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Ricard Conesa Sánchez
Monumentos para el duelo, lugares para la memoria: de la Barcelona franquista a la democrática
Ricard Conesa Sánchez Observatorio Europeo de Memorias Universidad de Barcelona rconesa@ub.edu
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El culto a la muerte y la rememoración de los Caídos por Dios y por España que la dictadura ejerció hasta el final, tuvo diversas manifestaciones: monumentos, rituales, días festivos… Todas ellas para legitimar el régimen franquista. Al llegar la democracia, la ciudad de Barcelona tuvo que encarar este discurso que se mantenía en el espacio público a la vez que las asociaciones de familiares de víctimas republicanas reivindicaban un lugar digno para sus muertos. A lo largo de este artículo, se pretenden vislumbrar algunas de las diferentes narrativas creadas por el poder público en un marco político y social cambiante, del franquismo a la democracia.
Palabras clave: Memoria, duelo, Barcelona, transición, políticas de memoria
CULTOS DE MUERTE, DISCURSOS DE PODER
En noviembre de 1938, cuando las tropas rebeldes se preparaban para la ofensiva final sobre Cataluña, el general Franco ya presumía de tener un listado de más de dos millones de nombres de enemigos entre las manos. Como cuenta el historiador Michael Richards, la ocupación de Cataluña se concibió en términos patológicos. Para el todopoderoso ministro de Interior franquista, Ramon Serrano Súñer, el nacionalismo catalán era una enfermedad. Después de la caída de Barcelona el 26 de enero de 1939, un periodista le preguntó cuál era la situación de la ciudad y le contestó: «La ciudad está absolutamente bolchevizada. La labor de descomposición absoluta ... En Barcelona han ahogado los rojos al espíritu español. El pueblo ... está enfermo moral y políticamente. Barcelona será tratada por nosotros con los cuidados con que se atiende a un enfermo». Se recomendaba un «castigo bíblico (Sodoma y Gomorra) ... para purificar la ciudad roja, la sede del anarquismo y del separatismo ..., como único remedio para extirpar esos dos cánceres [mediante] el termocauterio destructor implacable». El primer gobernador civil del franquismo en la capital catalana, Wenceslao González Oliveros, veía también la guerra civil como una operación «para extirpar quirúrgicamente» la «putrefacción» de la sociedad representada por el «marxismo» y el «separatismo». 1 Entre 1939 y 1952 fueron ejecutadas en Barcelona 1.717 personas, de las cuales 1.686 fueron fusiladas en el Campo de la Bota –de las 31 personas restantes, 23 fueron ejecutadas por garrote vil en la prisión Modelo y 8 fueron fusiladas en el castillo de Montjuïc. 2 La dureza de la represión fue extraordinaria, pero como dice el historiador Martí Marín, ésta no habría sido posible sin la colaboración de todos aquellos que querían ser considerados vencedores, tanto si habían hecho la guerra como si se habían quedado en la retaguardia, «la represión en masa necesitaba masas de represores para poder funcionar». 3
Sin embargo, no todo fue destrucción, también hubo construcción. El proyecto fascista estaba ligado a la creación de una nueva sociedad y con la llegada de las tropas de ocupación, llegaron también prácticas culturales asociadas al desarrollo del Nuevo Estado franquista. Estas prácticas estaban vinculadas a la legitimación del régimen y a la construcción de una nueva comunidad nacional. Para legitimar el régimen el peso del discurso oficial recaía en la guerra, en la victoria frente a la “anti-España”, y esta gesta debía ser recordada en el espacio público de diversas formas, ya fuera a través del calendario festivo ya fuera a través de diferentes conmemoraciones u homenajes. Y para formar una nueva comunidad nacional, se tenía que pasar por la etapa esencial de autopercepción como «comunidad-trauma» o «comunidad-víctima», ligada a la creación de un panteón con sus mártires, de manera que los hijos de la nación pudieran ver en su ejemplo, en su gloriosa muerte, una imagen idealizada de sus propias aspiraciones. 4
