Metamorfosis 47 "50 aniversario"

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Directorio M.E. Luis Alberto Fierro Ramírez Rector M.A.V. Raúl Sánchez Trillo Secretario General M.L. Ramón Gerónimo Olvera Neder Director de Extensión y Difusión Cultural Dr. Armando Villanueva Ledezma Director de la Facultad de Filosofía y Letras Dr. Jorge Alan Flores Flores Secretario de Extensión y Difusión, FFyL CONSEJO EDITORIAL Dr. Jorge Alan Flores Flores Director Lic. José Alfredo Caro Espinoza Secretario Luis Fernando Rangel Flores Asistente David Armando Córdova Prado Asistente Dictaminadores: Dra. Angélica Sandoval Pineda Dr. Frank Malgesini Burke Dr. César Sotelo Gutiérrez Dr. Tomás Chacón Rivera Dr. César Santiesteban Baca Dr. Arturo Rico Bovio Dr. Alberto Pérez Piñón Dr. Gerardo Ascencio Baca Dr. Javier Contreras Orozco Dr. José Romo González

Metamorfosis. Nueva época. Año 50. No. 47 enero-junio 2018. Es una publicación semestral editada por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Calle Escorza #900. C.P. 31000, Chihuahua, Chih. Tel. (614) 439-1500 ext. 3825. www.ffyl.uach.mx / metamorfosis@uach.mx. Editor responsable: José Alfredo Caro Espinoza. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 042012-032913383000-102 ISSN: 2007-6525, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Impresa por Unidad Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras, Rúa de las Humanidades s/n, Campus Universitario I, C.P. 31100, Chihuahua, Chih., este número se terminó de imprimir el 7 de octubre de 2018 con un tiraje de 500 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Fotografía de portada: Alfredo Caro. Modelo de portada: Reynaldo Parra.


Editorial E

n 1968, en medio de una ola de movimientos sociales, estudiantiles, obreros y feministas que sacudían no sólo a México, sino a gran parte del mundo, surgió en Chihuahua una revista impulsada por el alumnado de la entonces Escuela de Filosofía y Letras para sumarse a esa búsqueda de voz dentro de la vida política y social de su entorno. Con la participación de diferentes docentes e invitados, poco a poco se fue gestando una revista que significaba un espacio para los jóvenes, para sumarlos a la participación activa en el cambio que se daba en un momento tan crucial de la historia. Hoy, 50 años después, esta revista sigue siendo un espacio importante para las inquietudes creativas y académicas de la población universitaria, reuniéndolos bajo una sola voz y creando un espacio de diálogo. Año con año, y atravesando por diferentes etapas, la revista Metamorfosis ha ido sumando a su acervo grandes participaciones y momentos en los que ha servido como una plataforma. Con diversos cambios en su formato y su contenido, la revista siempre ha buscado ofrecer una propuesta atractiva para sus lectores y es precisamente en este cincuenta aniversario que otorgamos un número que recorre todos esos cambios y esas voces. Esta edición reúne el trabajo de cincuenta años en los que se ha contado con la participación de alumnos y jóvenes que a lo largo del tiempo se han formado como grandes académicos y artistas, con ecos importantes en el quehacer cultural de nuestro tiempo. Sirva pues este número para festejar tantos años de vida e historia y seguir por el camino que hemos trazado. Dr. Jorge Alan Flores Flores Director del Consejo Editorial de Metamorfosis


Apuntes sobre la portada

E

n mayo de 1968 se publicó la primera edición de la revista Metamorfosis. También en ese mes y año el mundo conoció una de las portadas más icónicas en la historia de la producción editorial. Fue en abril del 68 que George Louis insistía a un hombre llamado Cassius Clay de nacimiento, pero rebautizado y consagrado como leyenda del boxeo bajo el nombre de Muhammad Ali, que posara para la portada de mayo de la revista Esquire. Ali, convertido al Islam, era reacio a aceptar la propuesta de Louis de posar emulando la representación hecha por Andrea Mategna del mártir cristiano San Sebastián. Luego de persuadirlo por medio de su hijo Elijah, quien consideró la idea una publicidad extraordinaria, Ali aceptó. Aquella portada, fotografiada y diseñada por otra leyenda, Carl Fischer, significó no sólo el más grande símbolo del boxeo posando para una revista y una estrategia publicitaria sin precedentes, sino una evocación que, a pesar de parecer contradictoria y precisamente por ello, representaba a los mártires de toda raza, religión o ideología. Ali se rehusó a participar en la guerra de Vietnam, razón por la que fue arrestado por evasión de responsabilidades; perdió sus títulos y entró en una suspensión durante dos años, luego de los cuales continuaría con su carrera. Aquella fotografía, además de una representación, fue literalmente el retrato de un mártir, amenazado y reprimido por su fe.


En Metamorfosis quisimos hacer un homenaje a este hito del diseño tras descubrir esta coincidencia en su fecha de publicación y el inicio de nuestra revista. Pero además de estas coincidencias existe otra que nos motivó a poner todo nuestro empeño para que esta edición funja como otro memorial de la tragedia. El 2 de octubre del 68 quedó grabado en la conciencia colectiva de nuestro país como un acto de atrocidad y barbarie que, por supuesto, no se olvida. La portada de la presente edición es un esfuerzo para conmemorar a los mártires de Tlatelolco. Recreamos la imagen de Ali en representación de las víctimas de la masacre en la Plaza de las Tres Culturas, con la ayuda del equipo de Servicios Editoriales de la Facultad de Filosofía y Letras y de Reynaldo Parra, quien participó como modelo. A ellos extiendo mi sincero agradecimiento.

Ya que las palabras no alcanzan para expresar ni mitigar un dolor tan grande, a 50 años pretendemos que la imagen sirva de apenas un símbolo, como lo fueron San Sebastián y Muhammad Ali, un atisbo de esperanza. José Alfredo Caro Espinoza Editor


Contenido Cosecha Entrevista a Carlos Monsiváizzs Enrique Macín

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Propuesta para un rescate crítico de la cultura latinoamericana Arturo Rico Bovio

14

Moctezuma II. La tragedia nacional Manuel Talavera

18

¿Han variado las relaciones entre la filosofa y la ciencia moderna? Enrique Pallares Ronquillo

22

La nueva novela histórica hispanoamericana César Sotelo Gutiérrez

26

Reflexiones en torno al hombre Bertha A. Falomir Ruiz

31

Tragaluz La ilustración como dinámica visual en la obra editorial Victor Manuel Cordóva Pereyra

40

Stilus Instituto Zoológico Tomás Chacón Rivera

55

El oficio de pensarte Humberto Payán Fierro

60


Aquí se está mejor que enfrente José Antonio García Pérez

66

El encanto de volver José Fuentes Mares

70

Música para un cuerpo (fragmento) Rogelio Treviño A Mohamed Ali Gaspar Gumaro Orozco Raptus / Éter José Vicente Anaya Mujer dándole de comer a las gaviotas Enrique Servín Poemas Elsa Cross

72 74 78 80 82

Tres poemas Luis Nava Ciudad que despierta a lo lejos Reyna Armendáriz Aforismos Luis César Santiesteban Baca

86 88 90

Trans Filosofando desde el desierto David L. Hall / Traducción de Federico Ferro Gay

96

El lector, variación libre de Der Leser Rainer Maria Rilke / Traducción de Erbey Mendoza Negrete

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Matinee Frank Malgesini

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Entrevista a Carlos Monsiváis Enrique Macín Enrique Macín: Señor Monsiváis, usted que es cono­ cedor profundo de la poesía contemporánea, ¿qué opina sobre el Premio Nobel que se la ha otorgado a Vicente Aleixandre? Carlos Monsiváis: Una pregunta de esta índole necesariamente remite a un lugar común que es destacar la importancia del premio Nobel, en cuanto a que se le ha suscitado una competencia de la cual varios luchan por resultar cada vez mejor. Si el Premio Nobel se despoja de su carácter mítico al que finalmente nada mellan las continuas críticas anuales, y si al Premio Nobel también se le quita su carácter de evaluación –de quién es mejor en una competencia– el resultado que queda es finalmente interesante. La poesía de Aleixandre es una poesía interesante. Sé que el término “interesante” es muy devaluador y en ese sentido lo he usado. Una poesía como Espadas como labios, me resulta fácil de leer pero muy difícil de evocar como atmósfera literaria, y si cedo a la tentación de evaluar también competitivamente a quienes ha dejado de lado esta premiación, de los escritores de habla hispánica, encuentro por lo menos dos hombres de primer orden: Jorge Luis Borges y Octavio Paz. Estos dos, desde mi punto de vista de lector, me resultan muchísimo más dignos de notoriedad y de obtener el Premio Nobel; al mismo tiempo más capaces de desentenderse de esa notoriedad puesto que ya previamente la han acumulado, incluso Borges. Yo encuentro que la obra de Borges en este momento es la obra más perfecta, más rica y más sugerente y más estimulante de la lengua, y encuentro que la obra de Paz, con todas las oposiciones que uno pueda tener frente a sus tratamientos ideológicos, también de una enorme brillantez e importancia. Ahora bien, de los es­cri­tores españoles sin duda Aleixandre actualmente si­gue siendo el mejor poeta.

EM: ¿Cree usted que la postura surrealista que tuvo Vicente Aleixandre en sus obras que usted ha mencionado, Espadas como Labios y Pasión de la Tierra, influyeron en el otorgamiento de dicho premio? CM: No, yo creo que son situaciones de toda índole. Yo no pienso que el surrealismo, que es un movimiento ya tan fechado históricamente, pueda traer intereses jugados. Creo que aquí lo que se premia un poco es la nacionalidad, la situación del país dentro del panorama mundial, la necesidad de ir repartiendo un premio en los países de habla hispana, que está cobrando cada vez mayor importancia como lengua literaria, y que si se tratara de premiar a un español es más avocada la de Vicente Aleixandre. Los más fuertes de su generación están ya muertos, excepto Rafael Alberti que tenía muchos problemas por la posición política y, además, me parece un poeta inferior, francamente es un poeta inferior a Aleixandre. De Alberti me gustan mucho sus dos o tres primeros libros, pero en lo demás se me hace lo que se llamaba antes eufemísticamente un poeta menor, y después hay un lapso de veinte a veinticinco años en que no se produce casi ningún poeta de consideración. Después de Aleixandre quién más me interesa en España es Jaime Gil de Biedma. Puede tener unos cuarenta y cinco años y por lo tanto todavía distante de laureles, coronas y premiaciones. EM: Pasando al campo de la novela, ¿piensa usted que la novela mexicana en técnica y temática está a la altura de la novela latinoamericana? CM: Bueno, yo creo que sí hay cánones que ciertos li­bros establecen. Estos libros son en este momen­to la­ novela hispanoamericana Rayuela de Cortázar y La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes y Tres Tristes Tigres de Guillermo Cabrera Infante, Cien años de soledad de Ga-


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briel García Márquez. Esa es mi muy personal opinión. En el nivel de esas novelas y de un modo muy singular y muy poderoso también hay que ubicar a Pedro Páramo de Juan Rulfo. Me parece que si he elegido estas cinco novelas como las que más me importan, no lo hago por un criterio nacionalista que de cinco incluya a dos mexicanos, que realmente creo que hay ahí poderío verbal, una enorme capacidad imaginativa y la capacidad de construcción de personajes de mundos, de alusiones, de explicaciones de signos, etc. Creo que es un momento de enorme movimiento en la literatura hispanoamericana; pero no siento que sea un gran momento de la novela en los últimos 10 años. Se han producido fracasos tan considerables como Terra Nostra de Carlos Fuentes o el Libro de Manuel de Julio Cortázar, que son dos libros malos de dos excelentes escritores. Han accedido al interés público lo que antes hubiera sido literatura francamente marginal como obra de Severo Sarduy o Boquitas pintadas y La traición de Rita Hayworth de Manuel Puig. Se ha intentado una literatura de realismo social que en general ha fracasado literariamente, como se dio en el caso de gente cuya intención política es inobjetable pero cuya capacidad literaria me parece todavía muy discutible, como sería: Hombres a caballo de David Piñas y La tregua de Mario Benedetti. Entonces, en esta confederación donde grupos literarios más interesantes son los que antes hubiera sido literatura decididamente marginal y donde los fracasos más notables oscilan entre la alta retórica de Carlos Fuentes y el realismo socialista de Benedetti; me parece que el campo queda bastante desnivelado. Yo pienso que la narrativa mexicana padece también de esta crisis y que en los últimos años no se han publicado novelas que ni remotamente están en el nivel de Pedro Páramo o de La muerte de Artemio Cruz. Han surgido nuevos novelistas pero todos se agotan en algo que, o es costumbrismo, o es literatura del hastío de la clase media, o es realismo Fuentes y el realismo socialista de Benedetti; el que más lejos ha ido con una capacidad narrativa y un vigor en materia de renovación de cánones, ha sido José Agustín; pero él mismo ha llevado una carrera muy desigual al lado de dos libros muy recomendables y muy legibles como: De perfil y Se

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está haciendo tarde. Tiene desastres como Inventando un sueño y el último libro cuyo nombre se me escapa, que son excesos y lamentaciones de un estilo de vida ya liquidado que intenta imponerse como visión totalizadora. Siento que la literatura mexicana está al nivel de la literatura latinoamericana en este momento pero también en el sentido de establecer la crisis narrativa y de establecer la razón de caminos que necesariamente vino después de la exaltación y estrépito del público. EM: Hecha la objeción y tomando en cuenta lo que ha dicho usted sobre Carlos Fuentes, ¿cree usted que él es merecedor del premio Rómulo Gallegos? CM: Sí, pienso que la obra de Carlos Fuentes en con­ junto es muy importante. Ha sido un organizador cultural infatigable y un escritor de verdadero talento. Yo puedo discrepar de la construcción literaria de las novelas de Fuentes y puedo decir que ninguna novela me llega a gustar totalmente, pero es indudable que hay páginas magníficas y que verdaderamente Fuentes ha escrito doscientas o trescientas páginas de lo mejor de la literatura mexicana. Ahora, lo que sucede es que Fuentes mezcla mucho al escritor con el personaje, y el personaje está en un momento de baja social. Toda su actuación durante el sexenio de Echeverría, toda su renuncia a una posición de izquierda que había mantenido su enfrentamiento con la Revolución Cubana, su señalamiento de Echeverría como la única esperanza del tercer mundo, etc., son cosas que no le han procurado enormes ventajas dentro de los lectores jóvenes, que son lectores fundamentalmente del país. Yo creo que habría que hacer de lado las consideraciones personales y ver a Fuentes como a esa formidable máquina de energía que ha hecho posible mucho del espacio literario que actualmente se dispone en México; yo creo que a Octavio Paz, a Fuentes, a Fernando Benítez, a Juan Rulfo y a Jaime Sabines, debemos en lo fundamental el espacio literario de que ahora gozamos. EM: Se dice que el teatro en México está en crisis, ¿piensa usted eso o cree usted que hay autores teatrales de categoría en México? CM: Al menos que estén hospedados en Cuernava­ ca y yo no sé quiénes son, no creo que haya autores de tea­­tro que­a mí me resulten importantes. Creo que el teatro mexicano no está en crisis, creo que está


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f­ rancamente muerto, esa es una opinión muy personal que emito con una timidez que parece como terrorismo, pero el caso es que si uno hace una revisión de los escritores de teatro mexicano, descontando: El grupo de los Siete, la década de los veinte, Federico Gamboa, o Marcelino Ávalos, etc., que son autores que yo incluso he intentado ver y he sido rechazado y derrotado cada vez que me he propuesto tal hazaña del comportamiento; nos encontramos con que lo que se considera del punto de partida del teatro mexicano del siglo XX es Rodolfo Usigli. Este es un escritor que en este momento ya francamente no resiste. El teatro es uno de los géneros que más envejece, eso sucede con Eugene O’Neill y eso le ha sucedido, pero ya en el sentido de la debacle, a Rodolfo Usigli. Yo creo que obras como “El niño en la niebla”, “Jano tiene dos caras”, “Corona de sombras”, “Corona de lágrimas”, “Corona de fuego”, son francamente hilarantes en un sentido que Usigli no se lo propuso. Hace cuatro años se montó por primera vez, o de nuevo, no sé, “Las madres” y ya era imposible resistir el primer acto, era una tal sucesión de lugares comunes, de diálogos torpes, de pretensiones de tipo sociológico a través de personajes que venían más bien del cine mexicano más típico, que uno decía, ¿dónde está la fama de Usigli? Vuelvo a leer a Usigli y encuentro la guía de dramaturgos, encuentro su historia del teatro mexicano, encuentro el prólogo al “Gesticulador” como intento de ser el Bernard Shaw mexicano y veo ahí, a un tipo de inteligencia muy mediana que se montaba en los descubrimientos de ensayistas y filósofos del momento y que pretendía a través de ellos establecer una doctrina, ahí sí francamente terrorista de lo que era el mexicano, y de por qué el mexicano debía entender que su teatro representaba lo que él necesitaba. Creo que el proceso de Usigli es muy claro. Usigli es un hombre que describe en sus prólogos y en sus entrevistas y en su interpretación del teatro lo que quiere que la gente diga de su teatro. ¿Qué pasa con “El gesticulador”? Que en un momento de crisis teatral se interpreta como crítica política y como audacia, la idea de alguien cuestionando la Revolución Mexicana en el momento en que se estrena “El gesticulador”, que me parece que es el 47. Suena francamente heterodoxo y digo de todo aplauso y recomendación, que vuelvo a Fotografía del archivo histórico de la Facultad de Filosofía y Letras. De izquierda a derecha: Enrique Pallares, Carlos Monsiváis, Enrique Macín.

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ver “El gesticulador”, veo al personaje de César Rubio y se verá que está sustentado en un solo trazo anecdótico que no me da cuenta de cuál ha sido el proceso de la Revolución Mexicana y si industrializa lo que ya entonces empezaba con mucha fuerza dentro de la clase media, que es el mito de la corrupción. Ahora, después de Usigli, hay una generación de dramaturgos que prohija Salvador Novo, hago excepción de Xavier Villaurrutia, porque como dramaturgo me parece lamentable, así sea un extraordinario prosista. Estos dramaturgos que Novo prohija, precisamente Emilio Carballido y Sergio Magaña, son finalmente lo mejor que ha quedado de todo el teatro mexicano en lo que va del siglo. Magaña tiene una obra que ahora se puede ver como un costumbrismo un tanto rosa, “Los signos del zodiaco”, pero que en su momento fue realmente importante y que cuajó personajes, que cristalizó personajes bastante buenos, lo mismo puedo decir de “Moctezuma Segundo”. Carballido nunca tuvo esa fuerza de Magaña, sin embargo, siento que su teatro de alguna manera es bastante eficaz en cuanto a movilización del espectador; ahora, después de Carballido y Magaña, ha habido una serie de dramaturgos, cuya fortuna se ha debido a la ausencia total de crítica en México. Piensa en Luisa Josefina Hernández y Jorge Ibargüengoitia, que me parece un buen narrador, pero un pésimo dramaturgo. Y ya ahí me detengo porque lo otro sería hablar de una serie de seudovalores del infracomercio como Luis G. Basurto, Humberto Cantón, Rafael Solana, Hugo Argüelles, que no parece que tengan el menor interés literario y que pertenecen más bien a la índole de comentarios en la sección de radio y televisión de cualquier período, no tienen que ver con la cultura; han industrializado unas cuantas fórmulas del melodrama del XIX y se han aprovechado también de la falta de crítica y de la ausencia de educación teatral del público para colocar esa mercancía que en cualquier sitio donde hubiera una mínima tradición teatral no sería montada ni siquiera por un grupo de ciegos, sordos y mudos. EM: Maestro Monsiváis, mencionó usted al desaparecido maestro Salvador Novo y tengo entendido que escribió algunas obras de teatro, ¿cuál es su opinión sobre Salvador Novo como autor teatral?

