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Primera dictadura de Batista

Al margen de estos desencuentros y las propias contradicciones intestinas del Gobierno Revolucionario, la responsabilidad fundamental en su caída, el 15 de enero de 1934, correspondió a Estados Unidos, que alentó la traición del jefe del ejército, el ex sargento devenido coronel. Fulgencio Batista. Este jefe militar reprimió con fiereza una manifestación en apoyo de Grau frente al Palacio Presidencial, con saldo de varios muertos y heridos, y, como por arte de magia, se convirtió en el nuevo hombre fuerte de Cuba e instrumento de la oligarquía y del gobierno norteamericano para aplastar el proceso revolucionario y restablecer el viejo orden de dominación.

Desconcertado por el rápido viraje de Batista, Raúl de León, líder estudiantil presente en la reunión en Columbia realizada poco antes del derrocamiento de Grau, contó que en ella el jefe del ejército “Pronunció un discurso que en nada se parecía a los que tantas veces le habíamos oído en los balcones de Palacio o en los terrenos de práctica de tiro del propio Campamento. Ya no estaba dispuesto a entablar pelea contra la Marina yanqui; ya no decía en tono despectivos esos caudillos…” al referirse a los viejos politiqueros.17

Primera dictadura de Batista

En la metamorfosis batistiana fue decisiva la connivencia del nuevo representante de Estados Unidos en la Isla -llegado el 18 de diciembre de 1933-, Jefferson Caffery, y de la alta burguesía cubana, que permitieron la designación de un nuevo mandatario más a su gusto, Carlos Mendieta, típico representante de la vieja política. Con razón la historiografía cubana ha denominado a este gobierno, constituido el mismo 15 de enero de 1934, totalmente dependiente de Estados Unidos y del ejército, como Caffery-Batista-Mendieta.

Esta siniestra alianza, fue posible, como ha explicado Tabares del Real porque: “Sin interrumpir en momento alguno sus maniobras con la oposición derechista, Welles estrechó sus vínculos con Batista, concediendo mayor valor en sus planes al papel y lugar del jefe de las fuerzas armadas, a medida que la acción antigubernamental de la oposición derechista revelaba su poca eficacia. Este no era, sin embargo, un asunto sencillo, y tanto Welles como su sucesor Caffery, debieron desplegar un gran esfuerzo para que los oligarcas y los políticos

fundamenta en Lionel Soto: La revolución del 33, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1977, dos tomos. 17 Testimonio de Rubén de León, en su artículo publicado en la revista Bohemia el 18 de marzo de 1934 titulado “El cuartelazo del 15 de enero”. Citado por Enrique de la Osa: Crónica del Año 33, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1990, p. 118.

tradicionales aceptasen el liderazgo contrarrevolucionario de Fulgencio Batista, mulato y de origen humilde.18

A partir de estos sucesos, Batista dominó el panorama nacional durante toda una década, lo que puede considerarse en la práctica el comienzo de su dictadura, aun cuando todavía actuaba tras bambalinas. Un periodista norteamericano de la época, Carleton Beals, describe con crudeza la conversión del sargento-coronel en el principal agente de la contrarrevolución: “La soldadesca de Batista es la guardia blanca de las propiedades, de los intereses yanquis. Batista se considera un hombre fuerte, el hombre del destino. Y solo es un mayoral de paja asalariado. Tuvo la oportunidad de ser una figura noble y patriótica. Lo desechó por un plato de lentejas. Lo desechó para convertirse en un asesino al servicio de los intereses del Chase National Bank y de la Compañía Cubana de Electricidad. Esto hace de él simplemente un gángster, un rompehuelgas armado, un mercenario venal. Traicionó a su dueño por treinta monedas de plata […]. No es un hombre fuerte, es un cobarde que ha asesinado a su propio pueblo, a su propio país. Sin Caffery o sin cualquier representante americano del tipo Caffery, Batista estaría aplastado como una cáscara de huevo.”19

El apoyo estadounidense a Mendieta se expresó en su inmediato reconocimiento diplomático. A renglón seguido, el gobierno norteamericano firmó un nuevo tratado de reciprocidad comercial con Cuba (29 de mayo de 1934) y fijó una cuota para el azúcar cubano en su mercado. Además, eliminó la aborrecida Enmienda Platt, que lesionaba la soberanía de la Isla, concesión ésta inscrita en la política del “Buen Vecino” preconizada por el presidente Franklyn D. Roosevelt.