El culto a la muerte que se introducía bebía de varias fuentes y tuvo varias escenificaciones, especialmente entre 1939 y 1940. Por un lado se podía distinguir el culto a los soldados sacrificados por la patria, un culto desarrollado en Europa a medida que se iban creando los Estados-Nación en el siglo XIX y que se extendió especialmente a raíz de la Primera Guerra Mundial. 5 Se trataba de una “religión secular” que se manifestaba en un mundo cambiante de mitos, símbolos, fiestas y ritos que tendría su momento culminante con el surgimiento de la sociedad de masas de los años veinte y treinta. 6 Por otro lado, se distinguía claramente la típica fascinación por la muerte de los militares africanistas españoles (no por casualidad los legionarios de Franco se hacían llamar “los novios de la muerte”) o el peso de la tradición católica a través del culto a los “mártires de Dios” –como es sabido, la Iglesia española bautizó la guerra como “Cruzada”, como “guerra santa y justa”, y arropó a la dictadura. 7
Existía también una narración subyacente: la idea legitimadora de la muerte y la resurrección de España, la “caída” y la “redención” de la patria a través del sufrimiento de la guerra. La República fue el pecado, la guerra el castigo y la dictadura la resurrección del país. La sangre vertida por los mártires era el tributo necesario para encontrar el camino de la salvación y levantar la “Nueva España”. Aun así, dentro del franquismo convivieron distintas concepciones ideológicas que causarían diversas interpretaciones en lo referente al significado de la muerte y su ritualización, especialmente entre los sectores conservadores, tradicionalistas, monárquicos y la Iglesia por un lado, y por el otro la “religión secular” que había ido desarrollando Falange Española en los años previos a la guerra. Después del conflicto, el mismo cardenal Gomá criticaba abiertamente mediante cartas pastorales los rituales “paganos” de los falangistas y la omnipresencia del líder “ausente” José Antonio Primo de Rivera como si se tratara de la imagen de Jesucristo. 8 Sin embargo, estos nuevos modelos cultuales se extendieron por el espacio público de Barcelona, especialmente a través de los monumentos a los “caídos”.
MENSAJES EN LA PIEDRA: LOS MONUMENTOS A LOS “CAÍDOS”
La construcción de una memoria de los “caídos” en el espacio público, es decir, de una representación del pasado de los muertos en la guerra por el bando franquista, tenía como intención crear un espacio de socialización dirigido a la población entorno determinados valores (patriotismo, sacrificio heroico, disciplina, etc.). Este espacio de socialización incluía la creación de un nuevo calendario, la imposición de algunos personajes de referencia relacionados con las intenciones propagandistas del discurso martirial y la disposición de lugares de memoria. 9 Estos lugares tenían su manifestación más evidente en los monumentos y los rituales que año tras año se daban a su alrededor. Como documentó Jaume Fabre, la retirada de monumentos que tenían relación con el republicanismo y el catalanismo fue paulatina. Y en esta primera fase de 1939 hubo también el levantamiento de
monumentos provisionales como una gran cruz en el foso de Santa Elena del castillo de Montjuïc (16 de abril), otra gran cruz en el Hospital de Sant Pau (29 de abril) o un altar en frente del elitista Círculo Ecuestre de Barcelona (16 de junio). 10 No sería hasta el 26 de enero de 1940, en el aniversario de “la liberación” de Barcelona que, por iniciativa del capitán general Luís Orgaz, se abrió una suscripción popular para erigir un monumento dedicado a los que murieron fusilados en los fosos del castillo de Montjuïc. La fortaleza había servido como prisión republicana durante la guerra civil y desde el 24 de diciembre de 1937 hasta el 23 de diciembre de 1938, sus fosos fueron el escenario de 173 fusilamientos por sentencia judicial y confirmación gobernativa, la mayoría por actividades quintacolumnistas, pero también por deserción, atracos, etc. 11 Especial repercusión tuvieron las 62 ejecuciones del 11 de agosto de 1938. Durante los primeros años del franquismo, la fecha del 11 de agosto sería motivo de misas anuales en los fosos de Montjuïc, que se consolidaría como un lugar de peregrinación y realización de vía crucis y procesiones. El monumento se inauguró oficialmente en medio de una gran celebración el día 29 de octubre de 1940, aniversario de la fundación de Falange Española en 1933 y también “Día de los Caídos” del partido. Era una obra de los arquitectos Manuel de Solá-Morales, Josep Soteras, Manuel Baldrich, Joaquim de Ros de Ramis y Josep Mas; y los escultores: Llucià i Miquel Oslé. En la parte alta se leía la inscripción «Caídos por Dios y por España ¡Presentes!», una inscripción que no se decidió cambiar hasta el 6 de noviembre de 1986 por una más genérica: «A todos los que dieron su vida por España».