CM: Mire, yo admiro mucho la obra de Novo. Es un escritor mexicano que más he leído y cuya influencia más me interesa; de la obra de Novo yo excluyo el teatro. Realmente estuvo en una de esas imposiciones culturales de la época en que todo mundo tenía que ser poeta, ensayista y dramaturgo para sentir que se diversificaba. Creo que las obras de Novo son en general penosas y nacieron ya anacrónicas; pienso que es una obra como “A ocho columnas” y “La guerra de las gordas”, “Cuauhtémoc”, etc. Siento que ya son de una manera inmontables. Creo que lo mejor del teatro de Novo queda en los diálogos por un lado y en algunos apuntes de casi cien artículos, que valdrían la pena rescatar, obras en un acto, los diálogos (algunos) siguen siendo ingeniosos e interesantes; la mayor parte ha sufrido el destino del costumbrismo que ya para un lector actual, no tiene nada que hacer; por ejemplo: ¿qué le dice a un lector el diálogo actual entre Sor Juana y Pita? o, ¿qué le dice a un lector actual el diálogo entre Diego Rivera y una estudiante norteamericana de pintura? Todo esto está ya muy pasado, sin embargo, algunos otros de los diálogos sí creo que tienen fuerza en el sentido de movilización del ingenio. Creo que a Novo le perjudicó mucho el deseo de ser como Oscar Wilde en el manejo del diálogo, y lo que le daba en el ensayo, en el artículo, en la espléndida prosa que escribió, no lo dio en el teatro. Yo creo que está muy lejos todavía del teatro latinoamericano, de dar una obra de la perfección de “La importancia de llamarse Ernesto”. EM: Maestro, ¿qué tiene usted en preparación y qué tiene en próxima publicación? Nos interesaría saberlo. CM: Estoy a punto de ser un bestseller prodigioso; hice unas doscientos cincuenta cuartillas para la “Historia general de México”, del Colegio de México, son notas sobre la cultura mexicana del siglo XX y ahora la Secretaría de Educación Pública va a empezar una edición de cien mil ejemplares. Por primera vez en mi vida y supongo que por última, seré un autor popular, esta obra ya tiene dos ediciones del Colegio de México, pero claro, de cuatro a cinco mil y… Y cuando los alumnos empiecen a protestar por la baja calidad de los textos será demasiado tarde. Por otra parte, hice un libro de crónicas históricas, periodísticas históricas (no sé cómo llamarlo), que se llama Amor perdido, que se publicó ya, y la edición se agotó y ahora saldrá


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en enero una segunda edición corregida y aumentada, y sale también ahora en Posada, un libro de parodias llamado Sabor a PRI. Todo es parte de una actividad muy dispersa, pero que en los últimos años se ha concentrado en el trabajo que un grupo de nosotros hace en el Instituto Nacional de Antropología, en el Departamento de Investigaciones Históricas, y ya para culminar esta serie de instituciones mencionadas, en el Seminario de Historia de la Cultura Nacional del Departamento de Investigaciones Históricas del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Ahí hemos hecho ya tres libros colectivos y han salido otros que me parecen realmente importantes tales como Se llamaba Vasconcelos de José Joaquín Blanco; La frontera nómada de Héctor Aguilar Camín. Está en prensa un libro sobre Alfonso Castañón y próximamente saldrá una revista literaria, cultural, científica y de ciencias sociales que se va a llamar Nexos, todo como parte de este seminario. Parece que ha sido muy intenso el trabajo que hemos hecho, que puede resultar eficaz y puede no resultarlo. El problema es intentar un trabajo ambicioso, en un momento especialmente lánguido y melancólico de la cultura mexicana.

(Publicado originalmente en Metamorfosis No. 9 / 1978)

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Propuesta para un rescate crítico de la cultura latinoamericana1 Arturo Rico Bovio 1.- América Latina, mundo abierto a la interrogación. Próximos a cumplir medio milenio del arribo de los es­pañoles al Nuevo Mundo, los latinoamericanos­­nos de­batimos ante un nudo de problemas sin aparentes respuestas. El presente nos resulta económica, política y socioculturalmente insatisfactorio. La pobreza extrema y la explotación inmisericorde de amplios sectores sociales, aunados al endeudamiento progresivo de nuestros países y a la subordinación cada vez mayor respecto de capitales internacionales y centros de poder y decisión extranjeros, cuestionan nuestro futuro. Los cambios re­cientes en el bloque soviético y el descalabro de la experiencia sandinista nos lleva al desconcierto del pensamiento utópico, pues ahora, ¿qué? Aun cuando nuestras experiencias políticas y culturales difieran en más de un aspecto, coincidimos en el origen violento de la Conquista que nos instituyó el ser, en el hilo conductor de la dependencia y en un común anhelo de libertad. Las claves para constituir una conscien­cia crítica latinoamericana que podría brin­darnos las soluciones buscadas sigue encontrándose -como todo lo humano- en el lenguaje, en la construcción de­los conceptos-herramientas a través de los cuales habre­mos de asimilar nuestra historia y de elaborar -¿por qué no?nuestro propio camino. En medio del diálogo requerido para obtener nuevos instrumentos para desentrañar y transformar nuestra realidad, debemos efectuar una puesta en común, un aportar nuestras categorías para su discusión y aquilatamiento. Dentro de esta tesitura concurro a sujetar a debate en forma programática las tesis siguientes: 2.- La perspectiva de la corporeidad. 2.1 Por “cuerpo” entendemos no sólo una realidad fí­ sica, sino la totalidad interactuante de capacidades y ne-

cesidades naturales bio-socio-personales, a las cuales nos referimos como “valencias” del cuerpo. 2.2 El hombre como cuerpo es una respuesta evolutiva al Mundo y por lo mismo se encuentra en perpetuo coloquio con el entorno. Inconscientemente, por la influencia del medio ecológico en los ritmos orgánicos; conscientemente, por ser el espejo en el cual se miden y reconocen, donde se ejercen y satisfacen nuestras valencias corporales. 2.3 Las valencias biofísicas del cuerpo tienen que ver con la subsistencia individual, soporte de las restantes. En su proyección social dan origen a los diferentes sistemas de producción y distribución de los bienes o satisfactores. 2.4 Las valencias sociales del cuerpo se refieren siempre a otro humano como resolutor de urgencias y disposiciones y por consecuencia fundan todas las formas de comunicación. Su interpretación cultural genera pautas reguladoras de las relaciones humanas e influye determinantemente en el manejo de las valencias biofísicas. 2.5 Las valencias personales del cuerpo son impulsos y aptitudes para el desarrollo pleno de cada humano bajo modalidades diversas de creatividad. Se expresan a través de la autoconsciencia, la imaginación y los valores, y tienen el carácter de aportaciones a los espacio-tiempos personales de los demás. Por tanto recuperan y revaloran los niveles anteriores de las valencias corporales. 2.6 El cuerpo humano en movimiento genera la cultura como una interpretación de sí mismo, en la búsqueda colectiva de la satisfacción de las necesidades. El resultado son diferentes espacios y tiempos inscritos en la dinámica de la comunicación. 2.7 Las entidades culturales pueden ser fallidas o acertadas en su correspondencia con las valencias corporales cuya interpretación procuran. Si es lo primero, perjudican al cuerpo, de menos a más; si lo segundo, son con-

1  Ponencia presentada en el I Congreso Internacional de Filosofía Latinoamericana. Cd. Juárez, Chih., 1990.


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diciones para el desarrollo humano. A la vez tienen un efecto de rebote en el ambiente natural. 2.8 Corporalmente, los valores son la expresión conceptual de las necesidades naturales y corresponden a los tres sectores señalados. Su orden de fundamentación evolutiva va de lo biofísico a lo social y a lo personal, pero su jerarquía de significación para el hombre es a la inversa: los valores de la persona son los más altos, por suponer e incluir a los demás y por el hecho de ser exclusivamente humanos. 2.9 La dominación, la explotación y la alienación del hombre son el resultado de situaciones socio-culturales de dependencia, donde uno o varios individuos o grupos humanos manipulan la satisfacción y el ejercicio de las valencias corporales de otro u otros, impidiéndoles su pleno desarrollo. Dichas formas de interacción constituyen reducciones de seres humanos a la condición de meras extensiones corporales de sus captores, sin reconocimiento a su alteridad corporal. 2.10 La liberación, traducida en términos de corporeidad, significa la ruptura de cualquier condición individual o colectiva de dominación, explotación o alienación humana, por obra de aquellas medidas que permitan al

sujeto oprimido recuperar el control de su proceso de autorrealización. Admite así grados y se aprecia en el nivel de las valencias personales o de personalización singular y grupal. 3.- La alienación corporal de América Latina. 3.1 Sin excluir otras secuencias alienantes propias de los pueblos prehispánicos, la Conquista instauró un sistema de negación a la corporeidad de los conquistados, al imponerles interpretaciones culturales oriundas de entornos, ritmos y tradiciones históricas distintas. 3.2 La imposición de un modelo corporal se facilitó por ciertas similitudes geográficas y creenciales, pero por ser el resultado de un acto de fuerza configuró simbólicamente la pérdida cultural del propio cuerpo para los pueblos que de ahí emergieron; es decir, de la imagen vívida, experimentada y traducida conceptualmente, para ser transmitida y reformulada por la siguiente generación. 3.3 Así se dilucida una larga historia de inseguridad cultural facilitadora de las aventuras colonialistas de otros países: la adopción crítica de costumbres europeas y norteamericanas o, lo que es lo mismo, apuntalamiento de una débil autoconsciencia corporal con la imitación

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de la corporeidad ajena. Por ende, pese a las luchas de independencia, se cayó en otras formas de sujeción económica, política y cultural alienantes y de subordinación. 3.4 Este proceso explica el lento crecimiento de nuestros pueblos; la alienación corporal de toda una cultura frena la creatividad que es condición del progreso, al igual que en el horizonte social interno, la desigualdad de clases impide al sector mayoritario de la población encontrar el impulso para un desarrollo integral. 3.5 Nos encontramos por lo tanto ante una carencia colectiva del puente natural entre el cuerpo que somos y la cultura que detentamos: el usufructo de una interpretación del cuerpo generada desde una experien­cia y a par­tir de las necesidades y capacidades vividas, pues­­tas a prueba en la confrontación con el medio ecológico. Una manera, pues, de exponer el problema de la identidad. 3.6 La explotación de un modelo corporal por parte de la sociedad norteamericana es, a su vez, el resultado del otro lado de la historia: la ratificación y traslado de la experiencia original de la negación de la corporeidad ajena, en la exterminación-confinamiento de los grupos

indígenas y la edificación consecuente de un régimen esclavista más firme y de mayor permanencia que el la­ ti­noamericano. 3.7 El manejo comercial de las relaciones con América Latina no es sino una variante del mismo prototipo: el doble mercado de insumos y productos aplicados al tercer mundo es, muy literalmente, una operación de colonizaje, una demarcación territorial del campo de influencia, la reducción del otro a la condición de extensión del cuerpo propio. 3.8 De allí a la racionalización de las intromisiones armadas en el mundo latinoamericano (o del lejano o­­ri­en­te) hay un corto paso; sólo la corporeidad anglosajona existe en pleno, las demás son únicamente potencialidades redimibles, en tanto asuman sus atributos corporales, modas, ideologías e incluso paradigmas de esteticidad corporal. 4.- Para una evolución del cuerpo. 4.1 La liberación corporal de América Latina requiere, a nuestro juicio, de dos movimientos complementarios: el desenmascaramiento crítico de los modelos de cor-


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4.5 Más que deudores de un pasado al que pudiéra­ mos aferrarnos –como los estados europeos- por su efecto gratificante, el reconocimiento objetivo de las condiciones ambivalentes de nuestro origen y de sus tres principales y constantes raíces; indígena, española y negra, nos abre el futuro como posibilidad de creación, como ámbito para diseñar y sujetar a prueba proyectos utópicos, inéditos. 4.6 En alguna forma la profecía de la Raza Cósmica de Vasconcelos es recuperable en la perspectiva de la corporeidad: quizá una de nuestras aportaciones a la Cultura Universal (ya prefigurada en la Filosofía de la Liberación) puede ser la postulación de una nueva propuesta sobre el cuerpo, conciliadora de lo semejante y lo diferente, de lo universal y lo específico a cada grupo humano e incluso a cada individualidad. Esto nos exige, esto nos urge, a implantar una sólida y multidisciplinaria crítica de la corporeidad.

poreidad alienantes y la edificación de nuestra propia representación corporal. 4.2 Nos favorece, por paradójico que parezca, la profunda experiencia de la pérdida de la autoimagen corporal. Conocemos, como pocos pueblos, la discordancia entre la cultura poseída y substituida varias veces por agentes externos e internos a nuestros Estados y las urgencias y aptitudes propias o naturales, las cuales generan a menudo subculturas o culturas marginales. 4.3 Nos favorece también ese llamado histórico a generar, a partir de lo inexistente, un nuevo paradigma corporal, con mayor apertura a la diversidad humana, pues así es la multiversidad de combinaciones étnicas de nuestras poblaciones y de variabilidad de los entornos ecológicos, lenguas y costumbres, conservadas a contracorriente de la cultura y el idioma castellano oficiales. 4.4 También hemos calado hasta la ignominia los efectos paralizadores de la dependencia en sus profusas facetas y sufrido el habla de la autodenigración, porque a menudo nuestros pensadores han sido apologetas de la imitación de otros países.

5.- Reflexiones finales. Si vamos a reconsiderar las categorías adecuadas para un discurso liberador, contrapartida de una praxis revolucionaria efectiva de nuestras estructuras sociales, estimamos conveniente examinar las propuestas de la filosofía del cuerpo. No de aquella abstracta, fenomenológica, que partió del concepto europeo del hombre como centro y medida de todas las cosas, sujeto absoluto y señor del conocimiento hasta el extremo de instituir al objeto, sino ese otro, vivido en la injusticia y la explotación y por lo mismo consciente de ser a la vez motivo de diversas y contradictorias interpretaciones. Según nos concebimos desciframos el mundo; pero asimismo la historicidad, el ensayo y error de ponernos a prueba, del medirnos con el entorno, va modificando nuestra autognosis, permitiendo una gradual aproximación al mejor conocimiento de nosotros mismos. América Latina –y por qué no decirlo, el tercer mundo– es depositaria de una doble y por lo tanto más completa experiencia: la de la tradición occidental, europeo-centrista y la de este continente condenado a ser la duplicación narcisista de su “descubridor”. Falta concluir la integración desde nuestra perspectiva, de esa otra historia y articularla con la de los restantes rincones geográficos culturales negados de nuestro planeta. (Publicado originalmente en Metamorfosis No. 20-21 / 1991)

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Manuel Talavera Trejo

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Moctezuma II, la tragedia mexicana

l historicismo es una de las vertientes más caudalosas del teatro mexicano. La historia como fuente en el proceso de la creación dramática ha sido más o menos constante en nuestra dramaturgia. Recordemos las figuras históricas de Iturbide y el padre Arenas en la literatura dramática de Fernández de Lizardi; así también la obra de Ignacio Rodríguez Galván, como la de otros románticos, se alimenta de los hechos de la historia. Las obras de mayor éxito de José Peón Contreras, fueron historicistas. En su evolución, esta vertiente ha tenido diferentes maneras de manifestarse: durante el romanticismo interesaba la historia como hecho del pasado; a finales del diecinueve, parece interesarse un poco más por el presente, y adquiriendo intención testimonial sobre todo en la obra de Alberto G. Bianchi y Sóstenes Lira, aunque recurre más a la inventiva que a la historia; durante la revolución se abre más el enfoque del teatro como testimonio, en éste se puede sentar el precedente del teatro documental visto en su faceta periodística. Del teatro testimonial se pasa al teatro antihistórico, tan socorrido por Rodolfo Usigli; y finalmente al llamado teatro documental cuyo principal impulsor ha sido Vicente Leñero. El teatro ha tomado a la historia unas veces con veracidad, y otras con grandes faltas de información, pero se ha servido de ella con el fin de alcanzar una plena identificación con su público. Así pues, la corriente historicista se fortalece y nutre a nuestro teatro partiendo de un proceso de identificación. Entre los autores más destacados aparece el nombre de Sergio Magaña, recientemente fallecido, quien, como otros, encontró que el teatro es más verosímil que la misma historia, pues de ésta, “conjunto de datos falsos, hacemos una obra de arte, que es la única verdad” (“Los Argonautas”, en Teatro. México: INBA, 1967). Sergio Magaña aparece en la escena nacional a prin-

cipios de la década de los cincuentas, como uno de los autores que podría aportar mucho a la dramaturgia me­ xicana. Dentro de la vertiente historicista, su obra más sobresaliente es la tragedia “Moctezuma II”, estrenada en Xalapa, Veracruz, en 1953, bajo la dirección de Dagoberto Guillaumin. La obra toma como anécdota la llegada de Cortés a la gran Tenochtitlan, y está basada, según la afirmación del autor, en Crónica Mexicana, de Alvarado Tezozómoc. Esto es sólo un pretexto para urdir una trama que a través de los hechos históricos, explica los conflictos de un pueblo, mismos que lo llevan al derrumbamiento del poder. Este derrumbamiento como objeto principal de la acción, es producto del odio de los pueblos sojuzgados y de la desconfianza surgida de la actitud confiada de Moctezuma II, quien se convierte en el símbolo de la lucha contra lo inevitable, el centro del conflicto. Moctezuma quiere liberar a su pueblo de la ignorancia y de la superstición; Moctezuma quiere el progreso y la unión de los mexicanos; pero todo lo que consigue es su propia destrucción y la de su pueblo. Dice: “Triste es que los mexicanos seamos únicamente respetados por sanguinarios… Esos sacrificios nos dan mala fama y por ello nos temen y nos odian”.1 Moctezuma sabe lo que debe hacer y por ello se sintió seguro y confiado. Cuando se da cuenta de que lleva a su pueblo a la destrucción, es ya demasiado tarde. Moctezuma ha usado la razón, pero no puede contra el fanatismo de su pueblo. Tal es su fuerza que lo hace dudar, creer en el error y temer el futuro, crisis que lo pone al borde del suicidio. Todo como resultado del choque entre el pensamiento revolucionario de Moctezuma y las ideas tradicionalistas de su pueblo. Condiciones que ofrecen 1  “Moctezuma II” en Moctezuma II. Cortés y la Malinche

(Los argonautas): Editores Mexicanos Unidos, 1978.


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una figura trágica que lleva en sí misma sus propios antagonismos; figura que no tiene sitio en un mundo de decadencia. Esta obra alude como tema fundamental la desunión del pueblo mexicano; pero no únicamente en el contex­ to histórico, tal parece que esta desunión de los antiguos pueblos de México, nos persigue como maldición a los mexicanos actuales. En la obra, como posiblemente en la historia, el odio propició la caída de Tenochtitlan. Dice Cuauhtémoc algo que podría aplicarse al México moderno: ¿Cómo será nunca grande un pueblo, si llegado el momento todos queremos la ventaja personal? La obra tiene un subtexto más profundo en la medida que su contexto se amplía hasta nuestros días. Seguimos siendo supersticiosos y seguiremos desunidos. Ese es quizá el mensaje más importante de Magaña a través de su obra. La historia de los mexicanos es historia de traiciones y venganzas, y si queremos evolucionar hacia el conocimiento, rechazando la superstición, hay que evitar que la astucia siga asesinando a la sabiduría.

“Moctezuma II” es la primera gran tragedia mexicana. Un análisis literario nos lo confirma: desde el punto de vista temático nos plantea una relación del hombre con el cosmos. La explicación que el hombre quiere darse acerca de lo desconocido, parte de fundamentos teológicos. MINISTRO: Es el tiempo del odio, hijo, nadie sabe si habrá después otro mejor. ¿De dónde te viene esa necia piedad hacia treinta indignos enemigos? La gloria es de los dioses y está pidiendo sangre (…). Estamos obligados a Huitzilopochtli, el gran padre, y tú, como señor de la tierra, debes cumplir frente a él tu humilde penitencia. Toma. MOCTEZUMA: ¿Rasgarme las orejas y tasajearme ferozmente las espinillas? No, abuelo, llévate esas navajas. No estoy para sangrías. MINISTRO: Tú harás penitencia… ¡Toma! MOCTEZUMA: (Grita) ¡No me fastidies más! MINISTRO: Ah, señor de México, con cuanta justicia, ellos manifiestan a cada instante su disgusto por tu conducta. Los dioses ciegan a quienes quieren perder.

