Libro esquilo y shakespeare

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LUIS FRANCO ESQUILO Y


© 1980 by Luis Franco Impreso en la Argentina Depósito de Ley 11.723 Esta edición se terminó de imprimir en los Talleres Gráficos TALGRAF Talcahuano 638 - Buenos Aires Rep. Argentina - En el mes de mayo de 1980.


PREAMBULO

El sacerdote se va, el literato divino llega. (W. Whitman, Democra tic vistas) La base de toda verdadera poesía es la vivencia. Toda operación de la razón que generalice la experiencia vivida sirve igualmente a la labor del poeta. El círculo de experiencia en que actúa el poeta no es diferente del que utiliza el filósofo o el político. (W. Dilthey, Poética) ¿Cuántos espíritus logran librarse del espejismo histórico que impide advertir que las abstracciones y teorías en / general, es decir, casi toda nuestra ideología religiosa, filosófica o estética, es hija de nuestro miedo zoológico a lo desconocido y- finalmente un reflejo de los intereses de clase? El hombre, como especie, es el más inteligente y generoso de los seres y a la vez el más estúpido y bellaco, o hablando mejor, la criatura privilegiada por antonomasia se ha dado desde el alba de la aventura llamada civilización el peor orden social posible bifurcándose en dos clases: la muy minoritaria de los que se apropian de los bienes comunes y empujados por el poder y la vanidad desembocan en todas las violencias y aberraciones, y la 7

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innumerable de los desposeídos condenados a trabajar para los amos, deshumanizados por la fatiga, la humillación o el ayuno consuetudinario. A sí es cómo el hijo del hombre se ha trocado en el peor enemigo de su propia especie. Los pueblos no sólo han sido siempre despojados y explotados por sus conductores oficiosos sino algo peor: religiosamente educados para la resignación, la obediencia y la servidumbre. Por lo tanto se les enseñó a considerarse una antinomia viva entre su alma celestial e inmortal y su cuerpo de lodo perecedero objeto de desdén y odio hasta matar en él todo apetito incluso el de vivir. La mujer fue considerada no sólo criatura inferior sino portadora de todas las tentaciones y al fin responsable de que ci hombre perdiera su inocencia y su inmortalidad edénicas. En realidad toda la llamada cultura fue puesta al servicio del orden parasitario y desde entonces todo ha cambiado de signo. La sociedad no está hecha para la persona sino al revés, ésta debe inmolarlo todo en pro de la Religión y del Estado. Los reyes lo son por derecho divino y sólo deben dar cuenta a Dios. El esclavo y el siervo deben cambiar su Dios por el del amo. No hay moral posible sin el consenso del arrepentimiento y la plegaria. El derecho no está para salvaguarda de la igualdad, la libertad y la justicia sino para legalizar el expolio. Las carnicerías homéricas para engordar a la muerte (las guerras dinásticas, de conquista o de represión, llamadas patrióticas) son declaradas santas y las fuerzas armadas se bañan en sangre humana como Popea en leche de burra. A l complejo de cortesía lamerona con lo oficial o tradicional no escapan ni los filósofos ni los hombres de ciencia. Un puñadito de ejemplos: A ristóteles justificando 8


la esclavitud en el que poco antes fuera el único país libre de la tierra, y Hegel adecuando su dialéctica idealista a las necesidades cristianas y prusianas de su patria, y la fantasía santurrona de Newton empeñado en meter un rayo de luz en las tinieblas del A pocalipsis, y Leibnitz en el triángulo de la Santísima Trinidad. Se explica, pues, el destino más o menos fúnebre de "\ los pocos peones de la libertad que en el mundo han sido. Esquilo, A naxágoras, Juvenal, Dante, Descartes, Byron, Shelley, Goya, V ictor Hugo, Turguenev, vomitados al destierro; Bruno, Servet, Moro, Múnzer, Gorki, desterrados al subsuelo; Cervantes, Tasso, Didedot, Dostoievski, pensionados con el presidio; Epicuro, Lucrecia, Spinoza, Thoreau, Ii'hitman, Nietzsche, sitiados por el odio, la calumnia, la miseria, la soledad o el olvido; Larra, Maiacovski y tantísimos otros invitados al suicidio, y Milton, asesor republicano de Cromwell, obligado a celebrar sus propias exequias para librarse de las garras restauradoras de la monarquía. Y Rousseau, en fin, empujado hasta el umbral de la locura porque adelantándose a todos en audacia luminosa puso el dedo en la Haga tapada con siete vendas: el origen de la desigualdad y la servidumbre, es decir, la confiscación de los bienes de la comunidad por una minoría blindada. Las revelaciones de las cavernas de la edad de piedra y de restos de sociedades sobrevivientes de la misma, dicen que el hombre no fue el ogro de las leyendas sino una criatura ingenua y muy sociable sin lo cual no hubiera podido subsistir como especie. Nace libre e igual a sus prójimos como el resto de los hijos de la zoología. La 9


barbarie, o mejor, el real salvajismo, comienza con la civilización, cuando la mayoría de los hombres pasan a ser "herramientas que hablan" (como decía el eufónico Cicerón) en manos de sus amos. El hombre arcaico no reniega de la vida como Tertuliano y Schopenhauer, ni se arrepiente de sus pecados, ni se arrodilla ante sus semejantes ni sueña una ciudad divina. Se alegra u olvida sus dolores con la misma facilidad del pájaro o el felino, sintiendo en la pena y el gozo los dos extremos de un mismo arco. Siente también que la mayor hondura del bosque es el nido y que el amor entre mujer y hombre es un poder creador en la carne y en el espíritu, y ama a sus semejantes, no por preceptiva, sino porque precisa protección y porque el aislamiento equivale a la tumba. Y esta modalidad profunda se liga al arte nacido en los umbrales de la historia humana. La antropología sabe que cuando el hombre empezó a tranquear sobre la tierra era mudo. La necesidad de transmitir su sentir y su querer a sus prójimos (fue siempre un animal de rebaño o de horda) lo llevó a alzarse desde el gruñido y el chillido al lenguaje articulado y de allí a separar la figura de una cosa de la idea de la misma, es decir, llegar al pensamiento abstracto y todo ello no por exigencias filosóficas o estéticas. . . sino por razones macizamente prácticas. La danza, por ejemplo, comenzó como un rito sexual y cinegético a la vez. (En la fauna se ven cosas similares). El inglés Thomson recuerda que la música, la magia y la poesía tienen una raíz común: son., conjuros para lograr un fin práctico y consigna que aun hay en Europa canciones del trabajo colectivo como la de los tejedores de Silesia que en cierta época fueron de exhortación o de ruego, pero que Heme, respondiendo a 10


su época, trocó en himno de maldición y revolución. El descubrimiento de las cuevas de Dordoha, A lta mira y cien más, permiten rastrear el origen de la pintura y el grabado que comenzaron como una representación magistralmente realista (¡Oh los Rembrandt y Coya del paleolítico , superior! ) de piezas de caza, en especial de hembras preñadas, lo que indica el tratarse de ritos de fertilidad tendientes a evitar el alejamiento del ganado salvaje o fomentar su multiplicio. El hombre arcaico siente también subterráneamente su hermandad con los árboles, las bestias y las aves, con la Naturaleza toda. La inmortalidad de lo viviente, la gloria de nuestro edén temporal (un hogar que llega hasta las estrellas) es lo que el hombre edénico siente en sus huesos y su espíritu. El arte está encargado de demostrar que el árbol vale más por su profunda y serena hermosura y por dar hogar a los pájaros del cielo que por • todos los roperos, mesas y féretros que pueden hacerse con él. La devoción, la erudición, el alcohol, los naipes, todo es buen pretexto para dar la espalda a la vida y enclaustrarse. ¡La agorafobia del espíritu humano! Pero el lagarto que suma su furtivo verdor al de las hierbas es preferible a las más bellas ruinas y • la planta de papiro a las bibliotecas. En la medida en que la filosofía y el arte se divorcian de lo viviente, devienen muestras de museo. Casi sin excepción toda cultura ha tendido a volverse cultura de invernáculo. Toda actividad del espíritu ha de ser un potenciador y glorificador de la vida y no, al modo académico, un momificador del ímpetu vital. La filosofía y el arte. 11


flatulentos que desprecian los sentidos, escupen contra el viento. El profesional del arte como el de los otros oficios humanos — abogado, rufián, banquero, martillero, obispo o saltimbanqui-- tiende a ser absorbido y anulado por la profesión, olvidando que la única profesión que cuenta es la de hombre. El poeta, más que nadie, está obligado a ser un ente de sangre y espíritu y no un papelero apéndice de la typewriter o un galeote del tintero (Quizá en el futuro, cuando el hombre logre una sabiduría más auténtica, todas las artes se resumirán en el arte sagrado de vivir.) Desde, los pensadores presocráticos a los marxianos una línea punteada de sucesivas iluminaciones ha logrado poner en claro la vigencia de una correlación orgánica entre el pensamiento intelectual y la creación de las manos llamada técnica: entre el orbe de lo especulativo y el de lo práctico ("no se contempla sin acción ni se obra sin contemplación", dice Bruno) o sea que lo que hay de sobrezoológico en el hombre, como señala Spinoza — su pensamiento, su arte, su técnica— es una marcha ascensional por la escala de Jacob de la historia, y sólo entre todas las generaciones vienen labrando la esencia humana, porque el hombre se hizo y sigue haciéndose a si' mismo, creador y criatura a un tiempo, candidato a dios de la tierra en jadeante lucha por derrotar lo que lleva en sí de irracional y negativo, es decir, de carcelero y de verdugo. Contradiciendo al materialismo positivista, el pensamiento delantero de hoy destaca que el hombre no sólo varía a compás de las circunstancias, sino que, a diferencia de los otros seres, él crea sjss propias circunstancia ir,* apoyado en los presocráticos y en Hegel (guiñando un ojo 12


a la inmovilidad fúnebre de ¡os Parménides, los Zenón de Elea y los gordos y evanescentes Berkeley) muestra que las leyes de la dialéctica se cumplen revo lucio nariam ente no sólo en la Naturaleza sino en el hijo del hombre, y que la vieja tesis será devorada por su antítesis para crear una nueva síntesis, digo que se aproxima la hora en que la servidumbre humana tendrá su misa de réquiem. Es sabido que Kant se burló sin piedad de la inclinación de sus coetáneos a las visiones y a la mística confesional, y que su Crítica de la razón pura y la Etica de Spinoza son las dos columnas mayores del ateísmo europeo, aunque eso no niega que su Crítica de la razón práctica postula la conveniencia de aceptar la vocación de los hombres por procurarse un amo celestial. La estética de Kant proclama que el arte responde a un impulso de gozo desinteresado del espíritu. Mas he aquí que contradiciéndose de nuevo, o rectificándose, llega a dos verdades axiomáticas: 1) El valor intrínseco de la persona no ha de sacrificarse ni en bien de la sociedad toda. 2) La forma suprema del arte es la poesía dado que puede alzarse hasta algo más que el goce desinteresado. Es decir, el arte literario — en última instancia todo arte— no puede ser ajeno al contenido ideológico. La literatura que lleva en sí vi privilegio de acoplar nupcialmente la fuerza plástica de la palabra a la potencia iluminadora del pensamiento, es, de las artes, la que puede traducir más integralmente la biografía humana. Los griegos, como en todo, nos han dado el gran ejemplo. La cima mayor de las literaturas antiguas, el Prometeo encadenade, resume toda la biografía del hombre desde sus días cavernarios hasta su adultez histórica, es decir, cuando se 13


atreve a la hazaña de las hazañas: la de luchar con los dioses que él creara un día a su imagen y semejanza. Y algo más: los griegos nunca creyeron que ci arte fuera superior a la vida, como veintitantos siglos después se repite en la abra más profunda del teatro moderno: El despertar de nuestra muerte, de Ibsen. Se puede escribir maravillosamente bien para no decir nada. Un escritor es un crítico de los valores de la vida y si no su primavera artística es floración de papel. La aberración de la sensibilidad es más aviesa que el extravío del instinto. Las lágrimas que arranca el patetismo romántico son lágrimas literarias y pueden enjugarse con papel secante. Las náuseas que provoca el arte degenerado de hoy exige la escupidera. Hay escritores emparentados con la torre de Pisa, inclinados siempre ante el poder, que no caen ni con los terremotos. La inmortalidad que imparten las academias ¿no está emparentada subterráneamente con la del gliptodonte fósil? A los tales nunca se les ocurre pensar que la libre meditación es tan indispensable a la salud del espíritu ¿orno a la salud de nuestros bofes la respiración al aire libre. Y que el gobierno de los iguales es la única posibilidad de garantía de la libertad de todos. La teoría del arte por el arte (y no por la vida y el hombre) fue inventada como dice alguien, para "dar vida ideal a lo que carece de vida real". He aquí una fugaz antología al caso: "El arte no es naturaleza embellecida ¡sino revelada" (Rodin), 'Prefiero pintar los ojos de los 1 hombres a pintar catedrales (Van Gogh), "El arte es la más alta alegría que el hombre se procura a sí mismo" (Marx), ''Si quieren que pinte ángeles, que me los rnues14


tren" (Courbet), "Fuera de senimientos ci arte expresa Ci pensamiento" (Plejanov), "El artista es también un político despierto ante los desgarradores, ardientes o dulces sucesos del mundo" (Picasso). A l escritor, menos que a nadie, puede perdonársele el vender la primogenitura de su autonomía por un plato de lentejas bien condimentadas. El puede olvidarse de su estilográfica, de su esposa, y hasta de su compromiso con sus acreedores, menos de su compromiso con la verdad. Como los'inatajables caballos de nuestras pampas no precisaban látigo ni freno, la nueva poesía, en razón de ser la más libre será la más humanamente hermosa. A hora bien, para no quedar por debajo de sí y de su destino, el poeta de la era que ya amanece realizará en su persona la mayor concreción del non serviarn luciferino: ni a la familia ni al Estado, ni a la oligarquía ni a la demagogia, ni a la academia ni al partido, ni a Dios ni al diablo. Todo ello a fin de salvar, más indomable que e1 diamante, toda la humanidad que hay en su persona, y que pueda escribirse mañana en su epitafio: "Ganó su luz con el sudor de su frente". Es de proverbio la ceguera política de los intelectuales en general — los Poe, Flaubert, Kipling, Ezra Pound, Unamuno, Huxley, Pirandello, T.S. Elliot, Milozs, Conrad, los dos Mann, Ortega y Gasset— para no mentar a los que .se arrodillan ante un martillo que aplasta las conciencias y una hoz que siega todo ensueño libertario, y hablan de arte proletario frente a una revolución que viene justamente a jubilar la coyunda proletaria. Son poquísimos en cambio los que se atrevieron a dar la cara — Thoreau, Zola, Gide, Pasternak— , o los que se atreven a confesar su error, 15


como Howard Fast, Breton, Sartre, Lefévre o Garaudy. Orwell ha señalado que los congresos de pen-clubs son la tabla redonda de conciliaciones del mejor estilo pila tuno. Con excepción de los griegos del siglo de Pendes, en las distintas culturas toda función espiritual estaba al servicio de la teología y el incienso. Nada de extraño, pues, que en una época como la que cursamos en que en todos los valores de una cultura de dos mil años se inaugura el colapso, todo eso se refleja en el arte, sobre todo en la literatura, córi todas sus contradicciones y aberraciones. ¿Que Joyce, Proust, Rilke, Ka]1a, Ezra Pound, Stephan George, figuras próceres de la literatura de hoy, son testigos lúcidamente implacables de lo que viene ocurriendo en torno nuestro? No hay duda, pero tampoco la hay de que todos ellos han perdido contacto con el porvenir y todo poder de vaticinio (vate quiere decir eso) y ganados de secreto espanto se refugien en la psicología del ego tumefacto, o la mística, o ci nihilismo, atribuyendo a la condición humana lo que sólo reza con la etapa final de una cultura ya con todos los esfínteres relajados. Síntoma no menos revelador del virus de decadencia y del cansancio de vivir es ci galanteo con la nadería, lo irracional o lo vomitable. El surrealismo responde a dos influjos opuestos: el de una civilización en decadencia y al de la necesidad de expresar el matiz o acento inédito inherente a cada momento histórico. Un idioma, de puro usado, se vuelve borroso, y crear una atmósfera nueva está entre las exigencias de la evolución del verbo. Demos al surrealismo por inevitable y plausible. ¿Pero por qué tomar en serio su 16


pretensión de hacer del subconsciente un camarada de juegos, con sus balbuceos y nonadas de mesa espiritista? / En ciertas épocas — tal vez por cansancio o hastío— no faltaron artistas que sintieron necesidad, como dice alguien, de enturbiar el agüita de su charco para que se la tome por insondable. Siempre hubo poetas que coquetearon con la oscuridad, pero lo epidémico se ha hecho endemia y hoy son legión los cultores* del disparate y la nadería que dejan muy atrás al Apocalipsis, Lily, Góngora y Mallarmée juntos. Corolario Historia sólo puede llamarse el recuento y evaluación de los que realmente trabajaron para el bien de todos: el que domesticó el perro, la oveja, el camello y el buey, el que inventó el remo, la rueda, la lira, el que escribió El rey Lear o la Quinta Sinfonía, el que descubrió el antídoto de la s(flhis o inventó los anteojos, el que averiguó las leyes del trasformismo o de ¡a dialéctica revolucionaria: cualquiera de esas hazañas es infinitamente más importante que todos los códigos legislativos, todas las batallas de César y Napoleón y todas las iglesias, pagodas y mezquitas. Quizá hombre heroico sólo debería llamarse a aquel que no mezquina su cabeza ni su vista a ninguna verdad peligrosa, pues la milicia del hombre puro se define por su afán en pro de los valores de la vida y una rebelión sin tregua contra toda convención o artificio, por sagrados y milenarios que sean. La capacidad de ser feliz es la más noble del hombre 17


o del pájaro y la de hacer feliz a otro es la más celeste proeza de la tierra. Hombre soy y nada del cuerpo y del alma de la mujer puede serme indiferente. Y la mujer puede decir del hombre otro tanto. Pues he aquí que ni el conocimiento ni la belleza expresan del todo al hombre si el amor no los lleva de las manos. Y todo lo arriba enunciado debe estar en la poesía del hombre nuevo. La naturaleza debe volver a nosotros y nosotros a ella para que no olvidemos su movimiento y su renuevo desde adentro a afuera en que somos como ella un dúo de finito e infinito, de fugacidad y eternidad. La metafísica es también de nuestro dominio siempre que su arrimo a la teología no comienza a evaporarla. La intuición y la veneración de la indescifrable grandeza de lo creado, es el único gesto religioso que compete al hombre de la nueva era. ¿Por qué la vida concebida y practicada como un refrito si no hay nada más parecido a la muerte que un pasado que no acaba de pasar? Y son los que creen en la resurrección de sus ombligos el día del Juicio Final los que niegan a cierra ojos todo cambio en la historia. Pero el futuro es un continente virgen y hay más riqueza en él que en todos los hipogeos, mausoleos y museos. Fuimos engendrados en un relámpago de gozo y por eso la alegría es la cosa más seria de la vida, y la única justificación del dolor es que la depura y eleva. Y todo esto debe estar en la pocs del hombre nuevo. El arte de gobernar a los hombres., el más sucio oficio hasta hoy, va a tornarse el más digno como el gusano se torna mariposa. A lo largo de sesenta siglos los magos llamados conductores del hombre se ¡tan empeñado 18


en convencerlo que es idiota de ñacimiento. Y mientras la Iglesia, la Patria y las Sociedades A nónimas, llegadas al máximo de su hipertrofia y ceguera, sueñan en seguir reduciendo al hombre a anónimo grano de arena, ocurre que la mayor novedad de hoy no es la astronáutica sino el descubrimiento del pueblo, de la masa, no sólo como objeto sino como verdadero sujeto creador de la historia en vísperas de perpetrar lo entrevisto por Balzac: "Estos modernos bárbaros — los obreros— a los que un nuevo Espartaco conducirá al asalto de la innoble burguesía anquilosada por el poder". ¿Que la erección del antropoide sobre sus remos traseros para hacerse horno sapiens fue la mayor revolución del planeta? La de hoy completará la hazaña irguiéndolo por dentro y será un avatar del amor, pese a su inevitable violencia última, ya que si el borracho no bebe para aplacar su sed sino para cebarla, el vampiro humano acrece cada vez más ¡a suya. En realidad, desde que se inventaron las cárceles, la historia humana viene trabajando por la jubilación de las rejas y de las campanas pneumáticas (y las otras). ¿Que el ganso doméstico se agita y grita inútilmente cuando desde el alto cielo le llega e1 llamado de los gansos libres? E! hombre domesticado va a recobrar el uso de sus alas. Y todo esto debe estar en el canto del hombre nuevo.

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DECALOGO

La materia es parte de nuestro pensamiento y nuestro arte. Sin ella, ellos no podrían revelarse, digo existir. El arte, no puede reemplazar a la vida, aunque sí modelarla y ennoblecerla. No cuesta creer que en arte el subconsciente juega un papel tan importante como la conciencia. Para el futuro de la cultura humana es mucho más decisivo el ascenso de las masas revolucionarias, que todos los inventos y malabarismos de una sociedad moralmente exhausta. La revolución proletaria es la maestra de escuela de los pueblos de hoy y la musa de la poesía del porvenir: su mejor enseñanza es que el individuo y la sociedad son vasos comunicantes y a nivel y que el Estado debe desaparecer para que aparezca el Hombre. La sociedad de consumo que viene sobreviviéndose a sí misma precisa servicio de pompas fúnebres para no gangrenar el aire del mundo. El arte revolucionario de hoy no es la denuncia de la miseria de las masas del tiempo de Zola, sino el anuncio 'de su ascenso, es decir, parte de la lucha por conquistar al par la libertad y la cultura. 21


El ojo del artista de verdad es tan certero en su terreno como el del hombre de ciencia o el del cazador en el suyo. Mientras la clase expropiadora siga en posesión del poder y la riqueza, la intelligentsia estará a su lado pese a su demagogia populista y a su tartufismo político. ¿Excepciones? Por, un Jack London o un A ndré Gide ¡cuántos centenares de Barbusse o de Malraux más o menos lacayunos! La poesía nueva precisa un lenguaje nuevo, aunque no es cierto — como creen los neotomistas de la retórica— que la magia de las palabras sea superior a la de las ideas y los sentimientos. La poesía nueva exige, por encima de todo, una visión más amplia de la vida y de la historia. El imperativo categórico de nuestra época es que el coraje se vuelva sabio y que la bondad se confunda con la inteligencia.

