiempo como Ernesto Quesada después señalaron la inocultable relación que había entre el brillo de las onzas brasileñas y el ardor belicista de la prensa porteña. Todo esto después de lo que y a sabemos: "La República Argentina no ha tenido un gobierno que haya costado más lágrimas ni que haya hecho correr más sangre". (Olegario Andrade: El Porvenir de Gualeguaychú, 12 de agosto, 1866). "Sarmiento, que era probo —dice uno de sus optimistas negadores— se indignaba hasta el paroxismo contra estas ratas: "Hicieron fortunas colosales proveyendo con los tesoros públicos a las necesidades de un ejército sin administración". t. XXI, pág. 393. "Bandas de famélicos —hijos de familia— que necesitaban de provedurías, nuevos ferrocarriles a la luna y otros medios de engrasar la pata". t. XIII, pág. 359 (R Tam.agno: Sarmiento, los liberales y el imperialismo inglés).
VIII EL ESTADISTA POR ANTONOMASIA La constitución bonaerense de 1854, que liberta a los negritos intrauterinos, pero no a los otros, y un tratado de esos días, La república del Plata abocado a demostrar las altas ventajas de la segregación de Buenos Aires, echan luz sobre la moral política de los inmediatos sucesores de Rosas cuyo liberalismo es impuesto un poco a la manera que el antecesor imponía la cinta color hemorragia. Ocurre desde luego que no todos los hijos de Buenos Aires comparten esta actitud y estas miras, y así, los dos porteños de mejores luces de la época, Vicente F. López y Juan M. Gutiérrez prefieren ponerse del lado de TJrquiza, pese a sus turbias mañas, no jubiladas del todo, con tal de no correr el riesgo de la secesión del país. En Buenos Aires casi todos los ex rosistas desocupados se entienden bien con los recién venidos antirrosistas, todos porteños hegemónicos: Lorenzo Torres, el pico de oro de la Legislatura rosina, Pastor Obligado, ex miembro honorario de la Mazorca, y Rufino de Ehzalde, que en vísperas de Caseros había cambiado su condición de caballero por la de caballo unciéndose con brío piafante a la carroza de Manuelita. Pero no todos los que soportaran de grado o por
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fuerza la tutela paternal del ausente estaban contestes con el nuevo régimen, ni mucho menos. Hartos de vivas y mueras y de cintajos secesionistas, querían más o men os sinceramente la unión de todas las provincias bajo un solo trapo. El alzamiento de Lagos y Rosas Beigrano contra el motín alevosamente separatista del Once de setiembre expresaba sin duda el sentir de casi toda la campaña bonaerense. El separatismo tutelado por Alsina Y su grupo era esencialmente municipal. Lo sugiere bien el hecho de que el doctor Torres acudiese a los jefes de las estaciones navales de Inglaterra y Francia pidiendo ayuda contra el sitio de Lagos. Siendo ambos esencialmente porteñistas y localistas, el ya abolido régimen de Rosas representaba más privadamente los intereses estancieriles, mientras el nuevo era con preferencia el tutor de los mostradores, es decir, del comercio anglo-criollo de importación. En agosto de 1870 el diario La República le recordó a Mitre que, cuando su proyecto de hacer de Buenos Aires una república, se había consultado previamente la opinión del Brasil. Mitre contestó socavando las Bases de Alberdi: "Tengo en mi poder instrucciones escritas por usted de puño y letra para nuestro enviado a Río de Janeiro, instrucciones que no quiso firmar Pastor Obligado, en que se le prevenía se informase de la actitud que asumiría el Brasil en caso de que Buenos Aires se declarase independiente." (Juan Carlos Gómez a Mitre: La Tribuna, 17 de diciembre de 1869). Vale decir que, desde el comienzo, Mitre se perfila como la figura de más porvenir del nuevo grupo monitor de Buenos Aires, y ello obedecía a tres razones: es el militar de mayor graduación del grupo o sea, el que maneja directamente la fuerza (y tenía "el brío de un general mejicano", según Sarmiento), es el más resuelto y también el que dispone mejor de esa retórica de medio
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pelo que seduce a las mayorías: "La moral pública está relajada, caída. Le ofrezco i brazo, débil como es, para que se alce y lance contra sus asesinos la sublime pro- testa que Jesús lanzo a sus verdugos" De que Buenos Aires, segregada de la Confederación, se consideraba una entidad soberana, habla claro el empeño con que buscó acreditar una representación oficial fuera del país y el que Buenos Aires continuara siendo la sede del cuerpo diplomático extranjero, como si nada hubiera pasado. A Alberdi se debe, muy principalmente, que la nación unida lograra hacer prevalecer sus títulos frente a la hija pródiga. Pródiga en sobornos, sobre todo. Ya sabemos cómo un día compró la escuadra federal a su almirante, que era uno de esos yanquis cien por ciento que avalúan al hombre por lo que pesa en plata. FerdinandWhite, enviado esos días por Baring Brothers a procurar la continuidad en el pago de sus archiusureros intereses, se volvió despechado, pero dio el único consejo desinteresado que nos vino de Inglatemás nos valdría importar rra en casi dos siglos: cincuenta mil inmigrantes que cinco millones de esterlinas. El almirante Hotan, el que forzara el paso de Obligado, oyó decir que al disponerse a abrir los ríos a la libre navegación, Urquiza "deseaba demostrar que cumpija tal acto por voluntad propia y no respondiendo a ninguna influencia extraña, al temor o a la persuasión". (H. S. Ferns: Gran Bretaña y A rgentina en el siglo xix). Este Hothan, coincidiendo con Urquiza puso el mayor empeño en terminar con la segregación de Buenos Aires, no por filantropía ciertamente, sino porque eso convenía también al comercio británico, pero se quemó los dedos: "1-le tratado asaz con esa gente... Mientras tenga una caña en qué apoyarse, el gobierno de
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Buenos Aires prolongará la crisis peligrosa para el país y desastrosa para el comercio británico", cita de Ferns, que agrega: "Urquiza creyó al principio que los unitarios podían confiar en él, mas pronto advirtió que aquellos hombres de la ciudad, defensores liberales de la civilización y el dominio urbano, eran tan enemi gos de su tipo de federación corno Rosas, si no peores". El cónsul Gore había comunicado a su gobierno una frase burlesca de Urquiza contra los porteños. "Hay un solo hombre para el gobierno de la Argentina, y estoy dispuesto a enviar a alguien para que le ruegue que vuelva". (H. S. Ferns: Gran Bretaña y la A rgentina). La verdad era que Rosas coincidía de todo corazón y cabeza con los secesionistas: "Buenos Aires debe declararse independiente, tiene todos los elementos que pueden constituir una nación. . . con fuerzas y rentas que seguirán el mismo desarrollo una vez que se sacuda de la rémora fastidiosa y las complicaciones en que la tienen envuelta las provincias siempre descontentas por envidia y tan orgullosas como pobres sin más cuestión que las agite que su odio impotente contra Buenos Aires". (El Nacional A rgentino, abril 5 de 1856. El Diario de V alparaíso, 22 de mayo de 1856.) Ya sabemos que después del redondo desastre de Cepeda, Buenos Aires prefirió cavar trincheras en sus calles para morir matando antes de apearse de sus altos sueños de predominio. Urquiza, derrotado por la Aduana de Buenos Aires, venía dispuesto a ofrecer la paz aun a precio de saldo por quemazón. Véase la humillante relación entre los presupuestos de los contendientes: Buenos A ires Confederación Año 1856 ................$ 70.160.000 2.880.000 - ,, 1860 ..... . .......... ,, 90.134.000 ,, 4.312.000
