Libro dones de la vigilia

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Dones de la viitia



Arturo Herrera

Dones de la vigilia —Poemas----

Ediciones Municipales San Fernando del Valle de Catamarca - 2005 -


Dones de la vigilia —Poemas--

Arturo Herrera Ediciones Municipales Secretaría de Cultura y Educación Municipalidad de la Capital Sarmiento 450 San Fernando del Valle de Catamarca (4700) Catamarca - Argentina Impreso en Argentina - Printed in Argentina Mayo 2005 ISBN. En trámite

Arte y Diagramación: César E. Barrios.


Municipalidad de San Fernando del Valle de Catamarca Autoridades

Intendente de la Municipalidad de San Fernando del Valle de Catamarca Dr. Ricardo Gaspar Guzmán

Presidente del Honorable Concejo Deliberante Prof. Rubén Antonio Herrera Secretario de Gobierno y Coordinación Ing. Pablo Eugenio Magini Secretario de Hacienda y Desarrollo Económico C.P.N. Daniel Arturo Castillo

Secretario de Servicios Públicos, Infraestructura y Equipamiento Urbano Ing. Marcelo Osvaldo Man

Secretaria de Cultura y Educación Arch. Silvina María Acevedo

Secretaria de Salud y Acción Social Dra. Silvia Fedelli



Primer Premio Municipal de Literatura Género Poesía Rubro Obra Inédita Año 2001

Jurado Lic. Juana Collado de Sastre Lic. María Rosa Calás de Clark Lic. Raúl Guzmán Rodríguez



A mis padres y a mi gran familia. A Ver贸nica. A un amigo



Prólogo

Este libro reúne poemas escritos entre los años 1993 y 2000, selección que no busca la admiración ni la sorpresa. Gran parte de ellos es un breve adiós a una ciudad que se va perdiendo, una sencilla gramática para que la sombra no se quede con todo. Concibo la primera parte de este poemario como un libro que se está haciendo; en mí, el proceso de ausencia de esta ciudad no ha terminado: un viejo árbol, una antigua casa, la mirada azul de mi abuela... Todas las cosas que tienen vida se despiden constantemente, y hay un extenso libro en todo lo irrecuperable. Las otras partes tienen un carácter más misceláneo aún que la primera; el lector no podrá afirmar que sus manos sostienen una obra como tampoco negar que

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detrás de cada imagen hay un hombre que se parece a mí y como el que yo querría seguir siendo. Un lector más agudo encontrará entre líneas mi devoción por algunos autores, un guiño para rastrear los homenajes tácitos de un pequeño y siempre aprendiz a los grandes maestros. Por último, absorbido por las miserias cotidianas, este libro corre el albur de ser un hijo muerto.

A. H. Catamarca, 13 de octubre de 2004.

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Camarada, esto no es un libro, quien lo toca, toca a un hombre. Walt Whitman



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Ciudad en ausencia



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Amanecer

Los árboles van a tocar el alba; la húmeda hojarasca ya ha amado. Aquí, abajo, los murmullos y los ruidos; el alma se estremece en las veredas; nadie reconoce los pájaros sonidos; viven las flores como la brisa quiere; el espacio silente y la intimidad mueren. La plaza nos salva de algunas muertes.

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Domingo De la garganta de un pájaro ha salido el alba. Las íntimas hortensias en mi alma aguardan, imposible, su retorno. Desde las calles del norte, un burrito, trotará el tiempo por mi cuadra y hasta el otro domingo del carbonero ¡nada! Hay un niño que sueña sobre el árbol de las moras. Grandes, frecuentes, sucesivas, vibrantes campanadas, ecos, sin saberlo, de las horas, tam... horas, tam... horas, tan incesantes y pacientes horas que encendían y apagaban los ojos nocturnos de los gatos, que oxidaban el juego de jardín entre olorosos geranios, que arrugaron las manos del rosario incansables. ¡Ah! ¿Qué turba bulliciosa estará velando los tácitos momentos de mi infancia? - 18


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Casa sola

Siesta. Todas las voces están ausentes. La casa es un hueco grande. En el patio, el tiempo pasa como un canto tímido de pájaros. Uniforme es el polvo de los muebles. En la penumbra, el lomo de los libros. Voces difusas, imágenes lejanas; la soledad es tan amplia... crece y me oprime, crece y me desplaza. El pensamiento me suspende con alas de ensueño.