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ESQUILO Y LA LIBERTAD HELENICA

La visión de Hegel En la primera mitad del siglo XX es sin duda Hegel quien cala más hondo en la problemática de la cultura griega frente a las culturas de Egipto y Oriente, en general patrias del despotismo teocrático o monárquico, vueltas hacia el pasado más que hacia el porvenir. En la India, donde el clero brahamánico funda la sociedad de las castas f6siles, la inhumanidad del numen teocrático campea por sus cabales. El creyente se cuida de atentar contra la vida de una hormiga o una vaca, pero mira con beata indiferencia la hambrienta agonía de millares de desposeídos, u obliga a la viuda a un segundo desposorio con el finado, o llega a la tumba en el más abyecto olvido de la libertad política y de cualquier otra. En China, dice Hegel, el hombre no es nada hasta que ha muerto. En la India hasta que se niega a sí, unimismándose con la naturaleza. Pese a la barbarie religiosa de Egipto, donde los dioses aún usan cuerpos o cabezas bestiales, el espíritu comienza a conspirar contra el yugo de la naturaleza. 23


"Sólo en la esencia helénica el hombre es algo para sí, no abstracta, sino concretamente. Aquí por primera vez el espíritu humano, suficientemente maduro, se da a sí mismo como contenido de su querer y saber, pero de tal modo que el Estado, la familia, el derecho y la religión tienen sus fines en la individualidad." El espíritu griego es también naturaleza, pero naturaleza humanizada, esto es, redimida por el espíritu. Los dioses lo son de la naturaleza y del espíritu a la vez, como Apolo, dios del sol, pero también de la iluminación interna: La constitución democrática busca la realización política de la inteligencia, es decir, de la libertad. (Sócrates, racionalista y moralista puro; Platón, planeador de una república teocrática-egipcíaca; Aristóteles, servidor de un príncipe y canonizador de la esclavitud son expresiones de la democracia en bancarrota). El espíritu griego culminó en Atenas. "El hombre ha entrado en sí mismo y actúa libre y productivamente hacia afuera." Eso sí, la democracia griega, aristocrática de suyo, admitió a poco la esclavitud, y de ahí en adelante el ciudadano debía estar libre de trabajo manual. Así, llevaba la muerte en su seno. Para eliminar la esclavitud "era preciso que el hombre se pensase a sí mismo como universal y no como mero ciudadano de un Estado cualquiera". Claro está que en su método de interpretación el gran maestro del idealismo filosófico prescindió más o menos aristocráticamente de los hechos materiales y económicos, que están en la base del desarrollo de la historia. Por ponderables que sean su visión y su aporte, exigen un complemento indispensable. 24


La visión contemporánea No es mucho decir que el Renacimiento y lo que vino hasta la segunda mitad del siglo XIX se empeñaron en ver en la cultura griega una especie de milagro, es decir, algo de origen más o menos indescifrable, cuando no el producto de un privilegio étnico. El descubrimiento de las siete Troyas superpuestas y de Micenas, las revelaciones arrojadas por las excavaciones sobre la ignorada y casi increíble*civilización cretense, y sobre todo los nuevos criterios, más científicos que literarios, para enfocar la historia, han terminado por demostrar que esa hazaña histórica sin par que fue la cultura helénica es la resultante de una serie de azares coincidentes, ajenos al factor racial y mucho más al favoritismo de los dioses. Sumariamente enfilados, he aquí los agentes decisivos: 1) una tierra escasa, minuciosamente intervenida por el mar y fragmentada por la montaña, que si evita la constitución de un gran poder centralizante, y con ello el despotismo, incita intensamente a la navegación y al trueque de mercancías y experiencias; 2) un suelo magro que incita a la porfía en el esfuerzo y a la actividad manufacturera y la navegación mercantil como suplemento, y con ello a un mejor conocimiento del mundo; 3) un emplazamiento en el cruce de las tres mayores irradiaciones culturales de la época: Creta, Egipto y el Asia suhoccidental; 4) ci uso de la moneda acuñada; 5) la difusión de la práctica del dominio del hierro, o democratización del metal; 6) la difusión del alfabeto fenicio, o democratización de la escritura; 7) el ser las tribus helénicas, al revés de las sedentarias gentes de Egipto o China, bárbaros con ímpetu propulsor; 8) la intensa lucha entre 25


poseyentes y desposeídos dentro de cada Estado, que termina en la transacción llamada democracia, es decir, en una libertad política e intelectual desconocida hasta entonces en el mundo. (Hasta hoy el beato pudor de nobles y burgueses dejó en el tintero e1 factor más fornido de los orígenes de la cultura helénica: la lucha reiterada e implacable hasta el crujir de dientes entre oligarcas y plebeyos dentro de cada polis —con inmaculado olvido de todo sentido de patria— de que dan testimonio Teognis, Tucídides, Platón, Aristóteles, Isócrates, en la antigüedad, y Póhlmann, Jardé, Mondolfo y tantos otros en nuestros días. Sin esas luchas sociales, más homéricas que la Ilíada, no hubiera aparecido la democracia, es decir, la libertad política y espiritual —aunque mutilada— de la Hélade, numen del helenismo.) Como tantos otros pueblos, ci de Grecia consignó su vida heroica en epopeyas, con una particularidad: pese a los elementos mftiços, esos poemas rebosan naturalidad y humanidad, esto es. constituyen las más hermosas creaciones épicas que existen. En todas partes el hombre inventó a sus dioses, sólo que los griegos los hicieron tan a su imagen Y semejanza, que hasta en su representación corporal resultaron modelos de hombres.

El

aporte de Creta

Los investigadores de ho'y han logrado descubrir que la más viva raíz de la cultura helénica se hunde en Creta. La talasocracia de Minos inaugura la civilización marítima en el mundo (el abandono del cabotaje como de andaderas 26


infantiles para desafiar el horror intacto de las grandes aguas), y esta domesticación del demonio multiforme y multánime, el incesante mar, no sólo tiene que ver decisivamente con la concepción veraz y dinámica —y no deformante y estática del arte-- y la figura humana desnuda y en esculpido movimiento, sino que el mar de reír innumerable condiciona la alegría de vivir y la libre y móvil actitud del hombre ante la naturaleza y la vida. Todo estoç como el logro de una altísima cultura, casi tan vieja como la del Nilo, que maduró entre los años 2000 y 1400 aC. "En Creta —recuerda un comentarista de hoy—. donde el artista está libre de toda subalterna dependencia, cae toda distinción entre potentados y súbditos, entre dioses y hombres. Desaparece el abismo entre el déspota teocrático de Oriente y e1 esclavo" Y si pensamos que la cultura cretense, que constituye "la aurora del espíritu europeo", es debida a gentes no helenas y ni siquiera arias, advertiremos, mejor que nunca, que lo cultural y lo racial son dos orbes distintos: la cultura nada tiene que ver con la sangre. Con todo lo espléndido y fecundo que es ci aporte minoico a la cultura helénica no echa la menor sombra sobre la genial idoneidad de desarrollo y síntesis de los helenos. que no pararon hasta hacer de lo suyo la corona de laurel de la historia. Mas repitamos que sin la Creta prehomérica no habría habido la Grecia homérica ni la esquiliana. Hasta se cree que el abecé del alfabeto fenicio fue llevado a la costa asiática por prófugos cretenses. Nada de esto se sabía en días de la juventud de Nietzsche, pero le bastaron su lucidez e independencia de espíritu para averiguar estas dos novedades: que, al revés de las otras culturas. la griega no negó, sino que aceptó la 27


naturaleza, mejorándola, unificando el instinto y la razón, la voluntad y el sentimiento. Por otro lado advirtió que el verdadero espíritu de la Hélade era un flúido equilibrio entre la serenidad apolínea y las turbias y vitales fuerzas veneradas con el nombre de Dionisos, que así quedó exento del bestialismo a que descendía su culto en tierras asiáticas. El aporte de Jonia Según está igualmente aclarado, el primer albor de la cultura griega no se da en la Grecia peninsular o la insular, sino en tierras de Jonia y sus costas, donde pequeñas ciudades-Estados despliegan una intensa actividad naviera, artesanal y cultural, al margen de la atracción voraginosa de los grandes imperios de la época: Egipto, Asiria, Babilonia. La ciudad de Mileto, que tiene hegemonía comercial sobre decenas de ciudades menores, llegará a la fama por algo de más lujo que las alfombras de Esmirna o las riquezas de Creso de Lidia: ci caudal de sus filósofos. Por estas zonas hace también su aparición la poesía de Homero, educadora del medievo griego. Fue precisamente en las costas e islas de Jonia donde surgió un tipo de originalidad profunda, e4uilibre de vivacidad y sagacidad, pronto a la iniciativa y a la inventiva, digamos, sin miedo ante lo nuevo o ignoto, e idóneo para ci mar y la aventura, y con ello para la práctica de quehaceres y hombres más diversa; o sea, con esa dilatación de su horizonte externo, propiciadora de su interno, y con ello, y la confianza en sí mismo, y un limpio sentido de lo justo, un sentimiento de la personalidad y una audacia de ideas sin precedentes en el mundo. 28


Sus poetas, desde Arquíloco en adelante, o ponen en tela de juicio la autoridad de la tradición o de los dioses, separando lo racional de lo mítico, o vindican los sagrados derechos del individuo frente a la comunidad, o el derecho y ci deber del gozo de vivir y su trascendencia ética, o la libertad como hija de la autodisciplina. O, simultáneamente, enriquecen la esfera de lo subjetivo y elevan lo más personal hasta lo universal, o descubren el amor como una vibración concorde de los sentidos y el alma. Todo ello mientras se produce ci acaso más decisivo acaecimiento en la historia interna del hombre: la llegada de los filósofos jonios. No se trata de sacerdotes, ni de jerarcas de ninguna especie, sino de "simples caballeros particulares", pero en quienes la alerta iniciativa de las gentes de Jonia se ha encarnado, elevándose al cubo. Con ellos aparece el yo pensante como autoridad suficiente en sí misma y con derecho a desafiar aun a verdades encanecidas y arrugadas de siglos. Con ellos, superando a Homero, comienza la desplumadura de la concepción mítica del mundo. Estos son los espíritus de más grandiosa insolencia que conoce la historia. Se atreven a poner sus manos, sin lavárselas después pilatunmente, sobre la ingenuidad tenebrosa de las tradiciones, abriendo paso a una luz más profunda que la del sol: la razón emancipadora del hombre. Tales, Anaxímenes y Anaximandro, no sólo echan las bases de la ciencia, sino que, usando lo más demoníaco o santo de la mente humana —la intuición— tienen la ocurrencia filosófica del cosmos y una desnuda representación de la divinidad del Ser, que desinfla los conceptos sietemesinos de las religiones. Ellos, y sobre todo Heráclito, se atreven a lanzar a la 29


circulación la idea del devenir, la más insoportable para el egiptísmo interior del hombre, a quien las religiones consuelan con promesas irisadas, pero a quien la filosofía viene a proveer de una conformidad valerosa y hasta sonriente. La visión homérica del mundo queda reemplazada por algo menos pintoresco, pero no menos hermoso, sino más. Sí, el universo es divino, pero los dioses deben abdicar en favor del hombre. Heráclito, "despertador de los dormidos", descubre que la naturaleza y el alma desean ocultarse, son dos esfinges, pero que el hombre es su obligado Edipo, terminando por columbrar que lo físico y lo espiritual, lo cósmico y lo humano son como las dos mejillas de un hermoso rostro de mujer.

Lo helénico Parecía que apenas podía agregarse un tilde a tamaños aportes del espíritu jónico. Faltaba algo, no obstante, y eso fue la obra inmortal de Atenas y demás ciudades congéneres: completar el impulso creador de la individualidad con el orden unificador de la comunidad política. O lo que es igual: el único modo de garantizar la libre actividad del individuo es integrar el orbe de lo cultural con el segmento de lo político. Mucho tiempo antes de Aristóteles, los griegos sabían que el hombre es un zoon

politikon. La ya señalada. herencia cretense llega a su pleno desarrollo sobre el fondo más o menos hierático y sombrío de Egipto y Oriente, donde la creación de árbitros corporales e individuales implica como base la condición infra30


humana y hasta infrazoológica del hombre común, Grecia se caracterizará por un estilo opuesto: en principio al menos, aquí todo hombre se atreve a sentirse igual a cualquier otro, o, como dirán más tarde los estoicos, el hombre es sagrado para el hombre, y por encima de él no estarán un día ni los dioses. Los griegos, inventores de la palabra cultura, no entienden por tal una erudición más o menos parasitaria, sino —como enseña Jaeger—, el cultivo armónico de la forma exterior e interior del hombre. La intensa y plural actividad helénica tiene un sentido y una finalidad limpiamente pedagógicos: la formación del hombre. Ni la literatura y las artes son puramente estéticas, ni la filosofía y la ciencia son meramente intelectuales, ni la gimnasia es sólo deportiva o guerrera, ni ci Estado únicamente político; todos son principal y finalmente educativos en el sentido mayor: la formación del hombre según las leyes que gobiernan la forma y la esencia más auténtica de su ser (La paideia). Mientras los demás pueblos educan al hombre para que sea un súbdito modelo del Estado, o un servidor impecable de la divinidad, o un guerrero pluscuamperfecto, los griegos de la gran época superaron, completándolo, ci ideal de la educación heroica de Homero: la hazaña heroica por excelencia es ser profunda y libremente un hombre. Para acercarse al cumplimiento de tamaño desiderátum era indispensable, como punto de partida, que el amor a lo humano suplantase al amor a lo divino. ("Cuando los dioses eran casi humanos, los hombres fueron casi divinos", dijo Schil!er). o sea, que la conducción espiritual de la sociedad estuviese a cargo del poeta, 31


del orador, del historiador, del dramaturgo, del estatuarió, del hombre de ciencia o del filósofo, no del sacerdote, reducido en Grecia casi al rango de mero matarife sagrado. Sólo en un mundo así condicionado pudo nacer un día la más alta expresión del genio artístico, que fue la tragedia, llevada a su cenit por Esquilo. Cuando se piensa que la cultura de Occidente es originaria y fundamentalmente griega (no judeo-cristiana, ni romana, ni gótica), y se recuerda la frase de Renan de que los europeos seguían siendo los pesados hiperbóreos junto a los griegos, y el aserto de Amiel de que los occidentales llevaban en sí cosas más grandes que los hijos de la Hélade, pero que seguían siendo más pequeños como hombres, se explica de sobra el grandioso esfuerzo del pensamiento de ayer y de hoy por despejar la incógnita que fue y sigue siendo en parte ese milagro de la cultura helénica. Estas páginas son sólo una ambición de estudiante por resumir, según sus posibles, las averiguaciones de los maestros.

Grecia, iniciadora del porvenir La Grecia clásica (la peninsular, la insular y la ribereña) es tan hija de Neptuno como la misma Creta y se nutre del mar y la tierra como de dos mamas. Separados por golfos, bosques y montañas, el mar une a los hijos de la Hélade como un camino real o un patio casero. Menos aradores de la gleba misma que del mar, éste les aguirrió la destreza, incitándoles la audacia del ánimo y 32


la del conocimiento, llevándoles al trato con las gentes más distintas y las estrellas, es decir, dilatándoles ci horizonte del ojo y de la mente. Esquilo y Sófocles ponen la navegación entre las mayores hazañas creadoras del hombre. En la calma cerúlea del Egeo en ciertos días, vieron una imagen de la dicha: los días alciónicos. Tierra escasa de cereales y rebaños, pero sobrada de luz y flores, es decir, de miel. ¿Que la gleba es avara? El olivo produce aquí más riqueza que toda la fruticultura en otros lados, y sobra arcilla para una alfarería sin par. Junto con el mar, el otro protagonista del paisaje griego es el sol. Tanto sol como en Africa o en Arabia, pero sin sus horrores. La luz educa el ojo y e] espíritu. Tanto color y relieve anticipaba la aparición de un pueblo de pintores escultores y arquitectos. Hacia mediados del segundo milenio a.C, llegó a su apogeo la civilización micénica, pero hacia el 1200 llegaron los dorios, y la cultura de Micenas, como la de Creta siglos antes, fue chafada por los bárbaros. Sólo cuatro Siglos más tarde comenzó a alborear la Grecia homérica en Jonia, pues empujados por los hirsutos invasores, los micénicos habían invadido a su vez la más vecina costa asiática. Ni decir que ci pueblo de Grecia fue densamente mestizo y su unidad fue sólo cultural. (Hoy empieza a sospecharse que los invasores bárbaros del último milenio antes de Cristo no vinieron del norte y tal vez fueron lo hicsos forzados a retirarse de Egipto). Como sabemos, de la Grecia clásica sólo queda un décimo de sus acervos filosófico, literario y científico, y escasos restos mutilados de su arquitectura y escultura. De su pintura nada, y lo mismo de su música, que ellos 33


consideraban la más elevada de las artes, y "una educación suficiente para el alma", según Platón. La topografía, amén de otras circunstancias, impidió la formación de un ancho dominio. Las pequeñas polis (ciudades-estados) estaban formadas en sus comienzos por labriegos, marineros y artesanos. Su artesanía, alzada casi al rango de arte, hizo más conquistas que sus armas. Ni monarquías n1 cleros autócratas. Hombres comunes, pero libres, y pese a la naciente riqueza privada, tratándose todos como iguales. Eso, y la necesidad de intensificar la actividad del ingenio y de las manos para sobrevivir en una tierra magra s hizo de la Hélade algo inédito en la historia. Aquí el individuo era un hombre y no un pelele del Estado como en las centrípetas congregaciones del resto del mundo. Cuando entraron en contacto con la superstición y el servilismo asiáticos, la palabra extranjero tuvo connotación de bárbaro para los hijos de la libertad. Jamás dejaron los griegos de cultivar y desarrollar su lengua, hasta trocarla en el instrumento más capaz de traducir todos los fenómenos de la sensibilidad y la imaginación al par que las más hondas abstracciones de la mente, sin correr peligro de anquilosarse como el latín o acadernizarse como el francés, opina Mowra. La unidad idiomática y cultural no excluía la más ancha variedad. Mileto, o mejor, Jonia, fue la cuna real de la filosofía y la epopeya. Por un tiempo la isla de Samos estuvo a la vanguardia de la ingeniería y la astronomía, y Cos fue la patria de Hipócrates, y en la Magna Grecia las matemáticas y la física llegaron a su esplendor meridiano. Atenas, creadora genial del teatro, fue por mucho tiempo la metrópoli cultural del helenismo. Pendes la llamó "la 34


escuela de Grecia", y Tucídides, "la Hélade de la Hélade". Como el concepto griego de hombre implicaba el armonioso ejercicio de todas las potencias, el de la dynamis o energía podía ser igualmente heroico en el pensamiento o la acción que en el arte o en la moral. Así pudieron surgir tipos humanos que la historia apenas ha vuelto a ver. Solón fue legislador, poeta y profundo hombre de bien. Los pensadores de Mileto, padres de la filosofía, fueron a la vez astrónomos, políticos, naturalistas y hombres prácticos. El epitafio de la tumba de Esquilo alude a su denuedo de soldado de la libertad y no a su condición de poeta soberano. Sófocles, el otro padre de la tragedia, fue uno de los generales de Atenas, como Tucídides, el más esclarecido de los historiadores de la antigüedad. Epaminondas, el máximo estratego, logró igual estatura en la elocuencia y el trato humano. Arístides, general y tesorero de Atenas, murió tan pobre que la ciudad debió costear su sepelio. Epicuro, que buscó libertar a los hombres del terror al placer y al averno, era una especie de santo laico. El desarrollo armónico y pleno de todas las facultades del hombre, que era el ideal griego, implicaba el concepto agonal de la felicidad, es decir, el de la lucha contra todo lo que la disminuye. El pueblo que amaba la vida como nadie prefería la muerte a vivir sin dignidad ni libertad. Pese a todas las calumnias cristianas, la piedad era una de las virtudes griegas, y su falta no debía excusarse ni en el héroe, como lo patentiza el Hércules furioso de Sófocles. El luminoso racionalismo griego —que hallaba su contrapeso en el arte y en la acción— puso en solfa 35


muchas de las tradiciones de los días homéricos, y los misterios órficos del pasado que postulaban la salvación de las almas en el otro mundo, aunque pensadores como Pitágoras o Empédocles no estuvieran exentos de veleidades místicas. Los griegos no se hicieron ninguna ilusión sobre la inmortalidad personal: La vida de un hombre retornar no puede así que ha franqueado la barrera de los dientes. Para los griegos del Medioevo helénico, las almas de. los muertos eran sombras vagando entre las sombras con sed de sangre fresca y añoranza de la clara vida terrena. En el canto XV de la Odisea la sombra de Aquiles confiesa que preferiría ser esclavo de un pobre en la tierra a ser rey en el país de los muertos. Los contemporáneos de Esquilo o de Anaxágoras en general —y aun los de días anteriores y posteriores— no creían en tales patrañas. Legar un recuerdo inapagable a las generaciones del porvenir era el gran premio a que aspiraban los que habían vivido o muerto como héroes de la acción, del pensamiento, de Li magnanimidad o del arte. La impresión corriente era la de que los dioses se parecían demasiado a los hombres para que éstos los tomasen demasiado en serio. Aun los discípulos de Pitágoras llegaron a sostener que el alma muere con el cuerpo: el alma era al cuerpo lo que la melodiosa y mágica cuerda al resto de la lira. Los atomistas sostenían que el alma está formada de átomos que se desintegran como los del cuerpo con la muerte. La inmortalidad personal es un sueño de niño mimado. Heráclito eliminó a los dioses del gobierno del mundo. Pródico sostuvo que los dioses no eran más que las 36


fuerzas naturales que sustentan la vida. Critias llegó a sospechar que fueron inventados por algún autócrata para alebronar a los hombres. Y Jenófanes, que si los animales necesitaran dioses lds crearían a su imagen y semejanza. La fama de artistas de los griegos conspira un poco contra la universalidad de sus títulos. Si es cierto que para ellos todo el cuerpo era el rostro del alma y que la belleza de la forma era trasunto de una armonía interior, también buscaron captar ésta por los caminos de la filosofía y la ciencia. Es decir, la verdad y la belleza convergían sobre un mismo punto. No concebían la belleza clorótica, pues la salud era para ellos no sólo energía sino también armonía. Y algo más: estos esenciales artistas no pusieron nunca el arte por encima de la vida misma. Tres fueron los descubrimientos o creaciones capitales del genio griego fuera del arte: la ciencia, la filosofía y la acción. La filosofía (o el pensamiento libertando al hombre de todos los temores y supersticiones, incluso la religión) nació en Jonia, Tierra Santa si la hay. Pero todo el ámbito helénico abundó en filósofos como otros en contrabandistas, sacerdotes o jugadores fulleros. Sólo que el filósofo era también, casi siempre, hombre de ciencia y de acción, cuando no poeta. El ansia de conocimiento, tan desinteresada como intensa, la expresó Heráclito en letras indelebles: "Prefiero descubrir la causa de las cosas a poseer el reino de los persas". Nacida en Egipto y Babilonia como mera práctica utilitaria, la ciencia se elevó entre los griegos a las mayores generalizaciones o abstracciones. "Las cosas son números", de los pitagóricos, alude obviamente a que sólo podemos inteligir las cosas a través de las leyes matemáticas que las rigen. No es sorpresa menos helénica o hermosa, la de que 37