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Todavía bajo la presidencia de Mitre, el presupuesto de la provincia superaba los cuarenta millones de pesos mientras el de la nación no llegaba a nueve. He aquí la palanca del rosismo y del mitrismo. Cuando la famosa Convención Reformadora de la Constitución Sarmiento y Vélez Sársfield, venciendo sus prevenciones, votan por su aceptación lisa y llana, y el primero pone en solfa la propuesta de Frías declarando oficial la religión vaticana. Mitre, líder de las reformas, propone una federación condicional. "General, observa Sarmiento, creo poder concretar su pensamiento en una frase familiar paisana: Buenos Aires unida a la nación como mula de cuarta al carro, con presilla, para desprender el carro cuando tire la mula". (A. Belin Sarmiento: Sarmiento anecdótico; J. M. Mayer: A lberdi y su tiempo). Huelga rememorar aquí, por harto conocidos, los sucesos sanjuaninos de 1860-61, con los asesinatos escalonados de Benavídez, Virasoro y Aberastain, pero no el subrayar que la responsabilidad de estas dragonadas pesa mitad y mitad sobre Buenos Aires, que contribuyó a ellas con su prédica y quizá su apoyo áureo, como sobre el gobierno del Paraná, empeñado en mantener en conserva los gobernadores sobrenadantes del naufragio de Caseros. Recordemos que el gobierno que reemplazó a Derqui después de Pavón decretó como primera medida la invasión militar de las provincias —salvo Entre Ríos—, es decir, el pisoteo con botas castrenses de la Constitución federal recién acatada. Confesamos que no atiza mucho nuestra fe el credo retardado en la existencia de una democracia analfabeta y paternalista representada por los caudillos de la campaña o patriarcas de las provincias. No hay tal. Los caudillos son inevitablemente terratenientes estancieros
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o aspirantes a tales. O más bien hacen simultáneamente su carrera de estancieros, propietarios y generales. Un ejemplo entre tantos, es el de Facundo, cuyo derroche de vidas ajenas hace olvidar que fue más temible aún para las arcas públicas y las bolsas privadas, según lo dice el detalle de que habiendo comenzado de soldado raso llegó a general de las finanzas: "uno de los hombres más ricos de la América del Sur". (A. Zinny: Historia de los Gobernadores). Los caudillos se apoyan naturalmente en una fuerza organizada a su modo, cuyos capitanejos se benefician con parte de los privilegios del jefe indiscutible. Esta Guardia Suiza de poncho es la que se encarga de provocar y mantener el entusiasmo popular por la causa, mediante algunas miga j as caídas a veces y el terror alzado siempre sobre las nucas. Para formar o remontar el cuerpo operativo —montonera o ejército— a nadie se le pide opinión: el paisano debe sumarse a veces con caballo y todo. No menos cierto es que estos caudillos de poncho tienen su contraparte simétrica en los jefes políticos de las ciudades, o caudillos de levita o ke pí, y a veces se confunden porque una virtud común los identifica: a ninguno, en el fondo, se le importa un pepino el destino del país ni de levantar un dedo por ayudar a las masas a salir de su indigencia material y mental. Eso sí, todos o casi todos tienen una fácil vocación por la traición. Ramírez se vuelve contra su jefe Artigas y lo embolsa en el Paraauav. Ló pez, socio de Ramírez, lo traiciona entendiéndose con los porteños y después exhibe su cabeza en una jaula. Ramirez, traicionado por López, no tre p ida en aliarse a los portugueses. Rosas, ayudado por López, le facflita el pesaporte al infierno a Facundo, y después, sin ayuda de nadie, jubila a Reínafé, al Dr. Maza y a Pancho el Ñato, tres de sus más
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meritorios servidores. Los venga Urquiza traicionando a Rosas. Cuando éste cae, todos los caudillos federales ue habian abominado del "loco traidor", se entienden onUrquiza sin pestañear dos veces, en el pacto de San Nicolás. Des p ués de Pavón, pactan con Buenos Aires. Facundo c6nfLmadud, a Lavalle _contra Rosas, Ui q uza contra Mitre, des pues se ofrece a Mitre por cartas. (4 Hernández: Rasgos biográficos — ecza—-:_ Mitre_ yel Chacho) Se dirá que con los caudillos de levita ocurre exactamente lo mismo, y así es. Lorenzo Torres, Elizalde, Obligado, Vélez Sársfield, Anchorena — e tutti quanti— , rosistas notorios antes de Caseros, se adhieren al otro día al "traidor vendido al Brasil"; pero el Once de Setiembre se vuelven contra él para evitar que la Confecleración termine con los privilegios antinacionales de Buenos Aires. Nicolás Anchorena se cuelga de los faldones de Urquiza y su primo Juan Manuel se agacha hasta la suela de los zapatos ante Urquiza y Lord Palmerston. Lóp ez Jordán, caudaloso estanciero mesopotámico que hace carrera con Urquiza siguiendo la política ontinacional y antientrerriana de Rosas, hace descuartizar a Urquiza delante de sus hijas para libertar a Entre Ríos y se alza contra la política nacional del provinciano Sarmiento, combatido por todos los porteños, y en estilo apostólico, por Mitre. Ya lo vimos; nadie —como no sea por exce pción— tiene conciencia ni voluntad clara o firme, como no sea enderezada a servir su persona, su grupo o su clase. Mitre, incandescente defensor de los intereses localistas de Buenos Aires, se trueca después de Pavón (es decir, cuando tiene el poder de la república en sus manos) en campeón de la unidad nacional lada -por la nersuasión cic las _bayonetas. Este negro episodio - en la vida de la nación y la
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biografía de Mitre apenas es tenida en cuenta como no sea para volverlo contra Sarmiento. Los populistas en retardo olvidan que en 1863 el Chacho invade la provincia del gobernador Sarmiento no a sembrar democracia sino a cosechar vacas en una tierra en paz donde se están abriendo canales, escuelas y minas. También simulan olvidar que en esa ocasión Sarmiento ya no tiene ninguna autoridad sobre las tropas que derrotan y ejecutan al Chacho. Es el presidente el que manda y los militares los que hacen: eo que la guerra en La Rioja sea una guerra de acción policial" (IV Iat'e) - iLos nemigos lo acusaron a Sarmiento de asesino del Chacho Tamaña acusácion es infundada" "such an acus.ation is tiñded'. (Atlisson Bunkley: Lif e of Sarmiento.) "Recibido el coronel Arredondo del Escuadrón de 1 9 de ldela Guardia Nacional men- docina mandó a Irrazábal... y en seis días cayeron en Olta sobre el cuartel general deFEh lo ultimaron por acto espontáneo u orden que ignoro. Sarmiento". (Dad6 de la Vega: Mitre y el Chacho). pequeña disgresión, ajena a toda beatería liberal o eclesiástica, sólo busca deslindar la respectiva responsabilidad de Mitre y de Sarmiento en la represión de las montoneras del Chacho. La campaña de redención civilizadora y democrática de Mitre después de Pavón, dirigida por su Guardia Suiza de uruguayos —Flores, Paunero, Rivas, Arredondo, Sandes, Iseas— es perfectamente siiifca a la ie veinte años atrás planeada por Rosas y ejecutada también por una Guardia Suiza de uruguayos: Oribe, Garzón, Maza Violín... "Llamar a aquello una campaña es un eufemismo. . . ; fue más bien una cacería en la que se persiguió "como a perros rabiosos a todos elementos que se consideró podían estorbar la política de Buenos Aires". (Vera y González: Historia de la Rey. A rg.).
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Ya vimos que Pavón fue una victoria regalada. Urquiza ya derrotado, menos por la alevosía de Derqui que por la aduana de Buenos Aires y sus propias contradicciones •de gran estanciero más interesado en sus vacas que en el destino del país, abandonó el campo a designio. Dos meses después de Pavón, Venancio Flores alcanzó a un cuerpo de mil hombres al mando de Virasoro y López Mascarilla, ya extenuados. "Hay más de 300 muertos. . . mientras que de nuestra parte sólo hemos tenido 2 muertos y 5 heridos". Esto dijo el ministro de Guerra Gelly y Obes en despacho al gobernador delegado que publicó La Nación. El Nacional de 30 de noviembre de 1861 habló de 300 degollados. Los6nbtes de Punta de A guas, Lomas Blancas ySalinas del Moro no le fueron en zaga. "Todos han sido pasados por las armas según la orden de V. E. y la necesidad de hacer ejemplar el castigo de Ta ley ei que osados sé arman contra la tranquilidad publica" (Parte del coronel Sandes, el 12 de marzo de 1862; Julio
Victorica: Mitre y Urquiza).