Imagen actual del foso de Santa Elena (autor: Ricard Conesa)
Según la historiadora Zira Box, las finalidades que tenían los monumentos a los muertos eran múltiples: recordar la victoria en cuanto mito fundacional del régimen; ensalzar a los vencedores,
someter a los vencidos; mostrar al pueblo algunos de los fundamentos del nuevo sistema político; y exaltar el poder de quienes, habiendo ganado la guerra por las armas, tributaban sus logros a los fallecidos por la misma causa. La regulación de su construcción se había realizado a través de una orden del 7 de agosto de 1939 salida del Ministerio de Gobernación, dirigido por Serrano Súñer, con la intención de «unificar el estilo y el sentido de las edificaciones conmemorativas de la guerra y los caídos». Las directrices para el levantamiento de construcciones a los “caídos” que saldrían de la Dirección General de Arquitectura dirigida por Pedro Muguruza y la Sección de Plástica se basaban en principios claros: sobriedad, austeridad, clasicismo, sencillez y decoro; cualidades que formaban parte del ideal arquitectónico fascista español. Un símbolo clave en todos los monumentos debía ser la cruz, pero una cruz decorosa, proporcionada y que quedase integrada dentro del conjunto monumental, tal y como muestra el monumento a los caídos de Montjuïc. 12
Pero dejando de lado el monumento de los fosos de Montjuïc, el gran monumento a los caídos de la ciudad de Barcelona no se haría realidad hasta la tardía fecha de 1952. Se había convocado un concurso en 1939, pero quedó desierto. Pasados once años, en 1950, el proyecto fue encargado a Josep Clarà, escultor de estilo clasicista cercano a los gustos de las autoridades. 13 Los arquitectos que colaboraron fueron Adolf Florensa y Josep Vilaseca. El ayuntamiento presionó a Clará para tenerlo acabado cuando se celebrara el Congreso Eucarístico Internacional en 1952. A pesar de que la obra aún no estaba finalizada, se colocó la estatua el día 26 de mayo de 1952 porque al día siguiente el general Franco visitaba la ciudad. El escultor tuvo que acabar su obra en el mismo lugar, en la parte alta de la Avenida del Caudillo (actual avenida Diagonal), y se inauguró oficialmente el 15 de marzo del año siguiente. Como describieron Jaume Fabre y Josep M. Huertas en su completa base de datos sobre el arte público de Barcelona, el monumento, justamente por su significado y el discurso de poder que implicaba, fue objeto de diferentes atentados por fuerzas antifranquistas, como el que protagonizó el 18 de mayo de 1972 el Front d’Alliberament de Catalunya u otro en enero de 1974 protagonizado por un grupo anarquista. Más adelante, bien entrada la democracia, el 1 de junio de 2001 se tiró al suelo la escultura y cuatro años más tarde, el 28 de julio de 2005, se derribó la columnata que lo rodeaba. 14
DEL DUELO CLANDESTINO A LA MEMORIA PÚBLICA
Mientras tanto, durante la dictadura, hubo un duelo que no era público y se escondía. Se trataba evidentemente del duelo de los familiares de las víctimas republicanas. Con la entrada de las tropas franquistas en enero de 1939, los que serían ejecutados en el campo de la Bota serían llevados a la fosa común del cementerio de Montjuïc, conocida con el nombre de Fossar de la
Pedrera (fosa de la cantera). A lo largo de la transición, los familiares de las víctimas llevaron a cabo los primeros homenajes y conmemoraciones. En uno de estos actos, en el día de Navidad de 1977, la periodista Maria Favà recogió algunos testimonios. Al iniciarse los fusilamientos en el campo de la Bota en 1939, los familiares de los ejecutados acudían al cementerio y preguntaban dónde estaban enterradas las personas que habían sido fusiladas tal día de la semana. Uno de los testimonios contaba: «Tenía siete años cuando mataron a mi padre. Íbamos al fossar con mucho miedo. ¿Dónde está? Preguntábamos. Por ahí. Y esparcíamos los claveles rojos por el suelo. En el control a veces registraban la bolsa de mi madre. Arriba, en el peñasco, había la guardia civil». Cuando se le preguntó a alguno de los familiares por qué no reclamaban el cuerpo, respondía «Muchos lo hacían, pero no conseguían nada. A menudo ni se sabía en qué día los habían matado». Respecto a las condiciones en que se encontraba la fosa, otro testimonio decía: «Mi madre se quedó viuda con ocho hijos. La más pequeña tenía días. Yo tenía ocho años. Recuerdo que se respiraba un hedor terrible. Me tapaba la nariz con las faldas de mi madre. […] Imagínate si todo esto estaba en tan malas condiciones que vi a una mujer que, escarbando un poco el suelo, encontró al marido y los dos hijos que le habían fusilado. Con un pañuelo les limpiaba la sangre de la cara». 15