Pitágonis dio con la clave matemática al averiguar el secreto de la música. Insistamos en que el cultivo fanático del arte, sobre todo de la poesía, no vedó a los griegos apelar al puro ejercicio de la razón como la mejor arma para atreverse con el misterio del mundo. La explicación de la cosa está en que al carecer de amos regios o sacerdotales, la inteligencia se halló libre de los grilletes de la verdad revelada y latradición inviolable. Con la mente limpia, ito es mucho que la voluntad pionera del espíritu diera en ellos resultados de estupor. , Anaxágoras sugiere ya la hipótesis de la divisibilidad infinita de la materia. Dos de los otros grandes pensadores milesios forrrulan la teoría de los átomos. La historia sin mitos, como una biografía escueta de la sociedad humana a través del tiempo, nació con Herodoto y Tucídides. La geometría y las matemáticas debían llegar a las previdentes hipótesis astronómicas de Tales y Anaxágoras rematadas en la teoría de Aristarco de Samos, continuada veinte siglos después por Copérnico. Empédocles demostró la corporeidad de la naturaleza del aire. Los seguidores de Arquímedes descubrieron los principios del álgebra y la trigonometría. Los principios de las ciencias naturales que aún nos rigen fueron entrevistos por los griegos buscando la clave de la salud y el vigor del cuerpo humano, que tanto los apasionaba. Alcmeón de Crotona descubrió que el cerebro es el órgano central de las percepciones. La medicina, ya practicada ventajosamente por los egipcios, jubila en Grecia todas las supersticiones milagrosas y se trueca en ciencia. (La medicina de hoy, pese a sus pasmosos adelantos, se ha puesto —con sus antibióticos y sus vitaminas inyectables— a la zaga de Hipócrates). 38


El descubrimiento de conchas de mar en zonas mediterráneas, llevó a Jenófanes a advertir que la tierra y el océano vienen invadiéndose mutuamente, y a una teoría correcta de los fósiles. La intuición de Anaximandro —como la de Heráclito— llegó a un prodigio mayor que el de las conquistas de Alejandro. Caviló que si el niño exigía un tan largo lapso de protección, era obvio que de haber sido siempre como es, no hubiera podido sobrevivir. De inducción en inducción llegó al convencimiento de que los más remotos ancestros del hombre estaban en e1 mar, hecho hoy confirmado por la embriología que encuentra esbozos de branquias en el primer mes del feto humano que se aloja en un medio líquido. En la intuición de Heráclito están ya la dialéctica de Hegel y el transformismo de Darwin: "El mundo es una consonancia de tensiones opuestas como el arco y la lira". El fuego no es una sustancia, sino una función, y es el numen de lo creado: "A este mundo no lo han creado los dioses ni los hombres. Fue, es y será un fuego eterno que se enciende y se apaga conforme a sus leyes". El que los pensadores del extremo oeste, la Magna Grecia, se mostraran en general adversos a las creaciones del pensamiento jónico, es sólo una prueba de la riqueza y flexibilidad del espíritu de la Hélade. Parménides (como Zenón de Elea en sus cuatro contundentes paradojas) niega el movimiento y la validez del testimonio de los sentidos. Empédocles, con su teoría del Eros, que une y separa alternativamente las cosas, creyó abolir la disparidad de tan opuestas escuelas. La movilidad del espíritu helénico podía dar cualquier sorpresa. Sófocles, el que dio testimonio que entre las cosas admirables del mundo el hombre es la primera, prohijó otro día un adagio de curso 39


ariente: "No haber nacido es lo mejor, dicen las antiguas escrituras". Es que, pese a todo, no puede negarse la vigencia de un clandestino pesimismo griego. Pandora, la primera mujer, esposa de Epimeteo, trajo al mundo de presente una caja de la que salieron todos los males, quedando sólo la esperanza. La analogía con el mito de Eva es obvio. Deucalión es el Noé griego que, salvado del diluvio punitorio, repuebla el mundo arrojando, con su mujer, piedras por sobre el hombro. Aunque el recuerdo de la Edad, de Oro persistió en ellos, como lo dice Hesíodo, creyeron absurdamente en la perversidad nativa del hombre. Sólo que, a diferencia de otros pueblos, para ellos la redención vendría, no por agencia de los dioses, sino por obra del propio esfuerzo creador y liberador del hombre, capaz de trocar el signo adverso en una plenitud de grandeza y belleza. A revés de Epimeteo, Prometeo mira hacia adelante. Heráclito sentencia: "El carácter es el destino". ¿Cuál es para el griego el modelo de hombre? El piadoso, que no hace el mal por temor a los dioses o por amor a la recompensa? No, sino el de mejor temple corporal y espiritual, el más inteligente y sabio, el mejor sentidor de la justicia y la belleza. Por cierto los griegos no pudieron menos que advertir que la conducta no depende sólo del hombre, sino también de poderes que están lejos de él, ya que es parte integrante de la sociedad cósmica. El hombre se parece a los animales, pero también se parece a los dioses y de él depende el acercarse cada vez más a éstos. Sólo mirando más allá de sí mismo el hombre puede 'crecer. Eso es lo que simboliza, llevado a su más moderna expresión por 40


E quilo, el nhit() de Prometeo; el ascenso desde el hombre d las cavernas al ateniense del siglo V. El conocimiento científico y filosófico no era mera curiosidad o vanidad intelectual. Creían que el conocim;entc) profundo hace a los hombres semejantes a los diis, y capaces de gobernar su destino. Esta es la clave may r del llamado milagro griego. (Pese a su condición efímera, el hombre es en cierto modo más meritorio que lo dioses ya que sus excelencias son hijas de su propio esi.uerzo. En nada fueron los hijos de Grecia más lúcidamente intrépidn que en su valoración del hombre, con sus posibilidades y limitaciones. Ese es el abismo que separa a los griegos clásicos de sus contemporáneos del Asia en que las masas humanas eran meros rebaños o jaurías al servicio de amos coronados o tonsurados, o Egipto, que creía que la vida era sólo un curso preparatorio para la inmortalidad de la muerte. Cualesquiera fueran o sean las diferencias de los distintos pueblos antiguos o modernos entre sí, tienen un común denominador que los separa de los griegos: y es que en todos falta en menor o mayor grado lo que en aquéllos era el ideal por excelencia: la realización armoniosa, aquí en la tierra, de todas las capacidades del hombre, concebido, no como grey de amos celestiales o terrenales, sino como rey y súbdito de sí mismo. En efecto, la verdad revelada por los dioses de los distintos pueblos a los sacerdotes constituyen un texto sacro de autoridad infalible e inapelable (Vedas, Zendavesta, Biblia o Corán) es decir, el más carcelario de los tiranos. Eso —la verticalidad celeste y la horizontalidad humana en cuatro patas— es lo que más rehuyeron los griegos y por eso pudieron llegar a donde llegaron. 41


Decente, ya eres perfecta! ", le gritó alguien a la Grecia clásica. Pero ni era perfecta ni podía detenerse. La democracia puramente formal y no real —política pero no económica— estaba destinada al fracaso, como lo vería después Diodoro, un griego de Sicilia. La creciente concentración de la riqueza en unas pocas manos privadas y el paulatino relevo del trabajador libre por el esclavo adquirido en la guerra o el comercio, fue el comienzo del derrumbe del estilo helénico de vida. Cuando la plutocracia desterró la democracia y la libertad, la tumba estaba abierta. La griega fue una sociedad predominantemente masculina. El ideal heroico, adscripto al valor y e1 arrojo, no le permitió llegar a la comprensión que los derechos de la femineidad exige, y que Egipto respetó en gran parte. El gineceo no fue el serrallo, pero sus cerrojos recuerdan un poco a la más fastuosam'ente infame de las instituciones asiáticas. No es extraño que ello favoreciera el cundimiento de otra lacra sin redención: el homosexualismo, que llegó a preceptiva en la hueste espartana. El provincianismo político de las pequeñas polis era una mengua casi inevitable frente a una política y una cultura de horizonte mundial como la que debía venir y vino. Atenas la profetizó por agencia de Eurípides: "Toda la tierra es patria para el hombre de bien como todo el aire es ámbito para las alas del águila". Ya aludimos a la decadencia griega, llena de creadora grandeza todavía, pero cada vez más alejada del auténtico espíritu de la Hélade al punto de que Aristóteles justificó asiáticamente la esclavitud y los estoicos predicaron que un hombre podía ser libre en su espíritu y seguir siendo esclavo. 42


Aun en su hora de ocaso, el helenismo alivió la servidumbre egipcia y asiática con Alejandro, y más tarde la de Roma y el Islam, para no contar que posibilitó lo mejor de la cultura de todo Occidente.

Los mitos y el teatro Los mitos griegos correspondían en buena parte a los dogmas religiosos y la milagrería de otros pueblos: educaban al exaltar la prestancia de los héroes como lección de que ci hombre puede y debe sacar el más alto provecho de sus capacidades. Tenía, pues, un contenido emocional y moral a la vez y hacía pregustar a los mozos el placer homérico de la lucha (Hércules, el más fornido de los héroes, fue un infatigable benefactor de los hombres). Los trágicos, después de Homero, se valieron de los viejos mitos para dar una conciencia moderna a los hijos de la democracia. Contra la concepción aristocrática que atribuía la excelencia de los héroes a su porción de sangre divina, vino la de la democracia, con Esquilo por campeón mayor: de que todo hombre lleva en sí una naturaleza plástica que puede realizarse en lo mejor —o lo peor— en el terreno del arte, la gimnasia, la ética o el pensamiento, no sólo en la guerra. El hombre no es un ángel caído sino un demonio que lleva en sí la posibilidad de cualquier excelencia. Al echar mano de los mitos tradicionales, el dramaturgo griego se arrogaba el derecho —el uso de la libertad helénica— de dar su propia interpretación, presentando a veces sin atenuantes los rasgos de ciega violencia o crueldad de los dioses o los héroes. 43


El realismo profundo del arte griego descontaba que el mejor modo de evidenciar lo invisible era intentar su traducción en formas concretas y de bulto. La imaginación entraba en juego, pero sin calumnias ni distorsionar la realidad, como en las creaciones de egipcios, indos, judíos _. a árabes. Los Caracteres que Teofrasto perfiló después en (su libro, y que inspiró a La Bruyére el suyo, los había esculpido ya con alto relieve e1 teatro ateniense. Basta recordar la insobornable autonomía de Prometeo o la alta desvergüenza criminosa de Clitimnestra. Poesía de acción tanto como de contemplación, buscaba ser verdad y humanidad ante todo. El ensueño no eclipsaba la realidad, lo poético dictaba normas de claridad a la fantasía. Grecia aceptó el aporte de la inteligencia al numen de lo poético, con ventaja para ambos (Lucrecio, Shakespeare, Goethe, Milton, Hólderlin, Byron, Heme, probarían después lo mismo). Apolo, dios del sol, lo era también de la poesía y e1 canto, es decir, de lo que en el alma se parece más a la luz. La poesía, como una pira, podía calentar el corazón y' alumbrar el espíritu a un tiempo. En este doble atributo, y en su inspiración misteriosa, y en su poder de asir lo visible y lo invisible y de perdurar en los tiempos, los griegos vieron algo divino y por eso la tuvieron por la primera de las artes. En la poesía de los creadores del teatro griego (como después Shakespeare, Lope, Mo1ire, Hebbel o Ibsen .) el pensamiento pone en marcha las acciones humanas, sin que ello ultraje, sino al contrario, el aporte mágico de la imaginación y la emoción. (El mismo Píndaro, cuando echa mano de los mitos, los purga de sus ingredientes bárbaros o absurdos). 44


Aristóteles en su Poética lo reconoce así: "La historia describe las cosas que sucedieron; la poesía las que podrían suceder. Por ello la poesía es algo más filosófico y serio que la historia, pues ésta habla de lo singular y aquélla habla de ]o universal". "El Prometeo de Esquilo —dice un historiador— se enfrenta con toda la metafísica del poder que hace a los dioses ser lo que son". En ci Prometeo encadenado —la primera parte de la tragedia y la única que se salvó— Zeus aparece como un tirano usurpador y despótico, frente a Prometeo, llevado al sacrificio por su empeño de redimir a los hombres de su ignorancia e inepcia velludas. Cree saberse que en las otras dos partes de la trilogía, Zeus .libertaba al fin a Prometeo, evidenciando así que no se puede gobernar a los hombres a espaldas de la razón y la justicia. Providencialmente la mutilación de la trilogía ha evitado esta componenda, dejando que la figura de Zeus pasara a la posteridad como la prefiguración de todos los tiranos o gobiernos de la clase privilegiada (hasta hoy la humanidad no conoció otros) que se han sucedido en los tiempos, y a •Prometeo —figura mayor que la de Job, Satán, Hamlet o Fausto— como el símbolo del pensamiento y el arrojo libertadores del hombre. La epopeya del fuego

Como enseña Farrington (El cerebro y la mano en la cultura griega), los patriarcas del conocimiento científico, los filósofos jónicos del siglo VI a.C., no fueron pasivos contempladores de la naturaleza, sino que la interfirieron 45


también activamente: el hombre pensante y el actuante eran uno solo. Jonia es, pues, la cuna sagrada de la ciencia. Por eso Herodoto dedica un capítulo entero de su historia a las dos obras magnas de la ingeniería de Samos: la escollera para defender el puerto y la perforación del n oflt e. La habilidad manual de Hipócrates y los suyos es la clave de su saber médico. Anaxágoras fue el primero en advertir que la mano había sido tan eficaz como la mente en la evolución ascendente del hombre a partir de la zoología. Empédocles había demostrado que el aire era un medio resistente. Esquilo coincide con él en su metáfora sobre la carrera del águila: "Con voladores remos castigando las olas". La primera filosofía del mundo que implicaba un conocimiento real de la naturaleza de las cosas aplicó los métodos de 'ivados de las técnicas de la producción a la interpretación ' del universo. En Mileto la. tecnología derroa la mitología. Llegó a desafiar la majestad temible de los fenómenos celestes, exaltando así el ingenio y el querer del hombre y su capacidad para emanciparse a sí mismo sin ayuda de los dioses, o contra ellos. La concepción mítica estaba dictatorialmente custodiada por los sacerdotes, que la consideraban indispensable para el mantenimiento del viejo orden social. Por eso Anaxágoras y Esquilo fueron desterrados de Atenas. Es decir, hay una relación orgáhica entre el pensamiento científico y la praxis democrática, ambos hijos de la libertad. Cuando ésta decae, Platón y Aristóteles, cortesanos ambos, ponen en dogma la esclavitud del hombre, la inferioridad de li mujer y la sustancia celestial de los 46


astros, que Anaxímenes considera de igual naturaleza que la tierra. Esta lúcida e intrépida concepción de las cosas es la que resume el Prometeo de Esquilo cuando enumera los oficios y las artes —comenzando por la del fuego— en que amaestra a los hombres para redimirlos de la selva. A diferencia de la piedra o del metal, el fuego no da nombre 4 ninguna de las edades de la prehistoria, pero en verdad es la herramienta humana por excelencia. Ningún acto creador lo asemeja más al de los dioses que el de trocar la 'Chispa en hoguera. El hombre ha metido el sol en la caverna, ha ascendido a señor del calor y de la luz, acortando la noche, poniendo a raya al invierno, haciendo recular a las fieras. Más aún: el fuego se ha vuelto el corazón de todo albergue y se llama hogar o altar. Heráclito, el más profundo de los filósofos antiguos, vio en el fuego el numen del mundo, y su conquista por el hombre la expresaron los griegos en el más hermoso y trascendente de los mitos. El racionalismo griego vio al domador del fuego en el hombre. Demócrito pensaba que los hombres se lo procuraron recogiendo la llama de un árbol herido por el rayo. Lucrecio creta que la chispa pudo salir de las ramas secas de un árbol tundidas por el huracán. Diodoro de Sicilia suponía que Prometeo no robó el rayo a los dioses, sino que enseñó a los hombre a producir chispas haciendo girar un palo en ci hueco de otro. El Prometeo de Esquilo implica una panoplia de significaciones. El titán que importa el fuego del cielo a la tierra libra a los hombres no s6lo del frío y las tinieblas, sino también de la barbarie. En este sentido comporta un breve tratado de prehistoria y de antropología el gran 47


pasaje en que se jacta de haber enseñado a los hombres, además de las específicas artes del fuego (la alfarería y la metalurgia), todas las artes materiales (desde la agropecuaria, mediante la doma del caballo y el toro, hasta la doma del mar, mediante la navegación a vela), y también las artes del conocimiento y la sensibilidad (de los números a la música). Culturalmente hablando, Prometeo resulta el padre del hombre, al revés del mito bíblico en que la pareja humana es echada del paraíso justamente por haber escuchado la voz de la víbora, es decir, la de la ciencia. Aquí es el revelador del conocimiento quien sufre la más gigantesca tortura en un calvario de montañas. Así se vuelve el símbolo de los mejores caudillos del espíritu luchando no sólo contra la servidumbre externa sino contra esas sombras engendradas por la propia mente confusa del hombre, llamadas dioses y demonios. Mientras las religiones le enseñan a pedir ayuda de rodillas, declarando que el trabajo de las manos vino como condena del pecado de querer saber, el héroe de Esquilo le enseña a luchar con sus manos y su mente; mientras las primeras lo acoquinan con el temor al infierno, Prometeo se jacta: "Yo libré a los hombres del temor a la muerte", y les alcanzó el fuego, "padre de las artes innúmeras". A través de la concepción esquiiana asoma la luminosa sabiduría de Jonia. El destino quiso que se perdiera e1 Prometeo libertado en el que se supone que Zeus y su víctima se reconcilian al fin. Es que en el Prometeo encadenado las ideas reformistas del autor son superadas por la potencia de su genio y su verbo poéticos. Prometeo, enemigo de los dioses, pero sobrehumano de humanidad, no se sacrifica 48


como Cristo por salvar a los hombres de un pecado que no han cometido, no: la caridad prometeica redime a los hombres de su barbarie exterior e interior, enseñándoles a luchar con todas las ramas del trabajo y del pensamiento, o sea, les enseña a redimirse a sí mismos. Por eso su figura resulta la más gigantesca y humana de la literatura mundial.

Origenes remotos La más delantera interpretación de hoy ve en la danza primitiva, con música y cantor un rito mágico para fertilizar la tierra, y un ensayo de Cacería o combate. Es la escenificación de un rito agrario del matriarcado, un misterio sacro, el nacimiento, muerte y resurrección de un dios: un rey-sacerdote, servidor de las mujeres de la realeza ( un joven y bello príncipe consorte! ), a quien, después de cumplir su cometido y antes de que envejeciera, se mataba, pues siendo la encarnación de un dios reviviría en su tiempo. Moría con e1 sexo abolido por la colmillada de un jabalí o a manos de las propias mujeres que lo lloraban, para resucitar en la primavera, entre el júbilo delirante de sus devotos. Siglos después de abolido tal rito, su recuerdo quedó en todo el Medio Oriente —un dios muere, llorado por su esposa o su madre y mujeres piadosas, para resucitar con gloria: Tammuz e Ishar (Babilonia), A donis y A starté (Fenicia), A ttis y Cibeles (Asia Menor), Osiris e isis (Egipto), Dionisos y Semele (Grecia). De aquí, salió el mito de la muerte y resurrección de Cristo, hombre-dios, ajeno a la tradición judía. 49


En la Grecia campesina el culto de Dionisos estaba a

cargo de sociedades míticas de mujeres dirigidas por un sacerdote. El ritual era orgiástico y las mujeres, ebrias del dios (Dionisos o Baco), se llamaban bacantes. Era la vacación temporaria del instinto (su avatar latino, el carnevale, significa eso: adiós a la carne). Si bien, en general, el culto degeneró en momería, en Atenas ascendió a drama y creó el teatro de Occidente. La escenificación de un rito secreto, reducida primero al coro y al corifeo, precisaba intérpretes, para explicar el misterio al público. Así nacieron los actores. ¿Cómo un escondido rito rústico se trueca en representación para un gran público ciudadano? En el siglo VIII a.C. Grecia estaba integrada por pequeños estados de economía agraria habitados por labriegos libres, siervos y artesanos, gobernados por una casta terrateniente. Esta aristocracia feudal sucumbe ante el desarrollo del comercio, la industria y la navidad del dinero. Una nueva casta, la de los mercaderes y armadores adinerados, propicia la aparición de un nuevo grupo monitor, los tiranos, que suscitan un claro avance social y cultural. Hasta que, presionada por los desposeídos, la burguesía, digamos, jubila a los tiranos y establece la constitui6n democrática. ' Sólo gracias a este juego económico y social Dionisos crea i el teatro. (George Thomson). Así como la epopeya expresa el predominio de una casta militar, la tragedia es el producto de la evolución de la democracia. Nietzsche, tan clarividente, pero de espaldas al genésico factor económico de la historia, no pudo ver esto, ni esta dialéctica de estupor: el dinero, que facilitó el desarrollo del comercio y la industria y con ello la libertad 50


democrática, al trocarse de medio en fin, comprando sólo para vender, polarizó la riqueza en un pequeño grupo, es decir, trajo. la plutocracia, o sea, la misa de réquiem de la libertad y la cultura. Dionisos y la carreta de Thespis Debemos a Nietzsche —ya lo dijimos— uno de los atisbos más clarividentes sobre la cultura griega. Dijo que frente a las demás civilizaciones que tienden a concebir lo humano como la negación más o menos puritana de lo natural, el griego comenzó acatando a la naturaleza como único medio de superarla, evitando todo extravío. No nos extrañe, pues, que el más popular de los dioses, Dioniso (Baco), fuese el más entrelazado a la naturaleza, hasta el punto de adoptar formas diversas, como la del toro, o viajar a veces en un carro tirado por panteras. Dios esencialmente silvestre, mezclado a viñas, huertos y colmenas, dios de la lujuria universal y creadora, dios de la embriaguez, o sea rompedor del estrecho círculo de la conciencia racional para derramar el ímpetu humano por los anchos cauces de la inspiración y el instinto, dios rústico y medio aldeano y protector de los desvalidos contra los poderosos, no nos admire que sus fiestas, que en los primeros días de la Hélade eran enteramente campesinas y populosas, entren por fin triunfalmente en las ciudades como el Saúl bíblico buscando sus asnas halla una corona de rey. La celebración del dios el un carnaval orgiástico hasta la demencia y el espanto. Sus feligreses acuden no sólo al vino sino a la careta, como si sólo ebrio y disfrazado el 51


hombre se atreviese a dar escape a ii verdad más dulce o tremenda que lleva adentro. Otro rasgo genial: el licor báquico es hermano de la sangre, decimos que a su alegría exultante y aun grotesca suele unir el remate trágico. Por lo menos las mujeres, que comienzan como ninfas, teminan como ménades, es decir, posesas de ese frenesí sagrado que suele llevarlas no sólo a todas las licencias sino también a todas las crueldades. Son las bacantes, las perras de Baco. Ahora bien, se da por descontado que la tragedia tiene su más remoto origen en el festival de Baco, en cuyo honor se sacrificaba un hirco de .barbas de santón y astas de diablo. Tragedia en griego dice "canto del macho cabrío". Al comienzo todo reducíase al coro dionisíaco. Quizás comenzara el corifeo las divinas alabanzas, continuándolas el coro. Después introduçiríanse ciertos recitados a cargo de un actor. Un nuevo cambio habríase iniciado, pero en otra dirección: del prontuario glorificador de Dioniso (" Oh, tú, que amas a las mujeres hasta el furor! ") pasaríase al de otros dioses y después al de héroes remotos o recientes. Un detalle de bulto no debe olvidarse. El primer esbozo teatral comienza con el ditirambo, es decir, con el canto lírico a cargo del coro. Ahora bien, como el coro (sin duda representación del pueblo, que hace de testigo y juez) se mantiene insumergible en toda la evolución posterior, tenemos que el teatro griego no sólo fue insobornablemente popular sino que nunca perdió del todo su carácter lírico. ¿Quién fue ci verdadero creador del teatro, o sea, el que inventó el segundo actor, se escuchase un día el 52


ditirambo de la libertad del hombre y el más desmesurado desafío a la tiranía de los dioses y los amos —en Esquilo— y más tarde la impugnación de la esclavitud en estos versos de Menandro, más combatientes que todos los de Homero?: El dinero abre todas las puertas,

hasta las del infierno. Sólo el dinero hizo esclavos a ¡os hombres.