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Recuerdo 1

He aquí la casa-madre. Mi niñez va creciendo como hueco distante. Debajo de estos muros —pienso-sobre la primera tierra habrá andado el recio pie del indio y los animales en silencio. Ahora son recuerdos de recuerdos; muertos. De hierro en mi memoria está la puerta y la verja que apartaban la intimidad del mundo: nadie forjó esos hierros, nadie los irguió delante de la casa; siempre... es la palabra; como las plantas sucesivas del jardín que surgían abundantes sin semillas: enamoradas margaritas y azucenas orgullosas, hortensias y jazmines incansables, yedra y campanitas que abrazaban la glorieta en donde Guillermina, esbelta como palmera esbelta

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y orgullosa como solterona orgullosa, aquietaba sus huesos. Sin mi voluntad soy un crecer y un adi贸s perseverante, un irse constante. Sin mi voluntad todos los d铆as descanso en la glorieta ausente.

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Siesta del Norte

Diciembre muerde San Fernando de mi infancia; un solo remolino perdido del otoño trae y pierde temibles duendes; un niño los niega detrás de los visillos que se apartan leves; los pájaros secos cierran sus picos entre la penumbra de la rebelde higuera: la tierra se queja en el silencio de esos pájaros. En alguna altura del campo, lejos para siempre de la acequia, un sapo es anatema de esta yerma piedra hoguera. Mi niño esperando... la brisa redentora de la tarde.

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Tarde cualquiera

Marzo se va dejando lluvia en el polvo de las casas olvidadas; durante un tácito momento la voz se muere de los pájaros -ese rincón vacío del tiempo es un presagio. Arriba, en las escalas grises de las nubes, se va agotando la tarde con sus despojos de lluvia. En la habitación de una ciudad ausente un niño ha visto, definitiva, por primera vez la muerte. Duele esta misma amplia sala en el húmedo rostro de un recuerdo.

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Antes de la lluvia

Esperarte. El alma quiere salirse sin paraguas. Un arsenal de viejas armas se esconde entre las nubes. No hay pรกjaros, su silencio sacraliza la ansiedad del alma. Todo se dispone para la felicidad del agua. Calor. Las flores doblegadas. Una gota perdida se parte sola en el suelo. Los รกrboles con sus ramas en plegaria sostienen la esperanza de la lluvia.

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[vocación del Agua Contemplar el agua... el agua neutra del Paraíso; el agua ínfima en el mar; el agua de la que no pudo prescindir Cristo; el agua de la Cruz en la tarde del Gólgota; el agua ausente del pétalo marchito; el agua tibia que descansa; el agua en el vapor del aliento; el agua que desea la arcilla hecha vasija; el agua que aroma los campos cuando se hunde en el polvo; el agua tenue que nutre y violenta destruye; el agua que desean los labios del Poeta; el agua evocadora; el agua en Cartago; el agua de un río que tocó nuestros pies enamorados; el agua que humedece las hojas de la higuera; el agua del verde légamo; el agua del dolor y la alegría;

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el agua prístina de los ojos de los gatos; el agua invisible de la lluvia nocturna; el agua que deja ver los peces; el agua, el vino; el agua interminable; el agua que no teme morir con el rayo del sol siendo rocío; el agua que se ausenta secando los cadáveres; el agua que desprecia al individuo; el agua que me destruirá; el agua que será que es y siempre ha sido; el agua de la especie.

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Qratitud Gracias quiero dar porque soy un puñado de tierra húmeda el la palma de mi propia mano y los versos de un hombre de plena gratitud; gracias quiero dar por el impulso de la constante incertidumbre y por la falsa entropía de la solitaria duda; también gracias por el más grande coraje que posee un hombre: dormirse por las noches. Gracias por la inescrutable llovizna de las tardes; por cierto beso —tu beso— destinado a contrariar las leyes de lo humano; gracias por las gracias que elevo hacia un Dios en quien no creo y busco. Gracias, porque bajo la prístina luna evanescente, tomo una mano que no requiere nombre.

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La Flor (Variación)

La Flor que el primer día fue mirada y transparencia, la de amplia frente y tímidos ojos, la hermosura incomprensible: la flor de todo el tiempo. La flor de los casuales pasos en la calle, de la tarde de la mirada esquiva y de la fría certeza. La flor del desprecio, la flor que no persiste, la flor que va muriendo.