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MOCTEZUMA: O les prestan ojos para ver mejor. (Magaña, Op. Cit.). ¿Tenía razón Moctezuma? Tal vez, pero su pensamiento progresista y revolucionario, no podía verse más que como una necedad, y eso es lo que lo pierde. Ante tal situación, un supuesto desequilibrio cósmico, se gesta en el derrumbamiento del poder mexica, cosa que la acción de la obra toma como objeto inevitable. La reacción de conflicto se da cuando Moctezuma acepta con horror que está ante seres superiores. CULUACAN: (…) Sólo un dios vengativo puede ser capaz de poner esta masa de pus y gusanos en la hermosura de una mujer. MOCTEZUMA: (Con agonía) No es ella, ¿cómo puede ser ella? MIXTECA: Yo era, señor. CULUACAN: Es su voz… MOCTEZUMA: (Aniquilado) Tú. MIXTECA: Ay, no me mires, señor. LA CUBREN, MOCTEZUMA: Mixteca… (Cae de rodillas ocultando el rostro en las manos. El macehual se retira con la mujer y el cristo. El ministro mira con dolor la postración del rey). MINISTRO: Señores, salgamos de aquí. Reverenciemos a los dioses. CULUACAN: (A Moctezuma) ¿Aceptas entonces que lo son? ¿Crees ahora en ellos? ¿En su poder? MOCTEZUMA: (Ininteligiblemente) Sí… MINISTRO: Debemos ir. (Yéndose todos) Cortés es un dios… Cortés es un dios… es… MOCTEZUMA: Cortés… Cortés… (…) Nuestra historia es una historia de traiciones y venganzas. (…) Una dureza aquí, y vacío el corazón para tener sentido. Dioses… el mundo está lleno de dioses. (…) Hay demasiada oscuridad en torno a un hombre solo. Demasiado silencio. (…) ¡Oh, Moctezuma! ¿Quién te ayudará? ¡Perdóname, señor, ayúdame! Ha caído ya el hombre dentro de mí. Necio he sido, y mis errores imperdonables… Es que no sabía, no sabía… ayúdame, ayúdame… (Magaña, Op. Cit.). Moctezuma se debilita. Su terrible conflicto lo ciega, y sólo ve la muerte como evasión. Pasado el momento drástico, la acción deberá tomar un curso irreversible: es cuando Moctezuma dialoga con las ancianas del coro,


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su conciencia, y toma la determinación de no morir y hacer frente a la culpa, su destino. Dice Magaña: un personaje trágico lo es porque se encara a su destino, y el destino siempre es trágico; todavía más trágico si el personaje es derrum­ bado arrastrando en su catástrofe a la cultura de todos los pueblos mesoamericanos. Fue un ciclo cumplido,; todas las culturas padecen el mismo atropello y la misma catástrofe. No era posible escribir un drama tomando como protagonista al pueblo mismo. La acción dramática recae siempre sobre un personaje antagónico. Magaña plantea en Moctezuma a un personaje arquetípico, en el cual se da la dualidad del ángel y el demonio; del inocente y del culpable; del soberano y el déspota, a quien salva su profundo sentido épico. Otros valores de la obra refuerzan más su carácter trágico: enfoque realista, concepción temática; función catártica, y dinámica basada en el sacrificio y la expiación de la culpa. Hay un intento de restablecer el orden, ante el caos inminente. Dice Dionisio Morales en su introducción a la obra de Magaña: Sergio Magaña es el dramaturgo más importante, ambicioso y trascendental, y nunca ha ganado el premio Juan Ruiz de Alarcón, que otorgan los críticos de nuestro teatro, sin embargo, ahí quedan, para la historia del teatro mexicano estas cinco obras: “Los signos del Zodiaco”, “Moctezuma II”, “Los argonautas”, “Los motivos del lobo” y “Santísima”, […] por si hay algún otro autor que haya escrito, como en este caso, cinco obras maestras (Morales, Op. Cit.). Definitivamente, Sergio Magaña es un autor de gran importancia para la dramaturgia actual. Su conoci­ miento del teatro ha sido manifiesto a través de la gran variedad de géneros que abordó y dominó. La farsa, la comedia musical, el melodrama o la tragedia, son géneros que el dramaturgo experimentó con verdadera maestría.

(Publicado originalmente en Metamorfosis No. 20-21 / 1991)

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¿Han variado las relaciones entre la filosofía y la ciencia moderna? Enrique

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ocos o casi ningún filósofo o pensador han dado una definición precisa o aproximada de lo que es filosofía a lo largo de toda la historia. Quizá el problema no sea dar una definición o algo que se le parezca, sino tal vez una descripción de dicha actividad. Por otra parte, una gran cantidad de científicos, tal vez con justa razón, han tratado a la filosofía con suspicacia y con sospecha de que sea algo que tenga utilidad, que brinde conocimiento o que proporcione una forma determinada para el actuar en la vida del hombre. ¿Qué es filosofía o qué estudia un hombre en ella? Es una pregunta peligrosa e incómoda que podríamos hacerle a cualquier estudiante o profesor de filosofía, pues ésta no sería respondida de manera satisfactoria. Sin embargo, existe una escurridiza, imprecisa y presente disciplina que llamamos filosofía y que no puede ser delimitada en una definición. Tal vez por la dificultad de definición, o por otras razones quizá más importantes, hay serios problemas cuando se nos plantee o hagamos referencia a las relaciones que existen entre la filosofía y la ciencia; la impresión de lo que designa un término es el primer peligro que debe de ser superado. Es decir, se quieren establecer las relaciones existentes entre las ciencias, cuyo contenido no presenta serios conflictos con la filosofía, que sí los tiene. Sin embargo, es necesario establecer un presupuesto implícito cuando se habla de dichas relaciones y es el de que todos entendemos que se trata de dos cosas DIFERENTES. Tal vez como dos grandes formas de pensamiento con diferentes direcciones, diferentes objetivos,

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diferentes resultados, etcétera; o tal vez como si fueran los dos engranes principales de un proceso del cual solo falta observar cómo se engranan entre sí. Así pues, un primer problema parece ser el de discutir o definir (o, si se quiere, decir), las tareas de la filosofía, su función como engrane individual, y después ver qué función tiene con el otro engrane, llamado ciencia. Sin penetrar demasiado en la historia de la filosofía se aprecia que los filósofos se han preocupado de la tarea de concebir problemas y soluciones racionalmente en la base o en los fundamentos de los distintos conocimientos de cada época, en los desarrollos de las creencias o del conocimiento específico, así como en el modo de conseguirlos. LAS DISTINAS FORMAS de concebir los problemas y las soluciones es precisamente lo que han dejado los filósofos. Ahora bien, tampoco sin hacer historia de la ciencia se observa que ésta ha tratado los problemas a partir del dato, de lo que se llama “lo observable” o “lo experimentable” y sobre esto el científico elabora conjeturas que somete a contrastación. El filósofo parte de los supuestos de dichas conjeturas, es decir, de todo aquello que se presupone para que tenga el sentido, coherencia y, a la vez, que dicha conjetura sea una consecuencia de ese conocimiento preexistente. Cuando la ciencia presenta crisis de tipo conceptual o metodológico, surgen los problemas que podemos llamar, muy bien, filosóficos. La filosofía trata con problemas conceptuales, y la ciencia con los datos. Filosofía y Ciencia son dos caras de la misma moneda denominada conocimiento. No se podría concebir


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a la filosofía fuera del contexto epistemológico, ya que en ella existen afirmaciones que si no pretendieran ser verdaderas, aparte de que hubieran perdido todo interés, serían exclamaciones cuya única función sería la de pasatiempo. Concretando la idea, la filosofía ha sido a lo largo de la historia el examen de la significación de la ciencia, tanto en sentido epistemológico como en función de los problemas y quehaceres humanos. En la actualidad no hay nada nuevo en estas relaciones, la filosofía ha sido y continuará siendo una crítica de la ciencia. Desde los pitagóricos y Platón hasta Cantor y Dedekind con el problema de la substancia, los números irracionales o el problema del infinito; desde Aristóteles a Hume con el problema de las inferencias. También desde Zenón y Parménides hasta Newton y Einstein pasando por Descartes y Leibniz con los problemas del espacio, el tiempo y el movimiento; desde Descartes a Ryle con el problema de la mente y el cuerpo o desde Kant hasta nuestros días con el problema de las geometrías. Realmente son pocas estas cadenas de problemas y soluciones que atestiguan que casi son una y la misma cosa la ciencia y la filosofía. De hecho los filósofos

más destacados los problematizaron y criticaron con agudeza, o los que sugirieron respuestas audaces fueron conocedores de la ciencia de la época. Sobre estas consideraciones podríamos aseverar que la filosofía es una epistemología de la ciencia y como consecuencia no tendríamos más que reconocer que los límites de la ciencia son también los límites de la filosofía. La clarificación de sentido en las direcciones de la investigación científica; el hacer explícitos y adecuados los métodos intelectuales por los que se logran los conocimientos o las creencias, o bien la de interpretar las creencias tradicionales a la luz de un nuevo conocimiento son las espinosas tareas que ha llevado a cabo la filosofía. En la actualidad se ha denominado filosofía de la ciencia a la investigación de un conjunto definido de problemas especiales que se han concertado en la metodología y en la lógica que han brotado por los problemas impresionantes en la física o en la biología, o en los diferentes criterios para el análisis de las ciencias humanas. Estos cambios han provocado desconcierto y duda en creencias firmemente sostenidas y que hacen necesario remover los fundamentos y supuestos de mu-

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chas disciplinas. Así, principios como los de casualidad y regularidad en la naturaleza, que han normado las actividades de los científicos, se tornan en principios de un alcance menor al que se suponía. También expresiones como “supuesto altamente contrastado” han venido a reemplazar en cierto sentido a la “verdad científica” como una expresión que muestra una actitud más modesta del conocimiento humano. Además tenemos que la naturaleza de la conducta humana que anteriormente se buscaba en la moralidad o en la racionalidad, ahora como resultado de la investigación, se entiende en función de los objetivos o finalidades y de las circunstancias históricas en que se encuentra cada individuo. En muchas ocasiones no se han comprendido los alcances y límites que tienen estas investigaciones ni siquiera por los mismos que las hacen; y los análisis que clarifican y dan una visión con sentido son parte de hombres con mentalidad filosófica. He aquí una tarea específica que tiene la filosofía con respecto de la ciencia. ¿El investigador especializado se afana por su objeto sin poner atención alguna al proceso metodológico o a la comprensión, construcción, y uso de una teoría científica?; ¿son las teorías, descripciones, instrumentos, o explicaciones últimas? Son preguntas de corte filosófico que hacen ver otra tarea de la filosofía con respecto a la ciencia, pues es parte del conocimiento hacer comprensible la compleja estructura que llega a tener una teoría o hacer notar la flexibilidad de las expresiones teóricas así como también el significado que adquieren en los diferentes contextos de investigación. El hacer explícito y claro el papel que juegan las teorías en la investigación es también hacer filosofía. La terapéutica en la ciencia es una tarea necesaria de tipo filosófico, pues nadie negará el servicio que se presta al eliminar pseudoproblemas en la ciencia y en sus interpretaciones. El ver los alcances que tiene un término en su aplicación y apreciar los cambios fundamentales que puede sufrir su significado en el curso de la investigación como los sucedidos con los conceptos de “energía”, “imagen”, “especie”, “clase”, etcétera, es establecer la íntima colaboración entre la ciencia y la filosofía. En muchos investigadores existe un ideal clásico de ciencia, gracias al cual le hacen exigir todavía lo que se

llamó “conocimiento auténtico”, cosa que les impide comprender e interpretar correctamente su labor. Por otro lado, existen filósofos que continúan teniendo la creencia de que la filosofía es un conocimiento superior al de la ciencia y que provocan una nociva interpretación de la filosofía. El conocimiento científico actual exige una mayor preparación en las técnicas lógicas y de análisis, en la metodología y en el conocimiento de los conceptos que manejan las distintas ciencias; como ha sucedido en la trayectoria de la filosofía. La diferencia más notoria es que la filosofía cuenta con técnicas que asemejan a la ciencia y que necesitan ser asimiladas para poder tratar con más rigor los problemas filosóficos que se suscitan en la ciencia. El rigor quizá sea lo novedoso en esas relaciones de filosofía y ciencia. El asimilar dichas técnicas y el estudiar el vasto campo que hoy presenta la ciencia exige que el filósofo se especialice, exige que los programas de filosofía modifiquen sus cursos y exigen que se haga explícita su labor específica y su tarea de conjunto. Las relaciones entre filosofía y ciencia no han variado en lo fundamental y se han mantenido a lo largo de la historia occidental con cierta regularidad. El hecho de que hoy se hagan más nítidas y se problematice sobre las relaciones obedece a los impresionantes logros alcanzados por la ciencia, a los enormes avances de la tecnología y de las consecuencias que han provocado en la mentalidad de los seres humanos. Es por éstas y por otras razones que en la actualidad se exige un mayor poder de penetración para hacer de la filosofía una crítica de la ciencia. El conocimiento filosófico no es superior ni inferior a la ciencia, es su crítica. Los límites de la ciencia son los límites de la filosofía.

(Publicado originalmente en Metamorfosis No. 7 / 1976)


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La nueva novela histórica hispanoamericana César Sotelo Gutiérrez

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l auge reciente de la nueva novela histórica se presenta en todas las literaturas occidentales y coincide con los grandes acontecimientos históricos, políticos, económicos y sociales que impulsan a los artistas a evaluar desde varias perspectivas a la sociedad en crisis. Por esta razón, la pérdida de los absolutos ideológicos se hace patente en la crítica severa que dicha narrativa hace a los sistemas que dominaron el mundo después de la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo y el comunismo. En lo literario, esa misma actitud de rechazo a las estructuras dominantes da pie a que la ficción histórica busque nuevas formas estructurales para elaborar su revisión del pasado, formas en las que la ironía, el humor y la parodia se convierten en elementos fundamentales. Los primeros en percibir una nueva tendencia en la novela histórica hispanoamericana y que al mismo tiempo desarrollaron dicho concepto fueron el reconocido crítico uruguayo Ángel Rama, en 1981, Seymour Menton en 1982, el mexicano Juan José Barrientos en 1983, el venezolano Alexis Márquez Rodríguez en 1984 y el mexicano José Emilio Pacheco en 19851. Todos ellos, en distintos foros y artículos, señalaron el predominio en Hispanoamérica de un género novelístico que expresaba una nueva visión de la historia. Tales novelas compartían con la narrativa de su época algunos aspectos fundamentales, como el afán muralístico y totalizante y la experimentación lingüística y estructural. Eran obras cuya intención consistía en generar una lectura de la historia americana apartada del canon clásico en

que la historiografía oficial había envuelto el pasado. Algunas, como El arpa y la sombra (1979) de Alejo Carpentier o La guerra del fin del mundo (1981) de Mario Vargas Llosa, cargaban con el peso de ser el producto de autores consagrados del llamado boom latinoamericano, lo que ocasionó que parte de la crítica las estudiara como extensión de dicho fenómeno literario. Otras, como El mar de las lentejas (1979) de Antonio Benítez o La tejedora de coronas (1982) de Germán Espinosa, se presentaron como una corriente de la narrativa posboom, una alternativa a la ficción imperante en esa época. Pero todas se fundamentaban en la preocupación por la revisión de la historia hispanoamericana. A partir de estos primeros acercamientos críticos surgieron una serie de preguntas que se han intentado responder desde varias perspectivas y con diferente intención: ¿Qué es la nueva novela histórica? ¿Cuáles son las diferencias que presenta con respecto a la novela histórica tradicional? ¿Qué características comparte con ésta? El problema de definir esta corriente es complejo, pues la nueva novela histórica en Hispanoamérica ofrece una gran heterogeneidad textual, ya que ha incorporado al género de la ficción histórica nuevas problemáticas y por eso mismo, nuevos elementos de construcción teóricos, estéticos y literarios. Así, en las últimas tres décadas, han irrumpido en el género discursos que provienen desde la marginalidad étnica o de género, lo que hace más complejo el panorama del discurso reivindicativo y social en la literatura2.

1  Menton, Seymour. La nueva novela histórica de la América Latina, p. 29.

2  Galindo, Óscar. Nueva novela hispanoamericana: una introducción. pp. 39-44.


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En el inicio de siglo, la noción de historia y el discurso histórico han hecho crisis y en el caso de la nueva novela histórica, el discurso historiográfico es objeto de desconfianza. Como señala Galindo3 parece que esta narrativa quiere hacer suya la idea de Foucault de que todo discurso es un espacio desde el cual se ejerce el poder y por lo tanto la única manera de no ser objeto de la ideología es mantener un discurso crítico y autocrítico. Por otra parte, la necesidad de replantear la perspectiva histórica desde la base de la ficción para elaborar un texto analítico y propositivo conlleva una serie de innovaciones estructurales en el género, pues se requiere de nuevas formas para expresar esta nueva visión crítica del pasado. Luis Villoro ha señalado que “la historia responde al interés en conocer nuestra situación presente”4, y así, desde su nacimiento a principios del siglo XIX, la novela histórica hace suya esa premisa y se plantea como

objetivo analizar los acontecimientos del pasado para entender las circunstancias del presente pues, “por amplias que sean sus diferencias, literatura e historia coinciden en un punto: ambos son intentos por comprender la condición del hombre, a través de sus posibilidades concretas de vida”5. Mas las circunstancias históricas del siglo XIX no son las mismas que las actuales y la literatura, como toda expresión artística, se hace eco de los cambios que ha sufrido la sociedad occidental. Si el mundo decimonónico creía en el ideal del progreso y la historiografía era uno de los elementos que fundamentaban dicho ideal, en la agonía del siglo XX, cuando no existen ideales por alcanzar, la posmodernidad presenta el desarrollo social no como una certeza sino como una dialéctica de posibilidades existenciales. Es por eso que la nueva novela histórica en Hispanoamérica se deslinda de sus antecesoras, cuyo discurso se desprendió del modelo trazado

3  Ibídem., p. 39. 4  Villoro, Luis. “El sentido de la historia” en Historia ¿Para qué?, p. 36.

5  Ibídem, p. 48.

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por Walter Scott, y presenta una serie de rasgos que la caracterizan, aunque como señala Seymour Menton1, no todos necesariamente deben estar presentes en el texto. Uno de estos rasgos es la subordinación, en distintos grados, de la reproducción mimética de cierto período histórico, en aras de la presentación de ideas filosóficas 1  Menton, Op. cit., pp. 42-45.

o de reflexión política, social y cultural. De esta manera se sacrifica no la veracidad sino la detallada recreación espacio-temporal de una época para que el discurso se convierta en un vehículo de expresión de ideas, tanto del pasado como del presente del autor. Destaca sobre todo la noción implícita en estas ficciones, de que es imposible llegar a conocer la verdad histórica o la realidad y


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que por lo tanto, el pasado debe revisarse desde la mayor cantidad de aproximaciones posibles. Esta nueva novela histórica practica también la distorsión consciente de la historia mediante omisiones, exageraciones y anacronismos, como un recurso que le permite evadir la objetividad para moldear el texto de tal forma que sirva a los intereses críticos del autor. Así, se aparta del discurso historiográfico y establece su esencia como ficción, señalando al lector que no intenta convertirse en una alternativa a los estudios históricos, sino en un complemento, una propuesta de interpretación. De la misma manera, la ficcionalización de personajes históricos es un vehículo para generar las múltiples lecturas del texto. A diferencia de lo que señalaba en su propuesta tradicional Lukács2, quien especificaba que los protagonistas de la novela histórica debían ser personajes ficticios, pues de esta manera no cargaban con el peso de su imagen moldeada por la historia, lo que impedía su utilización en un texto de ficción. La nueva novela histórica toma a los héroes y a los protagonistas históricos y los convierte en personajes de ficción, humanizándolos, acercándolos al lector y permitiendo que su voz y sus acciones se expliquen desde una visión que trasciende el discurso oficial historiográfico. Otro recurso que el escritor de nueva novela histórica maneja para elaborar su relato es la metaficción, es decir, la introducción en la narración de comentarios del narrador que explican o reflexionan sobre el proceso de creación de la novela. Aunque no es exclusivo del género, permite que la atención del lector se concentre en el análisis del texto y por lo tanto, cuestione no solo la historia que se le cuenta, sino la veracidad historiográfica que se le presenta. Similar función cumple la intertextualidad, que en muchas ocasiones llega a manejarse incluso en su forma más compleja, el palimpsesto, es decir, la reescritura de un texto de ficción histórica ya existente. Finalmente, la introducción en la narrativa histórica de lo carnavalesco, del humor, la ironía y la parodia es uno de los aspectos más sobresalientes de esta revisión del género. La función que cumplen el humor, la ironía y la parodia en la estructuración del texto, misma 2  Véase Lukács, Georg. La novela histórica.