El teatro de Esquilo

Homero no fue más que un nombre y un símbolo: la personificación de un poeta colectivo y anónimo. Pero la obra de Esquilo, sus setenta o noventa y tantas tragedias, está considerada como la más hazañosa creación intelectual y artística perpetrada por un individuo. Sólo por la medida de sus siete tragedias sobrevivientes puede sospecharse la magnitud de la constelación. Alguien ha dicho que ci teatro es el más vasto recipiente del arte. En efecto, caben en él sin estorbarse, la epopeya, la comedia, la filosofía y el lirismo. Por eso el teatro llegó a ser una especie de gran visir o primer ministro de la cultura griega. Desde luego, dada su vinculación original con Dioniso, dios silvestre, la naturaleza está en el drama de Esquilo como una nodriza. Hasta llegó a decirse que el gran Dioniso se le aparecía en sueños para sugerirle sus tragedias. En todo caso en ellas, detrás de Apolo, se adivina al dios de los bosques y la embriaguez, y quizá por ello alguna vez su lenguaje es oscuro como el de Heráclito. 53


Adora a Ceres, la madre tierra: "¡Oh tú, Ceres, nodriza de mi alma! no sólo de mi cuerpo". Su escenario rebasa los ceñidos límites de la Hélade. Alguna de sus tragedias ocurre en Europa, otras en Egipto o el Asia. Si el arte quiere alzarse sobre la naturaleza, o coronarla, debe primero injertarse en ella, como la vid noble en el pie americano. El hecho es que la naturaleza interviene en persona en algunas de las obras esquilianas: el Cáucaso y el océano en "Prometeo", el desmesurado Oriente en "Los persas", las tinieblas en "Las Euménides". Se sabe que uno de sus dramas se llamaba "El Etna". En cualquier caso la obra total parece alzarse sobre un pedestal de montañas. Mas, a diferencia de los poemas de la India, con la irrealidad y la demencia de una fantasía afogarada por el trópico, la musa esquiliana representa toda la imaginación que cabe dentro de lo posible. Sólo la razón griega pudo poner un coto de luz a los desvaríos del Asia hierática.

El denuedo revolucionario El teatro griego era de piedra y sin más bóveda que el firmamento y podía albergar al indistinto demos, sin excluir a mujeres y niños, extranjeros y esclavos, según informe de Platón. Más que conmover, los personajes de Esquilo solían sacudir hasta los huesos. Esquilo significa la revolución en el teatro, pues la verdadera acción y el verdadero diálogo se inician con él. ¿Que los personajes usan careta y coturno y el coro entra en escena en un carro alado y el océano montado en un 54


dragón? No menos desconcertante es la audacia de su lenguaje y sus tropos en que la majestad y la familiaridad van de la mano y en que el más alto lirismo suele bajarse al buen humor y aun a lo grotesto. Llama a los barcos "carros de alas de lino", al buitre de Prometeo "perro alado". Un personaje recuerda a Orestes niño "cuando mojaba los pañales" y otro llama a una reina fiel ama de su hogar, "la buena perra de la casa". Bautiza a la aciaga bahía de Salmidero "madrastra de los barcos" y al humo "negro hermano del fuego" y al polvo "sitibundo hermano del fango". La escena final de Los persas ocurre en Susa, ante el Consejo de los Ancianos y la presencia de la reina madre y la llegada del mensajero que hundiendo las rodillas y el rostro en el piso comunica la insufrible noticia del desastre de Jerjes. Cuando la reina pregunta qué clase de hombres son los vencedores del rey de reyes y a quién tienen por amo y señor, siente la más asordante noticia que escucharon las orejas de la vieja Asia: "No son súbditos de amo alguno. Ellos son sus propios amos". ¿Qué pueblo podía reaccionar como éste ante eso con engreimiento más justificado y glorioso? Como para la democrática Grecia de los artistas y los sabios los monarcas eran fruto de la servidumbre oriental, P(ndaro, su lírico mayor, a falta de reyes, debió cantar a loá caballos de carrera, y la poesía no salió perdiendo.

Prometeo Sabemos que no hay en las literaturas figura de la estatura de Prometeo. Condenado a un patíbulo de monta55


ñas y acosado por el buitre y el rayo de Zeus, todo por ayudar a los hombres, empujándolos desde la más selvática o cavernaria barbarie hasta los logros de la industria, ci pensamiento y el arte, como se recuerda en el más resplandeciente pasaje de la tragedia, Prometeo sólo busca ayuda en sí mismo. Y nada, ni la insinuación cortesana de Hermes, el correveidile celeste, a quien escupe su desprecio, ni el undoso lamento de las Oceánidas, ni el canoso consejo del océano, nada logra mellar el desafío al amo supremo: "Ve y di a Zeus que por nada del mundo revelaré el que ha de destronarlo". Sin duda que ni en sus mejores momentos la Biblia logra esta altura. La fuerza de Isaías es lo que más se parece a la fuerza esquiiana; pero la del hebreo, pese a su entrañable humanidad, es la voz del desierto clamando contra Nínive y Tiro y contra las encinas de Basán, esto es, contra la civilización y la naturaleza (caminos inevitables del hombre para llegar a lo suyo) sin mirar al desnudo que el manadero del mal está en la coexistencia de bramines y parias, el mayor impedimento para que el hijo de Adán cambie los anillos carcelarios de la larva por las alas de la mariposa o el ángel. Mas cerca de Esquilo esta Ezequiel, que no repugna las ciudades ni el devenir, pero sí las cadenas sacras o profanas: "Que no haya sacerdotes aquí, ni ellos ni sus reyes, ni el esqueleto de sus reyes" (cap. Lxiii, y. 7). Job, que también se alza contra los reyes "hacedores de soledad" como las pestes, se resigna anonadado ante la voluntad de Dios, pero Prometeo se alza apoyado en sí mismo contra toda resignación, seguro de la final liberación y autonomía humanas. El rebelde Job griego sobre56


pasa en humanidad y porvenir al bíblico como el Cáucaso sobrepasa a los collados de Idumea.

El hombre "Esquilo, hijo de Euforón, nació ateniense y murió en Gela. El bosque de Maratón y ci medo de larga cabellera dirán si fue valiente. ¡Bien lo han visto! ". (He aquí el epitafio del más grande de los poetas, sin una alusión a ello, lo cual dice que para el griego de la gran época, pese a su fanatismo de lo bello, la lucha por la libertad valía más que todas las coronas del arte). Ladeado por Thespis cuando mozo, por Sófocles cuando viejo, negado a veces, se encogió de ... hombros: "Dedico mis tragedias al tiempo". Perseguido, acusado de impío, procesado ante el Areópago y desterrado, según Eliano y Sunidas, murió lejos de su patria. ¿Que se trataba de la ciudad más libre de la tierra? Andando el tiempo sucederá cosa igual o peor con Anaxágoras y Sócrates. (Doquier las clases del privilegio tienen más recelo del pensamiento libre que del rayo o el dolor de barriga).

La filosofía de Esquilo Como los otros pueblos son copiosos en soldados, sacerdotes o mercachifles, los griegos lo fueron en filósofos, desde las costas de Jonia a las de Magna Grecia pasando por el epicentro de Atenas. La belleza y el pensamiento pueden ser dispares en 57


pueblos que han perdido el sentido de la armonía, pero no entre los griegos. "Sin la poesía —dice Hólderlin— los griegos no habrían sido un pueblo- filosófico. La poesía es el comienzo y final de la filosofía". Olvidarnos consignar que el pensamiento realista y dialéctico de la escuela de Mileto se opuso al idealista de los pitagóricos y eleáticos, y que a este enfrentamiento no fue ajeno, por cierto, el acontecer social y político. Como observadores experimentados de la realidad, los de Mileto inventaron la ciencia, en el sentido que la entendemos hoy. Los pitagóricos cultivaron las matemáticas, pero sin desprenderla del todo de la mística y la magia, como que creían en la metempsicosis y en la vida de ultratumba. Por abstracta que parezca, la filosofía nunca es ajena al hombre vivo y su medio. "Como ideólogos de la reaccionaria nobleza esclavista —observa M.A. Dynnik-- los pitag6rico aspiraban a trazar un orden terreno aristocrático que respondiese armoniosamente al orden celeste". Fueron los lejanos maestros de Platón, otro enemigo de la democracia Como tantas veces, se invocaba una instancia teológica en apoyo de una estructura social. (Como en Grecia, incubadora de todas las filosofías, se dieron hasta las más vaporosas --las más diametralmente adversas a la creadora escuela de Mileto— ocurrió que en la metafísica de Zenón de Elea, que niega el movimiento, estaba ya la del obispo Berkeley que niega la materia, aunque no las rentas del clero inglés). Por cierto que la musa de Esquilo tampoco escapa a una implicación social y política. Aunque de origen aristocrático y volcado a exaltar el tránsito de la sociedad matriarcal a la patriarcal, del comunismo tribal a la sociedad de clases, opina M. Pizn, Esquilo no olvida la 58


comunidad de intereses entre la aristocracia terrateniente y la "burguesía" manufacturera y comercial frente a la masa montante de los esclavos. Recordemos con Georges Thomson (La filosofía de Esquilo) que "la ciudad-estado es un nuevo tipo de estado: el primero en la historia erigido sobre la base de la producción mercantil". Ello implica toda una revolución democrática. La falla de Esquilo fue dar por definitivo lo que sólo era un equilibrio provisional: los terratenientes y comerciantes coaligados en esa especie de Carta Magna que era la revolución democrática, debían enfrentar a un nuevo enemigo más peligroso que el persa, que eran los esclavos, en su mayoría hombres libres mutilados de su humanidad por la guerra productora de esclavos. ¿Que el Prometeo libertado, según se cree, celebra la reconciliación oportunista entre Zeus y su víctima? ¿Que. la libertad de que habla el Prometeo encadenado es —como señala Pizán— sólo la de la nueva clase social que asume el poder? No importa, es la libertad de un sector social compuesto de ciudadanos, no de cortesanos, cosa novísima en el mundo en esa hora. Por eso su Prometeo, cuando habla habla a los hombres de hoy, y la figura del titán del Cáucaso, a través de los siglos, se ha trocado en el símbolo, no sólo de la civilización redimiendo al hombre de la jungla de lianas y zarpas, sino del pensamiento, buscando sacar a los hombres de su servidumbre de seis milenios, es decir, su redención de la jungla social. "Pienso —dice un crítico de hoy— que existe una verdadera analogía entre Esquilo y Beethoven, republicano, cuya obra se inspiraba en los ideales de la Revolución Francesa. El tema principal del movimiento lento de 59


la Novena Sinfonía expresa las penas y los tormentos del pueblo durante el período anterior a la revolución, soportado gracias a su fe en ci porvenir".

Corolario. La moral griega

Desde el Medioevo, y más después de la expulsión de los moros y los judíos, la conciencia española se impregnó de catolicismo apostólico romano hasta la fosilización. Así se explica que —durante el Renacimiento y antes y después— mientras en Italia, Holanda, Inglaterra, Francia, Alemania fue emergiendo una constelación de figuras paganizantes, cuando no anticristianas o ateas —Bruno, Leonardo, Rabelais, Montaigne, Maquiavelo, Campanella, Bocacio, Múnzer, Moro, Marlowe, Shakespeare, Descartes, Gassendi, Locke, Spinoza, Goethe, para no citar más— el español, macerado por el dogma de obediencia y el terror inquisitorial, se mantuvo, sin una sola alta excepción, tan sumiso como una vieja beata a su santo casero. No nos extrañe, pues, que el mismo Quevedo —uno de los grandes escritores de Europa- se muestre también como un castellano de ley con escapulario al pecho. Así, en edición es?añola de V ida y opiniones de los filósofos más ilustres, de Diógenes Laercio, se incluye un ensayo en el cual Quevedo se empeña en defender a Epicuro deformándolo beatamente. Pasa lo mismo con ci estoicismo, que Quevedo deriva "del libro sagrado de Job" aunque sin su excelsitud, digo sin la sumisión total a su Dios. Y ni decir que todo el pensamiento griego, que aún sigue 60


gobernando ci mundo, aparece como "filosofía idólatra" frente a la "sacrosanta verdad cristiana". Por cierto que el gran Quevedo —dicho sea con el respeto que merece— marra como un turnio de ambos ojos. Pues pese al sentir del rebaño cristiano y sus pastores, la moral helénica superó a la judeo-cristiana y a cualquiera por el solo hecho de respetar la condición esencial del hombre que es el armonioso equilibrio de sus facultades, e integrarlo al cosmos humano y al de la Naturaleza toda, concibiéndolo como una criatura cuyo destino se cumple sobre la tierra, no al otro lado de la tumba, y cuyo fin último es la felicidad y la expansión creciente de su espíritu. El libro de Laercio —insustituible e imprescindible por sus aportes doctrinarios y biográficos— pone en evidencia que pese a la copiosa diversidad del pensamiento griego hay un común denominador y es que los filósofos (y lo son hasta los poetas) antes que tales son funcionarios de la autonomía del pensamiento. Para ellos la servidumbre o sumisión a los vicios o a los tiranos es la negación del hombre. "La belleza sin lujo y el placer sin molicie", que dijo Pendes, sigue siendo la norma. No aceptan ni practican la caridad rebajante, pero son fraternalmente generosos con el prójimo y prefieren siempre la justicia a la mansedumbre. Es una actitud agonalmente opuesta a la de los gimnosofistas de la India, los ascetas judeo-cristianos o los morabitos musulmanes, que ponen un cilicio al cuerpo y al pensamiento por odio a este mundo y su vida y por amor a Dios y su paraíso ultramundano. Veámoslo a través de LaerciQ. 61


Solón prefiere expatriarse de Atenas por no transar con ci tirano Pisístrato. Heráclito renuncia al privilegio de su primogenitura en pro de su hermano menor y contesta al rey Darío que le ofrece ci primer lugar al lado suyo. "Por huir de la vanidad y el fausto no pasaré a Persia satisfecho con mi pobreza que es lo que me acomoda" (¿Imagináis al más profundo y libre de los griegos aguantando un solo día la atmósfera de servilismo y estupidez de una corte? ). Jenófanes acepta tranquilo el destierro antes que desdecir su afirmación de que si los caballos tuvieran dioses les darían forma de caballos. A ristipo se entrega a la filosofía "para poder conversar sin miedo", y prefiere "ser amo de sí mismo á,serlo de los otros" y escribe en verso: "Quien acepta el favor de algún tirano vende su libertad si la posee" A nt i'stenes: "Prefiero los cuervos a los aduladores". ",Riquezas? Las que en un naufragio salgan nadando con el dueño". Diógenes el cínico desafía los extremos del frío, del calor y del hambre, todo en ci camino, no de abjurar de la naturaleza, sino de regresar a ella, amaestrándose contra el dolor, no para subir al cielo, sino a la cima de sí mismo. Riqueza, aristocracia, gloria mundana? Adornos de la malicia,, ya que "bajo el manto de un caballero suelen cobijarse los peores vicios". A Platón (que viéndolo lavar hierbas le dice: "Si te arrimaras a los poderosos, no precisarías hacer eso"): "Si lavaras hierbas no precisarías servir al tirano Dionisio". A Alejandro, que se acerca a su 62


tonel preguntándole qué precisa de él: "Que río me atajes el sol". Grates reparte su fortuna entre sus conciudadanos y dice: "Es preciso filosofar hasta que los jefes de los ejércitos parezcan troperos de asnos." Zenón el estoico piensa que la razón sirve al hombre no para alejarse de la Naturaleza sino para concordar mejor con ella que ¡os animales. Dice: "Tenemos dos Drejas y una boca para escuchar mucho y hablar poco". No desprecia el arte ni la salud y vigor del cuerpo, pero sí los templos, tribunales y convenciones. Vive a higos secos y filosofía hasta los 92 años. Zenón de Elea. Según la leyenda un día se cortó la lengua con los dientes y se la escupió a Nearco. Contagiados por su ejemplo, los eleatas derrocaron a pedradas al empedernido tirano. Demócrito y Leucipo, los primeros que presintieron los átomos, adivinando que son inmutables e indestructibles, y que nuestra mente no es distinta de la mente del cosmos y que a través de la variedad innumerable rige lo uno. Demócrito percibió que la verdad escondida en lo profundo no desmiente la belleza de las apariencias y que la serenidad del alma, no perturbada por el miedo y la superstición, es el rostro de la sabiduría: fue el más risueño de los hombres. Contra la charlatanería ambidextra de los sofistas asoma el escepticismo de Pirrón. En verdad ninguno de los griegos de los grandes siglos creyó ni remotamente haber sonsacado los secretos mayores de la Esfinge. La afirmación pirrónica de que a toda razón puede oponerse otra 'reconoce saludablemente la esencia dialéctica de la existencia y la relatividad de nuestro conocimiento. 63


El pensamiento y la vida de Epicuro aunque emergidos en un lapso ya decadente en que lo político deja de ser parte de la cultura, son todavía como una cifra de la sabiduría helénica y se explica que el odio judeo-cristiano contra ella se cebara con él más que con nadie infamándolo religiosamente. Frente a la sapiencia de Egipto y Oriente que santifican el dolor y la muerte, Epicuro, con vidente audacia atenea, procede al revés. Los sentidos, es decir, el cuerpo, son agentes de deleite al par que de conocimiento, siempre que la razón coadyuve. La finalidad de la vida es gozarla, tan lejos de la penitencia como de la orgía, con inocencia y pureza, aceptando el dolor como un decantador de la alegría. Eso es "vivir como un dios entre los hombres". Sentidor de la concordancia de mateHa y espíritu, Epicuro se tuvo por un libertador de los hombres y lo fue, pues se empeñó como pocos en librarlos de la superstición y los fantasmas del mundo y el trasmundo. Como en casi todo lo esencial Roma fue la negación de Grecia y de igual modo que el vomitable circo romano es el antípoda del teatro de Atenas, lo es del griego el estoicismo romano, según lo muestran Séneca, el acaudalado promotor del cristianismo y maestro de Nerón, y Epícteo, escavo prófugo de sí mismo, y Marco Aurelio, austero filósofo sin dejar de ser esclavista e imperial verdugo de cristianos. Lo que por encima de todo separa a la Grecia clásica de cuanto la precedió o la sucedió hasta el Renacimiento es su idoneidad y voluntad de sentir y admirar jocundamente, sin fugas ni trampas, la realidad cósmica y la realidad humana, virtudes ostensibles en su innumerable actividad a través del ejercicio de la filosofía milesia sin 64


olvidar a Heráclito y Demócrito, el arte, la física, la medicina, la gimnástica, la oratoria, las matemáticas, la astronomía, el teatro . Ya algunos pueblos, como el egipcio, tenían avanzados conocimientos médicos, mas fue preciso llegar a los griegos para superar milenios de demonología y exorcismo, y sólo los griegos, por agencia de sus adelantados de más Ojo, pudieron jubilar la más vieja de las supersticiones, la religión, que es al conocimiento lo que la humedad al fósforo. También los demás pueblos se afanaron en consignar sus recuerdos y su sabiduría de la vida, en libros de cabecera que resultaron, sin quererlo y pese a sus méritos, una modorra para la inteligencia, pero los de Grecia, como declara el promotor Hecateo ("escribo lo que tengo por verídico") hicieron de la crónica del pasado un registro cultural. La epopeya, como todo lo demás, abunda en dioses parecidos a hombres y hombres parecidos a dioses, porque el prurito funcional de los griegos es "considerar las cosas humanas como privativas del hombre". ¿Su arte? Basta recordar la Niké o Victoria de Samotracia que se adelanta más alada que pedestre (todo el ardiente soplo de la carne y ci espíritu contagiando la fría inercia del mármol y el soplo del mar, el cuerpo y la túnica de la diosa) con un sonriente ademán que hubiera espantado a los escultores egipcios de cualquier tiempo: y una mujer que sonríe con su alma y su cuerpo será siempre para los hombres la más irresistible aparición de lo viviente. Promocionada por las viejas culturas de Oriente, Egipto y Creta, antes de declararlas bárbaras, la cultura de la Hélade inauguró un orden nuevo, orden del que la humanidad toda de hoy aún se reconoce heredera, aunque 65


se derrumbó antes de tiempo golpeada por la tensión de sus propias contradicciones internas. La aventura que cantara Homero —un recuerdo tal vez del siglo 1.000 a. de C.) muestra una sociedad aun con ataduras gentilicias, mas ya con propiedad privada, una incipiente esclavitud de tipo famulario y sus polis recién en formación. El predominio de los señores está dado por la posesión de armas de bronce, único metal de guerra conocido hasta esa fecha. El recuerdo de la vida comunal (esa Edad de oro en que no había lo mío y lo tuyo, y el hombre no era considerado animal de pesebre por su prójimo) aún se conserva y añora en Hesíodo, poeta campesino, no cortesano como Homero. Después, con la prosperidad de la piratería y el comercio, las ciudades y la economía monetaria, todo cambia. La guerra y el comercio se hacen abiertamente para ci acopio de esclavos. La población crece sin pausa y el esclavo resulta una calamidad no sólo para sí mismo sino para el campesino libre (cada vez más descalcificado por los terratenientes, armadores de barcos y prestamistas) que en una tierra de flaca economía agraria y ganadera, se ve, junto con los artesanos, obligado a expatriarse hacia el Archipiélago, las costas del Asia Menor, Africa, Sicilia,Itaiia, España, Francia, el mar Negro, o el interland de Tracia y Macedonia, donde funda colonias después de batir y enyugar a los nativos. Con el flujo manirroto de trabajo esclavo se mueven los arados, las barretas mineras, los husos y tornos de una intensa artesanía industrial y los remos de una marina cada vez más numerosa y velera. ¿Que el Atica, por ejemplo, produce apenas un cuarto del trigo que consume? Qué imporca si del Pireo y de las coscas de Corinto. Egina y demás ciudades comerciales salen ríos de aceite, 66