Ese mismo año, en 1977, después de que se publicaran una serie de cartas escritas por familiares de víctimas de la represión franquista en el diario AVUI, se organizaron una serie de reuniones en la iglesia de Pompeia de Barcelona. De estos encuentros nacería la Associació Pro-memòria als Immolats per la Llibertat de Catalunya (APMILC). 16 Se reunirían varias veces en la misma iglesia para elaborar un plan de trabajo y marcar sus objetivos, el primero de los cuales sería la redacción de los estatutos y conseguir su legalización –que no lograrían hasta el 11 de julio de 1980. Otros objetivos eran evitar que se enterrara a nadie más en la fosa común del cementerio de Montjuïc, que este espacio fuera dignificado, que se instalara un monumento «a la memoria de todos aquellos a quienes se les arrancó la vida por defender las libertades democráticas» y que los restos de Lluís Companys, fusilado por Franco el 15 de octubre de 1940, fueran ahí trasladados. Organizarían anualmente un encuentro en el fossar para honrar a las víctimas del franquismo ahí enterradas y pedirían al gobierno la anulación de los consejos de guerra a los que fueron sometidos los defensores de la legalidad republicana. A pesar de los muchos obstáculos que tuvo que sortear, la APMILC presionó durante años al Ayuntamiento de Barcelona para que tirase adelante el proyecto de dignificación de la fosa común republicana, que finalmente sería inaugurada el 27 de octubre de 1985. El proyecto llevado a cabo por la arquitecta Beth Galí, rehuía de los clásicos memoriales a los caídos, rechazaba modelos mayestáticos y religiosos, apostando por una intervención que no rompiera con el ambiente que se respiraba en ese espacio, una actuación laica pero respetuosa con su misticismo, un lugar concebido como un recorrido por diferentes espacios memoriales. 17
Vista del fosar de la pedrera al llegar a las columnas con los nombres gravados (Autor: Ricard Conesa)
Vista del césped que aparece al atravesar las columnas (Autor: Ricard Conesa)
El Fossar de la Pedrera es un ejemplo único en el caso español y catalán, por la fecha en que se llevó a cabo y por la gran dimensión de su actuación arquitectónica. Su logro debe atribuirse, en buena medida, al empeño de las asociaciones de familiares de víctimas del franquismo y a los expresos políticos. Por otro lado, a pesar de tratarse de un memorial eminentemente antifascista y antifranquista, el lugar generó ciertos debates y conflictos de memoria, uno de ellos relacionado con el uso de la
“reconciliación” como instrumento ideológico y político. Tanto el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, en 1985, como el presidente Pasqual Maragall, en 2004, insistirían en honrar allí mismo también la memoria de los asesinados en la retaguardia republicana en el verano de 1936, provocando un gran enojo en las asociaciones de familiares de las víctimas del franquismo. El debate de fondo en este espacio giraba alrededor de lo que el historiador Ricard Vinyes describió como ideología de la reconciliación. 18 En la Transición el sujeto “víctima” se convirtió en una institución de consenso moral generada por el Estado, sostenida sólo por su sufrimiento. Bajo la obviedad de que todos los muertos eran iguales, se sustraía de la persona muerta sus acciones en vida, sus pensamientos, sus proyectos e inquietudes y se la reducía a categoría de “víctima”, dificultando su comprensión histórica. Si bien las asociaciones evitaron intervenciones que siguieran la línea marcada por Pujol o Maragall en el fossar de la Pedrera, este discurso se plasmaría especialmente en los monumentos a “los caídos por Dios y por España”. Como hemos visto en el caso del monumento a los caídos del foso de Santa Elena del castillo de Montjuïc, en 1986, su inscripción original se reconvertiría en un mensaje genérico dedicado “a todos los muertos de la guerra”. Si ha prevalecido una mentalidad que ha motivado la actuación alrededor de este tipo de monumentos -cuando se ha decidido actuar-, ésta ha sido la de la equiparación y la del relativismo moral y ético del Estado. Por otro lado, está el monumento franquista a los caídos de Josep Clará, inaugurado en 1952. Finalmente, retirado en 2005, dejó un espacio vacío tanto físico como metafórico (¿el Estado democrático fue incapaz de generar un relato legitimador que se transmitiera a través de símbolos, festividades y monumentos, que ocupara el espacio vacío dejado por el fin del franquismo?). Tampoco hay nada donde se retiró el monumento dedicado a José Antonio Primo de Rivera en 2009; y como era previsible, el obelisco donde estuvo la Victoria franquista de Frederic Marés, en la plaza del cinc d’oros, quedó desnudo una vez la retiraron en 2011. 19 De los discursos de poder se pasó a la ausencia de discurso.