que se relaciona profundamente con el sentido y la intencionalidad de la narración, es uno de los problemas más complejos que presenta el estudio de la novela contemporánea y en el caso del relato histórico constituye definitivamente el recurso fundamental para generar múltiples lecturas de una novela que intenta, desde la fantasía de la literatura, aproximarse a la historia para explicar la compleja realidad en que se debate el hombre hispanoamericano. En México, a partir, de obras como Terra nostra (1975) de Carlos Fuentes y sobre todo, tras la aparición de Noticias del Imperio (1987) de Fernando del Paso, la existencia de la nueva novela histórica se convierte no solo en una realidad incuestionable, sino que además se presenta como uno de los géneros más socorridos por los escritores para llevar a cabo el análisis de un fin de siglo crítico, cuando la nación se debate entre los conflictos generados por un lado, por la caída, después de siete décadas de gobierno, del sistema político implantado por los caudillos revolucionarios y por otro, por los cambios económicos y sociales que han afectado no solo a México sino al mundo entero. Esta nueva ficción histórica presenta varios de los rasgos que Menton señala como distintivos de la revitalización del género en Hispanoamérica. Frente a la compleja realidad de México al iniciar el siglo XXI, la novela histórica ha buscado nuevas formas narrativas para expresar su preocupación por el presente a través de una visión alternativa del pasado. Obras como El seductor de la Patria (1999) de Enrique Serna, con su estructura epistolar en donde la ironía se desempeña como uno de los ejes estructurales, o La invasión (2005) de Ignacio Solares, que distorsiona la historia e introduce elementos metaficcionales o Península, Península (2008) de Hernán Lara Zavala en donde bajo la parodia de la novela histórica típica del romanticismo subyace una fuerte crítica política, son un ejemplo de la fuerza que esta novela histórica tiene y de la búsqueda literaria que plantea para poder llevar a cabo un análisis de la historia mexicana que sea una alternativa al discurso oficial del poder, pues solo entendiendo en toda su complejidad

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la génesis histórica del país se puede explicar el fracaso de México como nación. Por todo esto, el estudio del desarrollo de este género en la literatura hispanoamericana es fundamental para entender no solo la evolución del fenómeno literario, sino también los cambios que está sufriendo la sociedad en Hispanoamérica. Para apoyar tal estudio, la presente antología reúne textos que analizan la relación entre historia y literatura en general y los aspectos que presenta dicha relación en la literatura española, sentando claves que sirven para la comprensión y el estudio de la nueva novela histórica hispanoamericana. Bibliografía -Carr, E.H. What is history? London, Penguin Books, 1987. -Dentith, Simon. Parody. London & New York, Routledge, 2000. -Galindo, Óscar. “Nueva novela hispanoamericana: una introducción”. Documentos lingüísticos y literarios. 22:39-44. Universidad Austral de Chile. -Grinberg Pla, Valeria. “La novela histórica de finales del siglo XX y las nuevas corrientes historiográficas”. Istmo. Revista virtual de estudios literarios y culturales centroamericanos. No. 2. Julio-diciembre de 2001. http://collaborations.denisom.edu/istmo/n02/articulos/ novhis.html -Lukács, Georg. La novela histórica. México, Era, 1966. -Menton, Seymour. La nueva novela histórica de la América Latina, 1979-1992. México, Fondo de Cultura Económica, 1993. -Teruel Pozas, M. Tom Stoppard: la escritura como parodia, Valencia, Universitat de Valencia, 1994. -Villoro, Luis. “El sentido de la historia” en Historia ¿Para qué?, Carlos Pereyra et al. México, Siglo XXI Editores, 2005. 33-52.

(Publicado originalmente en Metamorfosis No. 36 / 2012)


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Reflexiones en torno al hombre Bertha A. Falomir Ruiz

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ería imposible una visión completa del hombre. Son múltiples las facetas e implicaciones que éste presenta y cualquier intento de hacerlo corre el riesgo de fragmentarlo. Además, el intento de conocer al hombre es diferente a cualquier otro estudio de la naturaleza. Porque se presenta él mismo como objeto. Y a la vez, para captar la totalidad, tiene que adentrarse en su subjetividad, no puede prescindir de ella. El encuentro consigo mismo trae aparejada una mezcla de atracción y temor. Porque el hombre es consciente de que al penetrar en el misterio de su ser, podrá provocarle una sensación de impotencia si se compara con el cosmos y encuentra que está perdido en su inmensidad; o podría llevarlo a descubrir su grandeza, su inagotable capacidad, su universo propio dentro del universo. Son estas, pues, consideraciones e interrogantes sobre ciertas cuestiones básicas, evitando presen‑­ciar­el drama como simple espectador. Una auto-reflexión que intenta oscilar entre el difícil papel de ser a la vez actor y espectador. ¿Qué soy? ¿Qué soy en cuanto a naturaleza, situación y relación respecto a las demás formas vivientes? Ya no es posible tratar de negar que, aunque como hombre soy algo especial, no soy un extraño si me comparo a otros seres vivientes. La paleontología, la anatomía comparada, la ecología y a últimas fechas la psicología, revelan y apoyan el “estrecho parentesco, no ya de nuestro esqueleto o nuestros órganos y tejidos, sino de nuestros procesos mentales, de nuestros instintos y tendencias afectivas, base de toda ideación con las correspondientes ramas del gran árbol de la vida, del cual somos el último brote”1. Comparto funciones vitales con otros seres de la naturaleza. Existe una línea de evolución, no sólo en los seres vivos, sino en lo inanimado, que me señala una trama coherente en todo lo que existe. “Desde la bacteria más microscópica, hasta la fauna mayor, la Vida nos aparece constantemente trenzada, hasta lo más hondo de sí misma, como los micro lo los macro

diastrofismos de la Tierra”2. Se discuten todavía sobre las diferentes modalidades de la evolución biológica, pero hoy una fuerte evidencia que señala que “la vida es y no puede ser, más que una magnitud de la naturaleza y dimensión evolutiva”3. Si empezamos a retroceder encontramos que pertenece­ mos a la especie del Homo Sapiens, que apenas data de cien mil años. Representa esta especie el término de una larga serie de transformaciones de otras poco menos evolucionadas, menos complejas que nosotros y éstas a su vez, de otras especies menos desarrolladas. Así, retrocediendo en el pasado, llegaríamos de grado en grado a seres totalmente primarios y rudimentarios, simples células. Si consideramos el Árbol de la vida de M. Cuenot, descubrimos en la base del tronco, los seres microscópicos formados por una sola célula. La naturaleza necesitó millones de años para su desa­rrollo. Fue forzoso haber producido los espongiarios, _celenterados, cordados, y aquí una de las grandes incógnitas del “cómo” fue posible el paso de los invertebrados, a los vertebrados, los primeros de los cuales son los peces. A partir de entonces, las etapas de la evolución son: adquisición de miembros en los batracios, que permitieron al animal el tránsito a tierra firme, para dar paso a los reptiles, emancipados ya del medio acuático, hasta llegar a los mamíferos. Estos seres, aunque pequeños, son privilegiados gracias a su embrión desarrollado en el cuerpo materno. Son alimentados y protegidos por la membrana especial llamada placenta, hasta llegar a la madurez completa en el seno de la madre. Además, hay una diferenciación destacable en su sustancia nerviosa y poseen un mecanismo regulador de temperatura que les permite una mayor adaptación al medio ambiente. Si los mamíferos constituyen una rama maestra, los primates son la flecha de esta rama y los Homínidos el último brote. ¿Pero son estas raíces genéticas y este

1  Pedro Zuloaga, Las causas de la evolución orgánica, Memorias de la Academia Alzate, Tomo 52, Pág. 327.

3  P. Teilhard de Chardin, El fenómeno humano, 1963, Ed. Taurus, Madrid. Pág. 170.

2  P. Teilhard de Chardin, La visión del pasado, Ed. Taures, 1962. Madrid, Pág. 162.

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Ilustración de Mónica Carolina Rodríguez Arenas

­ arentesco original suficientes para contestarme la prep gunta? ¿Es esto solamente lo que me hace ser hombre? Hemos visto que en el curso del tiempo, la materia se ha orientado hacia estados cada vez más complejos, no en simple agregación de elementos, sino en forma organizada. Y en este proceso el hombre representa, no sólo el brote tardío en el árbol de la vida, sino la “cima de la evolución”4. ¿Por qué? Porque en él ha aparecido el fenómeno de la consciencia del yo. De aquí en adelante la pregunta ya no será qué soy, sino ¿quién soy? Ha surgido del bosque espeso y confuso, en medio de la inconsciencia reinante, un lago de agua clara donde un alguien se acerca para observarse a sí mismo para cuestionarse sobre lo que lo rodea, para caer en la cuenta de su inagotable capacidad. Es el hombre. Aquí podrían caber muchas teorías de cómo ha sido posible ese salto que ha producido esta mutación extraña, inédita en la historia, y que sin embargo es fruto de un proceso que tomó millones de años. Y es que “toda evolución tiene un doble aspecto: permite a lo antiguo 4  Ibíd., Pág. 226.

subsistir en lo nuevo, y al mismo tiempo transforma lo nuevo”5. Mas lo importante es que ha aparecido, está presente y representa un proceso notable. Pero no hay que olvidar que es tan reciente su llegada, es tan nuevo como hombre, que apenas si algunos de sus órganos han tenido tiempo de adaptarse. “Todos los organismos viviente conservan evidencias estructurales y funcionales de su distante pasado… La evolución de sus pasos, por lo que llegó al nivel del Homo Sapiens, explica, por ejemplo, por qué la estructura de su hueso dorsal puede ser rastreado hasta los primeros peces, o por qué la salinidad de su sangre todavía refleja la composición del agua del mar, de donde la vida terrestre originalmente emergió”6. El hombre se encuentra todavía en su primera ­infancia y, sin embargo, es capaz de anticipar el futuro, sea que estas anticipaciones estén basadas en el miedo, conocimiento o meros deseos, el caso es que siente la 5  Dr. Michael Landmann, Antropología filosófica, Manuales Uteha, Pág. 202. Méx. 1961. 6  René Dubos, So Human an Animal, Lyceum Ed. Pulitzer Prize 1969, Pág. 71.


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necesidad de trascender las simples demandas biológicas. Y este es uno de los aspectos más distintivos del ser humano. Compensa sus deficiencias físicas con lo psíquico, es decir, lo específicamente humano realizando así una aptitud absolutamente nueva. A pesar de ser consciente de la humildad de su linaje, esta criatura extraña, toma actitudes que pudieran calificarse de audaces o de soberbias. Y es que, con el hombre, la evolución ha entrado en una era radicalmente nueva: “La era de la auto-evolución”7. La obra inventiva del hombre va a ser su prolongación, la continuación de la obra cosmogónica. De aquí en adelante podrá alterar, frenar, detener o cooperar en el sentido general de la evolución. Este ser en quien descansa el destino de la humanidad, ¿con qué cuenta? En primer lugar con la capacidad de simbolizar. Es este un método exclusivamente humano de comunicarse por medio de un sistema de símbolos. Mediantre este sistema el hombre no sólo descubre una nueva dimensión de la realidad, sino que es capaz de transformarla. “Ya no vive solamente en un universo físico, sino en un universo simbólico”8. Según E. Cassirer todas las formas de vida cultural son formas simbólicas, y todo progreso en pensamiento y experiencia afina y refuerza esta red. Existen diferentes tesis sobre la relación que existen entre pensamiento y lenguaje, pero lo cierto “es que están tan estrechamente ligados y es tan difícil conce­bir el primero sin el segundo, que a menudo es imposi­ble decir quién ha influido en el otro”9. Parece ser que no hay más camino que el lenguaje para llegar al pensamien­to. “El instrumento hace posible el producto y el produc­­to refina el instrumento”10. Hay pues una conexión entre pensamiento, lenguaje y cultura. El lenguaje, vehículo sin el cual no es posible la cultura, ha sufrido una serie de transformaciones en su desarrollo, a pesar de lo cual no es todavía un medio de comunicación muy adecuado. La desilusión y el escep-

ticismo respecto al lenguaje llegan a un punto máximo en A. Camus cuando dice: “Se trata de saber, si hasta nuestras palabras más justas, y nuestros gritos más logrados, no están privados de sentido, si el lenguaje no expresa, en conclusión, la soledad definitiva del hombre en un mundo mudo”11. Tal vez se deba a que como toda invención humana, el lenguaje es ambivalente y un instrumento de doble filo. En lo que respecta a la cultura, y aquí tomo la definición de Herskovits como “la parte del ambiente hecha por el hombre”12, en que va implícito el reconocimiento de que la vida de éste transcurre en dos escenarios, el natural y el social, e implica también que la cultura es más que un fenómeno biológico. La cultura es otro de los factores que distinguen al hombre. Es una tendencia a desarrollar en un conjunto unificado todas las fuerzas que actúan en él; el ambiente natural en que se encuentra, el pasado histórico de su grupo y las relaciones sociales que tiene que asumir. El solo tema de la cultura llenaría muchas páginas, pero aquí conviene señalar ciertas cuestiones un tanto paradójicas que indica Herskovits: “La cultura es universal en la experiencia del hombre; sin embargo, cada manifestación local o regional es única. (…) La cultura es estable y, no obstante, está en constante cambio. (…) La cultura llena y determina el curso de nuestras vidas, y sin embargo, rara vez somos conscientes de ello”13. Con esto resulta que el hombre es a la vez heredero y creador de la cultura. Otra vez la ambivalencia y el doble aspecto que encontramos en el lenguaje. René Dubos, biólogo contemporáneo, considera que esta condición puede traer como consecuencia inclusive cambios genéticos. “Dado que el medio ambiente en que el hombre se desarrolla y se multiplica, es básicamente el socio-cultural que él crea, los cambios genéticos que seguramente emerjan serán aquellos que aumenten la dependencia de esa cultura”14.

7  P. Teilhard de Chardin, La visión del pecado, loc. cit. Pág. 37. 8  E. Cassierer, Antropología filosófica, PCE, Pág. 47. Méx. 1964. 9  S. Ulman, Lenguaje y estilo, Ed. Aguilar, Pág. 254. B. Aires 1967.

11  “Poesía 44”, Citado por S. Ulman, Lenguaje y Estilo, Ob. Cit. P. 243.

10  Gloria B. Levitis, Culture and Consciusness; Essay on Language, E. Sapir, Pag. 155. Braziller, New York, 1967.

13  Ibíd., Pág. 29. 14  Dubos, René, Ob. Cit.

12  Herskovitz, Melville, El hombre y sus obras, PCE. Méx. 1966. Pág. 29.

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Y esto nos lleva a resaltar algo que se ha venido manifestando desde el principio: La cultura sólo ha sido posible en sociedad, el lenguaje sólo ha sido posible porque participamos; “la evolución sólo fue posible porque el género humano era una comunidad”15. Tomando en cuenta la teoría darwiniana de la selección natural y de la supervivencia del más apto, que después se hizo extensiva a la sociedad, parece muy acer­tado lo expresado por A. Montagú en el sentido de que, junto con esos dos principios fundamentales de la evolución, convive y hasta predomina convive y hasta se ha hecho destacar otro que no se ha hecho destacar suficientemente. El de la cooperación entre las criaturas vivientes. En lugar de la implacable auto-afirmación que desemboca en un individualismo exagerado, implica una trayectoria de conducta de respeto y ayuda mutua y “se dirige no sólo hacia la supervivencia del más apto, sino a lograr que el mayor respeto posible resulte apto para sobrevivir”16. La coexistencia de tantas y tan variadas especies constituye un testimonio. “En el proceso de socialización, las energías de la agresividad tienden a transformarse en procesos cooperativos”17. En otras palabras, la fuente del acto social de todos los seres vivientes se remonta a la forma en que se originó el organismo vivo. “Todas las células provienen de otras células”18. El proceso de reproducción es siempre de dependencia e interdependencia entre ellos. El desarrollo como miembro de una camada o grupo constituye otras de las expresiones tempranas en lo que se refiere al desarrollo de la cooperación. Más aún, la tendencia de las cosas vivientes a formar sociedades es contemporánea a la vida misma, y la sociedad humana representa la culminación de esa tendencia. “No es que la sociedad sea un organismo, sino que éste es una especie de sociedad”19. Observamos que en el caso del hombre, no es sólo una sociedad de acción, sino de pensamiento y sentimiento. 15  Ashley Montagú, Qué es el hombre, Ed. Paidos, B. Aires 1950. Pág. 86. 16  H. Huxley, Evolution and Ethics, citado por A. Montagú en Qué es el hombre. 17  Ashley Montagú, Ob. Cit. Pág. 50. 18  Ibíd. Pág. 39. 19  Ibíd. Pág. 39.


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El lenguaje, el mito, la religión y la ciencia representan los elementos de esa forma superior de sociedad. “Son los medios con los cuales las formas de vida social que advertimos en la naturaleza orgánica se desarrolla en un nuevo estado; el de la conciencia social”20.Y es aquí, es esta conciencia social donde el hombre se percata de su individualidad. Es donde realmente encuentra su identidad. El mismo acto de consciencia que nos descubre la realidad del yo, nos descubre la de un tú, del otro. En un primer acto el hombre toma consciencia de sí mismo, e intuye el mundo exterior. Todo su interés se vuelca sobre éstas dos realidades, la posesión del mundo objetivo y la soledad que le descubre su yo. Pero a poco la soledad empieza a pesarle y a angustiarlo hasta hacérsele insoportable. Le nace la nostalgia de la comunicación con el otro. La misma soledad es como una relación negativa con el no-yo. (‘Me siento solo porque me falta el otro’)21. El otro desempeña en mi existencia el papel de mediador entre mi yo y yo mismo. En el desarrollo de mi capacidad para interrelacionarme con otros me redescubro a mí mismo. Buber considera que el hecho fundamental de la existencia humana es el hombre con el hombre. “Lo que singulariza al ser humano es, por encima de todo, que en él ocurre entre ser y ser algo que no encuentra en ningún otro rincón de la naturaleza. El lenguaje no es más que su signo y medio, toda obra espiritual ha sido provocada por ese algo. Es lo que hace al hombre ser hombre”.22 En el espejo de la consciencia ha surgido una nueva imagen, la del otro, al cual no sólo encuentro, conozco, y soy reconocido por él, sino que ese momento es la inaugu­ración de una experiencia totalmente diferente a cuanto haya podido realizar en la soledad o en las relaciones con el mundo exterior. Por esta experiencia, intuyo fugazmente que más allá del yo y del tú, está un nosotros, que no se realiza ni en el individualismo ni en el colectivismo, sino en un anhelo de comunidad en el que la multiplicidad de los seres libres sólo puede existir 20  Ernest Cassierer, Antropología filosófica, Ob. Cit. Pág. 323. 21  Ignace Lepp, La comunicación de las existencias, Ed. Carlos Lohe. B. Aires, 1964. Pág. 23 22  Martin Buber, Qué es el hombre. FCE. México 1973. Pág. 149.

con miras a formar una unión total. Pero aquí hay que detenerse. Se ha tratado de hacer un breve recorrido por los diferentes aspectos de la naturaleza humana; su origen y relación con la estructura orgánica, su esencia, las capacidades que tiene que ha desarrollado en el largo paso del tiempo, así como su relación con los demás seres. Esto no puede menos que suscitar una serie de reflexiones: En resumen, se puede reconocer que el hombre es cualitativamente superior a los demás seres vivientes; poseemos una serie de capacidades conocidas y tenemos una serie de capacidades desconocidas. “Representamos, iniciamos, no una nueva especia, sino ‘una nueva especie de Vida’”23. Mas el hombre, al tornar consciencia de la corriente evolutiva que le arrastra, tiene en su mano ciertas palancas de mando. Se distingue de los animales no sólo en que sabe, sino en que “sabe que sabe”. He allí el peligro. Desde que el hombre tiene sus manos el futuro, desde que puede elegir, tiene la alternativa de un progreso o de un retroceso. Será por eso que marchamos con tantas dificultades. En el curso de las últimas generaciones, nuestra sociedad altamente avanzada en el campo científico, se ha vuelto experta también en su aplicación técnica. Pero existe ya una cierta decepción que empieza a apagar la euforia causada por la llamada “era científica”. Probablemente el desencanto se deba a que ésta no ha podido resolver las necesidades y aspiraciones del hombre. Lo cierto es que algo o alguien nos dice que no todo es como debiera ser. Pueden ser voces de la naturaleza o de nuestra consciencia reprimida. Pero nos están hablando de la vida que no hemos vivido, y que podríamos vivir. En vano buscamos en nuestra experiencia una explicación de en qué consiste esa vida. La experiencia nos ayuda a distinguir errores del pasado y a evitarlos en el futuro, mas no es suficiente. Nada parece callar las voces del cosmos. Y es que para que el hombre continúe la obra emprendida hace millones de años, es necesario que descubra que tiene un sentido. Marco Aurelio decía: “Aquel que no sabe lo que es el mundo, no sabe dónde está, y el 23  Teilhard de Chardin, La visión del pasado, Ob. Cit. Pág. 242.