vino y ¡niel y aluviones de urnas, ánforas, armas y mármoles, y las minas de Laurión producen monedas como ripio. El dominio del hierro permite docilizar tierras hasta entonces inarables y ampliar la eficacia de la marina. . . y el número de esclavos. Pero ocurre también, eso si', que la sobra de esclavos no sólo ha ocasionado la desocupación de labradores y artesanos, sino también de un sector que se torna profesional del intelecto, por primera vez fuera del brete sacerdotal, digo, frente al público y al porvenir. Gracias a esa minucia —más monumental que la trompa y los colmillos del elefante— Grecia llegó a ser lo que fue. Para tomarle el peso a la deuda que la liberación del espíritu humano tiene con ella, basta recordar que es la madre de Tales, Anaximandro, Heráclito y Demócrito, los Cuatro evangelistas de la buena nueva del pensamiento. Todo eso •es cierto, y que la cultura helénica es una especie de Vía Láctea de creaciones que aún honran a los inquilinos parlantes de este planeta. Sólo que en la historia —como en la naturaleza y en ci espíritu— se dan oposiciones abismales que suelen ser la del cordaje y el arco del violín. Atrevámonos de decirlo: la democracia griega fue inventada para conciliar —es decir, coser con alfileres— los intereses de los expropiadores y los de los expropiados. Así, en la democracia de Solón, sólo los ciudadanos con renta, y cada cual según el monto de la misma, resultaban electores y elegibles. Pendes derribó la incordiante barrera, declarando votante a todo ciudadaiio y elegible para cualquier función pública. Pero la vaina no reemplaza a la espada. Ocurrió que ya para esa época los pobres habían crecido sin tregua en número e insolvencia, mientras los ricos, cada vez más pocos, crecían como una tromba o un 67


tumor. Y si Atenas se alzó sobre las otras polis, fue principalmente porque su liga con ellas (para capear la amenaza persa), en manos de los dueños de la Aeropolis se volvió coyunda imperialista. Y fue justamente cuando Atenas ascendió a capital cultural de todo el mundo griego, que el ludibrio entró en su plenilunio. ¿No llegó el Atica a contar cuatro esclavos por un ciudadano, y un esclavo a valer varias veces menos que un penco cualquiera? ¿No hubo ciudadanos que ingresaron voluntarios en la esclavitud por no ver boquear de hambre a sus hijos? ¿No se trocó el trabajo de las manos en un tatuaje de infamia? Y fue entonces cuando la cosa logró justificación plenaria y no por charlatanes de ocasión, sino por los cerebros mayores de la época, comenzando por Aristóteles, especie, de coloso de Rodas del pensamiento: "Los cuerpos de os hombres son diferentes de los cuerpos de los esclavos". (La religión olímpica no promete nada al esclavo en este mundo, ni siquiera en el otro como las demás religiones). Platón, Jenofonte y los griegos en general pensaban lo mismo. Y hubo algún amo (o más) que llegó al millar de esclavos. Tucídides, general ateniense e historiador de insumergible fama, los tenía por centenares en sus minas de oro. Sobre eso, un detalle no olvidable o de mirar por sobre el hombro: el que la mujer ocupaba en Grecia una posición que no era del todo la más o menos carcelaria, cuando no infamante del viejo Oriente —poligamia, serrallo custodiado por eunucos, invitación religiosamente galante a la esposa de suicidarse en la tumba del esposo— ni la muy digna y casi del todo igualitaria que le diferían los egipcios y en cierto modo los babilonios. El gineceo estaba 68


muy por debajo del término medio, pues la mujer no tenía voto ni en la plaza ni en la casa (Platón). Por apego al orden de la tradición oligárquica y horror molusco. al cambio, los pitagóricos se guarecieron en la cofradía monacal, ci ayuno y la metempsicosis —como los eleatas en la negación del movimiento y ci tiempo. Para Platón (como para los neoplatónicos y los teólogos después) la conciencia no era el más alto amanecer del ser sino sólo una fugaz encarnación de las ideas preexistentes o de Dios, y por ello desterró de su República a los vates vaticinadores de futuro y releyó a la democracia por un sanedrín de filósofos elegidos por sí mismos. El período helenístico acusó más la desintegración. El nobilísimo Epicuro defendió apostólicamente la santidad del gozo de vivir contra los terrores de ultratumba predicados por los recientes descubridores del alma inmortal, pero ya, como todos, buscó la felicidad en un jardín cerrado, de espaldas a todo ajetreo social. Los cínicos, con su urticante Diógenes se burlaron saludablemente de los selectos de la sangre o el dinero y sus mantecosas convenciones, pero en su afán llegaron a confundir godiblemente austeridad y templanza con manto de mendigo y a jactarse de inabordables por las tentaciones de la femineidad y de la vida misma. La escuela estoica terminó romanizándose sin pudor, dando por hecho que alguien puede ser gusano y mariposa a la vez, digo esclavo y hombre libre según la pedagogía de Epicteto. No nos escandalicemos demasiado. Fue preciso llegar a nuestro siglo XIX para descubrir lo que ci espeso mundo aún tarda en entrever: que la ideología confeccionada por los intelectuales que una sociedad adscribe a su servicio, es 69


un mero espejo de Tos intereses de clase de la sociedad misma. Si la esclavitud fue una inevitabilidad en el itinerario del hombre histórico (como el incesto o la antropofagia) no carguemos demasiado la romana a los griegos. Si hoy ya no es del caso tapar o disimular sus menguas, menos deben callarse estas dos preguntas. ¿Se libraron las demás civilizaciones (sin excluir la nuestra hasta el siglo XIX) de esa apelación a lo inhumano llamado esclavitud? No, por cierto. Ahora bien, ¿logró alguna otra como ella la 'autonomía del pensamiento crítico y de la sensibilidad en lo más intenso y vario de su gama y libró su guerra más homérica para emancipar al hombre de sus amos celestiales y terrenales? Tampoco.

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SHAKESPEARE Y EL RENACIMIENTO

A ud art tongue-lied by autl-zomy (Y el arte estrangulado por la autoridad)

Shakespeare

La época y ci medio No creemos ser lo suficientemente irresponsables para intentar una nueva presentación de Shakespeare, que fuera como querer redescubrir ci océano Pacifico, Nuestra pretensión se reduce a remarcar un detalle no siempre advertido por todos: la revolucionaria modernidad de su sabiduría, o más concretamente, su capacidad de misericordia y de justicia, que lo ponen por encima de cualquier época, y más de la suya. Se puede pensar que ci artista, y ci poeta sobre todo, n su innato sentido de la realidad viviente, es más óneo para traducir e1 alma de un pueblo o una época Cque el historiador o el filósofo. Grecia está más pulsante y pirante en Homero o Esquilo, que en Herodoto o Platón. ¿Y no está dicho que hasta hoy nadie ha logrado mostrar los girones trágicos o idílicos del alma humana mejor que Shakespeare o Dostoyevski? Estuvo de moda en el siglo pasado señalar, como obvio, un parentesco entre e1 genio y la locura. Puede sospecharse que es más viable la tesis opuesta: el genio es la superación del común buen sentido, esto es, la sensatez 71


de gran estilo. Claro está que la mayoría del rebaño humano, con la vista más o menos empañada por la ignorancia y preferentemente por las supersticiones sacras o profanas declara miope o bizco al que mira con ojos limpios y más lejos. El primer hombre que sospechó que los astros flO eran dioses sino cuerpos celestes, o que los cometas eran astros en gestación y encarcelados en sus órbitas como los otros y no desmelenados mensajeros de desastres, debió ser tenido por loco, es decir, por enemigo del error tradicional sacramentado. Dilthey señaló ya que la visión extranormal en el genio artístico o científico se da por exceso de energía psíquica y no por merma, como en el soñador o ci alucinado. Otro lugar comíin de mucho prestigio es el que descuenta que el hombre de genio crea o lo saca todo de sí mismo con virginal originalidad e inaugura despóticamente una nueva era. Más correcto es decir que el genio es una resultante tanto como una causa. "El genio más grande —sefala Emerson— es el que más debe a los hombres". O por lo menos tanto como ellos le deben a él. En pocos casos esta relación dialéctica se patentiza mejor que en ci más grande de los poetas de Occidente. Es más o menos imposible comprenderá Shakespeare, sino como producto de su época, es decir, como un fenómeno típico del Renacimiento. Se ha definido al Medioevo como un hijo de las nupcias del espíritu jordánico y la barbarie nórdica en el lecho de la ya putrefacta decadencia de Roma. Pese a su musa teológica, Renan se ha dejado decir que mucho menos que la barbarie fue el dogma de obediencia sacro el responsable mayor de la desolación medioeval, en que ci pensamiento y el baño fueron más temidos que la lepra, y 72


los cirios eclipsaron al sol, y la penitencia hizo del mundo un reformatorio de menores. ¿La grandcza de las catedrales? Sus remontadas torres fueron -cabezas de puente tendidas hacia el Más Allá, huyendo de este "valle de lágrimas", mientras la Razón, Bella Durmiente del Bosque, dormía su modorra de mil años. Hasta que ocurrió con el genio humano lo que suele ocurrir con aguas embalsadas cuyo crecimiento termina un día con el dique. Las causas de la liberación fueron básicamente económicas y sociales, pero es obvio que el contacto con el estro helénico ensanchó desmesuradamente su horizonte. La sola ciudad de Florencia produjo en pocas décadas un estado mayor de genios —Leonardo, Maquiavelo, Miguel Angel, Toscanelli, sin contar al Dante, ci gran predecesor—, aunque la savia de Italia floreció y fruteció en todas partes: basta recordar a Colón, que descubrió un continente agazapado detrás de las olas de extremo Occidente, y a Giordano Bruno, que dio horizontes continentales al pensamiento y por eso el papa se apresuró a reducirlo a cenizas. Los Países Bajos no se libraron del contagio y sus pinceles se alzaron al nivel de los de Italia o de cualquier parte, y El elogio de la locura se rió descomedidamente de la sensatez funeraria de la Edad Media. En España apareció un día Cervantes que puso en solfa inolvidable las calaveradas de los caballeros trajeados de fierro, aunque sin meterse en la Iglesia, porque allí al revés de lo que ocurría en el resto de Europa, el dogma de obediencia avanzaba en vez de recular. Si la piadosa Reforma no fue buena del todo, el vasco Loyola, patentador de la Contrarreforma, mejoró las llamas desnudas de la Inquisición con su pedagogía al baño María. España no produjo una sola mentalidad 73


moderna, es decir, de ideas no tonsuradas, como en el resto del Renacimiento europeo. En Francia un fraile ahorcó la teología y los hábtos talares y olvidó a la analfabeta María de Nazaret por Palas, patrona de la sabiduría helénica. Rabelais fue un Aristófanes venido en una hora de aurora, no de ocaso, como el otro, que se rió del dogma, del papa y del fraile con salutífera eficacia, pues nada hay más edificante que confiscar al sátiro o al asesino su plumaje de ángel o al ladrón su manto de apóstol. Pero vino a la siga algo quizá más grande. Montaigne resumió como en decálogo, mejor que nadie, la sabiduría antifeudal del Renacimiento. Que las cosas están sujetas a un cambio sin pausa; que lo no logrado por la razón menos se logra por la violencia piadosa; que es necesario "levantar las máscaras de las cosas y de las personas"; que la obligación de autenticidad y verdad, no arrepentimiento y plegaria, resume toda la moral; que el amor y la amistad, la belleza y la alegría de vivir son los primeros sacramentos del mundo; que debemos tanta veneración a nuestros instintos y a nuestro cerebro como a nuestra alma; que el cristianismo no sólo es cilicio sino camisa de fuerza ("Son mis rodillas las que se doblan, no mi espíritu") y que "el querer colocarse fuera de sí y escapar al hombre es locura insigne, pues en vez de trocarse en ángel se trueca en bestia". Replicando al Renacimiento del Continente, el de Inglaterra alzó otra constelación de espíritus de primera magnitud, anticipándose con el primer Bacon y con Chaucer, inaugurándose con Spencer, Mariowe, Francis Bacon, Fletcher, Beaumont. Ben Jonson y resumiéndolos a todos, con Shakespeare. Si Montaigne grabó en tablas de mármol el pensa74


miento renacentisca, no nos extrañe saber que Shakespeare fuera conocedor apasionado de los Ensayos (que leyó en traducción inglesa, como leyó a Plutarco en traducción de North), ni que en La tempestad ci consejero Gonzalo recite un fragmento del libro insumergible. Inglaterra se inició en la navegación trasatlántica después de Italia, Portugal, Holanda y España, aunque con más brío que sus antecesores, sin duda en razón de estar más metida en el océano. Hacia mediados del siglo XVI Londres se prepara a ser la capital de las aguas del mundo. Ciudad fastuosamente sucia, como recién salida del Medioevo, ocurre que las pestes la azotan con más ahínco que las tempestades a sus barcos. Y los londinenses se entregan a la matanza de perros con el mismo fervor que España a la de herejes, aumentando así la demografía de las ratas, verdaderas trasmisoras de la peste. La Londres de Enrique VIII y de Isabel, su sucesora, personifica como nadie el tránsito del Medioevo al Renacimiento, lleno de feroces contrastes, juntando codo con codo la vieja corrupción y un candor adolescente, iglesias y burdeles, un esplendor de pavorreal y la miseria, más irredimible, salmos a toda hora y decapitaciones o ahorcas mientos a diario, y pese a todo, un pujo de liberación sordo y potente. London Bridge, una calle a horcajadas sobre el Támesis con sus casas a nivel de las de tierra; por debajo pasan las olas y los barcos, y encima se aprietan merceros y tenderos, y al extremo sur, sobre sendos postes, las cabezas de los traidores a la monarquía. Después de la derrota del papa por Lutero, la España de Felipe II (un rey que lleva luto por la viudez del mundo) dueña de los dos tercios del Nuevo Mundo y de 75


un tercio de Europa, se ha trocado en el apóstol de la Contrarreforma con su más santo empeño puesto en suprimir a la luterana Inglaterra, gobernada por una reina humanista que maneja bien el latín de Erasmo contra el latín de los sermones. Al fin los ciento cincuenta barcos de la Invencible armada han sido aventados por los ágiles barcos protestantes y los más ágiles y paganos vientos del océano. Eso sí, la misma Inglaterra es un campo de batalla entre el fanatismo jesuita y el fanatismo puritano. En Londres los cerveceros y los curas han hecho liga contra el teatro porque les merma la clientela y procuran su sepelio con las peores acusaciones: la causa de las pestes es el pecado y la causa mayor del pecado es el teatro, a cuyo lado Sodoma misma palidece, pues se trata del mejor. anzuelo de Satanás contra los inocentes. (Sin la protección de la descreída Isabel quizá ci teatro inglés no llegara a donde llegó.) La llegada y el triunfo del provinciano Shakespeare no son los de César a Farsalia: Llegué, vi, vencí. No, el Renacimiento se acusó en la Inglaterra intelectual por la aparición de un enjambre de figuras radiosas: Moro, Bacon, Spcncer, Lily, Raleigh, Sidney, Mariowe, Shakespeare, Donne, Ben Jonson, Kyd, Drayton, Beaumont, Greene-. Shakespeare no es aún el primero entre todos. Un mozo exactamente de su misma edad ha tomado la delantera: Mariowe. Y Shakespeare, como otros, imita al que acaba de liberar el nuevo espíritu creador con su Tamerlán el Grande, cuyo prólogo es como la Carta Magra del teatro inglés. Greene al morir acusa a Shakespeare de vestirse con 76


plumas de Mariowe y de otros colegas buscando trocarse en primer shake-scene o agita-escena (Shakespeare, etimológicamente, significa agita-lanza). La verdad es que la originalidad en el sentido que hoy la entendernos, no estaba de moda. El viejo Chaucer, a quien imitaron casi todos, fue, dice un crítico, "un terrible plagiador". Shakespeare no lo fue menos, o lo fue más. Comenzó imitando a Lily, el anticipado Góngora inglés, sin perjuicio de reírse de él más tarde. No inventó uno solo de los ternas o fábulas de su teatro. Los tomó todos de la tradición literaria. Su única justificación —y no peca de chica-- es que lo que en otros fuera esbozo mediocre o apenas brillante salió de sus manos transfigurado en obra maestra. De no morir tan joven, Mariowe (cuyo Tamerlán y cuyo Judío de Malta inspiraron a Shakespeare y cuyo Fausto anticipó el de Goethe) ¿hubiera desplegado el genio que Shakespeare y Goethe desplegaron en su hora meridiana? Tal vez sí, tal vez no. Es destacable que entre todos los ingenios isabelinos, sólo el hijo de Stratford, al parecer, estaba dotado de esa conjunción heroica de ambición, fuego y serenidad que exigen las tareas magnas. Mariowe fue acusado de homicidio y murió de una puñalada tabernil. Ben jonson mató en duelo a un actor que debía una muerte. Sidney se entretuvo en aventuras galantes. Lodge fue un disoluto, y no lo fue menos Greene, que murió en el arroyo después de abandonar mu j er e hijos. W. Raleigh fue cortesano, tenorio, poeta borroso y prosista e historiador preclaro, guerrero, político, explorador de las costas de ambas Américas, bucanero invicto y, mejor que todo eso, introductor de la patata en Europa. Al revés de casi todos sus colegas isabelinos, Shake77


speare no pasó por los enclaustrados claustros universitarios ni por la erudición académica. Sacudiéndose a tiempo de cualquier préstamo o influencia, fue ganando estatura día a día hasta planear por igual (o sin igual) en la tragedia y la comedia, e1 verso y la prosa. Biografía fuera de serie La ventaja inicial de Shakespeare es haber nacido y haberse criado en medio de la naturaleza y no en una gran ciudad. Pese a la aguerrida erudición gastada en averiguar su vida no es gran cosa lo que se sabe de ella, y es mucho más lo presunto que lo obvio. Haliday, su mejor biógrafo, acaso, da como leyenda romántica el que fue hijo de carnicero y carnicero él mismo y un ingenio apenas pasado por el abecé escolar, y que azotado un día bajo acusación de cazador furtivo escapó a Londres donde recomenzó su vida como cuidador de caballos en las afueras de un teatro. Haliday se empeña en mostrar que su padre, John Shakespeare, fue persona de cierta presencia en Stratford, donde llegó a regidor y alguacil y aspiró al escudo de armas de çballero, que al fin conquistó su hijo; que éste recibió una mediana educación y aprendió latín, como tantos otros. aunque no griego ni francés. Pienso que lo más importante de toda esa papelera averiguación es que el padre de Hamlet se crió en brazos, no de ayas de rango, sino en los de la Naturaleza, bañándose, nadando, remando, pescando en su Avon, río navegado por lanchas y cisnes, cazando en el bosque de Arden, saturándose de nubes y lluvias, de amaneceres zarcos ,y noches de estrelliic ventaneras, intimando como si 78


fuesen personas. con centenares de árboles, pájaros y flores, y escuchando en sueños ci rugido remoto y vecino del mar. . . "Stratford. con sus huertos y jardines. sus sauces y olmos es uno de los más hermosos puellos de Inglaterra" (Haliday). Ni decir que, como lector, debió ser un insaciable ogro, que no ratón de biblioteca, y como hombre, desde MOZO ? un tipt fuera de serie. Alciónicamente alegre y encantador camarada de caza o de cervecería, sin bordear nunca el vicio. Lleno de voluntad y pasión, pero gentil siempre, y generoso con los amigos. Las mujeres debieron inspirarlo más que las musas y harto más que los himnos puritanos. Se casó muy joven y tuvo hijos. Imaginativo y soñador como nadie tal vez, aunque frenado siempre por la cavilación profunda y un higiénico sentido de la realidad mundana y cotidiana. Sin duda el terror a la sola idea de doblar el espinazo o estirar la mano ante los magnates (como Racine y tantos otros o disfrazarse de cura para comer, como Gassendi, Prevost, Calderón o Lope) hizo del más grande de los poetas un quidam disciplinadamente práctico, que evita todo gasto inútil e invierte con clara previsión sus ahorros de autor, actor y empresario en propiedades —varias fincas en Stratford y una casa en Londres— hasta poder prescindir de toda protección humillante. Pese a la diáfana virilidad del genio de Shakespeare, los de cola de paja se empeñan en ver en el autor de los egregios Sonetos una dolencia saturniana. Sólo es necesario advertir que en su tiempo la palabra love expresaba amor, fraternidad, amistad o afecto. En segundo lugar el soneto XXVI elimina cualquier duda sobre que la relación entre el autor y su adolescente Mecenas, el conde de South79


arrpton —el supuesto destinatario de los Sonetos— es la que media entre un principesco protector y su agradecido cliente. (Se sabe también que el susodicho conde cayó en desgracia ante la reina Isabel por haberse endeudado en la doncellez de una de las damas del cortejo real.) Ultimamente la sin par galería de mujeres del teatro de Shakespeare denuncia un temperamento inmaculadamente varonil que bastaría a poner en duda cualquier sospecha de gomorrismo. Por lo demás, poeta alguno, que sepamos, ha perpetrado ditirambo más profundo de la mujer y del sortilegio de sus ojos. From woomen's eyes titis doctrine 1 derive: They sparkle still the right Prometi-tean fire, They are tite booIs, the arts, ti-te academies That show, con tain, and nourisit all the world. ("De los ojos de las mujeres deduzco. esta doctrina: Esplenden como el fuego mismo de Prometeo, Son los libros, las artes, las academias, Que revelan, abarcan y nutren al inundo.) Se adivina que Shakespeare debió ser como hombre un observador serenamente intrépido de la Naturaleza tanto como de los hombres, un sentidor sin par del gozo sagrado de vivir y con una invicta capacidad de simpatía, misericordia y justicia hacia los hombres, no juzgándolos para absolverlos o condenarlos, sino rompiendo la tabla de valores heredada para aplicar la suya. "La filosofía de sus tragedias no es cristiana", reconoce Haliday. Tan ajeno a la neurosis puritana como a la papista, no es casual el que sus dramas nunca busquen inspiración en la Biblia. No es un predicador de virtudes domésticas y piadosas, ciertamente, sino, al contrario, el 80


mayor denunciador del cant, digo, de la hipocresía, que ya estaba deviniendo la virtud prócer de la sociedad inglesa. ¿Que hay obscenidad en su teatro? Es la del teatro del mundo. Aunque terminó perteneciendo a la clase media (la gentry), la más conservadora, Shakespeare fue revolucionasrio sin saberlo, como en su época el monarquista Balzac, que llegó a decir de los obreros: "Estos modernos bárbaros a los que un nuevo Espartaco conducirá al asalto de la innoble burguesía anquilosada por el poder". Hombre natural y edénico, ci hijo de Stratford absorbía vida a grandes tragos, como se abreva el caballo después de una travesía insolada, pues el ejercicio del arte nunca le vedó el goce de la vida, sino que de éste, como de leche amaltea, nutría su arte. Y sin duda nunca debió cabalgar con tanto brío como cada vez que escapaba de la ciudad y la corte más o menos infectas, en busca del contacto anteico con su Stratford, su Avon y su bosque. Shakespeare murió en 1616 sin que el hecho produjera mayor ruido. Su nombre tampoco logró gran eco, ni muy favorable, en los años que vinieron. "Shakespeare es ininteligible" (Dryden). "Este Shakespeare es un espíritu grosero" (Shaftesbury). "El Otelo, farsa sangrienta y sin gracia" (Rhymer). "Altera la verdad histórica" (Lennox). "Julio César es una tragedia fría que no convence" (Ben Jonson). "Nada más ridículo que las brujas de Macbeth (Forbes). "¿Los dramas escritos por Shakespeare? Era preciso comer" (Pope). "Shakespeare, aunque muy grosero, no carec,ía de instrucción ni conocimientos" (La Harpe). "Swift tiene más talento que Shakespeare" (í4)arburton). "Las payasadas de Gilles 81