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Cuando muere una pirámide Septiembre 10 de 1998 A usted, tío Carlos

Y esperó así los pasos de la última sombra con la quietud y la grandeza con que aguardan la agonía del sol en las tristes tardes las magnas pirámides a orillas del Nilo. Nosotros qué podíamos hacer, si el poderoso tiempo se lleva el filo de la más poderosa espada, y las altas montañas nada son a su paso. Tuve entre mis manos sus manos perfumadas sin que nadie nos viera (ya ve usted, en el pudor nos parecimos), y sus ojos tranquilos buscaron mi rostro fugaz con lenta y honda mirada, como sus caminatas en el patio,

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como en los crepúsculos del jardín cuando andaba detrás de los recuerdos, esos pájaros lejanos e inmóviles que nosotros nunca veíamos. Mi hermana, con la sencillez del alba, ahogada de angustia, dejó caer estas palabras: ¿Por qué sufre un hombre que alivió a los demás tantos dolores?

Ahora, debemos aceptar el decurso de las noches y los días sin usted, sin las pausas de su voz que elegía las palabras más precisas, sin la sorpresa de su humor, sin su amplia cortesía. Nosotros, leves seres de tiempo, asistimos a su inaceptable muerte con la congoja del que asiste al fin de un alto monumento.

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La casa olvidada

La indรณmita noche ha vencido su alba. Una risa vuelve con la rรกfaga perdida. La parra de la fresca sombra ofrenda sus hojas para siempre; ahora mismo barrerรก la brisa. De tarde en tarde los gorriones, de tarde en tarde, se acuerdan de la parra y del patio. Allรก en el fondo, el pino repite al viento su largo rumor de solo. Ahora todos los muros, trotadores inmรณviles del tiempo, derrotados, exhaustos en el suelo, siguen elevados en mi, y desesperados fantasmas errando por las habitaciones, buscan en mi memoria sus nombres.

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Ahora la lluvia silenciosa, que humedece mi cabello, cae detrás de la puerta, en la sala de caoba, en lá alfombra, en la cama postrada de la tía orgullosa y sola. Incesante, solitario, un gato nocturno recorre los escombros; la casa se yergue sólo en sus pupilas.

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El álbum de fotos

He aquí lo increíble pero que aceptamos: grietas de tiempo y espacios en el papel. Este es el otoño donde la familia siempre estará unida. Allí está el llanto, cuyo rostro de ocho años jamás conoceremos, duele saberlo frío; lo mece el abuelo con ojos de sombra. El tiempo imperceptible, —con asombro vemos—, ha acariciado todos los rostros. ¿Por qué sonríe la abuela si en clamor nocturno pide la muerte? Todo en el álbum está inmóvil menos el paso amarillento de las hojas.

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Cuánta gente desconocida... Sin embargo, sus tantas dichas y desdichas son el torrente de estas venas. Todo está igual y seguirá igual, pero cada vez que allí miremos iremos viviendo las imágenes con nuestra sonrisa que absuelve o nuestras lágrimas que añoran.

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Próximo al viaje

Aquí mi habitación. Se detendrán todas estas cosas que me acompañan. Aunque en mi escritorio se abisme el último grano de la vertical de arena, continuará incesante en mi cuerpo. Los libros tendrán algo de polvo, cuando regrese, si regreso. Se acostumbrará la tarde a la penumbra de silencio. Sólo dejo mi ausencia.

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Tu presencia

Todos los años camino entre las flores buscándote debajo de la hierba y me detengo junto al mármol ahora dulcemente compartido; espero y te imagino en la húmeda soledad de la tierra. Tu espíritu, que emerge de mí mismo, regresa conmigo, y otra vez dialogamos, y otra vez nos reímos, y recorremos nocturnos las calles solitarias, y ejercitamos preguntas y ensayamos respuestas. Ya nada de esto es cierto. Tristemente, tus ojos firmes están vacíos. La noche, como la muerte, se lleva el color de las cosas. Y los astros diminutos se llevan, con el alba, la imagen engañosa de nuestro pasado universo.

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uitlermina Elena para siempre lejos

Cerca de este aquí que soy un blanco aroma de jazmines ha perfumado la calle y el pájaro del tiempo en la glorieta trina desde otro ayer. Silueta que recorres los jardines fantasmales, manos que esparcían sobre los pétalos el agua esquiva, que anoche retornó en la lluvia; leve y alta osamenta que no dejaste huellas en el polvo para que te sigamos, para que tímidamente ahora te siga. Es tu divino signo una lágrima de rocío en las hortensias.

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Diciembre De la silenciosa vida del jardín se irá despidiendo la tarde con sus pasitos de sombra; disminuirá el rumor de las abejas y habrá en las lejanas nubes y en la blanda brisa y en la sala de caoba un intiempo de voces y nostalgias de ayeres imposibles y de futuras sombras. Más tarde, las íntimas lucecitas de las casas herirán a un hombre.