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que no sabe con qué propósito existe el mundo, no sabe quién es ni lo que es el mundo en que habita”24. El hombre moderno se ha vuelto cada vez más problemático, padecemos lo que los psicólogos llaman “crisis de identidad”. Eric Fromm25 considera que el hombre es el único animal para quien su existencia constituye un problema que resolver y del cual no puede escapar. Por su misma capacidad de simbolización, el hombre tiene una imperiosa necesidad de dar un orden al mundo y de encontrar el significado de su propia existencia. Según Freud26, las tres fuentes del sufrimiento humano son: la supremacía de la naturaleza, la caducidad de nuestro cuerpo, y la insuficiencia de métodos para regular las relaciones humanas en familia, el estado y la sociedad. Considera que el sufrimiento que emana de ésta última fuente, quizá sea el más doloroso. Algunos psicólogos modernos llaman a ésta la “era de la ansiedad” por la ruptura de las relaciones sociales íntimas, con el consiguiente sentimiento de abandono y soledad en el hombre. Mas la ruptura no se limita a los seres humanos; se extiende al mundo natural que lo ha moldeado y al que está atada irremisiblemente. El mismo caos que existe en las relaciones del hombre con el mundo, se da entre el hombre y el medio en que habita. Hemos llegado a romper la armonía con la naturaleza en tal forma, que ya nos resulta difícil la vida en el planeta. Lo saqueamos y destruimos sin consciencia, como si pensáramos ser la última generación que fuera a habitarlo. Sólo hay una pasión capaz de satisfacer la necesidad que tiene el hombre de unirse con el mundo, y de tener al mismo tiempo una sensación de integridad y de individualidad, y esa pasión es el amor. Sin cooperación y sin amor no es posible vivir cuando mucho se podrá existir. “En el sentimiento del amor reside la única esperanza, la única respuesta a la naturaleza humana, porque amor implica interés, responsabilidad, respeto 24  Citado por Philip H. Rhineilander, Is Man Comprenhensible to Man? P. 104. 25  C. Fr., Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. FCE. Méx. 1970. 26  C. Fr., El malestar de la cultura: Ed. Alianza, Madrid 1972.

y conocimiento”27. Dice G. Marcel28 que el hombre depende en gran parte de la idea que tenga de sí mismo. ¿Cuál es la idea fundamental que impulsa hoy al mundo? ¿Qué sentido lleva? No hay una misma respuesta. Nos movemos en un mundo de valores endebles, ambiguos y muchas veces contradictorios. Lo individual se opone a lo social, los intereses propios a los de los demás; desconocemos el valor del nosotros. Hemos substituido la cooperación por la competencia desmedida, el valor del Hombre por el valor de las cosas, la creatividad por la destrucción, la fraternidad y el amor por la manipulación y el egoísmo. No hemos encontrado el significado de la aventura humana que empezó hace siglos, y en ocasiones parece que somos un caprichoso ensayo de la naturaleza, nada más. Sin embargo, como somos seres que fluctuamos entre dos polos, a veces llegamos a vislumbrar que nuestra existencia no sólo tiene un sentido, sino uno de un valor privilegiado. Llegamos a tocar, a penetrar en una nueva dimensión de la realidad que se nos descubre impresa en la existencia; que estamos llamados a una unidad y a una plenitud personal y comunitaria. La tragedia humana consiste en que somos seres que sabemos que vamos a morir; así como hemos sido lanzados al mundo sin nuestro consentimiento y voluntad, así también somos retirados de él. Un día, no sabemos cómo ni cuándo, sentiremos que acaba el camino, que no hay más paso que el abismo del silencio. Lo sabemos y, no obstante, no nos conformamos con esa condición; nos sentimos impulsados hacia la eternidad. Es característico del espíritu humano ésta búsqueda de lo definitivo y permanente. Si consideramos al hombre como lo hace Mounier, un espíritu encarnado, nos resulta explicable por qué. La eternidad ha penetrado en él por la herida de la encarnación y le conmueve con una presencia trascendente29. Somos seres itinerantes, con un pasado y en busca de nuestro destino. Hemos per27  Eric Fromm, Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, FCE. México 1970. Pág. 35. 28  C. Fr., Jeanne Parain-Vial, Gabriel Marcel, Ed. Fontanella, Barcelona 1969. 29  C. Fr., Emmanuel Mounier, Manifiesto al servicio del personalismo, Ed. Taurus, Madrid, 1965.


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dido una patria y andamos en búsqueda de otro hogar que nos albergue; mismo que a veces creemos encontrar, para luego tener que abandonar una y otra vez. Con temor nos abrimos al encuentro con el otro y experimentamos la alegría del compartir de la comunicación con el nosotros. Pero nos sobrecoge nuestra finitud. Queremos romper la esfera de lo limitado, inmortalizar los instantes de plenitud y de belleza, traspasar el tiempo y el espacio. ¿Será posible que el hombre lo logre algún día ¿O será todo como cree Sartre, una pasión inútil? ¿Estamos en una cárcel sin escape posible? ¿No será que estando demasiado condicionados por la experiencia de lo ya vivido, no somos capaces de crear y construir el mundo que soñamos? Más, ¿qué es nuestro tiempo comparado con la historia del universo? Una islita en el océano de los millones de años de la historia cósmica; y sin embargo, estamos vinculados a ella en el tiempo. El problema continúa… O como diría Marcel, existo en el misterio; no puedo exigir que éste se me abra. Soy un pequeño misterio envuelto en el gran misterio… (Publicado originalmente en Metamorfosis No. 7 / 1976)

Ilustración de Pedro Tarango

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Un buen día Miguel Márquez fue a la biblioteca Bertrand Russell a buscar el libro que le encargó su profesor, pero sus compañeros ya habían tomado todos los ejemplares. Detrás descubrió un viejo libro descartado de Las metamorfosis de Ovidio, que le confirió los poderes de META-MAN. Cada vez que grita ¡¡¡Metamorfosis!!! se transforma en un súper héroe. Adquiere la sabiduría de Platón, la fuerza de Hemingway, la resistencia de Alfonso Reyes, el poder de Octavio Paz, la valentía de Oriana Fallaci y la velocidad de Augusto Monterroso. Pero cabe preguntarse, ¿qué hacer con esos poderes? ¡Acompáñanos a descubrirlo!

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La ilustración como dinámica

visual

en la obra editorial

Víctor Manuel Córdova Pereyra

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odo ejercicio editorial que se cristaliza en un producto bien definido se erige, entre otras cosas, desde un paradigma: el de la identidad. Pensar en la identidad editorial y referirse a ella, implica contemplar todos aquellos elementos que se entrelazan no sólo para constituirla, sino también para hacer de ella la referencia de determinado producto en dicha área. Puesto así, en el ámbito de la identidad editorial, es posible detectar no sólo los factores que contribuyen desde lo literario y desde el constructo que el lenguaje escrito es, sino también todas aquellas aristas que se insertan en el complejo entramado que lo conforman para su respectiva aplicación al corpus de cualquier producto de este campo. Si bien, la construcción de un corpus editorial tiene como columna vertebral el texto escrito, es también muy cierto que hay más elementos que se suman en este tipo de trabajos y productos en un ejercicio de complementación donde se define una perspectiva identitaria.


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Pero, ¿qué otros elementos se suman en la conformación de una identidad editorial específica? Definitivamente el contenido visual es uno de esos componentes que participa de la elaboración de un tejido editorial. Fotografías e ilustraciones otorgan un sentido específico y determinado al enfoque de cualquier material. Un mapa visual que orienta al lector a seguir y a descubrir lecturas complementarias, guías de interpretación, líneas de reflexión, referencias interesantes y únicas por el mismo valor que en la imagen como concepto y como co-texto se implica; así, ante esta constelación visual, ante este compendio que obliga al sentido de la vista a detenerse en su referencialidad, el lector se acerca al producto editorial de una manera complementaria.

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Deteniéndonos en el caso concreto de la ilustración hecha exprofeso para cualquier producto editorial (libro gacetilla, revista, etc.), el contacto es valioso además porque estamos ante un texto no compuesto por el elemento del lenguaje escrito, sino por la construcción y la composición que la suma de sus componentes nos da. La ilustración dinamiza la obra editorial de la misma manera en que el diálogo enriquece el pensamiento. Cuando ante el otro o ante los otros, nuestras ideas, y emociones se configuran en un código que a través del lenguaje expone y platea algo, en un ejercicio de réplica constante, el pensamiento entra en un estado de trabajo constante. Adquiere una dimensión sensorial, volitiva, emocional y racional que puede atravesar distintos estadios, incluso diversos: el de la empatía, el de la solidaridad el del rechazo, el de la discriminación, el de la inclusión, etc. El pensamiento, gracias al diálogo, descubre su naturaleza pragmático-discursiva y su lado humano, racional e, incluso, teleológico. El diálogo es, por naturaleza, dinámica.

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De manera similar, la ilustración, en el espectro editorial, intensifica y abre líneas de reflexión y de complementación del lenguaje que ante los textos escritos actúan como alternativas del discurso implicado en cada redacción o en el cúmulo de redacciones que lo integran. Llegar al producto editorial a través del hallazgo y del contacto visual que implica estar ante las ilustraciones que lo compongan, es encontrarnos ante la laberíntica e interesante oportunidad de replantearnos cualquier lectura desde el referente visual que puede, incluso, sugerirnos valoraciones del texto escrito que quizá de origen no hubiéramos ni siquiera sospechado. La ilustración, ante el texto escrito abre el derrotero del diálogo; texto visual y texto literal se analogan, se contraponen, se complementan y otorgan las publicaciones un enfoque y un sentido específico.


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Es dable, por ejemplo, encontrarnos con todo un conjunto visual que atiende al eje temático del algún número en particular de una revista, o bien de algún artículo o contenido de ésta. Es posible, también, hallar una constante visual en publicaciones, como la rúbrica personal de cierto trabajo editorial. En cualquiera que sea el caso o el criterio de su selección e inserción, los contenidos de ilustración participan de la construcción identitaria de la obra editorial. Definen -ya con abierta claridad, ya con velada intención que debe descubrirse desde el ejercicio del análisis y de la observación-, una identificación tal que le permite al lector regresar a las lecturas desde la referencia que la memoria visual implica. De la misma manera, la identidad editorial que se erige en función del diálogo que texto escrito e ilustración sostienen, alcanza un nivel de completitud y de equilibrio que es posible analogar con el de alguna obra arquitectónica o escultórica, en las que los momentos de reposo, los volúmenes de silencios o vacíos se insertan de tal manera que el conjunto de éstos con los elementos opuestos a ellos se nos presenta como un solo movimiento natural, como algo que fluye sin artificialidad innecesaria.


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Si bien, hay productos editoriales que hacen de la ilustración un eje fundamental, como lo son el cómic y la novela gráfica, éstos atienden a una valoración no sólo visual de factor ilustrado, sino también a su posibilidad discursiva que se desarrolla en función de una narrativa, misma que si bien puede partir de una perspectiva visual o configurativa, tiene un elevado e innegable componente textual-literario.

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Ante ello, es inevitablemente comprensible la valoración de la imagen visual como componente infaltable en el ámbito editorial. Incluso si se piensa en cualquier libro sin ilustraciones, donde la distribución del texto en bloques, los colores del empastado, la tipografía de letra de títulos y encabezados, etc., sugieren una concepción visual sutil, altamente sensible y eficaz. A la luz de los alcances que se logran en la mecánica editorial que suma el texto con la imagen, es factible darnos cuenta qué tanto ambos elementos están inmersos en nuestra naturaleza humana, en nuestra necesidad expresiva e interpretativa del mundo y de la realidad. Texto e imagen constituyen un binomio indispensable en el ámbito editorial.

Las presentes ilustraciones se publicaron originalmente en diversos números de la revista Metamorfosis. Sus autores son Gaspar Gumaro Orozco Moreno y José Antonio García Pérez, según se indica con firma.

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Amor constante más allá de la muerte Cerrar podrá mis ojos la postrera Sombra que me llevare el blanco día , Y podrá desatar esta alma mía Hora, a su afán ansioso lisonjera; Mas no de esotra parte en la ribera Dejará la memoria, en donde ardía: Nadar sabe mi llama el agua fría, Y perder el respeto a ley severa. Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido, Venas, que humor a tanto fuego han dado, Médulas, que han gloriosamente ardido, Su cuerpo dejará, no su cuidado; Serán ceniza, mas tendrá sentido; Polvo serán, mas polvo enamorado. Francisco de Quevedo


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mi obra es de dominio público? si´ x

No

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Instituto zoológico Tomás Chacón Rivera

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preciables autoridades de la junta de graduación, lo que aquí les presento es una comproba­­ ción que avala el tema para mi tesis de fin de carrera. Pues bien, quisiera que no se tomara a mal lo que yo pueda decir de nuestro querido y bien respetado compañero Aulio, ya que en la mayoría de los casos la gente cree que en esta clase de relatos uno acostumbra meter en sutiles enredos a las palabras; pero no, mi caso no se encuentra entre los mencionados, incluso puedo asegurar que a mí las palabras me tienen sin pendiente ya que acostumbro a tener muy en cuenta la claridad. ¿Quién no podría ser claro después de todo lo que pasó con mi pobre compañero de Instituto? A escasos nueve meses de instrucción se habían logrado muchos progresos en la clase. Fuimos los elegidos en un examen de cuarenta aspirantes. Aulio como yo, formamos parte del grupo de veinticinco, los agraciados para recibir el curso. Pues bien, todo sucedió por una de esas famosas clases de “la esencia” como la llamaba nuestro magnánimo profesor. Cada uno de nosotros debería recrear en su mente la imagen del animal que más llamara nuestra atención. Acto seguido, posesionarnos de todas las cualidades del animal y con sus propios rasgos representarlo. Cabe decir que a mí me costó mucho trabajo el familiarizarme con las características de los animales, por la

sencilla razón de que siempre me han resultado extraños desde la infancia; mi abuelo, por ejemplo, mencionaba mucho a los patos y en una antiquísima colección de timbres había visto yo uno, pero como era muy borrosa aquella imagen no me quedó tan fija. Lo que sí tuve muy presente fue la constante palabra pato que mi abuelo siempre refería, y por tal motivo, ese fue el animal que yo elegí. Por otra parte, en el laboratorio nos exhibían películas de todo tipo de animales, sin embargo eran tan viejas y maltratadas que se volvían imperceptibles. A mí me hubiera gustado tomar un halcón, un búho o cualquier otro, mas de repente comenzó a marcarse en mi cabeza la palabra pato y no me quedaba otra, así que decidí volver de aquello mi representación. Y allí estaba yo, tratando de convertirme en esa ave. —Miren ustedes a sus compañeros animales y traten de descubrir el género, luego relaciónense —decía el profesor. Es innegable el escándalo que ustedes han de imaginar que existía en aquel inmenso salón donde mis compañeros y yo mismo tratábamos de lograr la transformación. Al principio era duro y un poco imposible, pero pasados los primeros minutos todo comenzaba a tomar sentido. La esencia consistía en mostrar, lo más real posible,

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cada tipo de conducta del animal escogido, como ya saben ustedes. Y habíamos recibido instrucción teórica a raudales acerca de todos los animales. No sólo el maestro observaba nuestras transformaciones, sino que las cámaras de películas computarizadas eran los jueces más respetables a los que nos enfrentábamos. Por un momento sentí que mi pato perdía características pues al llegar caminando a una pared noté la extensa sombra de un cuerpo y, al distinguirlo, supe que era el de Flora en su intento de ser águila, sí avanzaba como movida por sus brazos, pero su gesto no era del todo convincente y en la Materia de Arte Representacional era reprochable encontrar a alguien con defectos para lograr el dominio del gesto, en ese momento recordé las intensas sesiones gestuales y mi concentración se vino abajo junto con mi pato. Entonces me hundí en cuclillas boca abajo entre mis piernas para concentrarme una vez más, pero el profesor se acercó a mí y dijo: —Es inútil, basta por ahora. Abandoné toda posibilidad de un nuevo intento, mis músculos estaban agotados por el extenuante esfuerzo físico. Fui a un rincón con el fin de recuperarme, para ese entonces me di cuenta que de mis compañeros intérpretes ya sólo quedaba Aulio en acción, con dos cámaras que no lo dejaban ni a luz ni a sombra. Aulio se había convertido en araña, bueno esa fue mi primera impresión y en verdad que no me había equivocado pues su cuerpo estaba encorvado hacia atrás desde sus pies hasta sus brazos; avanzaba mirando todo de pies a cabeza, su cuerpo era un arco que se reclinaba en el peso de brazos y piernas. Al mirarlo, daba la sensación de tener en acción a una araña sin duda alguna. Inmediatamente yo me hacía juicios a toda costa de lo que significaría llegar a trabajar en alguno de los teatros zoológicos de la ciudad y lo que era Aulio para el grupo; por sus cualidades atléticas, la rara fuerza que se escondía en sus ojos, la agilidad en los ejercicios y por la perspicacia de sus opiniones que a mí siempre me sorprendían. ¡Y vaya que era sorprendente eh! Justo me pareció así cuando subió por la pared en forma de araña sin problema alguno. Se apresó de una de las ventanas y ahí estuvo

por algunos minutos. Nosotros no podíamos creerlo, en ese momento nuestro maestro apretó un botón a una de las cámaras y ésta se dirigió sólo a Aulio y el profe decía: -Son las trece cuarenta de la tarde de este día ocho de abril de… y bla, bla, bla. Entre tanto, nosotros no salíamos del asombro: Aulio recorría el rededor de las ventanas con una facilidad indescriptible, después bajó hacia la superficie y lo que nadie se esperaba, salió por la puerta principal sin detenerse para nada. —Pero qué es lo que vemos ahora —decía el viejo profesor a la cámara. Aulio abandonó los corredores y en ese momento pillaron las cámaras con sonidos fuertes y estrafalarios, los cuales yo nunca había escuchado. —Sigámoslo —sugirió Dino, el más alto de la clase. Y ahí vamos todos tras él. Fui uno de los últimos que pasó el umbral de la puerta, y no acostumbro hacer juramentos, pero lo juro. Cuando salimos imaginaba que debíamos seguir a una araña y no a un hombre. Todo el mundo se escabulló y no pude mirar a nadie, así que volví. El profesor apagó los controles de las cámaras y se acercó a mí un poco desconsolado. No tengo idea de lo que va a pasar Sinio –me dijo-. -No se preocupe maestro –comenté-. Dentro de poco se cansará de andar en esa posición y volverá por esa puerta, tranquilo y sereno como es su costumbre. Pero no fue así. Los compañeros regresaban con sus miradas vacías como si volvieran de un sueño, minutos después el profesor dio por concluida la sesión. Para ese entonces, un grupo de alumnos propusieron utilizar la tarde para buscar al gran Aulio. La consternación general hizo que todos accediéramos a tal búsqueda. El maestro pidió que me quedara mientras la comitiva abandonaba el salón. —Le suplico que me haga un informe general de la sesión dándole importancia al suceso. —Con todo gusto –declaré-. —Después, si es usted tan gentil llévelo al centro de registro. Mientras iré al laboratorio por un detector portátil. Mi profesor se marchó y yo comencé el informe. Se trataba de contar en el micrófono oficial del salón (cada día alguno de nosotros lo hacía) todo lo que había sentido desde el muy particular punto de vista.