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Convengamos en que todos los desmanes de la política de Mitre y los suyos no justifican en absoluto la actitud de Urquiza en Pavón ni más tarde. A una dé- Ç ¡ cada de Caseros el temor a una neotir.anha —a una reíteración de Rosas por cuenta de Urquiza— era un espantapáj aros desventrado. Por otra parte el clan mitrista1 ni siquiera representaba la mayoría de su propia proí\f vincia. Pavón resultaba, pues, el desquite de Caseros y defección de TJr-., la derrota del país. Era obvio que qui za obedecía a una d a doble la scasa coincidencia entre ios in.ereses económicos de las provincias interiores ylasdel litoral or una parte, y por la otra la muy nEel6s de Buenos Aires y los de ese litoral opotamico, siempre q ue este se aviniera a quedar en c4iciond socio menoi Al&idi fue el primero en ver _
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este descenso de su héroe a la altura de su propio ombligo: "Acaba su vida como la empezara: uor ser satélite 7euen6A f ?.Otiim as, t. V). "j, Quién ha de gobernar —se había preguntado Mitre—, lQ$jcapaces o los mas bestias?. .. ¿Gobernados por leyes y prrncipios_oalanza seca. segun el sistema de Saa? (Ya sabemos –que él pr -Ze—ría la bayoneta mojada). - Defendiendo en 1860 sus proyectos de reforma a la Constitución del 53 había escrito en El Nacional: "El sentimiento dominante del pueblo denosAires mantener sus libertades sin sacrificarlas a las_ pretensiones exageradas de la nacionalidad". (Que era lo mismo qu sofy (fefh6 bsa 36n otras palabras y otros modos, y ya volvería Mitre en 1874 y 1880 contra esas pretensiones exageradas de las provincias). El flamante presidente, sabiéndolo o no, represen taba — mutatis mutandis— los mismos intereses portuarios y porteños del régimen que abdicó en Caseros, y por ende su política debía ser la misma en lo fundamental, pese a sus diferencias vistosas. Ahora se toleraba el progreso capitalista —siempre que no atentara contra el progreso de los dueños del capital. . . -, se fomentaba en alguna escala la instrucción y la beneficencia pública y las comunicaciones, y se toleraba también en cierta escala la libertad de prensa. A diferencia del prestigio prevalentemente rural y estancieril de Rosas, el de Mitre se apoyaba con preferencia en los mostradores de la burguesía grande y chica, pero ambos coincidían por encima de todo en tutelar los intereses de la exportación de cueros y sebos bonaerenses y la importación de trapos y quincalla ingleses. Y por cierto que ambos regímenes descansaban en el apoyo moral de los cuerpos de línea. En mayo de 1864 Sarmiento fue destacado por nuestro gobierno como ministro diplomático ante el de los Estados Unidos, en misión especial ante los de Chile y
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el Perú, en circunstancias en que la ocu pación de las islas Chinchas, peruanas, por barcos españoles (y en que Francia infería un 'emperador austríaco a Méjico) alarmaba a• los pueblos del Pacífico. En instrucciones de ese mismo mes, nuestro gobierno decía a su enviado: "El gobierno ha resuelto que Y. E. haga saber al de Chile q ue h.a recibido orden de proceder a celebrar los acuerdos y convenios necesarios a fin de proveer a la seguridad común de las nacionalidades de América ...con motivo de los procedimientos usados por S. M. Católica". Como pese a ello se desaprueba su actuación en Chile y se le prohibe tomar parte en el Congreso Americano de Lima, se cursa entre el presidente y su enviado diplomático una polémica epistolar tan amistosa como espinosa. (Sarmiento: Obras, t. XXI; Museo Mitre: Sarmiento-Mitre. Correspondencia.) De los des panegiristas de Sarmiento más conocidos, uno (L. Lugones: Historia de Sarmiento) narcea justificar o justifica la actitud de Mitre; el otro (R. Rojas: El profeta de la Pampa) esboza un juicio pilatuno y contemporizador. El más pintoresco de los detractores de Sarmiento (M. Gálvez: Sarmiento, hombre de autoridad) lo presenta como un modelo de "di plomático antidiplornático". La explicación es fácil: los tres son mitristas, o mejor, personas gentilmente res petuosas de la autoridad de "La Nación". Reducido a sus líneas sumarias el asunto es así: 19) las instrucciones iniciales del gobierno, como vimos, son asaz claras; 29 ) pese a ello, desaprueba el discurso sanmartiniano-b olivar¡ ano (Obras, t, XXI) q ue Sarmiento pronuncia en Chile y le veda asistir al Conreso Americano de Lima; 39) Sarmiento asiste a él, sólo en carácter privado y por invitación especial de sus miembros; 49) Mitre lo desaprueba de nuevo: "Usted sabe que es
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una de las bases fundamentales de la política argentina no tomar parte en congresos americanos". Es decir, dar la espalda a nuestra pobre América, para no resentir o molestar a Londres - como hoy a Washington. A lo que puede entreverse mediaba en el pleito un factor inconfesable. La sentencia de Mitre es posterior a mayo de 1864, fecha en que, según José Mármol, ya estaba convenida secretamente la alianza argentino-brasileña contra el Paraguay (La Tribuna, 6 de diciembre de 1869). En el imperial desprecio al Congreso Americano —Mitre los llama "pamplina"— obraba, sin duda alguna, el temor a un convenio de arbitraje. Otro sí: Andrés Bello, la mayor autoridad en derecho internacional en esos días, elogió con brío el discurso de Sarmiento (A. Belin Sarmiento: Sarmiento anecdótico). Y este juicio sobre el tema de alguien ajeno del todo a nuestros pleitos: "Mirada retrospectivamente esa actitud ante el problema parece implicar más visión y sentido de estadista que los de su gobierno". (A. Bunkley: Lite of Sarmiento). 1
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revolución industrial contagiaba al mundo. Nuestro país no podía sustraerse a ello. Buenos Aires, con çaptalpronio e n'aenleros agentmos habio contiuid yasu primer ferrocarril, llamado F. C. Oeste, que pese asu aún modesto kilometraje dejaba entrever, con su éxito, qué factor del progreso nacional podría ser. El flamante gobierno prsidéÍicial ouishacerla cosa en grande aunque con ayuda extranjera. La aventura era riesgosa dada la voracidad lobuna de los prestamistas de Londres (bien lo decía el empréstito de 1824),
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pero los yanquis también estaban tendiendo sus rieles con ayuda del capital forastero sin quedar presos en las redes de los prestamistas. Todo era, pues, cuestión de prudencia. Claro está que mediaba una gorda diferencia. Por un lado, los desiertos norteamericanos, prorrateados por ley, estaban poblándose de granjas y de gentes mientras nuestro latifundismo en plena expansión cosmográfica, no admitía más que vacas; por otra parte sus gestores oficiales no se habían entregado con criminal candor —o truhanería— a la usura sin fondo de los concesionarios. Sarmiento, presintiendo el peligro había escrito desde Norteamérica a su gobierno comunicando que allá también se otorgaban beneficios de tierras a los empresarios, pero en lotes alternos a ambos lados de la vía, reteniendo la mitad el Estado. (Obras, t. XXIX). Mitre le contestó que él también lo sabía. Pese a ello, en el contrato con la empresa constructora del F. C. C. A. se le garantizó una ganancia anual del 7 % sobre un capital doble al necesitado para trazar dicha línea otorgándole además una legua de tierra a cada lado de la vía y a lo largo de todo su recorrido. La tierra, valorizada por la línea férrea, pagaba sola el costo de la misma. (Terry: Finanzas). Así se inauguró en nuestro país la hégira de nuestras suicidas concesiones al capital imperialista. La administración de Mitre no fue la única, pero sí la iniciatriz y la más generosa. Como a Rosas treinta años atrás, la fortuna política había hecho del general Mitre una especie de niño mimado. El primer presidente constitucional, es decir, por imperio de una ley acatada por todo el país unificado, y elegido sin oposición de nadie, disponía de más poder que el concesionario de "las extraordinarias". El ejército, cuyos jefes principales eran todos copartidarios y
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amigos suyos, había demostrado a las provincias, con argumentos irrefutables, la injusticia de toda disconformidad y rebeldía. Urquiza, que representaba la única amenaza posible, había aceptado sin rezongos la situación. Después de tanto jadeo y tanta sangre, el país conseguía la paz —después de más de medio siglo— cuando no sólo la precisaba para restañar sus heridas sino para resolver de una vez el viejo problema de su frontera interna con los indios y poder incorporarse al fin al movimiento progresista del mundo, cuando Europa comenzaba a derramarse sobre nuestras playas con su comercio y sus novedades técnicas y sus gringos industriosos. ¿Correos, incremento comercial y demográfico, colegios, vías férreas? Sí, todo eso. El país parecía aprestarse a lograr en seis o diez años lo que no había podido en medio siglo gastado en batallas emancipadoras o pasatiempos fratricidas. Pero de todo eso, poco y nada pudo ser. Porque los jerarcas de los mostradores y saladeros porteños con Mitre y su grupo a la cabeza —los Elizalde, Gelly y Obes, Costa, Riestra, Rawson, José Gutiérrez, y su corro de generales uruguayos— habían resuelto ponerse de acuerdo con el Brasil para cambiar el personal del gobierno uruguayo primero y del Paraguay después. Y para mejor, según ya vimos, en condición de agentes del ministro inglés en Buenos Aires, Digamos de paso que el país estaba aspirando a ser una factoría del cruzeiro. El pacto de Urquiza con la corte de Río de Janeiro debía traer cola, pues no debe r / jugarse con fue-o. El noderoso Banco Maná se establece en Montevideo desde 1851 y convierte a la república urugyn una som1coon1a economi de1BiF , J857 se firma fr £ajanhs, futiro vizéonde de Río Jorando otro firmado ci año anterior) y por el cual la Confede-