Shakespeare" (D'A lembert). "El San Cristóbal de los tontos" (V oltaire). No nos extrañe demasiado esta brillante constelación de inepcias conformada por gente no inepta. Ni que Isabel reinara casi medio siglo sin oír hablar, al parecer, de Hamlet ni de Lear. La aparición del genio cuando la total libertad de pensamiento y expresión son sus armas es más temida que un dolor de barriga o un terremoto por el reumatismo histórico y literario llamado tradición. La obra de los grandes espadachines o púgiles de la acción o de la administración del privilegio social, muere con ellos porque es de servidumbre no de liberación como la de los verdaderos gladiadores del espíritu, a los cuales los guardianes del orden establecido se apresuran siempre a ponerlos fuera de la ley: Esquilo, Anaxágoras, Juvenal, Dante, Byron, Goya, Shelley, Hugo, al destierro; Cervantes, Galileo, Diderot, Dostoyevski, a la cárcel; Tasso al manicomio; Sócrates, Bruno, Servet, Moro, Munzer, a la tumba; Spinoza, Mozart, Hólderlin, Blake, Halley, Tho-eí, Whitman a la miseria, la soledad, la humillación o al ludibrio.\ Si hay tarea humana en que el fin justifica los medios es el arte. La ciencia tiene escalera, el arte alas. La verdadera epopeya moderna se da cuando el pensamiento y la poesía se desposan por amor. . . a los hombres. En Shakespeare lo ideal y lo real se juntan como la mano derecha y la mano izquierda. Señorea todo el registro del dolor y de la alegría. Ríos de sangre y lágrimas, de risas y besos y canciones corren en él, alternándose. Mima las anécdotas hechizantes de lo visible, pero no recula ante ci abismo, pues es el primero que intenta la oceanografía del corazón humano, él, centinela en la noche del hombre, él, el más hondo escultor de nuestra miseria y nuestra grandeza. 82


Siente, sin duda, en lo recóndito que ci hombre moderno debe purgarse de esos ya indigestos códigos llamados de Maná, Zendavestas,Biblias o Coranes, desafiando sin trampas a la Esfinge, no jugando con charadas de salón o sacristía, sino usando ci alfabeto de lo cósmico y lo histórico para traducir al hombre, colaborando de algún modo con esos golpes de mar, digo de sangre y lágrimas, llamados revoluciones que inhuman de cuando en cuando a los que pretenden inhumar al porvenir. Inspirándose en la Naturaleza y la Historia, sus dos musas, Shakespeare se esfuerza en crear por segunda vez al hombre. Después de la muerte de Isabel la pudibundez pietista de los puritanos arreció su ofensiva contra el teatro y a la tropical riqueza de Shakespeare sucedió la árida gazmofíería del fanatismo como ci invierno sucede a las vendimias de otoño. (Adviértase que en su dramaturgia, que toca todos los temas nórdicos, italianos o grecorromanos, no tiene uno solo de inspiración bíblica). Hacia 1730 Yoltaire comienza a hablar de Shakespeare en Francia, mas, eso sí, previniendo al público contra su bárbaro mal gusto. Hacia fines del siglo Goethe reconoce la presencia del genio, y Schlegel lo traduce al alemán, aunque poniéndolo por debajo de Calderón. Recién el siglo XIX consigue medir la estatura del titán. Tal vez más que otros pueblos, el inglés tiene por culto la orgullosa sumisión y admiración a su clase monitora —nobleza, alto clero y alta burguesía—. Pero más que los otros hombres y pese a sus fallas, el inglés no pierde del todo el sentido de lo real y ello explica quizá la aparición (en la literatura por lo menos) de espíritus que 83


se atreven contra las más venerandas mentiras convencionales de la civilización. Shakespeare poniendo su mano sobre la intangible vileza y el consuetudinario genocidio de los monarcas y sus cortesanos, no es ci primero ni el único. Lo precedió Mariowe, que aumentó e1 sueño de una poesía que en intensidad y originalidad de pensamiento y de forma trocara en cacharros de desperdicio los moldes del Medioevo. En su Doctor Fausto alza el vuelo hasta uno de los más altos versos conocidos: Sweet Helen, rnake me inmortal with a kiss Y en la escena XII graba para los siglos su requisitoria contra' la teología medieval, o sea contra la concepción cristiana de la vida. Al cumplirse el plazo en que debe entregar su alma al diablo se vuelve contra el más sublime de los absurdos: ci de quien creó al hombre a su imagen y semejanza, pero negándole la luz y voluntad suficientes para evitar el pecado, o mejor, le agració con el pecado por el solo hecho de nacer. La metempsicosis de los brahamanes y de Pitágoras que trasmuta al pecador en bestia le parece menos facinerosamente descortés que el auto de fe sin ceniza, dado que la bestia no está privada del gozo sagrado de vivir ("all beast are happy. When they die, their souls are dissolv'd in elements"). Ben Jonson anoticia que la transitoriedad de la flor o de la vida'humana no implica mengua:

A nd in short measures life may perfect be Milton, que hace de asesor de Cronwell, no sólo está contra los gobiernos unipersonales y en pro de una plena 84


libertad de ideas, sino que sostiene el derecho del pueblo de premiar con la horca a sus tiranos por derecho divino. Por boca del minúsculo rey de Liliput, Swift enjuicia la civilización tenida por la menos carcelaria, la inglesa. "1 can not but conclude the bulk of your natives to be thc most pernicious of little odius vermin that nature cvcr sufered to crawl upon the surface of the eart". ("No puedo menos que advertir que la masa de vuestros compatriotas es la peor sabandija que se arrastró sobre la tierra".) El doctor Johnson enjuicia la tan ponderada civilización egipcia: "As a monument of insufficience of human enjoyment". Es decir, incapacidad de gozar de la vida, o que una mínima casta con todo el poder y la riqueza en las manos y el buche, atorada de esta vida y ci mundo, busca su paraíso en ci más allá, digo en la muerte. (Coincidencia con Spinoza: "En todo piensa el hombre libre, menos en la muerte".) Coieridge, en uno de los más altos poemas de la literatura, traslada el relato de un viejo marinero adentrado con sus compinches en un arrabal del polo, en un paisaje unánime de hielo, neblina y granizo, donde un día ven venir hacia su barco un pájaro tan parecido a un ángel que W e hail'd it in God name

("En nombre de Dios lo saludamos") Pero el marinero no pudo con el genio de ese animal rezador que es el hombre, que usa su religión de caperuza para ocultarse a sí mismo su sevicia, su avaricia y sus crímenes contra el amor. El nauta terminó disparando su ballesta contra ci pájaro angélico. 85


Todo esto sin olvidar que, antes de Isabel, Inglaterra conoció los rudamente silvestres y vitales versos de Chaucer tan a trasmano de,la iglesia y la Escolástica: Burning inflames of pure and ciaste desyre Y que Dryden, volviendo sobre sus rastros y cediendo a la altura de su visión y su valor se dejó decir de Shakespeare: He was tlie man u'ho of the all modern and perliaps ancient poets liad tic largest and rnost comprehensive son 1.

Balance Si el supuesto mal gusto de Shakespeare tiene, en parte al menos, su clave en ci constreñido o linfático buen gusto de sus impugnadores. no ocurre lo mismo con las deslenguadas insolencias que salpimentan sus diálogos y cuya explicación está sin duda en la necesidad de mantener el equilibio vital oponiéndolas a la grandeza de ciertos pensamientos o a ciertas expresiones casi etéreas del sentimiento o la ternura. He aquí un puñado de ejemplos. "Concédeme un tiempo fresco, oh Júpiter, o terminaré por orinar toda mi grasa". (Falstaff en Enrique IV ). "Uno de esos putos comediantes que hizo cornudo a Lucifer" (Romeo y Julieta). "Algún indio de pene descomunal" (Enrique V II). "El macho de Aquiles, digo, su puta masculina" (Troilo y Crésida). "V oy a machacar en el mortero a este villano y revocar con él las paredes de las letrinas". 86


A esto agregaremos sus alteraciones conscientes de escenas o de fechas, sacrificando la verdad de la historia a la verdad estética, o sus aberraciones inconscientes, como la de hacer de Bohemia un país ribereño, o de Delfos una isla, o sus reincidentes anacronismos como el de presentar a Cleopatra jugando al billar o a Tersistes citando a Aristóteles con varios siglos de antelación. Sólo podemos argumentar ante esto que el gasto inmoderado de moderación también es una falla y que la gran literatura nunca cultivó el eufemismo. Ya hemos consignado pruebas del desmesurado lenguaje de Esquilo. Y bastará recordar a Isaías llamando a los de alma helada "eunucos de corazón", y hablando de pecados "inmundos como trapos de menstruo", y del freno de Jehová "en la quijada de los pueblos". O a Ezequiel reprochando a las judías su inclinación por los caballeros caldeos que tienen "miembros como de asno y flujo como de caballo". O a Arquíloco, o Luciano, o Juvenal, o Rabelais, o Swift, sin olvidar la sonora y no inodora bufonada de aquel demonio de Dante:

Ed egli aveva dal cul fatto trombetta Podemos perdonar estos pasajeros excesos y los de Shakespeare: son los ratos de epilepsia del mar, de los volcanes o de las nubes. Y sobre todo que están, si bien se mira, al servicio de la justicia y la belleza. Para todo gran artista el ideal no es la negación sino la corona de lo real y no hay gran poeta si no reúne en uno la sabiduría de los demonios y de los ángeles. Es lo que la gazmoñería mística de Tols'toy, pese a ser tan gran artista, no pudo comprender. Por lo tanto Tolstoy, como Paulo de Tarsos, ve en el Eros humano la 87


raíz de todo egoísmo. Mas en todo este angelical fervor de castidad, de idealidad vegetariana, hay un secreto apetito de muerte, de descanso en la tumba, de liberación en la nada. "La tendencia en extremo baja e inmoral" de Shakespeare —confiesa Tolstoy_ le produce "irresistible repulsión y tedio". Ya se ve, el nihilismo pietista del mujik, del bárbaro emasculado por ci cristianismo, no puede menos que sentirse rechazado por el libérrimo y jocundo sentido de la vida de Shakespeare, por su amplitud dialéctica que muestra codo con codo, cómo la naturaleza misma, lo monstruoso y lo seráfico, lo heroico y lo vil, el llanto y la risa. Es el escándalo de un cristiano del siglo IV (huyendo de burocratismo de la Iglesia rusa Tolstoy había llegado a eso) ante el solar neopaganismo del Renacimiento: el pudor de un instinto vital en decadencia ante un alma ascendente que a través de todos los horrores de la existencia vibra profunda y simpáticamente ante la hermosura y jovialidad de la vida, y la nobleza a que puede alzarse el hombre. Al revés del feligrés piadoso, Shakespeare no es un escéptico del valor de la vida en sí misma ni de la idoneidad del hombre para salvarse por su propia cuenta. La tragedia está çn que los mayores horrores de la existencia son una especie de injusticia con el hombre que se siente capaz de luchar y triunfar contra ellos. Tolstoy no ataca a Shakespeare en nombre del arte, pues él mismo es un gran artista, sino en nombre de una concepción ascéticamente asfixiante de la moral y del arte, según la cual la belleza literaria tiene su modelo inalcanzable en los relatos de hechicería angelical de los Evangelios. "La insoportable música verbal de Shakespeare", dice 88


Tolstoy. Pero la poesía ha sido siempre eso y algo más que eso: el sentimiento y la imaginación traducidos por el ritmo del verbo humano, y Shakespeare lo ha dicho en los mejores versos del mundo en que lo estético y lo ético se besan como dos bocas enamoradas: The man that hath no music in himself flor is not moved with concord of sweet sounds, is fit for treasons, stratagems and spoils (El hombre que no tiene música en si' mismo ni vibra con el ritmo de los dulces sones, es dado a la traición, la estratagema y la perversidad.) (The merchant of Venice) Lo que hiere a Tolstoy en su fondo más rabino es la concepción shakespeariana de la vida y la moral como un deber del hombre consigo mismo y no con los dioses del Más Allá. En cuanto al hecho de que el mayor poeta del mundo se viera obligado a llevar la vida más ejemplarmente vulgar, mediocre y profana, y mediara una demora de siglos en averiguar quién era, no debe ponerse a cuenta de la Esfinge. Toda sociedad de clases ha sido siempre un atentado contra la naturaleza humana y contra la otra. Los mayores hombres del Renacimiento, cuando no fueron incinerados o decapitados en homenaje al intangible orden tradicional, debieron —como Miguel Angel, Leonardo, Cervantes, Lope de Vega— reducirse a protegidos u ordenanzas de los concesionarios del poder y la riqueza (Shakespeare y sus colegas se llamaban "criados de su majestad"), es decir, de monigotes con corona real o ducal, tan huecos de corazón como de cráneo, indignos de sentarse a los pies de esos adelantados del genio humano. 89


Sólo así puede explicarse el hecho de que mientras la historia ha recogido hasta las más huecas minucias de la vida de Isabel, de Jacobo y de-los figurones de las cortes, apenas se sabe una palabra de aquel hijo de los dioses que pesaba en la balanza del destino humano más que todas las dinastías juntas. No importa: aquel hombre que llevaba muchos hombres dentro de él (sin contar el oráculo de Delfos, el Foso de los leones, las liras eolias y otros misterios antiguos) y tenía un corazón tan caudaloso como un amanecer, y un genio capaz de detectar el arcoiris en una gota de rocío y ci alma humana en una lágrima, aquel hombre ha escrito su biografía y la de todos los hombres en sus dramas. Que ci camino del arte no coincide con el de la moral, es obvio, pero no lo es menos que ambos convergen en la búsqueda de la misma meta, y "la generosidad e intrepidez del alma" no son inferiores, ni mucho menos, a los mejores versos o mármoles de Grecia, a los mejores pinceles o melodías de Ocidente. Todo ci propósito de este 'ensayo es señalar que a través de los personajes de sus dramas (latientes y respirantes hasta dvenir símbolos de las multiformes pasiones humanas) y a través de sus pensamientos de mayor calado y sus imágenes de mayor horizonte, Shakespeare se mueve revolucionariainente en pro no sólo de la misericordia sino de la justicia, es decir de la belleza ética. Recordemos de paso sólo que sus principales heroínas femeninas —Julieta, Ofelia. Cordelia. Desdémona, modelos de hermosura, pero también de nobleza y pureza— son sacrificadas por la mezquindad o la estupidez masculina. Alguien podrá argüir que Shakespeare fue —según la que cree saberse— un pequeño burgués no libre del todo 90


de prejuicios feudales, y a lo que puede inferirse de Troilo y Crécida, era un conservador y por ende dispuesto a convalidar tos privilegios tradicionales. Poco importa. Ningún hombre tiene clara conciencia de su profundidad, y como todos los grandes genios, Shakespeare llevaba en sí la añoranza del porvenir.

Ricardo UI Ricardo [TI está señalado como el primer drama en que las alas y las garras del águila shakespeariana muestran su real envergadura. El crimen gótico, o sea el de la barbarie desmedulada por el cristianismo, es más lúgubre que el de los Atridas. Clitimnestra mata a su marido para vengar a su hija. Ifigenia, sacrificada a los dioses. Orestes mata a su madre para vengar a su padre, como lo exigían sus dioses. Pero Ricardo, el emperador saturnino, Macbeth y el padre de 1-lamiet perpetran la alevosía nefanda sólo por amor al poder. Ricardo III representa el final y resumen de la florida Guerra de las dos rosas, en que las dos casas aspirantes a la corona de Inglaterra —la de York y la de Lancastersometieron al pueblo inglés a una zafra treintenaria de spolios y crímenes. Ricardo- es el más soberanamente innoble de estos nobles por derecho divino. Tiberioy Nerón —según Suetonio y Tácito— se prostituyeron poco a poco debido al ejercicio de la omnipotencia. Ricardo es ya una antología de bellaquerías y homicidios antes de calzar la corona. Jorobado de cuerpo, lleva moralmente una joroba doble: 91


la hipocresía y la maldad. Los otros reyes tienen bufones, pero él es su propio bu Eón y en las humoradas que gasta con sus pacientes resuena la carcajada del infierno. "Juro por Jesús", dice de sus víctimas que "descansan en el seno de Abraham". Su lento, silencioso y onduloso camino hacia el poder es el serpear de la víbora de la cruz: asesinato del rey Enrique VI y de su hijo, de su hermano Clarence y de sus hijos, y de sus dos sobrinitos, hijos del difunto rey, su hermano: todo rematado, saltando por encima de nuevos crímenes, con la calumnia de adulterio inferida a su madre. Cuando vencido todo estorbo, tienen que ofrecerle el poder, se demora en ejercicios piadosos, y cuando al fin comparece, finge rechazar el poder, diciendo con socarronería espeluznante: "No lo toméis a desprecio. Nc sirvo para el mando y la majestad". El encuentro de Ricardo con Lady Ana y su cortejo que van a inhumar a su esposo es una de las escenas soberanas del teatro de todos los tiempos. Ricardo, que ha asesinado al padre, al suegro y al esposo de Lady Ana, ordena poner el féretro en tierra. El terror es tan eficiente que todos desaparecen. Ella se queda, blindada por su dolor y su odio, solita su alma en un mundo totalmente devastado por el miedo, ella que ha sufrido todas las lindezas del purgatorio y del infierno y tocado el fondo de las tinieblas, contesta con tenebrantes insultos los requiebros del lúgubre pretendiente, y a su confesión final ("si fui yo quien apuñaló al príncipe Eduardo, tu cara divina tuvo la culpa"), le escupe el rostro, ella, al final del diálogo que es una escalera de descenso al infierno, termina aceptando la mano archiasesina y el trono. . Lo que con tanta frecuencia rueda en las tragedias de Shakespeare bajo el multiplicado filo del puñal o el hacha, 92


no es tanto este o aquel rey cuanto la idea misma del poder monárquico, el derecho divino de tos reyes, para trocarse en el derecho del más desalmado, ante el cual toda noción de justicia o nobleza, de divinidad o humanidad, cae hecha polvo. Nada muestra mejor que el diálogo de marras, la siempre floreciente putrefacción moral de las castas llamadas nobles. En efecto, todos —obispos, lores, consejalescolaboran con el canibalismo oficial, o lo silencian, dispuestos sólo a salvar o acrecer sus prebendas. La justicia de Shakespeare se muestra incorruptible. Cuando el príncipe Clarence invoca la ley de Dios ante sus asesinos, uno de éstos le recuerda que él, perjuro y homicida, no la respetó en sus días, mientras el otro sicario, menos bestia que sus amos, se arrepiente y renuncia a la paga. (No está de más señalar el estrecho parecido de la familia de Ricardo III con-nuestro Rosas: el mismo uso masivo de la intriga y el homicidio para captar o defender el poder y el mismo simulacro jesuítico de negarse a aceptarlo de jure cuando ya lo tiene de facto, la misma calumnia de adulterio a la madre, el mismo histrionismo mezclado al horror como en el aúllo carcajeante de la hiena. Sólo media una diferencia de fondo: Ricardo muere espada en mano, Juan Manuel, general que jamás esgrimió otro estoque que ci del asado, pero maneja como nadie la estrategia de la retirada, ha preparado previsoramente una lancha para bogar hasta Inglaterra. . Cuando- Ricardo, a pie en el campo de batalla final, precisa escapar y grita: "Mi reino por un caballo", su moral es la del mejor cuento de Las Mil y Una Noches, en que un rey ofrece la mitad de su reino por un cuento que le alivie el aburrimiento. Presentado ante él un 93


filósofo le pregunta: —Qué daríais, a punto de perecer de sed en ci desierto, por una jara de agua? . —La mitad de mi reino. --Y qué por el remedio que salvara vuestra vida del mal de las aguas atajadas? —Creo que mi reino. —Poca cosa debe ser él si lo podéis cambiar por una jarra de agua o dé orines. Insistamos en que ci betún infernal de Ricardo mancha a toda la nobleza. Algunos salvan la cabeza, pero ninguno la dignidad, ni ci obispo de Canterbury, que cobija a la reina viuda y a sus hijos en la catedral de San Pablo y termina entregándolos. Shakespeare es más realista que Maquiavelo y más implacable porque la historia real lo es. El pueblo, como en la vida, sólo desempeña el papel de convidado de piedra. Pero en Ricardo III hay un personaje de tercer o cuarto rango encargado de pronunciar una simple frase que resume sin duda el juicio de Shakespeare sobre la época y sus protagonistas. Dice el secretario del juzgado: Entre tanto, el hermoso mundo que aquí vemos. (Here is a good world while).

Romeo y Julieta Se dirá que ci lenguaje de los amantes, al comienzo sobre todo, es afectado hasta llegar a lo adorablemente cursi. 'El propio padre de Julieta ]o advierte y se lo dice: "Dejad ese galimatías", y Mercucio se burla del énfasis de Romeo, para quien, junto a Julieta, "Laura es una fregona y Cleopatra una gitana". Eso sí, Shakespeare vuelve vigorosamente por sus fueros en la figura de la nodriza tercerona, y más en las 94


zafadurías de Mercucio y en sus sus aceradas pifias de la avidez de abogados, párrocos y palaciegos, y del pasatiempo fúnebre de los petimetres espadachines y sobre todo en la clara denuncia final: "la saña de los padres. que nada pudo aplacar sino la muerte de sus hijos", y algo no menos pedagógico: "La hermosura marchitada por la castidad, priva a la posteridad de hermosura". O sea, lo que Shakespcare pone en evidencia es que bajo sus soñadoras apariencias y su guirnalda de rosas y nomeolvides, el amor es una fuerza cósmica más o menos fatal y que la castidad paulina es una reverenda aberración. El Mercader de Venecia Los críticos señalan, como antecedente inspirador de esta obra, El Judío de Malta. de Marlowc; otro pudo ser la historia del judío español Rodrigo López, médico de la reina Isabel, calumniado de planear el envenenamiento de la reina por cuenta de Felipe II, y cobardemente asesinado por la acobardada justicia de Inglaterra. Shylock, el prestarista judío de Shakespeare, superando el misticismo bursátil de su raza (y de todas las razas, sin excluir a f,enicios. romanos, ingleses ni yanquis) se da ci lujo principesco de desdeñar el pago duplicado de su crédito con tal de vengar . a sus hermanos de sangre y de fe, de todas las perrerías cristianas acumuladas en un milenio. Ni el Dux, ni los Magníficos ni un sanhedrín de mercaderes de la fenicia reina del Adriáticb, logran limarle la testarudez macabea. Y cuando se le habla de justicia y de piedad hace rebrotar la petición como un biimcran: "Tenéis esclavos a porrillo que habéis comprado y tratáis 95


como a perros y asnos. . ." (Esto para los bobos devotos que creen que el cristianismo abolió la esclavitud). ",Y yo iré a deciros: Ponedlos en libertad y casadlos 'con vuestras herederas? ".