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“La verdad es que hoy no he sentido gran cosa al respecto y todo es a causa de que Aulio se ha marchado sin decir palabra alguna. El grupo entero lo busca, necesitamos saber de él. Lamento ser tan breve. ¡Ah! Olvidaba comunicar que Aulio no es Aulio, es… algo parecido a una araña”. Apreté el botón de información, saqué la pequeña esfera con el disco, la introduje en mi bolsillo y salí por los pasillos. Mientras avanzaba, sólo mis pasos se oían. Dos pisos más arriba, cuando llegué al centro informático, las máquinas cuchicheaban como siempre. Me dirigí a la M-1 verde para que la información llagara más pronto. Presioné su botón principal, deposité la esferita en un ducto y me alejé de prisa. En los corredores pensaba cómo encontrarlo, pero de pronto surgió otra vez en mí la idea de buscar a una araña y no a una persona. La situación era difícil, no sólo para mí, sino para Aulio que había perdido el control. Entonces pensé que si seguía caminando tan aprisa también yo perdería el control. Me detuve y pensé un poco ¡Arañas! –me dije-. En ese momento llegaron Cora y Lino. —¿Nada? —preguntaron. —Nada —contesté. —Iremos a los niveles de arriba, debió haber subido por las paredes —marcó Lino. Yo continuaba inmóvil. Y en verdad era muy acertado que anduviera en las alturas, además las arañas tienden a… Iba a decirme subir, pero apareció en mi mente la idea de hacer nidos, de esa manera pensé en un nido para Aulio, pero no, nada me sugería algo lógico. Sin embargo, creí que él volvería al salón y bajé para verificarlo. El aula estaba vacía, me acerqué a una de las cámaras mientras razonaba, luego me di cuenta que esa estaba en dirección al piso. De inmediato pensé en los sótanos y hasta allá fueron a dar mis pasos. El lugar estaba lleno de polvo y silencio. Recorrí el pasillo de las bodegas, por algunas de las ventanas se dejaban ver los débiles rayos de la tarde que se perdía entre los inmensos edificios del Instituto de Artes. Después de que no vi señales de vida en aquel sitio me dirigí a la salida, pero en el último bodegón escuché un ruido y como ya la luz había desaparecido por completo, corrí a la planta de arriba en busca de un bloque de fósforo

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que me alumbrara. Lo encontré y volví a ese lugar, puse la barra de luz en el centro. Me hice a un lado y guardé mucho silencio. Había pequeñas máquinas que ya no estaban en servicio; eran de esas viejas computadoras que en un tiempo funcionaron por medio de la luz solar, chatarra inservible sin duda –me dije-. Pero de pronto escuché de nuevo aquel ruidito que había memorizado y algo salió corriendo por la puerta, es Aulio —Pensé. Y corrí tras él, llegué a la planta de arriba. No había nadie, salí de allí tropezando entre las mesas, así localicé con mi vista el cuerpo de Aulio que aun iba en cuatro patas y lo que es más increíble: había atravesado el césped sintético de los patios a toda velocidad. Fui más aprisa hasta llegar a los muros de acero. Él ni siquiera pasó por la puerta de salida, escaló la pared y nada lo detuvo. Del otro lado del muro sólo había infinidad de tubos gigantes conectados al interior de la tierra, por momentos no podía distinguir el cuerpo de Aulio que huía sin detenerse. Y aunque me llevaba mucha ventaja no dejé de correr. A ratos me detenía sólo para gritar su nombre, pero era inútil, nada lo paraba. Cuando terminamos el área de conductos distinguí un espacio plano y vacío, entonces se vio a lo lejos aquel cuerpo que ya no avanzaba como un arácnido cualquiera, sino más bien parecía una tarántula. Por un instante creí estar imaginando todo eso, pero detrás de mí hubo un gran alumbramiento que surgía del Instituto de Artes y fue lo que me hizo seguir. Mientras más me alejaba pensaba por qué Aulio no se cansaba. Hasta que sin pensarlo comencé a pisar superficie de color rojo, y entonces me di cuenta que aquella área no era posible recorrerla así nomas, pues era necesario un equipo especial porque estaba próximo el ligero precipicio al basurero de desechos de azufre híper contaminados donde lo perdí de vista. Después volví y, como ustedes saben, hasta ahora nada se ha sabido de Aulio. Por lo tanto, he decidido enfocar mi tesis en la despersonalización del intérprete en el teatro. Espero que el caso mencionado me ayude para la aprobación de mi investigación. Gracias.

(Publicado originalmente en Metamorfosis No. 38 / 2013) Este texto forma parte del libro de cuentos Senderos descompuestos


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El

oficio de

pensarte Humberto Payán Fierro

N

eoplatonismo es, por una parte, la renovación del platonismo, en diversas épocas de la historia de la filosofía y, por otra, una corriente particular, que, ori­ ginada en la última fase pitagorizante de la filosofía pla­tónica, atraviesa como una constante la historia del pensamiento de Occidente, y llega, a través de múltiples vicisitudes y transformaciones, hasta la época actual. En este últimosentido el neoplatonismo se halla preformado en la antigua Academia platónica, cuando Espeusipo y Jenócrates funden la idea platónica del bien con la idea pitagórica de lo Uno, o bien subordinan la primera a la segunda. Esta historia íntima habla de ti. Para que nunca sepa tu esposo quién eres te vas a llamar Rebeca. Leerás muchas cosas que he imaginado (posiblemente también a ti) al pensarte en las mañanas. Pero tú reconocerás lo ficticio y aquellos momentos que vivimos. Una vez te dije el título de este escrito y te gustó mucho. Había dicho que se llamaba “El oficio de pensarte en las mañanas”. Ahora parece demasiado largo, pero eso no tiene mucha importancia. Lo difícil es contar nuestra historia de tal manera que nadie pueda reconocerte. Rebeca siempre ha soñado conocer Venecia. Es una mujer que fácilmente se entrega a sus sueños. Aunque tenga el cabello castaño y unos ojos inmensos color avellana, sabe distinguir en qué momento ha dejado de soñar o leer. Una noche de verano, en una ciudad del norte de México, caía aguanieve sobre los amplios jardines de universidad. Rebeca detesta el calor. Por eso aquella tarde, aunque tenía las manos frías, caminaba bastante sorprendida. Eran tan monótonos sus días que bastaba el aguanieve para renacer sus sensaciones. (“Los amorosos andan como locos/ porque están solos, solos, solos”). Rebeca ha sido madre en dos ocasiones, ella y yo imaginábamos ser los padres de Ana. Una tarde, sentados en una banca del parque, hablábamos de esa hija imagi­naria. Supongo que ahora debe de tener quin­ce años. Por supuesto, a ella se le ocurrió esa gesta­ción amo­rosa. Ana nació porque nosotros no debía­mos con­ cebir hijos. Las tardes lluviosas siempre nos han impresionado. En el salón de clases, donde Rebeca estudiaba, las togas de agua golpeaban con gran fuerza el tejado de lámi-


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nas de zinc. Ella estudiaba la preparatoria para adultos. Durante su adolescencia había suspendido sus estudios debido al divorcio de sus padres. No es cierto; fue por problemas económicos (“Voy a seguirte queriendo/todo el día”). Una mañana, casi al anochecer, me habló a la oficina para invitarme a cenar en su casa. Hacía tres días que no la imaginaba conmigo y tampoco nos habíamos visto. Le pregunté por su vestimenta y comenzó a describirse con un vestido blanco de algodón, descalza y sin ropa interior. Ella iba a preparar una cena con velas y música (inmediatamente recordé la telenovela que ella solía ver). Me aseguró que íbamos a escuchar aquella canción titulada “Cómo fue” que interpreta Guadalupe Pineda. Recordé el papel doblado donde ella había hecho un croquis a lápiz para que yo pudiera llegar a su casa. Creo que su marido estaba de viaje. Esta historia la he escrito varias veces. Hay un manuscrito de 25 cuartillas integrado por todos aquellos fragmentos que le entregaba a Rebeca cada vez que nos veíamos. En él aparecen anotaciones fidedignas, en estricto orden cronológico, de cada uno de nuestros encuentros (los leía un par de veces antes de deshacerse de ellos en mi presencia). Sin la copia manuscrita jamás podría rehacer esta historia. Al menos no tan apegada a los hechos y, al mismo tiempo, no tan alejada. Confío en que Rebeca pueda conservar una copia de esta historia entrecruzada con la ficción y los detalles de nuestra relación íntima. Pero… ¿acaso nos amamos alguna vez? (¡Qué risueño contacto el de tus ojos, ligeros como palomas asustadas a la orilla del agua!). Como muchas mujeres mexicanas, Rebeca ama las matemáticas. Estaba muy consciente de que debía estudiar una carrera universitaria. Se inscribió en la escuela para adultos; y al mismo tiempo que imaginaba su soledad de mujer casada volvía a fijar en su mente la profesión que deseaba. Su entrega a los números la llevaba a sumarse en los estudiantes que desdeñaban las materias humanísticas. Así que mi clase de lectura era de estas que deben aprobarse porque sí. A la hora de clase siempre llovía. El deseo de abrazarnos lo ocultábamos bajo la lectura de Azorín. Alguien leía en voz alta, algunos se miraban fijamente hasta convertirse en los personajes amoro-

sos que aquí aparecen (“Debí haberte encontrado diez años antes o diez años después. Pero llegaste a tiempo”). El día de su cumpleaños me especificó -y fue muy determinante- que no le regalara lo acostumbrado: un cassette, una caja de chocolates o de galletas, un ramo de flores, un libro. Ella quería una sorpresa. Esa fecha sólo íbamos a estar juntos un par de minutos. Una simpe consulta de una alumna que se acerca al escritorio de su maestro delante de todo el grupo. Ella y el maestro apenas ser rozaron los dedos. El maestro recitó de memoria un pequeño fragmento de las 25 cuartillas mencionadas. A instancias de ella, él lo repitió más lentamente. Rebeca regresó a su pupitre igual que un personaje que pudiera desprenderse del papel y añorar su ficcionalidad. A Rebeca le gustaba preparar una bebida afrodisiaca. El día de la cena la sirvió como un aperitivo. En un momento oportuno ella se dirigió a la cocina y empezó a tararear un comercial televisivo: “Cada mañana debes despertarte con un vaso lleno de jugo de naranja. Y en un momento tendrás un vaso bien anaranjado. Tantán…”. La simple mezcla de jugo y saliva era el inicio de un acto de ternura. Solíamos bebernos el jugo de su boca a mi boca. A mitad del vaso, se podría apreciar la cristalización de la ternura en sus ojos. En su casa, a diferencia de otros lugares, se movía con gran seguridad y preparaba sorpresivos detalles para hacerse amar. Sin duda, el jugo poseía las propiedades de proporcionar ternura y deseo al mismo tiempo. Era inevitable que nos amáramos con prisa; el deseo contenido siempre estaba ahí. Y al final, la ternura nos despedía. “Tus senos que respiran en mis manos”). La relación entre un párrafo y otro no tiene gran importancia. Basta con que cada uno diga algo de ti, de nuestra relación, de las sensaciones que vivimos. ¿Acaso las sensaciones poseen un orden cronológico? Creo firmemente que todos los párrafos señalan hacia ti. “Fueron tus ojos/ o tu boca, / fueron tus manos /o tu voz, / fue a lo mejor/ la impaciencia/ de tanto esperar”. Aquella noche había sobre la mesa un orden olvidado. Desde el momento en que dejé la puerta atrás, siguiendo los cortos pasos de ella, la extensión de la mesa se hizo sentir. Sobre el intenso blanco mantel se habían colocado los platos, los

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cubiertos y los platos para dos personas. En el centro estaba un candelabro con las velas en espera. Sin duda ella había adquirido una gran práctica para la preparación de estas cenas. Todo parecía perfectamente dispuesto, como si fuera rutinario, pero la distancia medida entre dos sillas rompía el orden habitual. Esta impresión permitió que no me sintiera tan extraño en su casa: en el lado opuesto de la mesa, el izquierdo, se encontraba el jugo de la sala. Sentí la inmediata necesidad de tomar asiento mientras me familiarizaba con los objetos. Ella se dirigió a la cocina y en ningún momento dejó de hablarme; me preguntó si la había sentido porque toda la mañana estuvo pensando en mí; me dijo que había preparado un pollo con achiote que esta tarde su madre le había explicado la receta, que no la querían dejar salir temprano de la casa paterna… Volvió con un vaso de jugo de naranja. Afuera seguía lloviznando. Desde esa noche dejé de apreciar un poco las casas que construía la independencia Federal y que la gente llamaba “palomares” por sus espacios tan ampliamente reducidos. Rebeca o su marido, quizás los dos, habían logrado aprovechar los minutos espacios de tal manera que en el cuarto de estudio se sentía esa intimidad que a veces establecemos con las habitaciones donde se encuentran las hileras de libros, el estéreo, los viejos discos, los cassettes y los discos compactos. Sin embargo, yo seguía prefiriendo las casas amplias. (“Recuerdo que besas como si mordieras uvas. Ninguna paloma como tú se había vuelto mujer hasta ahora”.) Hacia las doce de la noche, bajo una pertinaz lluvia. Las calles se habían inundado completamente. Para llegar a la esquina donde se encontraba la farmacia, tuve que dar grandes saltos inútiles, pues el agua me cubría los zapatos. A esa hora no había gente en las calles y transitaban muy pocos o ningún auto. Además, no era precisamente una calle principal. Empecé a sentir frío. Caminé varias veces el mismo trayecto, la misma extensión de la farmacia. Aunque permanecía cerrada, era el único establecimiento que mantenía las luces. Creí que había cambiado de opinión. Si pensé que ya no vendría. Una semana atrás Rebeca había decidido terminar con nuestra relación. Pero el lunes llamó para decirme que

deseaba verme, que ahí estaba la soledad acechándola. Nunca podrá imaginarse cómo la amé y cómo la amaría si lo dijera otra vez. Se disculpó por la tardanza, más de media hora. Su madre quería que se quedara con ella: “Hija, tu marido está de viaje”. En un librero donde se empolvan muchos de mis libros más apreciados se encuentran Poesía, nuevo recuento de poemas de Sabines, y el grueso tomo del Diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora. En este último, alrededor de la página 600 y tantos, aparece un párrafo que he tomado al azar para iniciar esta historia. He omitido las comillas deliberadamente por una razón: deseo un párrafo cualquiera (de cierta extensión) señalé a una dirección distinta al asunto tratado aquí. …Creo que habría cometido un acto de amorcidio (después lo supe), si hubiese antepuesto mi estado civil de casado cuando ella se acercó a mí por primera vez. Me obsequió un chocolate -hecho en su cocina- envuelto en papel de aluminio y atado con un hilo rojo. Entonces desconocía que, para entregármelo, había previamente deseado su instinto de la sujeción impuesta por el matrimonio y la religión. Ella continuaba sintiéndose sola a pesar de atender diariamente su hogar y asistir a las misas dominicales. Algunos sábados le hablaba al mediodía y extrañaba la gravedad de su voz. Entonces me explicaba que no me había hablado con nadie en toda la mañana. El amorcidio, que finalmente cometimos, aún sombrea las tardes lluviosas y el jugo de naranja que se entibia en mi boca. Dos páginas del ejemplar de Sabines contienen pequeñas manchas de chocolate. Y lo cursis que puedan parecer este párrafo y otros quizá tenga relación directa con el hilo rojo… Tal vez. (“Me gusta pensar en ti desde que pienso”). Casi al final de la cena, la lluvia arreció y los truenos hacían vibrar los cristales de las ventanas. Subió las escaleras con prisa y permaneció observando a través de la ventana que acababa de cerrar. Parecía nerviosa por la gran cantidad de agua que corría por la calle. Me acerqué a su lado y se sintió más sobresaltada: estábamos a unos cuantos pasos del dormitorio. Intentó el descenso de la rodé con mis brazos. Su vestido de hilo blanco parecía tener grandes poros. La sal y la grasa de la comida se la-

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varon con la humedad de nuestras bocas. Al recibir esto, me es muy grato recordar esos momentos tan intensos en que demostramos la inutilidad de Crest, de Colgate y de tanto producto industrializado que nos meten en la boca. A las siete de la mañana -inicio el oficio de pensarte. Releo las anotaciones de las 25 cuartillas a mano y subrayo dos o tres frases que no deben aparecer aquí. Parafraseo algunos fragmentos e imagino tu rostro expresando una sonrisa apenas sugerida. Tus ojos: cada tarde me miran fijamente cuando nadie se puede enterar. Si los demás alumnos escriben notas sobre el Simbolismo tú permaneces con la mirada siguiéndome y yo camino hasta llegar al extremo del pizarrón donde nos tocamos con la mirada. El oficio de pensarte. Cuando hablaste con tu madre, tu hermana menor se extrañó de que estuvieras pensando en recetas de ayer. — ¿A quién le vas a preparar tanta receta si mi cuña ni está aquí?- Preguntó con el ceño fruncido. Tu madre y tú sonrieron maliciosamente de la ocurrencia de una chiquilla de dieciséis años. — Es que tengo novio que tú no conoces. — ¡Claro! Hoy vamos a tener una cena muy romántica, ya dejé todo listo en la casa, hasta las velas. — ¿Estás oyendo, mamá? — Mmmm… Sí -dijo sin dejar anotar la receta-, es que tu hermana se pone muy bonita cuando se enamora. Y lentamente te levantaste, sin desfigurar tu sonrisa, y te fuiste lejos de la luz de la cocina. Te sentaste tranquilamente en el sofá a ver televisión, ahí donde tu rostro recibía sombras y luces mortecinas continuamente. Permaneciste más de una hora. A las doce en punto anunciaste tu retirada incorporándote. — Todavía está lloviendo muy fuerte- aseguró tu madre. Nada más dijo eso. Pero se le va a hacer tarde con su novio- refunfuñó tu hermana. — ¡Pobrecito! Ya debe estar todo mojado- pensaste en voz alta frente a la ventana. Volviste a tu lugar. Te aguantaste en él media hora más y te despediste cuando aún llovía ligeramente. Sin necesidad, acomodaste el espejo del retrovisor mientras se calentaba el auto. Miraste tus ojos y te dijiste que habías dicho la verdad. Tú tienes un ejemplar y yo tengo otro de la obra de

Sabines. Ambos están subrayados con los dos colores distintos. Como era muy difícil platicar en el salón de clases -y fuera de él-, nos intercambiábamos el mismo ejemplar. Después, unos días antes de despedirnos definitivamente, quisiste que te prestara mi edición para copiar en la tuya todos los subrayados que habíamos hecho durante el semestre. Con el color anaranjado yo subrayaba la frase que quería decirte, y tú lo hacías con el amarillo. A veces un anaranjado quedaba en dos líneas debajo de un amarillo. Otras, después de revisar página por página, descubría el amarillo en el índice: significaba que el mensaje era todo el poema. Y no faltaba el verso con dos colores. Quizá mi esposa nunca pueda descifrar quién fue mi amante (si es que la tuve), espero también que el marido de Rebeca no descubra la identidad de ella en estas páginas. Tanto él como mi esposa han encontrado otras formas de ocultarnos las identidades de sus amantes, y éstos, a su vez, juegan con otras formas. Tal vez. Rebeca y yo únicamente tenemos la ficción para existir y para ocultarnos, sin abandonar nunca a la misma. Y hoy, ¿cómo estás vestida?