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Caminata

Una pestaĂąa de plata destella en el rubor de la tarde. Las fachadas de las casas viejas se destiĂąen y van quedando sombras largas. Algunos farolitos pobres tenuemente empezarĂĄn a burlar la noche, como el cigarro de un viejo que fuma su hambre. Los gorriones se amontonan en los ĂĄrboles bochincheros para pasar la noche. La languidez de una sombra que anda: Dios abandona los perros en las veredas para que uno se hiera el alma. La tarde tiene sabores, su sencillez me basta.

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Fin de las calles

Muere la numeración cansada; éste es un límite. Desde aquí el horizonte alarga la soledad de arena. Por las noches una llama pestañea, alumbra un trozo de pan compartido. Todo posible ruido se fuga en el silencio; sólo los perros adoran la luna. El trémulo frío lastima la pobreza y despreciada es ya la hermosa lluvia, por su costumbre de meterse en las casas. Morirse aquí es apagar los ojos para no ver las penas. Usan todos iguales palabras para el muerto:

tiene el rostro tan sereno... ¡Llanto de un reciente niño! Hay otro heredero de las penas.

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Un instante de La noche

En los callejones, desde donde la noche espĂ­a a la gente del pueblo, mis ojos parciales miraron el cielo: la tristeza se extiende interminable al verlo; los astros inciertos parpadean en secreto; sin la amorosa luna soy la sombra de mi mismo; ya la noche es la dulzura hĂşmeda de las higueras.

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Anochecer

Y otra vez peligra San Fernando; en la vertiginosa calle la misteriosa comuni贸n de los ladridos; la neblina de la luna libera los antiguos instintos; in煤tiles, las luces de la peatonal condenan la b贸veda de estrellas; todos los hombres se entregan a la primitiva noche; yo, con el temor al tiempo, vuelvo al mismo vcrso.

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Instantes



Arturo Herrera

1 Cuando quiero conocer no conozco; me libero de la intención y soy parte de la verdad.

2 El parpadeo. Muro instantáneo de mis dos sueños.

3 Murmuran todos. La tarde es de Brahms; y aquel reflejo, una callada tesitura.

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4 Por Ăşltima vez o por vez primera el grito del tero vuelve a fragmentar el alba.

5 Brahms se inmortaliza en mi; yo agonizo en la tarde que oscurece las cosas.

6 La luna llena suavemente se hunde en la esfera nocturna de los ojos de los gatos.

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Arturo Herrera.

7

Decisión Basta. Sólo me quedo con la modesta sonata y con un verso antiguo. Que los perros se disputen tu bella carne que desprecia y aúlla.

8 En el baldío donde la luna se desnuda serena, interrogan a la noche lOS ojos de los gatos.

9 Toda imagen en mi mente está entre lluvias. Es de noche y un gato, que ya está muerto, juega en el jardín de una casa abandonada.

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Dones de la Vigilia

lo

(Es mi casa y yo estoy muerto).

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HastĂ­o Cuando la murga vocinglera se dirija, estrepitosamente, hacia el sur, yo, en desgarrada soledad, caminarĂŠ de frente al viento.

12 Ladran al silencio frĂ­o; misterio que se cuentan los perros y la noche. Alguien enumera las inmensas campanadas.

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13 Canta un pájaro volado para mí, que ya soy ido; viene murmurando el silencio: una hoja ha caído.

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Caserón Entro por el zaguán y me estremezco: hay un tímido beso de fantasmas.

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Suspiros



Arturo Herrera

1 Pensar que yo, Alejandro de Macedonia, Algún día estaré muerto.

2 La soledad es tan amplia... ocupa el vacío de mi casa; crece y me oprime, crece y inc desplaza.

3 ¡Ay, el Amor! ese poderoso dios de los antiguos; me toca cuando estoy más tranquilo y se esconde con la perfección de lo invisible.

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Dones de la Vigilia

4 ¡Qué ínfimo es el hombre! ¡Ay!, qué huérfano.

Todavía debe soportar amurallar a sus muertos.

5 ¡Cómo hiere la mirada imposible!

6 Si todo vuelve, volverán también las miserias y dos veces tus labios se apartarán de mi boca.

7 Te miro. ¿Cuándo podré saber quién eres?

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Arturo Herrera

8 1627 Venimos a saludarte, Don Felipe de Albornoz, y tú cortarás nuestras melenas.