Falstaff En la mayoría de los dramas de Shakespeare el bufón no sólo es ci encargado de contrapesar el exceso de horror trágico con sus humoradas, sino también de proveer las verdades de a puño que sólo los locos pueden esgrimir impunemente ante las augustas narices de la Iglesia y la Corte. Sólo que Falstaff, que aparece en Enrique V I y reaparece en Las alegres comadres de W indsor, es el bufón de sí mismo. Se le ha comparado a Sancho Panza aunque difiere de él tanto corno se le parece. En primer lugar, Sir John Falstaff es un miembro de la nobleza y apenas cabe duda que con él Shakespeare quiso pisarle los callos a los monseñores de la alta casta que no son con frecuencia más que bellacos con antifaz o zopencos inéditos. En segundo lugar, junto al inocentón de San,' , es una federación de mañas: aunque tan voraginoso sorbedor y tragador como éste, es un inagotable eructador, no de refranes, sino de fanfarronadas y mentiras, fuera de que pese a su físico poco clásico y adónico ("montón de tripas", "fardo de hidropesías", "tan reconocible como la catedral de San Pablo") siente la atracción irresistible de las faldas y las bolsas ajenas, tanto que, asociado a] heredero de la corona, desvalija a varios mercaderes, para ser desvalijado a su vez por su propio príncipe amigo, terminando todo en que, al pretender seducir a un mismo tiempo a dos 96


mujeres casadas, amigas entre sí, éstas le devuelven la acometida obligándole, en una chacota nocturna, a cubrirse simbólicamente de astas de ciervo como única alternativa de escapar al talión marital.

Macbeth En cierto modo, Macbeth es la más shakespeariana de las tragedias, pese a que aquí el amor no figura para nada y que las brujas hacen de bufones del diablo. Hamlet y El Rey Lear bucean hasta el plan la profundidad del espíritu y las pasioñes. Tal vez Macbeth no llega a tanto, pero ]es gana en expectativa y violencia dramática; en el encadenamiento y desencadenamiento del horror. Macbeth y su esposa forman una pareja que sólo podrían emparejarla Satanás si no fuera solterón. El la llama: "Mi adorable paloma". Ella: "Dulce sueño mío". Es un arrullo de panteras. El tiene fluctuaciones de agua agitada, ella la testarudez del escollo. En realidad, como en el matrirUonio de la araña, ella es la más fuerte, y no tiene plena confianza en su esposo. "Tu naturaleza está asaz cargada de la leche de la ternura humana para elegir el camino más Corto". Es decir, ci del asesinato del rey Duncan, huésped circunstancial de la casa, Consumado el hecho, él no se atreve a rever a su víctima, aunque ha acuchillado ya a los guardianes del rey para acallar testigos y hacer recaer sobre ellos la épica infamia. Pero ella entra, y al perfeccionar la obra del consorte, empurpura con mancha vitalicia sus manos. "¿Quién hubiera imaginado que aquel viejo acaudalara tanta sangre? ". Pero el ocultamiento del crimen pionero exige nueva 1.

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sangre. Macbeth vacila a ratos, pero su mujer lo afirma y empuja y e1 crimen se multiplica como las querezas de una llaga. Así se cumple la predicción de Hécate, es decir, la dinámica interna del delito: He shall spurn fa te, scorn death and bear His hopes 'abo y e wisdom, grace and fear. ("Despreciará el hado, se mofará de la muerte, precipitará su esperanza por encima' de la sabiduría, la piedad, y el temor"). Si Shakespeare se ha propuesto suscitar la repugnancia o aversión al crimen, lo logra hasta la náusea de nuestra alma. Todo se desarrolla como en una pesadilla, en que los terrores vuelan en forma de espectros hasta obligar a Macbeth a asesinar al sueño (Macbeth dorh murder sleep). ¿Y ella? Ella parece dormir, pero se levanta y se pasea sonámbula, lavándose u oliéndose la mano manchada sin remedio. "Siempre el hedor de la sangre. ¡Todos los perfumes de Arabia no desinfectarían esta pequeña mano mía! ". Macbeth baladronea e intenta esgrimir con sus dos manos su coraje, pero todo es inútil. Está derrotado poi su propia infamia. "Doctor, si pudiera analizar la orina de mi reino! ". Ella muere al fin corroída por el espanto de sí misma, y cuando entra Macduff con la cabeza de Macbeth asida de los cabellos, el respiro nos vuelve de nuevo como a los judíos cuando Judith salió de la alcoba del doble sacrificio con la cabeza de Holofernes. Macbeth es por encima de todo el más hermoso de los poemas sobre el infierno y el mejor tratado sobre la fenomenología del crimen político, o mejor, de la estrategia de toda política de clase. 98


Alguien ha señalado el parentesco visible entre Macbetli y Crimen y Castigo, de Dostoyevski. Ni Macbeth ni Rascolnikoff son asesinos por naturaleza, sino por convicción: el primero, porque las brujas le han profetizado la corona; el segundo, nihilista convicto, porque no habiendo Dios no puede haber pecado ni castigo. En cualquier caso, con Hamlet, Shakespeare pasa de la psicología rectilínea a la psicología espiral que reaparecerá en Dostoyevski.

Hamlet

Sin duda, después de Shakespeare, el mundo no volvió a ver un artista semejante hasta la llegada de Dostoyevski. (El inglés sabía, tan bien como el ruso, lo que éste denunció después: 'Lo universal y lo infinito son tan necesarios como la misma tierra"). Hay obvias coincidencias y no menos disparidades entre estos dos astros de órbita y luz propias. "La leche de la ternura humana" de Shakespeare • recuerda que la proceridad mayor de Dostoyevski está en haber hecho vibrar de modo único el sentimiento de hermandad humana y no por mandamiento de ningún Decálogo o Evangelio, sino por mandato directo del corazón del hombre. Dostoycvski tiene acaso más sonda para el mundo interior. Shakespeare se maneja con igual profundidad y destreza en ci ámbito del alma y en ci del universo. La creadora fantasía de ambos, eso sí, no cae jamas en fantasmagorías. Dostoycvski se mueve como nadie en el mapamundi humano, vuelto de espaldas a la Naturaleza, aunque el hombre no es un espíritu puro ni 99


vive en un convento. Shakespeare se mueve con igual gracia heroica dentro y fuera del hombre. La obra maestra de Shakespeare es todo Shakespeare, pero Hamiet es su obra de más renombre, porque la casi unanimidad d los hombres se ve reflejada en ella, porque la oscilación entre los extremos de la voluntad y la fantasía, entre el hacer y el no hacer, atinge a la esencia de todos los hombres. Hamlet es el anti-Prometeo, y sin embargo tiene algo de su grandeza aunque él mismo hace de buitre de su hígado. O es un Prometeo en que la meditación y la introspección reemplazan a la dinámica del héroe esquiiniano. Ambos son reos del destino. Hamlet, cuya acción no va casi más allá de su alquitarado y fantástico cerebro, lleva sobre sí una carga tan espantosa como la de Orestes. El actua rey de Dinamarca, ha eliminado, fratricide Hamlet, en damente, al anterior, es decir, al padre complicidad con la esposa de la víctima, o sea la madre de Hamlet, y éste, que ha sorprendido el pavoroso intríngulis, se finge loco para salvar la pelleja y esperar la hora de recobrar el tiempo humano, porque "el tiempo se ha salido de sus goznes". Todo él es una especie de monumento a la antinomia entre la meditación y la acción del hombre, el único ser que piensa y puede, en principio, ser dueño de sus propios actos. Hamlet es un estratega que analiza lúcidamente todos los recursos que pueden llevar a la victoria, pero se queda sin dar la batalla, no por falta de coraje sino por exceso de cálculo, y porque a ratos se asoma a la tumba y su vértigo lo marea como un precipicio: zozobra como un metafísico alemán entre el ser y e1 no ser. Con ingenio intrépido y zahorí —sin duda el del mismo Shakespeare— se burla, anticipándose a 100


)arwin, de ias cenizas de los Alejandros y Césares trocadas probables tapas de barril, o de la esquizofrenia terrera le los terratenientes, o del espinazo de goma de los :ortesanos que recién nacidos "hacen ya cumplimientos a t teta antes de mamar". Pese a sus divagaciones y scilaciones, basta su odio resuelto a la hipocresía y la oajeza, para entregarle nuestra simpatía profunda. Pero. todos los buceos psicológicos y metafísicos de Hamlet, y el desdoblarse en un fantasma —el de su padre— para. seguir dialogando consigo mismo, no eclipsan el propósito entral —consciente o inconsciente— de mostrar al trasluz ue en toda sociedad de desigualdad y privilegios inhuanos, el camino hacia el poder o en defensa del mismo ae y será una especie de alameda de emboscadas y crímenes. Pero ¿es del todo exacto, como se ha dicho hasta hoy, que Hamlet encarna el desequilibrio entre el exceso de introspección e ingenio y una voluntad aliquebrada? ¿O un comienzo de alucinación traído por una carga insoportable de torcedores y zozobras? Nosotros creemos que no sería un legítimo hijo de Shakespeare si no hubiera algo más en el fondo último: un hombre que maneja con destreza los flacos recursos de que dispone para denunciar los cimientos putrefactos de un trono, apuntando a lo más alto: la epifanía de la verdad y la dignidad humanas. Tenemos que perdonar al inasible personaje su aparente egoísmo y su crueldad con Ofelia, pues él es la primera y voluntaria víctima. Tenemos que coincidir con Boris Pasternak: "Hamlet es el drama de un alto destino, de una vida predestinada y consagrada a una heroica misión". Insistamos en que Hamlet (gran mojón sito en el mediodía de la carrera del autor y en la aurora del siglo 101


XVII), es, por encima de todo, ci primer confrontamiento profundo del hombre con su propia esfinge. El Hamlet que precedió al de Shakespeare era la historia de un maníaco revanchista. El suyo no sólo no está loco sino que al fingirse tal traiciona más lucidez que sus enemigos. "Antes de nuestra exploración científica de la mente humana —dice un crítico—, Shakespeare advirtió muy bien la dualidad de nuestra naturaleza, los dos niveles del pensamiento y de la acción". Palabras de Hamlet a su madre: "La razón corrompe la voluntad". ¿Hamlet o el tema de la venganza? Sí, pero de un modo complejo y sutil que transparenta el choque dialéctico entre la razón y la pasión, el espíritu y el instinto, entre los hemisferios superior e inferior, del hombre. Es el Shakespeare precozmente maduro preocupado centralmente por la injusticia y la servidumbre de la vida humana: The oppresor's wrong, de proud man's contwnely, Tlze pangs of despised lo ve, the law 's delay, The insolence of office, and the spurn That patient vnerit of the unworthy takes. ("Los agravios del opresor, los ultrajes del orgulloso, los tormentos del amor despreciado, los engorros de la ley, la insolencia de la investidura, y el desdén con que tratan al paciente mérito los que carecen de él"). La preocupación capital de Shakespeare, en sus dramas mayores, desde Hamlet en adelante, es de juro la deshumanización del hombre. No tanto el misterio de Hamlet corno el del hombre a través de su vida y su muerte: Y ou would pluck out the heart of my mistery; you

would sound me from the lowest note to the top of 102


my compas, and there is much music excelent in this little organ; yet can not yoa make it speak. ("Arrancaréis el corazón de mi misterio; haréis sonar desde la nota más grave a la más aguda de ini escala, pues este pequeño órgano contiene mucha música, un excelso son, y sin embargo no lograréis hacerlo hablar.") El hombre, como el Edipo de su propia esfinge, es la gran revelación de Shakespeare más de dos siglos y medio antes de Dostoyevski y de Freud.

Marco Antonio y Cleopatra

"Una obra —sentencia un veedor muy responsable— que merece ser coniderada la mayor de todas". (Yo no diría tanto, pero sí la más resplandeciente), "El exótico escenario egipcio y la vastedad de la escala romana inflamaron su imaginación más que cosa alguna y vertió en esta obra cimera, toda la opulencia de su poesía, poesía tan infinita y diversa como la misma Cleopatra". Puede creerse que el divino William, poeta del amor por encima de todo, planeó y escribió este drama para demostrar que un amor de otoño puede ser tan ópimo —si no más— como un amor de primavera, o que los ojos de una mujer pueden marear más que el vino y el océano, o que el Eros humano puede ser más fuerte que todas las ambiciones, "cambiando un imperio por una sonrisa". Quizá por eso, para narrar ese milagro (y tal vez como en ninguna otra de sus obras), el estilo de Shakespeare llega a su plenilunio. "Con un paso dejaba atrás al océano —dice 103


Cleopatra trenzando la corona fúnebre de su amante—, su brazo levantado servía de cimera al mundo. En su bondad no había invierno, pues era un otoño que prodigaba sus cosechas. Sus placeres jugueteaban como delfines en el elemento en que vivían, su traje estaba tachonado de coronas y de sus bolsillos caían como monedas de plata los reinos y las islas". Vale la pena insistir en que Shakespeare es un realista implacable, tanto o más que Balzac, Flaubert, Chejov y lo que vendrá después. Pero era fuerza encoger un poco las garras ante el monarca de turno o sus antecesores. En sus dramas de tiempos remotos puede moverse a gusto. Al revés de Julieta y Romeo, el amor ocurre aquí entre un libertino maduro y una cortesana con hijo. Después de sus casi etéreas doncellas —Ofelia, Miranda, Rosalinda— una varona de carne y hueso y llamas. Ambos queman sus vidas en la hoguera amorosa. Ambos encaran la muerte como un merecido sacrificio en el ara de su pasión doblemente adúltera y que han renunciado a toda otra ambición terrena como una redención inmortal. De ahí la equilibre grandeza y belleza de la tragedia. El Rey Lear Pareciera que el verdadero protagonista de la tragedia magna que transcurre en días precristianos, fuera la tormenta: los refugiados en una tienda ahogada por la lluvia y flagelada por el viento, apenas susurran. La única voz de • la verdad es la del trueno y la única luz la de los relámpagos. Aquí también, como en la mayoría de sus obras, la 104


verdad habla casi siempre por boca del bufón, que llama tío a su amo ci rey venido a menos. Por encima de todo, lo que aquí nos interesa poner de relieve, es que una vez más, y quizá mejor que nunca, Shakespeare se muestra como una especie de nuncio de la justicia y la piedad. Por eso, como de paso, consigna que los príncipes y los demás nobles se casan, no con mujeres, sino con dotes. Kent es desterrado por el solo delito de su honradez. Lear deshereda a Cordelia sólo porque no escucha de sus labios las cortesanías lameronas de sus otras dos hijas. De tal modo las convenciones antihumanas y el poder social pueden desnaturalizar la naturaleza humana. Desterrado por sus hijas mayores y sus yernos, obligado a buscar el amparo de una rotosa choza para capear una tormenta casi tan verduga como su destino, el anciano rey comienza a descubrir, en él, al hombre: un rey convertido en hombre. "Pobres y miserables, donde quiera que estéis aguantando la impiedad de esta tormenta, ¿cómo os defendéis con vuestros estómagos vacíos y vuestros cribados andrajos? ¡Cuán poco me había preocupado de vosotros! ". Ha superado de golpe el egoísmo de los "seres inmundos que sólo gozan de sí propios". La única nobleza visible en el drama corre por cuenta de algún criado que arriesga la vida por su amo, o de la hija desheredada y desterrada, la única que acoge al mendigo que es hoy su regio padre. Las dos princesas privilegiadas por la herencia paterna se portan como parricidas morales y como dos vulgares putas, traicionándose entre ellas y traicionando a sus maridos. El viejo Lear termina burlándose aijargamente de la moral de nuestra sociedad occidental y cristiana: "Ved al juez injuriando al ladrón. Pero cambiad por arte de 105


'birlibirloque los papeles. ¿Quién es ci juez? ¿Quién es el ladrón? ".

El Barba Azul coronado Shakespeare escribe su Enrique V III bajo el cetro de Isabel, su hija. La verdad, esta vez, no puede ser dicha ni por boca del bufón que en la ocasión no aparece. No obstante, Shakespeare se atreve a poner sobre el tapete las trapacerías, los robos y el orgulloso servilismo de los cardenales al servicio del rey, y al hacer justicia plena a la reina Catalina, primera víctima del poligámico esposo, acusa indirectamente a éste y muy directamente al purpurado alcahuete Wolsey. Y algo más. Cuando un personaje opina que el haberse casado con la viuda de su hermano es lo que turba la piadosa conciencia del rey, una dama refuta: 'Lo que turba la conciencia de Su Majestad es otra dama". Y muestra al rey jugando muy . »rondo a las barajas, mientras su nueva esposa desafía un parto mortal. Sólo que para paliar tamaña audacia el dramaturgo debió encargar a otro de sus personajes el pergeñar el horóscopo adulatorio de la recién nacida Isabel. Si Shakespeare hubiera tenido en la ocasión las manos libres, habría escrito quizá el mayor de sus dramas. Porque el más shakespeariano de los temas era sin duda el de ese Barba A zul coronado, que se casó con cinco mujeres, hizo decapitar a dos de ellas, dejó escapar a otra por un pelo, duplicó sus rentas con las confiscaciones, abolió de hecho las leyes, hizo de papa luterano, inspiró dos mil setecientos homicidios judiciales y, coronándolo todo, envió al tajo a su canciller Tomás Moro, hombre que 106


superaba en proporción de cien a uno la estatura intelectual y moral del uxoricida coronado. ¿Es que la alta excelencia de un hombre conspira contra sí misma en una sociedad contrahecha? Shakespeare lo sugiere así en Comogustéis (act. III, esc. III): O, wI-zat a world is this, when what is comel y Envenoms him that bears it! (" Oh qué mundo este donde lo que implica mérito envenena a su poseedor! "). Tema no menos digno del estro shakespeariano hubiera sido la reina Isabel, la Semíramis protestante que aconsejaba a sus propios consejeros: fomentó, con no estorbarlo, el desarrollo naval, industrial y cultural de Inglaterra: burló la inepcia náutico-teol6gica de Felipe 11: la camelluna virago virgen erotizada platónicamente que rechazó peticiones matrimoniales, y, aun con más de medio siglo a cuestas, prohibía casarse a sus Romeos, hizo decapitar a su joven favorito Essex, a su médico López, a su prima María de Escocia, ' a mil quinientos cogotudos más, obligaba a rendirle homenaje aun a los supliciados por su orden e inoculó al pueblo inglés el servilismo político del que aún no puede redimirse.

Timón de Atenas

Lo que menos puede decirse de esta tragedia es que intente el elogio o la justificación de la misantropía. Timón, al contrario, comienza como la personificación de la capacidad de simpatía y generosidad humanas, un paladín de amistad. Eso sí, peca de candor no sólo al 107


administrar sus bienes, sino sus amistades, todas gentes copiosamente zalametas, esto es, sospechosas de falsía, según se lo previene Apemanto, el filósofo cínico. ¿Que cuando cae en la miseria y todos le vuelven la espalda, deviene ciegamente misántropo? Todo lo que se guste, pero hay dos detalles muy shakespearianos que echan suficiente luz: 1) Los únicos que no lo traicionan, y aun rechazan un intento de soborno, son su intendente y sus criados; 2) El acérrimo desencanto de Timón, no eclipsa su alma: "He dado locamente, pero no innoblemente". Rememora "la pureza nativa de la humanidad" y que "el corazón humano no puede soportar una gran fortuna sin menoscabo de la naturaleza", y más que a los hombres echa la culpa a ese universal corruptor que es el dinero: "dios tangible que hace del hombre un esclavo,", "puta común a todoei género humano". Es decir, el Timón de Shakespeare ya no es ese "hombre perverso y enemigo de todos", de que dio noticias Plutarco, sino un denunciador de la fuente mayor del egoísmo y la servidumbre: el dinero, el becerro de oro que trueca en becerros de lodo a los Morgan y Rockefeller de todos los tiempos. Canibalismo político y pesimismo ¿La sobrecarga de terror como la gran prueba del mal gusto en los dramas de Shakespeare? Tito Andrónico, Macbeth y su consorte, Ricardo III y sus cortesanos, Enrique VIII arrastrando consigo a sus seis esposas como Saturno sus lunas, las hijas mayores de Lear, el hermano de Próspero« . . ¡ Los reyes! ¿Qué espeluznante servidum108


bre es la de los hombres para verse obligados a hacer de escabel o felpudo de meros peleles cuyo aserrín es la rapacidad, el poder, la sobrbia y el crimen? Hablemos claro. No se trata de la crueldad del hombre genérico sino de la que corre por exclusiva cuenta de las clases exprdpiadoras que gobiernan el mundo desde hace seis mil años. El hombre, y menos el salvaje, no es una fiera. La prehistoria testimonia que durante decenas de milenios no conoció la guerra. La fiera que mata para subsistir es tan inocente como el borrego que devora una planta, y no destruye a otra fiera, y bien cuidada casi toda fiera se hace amiga del hombre. ¿Puede éste ser peor que ellas? ¿Acaso los salvajes de América no recibieron a Colón y a Mendoza con muestras de amistad y confianza como los jaguayanos a los yanquis? ¿Entonces? Que la bestialidad en la historia corre sólo por cuenta de los poseyentes y gobernantes a quienes la incontenible sed de poder y fausto trueca en fieras degeneradas, digo en devoradores de hombres. Apenas vale la pena recordar a César desatando el degüello en las Galias y vendiendo a treinta mil de sus hijos en el mercado, o a Atila o a Tamerlán tocando a rebato con los cascos de sus caballos sobre la espalda de los pueblos, o a los turcos sepultureros de Grecia, o al papa Borgia y su hijo César, estupradores de Roma, o a Pitt y Napoleón, desangrando a toda Europa durante catorce años en defensa de las más herrumbrosas cadenas. ¿Qué es junto a eso el horror de los dramas de Shakespeare, y sobre todo junto a lo que ha visto nuestro siglo: las dos panguerras más homicidas que todas las pestes, terremotos y ciclones juntos, y sus héroes más altos: tos 109


Stalin, Hitler, Franco, Truman chafando y destruyendo física o psíquicamente a millones de hombres en todos los barrios del mundo, desde Moscú con sus purgas de sangre viperina hasta la patria de los que hicieron volar a Hiroshima como dos pompas de jabón o echaron el infierno sobre el Vietnam en forma de diluvio? Las confrontaciones inesperadas con que Shakespeare suspende el ánimo a cada rato no son hijas del amor a los contrastes de este bárbaro de mal gusto, como creyó Voltaire, sino de su amor a la verdad sin taparrabo. ¿No es sorpresivo hasta lo chocante que en la mayor parte de sus obras sean los bufones, y no los filósofos, los encargados de esgrimir las verdades de a puño, o como en El rey Lear o en Timón de A tenas, sean los criados los únicos seres nobles, o que en Ricardo III un asesino a sueldo muestre un resto de escrúpulo moral de que su víctima, el príncipe Clarence, carece? Shakespeare sabía ver debajo del agua y advirtió sin error que en almas eclipsadas por la sed de riqueza y poder la naturaleza humana se seca de raíz. Podemos apelar al pudor humano de un bandolero, un contrabandista, un tra'ro o una prostituta, y quizá encontremos oídos, pero pecaríamos de bobos si esperamos hallar una gota de piedad humana en cualquiera de los concesionarios del gran poder antisocial.