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ración renuncia a parte del territorio de las Misiones, concede la libre navegación del Uruguay, Paraná y Paraguay y la extradición de esclavos brasileños escupiendo así la Constitución del 53. Ese mismo año el barón de Maná, dueño del más poderoso banco de Sudamérica se establece en el Paraná y funda una filial en Rosario, Cárcano: Del sitio coii carácter de banco oficial. x Buenos A ires al campo de Cepeda). Pocos años después funda otra filial en Buenos Aires. "El Río de la Plata fue regado con oro brasilero durante cinco años", escribió Ernesto Quesada. g "Al iniciarse la uerra de la Triple Alianza, Maná era el árbitro financiero del Plata, y sus gobiernos de--pendían de suspéstarnos. (J. M. Rosa: - La guerra del Parguay y las monneras to argentinas). En tren de entusiasmo profesional por la causa el diario de Mitre se dejó decir un día que el triple- malón contra el Paraguay había sido "la guerra exterior más peligrosa, más justa y más fecunda que haya sostenido jamás la Argentina". (La Nación, 10 de junio de 1881). Pero el desacuerdo con dicho dictamen venía desde los años mismos de la guerra y en 1869, apenas apeado Mitre de la presidencia, un ex copartidario uruguayo, que había estado contra el Brasil desde el comienzo se encargó de recordarle que las fuerzas argentinas y uruguayas hubieran más que bastado para rechazar la invasión de Corrientes, y más, habiéndose sublevado varios generales contra López, ro elpacto con el Brasil "que nos ataba a su carro nos imponía la invasión del Paraconviniese o no". (J. C. Gómez: La Tribuna, 15 de diciembre de 1869). Pero descomedidamente más grave fue la acusación del que fuera un enviado del gobierno de Mitre- ante la corte del Brasil. "La alianza -,con el Brasil no proviene del 65, sino de mayo del 64. Desde la presencia del al-
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mirante Tamandaré en las aguas del Plata, de los geneen las fronteras orientales, se estableció la verdadera alianza entre los gobiernos brasilero y argentino en protección de la inicua revolución dFlrescontra el rnJ gobierno que ha tenido la Reblica Arribos gobiernos se aliaron bajo la nispuacion de una 6iTiad criminal " (J Már m ol: La 'Inbna, 16 de diciembre de 1869). Apenas es necesario recordar que en abril de 1867, llamado con urgencia por su gobierno, Mitre debió abandonar la comandancia suprema y el campo de acción, venirse sobre el Rosario con parte de sus fuerzas y mandarlas a sofocar las protestas populares que se alzaban en armas aquí y allá contra la más absurda y canalla de las guerras. Y que a comienzos del año siguiente, desmoralizado sin duda, y llamado a Buenos Aires por el deceso del vicepresidente, Mitre abandonó definitivamente aquella guerra que aún estaba lejos de terminar, dejándolo todo por cuenta de los brasileños, que la acabaron al fin porque se acabaron los paraguayos (de un millón y medio quedaban apenas doscientas mil mujeres y niños) y trataron a los sobrevivientes como los gusanos tratan al cadáver. Y que el tratado de paz lo confeccionaron y lo impusieron los brasileños solos, y Mitre, comisionado por su gobierno, tuvo que adherirse a él en simple calidad de tolerado. El tratado de Coteg^ipe_ Sqll^ue_-t-ern-ti J -la guerra . fue un desastre con todas las de la ley, un Curupaytí diplomático, digamos. La diplomacia brasileña se entendió a solas conJgohierno paraguayo designado prejja. El invasor, que había tratado al Paraguay más descomedidamente que sus colegas de alianza, negándose a todo armisticio, vendiendo asus prisioneros cje guerra como esclavos, entrando en la Asunción con los mismos modales con que una zorra entra en un
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gallinero, ahora se arrogaba el derecho de estrecharle sus fronteras y navegarle sus ríos como si fueran el Amazonas, aunque, eso sí, ofreciéndole caballerescamente su espada para defenderse de la Argentina, que agotada en hombres y recursos, nada pudo hacer. Mitre, responsable directo y capital del desastre, llamó "obra monstruosa" al tratado, aunque intentó a su modo explicar el caos. El joven Aristóbulo del Valle se permitió advertirle que "sería bueno que defendiese al Brasil un poco menos y ala República Argentina 1'n poco mas" (El La guerra del Paraguay fue un apocalipsis para el peias un poco menos también, pala Paraay, pueblos yla economía de los vencedores, que así que4aron totalmente inermes frente a la ofensiva del capital británico, unico victorioso, si excetua a esos chacales de -tod-a guerra llamados proveedores. No eran sino meramente correctos y sin sombra de énfasis los juicios de Alberdi, declarado por ellos traidor a la patria: "Pobre Mitre! Toda el agua del Paraná convertida en tinta no bastaría para probar que la guerra del Paraguay tuvo la menor razón de ser argentina, nacional". (Carta a C. A ráoz, 17 de junio de 1878, cit. por J. M. Mayer: i-Ilberdi). "Destruir al Paraguay para fundar a ese precio la preponderancia del imperio en las repúblicas del Plata es una política que haría honor a un rey de Africa por su sagacidad". ¿Se salvó por lo menos el honor en esta San Quintín tropical, siquiera en sentido de salir con las manos limpias? Nadie ignora que por sus orígenes y su formación con decisivo carácter de factoría Buenos Aires fue siempre una ciudad aguerridamente fenicia, y ella contagió al resto. Y no se piense que esta filiación intente un re-
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proche ascético en nombre del ayuno, la rofla o el harapo. Sugerirnos sólo que el argentino no concibe la vida sino embalada en excesos de confort y pompa como un difunto en su cajón de lujo. Por cierto que nuestros próceres gobernantes, con su burocracia civil, clerical y castrense, no escapan a esa endemia, sino por excepción. Según parece, Mitre fue hombre de manos limpias y vida honrada, pero toleró y apañó el robo como garantía de su pedestal. "Mitre.., no ha tomado un peso de las arcas pública. . pero en su gobierno los robos eran tantos que a nadie llamaban la -áte-iíc- ió- ii. Si en la actualidad se hacen fortunas inmensas a lasomola del poder, esas son migajas al lado de aqueJI— as—q^ u^e se hacían por los - timos ni del general cuando Cepeda, cuando Pavón, cuando el Parauiiy y MiLie creía que su hornadez quedaba inmaculada pue s to que el ro p nuciaaba aquella arrebatiia" ( j_CD'A rnico Buenos A ne y sus ¿conzores) Las acusaciones del coronel Alvaro Barros en su libio Fronteras y territorios federales contra ..general Rivas y el coronel Machado, M dos buenos mitristas, parecen confirr ma esta imputación . "Su casa (de Mitre) fue negociada por agentes y obtenida la suscripción de proveedoé que ine diante el despilfarro de las rentas ganaron millones". (Carta de Sarmiento a Sarratea, 17 de marzo de 1869. El Mercurio, 12 de setiembre de 1827, C. Wilde: Obras t. VIII. Citas de J. JYl. Mayer: A lberdi y su tiempo). D'Amico confirma el dato: " ... los proveedore s , cuyas fortunas insolentes se habían hecho a la sombra de Mitre, regalaron a éste la casa en que hoy está la opulenta imprenta de La Nación" ¿Quiénes eran esos honorables chacales proveedores? Naturalmente todos los miembros de nuestra oli garquía cartaginesa y por eso apenas si pueden ser alu-
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cudos A Lezica, A Lanus, C Galvan, J C Lezna Engordaron con - ñero primero y con tierra después: TIte tervitory of the A rgentine republie expanded considerably with the adquisition of Misiones. V ast conCeSSions of sev eral hundred of square leagues of lartcl were granted shortly after the Paraguayan war. Grants were enorrnousi2j large... among there were present and future A rgentine lancled ctnd bnsiness leaders sucit as U1..buru, Born, Ch'iappe, i$unge and Casado". (Bernstein: M3dern and conternporary Latin A mericct). Agreguemos sólo que antes de la guerra ya su flagelo había llegado bajo la forma de un emprésftto inglés y todavía con el agravante de que era gestor del mismo uno de los cofrades más luctuosos del clan, Norberto de_ Riestra, director _del _Banco de Londres yRío de la Plata ¿Que era el caballero meJie-AB aring nos indicado, según l. propia Cámara de Diputados, para tal misión? No importaba. Mitre explicó que SÓlO gracias a su benemérita influencia "la República Argentina quedó apuntada en la pizarra de la Bolsa de Londres". (Milciadcs Peña: Santoyeña para la historia argentina) creería que después de tan sísmicos contratienipos Mitre se retiraría a la vida privada y al silencio? No, se atrincheró en el Senado a luchar con más brío que en el Paraguay contra la presidencia de Sarmiento, y tanto que cuando la nueva sucesión presidencial, según sabemos, levantó la mitad del ejército para defender la democracia castrense. Entonces fue cuando la inteligencia, que había renegado en coro del enterrador del Paraguay, expresó por boca de uno de sus hombres más dignos, y sin duda el más sereno de todos, su juicio y su sentencia últimos: "Bartolomé Mitre es el hombre más ambicioso que pueda darse, el que con más indiferencia ve derramarse la sangre ajena. Ahí lo tiene al hombre de los principios con-
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culcándolos todos cuando vio que el poder y el tesoro se escapaban de sus íntimos y de sus manos. Cuando se vio vencido en la elección para la presidencia de la República. . . se echó a predicar la doctrina de que en virtud de esas elecciones los que resultaron elegidos por la mayoría no eran poder legítimo, y mezclando la violencia al maquiavelismo quiso parodiar el golpe de estado de Luis Napoleón. Creo que sería capaz, para salvar el bulto, de todo género de bajezas. Como hombre político, Mitre murió para siempre. Había de llegar el día en que había de caérsele la máscara... Siento de veras que haya caído tan bajo y se arrastre en el fango un hombre a quien parte crecida de sus paisanos ha aclamado como sabio y héroe. Ojalá hubiera sido en realidad ambas cosas. Ahora no es más que un canalla más en la procesión de nuestra canalla política". (J. M. Gutiérrez a M. Sarratea, 30 de noviembre de 1874. A rchivo General de la Nación, 3-2-7, N 203). Lo cual no venía sino a refrendar el veredicto molecularmente demoledor del historiador Vicente F. López, sobre los comienzos de la administración Mitre, en carta a Alberdi el 29 de febrero de 1863: "La explotación convertida en doctrina económica... el aniquilamiento consiguiente del respeto y del sentido moral... reduciéndose en último resultado todos los resortes al uso de la fuerza militar".