10h esperanza! Te he perdido en espera.

lo Si olvido una palabra perderé parte del mundo. Si olvido tu nombre habré perdido el mundo.

11 En el principio fue una gota de agua; el final será sin ella.

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La casa olvidada

La indรณmita noche ha vencido su alba. Una risa vuelve con la rรกfaga perdida. La parra de la fresca sombra ofrenda sus hojas para siempre; ahora mismo barrerรก la brisa. De tarde en tarde los gorriones, de tarde en tarde, se acuerdan de la parra y del patio. Allรก en el fondo, el pino repite al viento su largo rumor de solo. Ahora todos los muros, trotadores inmรณviles del tiempo, derrotados, exhaustos en el suelo, siguen elevados en mi, y desesperados fantasmas errando por las habitaciones, buscan en mi memoria sus nombres.

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Dones de la Vigilia

Ahora la lluvia silenciosa, que humedece mi cabello, cae detrĂĄs de la puerta, en la sala de caoba, en la alfombra, en la cama postrada de la tĂ­a orgullosa y sola. Incesante, solitario, un gato nocturno recorre los escombros; la casa se yergue sĂłlo en sus pupilas.

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Historia de la realidad

1 Cierro los ojos. ¿Qué horror sucede imperceptiblemente? II Mi conciencia se abisma sobre las cosas. Y su verdad se oculta. ¡II Cuando pestañeo abro un abismo en el que habitan ignorados horrores. IV Mis sentidos insisten sobre las cosas. Y las cosas desaparecen. V Mi vida transcurre del otro lado del párpado caído.

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Alguien Encontré el agua; no era el mar. Me perdí entre las hojas; pero no era el bosque. Abandoné mi vista al horizonte; no era nuestra tierra: ¡Tanto celeste de ilimitada infinitud! Deambulé por todo el universo, y al fin, lejos, muy lejos, un hombre, Un monstruo, un Dios, pero no eran como yo.

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Fragmento apócrifo del Pseudo Juan

Feliz el hombre que justamente ha sido castigado por Dios, porque ya puede asegurar Su presencia; también feliz aquél, porque la falta lo acercó a Dios. Si pones la otra mejilla, asegúrate de que tu espíritu quedará tan sereno como antes de la primera cachetada. Dichoso el hombre que acepta lo que recibe a través de sus pobres sentidos, porque sigue el camino de la fe. Mata. Sólo así te librarás de la mala hierba; pero recuerda: para Dios no existe la mala hierba. Intenta que la soledad no sea continua; ella hará que revises excesivamente tus propios pasos. Ignora, porque te preservarás de la angustia. No te preocupes tanto en el Señor, tu Dios, pues el hombre necesita más cuidado. Ámense los unos a los otros; porque ante Dios están solos.

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Dones de la Vigilia

No te apresures en llegar ni insistas en madrugar; siempre antes que tú, otro estará ocupando tu lugar. Si ves un mendrugo en el suelo y tu vientre no te lo pide, hazlo crujir bajo tus plantas: las migajas llenarán el buche de algún pájaro. Recuerda: es más loable aquella semilla que, aun caída entre las piedras, lo mismo echa raíces y crece. En conversaciones gratas no hables lo que aprendiste en las Academias, a menos que tu maestro haya sido Platón o Aristóteles. El vuelo distraído de una mariposa enseña más que mil Academias. Contempla en silencio todas las cosas, no sea que tu palabra torpe las oculte. Piensa: la luz es menos interesante que las sombras. Cuando estés más profundamente dormido, alguien llamará a tu puerta. No arrojes al amplio cielo una carcajada; no, al menos, antes de haber visto tu perfil. Sé precavido con las afirmaciones; la memoria sostiene en la mano una moneda que no existe. Desconfía de la perfección.

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24 de Agosto del Año 79 Vulcano decide el destino de Pompeya Tum pauidum fugere et sacris concedere rebus par erit. Aetna

Súbita. Mis pies indecisos se adelantan en el doble vértigo de las sombras. Las calles admirables son una cueva de muros trémulos. No oiré. No oigo gritos ni largos lamentos, el miedo es una ánfora que enmudece. El agua fluye de las fuentes en los patios y se extiende, en últimos reflejos opacos. Tierno es el aroma de1 pan, como la cara de un niño; se disipa en el aire ceniciento. Desde las afueras, sobre el vaivén de las olas, se ha de estar viendo la imagen lamentable para la futura prosa de Plinio. Desde mi corazón el estruendo no es mínimo; jadeante, este humo de mi sufrimiento