(Publicado originalmente en Metamorfosis No. 25 / 1995)


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Ilustraciรณn de Pedro Tarango

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José Antonio García Pérez

E

Aquí se está mejor que enfrente

n alguna ciudad, hay una cantina que lleva por nombre “Aquí se está mejor que enfrente”. ¿Y qué hay enfrente? Un panteón. Bueno, una barda que limita el panteón. Como si se fueran a escapar. En la barda, algún ocioso pintó un letrero que decía: “Aquí se encuentran muchos de los que estaban enfrente”. ¿Cuál es la particularidad de esta cantina? Que puede estar en cualquier parte: enfrente de tu casa, a la vuelta de cualquier esquina o en aquel callejón que tomaste equivocadamente, lo que quiere decir que está y no está. Ni se te ocurra buscarla en la sección amarilla. Menos preguntarle a alguien que ya haya estado. Ni loco te va a decir. Es de esos secretos gozosos que no se comparten. Si acaso a la morrita y eso cuando ya está pedo. Para entrar no necesitas identificación, por eso acuden mozalbetes y chavitas a las que apenas les andan haciendo ruido las hormonas. También hay mucho ruco. Perdón, adulto mayor. Esta cantina se parece a cualquier taberna, antro o bar que conozcas. No te asustes si al entrar vez una luz al fondo del túnel. Tú sigue caminando.

La música te despejará el miedo. Lo primero que vez es una gran rockola que tiene, sin exagerar, TODAS las rolas del mundo que se puedan escuchar en ese ambiente nebuloso (porque en esa cantina sí se permite fumar) y con olor a cerveza. Eso sí, no huele a orines. Lo mejor de esta rockola es que puedes poner la pieza que quieras y no te cuesta ni un peso. Sólo tienes que identificarla y marcarla. Agárrate porque viene lo mejor de lo mejor, lo óptimo: ahí verás pisteando, platicando, fumando, jugando dominó o pokar… a puros muertos con talento. Si eres dark, punk, emo, esquizoide, paranoico, depre o estuviste en el Cedart o en Filosofía y Letras (si y sólo si) tendrás el privilegio de identificar a algunos poetas, escritores, filósofos, artistas cantantes de blus, de jazz, de rock que ya son difuntos. Ahora que todo depende del día porque nunca se repiten los mismos visitantes, así es que se requiere ser asiduo cliente para que algún día te topes tus personajes favoritos, en el lugar menos esperando: el baño, porque, es mixto. Así es que de pronto


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puedes ver cómo se acomoda la falda una morra cachondísima, que casi siempre viste de negro: zapatos negros, medias negras, vestido negro, cintura breve, pantaletas negras, caderas…para qué te cuento…cabello negro ondulado, ojos negrísimos, labios rojos y mirada sensual: estás frente a Juana de Ibarbourou ¡qué bárbaro! No, no es el San Juan, ni te alborotes. Es como cuando vas a las librerías de segunda y hasta tercera mano. Necesitas ir todos los días a ver que cae de nuevo. Te llevas cada sorpresa. Que no te extrañe si ves “toriquear” a Marlon Brando con la doña: María Félix, que sigue atrapando todas las

miradas masculinas, aunque ella confiesa que le siguen gustando más las mujeres, cosa que le agradaría mucho a la Chabela Vargas, que por cierto platica con Frida a quien no deja de agarrarle las nalgas. Volviendo a la Doña, con los ojos medio entornados escucha hablar y hablar a Brando que sigue todavía con su quijada de padrino, mientras ambos fuman como chacuacos. ¿Que qué es un chacuaco? El chacuaco es el horno para fundir metales. ¿Ya te fijaste quienes juegan dominó en la mesa del rincón, cerca de la escalera que lleva a un laberinto? ¡Claro! Borges, Carlos Gardel, Edgar Allan Poe y Sor Juana

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Inés de la Cruz. De veras que mujer tan divina. Aunque se acaba de enterar que ella no fue la primera en haber sido nombrada la “décima musa”, sino que fue Safo, y fue el mismísimo Platón quien la llamó así. Pero la monja no se agüita, la verás fumando un puro, tomando su copita de rompope (al que le añade un poco de mezcal) y sus grandes ojos se muestran inexpresivos sólo porque no quiere delatarse que tiene buenas fichas. ¿Creíste que Borges aún es ciego? ¡Qué tonto! Todos estos difuntos están enteritos, gozan de buena salud. ¡Salud! Aunque no ha dejado el bastón. Dice que es una costumbre insana, pero que le da seguridad y personalidad. Ya lo creo. El que no deja de mirar a todos lados, como si alguien lo persiguiera es el autor de “El Cuervo”, que por cierto, toma puro Tequila Cuervo. Cuervo Especial, para ser más exactos. Y eso que fuma no es mota (aunque no será raro que te encuentres a dos que tres fumando de la buena), es opio. Sí, algunos vicios siguen muy arraigados. Por cierto Poe sigue teniendo tremendas ojeras. Carlos Gardel se delata porque empieza a tararear un tango. Por favor, por favor, por favor…no se te ocurra hacer preguntas estúpidas por obvias, como “¿ a poco tú eres…? porque ya no lo volverás a encontrar. Te lo digo por experiencia. Fui a la rockola, y ella estaba ahí, buscando una rola de Jim Morrison y en eso que voltea y me sonríe toda borracha y la reconocí: “¡Tú eres Janis Joplin!” -Dije-. La sonrisa se le borró de su rostro alcoholizado y se fue, se perdió, ya no la volví a encontrar. En la barra, Jim Morrison me lanzó una mirada de “¡Chingao!”. Así es que ya sabes por qué no debes de preguntar. Me quedé serio en la rockola y mientras buscaba la pieza “Alfonsina y el mar”, sentí a mi lado la presencia de una mujer bajita, regordeta y con una cara muy triste. Era ella, la que se murió de amor.

No resistí la tentación y le pregunté cual había sido su mejor anhelo y me respondió “¿Cómo decir este deseo de alma? Un deseo divino me devora; pretendo hablar, pero se rompe y llora esto que llevo adentro y no se calma.” Al buen entendedor…me retiré discretamente y me fui a la barra. Reflexioné: por eso es importante no interrumpir, sino sólo escuchar. ¿Grabarlos? Ningún aparato reproductor funciona ahí, para qué, si hay música y de la buena, porque también ahí tocan y cantan los que fueron los mejores exponentes de blues, jazz, rock and roll y por supuesto las rancheras. No olvido esa noche en que entonaban “Paloma negra” el mismísimo José Alfredo Jiménez, junto con Pedro Infante y Javier Solís. Esa noche hasta los que jugaban dejaron de hacerlo para escuchar a la tríada fenomenal. Recientemente me comentó Carlos Montemayor que también se dejan caer con cantos gregorianos y algunas arias. Aún así, me suena aburrido. Quise preguntarle a Carlos si acaso algo había dejado pendiente, cuando Jesús Gardea le hizo señas para que viera el reloj. Estaban por cerrar. Todos apuraron sus copas y de pronto me vi con tremendo caguamón recargado en una lápida. La noche y yo solos y por el otro lado de la barda pasaba y aullaba una ambulancia.

(Publicado originalmente en Metamorfosis No. 38 / 2013)


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El encanto de volver

Ilustración de Mónica Carolina Rodríguez Arenas

José Fuentes Mares


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H

oy hace un año que dejé Madrid —y mi puesto en el Servicio Exterior— para volver a México, aunque para mí volver a México sea volver a Chihuahua. Admito que en el curso de mi vida trajinada, con tantos ires y venires, de hallarme lejos no experimento por México ninguna nostalgia y sí por Chihuahua, sentimiento en el que cuenta poco que Chihuahua se México también. Me importa menos que un pepino si otros comparten o no ese apego visceral, a la tierra, auténtico, profundamente animal. En nuestras acciones o reacciones irracionales solemos volcar cuanto de más humano llevamos dentro, llevados por la animalidad de nuestra sin razón vital. Chihuahua es la tierra que me dieron sin pedirla, mundo un poco bárbaro y solitario, ideal para la intravagancia y la sorpresa. Ahora mismo cojo mi safari y corro por el llano, entre mezquitales perfumados, o subo hasta pinares y encinares de antiquísimas historias no contadas todavía. Me gusta el bosque pese a sus limitaciones, a su bonitura sobre todo, pero me entusiasma la dureza brutal del llano. En el llano de Chihuahua se dejan oír mensajes inconfundibles, si bien es preciso haber nacido aquí para interpretarlos. Quienes proceden de tierras feraces no comprenden. El llano, gran escuela de esos pobres niños con cara de profetas monoteístas, justifica que el cristianismo y el islamismo nacieran y arraigaran en tierras así. Recuerdo que mi gran amigo Caso decía, refiriéndose a Vasconcelos: “No sabe cómo envidio a Pepe porque él tiene a Oaxaca y yo no tengo nada: soy del Distrito Federal”. Y recuerdo también que entonces reí de lo que hoy me parece obvio. Oaxaca era para Vasconcelos su posibilidad de refugio, y si carece de relevancia que nunca volviera es porque del refugio importa no su aprovechamiento sino tenerlo a mano: los lugares de refugio no son pedazos de tierra sino estados de conciencia. Saber que allí se encuentra su gente, la gente de uno, aunque al volver se hayan marchado varios de los más próximos. Al volver hallé bajas en las filas de mis amigos, pues no encontré a Ignacio González Estavillo, a Vicente Arreola y a Armando Pruneda, ejemplos humanos tan limpios como cristianos de las catacumbas. Y su no los hallé será

porque a partir de los sesenta todos andamos en la edad del tocadero. En algún funeral decía Vasconcelos a don Alfonso Reyes: “Oiga, Alfonso, ¿se da cuenta de que ya solo nos entramos en los sepelios?”. Claro que en los sepelios. Como para los niños resulta corriente encontrarse en el lugar de sus juegos. Pero en fin, que eso de hablar de la tierruca me da mala espina. Quienes viven lejos, y reinciden en el recuerdo de sus lugares suelen andar de despedida, y por eso no resulta tonificante. Años atrás leí alguna entrevista de Gómez Morín, en la que don Manuel hablaba nostálgicamente de Batopilas, su pueblo natal, y comenté que no tardaría en morir, como ocurrió poco después. También David Alfaro Siqueiros y Nacho Asúnsolo hacían memorias de Chihuahua poco antes de cascar, acto solemnísimo que sin embargo no es agradable acelerar. De modo que si ahora hablo de Chihuahua no es por estar –creo yo- en punto de exequias, sino por tener sabido que regresar es lo mejor de los largos viajes. Fue además estupendo volver para gozar diciembre, mes maravilloso que sólo identifican con los once restantes quienes nunca fueron niños. Como yo tuve la fortuna de serlo, conservo la ilusión de diciembre, agonía o argucia para recuperar horas de dicha indescriptible. Diciembre es el mes de los sueños que sobreviven, y de no pocas alegrías. Tan excepcional es que hasta los desalmados gritan a su término: “¡Ya nos echamos otros!”, si bien, precautoriamente, no lo confiesan antes de sonar las doce campanadas de San Silvestre. Por lo que el tiempo encoja, no lo gritan antes de media noche del 31 de diciembre. ¿Pero qué diablos quiere decir “por lo que el tiempo encoja”? Mejor sería decir: por lo que encojamos nosotros en el tiempo, aunque la expresión resulte de un barroquismo insoportable. Estamos a punto de echarnos otro, y que vengan más. Diciembre es un mes prodigioso, sobre todo otra vez entre mi gente. A mi alcance están el llano, el sol, el hielo, la sed y la montaña: Chihuahua, gigante estupendo que despierta.

(Publicado originalmente en Metamorfosis No. 19 / 1990)

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Música para un Cuerpo (fragmento) Rogelio Treviño Lunas Blancos latidos de la noche Tus movimientos Selenotropos Esta llama de música verbal que disuelve y conjunta Música para un cuerpo el vuelo de tu adagio Llama de agua Reyecito Señora de Cinteotl A qué has venido y por qué estás aquí ¿Quién eres? Polífona-monófona que dibuja el destino Por el mandala de tus pasos resuelves la figura El hielo de la tumbas Lunómetro Cantidad del ser Madre del padre.

(Publicado originalmente en Metamorfosis No. 25 / 1995)


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Gaspar Gumaro Orozco

A Mohamed Ali Escucha aunque te hagan daño tienes que aprender sufriendo a hacer la historia porque eres hombre tienes el deber y la necesidad sufriendo a hacer la historia si tú detestas el despotismo esas olas de verdes hombres de hombres grises máquinas bípedas azules-verdes de altas botas polainas blancas y de brillantes botonaduras en la barriga profesionales de la miseria institucional si tú detestas la opresión organizada !no les creas! no creas nada de lo que graznan los Grandes Buitres de las Cancillerías cuando te dicen ¡mata! ¡mata! !tu deber es agrandar los límites de nuestro cementerio! !tu obligación –ciudadano– es exprimir las lágrimas de los demás! ¡no les creas! ni aunque juren en nombre de la patria o de su dios (“in god we trust”) mercenario !no les creas! que ellos “acuñaron” esos términos y juntaron la fuerza de sus garras en una “asociación limitada” a su “interés”


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van a comprarte y a venderte porque son banqueros y agiotistas disfrazados de salvadores condotieros de estado y nada más. Cruel o insensible el niño bestial sobrealimentado despluma en vida una blanca paloma de Picasso –sueño alado de amor que destila sangre roja !real!– y sonríe el “strong man” quiere jugar y sabe que se asan igual a fuego lento de leña verde las lagartijas en las prisiones tú lo sabes también pero el César te compra tus sentimientos humanitarios y te hipoteca –remero en perpetua deuda con el patrón fenicio– tu compasión si tú quisieras podrías ser un halcón cebado en la pitanza que nosotros los pueblos perseguidos ofrecemos –carne magra– ¿qué importa para quien tiene los dientes afilados? a los hombres organizados por la jauría que pulen –con polvo de oro– sus instrumentos sus garrotes sus jaulas sus estrados sus cajas de caudales

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con ellos te hacen la llaga en la conciencia y te arrojan a las moscas !que se ahonde la herida! ¡que se pudra el amor! en la carroña está el banquete y el deleite servido por gorilas lacayos en las fauces del monstruo de hormigón. ¡no cejar! ¡No abandonar el empeño de la dignidad comprometida! porque empieza a soplar el viento empieza a subir la marea y las olas rabiosas que cabalgamos van a carcomer los cimientos de la pirámide de huesos a nuestro llamado revivirán y de pie retarán la noche y los jueves los fiscales carceleros verdugos y guardianes


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se hundirán cuando arriemos su bandera y alcemos nuestro pendón y bajo él nos cobijamos sin miedo sin engaño sin patria sin nación bajo la ley que nosotros nos demos florecerá la vida nos llamaremos hermanos y aspirantes a ser hombres nada más.

(Publicado originalmente en Metamorfosis No. 3 / 1969)

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Raptus José Vicente Anaya

Me saqué los ojos, como edipo, y los hijos de la chingada esperan que sea cierto… La otra mitad que soy no existe la otra mitad que existe no soy.


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(fragmento)

Éter

Llegar a muerto despuĂŠs de tanta vida: arder en polvo.

(Publicados originalmente en Metamorfosis No. 26-27 / 1996)

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Enrique Servín

Fotografía de Sandra Treviño

Mujer dándole de comer a las gaviotas


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Estabas loca, por supuesto Apenas caminabas, frente al Banco de América. Como una estatua sucia, pero de ojos azules y de mejillas grises, roñosas de tanto desamor o de tanta pobreza o tanto sol. Estandarte raído, fantasma de la niña que alguna vez serías. No estatua tú: naufragio completo cosa desmoronándose. Cosa lenta y ausente, pero alta todavía muerta como una estatua y con los ojos azules. De los ennegrecidos dedos soltabas friego y pan y flotantes gaviotas de pupilas solares descendían sobre ti en lentas espirales, grandes como esa tarde. Tarde era y ausente y de mirada azul, como tú misma.

(Publicados originalmente en Metamorfosis No. 28 / 1998)

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poemas Elsa Cross

De cómo negar la negación Algo, una especie de tristeza. Algo a punto de vencerme. Repito como una invocación: No debo caer (pero me asomo) No debo caer (pero me asomo más) No debo caer (¡CUAS!) No debo caer (ya estoy aquí, entera, mordiéndome las uñas) No debí caer a los mismo laberintos melancólicos. Algo, maldito sea, me sedujo. Si pudiera verlo le rompería el hocico. Pero saldré. Volando: que escarben arqueólogos y topos.


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De cómo una gente, según el decir de otra, anda empeorando sus poemas con títulos anticuados y pendejos y de cómo esa gente de los poemas es terca, malhablada (malescrita) y falta de respeto hacia su semejante e insiste en los tales títulos de los mencionados poemas Me gustan. Me gustan. Has de perdonarme. Si te angustiaras mucho no me leas.

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De cómo vencer la tentación Paris o Ganimedes en persona le hubieran hecho los mandados. Tenía ojos de ícono bizantino, boca adorable, cuello apetitoso, rizos negros cayéndole en la frente. Eran tales sus perfecciones y sus gracias que un mártir parecía en el suplicio. Retórica obsoleta ¿cómo describirás a Federico el bello? Oh, celestial aparición. Tanta reverencia me produjo que opté mejor por ofrecerle incienso y a otros malos pensamientos dedicarme.


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De cómo merecer título oprobioso Despierta imbécil, di lo que tienes que decir y no lo pienses tanto, que de cualquier modo no será la maravilla. Despiértate pequeña imbécil y corre a anunciarles tu verdad (si puedes descúbrela primero). Peor para ti si no lo haces, que el diablo te confunda. Ganarás a pulso que te llamen poetisa y no poeta.

(Publicados originalmente en Metamorfosis No. 4 / 1969)

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Buda un día dijo: Yo soy el Buda.

poemas luis nava II Ni tu silencio ni el mío han sido suficientes… A hurtadillas voy recogiendo tu alegría.

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poemas luis nava

poemas luis nava I

De repente todo tiene sentido de recuerdo. “Caminaba entre cerezos apenas ya florecidos” La luz se vierte en semejanzas. Apenas pálida y débil se nutre a sí misma. “Pensaba en tí... no es suficiente ser libre”. Las cosas se cargan con nuestros sueños y van repitiéndolo todo mientras alguien muere mientras alguien nace.


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III QuĂŠ tranquilidad en el hogar. Sin duda olvidĂŠ a alguien afuera.

(Publicados originalmente en Metamorfosis No. 3 / 1969)

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Ciudad que despierta lejos Reyna Armendáriz Nada desciende acá Ni un aliento Ni un olvido roto en el cadáver del café Ni una hoja nueva para las alas Nada late El mundo desabrigado sobre la calle El aire tullido de gatos sordos no se mueve Lo solo no baja no transcurre va haciéndose como un sereno difuso y dulce sobre la casa La calle cansada de aullar tan larga y oscura arteria echa colmillo en la banqueta En el árbol en la casa De noche el fingido pueblo se desangra La campana viceversa del encino dobla en arterias luna desierta luego enmudece Vientra en silencio una célula de pájaro ráfaga maternidad nocturna No son hojas vino lo nocturno a darle sus élitros al árbol


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como un filtro publicรกndose a lo largo del paisaje y yo miro como una isla astringente miro Llueve diagonal de sombra tropel de altura He de lanzarme al bosque como un lรกpiz de agua llueve (como en todas las gafas tristes) llueve abro la ventana y me esencio de la lluvia alargo una lengua quiero sentir pasar la noche Ni el espacio Ni la sombra Ni la noche Era necesario rezar doce tinieblas y olvidar mi nombre.

(Publicados originalmente en Metamorfosis No. 32 / 2005)

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Aforismos rS

ésa Luis C

1.- La filosofía es la ejercitación de una paciencia, una demora, en contraste con el apremio de las cosas que lo reclaman a uno. 2.- El hombre es un ser de espera, toda la vida es una larga y paciente espera, pero la espera que permea todas las demás esperas es la muerte. No es que uno ansíe morir, pero toda la vida es un aguardar la muerte. 3.- Toda filosofía es expresión de un ethos. La sexualidad forma parte de ese ethos. En ese sentido, la filosofía de un hetersexual es diferente a la de un homosexual. La filosofía de Foucault está dictada por su condición de homosexual, y por eso da cuenta de los seres marginales; él mismo era un ser marginal. La filosofía de Vattimo, si bien de otra manera, con su defensa del pensamiento débil, es reflejo de su ser homosexual. No se ha pensado

aca

ba B e t s e i t an

suficiente en qué medida la sexualidad determina la tesitura del pensamiento. 4.- Solo retrospectivamente he comprendido mi aversión hacia los pueblos. En ellos la miseria humana es más visible. En todas partes hay miseria humana, pero me parece que en las ciudades se enmascara. En cambio, en los pueblos aparece como exhibida en un escaparate: el loco, la prostituta y el mendigo. 5.- Lo enmarañado e intrincado de una situación práctica aparece lineal en retrospectiva. 6.- El hombre permanece indiferente a la configuración de las nubes, de la misma manera que se muestra indiferente a las formas de su destino.