a A urelio Narvaja
IX VIS PERAS Hay un renovado asombro ante las averiguaciones e inventos de las ciencias físicas y de las biológicas. En cambio se tiende a pasar por alto el aporte de la segunda mitad del siglo anterior y de lo que va del actual, a las ciencias sociales, tan decisivo que parece que la historia del horno sapiens y del horno faber acabara de nacer. En efecto, después de Marx y Engels y de las corrientes más nuevas del pensamiento histórico representadas por Gordon Childe, Myres, E. Meyer, John Still, B. Malmowski, G. F. Hudson, Ellsworth H.utington, Farrington, Mondolfo, T ynbee, Masingham, Deutcher, M. P. Nilsson, A. Evans, la historia humana parece haber dado un viraje de 909 . Pongamos un sólo ejemplo: Esa hazaña histórica sin parangón aún que fue la cultura griega, atribuida babosamente hasta ahora a la superioridad nata del heleno, hoy la sabemos el resultado de una constelación de circunstancias: su hogar, sito en la encrucijada misma de las culturas cretense, egipcia y asiática, la difusión de la técnica del hierro o democratización del metal, y la difusión del alfabeto fenicio o democratización de la escritura, la navegación marítima, heredera de Creta, —la magrez del suelo que obliga a un esfuerzo máximo de la voluntad y de la mente,— y lo último, pero no menor: la lucha de clases dentro de cada estado, es decir, entre poseyent'es y desposeídos, origen de esa libertad democrática, clave de las creaciones griegas. Masingham a su vez quizá mejor que otros, de-
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muestra que la igualdad tribal del salvajismo y la barbarie queda abolida bajo la civilización, al instaurarse la propiedad privada, o sea, la división de la sociedad en dos clases: el pequeño clan de los pastores o poseedores y el incontable rebaño de los desposeídos. Eso, que históricamente aparece corno una necesidad progresiva, ya que esa minoría desocupada dispone de tiempo para desarrollar el arte, el pensamiento y la técnica ha sido a la vez, dialécticamente, la llave de las calamidades al dividir a la sociedad en un ejército de sudorosos ayunantes y un estado mayor de opíparos eructantes: calamidad ya innecesaria, dado que hoy la máquina y la técnica truecan el trabajo esclavizado o asalariado en una superstición fuera de época. A hora bien, el Estado, expresión política de la proPiedad privada, que pretende estar por encima de las clases, re p resenta, no los intereses del pueblo, sino los de la clase dirigente contra el pueblo. Esta es novedad que fue entrevista hace rato. lcía Chamforten el siglo xviii, que podía considerarse a Francia como una sociedad en q ue dieciochomi1lon de individuos debían vivirmal para que dieciochomil pudieran p_-vivir -- muy bien. Y Cunningham Graham -definía 1iTa demo cracia inglesa del siglo pasado: "El ------=--cielo ----. -p ara treinta mily el infierno para treinta millones ". Pues he aauí u verd que era indispensable mantener disimulada a lo largo de los tiempos a los ojos de los profanos y para eso fueron inventadas las teorías, los códigos, los ejércitos, los parlamentos y los partidos p olíticos y los torneos electorales: q ue los gobiernos son los obligados enemigos de sus pro p ios pueblos. (Justamente una de las primeras industrias extractivas de la clase poseyente es la del clan de los políticos de profesión). Se preguntará si no hay excepciones. Las hay, como en todo, pero sólo a medias, y apenas en número indispen-
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sable para confirmar la regla. Lincoln, el único gobernante de juego limpio en la historia de los Estados Unidos, gobernó entre ladrones, y entre desesperantes obstáculos que terminaron con su vida. (C. Sanburg:
Lincoln). Es la suerte, en toda sociedad de clases, de cualquier gobernante que intenta —como los Gracos— apartarse un poco de la tradición sagrada, mermando, aun en grado mínimo, los privilegios de los dueños del agro o de los dividendos, del ejército o de los jugadores de bolsa, del clero o de los traficantes de alcaloides. Cuando en nombre de la soberanía popular la burguesía destronó a los reyes por derecho divino, el cambio fue mínimo y sólo de superficie como que se redujo a la ampliación del privilegio social a una nueva casta también minoritaria. Por •eso, antes de medio siglo, la burguesía subversiva se volvió tan conservadora como la nobleza, es decir, como las ostras. La sociedad siguió dividida en pastores y rebaños. ¿Qué la soberanía residía ahora en el pueblo, no en los reyes? No, residía en los reyes de la bolsa o sus testaferros. Para disimular la cosa fue inventado el juego electoral consistente en que dos o. más grupos de la clase dueña del poder económico y social alzase un programa de su puestos principios o ideales de gobierno como medio indis pensable para catequizar a las masas. Así nacieron los partidos políticos, tan idénticos en esencia entre sí, que cualquiera que llegue al poder —conservador, liberal o socialista— la política interna y la externa se mantienen sin alteración: sólo cambia el equipo dirigente. Corno todo el mundo lo sabe, en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, los grandes grupos financieros a portan su óbolo a la caja del partido Republicano tanto corno a la del Demócrata. Entre nosotros, ni siquiera se salvó esa apariencia, es decir, nunca hubo propiamente hablando partidos polí-
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ticos porque los chalanes de la feria electoral concretaron en un nombre personal bandera y programa como el medio más seguro de obrar sobre el analfabetismo político de las masas. Nuestros presuntos partidos democráticos terminaron llanándose mitrista, alsinista, roquista, juarista, irigoyenista, peronista, sin ningún rubor. Es decir, que el cauUffismo ciiddi de los generales y los doctores, fue tan real o más que el de los caudillos de ponchó, aunque aún lo ignoraran los cultores del fo l klore político. Con Roca se renueva y continúa tan próspera o más que antes esa monarquía presidencial castrense que, según vimos, Rosas y Mitre fundaron y mantuvieron con éxito. (Sin juzgar los aciertos y errores políticos de Sarmiento, hay que reconocer que no fueron los de un caudillo). Al revés de lo que, según parace, ocurre con el común de los generales que entienden tan poco de estrategia como de sociología o metafísica, Roca es un militar inteligente. Combina y ejecuta con limpio éxito un plan para barrer de indios la Pampa y llegar a la presidencia de la República, y después aplica con igual o mejor éxito ese plan para purgar de todo sentido democrático nuestra política. Como todos nuestros jefes políticos indiscutidos, desde Rosas y Mitre hasta Perón, Roca gobernó fundamentalmente con d ejército y el soborno, sólo que a diferencia de sus pares, él es un estadista a su modo, y facilita en muchos órdenes el progreso del país, aunque facilita más todavía el catarro moral. Los indios son reducidos a mero recuerdo y los gauchos sobrevivientes a meros peones de estancia. Las quince mil leguas cuadradas arrebatadas al indio —treinta y cinco mil con la Patagonia— terminan prorrateadas como tajadas de sandía entre los jefes del ejército, —sin olvidar a los pobres marinos— y entre los jefes de la arrebatifía criolla y extranjera. El mismo Roca se ve
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obligado a aceptar veinte leguas —porque nunca están de más. Roca no sólo gobernó duplicando el ejército que dejó Avellaneda y fomentó la aparición del mayor número posible de gobernadores con sable en vez de bastón, sino que, como un Papa criollo, gobernó con su familia: su hermano Ru decindo , de guarnición en Corrientes; su hermano Alejandro, de guarnición en San Luis; su hermano Agustín, al frente del arsenal de Zárate, para enviar solo balas de fogueo a los jefes o gobiernos sospechosos; el hermano Ataliva, como proveedor del ejército y cónsul general de la coima en todd el país; el. primo iia z , uno de los mas esmerados rufianes de la politica criolla, el g6bernador de Buenos Aires, donde terminará sacando a remate al ferrocarril Oeste, como ifuera un carro sin llantas, y finalmente, el concufiado Juárez Celman, a la presidencia próxima, con lo cual el zafarrancho ético-político llegaría a su perfección - mérito más de Roca que de Juárez. Algunos de nuestros revisionistas bisojos —y no los hay de otro tipo— han descubierto en Roca al jefe de una burguesía progresista y casi antiimperialista, que es difícil averiguar dónde estuvo refugiada. Por cierto que este empefio de mostrar a Roca y Pellegrini bajo una luz nueva obedece al prurito de dar a cual q uier precio una raigambre criolla, nacional a la burguesía industrial argentina, última esperanza de los que confunden revolución con pie-nic de jubilados. Debe reconocerse, eso sí, lo que es innegable: que empujados por necesidades políticas ambos se vieron obligados a un juego alterno: mientras con una mano empujan las cosas hacia adelante, con la otra las vuelven hacia atrás. Como todos nuestros políticos con vocación de insumergibles, Roca estuvo con la iglesia, sin perjuicio de contrariarla con las leyes de enseñanza y matrimonio