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Dones de la Vigilia

conservará impecable nuestras artes. Es imposible divisar tu mano que grita entre los funestos escombros, ¡hijo!, es imposible tomar tu mano, amor, porque los dioses eligieron arrebatarte plena: amada, señora y madre. Sin pensarlo, como sucede el canto de los pájaros, ahora ausente, el agua empieza a ser mi meta, rechazaré el fuego en una barca sobre Neptuno. Por los puentes, por las retorcidas últimas calles, la sonrisa que vi ayer, hoy es un duro gesto: se estarán abriendo las puertas del Hades. Cerca de mí, lo único real, está el sencillo misterio: el transito del fuego en agua. ¿Por qué nada, luego el aliento, después nada? ¿Por qué ahora, firme decisión del destino, deberé abandonar el olor de la brisa del mar, el sabor de las frutas, y el reciente hexámetro de Virgilio? Pero de súbito, quiebra la bóveda del cielo; retorna el estruendo; el mar es cercano e imposible, las pieles quieren abrirse y volcar la sangre hirviente, las voces se confunden y se elevan en gemidos de plegaria, hay voces que se abren y quedan así contra el suelo, sólo los murales, mantienen la frescura cotidiana; el arte no sabe del tiempo.

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Si vivo no he sido qué pretendo ser después. La admirable ciudad es obra de unos pocos elegidos; la vulgaridad es efimera; todo muestra violencia. Inútil. El intenso fuego aparta mis mandíbulas. Así quedaré, abrazando un cántaro; mientras la ceniza, llevándose el último aire,

me permita: nosotros y nuestras cosas nos debemos a la muerte.

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A los restos de una espada del siglo XI

No fuiste un temido mandoble, el valiente te desenvainaba si el hacha y la espada yacía en la hierba. Un herrero sin nombre te forjó para que en tu extremo más agudo se alojara la muerte, herida lenta, dolorosa, profunda, fatal. Entre el ruido de los hierros, alaridos animosos y finales quejidos defendiste al puño invencible, cubierto ahora por el polvo. ¡Cuántas veces habrás engusanado el terror de quien te alojó un instante en su vientre! Ya no volverás a batallar; nadie entibiará tu empuñadura; no habrá más sangre que haga líneas en tu hoja, ese metal casi ausente

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Arturo Herrera

mutilado y remordido por el orĂ­n. Ahora, cruz roĂ­da de tu propia tumba, tu tiempo descansa en la sombra silenciosa de un museo. Mirarte. Lejos el valor y el miedo. Mirarte es temer al tiempo, esa espada silenciosa, esa espada incorruptible.

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Humana Condición 1

Soy amable como la primavera por el esqueleto del gran árbol esperada y que llega; tengo en mi poder la emanación misteriosa del amor, soy Sirena, los marineros, la humanidad; soy el beso fatal de Judas; soy el brazo pétreo musculado que no te soltará, y el prénsil tendón tenso que de tu garganta expirante vive; soy tu verdugo, soy mi víctima; Argos de múltiple vigilia interminable, y su rival; en las cosas del querer, un volcán, y Cancerbero guardián de mis ideas; soy el que flageló a Cristo y en mi espalda me pesan cicatrices; soy el sedentario gato que traicionó con sus uñas de un zarpazo el plumón de tu caricia,

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y son mis venas, sí, las que sangran; soy carroña de carroña despreciada; puedo ser la cadencia de tu voz y cuchillo que la calle; hoy te amo, mañana te odio, hoy te amo, mañana te odio; puedo esconderme bajo tu toga, jfl0 dudes! masticaré tu vientre; puedes escupirme la cara yo te besaré la frente; si tengo poder puedo aniquilarte, si tengo poder puedo ser tu otro Abel; puedo decir que te he visto o quizás... no te he visto; soy el que clamará genuflexo ante Dios, ante dioses, ante satanes. Soy y puedo ser tantas cosas que me invade un vertiginoso sacro terror de ser hombre, de ser tu espejo.

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Humana Condición II

Quise ser alimento y mi cuerpo vomitó. Me busqué en un espejo reflejó la brújula enloquecida. Pretendí el aire como ave descendí a gusano. Grité a boca enorme rompí mi oído. Miré un momento por mis ojos cayó el párpado. Fluí por mi herida y cicatrizó. Amanecí ya era de noche.

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Arturo Herrera

Fui noche cantaron los gallos.