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7.- En toda despedida reside la secreta promesa del reencuentro, o bien de la inocente separación definitiva.

11.- El rigor en la filosofía no está disociado de un estilo de vida.

8.- El tiempo va formando capas de recuerdos, vivencias, éxitos, fracasos, que se abren ante nuestra vista de manera involuntaria, por obra de un mecanismo que acciona de manera secreta.

12.- La razón por la que prefiero el cine francés, por encima de los demás, es por la manera que tematiza el amor, los protagonistas aman hasta desquiciarse, hasta perder la razón. Eso me ha seducido siempre de su producción cinematográfica.

9.- La ausencia, el silencio y la espera son, en ocasiones, un aliado, incluso u amanuense del amor. 10.- A veces tendemos a ver un hecho de nuestra vida como algo definitivo, irrevocable, como si la vida nos acorralara y nos impidiera vislumbrar lo abierto del horizonte, la porosidad y anchura del destino; y sufrimos por todo ello.

13.- Los americanos actúan como si ellos tuvieran la misión de decidir el destino de la humanidad, los alemanes lo piensan. 14.- Al cabo del tiempo Alemania se me aparece cada vez menos como un país, y más como una entidad metafísica.

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15.- Cuando viví en el extranjero, tenía un hambre visual, auditiva, sensorial, física de México, quería devorar este país con todos mis sentidos. 16.- El aprendizaje del alemán ha significado para mí la inmersión en un río silencioso de palabras. 17.- En la inspiración lo que ronda, lo que está al acecho, se resuelve en asalto violento a la palabra y el pensamiento. 18.- ¿Se ha visto acaso un rostro más transfigurado por el fervor religioso, que el de un creyente mexicano en el momento de orar y pedir a dios? 19.- Los recuerdos son solo la resaca de lo vivido que de manera adulterada nos devuelve la marea de la vida a la orilla de nuestra memoria. 20.- Vivir en el desierto es estar expuesto a una orfandad de las cosas, es experimentar “la presencia pura” de la ausencia.

(Publicados originalmente en Metamorfosis No. 37 / 2012 y Metamorfosis No. 40 / 2014)


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The raven Once upon a midnight dreary, while I pondered, weak and weary, Over many a quaint and curious volume of forgotten lore— While I nodded, nearly napping, suddenly there came a tapping, As of some one gently rapping, rapping at my chamber door. “Tis some visitor,” I muttered, “tapping at my chamber door— Only this and nothing more.”

Edgar Allan Poe


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Take thy beak from out my heart, and take thy form from off my door! Nevermore x

YEs


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Texto: David L. Hall Traducción: Federico Ferro Gay

D

Filosofando desde el desierto

urante la mayor parte de mi vida he establecido mi hogar en el desierto suroeste de los Estados Unidos, una región cuyas peculiaridades son acaso incomprensibles para aquellos que nunca llegaron a percibir su mágica influencia. Es imposible describir la magnificencia del desierto, pero ella probablemente consiste en el hecho de que se trata a la vez de un lugar provisto de inconmensurables extremos que es al mismo tiempo indiferente a los extremos. La ardiente tranquilidad de un día de agosto constituye una amenaza para cualquiera que se halle desprotegido del sol, y los vientos de marzo y abril pueden convertir a la misma arena en un arma mortal. A veces el desierto se presenta como un vacío seco que no ofrece ni siquiera una gota de agua para sustentar la vida y sin embargo, de repente, pueden producirse lluvias torrenciales creadoras de peligrosas corrientes, después de las cuales el desierto hace brotar una inconcebible variedad de seres vivos. Allí no existen términos medios. Y sin embargo las contrastantes expresiones del desierto tienen un oculto substrátum de extraña constancia que las hace rítmicas y armoniosas y, en cierta forma, vagamente tranquilizadoras.

Cuando llegué a esta área hace casi veinte años, nuestra cultura vivía bajo la amenaza de la nube en forma de hongo que había nacido precisamente en estos espacios desiertos. Y es una ironía que, al desaparecer, en cierta forma, de nuestra vista la amenaza de un desastre atómico, nuestros temores paranoicos se hayan encaminado hacia los “demás hongos”, nacidos también en el mismo ambiente del desierto. Aquí en el desierto se conjuntan los dos símbolos antitéticos: la planta psicodélica y la flor nuclear del mal. Yo maduré precisamente durante ese breve período en el cual nuestra cultura ondeó entre estos dos extremos aguardando el juicio de la historia. Pero tales extremos tienen manera de hacerse menos severos, no a través del ajusto del compromiso, sino simplemente como virtud de la vastedad de las posibilidades de alternativa que proveen su substrátum. El desierto puede muy bien simbolizar la vastedad que es la ocasión primaria para la esperanza frente a las distopias restrictivas que empezaron a caracterizar nuestro horizonte intelectual. Al ser símbolo de la situación en la cual nos hallamos, el desierto puede también servir como fuente de reno-


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vación. Esto puede ser, puesto que el desierto es, antes que nada, un lugar de soledad; y es de soledad, precisamente, de donde puede proceder la renovación. El asombro procede de nuestro vagabundear, y sólo cuando vagabundeamos. En las montañas se lucha por la cima; en la floresta cada árbol alto constituye un punto de referencia para el camino adecuado. Pero el desierto se separa y cambia, desafiando toda tentativa de explorarlo, de caracterizarlo o de domarlo. El desierto es lugar para el andar errático. Y en ausencia de valores firmes y de metas claras, tenemos menor necesidad de seguir estoicamente caminos bien trazados y más necesidad de practicar el arte del vagabundo, lo que puede ocurrir tan sólo cuando nos retraemos a las regiones desiertas de la vida o de la mente. El desierto es a la vez símbolo y origen de nuestras tentativas a renovar la actividad del andar errático que puede dar principio a una nueva sensibilidad. Así, no nos debería sorprender que el estímulo inicial para las actividades de una cultura debe encontrarse en sus experiencias religiosas, porque las religiones nacen, metafóricamente (y a menudo literalmente), desde afuera del desierto. Las imágenes improductivas, empleadas tan a menudo por nuestros profetas culturales nos han tal vez engañado. Hay una gran diferencia entre una tierra improductiva y un desierto. La nuestra no es una tierra dejada improductiva que pueda ser reconstruida por el esfuerzo humano una vez que se libere de sus relictos. Claro que cuando llega la lluvia ella limpiará los artefactos de nuestra civilización cansada: pero sería erróneo creer que debemos usar nuestras energías para renovar las estructuras decadentes de nuestra cultura tradicional. Es tiempo de mirar más allá, hacia las promesas del desierto. Porque cuando las lluvias tocan el desierto, brotarán miríades de capullos. Acaso la más dura lección que debemos aprender es que no somos hacedores de lluvia. No está en nuestro poder determinar ni el paso de lo viejo ni el nacimiento de lo nuevo. Somos habitantes del desierto y dependemos del favor o del juicio de nuestro ambiente. Nuestro desierto cultural está lleno de posibilidades y sólo cuando algunas de ellas empiezan a emerger de una forma más articulada podrá cualquiera de nosotros sentirse capaz de acción eficaz para un futuro nuevo.

Como filósofo de la cultura, he acudido muchas veces a reflexiones de este tipo, porque es claro, cuando menos para mí, que el esfuerzo para promoverá una autocomprensión cultural no puede resultar en una visión coherente, a menos que dicha visión se derive de una consideración de simpatía acerca de aquellas modalidades de pensamiento que pueden parecer contrastantes e incluso conflictivas. Es igualmente claro que debemos evitar la falacia Pelagiana, es decir, el argumento que parte de la libertad como principio a la libertad como hecho. Nuestro mundo público es al presente una esfera de determinación de la cual dependemos hasta en tanto aparezcan posibilidades articuladas para futuros logros. Mi más grande titubeo acerca de las especulaciones filosóficas en relación con la cultura procede de la falta de equilibrio entre los principios y las metáforas que deben comprender su base y superestructura. Los “principios”, los puntos de iniciación y del pensamiento y de la acción, tiene validez tan sólo en la medida que pueden disciplinarse por las “metáforas”, medios que evocan la sensibilidad más allá del sentido. Y las metáforas son eficaces tan sólo en la medida que tienen un “inicio”, es decir, que son principiadas. Un principio no es una iniciación en sí mismo, sino la iniciación de algo en particular. La contestación a la pregunta: “El principio ¿de qué?”, requiere, en un determinado momento, del recurso a la metáfora. Y una metáfora no es un fin en sí misma, sino el fin de un principio, los medios para un más allá, pero un más allá particular.

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La lucha entre metáforas como símbolos del pensamiento y principios como fuentes de pensamiento, cuyo carácter particular articuló Platón cerca del inicio de nuestra era presente, es, hoy en día, de una intensidad peculiar. Ni los poetas ni los filósofos parecen tener la capacidad de proporcionarnos aquel tipo de sostén que nos permita enfrentar nuestra situación con fortaleza. Los poetas, pastores de la metáfora que nos estimula, nos evoca y nos reprueba; y los filósofos, cuidadores de los principios que sitúan, articulan y organizan nuestras sensibilidades, han producido querellas a lo largo de la historia. Lo que es, después de todo, una querella de familia, la que advierte la interdependencia esencial de las partes en conflicto y no ha facilitado la solución para la discordia. El filósofo de la cultura, contrariamente a lo que pasa a sus colega más analíticos y sistemáticos, es condenado a las tensiones y conflictos de su ambiente, y a veces es condenado por este ambiente. Así, además de los múltiples fracasos atribuibles sólo a las idiosincrasias personales, la filosofía de la cultura refleja la mezcla de imágenes metafóricas que se requieren para elicitar la confusión que, quiérase o no, caracteriza nuestra situación presenta. Esto significa que la estructura metafórica de la especulación a veces es confusa y desenfocada. Por otra parte, todo recuento válido de la cultura contemporánea se balancea sobre los bordes de la inconsistencia, puesto que está empeñado en asentar principios que son esencialmente incompatibles y a veces contradictorios, y no en esclarecer sus contradicciones y así articular sus capacidades distintivas de explicación. Al articular las importancias culturales, es necesario tomar una perspectiva extremadamente abstracta y genérica, puesto que lo importante dentro del discernimiento se halla difuso, pervasivo y característicamente oscuro. Como consecuencia del nivel abstracto en que debe operar el filósofo de la cultura, tiene que acudir a menudo a dispositivos tipológicos de una especia muy general como medios para describir las determinaciones culturales omnicomprensivas. No puede pretender validez para tales dispositivos sino a nivel de las autocomprensiones culturales. Sin embargo, este recurso a la tipología y a la caracterización oscura es esencial en su tarea. El fenómeno de la cultura en cuanto tal es típica-

mente masivo lo que significa que podría distorsionarse si se le refina demasiado. Es precisamente la inclinación de la mayoría de los filósofos contemporáneos para el refinamiento analítico más que para las síntesis especulativas que nos ha llevado al pernicioso descuido de la filosofía de la cultura tan evidente en nuestro periodo. Parte de la dificultad que he estado relatando está fundamentado naturalmente en la naturaleza misma de la filosofía especulativa de la cultura que debe involucrar este tipo de reflexión consistente en sostener un espejo, un speculum, frente al objeto de la investigación correspondiente para notar la variedad y las sinuosidades de las imágenes captadas. Podemos, así haciéndolo, tratar de clarificar las reflexiones. Es inútil buscar la forma de limpiarse la cara frotando el espejo: más limpio está el espejo, más claramente se pueden ver las suciedades que refleja. Fue el ingenio espacial de Charles Saunders Pierce el que reconoció la existencia de “el objetivo vago”, que podría clarificarse y articularse sólo arriesgando la falsificación. Nuestra situación cultural es vaga objetivamente hablando. Las especulaciones que conciernen nuestra situación, entonces, deben compartir esa vaguedad presentando una reflexión de la forma, la sustancia y las sombras de nuestra experiencia cultural contemporánea. Para presentar tal reflexión es necesario echar mano tanto de las metáforas como de los principios en cuanto ambos confieren un sentido a la vaguedad y a la incertidumbre de nuestra situación. Antes de que alguien se vea tentado a atribuir las aparentes inelegancias estilísticas del filósofo de la cultura meramente a su tipo de prosa, deberían considerarse las características especiales de la tarea comunicativa que el filósofo de la ciencia ha establecido para sí mismo, y la forma en que la tarea se adapta al estilo y a la sustancia de su trabajo. El medio precisamente no es el mensaje. Estrechamente asociada con la tensión entre los principios y las metáforas discutida arriba, y parcialmente responsable por ella, es lo que puede denominarse sólo como “incompatibilidad estética” de los argumentos y conclusiones de la filosofía cultural. Esta incompatibilidad resulta del hecho que muchas conclusiones que se pueden sacar plausiblemente acerca de la dirección de nuestro futuro tecnológico son en extremo bizarras.


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Y no debemos titubear en sacarlas. Por otra parte, los argumentos que nos conducen a estas conclusiones o las defienden, deben extraerse de la más amplia selección posible de los recursos culturales y deberían expresarse, en su mayor parte, en un lenguaje filosófico tradicional. Y esto nos conduce a un sentimiento inquietante en el sentido de que, mientras los filósofos profesionales que están de acuerdo con las reflexiones de un colega sobre la cultura, pueden considerar como fantasías utópicas las conclusiones que de ellas se derivan, el gran público que se interesa acerca de algunas conclusiones en relación a nuestro futuro cultural, puede no sentirse dispuesto a enfrentarse con los argumentos filosóficos, especialmente cuando ellos pueden alcanzar especulaciones aún más sensacionales en un estilo mucho menos exigente. Pero seguramente cualquier sospecha de esta índole rebajaría de la misma manera al filósofo y al no filósofo. Porque la mayor parte de los filósofos contemporáneos han tenido que aprender la lección mejor expresada por Miguel de Unamuno: “El hecho de que las consecuencias de una proposición sean catastróficas no dice nada en contra de la verdad de la proposición”. Tampoco debe-

ríamos creer que el no filósofo no pruebe simpatía para el pensamiento de Cervantes: “Es mejor el camino que la posada”. La primera lección nos enseña a aceptar la consecuencia de nuestros argumentos no importa cuán bizarras puedan aparecer a primera vista. La segunda lección nos muestra que los argumentos no están en virtud de sus conclusiones, puesto que es en los argumentos mismos en que descubrimos el flujo de la experiencia y de los ritmos de vida en que se fundamenta toda la investigación filosófica. Las “conclusiones” son tan sólo pausas a lo largo de un viaje que no tiene un destino último. Arguimos, especulamos, reflexionamos, porque el camino es mejor que la posada; concluimos nuestros argumentos tan sólo para refrescarnos durante el camino. La filosofía especulativa de la cultura, como yo la concibo, debe rehusar las alternativas ofrecidas por los esquemas absolutistas y relativistas. No debemos cegarnos frente el relativismo escandaloso que emerge de un amplio asentamiento de las evidencias culturales. Pero tampoco deberíamos buscar resolver el dilema refutación dialéctica. En épocas de incertidumbre, el pensamiento filosófico progresa de manera discontinua a través del

«Es inútil buscar la forma de limpiarse la cara frotando el espejo: más limpio está el espejo, más claramente se pueden ver las suciedades que refleja».

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gradual ampliarse del entendimiento; las tentativas de reducir las angustias intelectuales apoyándose en la variedad de pretensiones de verdad en conflicto a través de un empleo excesivamente confiado de la dialéctica no nos sería de mejor utilidad que el recurso escéptico al principio protagórico. Nuestros argumentos no deberían, en su mayor parte, construirse en la búsqueda de establecer la verdad y tampoco en la pretensión de que tal presentar una visión de suficiente coherencia, complejidad y generalidad que pueda servir como contexto en el cual puedan encontrar un compromiso significativo las aseveraciones más especializadas de los escépticos y de los dialecticos constructivos. Dado el contexto apologético en el cual se producen la mayor parte de los esfuerzos filosóficos, la filosofía de la cultura debe considerarse como algo excéntrica y no poco extraña. Los filósofos especulativos deberían preocuparse menos por el hecho de que su obra se reciba con poca simpatía y más por la posibilidad que su pensamiento no sea suficientemente extraño como para que no pueda adecuarse a la extrañeza de los tiempos. Los filósofos deberían tener la esperanza de que algunos entre los lectores de sus libros, o entre los oyentes de sus conferencias, menos aburridos que

ellos, se sientan estimulados a especulaciones mucho más profundas que las que ellos puedan producir. Porque no puedo dejar de creer que cualquier visión del presente, y de nuestro posible futuro, que nos lleva más allá del simple conformismo, o nos hace precipitar en una existencia infrahumana, debe ser radical en extremo. A pesar de lo que dije, debo insistir, sin embargo, que no cultivo ilusiones acerca de la naturaleza y eficacia de la especulación filosófica. El filósofo de la cultura no puede hacer resonar sus trompetas. Puede solamente celebrar la incertidumbre del futuro como medio para agitar las cenizas del viejo mundo, y para esforzarse en anticipar la forma del Fénix y la dirección de su vuelo.

(Publicado originalmente en Metamorfosis No. 13 / 1981)


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El lector

(variación libre de Der Leser de Rainer Maria Rilke)

Erbey Mendoza Negrete

Blow on a dead man’s embers And a live flame will start Robert Graves

E

n Mujer que sabe latín, Rosario Castellanos admite con gran gallardía: “el traductor es un súbdito ambicioso que aspira, fundamentalmente, a usurpar”. A pesar de que habría poco que agregar, continúa: “Ser, durante un breve momento, la encarnación del otro, admirado a distancia; intentar disfrazarse usando sus investiduras, duplicar sus gestos, sus entonaciones (…)”. Otros han optado por la tan­gente: Robert Lowell llamó a sus “traducciones” Imitations; Paz, Versiones y diversiones; Pacheco eligió la llaneza de Aproximaciones. Por mi parte, yo tomaría prestado de la música popular un término útil para el poema que ofrezco: un cover. Usurpo, saqueo, traiciono; mas lo hago con una profunda admiración, con el debido respeto. Es, por decirlo más sutilmente, mi lectura, en mi tiempo, en mi tradición, en mi circunstancia, de Der Leser. Un último préstamo (o robo), esta vez del poema a Rainer María Rilke de Marina Tsvetáieva: con este poema, “Rainer, quiero encontrarme contigo”, y, al final del poema, “saber que eres tú./ Y más aun: oír el sonido de tu corazón. Y besarlo”.


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Como a través de un puente colgante que atravesara las ruinas de largas civilizaciones, el hombre desciende en aparente silencio de un ser a un segundo ser. Solamente lo interrumpe el rápido y violento pasar de una a otra página. ¿Quién podría asegurar que conoce a este hombre? Ni su propia madre estaría segura de que es él el que ahí, empapado de su sombra, se vierte en las páginas. Lejos de desafiarlo, sus ojos se doblegan ante un mundo colmado y vasto y a la mano, hasta llevar a cuestas lo que entre sus manos, en el libro ocurre. ¿Quién podría siquiera sospechar cuánto se desvaneció en él cuando arrancó su mirada de los planos caracteres enfilados? Como un niño que jugaba a solas, el súbito llamado de “vente a cenar” lo devolvió a su habitación. Pero aquel primer roce y alguna intocable soledad quedaron, en él, alterados para siempre.

(Publicado originalmente en Metamorfosis No. 39 / 2013)

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Matinee When you left I fell into a Russian movie. The camera moved to the doorway; sunlight shone steadily through minute dust particles. I’ve seen those, you said, they’re beta particles. But you had gone and the particles were settling into a corner. The doorway was silent. No one spoke. I think it was only dust.

Frank Malgesini


metamorfosis

Was there music? I don’t remember; the dusty sunlight stumbled through the doorway like dazed beta particles. When you returned -almost off camera- I waited for an explanation but you mumbled gamma I think.

(Publicado originalmente en Metamorfosis No. 32/ 2005)

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METAMO


ORFOSIS

(Collage publicado originalmente en Metamorfosis No. 4 / 1969)





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