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/ laicos cuando eso fue exigencia del sector angloprotes tente de la oligarquía : "Entró ultramontano en su gobierno y llegó a preparar un concordato con la Santa Sede. Agitaciones sociales y políticas complejas sublevaron luego el espíritu liberal. El ministerio católico cayó y fue reemplazado por otro de polo opuesto. Roca explotó el liberalismo y rompió con la iglesia, haciendo creer que defendía la causa acorde con el espíritu argentino. La reacción se produjo por razones más complejas aún, la iglesia tomó ascendiente en la opinión y Roca volvió a establecer concomitancias con el clero. . ." (Sarmiento: El Censor, julio 9 de 1886). Si Roca en el 80 lucha contra el localismo porteflo representado por Tejedor, Mitre, Elizalde, del Valle y Alem, es, decisivamente porque precisa defender su candidatura en peligro. Pero no olvidemos que quien limpió de indios la provincia de Buenos Aires y la Patagonia era el héroe y servidor emérito de los estancieros bonaerenses, y que él mismo, al convertirse en estanciero, se identificaba de hecho con la oligarquía cornúpeta. Y si apeado de la presidencia fue recibido en Londres con un banquete presentado por la flor de los piratas financieros, encabezados por Baring, significa que era hombre grato a la banca londinense, que jamás se eq uivoca en sus amores pecuniarios. Roca retribuyó llamando a Londres "clásico centro de lbetad" y ternTMÓ diciendo: "La República Argentina, que será algún día una gran nación, no olvidará jamás que el estado de progreso y prosperidad— ¿ ñ ue se encuentraeji estos momentos se debe en gran parte al capital inglés" Del brazo con la City, pues, pese a todo. Si el aserto urecisa conforte está el detalle de que el ministro de hacienda de su primer g obierno fuera precisamente el más ardiente de los patriotas ingleses de adopción que hubo entre nosotros: jiino dela Pla\
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Cuando se piensa que hubo años en que las rentas de los rieles ingleses entre nosotros llegaron a sobrepasar las rentas de la nación, resulta claro el que Roca agradezca a Inglaterra el habernos hecho sudar y ayunar sin pausa para acrecer el rendimiento de sus inversiones. ¡Ferrocarriles, puertos, aguascorrientes, pa]acios of iciales, fomento del comercio y preservación de la paz, y teJégrafos hasta la Patagonia! Todo esto es cierto. Ayudado por circunstancias favorables, Roca fue uno de nuestros mejores administradores. Pero eso no quita que a su título de padrino de la libra esterlina y del latifundismo criollo agregue el de haber contribuido como nadie, mediante el fomento de los kepíes y la prestidigitación política, a hacer de nuestra democracia lo q ue es: el m. diáfano de los mitos caseros. D lo que fue el gran aparcero político de Roca, fundador del Jockey Club y uno de los p róceres favoritos de la oligarquía, da una idea el siguiente lance ocurrido bajo la segunda presidencia de Roca. El papel moneda que se había envilecido al máximo bajo la crisis del 90, comenzó a repuntar paulatinamente. Esto, que favorecía al pueblo en general, molestó a los exportadores, que invocando el interés público buscaron un antídoto a la recuperación de la moneda. El doctor Pellegrini, jefe de la maniobra, presentó un proyecto al presidente, que éste hizo suyo y envió al Congreso. "El proyecto —dice Vera y González— levantó grandes resistencias y más aún el secreto en que se mantuvo la fijación del valor del peso papel, pues se decía, y no sin razón, que el conocimiento de ese tipo por media docena de personas ponía en sus manos la más segura especulación a costa de los demás. . . ". Eso y otro proyecto pellegrínico de unificación de deudas (ya concertado con los banqueros) suscitaron tal escándalo que Roca, buen piloto en aguas turbias se apresuró a retirar el proyecto, y Pelle-
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grini se apresuró a retirarse de Roca para siempre, pues éste se había hecho el sordo al consejo dado por él: "un par de descargas que dejasen ocho o diez tunantes tendidos en las calles...", y oposición acabada. El doctor Pinedo y el ingeniero Alsogaray tienen, pues, un antecesor con estatua, Como los líderes de los partidos conservadores, todos fielmente respetuosos de los privilegios de la oligarquía, no podrán diferenciarse mayormente en sus procedimientos, resulta ocioso seguir sus pasos hasta 1916, año en ieestrena el pr i mer equipo gobernante de la clase media., ¿ Sólo que entonces—y pese a la tupida hojarasca caída desde Oyhanarte a Manuel Gálvez y Scalabrini Ortiz— tampoco ocurre ninguna novedad o alteración fundament al, según se desprende de los sigentes ui pormenores: 19) El fraude electoral y la violacion de la Constitucin y de 1 ' utoncm asprovinciales, inccados por la Un i ón Cí^ v zea como los grandes móviles de su cruzada redentora, fueron triunfalmente igualados y aún supeO) rados poiEl manejo del oro depositado cii ias legaciones, la aFimstracion del petróleo de ComoioRiJava, el neocio de las bolsas de arpillera, el del Bahar Blanca y el del azucar, que costjv'da a un minist ro; éétrucci6n del ferrocarril de Huaitiqurna con el objeto de ganar fina elección en Salta —sin contarel 'ode1 Casa Radical poi la C A D E, ido después— dicen que lOS radicales habían heredado de los conservadores su satrápico dlesrecio ala austeridad 39) L a represión de la agitación' obrera de 1919, llamada la Seinaa Trágica, y de la huelga de Santa Cruz en que huelguistas fueroi obligados a cavar sus pro pias fosas,. constituyen una correspondencia simétrica al tratamientoQue ]a oligarquía deparó siempre a los encrespamientos de la clase trabajadora. '
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No podía ser de otro modo, porque Irigoyen era una combinación difícilmente repetible de estanciero, ex-comisario y apóstol, pero no un líder de las clases desposeídas dispuesto a plantear el problema de la lucha de clases, como dice el hecho de que en la plana mayor de su partido figurasen algunos de los apellidos más gordos de la oligarquía: Alvear, Pueyrredón, Guido 7 Güemes. Con todo rdonarle sus eisos de celo la historia tal -vez' partidario y sus descuidos administrativos, sus atentados contra la Constitución y la gramática, mas no el que habiendo tenido tanto poder en sus manos, en su hora no haya tocado ni con la punta del meñique uno sólo de los inverecundos privilegios de la oligarquía para luchar contra los cuales la clase media y las masas populares lo habían erigido en bandera. Lo demás es historia muy reciente y la recuerdan todos. La cuantiosa inepcia social y política de las administraciones radicales permitió a la oligarquía, siempre en poder del comando económico, desplazar a sus rivales del comando político. Pero el populoso desprestigio del partido conservador, ya fuera de época, permitió, poco más de dos lustros después, que una pandilla castrense los desplazara otra vez del gobierno. Su líder, a favor de una bonanza financiera de circunstancias y de un recetario demagógico puesto al día, consiguió catequizar a gran parte de la población y a la gran mayoría de los trabajadores. ¿Y qué pasó? Poca cosa. Que pudiéndolo todo, no hizo nada, como Irigoyen, aunque con responsabilidad mucho mayor, ya que, pese a sus botas castrenses, se había disfrazado de conductor obrero y revolucionario. Y he aquí que en vez de comenzar atacando nuestros cosmográficos latifundios, comenzó repartiendo tortas de Navidad; en vez de pasar de la ofensiva verbal a la real contra el imperialismo yanqui, terminó abrazándose a Milton Eisenhower, y
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cuando vino el momento de la prueba, en lugar de luchar al frente de las masas para salvarlas y salvar su figura histórica, prefirió salvar su persona y sus ahorros y dejar a las masas inermes en manos de los marcianos Ce la extrema derecha. ¿Y después? Que el pueblo argentino, que no escarmienta, porque no quiere sacudirse sus patrañas tradicionales, creyó hallar un nuevo conductor en la más alevosa de las zorras, cuyas hazañas mayores han sido prontuariadas por alguien que pudo seguir de cerca sus rastros (Alejandro Gómez: Política de entrega). Probablemente efiector se interese por conocer nuestra opinión sobre el régimen en vigencia. Nosotros preferimos dejarle a él la palabra. Dice Goelbe por ahí que nada expresa mejor un eso de regresión que el venerar lo ruin o escupir lo insigne Sarmiento, que fuera esforzadamente resistido en su tiempo por la coalición de todas las rutinas, es hoy atacado en estatua con erizado entusiasmo de jabalí. Alberdi fue, después de declararlo traidor a su país, mantenido en discreta penumbra, y la oligarquía porteña, vía Groussac, se encargó de hacerle la autopsia. No es necesario advertir que se trata de los dos únicos repúblicos nuestros que intentaron pensar en serio, es decir, dar con el arbitrio que permitiera sacar al país de su resignación colonial. No se trata de esbozar un paralelo entre el plural Y tumultuoso genio del uno y la ponderada y arrojada inteligencia del otro. Pero sí cabe señalar —por encima de la denigración mutua con que se favorecieron— la coincidencia fundamental de sus visiones: culturalmente no pertenecemos a la tradición quichua ni al neolítico guaraní o araucano, sino a la civilización occidental, expresión final de la