Sentí la razón prevaleció. Estuve como página de un libro me arrancaron. Di un salto existió la gravedad. Pretendí la infinitud y estoy muerto. Conocí un testamento hay otro, otro y otro... Corrí velozmente jamás derroté a la tortuga. Pude ser el primer hombre mi nombre no es Adán. Ayudé a volar a la sierpe ahora se arrastra.

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Dones de la Vigilia

Traicioné un árbol resistió el peso. Duermo sueño que soy insomnio. Admiré las sentencias de Séneca y fue cicuta. Desperté y era Gregor escarabajo. Continúo el tiempo se desvanece. Quiero seguir enumerando se agota esta página. ¡Oh Soledad! Acúdeme disuélveme.

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Arturo Herrera

Aquellas manos A veces en las siestas de llovizna y de silencio, o cuando la noche es mi párpado abierto, observo mis manos lejanas como desconocidas latitudes: esa carne rosada, tibia, blanda, la blancura imaginada de los huesos, el invisible flujo de las venas, torrente que me quema, torrente que se hiela; existen fuera de mí, hacen figuras y me alcanzan cosas, me hacen cosquillas en el vientre cuando me traen la forma de tu cuerpo. ¿Qué sonidos hacen lejos de mí? ¿Cómo cierran las grietas por donde algunas veces me derramo? Puedo saber. Sé. Puedo sentir. Siento

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Dones de la Vigilia

que no estas manos que no esas manos sino aquéllas, aquellas manos, algún día retornarán tal vez en una siesta, tal vez... tal vez cuando la noche se acomode bajo mis párpados, tal vez. ¿Sentiré entonces su tibia levedad sobre el pecho?

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Arturo Herrera

Destino Crepúsculo: tiempo herido. Una mujer del Paraíso me ha mirado; yo, dialogo con los muertos. Así mi juventud va derramándose en la arena.

Otra vez el crepúsculo se desangra. Una niña pálida de timidez rosada. Hay memoria de origen; hay memoria de patria. ¡Cómo hiere su mirada imposible!

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Dones de la Vigilia

Uni贸n de extremos G茅lida el agua, quema. Intenso el placer, duele. Estridente el grito, no se oye. Ansiosa la memoria, olvida. Presente la cosa, no se ve. Fugaz el tiempo, imperceptible. Evocar la muerte, no se vuelve.

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Arturo Herrera

Contemplación Esta mañana es más de Dios que de los hombres. El húmedo aroma verde ha perdido al alma y como una caricia caen los párpados profundos. Algo de mí se irá detrás del dialogo de pájaros. Esta es la hora en que Dios confunde flor, semilla y fruto en un solo hombre. Entre la hierba un ave recoge una semilla tibia para un pichón que ha muerto. Mañana, cuando se evapore el espíritu del mundo, estará mi pensamiento disperso entre la frágil hojarasca.

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Dones de la Vigilia

La fiesta

¿Has observado alguna vez los globos de las fiestas, cómo, en un instante, colorean la tristeza cotidiana y apartan los rostros más severos? Ahora, cautivas, sonríen las penas del niño más lágrima. Dentro, la fiesta crece en la tarde o en la noche. Por un momento imitan carcajadas y el furor de antiguos dioses, y ponen en la pira toda pena. Fuera, como pacientes felinos, las miserias deambulan al acecho. Pero en la fiesta no hay temores; no hay debilidades: la alegría inmortaliza al hombre.

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Arturo Herrera

Sin embargo, el reventón de un globo distraído contrae el corazón y duele como si cayera al suelo. Cuando ya no quede nadie, cuando nos hayamos ido, los globos irán soltando leve aliento sobre un cementerio de copas, y penderán de un hilo; blandos cadáveres de la alegría. Un niño se aferró al globo más grande y colorido. ¿Comprendes lo efímero?

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Dones de la Vigilia

Resignación La piedra recibe la gota persistente, el agua gime por el cauce estrecho, el pájaro sin alas aguarda ya la muerte, un pétalo agoniza en la arena ardiente. Un hombre en su silencioso lecho disipa, pero inútilmente, la pesadilla final de tu desprecio.

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Arturo Herrera

Dimensión

Nací a la noche y al abismo sin trinos... Este lenguaje no me pertenece: mi boca sólo se alimenta. El contorno de mis pies es todo el universo, deambulo por senderos cavernosos de mi mente. Antes de un solo paso, tiemblo; ya no quiero moverme. ¿A dónde voy? ¿Qué presiona mi brazo y hunde levemente el límite de mi cara? Un extremo de mi cárcel se adelanta y exploro superficies móviles e inmóviles. Todo el tiempo, cuando estoy despierto, hay una frescura que fluye por mis manos, y otras veces, cuando inclino mi cabeza va cubriendo minuciosamente la carne inútil de mis ojos.