Todas las citas del párrafo están sacadas de M. Richards, Un tiempo de silencio, Crítica, Barcelona, 1999, pp.44-48
Corbalán, J., Justícia, no venjança. Els executats pel franquisme a Barcelona (1939-1952), Cossetània, Valls, 2008.
Marín, M., Història del franquisme a Catalunya. Eumo-Pagès, Lleida, 2006, p.57
4 Zertal, I., La nació i la mort. La Xoà en el discurs i la política d’Israel. Lleonard Muntaner, Palma de Mallorca, 2006, p.14
5 Koselleck , R., Modernidad, culto a la muerte y memòria nacional. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2011
Mosse, G.L., La nacionalización de las masas. Marcial Pons, Madrid, 2005
Casanova, J., La Iglesia de Franco. Crítica, Barcelona, 2005
Box, Z., España, año cero. La construcción simbólica del franquismo. Alianza Editorial, Madrid, 2010, p.124
9 Zenobi, L., «¡Presente!: los caídos de Franco. Las políticas de memoria durante la guerra civil» En: Actas del VI Encuentro de Investigadores sobre el Franquismo. Zaragoza, 15-17 de noviembre de 2006, p.508; sobre el culto a los caídos, ver también José L. Ledesma y Javier Rodrigo «Caídos por España, mártires de la libertad. Víctimas y conmemoración de la Guerra Civil en la España posbélica (1939-2006)» En: Ayer, núm. 63, 2006 (3), p.233-255
10 Fabre, J., Els que es van quedar. 1939: Barcelona, ciutat ocupada. Publicacions de l’Abadia de Montserrat, Barcelona, 2005, pp. 322-329
11 Risques, M., y Marín, M., Montjuïc: Memòries en conflicte. La esfera de los libros, Barcelona, 2005, pp.110-111
12 Box, Z., Op. Cit., pp. 179-183; ver también Á. Llorente, Arte e ideología en el franquismo (1936-1951), Visor, Madrid, 1995
13 Barral, Xavier, «El monument als caiguts franquistes de Clarà: les vicissituds de la col·laboració amb el règim» En: Xavier Barral et alii, L’art de la victòria. Belles arts i franquisme a Catalunya. Columna, Barcelona, 1996, p.111-136.
14 La base de datos puede consultarse en www.bcn.es/artpublic y existe también una versión editada en papel, VV.AA., Art públic de Barcelona. Àmbit, Barcelona, 2009
15 He tratado el proceso de “memorialización” del Fossar de la Pedrera y los distintos conflictos de memoria que conllevó en Ricard Conesa «Del duelo clandestino al recuerdo colectivo: el Fossar de la Pedrera del cementerio de Montjuïc» En: Conxita Mir y Lluís Gelonch, Duelo y memoria. Espacios para el recuerdo de las víctimas de la represión franquista en perspectiva comparada, Edicions de la Universitat de Lleida, Lleida, 2013, p.171-198
16 Recientemente se ha publicado una historia de la entidad en Maria Dolors Bernal i Joan Corbalán, La veu dels morts silenciats: Associació Pro-memòria als Immolats per la Llibertat a Catalunya, Generalitat de Catalunya, Barcelona, 2017
17 Conesa, R., Ibídem.
18 Vinyes, R., Asalto a la memoria. Impunidades y reconciliaciones, símbolos y éticas. Los libros del Lince, Barcelona, 2011, p.25
19 Risques, Manel, «Barcelona: públic space and historical memory policies» En: Núria Ricart (ed.) Public space and memory [eBook], Ediciones de la UB, Barcelona, 2016, p.95-120