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cultura helénica, resumen y superación a la vez, de las civilizaciones pioneras del mundo. Ambos proponían el auspicio de la inmigración europea, no sólo por la urgencia de poblar nuestros desiertos sino de hacerlo —para ganar tiempo e historia— con gente ya avezada en la práctica de la civilización. Ambos creían que nuestro camino de ascenso no estaba en la imitación servil de lo europeo o la yanqui, sino en usarlos como levadura para leudar nuestra masa inerte, hasta lograr la estatura de esos dechados, como único medio de no quedar de rodillas ante ellos. Era el programa de Pedro el Grande, que se ayudó con lo que halló de mejor en Europa para inducir a Rusia a subir desde su pantanoso Medioevo hasta lo que sería el horizonte de Pushkin, Paulov, Tolstoy. La última coincidencia de Alberdi y Sarmiento se dio en sus postrimerías y en el coraje más difícil: el de reconocer las limitaciones y los yerros propios y ajenos. Alberdi, el cacareado padre de Nuestra Constitución, escupió sobre ella al reconocer que en nuestra América jolconstitucion escrita era -un cartel para ocultar la otra de tropelías y expolios. Sarmiento, nuestro mayor eiide progreso, reconoció en 1883 (ya con rieles, iigacLón, colegios y demás), q estábamos donde siempre, puesto que, en el camino del autogobierno popular, no habíamos dado un paso adelante. ni decir que ambos veedores advirtieron a tiempo que los triunfantes empréstitos ingleses eran la revancha de sus invasiones fallidas. Pero no caigamos en esa viscosa cortesanía llamada panegírico, y veamos de qué pie cojeaban nuestros héroes. Durante un cuarto de siglo Alberdi estuvo mostrando a los miopes de nacimiento o conveniencia, que entre los gobiernos de Rivadavia, Lavalle, Rosas y Mitre, no había diferencias de fondo dada su condición común de gestores de los mostradores y saladeros porteños abocados
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al trueque de cueros con manufactura inglesa y a disponer de la renta de la aduana nacional como de cosa privada, todo de espaldas al interés del resto del país. Y nadie vio y denunció como él ese atentado de lesa decencia humana y americana, llamada guerra del Paraguay. Esos dos servicios valían más que su Constitución. Mas he aquí que en 1880, cuando los porteños capitaneados por Tejedor y Mitre hicieron el último esfuerzo por retener su ciudad y su aduana para uso bonaerense, el diputado Alberdi estuvo con ellos, contra la nación. Y he aquí también que es, en sus últimos años, el más claro mentor del grupo liberal y medio socialista de Echeverría, pide ayuda a la luz de los cirios como cualquier cura rosista. "La idea de un pueblo libre sin ideas y costumbres religiosas es ridícula y pasa por loca a los ojos de los países más libres de la tierra". (Carta de F. Frías, 7 de noviembre de 1865; en A lberdi y su tiempo, de J. M. Mayer).
¿Que la historia enseña que la religión y la libertad humana se repelen como la sonrisa y el dolor de muelas? No importa: " ¡La religión cristiana es la religión de la libertad". (Escritos Póstumos, t. VII). Y mientras por un lado critica certeramente al Código Civil de Vélez Sársfield por haber relegado a la mujer al papel de mera pupila de su marido, por el otro deja caer esta perla del mejor oriente, es decir, digna de un marhajá: "La mejor obra de cultura yde arte que debe hacer una mujer es un vestido" (Escztos Postumos, t XII) Todo u trasnochadas paradojas mo-susnarquistas. Si vamos al fondo de las cosas, para los cofrades conservadores el mérito resplandeciente de Rosas es el de haber sido el campeón del monopolio de conciencias de la iglesia y del monopolio de tierras de los estancieros: el crimen de Sarmiento, el haberlos combatido como nadie.
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Sin embargo, la ofensiva anti-Sarmiento soslaya eso y ataca su presunta condición de enemigo funcional del gaucho, interpretando por tal su empeño en adscribirlo a la tierra y adoptario a los inevitables cambios sobrevinientes, so pena de ser barrido por ellos y por los estancieros, como al final ocurrió. Para Sarmiento los peores enemigos de los gauchos eran sus caudillos —estancieros todos—, y su lucha contra éstos la usan ahora para soslayar la no menos filosa que llevó en sus últimos años contra los caudillos urbanos: Elizalde, Mitre, Estrada, Goyena, Roca, Juárez y las consortes gordas de "los especieros enriquecidos". Ello no significa negar sus contradicciones y sus yerros y menos el terrorismo verbal en que caía con frecuencia, y menos todavía, su pecado negro: ese matrimonio con la oligarquía porteña que lo llevó a colaborar con el aciago grupo Alsina-Mitre, el mismo que se volvió baladinamente contra él desde 1868 adelante. Sí, eso es cierto, pero no lo es menos ésto que el filisteo confesional o el populista no logrará meterse en la reblandecina moliera fosilizada: que de todos nuestros rabadanes políticos Sarmiento es quizá el único que trabajó en serio y moviendo los únicos resortes eficaces (desarrollo agropecuario e industrial, democratización del Jrn agro, democratización del alfabeto, liquidación rialismo vaticano) en el intento de poner a su pueblo en posesion deu tierra y su destino. Si fracasó, no fue su culpa. Todo lo anterior no veda reconocer que el pensamiento de Alberdi y Sarmiento sólo puede servirnos hoy en proporción modesta, pues, frenados por su tiempo y su medio, no fueron más que burgueses liberales, esto es, con un reverendo respeto por la propiedad privada, —y una sacra ceguera para el sentido de la lucha de clases, como lo dice su juicio sobre las huelgas y la Comuna de
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París- y sin la menor sospecha de que el capitalismo llevaba en sí el germen de un peligro para el mundo mayor que la Santa Alianza y el cólera morbus. Destaquemos, al pasar, el empeño de los neopopulis tas de ver en el Martín Fierro no sólo un magnífico romance popular (pese a sus gazapos y énfasis de oriITero) sino una Biblia proletaria y revolucionaria, olvidando: que su canonjzador literario fue Lugones, ideólogo de la oligarquía, —que su protagonista no es el gaucho cimarrón sin amo, sino el que aflora la pérdida del patrón y la estancia (sextinas 23-42) —que Hernández, que escribió sobre administración de estancias, expresa en su héroe su protesta contra el gobierno que al formar sus tropas no recurre al enganche sino a la infame leva, dejando sin peones a las estancias, que la varonil rebeldía de la Ida canta la palinodia en la V uelta: Obedezca el que obedece y será bueno el que manda. (sextina 772) Mientras tanto, a los argentinos de 1967 todavía nos cuesta convencernos que somos un país de destino frustrado o quedado, por más que los signos están a la vista: 1 9 ) La agricultura de países como Inglaterra y Estados Unidos tienen un tractor para cada 40 hectáreas, y nosotros uno para 750, y mientras en China y muchos países de Europa el rendimiento agrario aumenta, en el nuestro merina día a día, por erosión o agotamiento. 29 ), El déficit creciente de nuestros ferrocarriles resulta inconjurable, según los mismos técnicos oficiales. 39) El consumo energético de los Estados Unidos es de 6 kilogramos per cápita, en nosotros apenas es de 750 gramos. 49) Corrida por la indigencia la mayoría de la población se refugia en las villas miseria de las ciudades, mientras los campos latifundistas regresan al desierto. Los testimonios de nuestra condición de semicolonja