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Dones de la Vigilia

Tan pequeño es mi mundo que siempre estoy cayéndome hacia adentro. En este lado de la vida soy la única criatura; pero puedo intuir que en el vacío sin límites que me abraza otros andan..., otros andan...

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Arturo Herrera

La Soledad

Hoy he sentido esa profundidad. Yo sé que no vas a preguntármelo ya se, pero las palabras están desordenadas en mi boca: Es una espada aguda y de plata que destella aún en pleno día; la empuña, decidido y despiadado, un Aquiles cualquiera; no te sorprendas si ves mi débil carne fláccida pasear atada a un carro; ha poseído un punto minúsculo de mi cuerpo para girar en él y trazar múltiples senderos de llagas; tiene la lentitud madura del amor y la firmeza inalterable del odio; ha resuelto mirarme con tus ojos y coquetear con tu cuerpo tibio que viene y va y apenas me raza; ha querido ser la esquina de una casa, de esa casa,

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Dones de la Vigilia

en una noche de reiterados merodeos inútiles; se ha hecho pasar por un tal vez, que es un siempre, que es un nunca; danza, danza, danza, danza royendo delicadamente el tiempo, creando en puntas de pie un abismo embriagador insoslayable. ¿Hasta cuándo serás tan esquivamente mía? ¿Hasta cuándo aullarás insaciable? Tres noches y diez noches y todas las noches insistes en seguirme... pero siempre danzas delante de mí, siempre me dictas un verso envenenado para que yo lo aprenda, para que yo lo repita una y otra y otra vez en los ápices más felices, y te lanzas como una jaculatoria que nace de la brecha del instante y delira extraviada hacia el universo negro de la nada. Ahora, soledad, apártame tu silencio, baja tu grave pie de mi mano así poder, antes de tu nueva danza, abandonar el poema.

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Arturo Berrera

*

Círculos concéntricos del agua del estanque; allí la piedra, el ademán, la mano. Sangre de paloma ya sin vuelo; el águila soberbia, la garra púrpura. Verde vertical inquieta de los álamos; secreta la semilla dormida, el viento de la tarde. Cóncava tinaja desierta; la arcilla, el agua del arroyo y tus manos que ocultan la forma. Acordes de guitarra y resplandor de fuego; la chispa diminuta y la mínima vibración de las cuerdas. Rugen las sombras de la selva; allí el felino negro con su garra fatal en la carne tibia de la presa. ¡Tiempo! ¿Cuál es tu causa?



Arturo Herrera

Índice Pagina N° Prólogo.........................................................................11 Ciudad en Ausencia Amanecer.. ................................ . ....... .......... « ...... 17 Domingo..............................................................18 Casasola ............................................................19 Recuerdo1 ..........................................................20 Siesta del Norte ..................................................22 Tarde cualquiera ................................................23 Antes de la lluvia ...............................................24 Evocación del Agua. ........ - ........................... . ...... 25 Gratitud..............................................................27 LaFlor ................................................................28 Cuando muere una pirámide .............................29 La casa olvidada ................................................31 El álbum de fotos ..............................................33 Próximo al viaje ..................................................35 Tupresencia .......................................................36 Guillermina Elena ..............................................37 Diciembre........................ . ........................ .. ......... 38 Caminata............................................................39 Fin de las calles .................................................40 Un instante de la noche ....................................41 Anochecer...........................................................42


Dones de la Vigilia

Instantes 1,2,345 4,5,6 ................................................................46 7 Decisión, 8, 9 ............ . ... . ................................ 47 10, 11 Hastío, 12 ...............................................48 13, 14 Caserón ...................................................49 Suspiros 1,2,3 ................................................................53 4,5,6,7 .............................................................54 8 1627, 9, 10, 11 ..............................................55 Otros Dones Historia de la realidad .......................................59 Alguien................................................................60 Fragmento apócrifo del Pseudo Juan ................61 24 de Agosto del Año 79 ...................................63 A los restos de una espada del siglo XI ...........66 Humana Condición i ..........................................68 Humana Condición II .........................................70 Aquellas manos ..................................................73 Destino................................................................ Unión de extremos .............................................76 Contemplación....................................................77 Lafiesta ..... ... ............................................... . ... ...78 Resignación .........................................................80 Dimensión...........................................................81 LaSoledad ..........................................................83 *85




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