Lo tragicómico

En el teatro griego Esquilo y Aristófanes representan las dos caras de la vida, es decir, lo trágico y lo cómico. Shakespeare funde en su genio ambos aspectos, como el 110


cobre y el estaño se funden en el bronce. ¿Que lo trágico representa lo ublime y lo cómico lo ridículo, como reza el viejo lugar común? No, ambos son como la mano derecha y la mano izquierda de la misma persona, o mejor, representan la cadencia de la vida, como los dos movimientos del corazón o los pulmones. ¿Se quiere algo más tragedia y comedia a un tiempo que Ricardo III ofreciéndose con el asentimiento de todos como el ungido por Dios y elegido por el pueblo, después de haber trepado al trono valiéndose de una inimitable escalera de crímenes? ¿Y qué otra cosa sino tragicomedia es lo que representan los personeros de todos los gobiernos del mundo que en nombre de la democracia están llevando a los pueblos al ayuno vitalicio bajo el más insoportable yugo plutocrático conocido en la historia, o en nombre de la revolución proletaria vienen sembrando urbi et orbe la contrarrevolución burocrática? ¿Cómo puede uno hacerse cruces ante las atrocidades del teatro de Shakespeare si el canibalismo político ha sido de uso en toda civilización y lo es hoy más que nunca? ¿Es un secreto acaso e1 tipo más que neroniano de persecusiones y torturas a que someten a los abanderados de la rebelión y la redención sociales todos los gobiernos del mundo, desde Estados Unidos a Rusia, desde el Brasil a Chile? Nuestra época supera, y lejos, a la de Ricardo III.. Lo único que falta es un neo-Shakespeare o un neo-Esquilo que lleve a las tablas escenas mayores que las de los dos dramaturgos magnos, ya que el escenario no es un reino o un continente sino el planeta mondo y lirondo traficado por un poderío económico y bélico que jamás soñó ci hombre hasta hoy. Imaginemos lo que sería mover en la 111


escena a un Zaaroff, el gerente de la Vickers-Armstrong, la omnipotente empresa armamentista del Imperio Británico. O a Pepe Stalin, el seminarista de Gori devenido sepulturero de la Revolución Rusa y uno de los más meritorios liberticidas de la historia. Como nadie en su tiempo, Shakespeare puso al desnudo esa farsa trágica que fue y será la historia mientras las clases o los grupos parasitarios sigan secuestrando el haber común en beneficio propio. Cuando un pueblo produce un gran poeta no es para que lo ignore, lo desprecie o lo adule, sino para que éste lo despierte y le enseñe a limpiarse las legañas de la tradición canonizada. (Es secreto a voces que en la mistificada sociedad inglesa de siempre la educación se dio y se da de modo que el educando ignore angelicalmente al verdadero Shakespeare).

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SUPLEMENTO

-1Los grandes temas son inagotables. El de Shakespeare es"iino de ellos, pues que, como veremos, un grupo de jóvenes críticos de hoy logró ver en él cosas que, por razones especiales, escaparon a los siglos pasados. Comencemos reconociendo que sin la ayuda de la dialéctica no podemos ni lejanamente inteligir cómo el más salvaje de los dramaturgos sea al mismo tiempo el más etéreo y dulce de los poetas; que ci padre de Ricardo III y de Lady Macbeth lo sea también de Julieta, Hermione y Miranda; que el más inglés de los genios sea también el menos insular, digo el más universal. Representa como nadie su época, y sin embargo, como dice Jan Kott, es de algún modo nuestro contemporáneo. Tampoco puede olvidarse que el teatro isabelino fue esencialmente popular, decimos una exigencia de las masas londinenses tolerada por la corona y resistida por buena parte de la nobleza y sobre todo por la burguesía puritana o cuáquera. Sin ese presupuesto no hubiera habido, quizá, teatro isabelino, es decir, Shakespeare. Los grandes bufo113


nes shakespearianos son hijos del pueblo y de ahí su desenvainada rebeldía y crudeza.

—2— Podemos decir que los temas más reincidentes de la dramaturgia de Shakespeare son la naturaleza humana o la autenticidad del semicuadrúpedo llamado hombre, y el amor nupcial. Por cierto el hombre entendido en su triple relación con la naturaleza, sus semejantes y consigo mismo. A propósito recuérdese que Montaigne y Shakespeare son los representantes mayores del humanismo en la literatura, y que éste está sito en el polo opuesto al de la fe cristiana en el más allá, es decir, en la tumba como nuestra cuna verdadera. El humanismo acepta la vida y el destino del hombre tales como son, con sus menguas y bellezas moviéndose sin pausa hacia nuevas formas externas e internas. Sin temor al infierno ni apego al soborno de la jubilación celestial. El camino de los ángeles implica la descalcificación del hombre histórico. Orwell, entre otros, recuerda "la naturaleza irreligiosa y terrenal de Shakespeare". Para él el hombre es hijo de la Naturaleza —tan abismal como ella misma .—, capaz de lo .peor como también de lo mejor, es decir, de luchar engrandeciéndose (aunque caiga derrotado) por un destino más noble. Eso sí, él no incurre nunca en el individualismo insular del Fausto o el Tamburlaine de Marlowe. Para él el hombre es individuo-especie, pues la esencia humana pasa por ci meridiano del tú y el yo, como Feuerbach lo esclarecerá filosóficamente tres siglos después. 114


La mayor negación del hombre es la irracionalidad, esto es, el atentar contra la vida o la libertad propias o las de sus semejantes. Y si "la clemencia es el mejor adorno de los poderosos', "la leche . trui . itumana" es la savia del hombre intimo, junto con su insobornable vocación de libertad y de verdad. Sin ellas no hay hombre, como sin canto y vuelo no hay pájaro.

—3— Bueno es recordar que Shakcspearc es la más prestigiosa negación de todos los tabties puritanos y victorianos contra La forma humana de la divina hembra desnuda del verso de Blake. . . celebrado hoy, recuerda Landawor, menos por su estatura poética que por su escapismo 'místico. Y nada parecido hay en la literatura europea hasta la venida de El amante de Lady Chatterley. La autenticidad que Shakespeare exige al amor se mantiene tan alejada de la represión como del libertinaje, del con,ento como del lenocinio. (La pureza de la mujer noble no viene de preceptiva o mandamiento alguno, sino que es exigencia higiénica del alma y también de la carne). La clave de tamaña actitud es su religiosa veneración del misterio de la vida. Lo expresa como nadie el Claudio de Medida por medida, recordando a los ilusos que, pese a sus condimentos infernales, la vida es un paraíso frente a la oscura inmovilidad y la escarchada ceniza de la muerte. La misma Isabela, una fanática de la castidad y ya con un 115


pie en el convento, se inclina al fin ante el himeneo como un junco a la brisa. Es que la vida tiene derechos sagrados y violarlos es el mayor pecado contra el Espíritu Santo.., de la vida y del gozo de vivir. "El placer es una parte esencial de la experiencia trágica" (Landaner). "Sólo tenemos simpatía hacia lo que es expresado por el placer" (W orcLsworth). Romeo y Julieta, como Otelo y Desdémona (G.N. Matthius: "Otelo y la dignidad humana"), como El mercader de V enecia, como Hermione, Perdita y Florie1 (David Craig: "Medida por medida") expresan ci más irrefutable alegato contra las represiones o convenciones inextricablemente artificiosas o fúnebres. A ntonio y Cleopatra es la historia de una pasión otoñal contada en un estilo en que Shakespeare se supera a sí mismo. La tensión del drama viene de la tensión entré las exigencias de lo privado y las de lo político: entre la fría y calculadora inhumanidad de Roma y la ingenuidad ardiente de Egipto (D. Nandy: "El realismo de A ntonio y Cleopatra"). Tan lejos del énfasis romántico como de la oronda vulgaridad, Cleopatra es una cortesana imperial —no mercenaria— y por primera vez, aunque en sus años maduros, conoce la pasión Igual ocurre con Antonio, que juega por su amor la corona de un imperio. Es muy pobre el amor que puede ser calculado. Eso dice ella, y desdeñando horrorizada el miedo de trocarse en botín del vencedor se entrega voluntaria a la muerte, no buscando la paz cristiana de la tumba, ni el aniquilamiento búdico o la liberación en el fuego de Tristán e Isolda sino una especie de inmortalidad, integrándose a las fuerzas regeneradoras del cosmos. En "Medida por medida y nuestra época", David 116


Craig muestra que sólo un hombre, a través de tantos siglos, ha recuperado en nuestra época la libertad de Shakespeare para enfrentarse a los enemigos más temibles y sucios del amor nupcial: Ja cachondez y la gazmoñería: David Lawrence. Algunos de los muñecos respetables que se mueven en la obra del autor moderno están anticipados en el Angelo de Medida por medida: un frígido sospechado de orinar escarcha que remata en un atentado inverecundo. Para Shakespeare como para Lawrence el recóndito miedo a la alegría de vivir tiende a trocarse en sudario de hielo cuando no aborta en algo peor: Nada huele peor que los lirios podridos. — 4— Enrique V, el ganador de la guerra contra la nobleza medioeval de Francia es tan democrático que descubre una verdad increíble para los fieles. "El rey es sólo un hombre". Pondera varios méritos humanos, pero "un buen corazón es la luna y el sol". ¿Un rey benigno y justo, por fin? No, es un zorro vestido de león de fábula. y, como su ladero el arzobispo, ve la guerra sólo a través de sus pringosas y tiznadas conveniencias. Es oportunista y felón como un tahur. Shakespeare, realista en profundidad y poeta por orden de los dioses, suele usar la burla como el arma de mejor filo contra la simulación y la verdad a medias. Al revés de los épicos sólo muestra el aspecto heroico de la guerra para oponerle el de su meridiana miseria: "Todos esos brazos y cabezas cercenados. . . que se unirán el día del Juicio Final para clamar. . .", dice un 117


soldado del rey. Sólo que hay algo más vomitable, si cabe, y es la suciedad mercantil de toda guerra que el dramaturgo muestra en cueros vivos. ¿La imagen shakespeariana de la historia? "Una gran escalera que asciende en línea de reyes. Cada paso hacia la cima va acompañado de asesinatos, perjurios y traiciones". (Jan Kott: "Shakespeare, notre contemporain"),

-- 5 Los poetas —en sus versos, al menos— suelen volver principescamente la espalda a la política. Pero Napoleón reconoció que la política es el destino. "Shakespeare sería uno de los grandes poetas políticos si no hubiera escrito más que el Julio César" ( y . G. Kiernan: "Relaciones humanas en Shakespeare"). Es lo que Kenneth Muir ("Shakespeare y la política") se empeña en poner en limpio recordando que aquella tragedia es menos la representación de la majestad cesárea del aspirante a dictador que la majestad republicana del aspirante a libertador. Por eso, oh dioses, sojuzgáis a los tiranos. Ni torres de piedras, ni muros de bronce Pueden contra la fuerza del espíritu. Fracasado en su empeño, Bruto se ajusticia a sí mismo, pues prefiere filosóficamente la muerte a la servidumbre, mereciendo por boca de Antonio el mayor elogio escuchado en ci teatro de Shakespeare: TI-jis was the noblest of alt. His life was gentie and the elements 118


So mixed in him that nature might stand up A nd say to all the world: "He was a man". ("Era el más noble de los romanos. Su vida era pura y los elementos se combinaron de tal suerte, que la Naturaleza irguiéndose puede decir al mundo: 'Era un hombre"). Pues ser simple e integralmente un hombre —no un carozo de ángel, nis un héroe con espada ejecutiva— es para Shakespeare la grande hazaña humana, sin olvidar que ello significa la ecuación de lo individual y lo social: el amor a sí mismo a través del amor a los otros. La pareja Macbeth aislada de sus semejantes enloquece de soledad acuchillada por su propia conciencia. Shakespeare es el más sabio de los hombres porque es siempre el rey de los cuerdos en un mundo capitaneado por la irracionalidad hoy como ayer al modo de ese rey de Cuento de invierno que enceguecido de poder más que de celos termina echando a su mujer y a su hija al destierro por no mandarlas al tajo, en días en que aún estaba fresco el recuerdo de ese Enrique VIII y sus esposas decapitadas.

—6— Ahora comienza a verse que Troilo y Crésida no es una recreación arqueológica, digo una mímesis de Homero, sino un antifaz para poder enjuiciar sin tiquismiquis ala burguesía en ascenso. Pues he aquí que a la abolición de las relaciones de propiedad, de producción y cambio sucedió una era' en que todo, hasta el matrimonio, se rige en términos de mercancía. 119


R. Southall y otros críticos de hoy vienen a mostrarnos que Troilo y Crésida es una crítica de la sociedad isabelina, esto es, del creciente poderío capitalista con su culto cuadrúpedo del becerro de oro. Sólo trasladando la acción a una época abolida podía atreverse Shakespeare al desenfado mayor: llevar ci escarnio hasta lo épico.

—7— Después de Pasternak son principalmente Kettle y West quienes se encargan de señalar lo que apenas se entrevió antes. "La visión que Hamlet tiene del mundo es la de los humanistas más avanzados de su época". Hamlet no aparece ya como un péndulo oscilante entre el sí y el no, y quedan mal colocados los siglos seguros de ver en él un intelectual puro, un sutil y torturado introvertido; el ideal de muchos ideólogos y artistas volcados totalmente hacia adentro con un desafiante desdén del mundo externo en que se mueven los poderes de decisión. Era difícil que un realista tan lúcido omo Shakespeare creara un personaje hemipléjico de esa laya, con asidero para que algún retardado freudiano de hoy le escarbara el complejo de Edipo. No, Harniet no es eso. Su misterio es psicológico sólo como reflejo del horror que jo rodea. El como su creador, no es un soñador evanescente divorciado de la realidad. No rehúye la acción sino aquello que no concuerda con su nueva visión del mundo. Al contrario, después de rumiarlo bien todo, actúa con intrepidez certera. Desenmascara a la siniestra pareja coronada, mata al asesino de su padre y antes a su agente, el 120


oblicuo Polonio. "Lo que está desquiciado no es Hamlet, sino su época. Lo que él debe enfrentar no es un problema de relaciones personales, sino toda una sociedad." (Kettle). Recordando el ruego de la reina a su hijo (Got not to W ittenberg) André Gide arriesga una conjetura inconvincente: la influencia del subjetivismo alemán en el carácter de Hamlet: "Parecer loco es la cordura del sabio", le susurra el Océano al Titán en el Prometeo encadenado de Esquilo. Y Hamlet en la escena final dei cuarto acto: "Yo sólo estoy loco por astucia". En efecto todas sus divagaciones velan un designio operante. De allí su desdén de la verborrea: ¡W ords, words, worcis! . ¿No puede sospecharse en un espíritu tan sarcástico y sagaz que el celebériirno Y o be or not to be coreado por todos los loros sea una parodia de la metafísica alemana que, cuando corta sus amarras con lo real, tiene mucho de humo de pipa o espuma de cerveza? Shakespeare no es de los que caen, a propósito de la condición humana, en devaneos humosos que sirven justamente para velar mejor la explotación y la servidumbre. La racionalidad y la dignidad humanas son su empresa. La implacable crítica social de Hamlet, rompe la tabla de valores de una sociedad escindida en clases, en Dinamarca o donde sea. Y si sus palabras comienzan descoincidiendo con su acción, es porque, como hoy, el poder está en las sucias manos de aquellos a quienes debemos barrer para limpiar el mundo. —8— La historia de Lear es la de un viejo rey que al ser destronado y dar de bruces contra la realidad despierta y 121


se transforma en. . . hombre. Los parientes que lo derrocan terminan con un mundo caduco para inaugurar otro en que el hombre procede más desconectado de sus prójimos que nunca con la riqueza privada como escudo de armas. Es el individualismo en cueros y sin freno. Lear carece de recursos para fecundar lo real con su nueva visión de las cosas. De ahí que parezca llegar al umbral de la demencia aunque ésta sea más lúcida que su cordura con corona: Pobres miserables, donde quiera que estéis.

Ahí está el meollo de la tragedia. Ia inhumanidad de sus parientes y cortesanos ha despertado en él la solidaridad con los sumergidos y un comienzo de identificación revolucionaria con ellos. "Como en Hamiet, el protagonista es derrotado, no por sus enemigos, sino por la historia". "La experiencia y significación de la obra no pueden caber dentro de los límites de] pensamiento social del siglo X IX " (Kettle).

Por eso es que Shakespeare resulta contemporáneo nuestro. Después de las dos panguerras de nuestro. siglo —dos caídas bastante más vertiginosas que las del viejo Lear— nosotros podemos advertir con mejor ojo el alcance de su actitud y sus palabras.

— 9—

¿Es que ci esplendor solar de Shakespeare carece de manchas? Se dice: a) que sus concesiones en las obras de juventud a la retórica de moda son llevadas a veces hasta caer en ló cursi o en lo majadero, para no contar las 122


imitaciones y los plagios del que es maestro del verbo humano entre todos; b) que su versión de la vida campesina de la época en Cuento de invierno peca de falsedad romántica al olvidar que el hambre en tierras de nobles y burgueses había doblegado al siervo medioeval hasta trocarlo en terrón, digo en esclavo; d) que él también, como los demás, cayó tal cual vez en reverencias de gran chambelán a los magnates; e) que los prejuicios sobre la superioridad de la sangre noble no fueron siempre superados del todo; f,) que hay medioevo y antidernocracia en él como creyó ver Whitman. Es más cómodo que justo cerrar los oídos a tales objeciones, pero lo de pasmarnos no son sus concesiones a los prejuicios o a los poderosos del día sino el que. por encima de todo eso, no ic haya temblado el pulso para poner en la picota. para todos los tiempos, los crímenes, traiciones y rapiñas de reyes y cortesanos y los más acreditados prejuicios religiosos. morales o de casta. Shakespeare se anticipó a Spinoza y a Goethe en una sabiduría que no es una meditación para la muerte sino para la vida. Pero ninguno de esos dos hombres inmensos sintió como él en sus venas el pulso del mundo lo cual. frente al aciago fin de nuestra carne, no le vedó buscar en ei espíritu el solo modo de redención e inmortalidad posibW para nosotros: Buy terrns divine in selling hour of dross. ("Compra bienes divinos vendiendo instantes de escoria—) Y bueno es también recordarlo en días en que la poesía viene perdiendo contacto con el porvenir, que en 123


sus últimas obras parece presentir días en que una concepción más libre de la vida hará del arte mismo una simple ayuda para el ensanchamiento del alma.

- 10 Lo que Landawer llama pesimismo y Kott negación de todo sentido al devenir histórico nos parece a nosotros, que es en Shakespeare la necesidad de impugnar con el máximo de fuerza y eficacia el estancamiento fangoso de una sociedad acegada por el fanatismo de la ganancia y el poder. Jaqueado por las convulsiones genocidas de su tiempo y los anteriores, Shakespeare se mostró enemigo de la anarquía, pero, en sus obras de la madurez, jerarquía y autoridad devienen cada vez más sinónimas de tirania, y el sentido de comunidad o fraternidad parece volverse lo shakespeariano por antonomasia: Hombre alguno es dueño de nada Hasta que hace partícipe de su riqueza a los otros. (Ulises a Aquiles en Troilo y Crésida) "Shakespeare se adentra con un amor sin par por los hombres que forma —confiesa Landawer—; sentimos su honda admiración y simpatía por las más arcanas riquezas del alma". Contestando al pesimismo radical sobre el devenir histórico que es de Kott pero que él transfiere a Shakespeare, dice West: "Qué fundamentos existen para la certidumbre de que la victoria es imposible? ". ¿Acaso no se tuvo durante siglos por blasfemia la redondez y la doble danza de la tierra en el espacio? ¿Acaso el mono 124


no resolvió un día hacerse hombre, hazaña mucho más peluda? ¿Por qué el pensamiento, el sentimiento y la acción de bracete no pueden remodelar nuestro destino? Shakespeare, como los pensadores de Jonia, tuvo sospecha si no conciencia de la entraña dialéctica de lo que existe, y de que no hay contradicción sino aparente entre permanencia y cambio. W e know what we are, but know not what we may be ("Conocemos lo que somos, pero no lo que podemos ser".) Como Anaxiinandro o Heráclito, o el persa Kayam, sintió antes que los modernos el juego de transfiguración sin tregua de las formas externas e internas del mundo: W hy may not imagination trace the noble dust of A lexander tul he find it stopping a bung-hole? ("Por qué la imaginación no podría seguir las cenizas de Alejandro hasta hallarlas tapando la boca de un barril? ") (Hamlet, act. V, esc. 1).

-11-Shakespeare comenzó a ser conocido en Europa en el siglo XVIII, como algo genial, pero irredimiblem ente bárbaro, o sea, casi fuera de las reglas del arte. Tampoco fue descubierto del todo décadas más tarde por Goethe y sus traductores alemanes, ni tampoco en el siglo XIX en que la concepción burguesa del destino humano llega a su pleamar mirándolo todo a través del aumento de la producción... ¿Shakespeare? Una especie de fuerza sal125


vaje de la Naturaleza. Sí, pero empeñado en mostrar que la ley de manantial bondad y amor a sus semejantes escrita en su corazón es entre sus virtudes, como el diamante entre las gemas. "El viraje de la acción humana comienza cuando el criado desenvaina la espada contra la inhumanidad de su amo", dice West al recordar que sólo Coleridge, tal vez, midió a Shakespeare por dentro hace un siglo y medio, admirando en él "el poder de alter et irlg m, de yo mismo y mi vecino. . .". contrapuesto "al poder actual de nuestra sociedad. cuando los obreros de las fábricas son mecanizados y trocados en máquinas para la producción de nuevos hombres ricos, violando así ci sagrado derecho reconocido por todas las leyes humanas y divinas. . . de que una persona jamás debe ser trocada en cosa", (.4/ik ftest).

Es decir, Coleridge creyó ver a Shakespeare asomado a la ventana que da hacia el futuro, digo a la revolución social hoy en marcha. O sea el presentimiento de que el aventurero que hace un millón de años, o más, se irguió verticalmente por fuera puede sin duda hacerlo mañana por dentro. Arnold Kettle estima la caída de Lear como un ascenso hacia los sentimientos de confraternidad y colaboración humanas. "No quiero decir que Shakespeare sea un precursor de Engels, pero usa en el mismo sentido la palabra necesidad". Y del acto IV, escena 6 de El rey Lear: "Contiene una de las críticas sociales más hondas y agudas de todo Shakespeare y aun de cualquier autor". Ya puede sospecharse hasta dónde erró por su cuenta el gran Whitman al ver en Shakespeare una especie de antidemocrático abanderado del Medioevo. 126


Así aparece Shakespeare a los ojos de nuestro siglo y de sus intérpretes, según venirnos viendo. Un alguien que miró con inatajable mirada la Naturaleza (tal vez fue egipán con su avatar anterior) y las almas, y el impulso hacia lo alto de la llama, la savia. Ja marea y nuestra sangre y nuestros sueños, e inauguró la oceanografía del corazón humano, pues aupado por el espíritu, nuestro ojo puede más que microscopios y telescopios. Escultor, el más profundo quizá, de la grandeza y la miseria humanas, advirtió que si el ideal hunde su raíz en ultratumba y no en lo real deviene un flato, y que en la pupila humana hay una luz más avizora que la del sol y la que refleja el ojo del águila o el búho. Y detectó el movimiento y el cambio ascendente de todo y una posible etapa inédita del hombre en, el itinerario de la historia, esto es, un salto liberador sobre su fatalidad, sobre ese pasado que no acaba de pasar, en que los Ricardo III, Macbeth y Enrique VIII y demás chacales con peluca de león, siguen reproduciéndose como hongos. Y que si, como aún ocurre, el hijo de Adán sigue dando la espalda a la misericordia y a la libertad, todo lo demás —ciencia, religión, arte— no pasará de pompa fúnebre. La grandiosa audacia de su visión no cedió a la de su verbo.

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