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no son menos irrefutables: a) una organización política de mera epidermis para esconder una organización económica de estancamiento, esto es, de producción detenida; b) un destino monocultor decretado desde afuera y al que debemos resignarnos: el 97% de nuestras exportaciones correspoIpoductos agropecuarios; e) un endeudamiento montante al capital extranjero que posee la mayoría de los medios de producción de nuestro país: la mitad de la energía eléctrica que consumimos es obsequio de la C.A.D.E.; d) frenados en nuestro crecimiento industrial, quedamos fatalmente sometidos a las metrópolis, como lo dice el que el 91 % de las importaciones corresponda a artículos estratégicos que se nos vedaproducir: máquinas, motores herramientas combustibles; e) el dólar, amo del mundo, no precisa invadirnos militarmente porque tutelados por el Pentágono, los ejércitos de Latinoamérica hacen de fuerzas de ocupación. Pero hay algo que corre parejo con todo lo enunciado, y es la servidumbre política de nuestra inteligencia. Los ideólogos de derecha son como la beata del cuento, que confundía a su loro con el Espíritu Santo. Los del centro no son menos adorables, y no es fácil distinguirlos. Creen ambos que se puede ser antiimperialista sin ser anticapitalista; y están contra la libra esterlina y se olvidan del dólar; incitan a la burguesía a capitanear la cruzada por la liberación nacional, olvidando sus esponsales con el imperialismo, o se cobijan bajo el palio de la Iglesia, sabiendo que ésta no ha sacado aún la carta de ciudadanía argentina. Los de izquierda apelan a Juan XXIII y a la coexistencia pacífica, haciendo renuncia expresa a la revolución y olvidando que el buey es la negación del toro. No faltan los que suponen que la revolución liberadora es una tarea patriótica del ejército.... Ni decir que todos son apostólicamente populistas. La masa merece todas las compasiones y homenajes, pero
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a condición de no dejar de ser eso: masa. ¿Mostrarle su condición de rebaño y su obligación de volverse contra sus pastores? Eso nunca. Está bien la autodeterminación patriótica de los pueblos. ¿Pero quien ha oído hablar de la autodeterminación de las masas trabajadoras por sobre las patrias? Eso, ni enunciarlo. Los argentinos somos un pueblo conservador como el puerco espín es un alfiletero. Tenemos horror a lo nuevo y al pensamiento que lo expresa. Ocurren las dos panguerras que echan al tacho de la basura todos los resguardos de la democracia burguesa, cae la autocracia e los zares, se desmorona el imperio británico, China rompe su cascarón de siglos y se pone en la proa del mundo, Cuba barre a los yanquis de su suelo. . . y nosotros seguimos convencidos de que en el mundo nada cambia, prendidos a la línea Mayo-Caseros. Ni siquiera reparamos que los pueblos han advertido por fin que las leyes no se amoldan a sus necesidades sino que son los pueblos los que deben amoldarse a las necesidades de los que hacen las leyes. Profesionales del conformismo, los argentinos somos hoy quizá el pueblo más parecido al pueblo hindú, que prefiere morir de hambre antes de alzar un dedo contra las vacas sagradas y los rnarhajás. Preferimos resignarnos al hundimiento de nuestra moneda y de nuestra dignidad antes de alzar un dedo contra los monopolizadores de las vacas y las leguas, o contra los marhajás que los custodian o contra los brahamanes del dólar. Es verdad que hemos inventado el tango, pero aún no hemos inventado una economía autónoma que nos ponga en posesión de la independencia profetizada por el Congreso de Tucumán. Nos sobran ríos y lagos, pero la mitad de nuestras tierras se muere de sed. Seguimos cantando ¡A l gran pueblo argentino, salud!, pero la mitad de nuestros compatriotas carece de alfabeto y ya comien-
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za a carecer de alpiste, sin contar que todos peligramos morir cualquier día aplastados por la orografía de los presupuestos militares y civiles. Sin embargo, no tenemos el derecho ni menos la obligación de desembocar en el pesimismo. Pese a pormenores que parecen negarlo, el mundo se mueve hacia adelante y nosotros con él. Todo a condición de que aquí, como ya está ocurriendo en tantos lados, los legionarios del sudor, aliados a la inteligencia pionera —todos emancipados ya de sus legañas y sus telarañas— se atrevan a jubilar a sus pastores de oficio (sin pensión ni gracias por los servicios prestados) en un 25 de Mayo de más colado que el otro. El mundo del hombre se halla sin duda en el momento más trágico de su biografía. Amenazado de caer en una servidumbre mayor que todas las conocidas o quizá en la extinción, justamente cuando, por primera vez en los tiempos, las fuerzas externas e internas de ese mundo no sólo permiten sino obligan a la jubilación de toda servidumbre. También es noticia confirmada que, desgastadas por el devenir histórico las otras clases, es justamente la más joven y numerosa, —la asalariada—, la única que puede capitanear a las otras en esta epopeya en alpargatas destinada a suprimir todas las clases. Digamos que la humanidad moviéndose resueltamente hacia el futuro se apresta a doblar el Cabo Buena Esperanza de la historia y sólo el proletariado, dándose las manos, puede servirle de piloto. Su responsabilidad es, pues, desmesurada y no puede eludirla, y su primera obligación es confiar en sí mismo, no ciegamente sino lúcidamente, comenzando por jubilar a sus rabadanes, si quiere dejar de ser rebaño: "Las más importantes y profundas modificaciones tácticas de estos últimos diez años —escribió hace cuatro
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décadas Rosa Luxemburgo, quizá la mujer más preclara de la historia— no han sido la invención, de algunos dirigentes, y menos de órganos centrales, sino, en cada ocasión, el producto espontáneo del movimiento obrero en efervescencia". Si el proletariado no elige sus propios conductores y resguarda celosamente su automonja frente a ellos, está perdido. El conductor es un mero órgano de dilucidación y ejecución de las intuiciones y la voluntad de las masas, o deviene inevitablemente su Judas. Por eso es que la lucha por esclarecer el sentido de autonomía y responsabilidad de las masas, es el primer paso indispensable hacia su liberación. Su mayor peligro —como advirtió el jefe de la Revolución de Octubre— es la adulación corrosiva del demagogo, que la exalta como masa en sí, haciéndola olvidar que millares de esclavos en la Guerra de Secesión defendieron sus cadenas y millones de obreros fueron la Guardia Suiza de Mussolini e Hitler. "No es partiendo de la disciplina impuesta por el Estado capitalista al proletariado —en el cuartel, en la fábrica, etc.— sino extirpando hasta la última raíz estos hábitos de obediencia y servilismo, como la clase obrera podrá adquirir el sentido de la autodisciplina libremente consentida" (Luxemburgo). ¿A qué distancia de ella está la nuestra que aún manda decir misas de réquiem? Hoy el filisteo de nuestra democracia cristiana y casera se vuelve hacia el pasado no para evidenciar que la política de clase fue siempre el purgatorio de los desposeídos, sino para demostrar que, al revés de los caudillos de la ciudad, los del campo fueron los mesías emponchados del paisanaje. El disepulto de turno es Felipe Varela, cuyo mérito probado es haber combatido a Mitre, pues los jefes de banda se avienen difícilmente entre ellos. En efecto, al p obre Varela no falta quien lo tenga por chileno —en su tiempo lo conocieron por tal— y por
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"hombre avezado a toda clase de delitos públicos y privados"; "monstruo de la naturaleza", y por agente al servicio de Chile. (F. Castellanos Esquiú •. Fray Mamerto Ksquiú). Estanislao Cevallos parece confirmar esta última tesis. (Revista de Derecho, Filosofía y Letras, enero de 1901). El primer deber de las clases sumergidas es advertir que toda política de conciliación de clases —como el amor de la prostituta bajo sus perfumes— huele a tumba. El proletariado argentino, que en Latinoamérica es quizá el único que hasta hoy viene digiriendo y eructando en paz, tiene el honor correspondiente de ser el más resignado y quedado de todos. No es reproche ni loa sino mera constatación de un hecho. Por lo pronto, mientras en Venezuela, Cuba, Santo Domingo, Perú, Bolivia luchan por la liberación, es decir, con la revolución social en la mano, nuestra clase trabajadora lucha por el aguinaldo. Ni siquiera parece advertir aún que ahora paga tributo a dos amos: a los patrones, de tradición, y a la burocracia sindical, más aciaga que los otros, ya que le venda los ojos para mantenerla en la colaboración de clases, es decir, en la catalepsia vitalicia. Como la historia exige hoy otra cosa, eso no podrá tirar largo rato. Nuestro proletariado será el primero en darse cuenta que un dedo erguido de Pulgarcito vale más que un gigante arrodillado, ya que la lucha por el propio decoro quema todas las bajezas de un hombre o un pueblo como el rayo funde el plomo. Y que la gimnasia de la libertad es lo único que mide la capacidad respiratoria del espíritu humano. Ultima noticia confirmada: mientras haya sociedad de clases —es decir, privilegios infrahumanos que custodiar—, habrá inquisición y Mazorca, que hoy se llaman C.I.A. y picana eléctrica.
SE TERMINÓ DE IMPRIMIR EN LOS TALLERES GRÁFICOS LUMEN NOSEDA Y Cf A. CALLE hERRERA 527 T. E. 21-4043 BUENOS AIRES REPÚBLICA ARGENTINA EN EL MES DE OCTUBRE DE MIL NOVECIENTOS SESENTA Y SIETE