Pero las medidas dirigidas a estabilizar la situación nacional no consiguieron su propósito, pues siguió la agitación popular y los movimientos contestatarios de distinto signo político, dirigidos a alterar el nuevo orden batistiano. Para garantizar la fidelidad de las fuerzas armadas, Batista obligó al presidente Mendieta a un incremento de los salarios de sus miembros y a convalidar nuevos ascensos a oficiales, junto con otras prebendas y concesiones a los militares. Entre ellas estaba la creación de un sistema de jubilaciones y la construcción de dos hospitales, uno para el ejército y otra para la policía, además de casas, balnearios, círculos recreativos, etc.20

18 Tabares del Real: “Proceso revolucionario: ascenso y reflujo (1930-1935)”, op. cit., p. 316. 19 Tomado de Taibo, Tony Guiteras. Un hombre guapo op. cit., p. 321. 20 Más detalles en Servando Valdés Sánchez: Cuba y Estados Unidos. Relaciones militares, 1933-1958, La Habana, Editora Política, 2005.

También comenzaron a edificarse nuevas estaciones de policías y cuarteles militares, mientras Estados Unidos ofreció su apoyo a la modernización del ejército cubano, proporcionando asesoría técnica, adiestramiento y armamento. Según el sociólogo Germán Sánchez Otero: “En menos de tres años, 1934-1937, se construyeron la mayoría de los cuarteles del ejército permanente -entre otros, se inició la construcción de la ciudad militar de Columbia, en la ciudad de La Habana-, se organizó la policía urbana y se adquirieron los vehículos motorizados y los equipos de represión necesarios a este cuerpo militar; la caballería se mejoró y en general se renovaron los equipos del Ejército permanente. El presupuesto militar se elevó a una cifra superior a cualquier otra del periodo anterior: en 1937, el número de miembros del Ejército ascendió a más de 25 000 soldados, dos veces superior a la existente hasta 1933; se aumentaron los salarios a los militares y se estableció un sobresueldo por antigüedad a los cinco años de servicio (hasta 1937 la antigüedad se cobraba después de ocho años de servicio), se ampliaron los servicios sociales de las fuerzas armadas -Club de recreación, Santa Fe, comedores militares, hospital del ejército y hospital de la policía, entre otros.”21

Con estos abundantes recursos, Batista, en su condición de jefe del ejército, fue el encargado de reprimir en forma brutal a las fuerzas revolucionarias, el movimiento obrero y los brotes oposicionistas procedentes de sectores burgueses y pequeños burgueses. Para facilitar estas operaciones, fueron creados tribunales de urgencia -que en procesos sumarios podían emitir condenas por simples presunciones, establecida la pena de muerte para los que sabotearan la cosecha azucarera, abolida la autonomía universitaria, restringidos los derechos ciudadanos y suspendidas las garantías constitucionales. Para la conocida revista Time, la dictadura establecida entonces en Cuba era peor que la de Machado.

Expresión de este clima represivo fue el salvaje aplastamiento de la gran huelga general de principios de marzo de 1935 -el mayor desafío al gobierno de Mendieta-Caffery-Batista-, que obligó a muchos de los involucrados a huir al exterior, así como el asesinato de Guiteras en El Morrillo el 8 de mayo de ese mismo año. 22 Estos sucesos son considerados por la historiografía cubana como el fin de la revolución de treinta, que como un papalote se fue a bolina según la gráfica imagen

21 Germán Sánchez Otero: “La crisis del sistema neocolonial en Cuba, 1934-1952”, en Ramón de Armas. Francisco López Segrera y Germán Sánchez Otero: Los partidos políticos burgueses en Cuba neocolonial, 1899-1952, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1985, pp. 207-208. Véase también de Federico Chang: El Ejército Nacional en la república neocolonial, 1899-1933, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1981. 22 Más información en José A. Tabares del Real: La revolución del 30: sus dos últimos años, La Habana, Editorial Arte y Literatura,1971, p. 606 y ss.

de Raúl Roa, por entonces ligado a la clandestina Ala Izquierda Estudiantil.23 Según el historiador Tabares del Real: “A consecuencia del golpe de enero 15 de 1934 el poder civil quedó, en la práctica, supeditado a los coroneles, quienes se arrogaron el derecho a determinar las personas que ocuparían los cargos públicos y la magnitud que cada uno de ellos se beneficiaría de la malversación de los fondos del país. Las actividades y el papel de los políticos tradicionales -Mendieta, Menocal, Miguel Mariano Gómez, Federico Laredo Brú, etc.- y de los dirigentes derechistas surgidos después de 1930, como los abecedarios Joaquín Martínez Sáenz, Carlos Saladrigas y muchos más, quedaron en las manos de Batista y sus oficiales. Como resultado del militarismo, la represión se hizo más intolerable, cruel, refinada y sistemática, y alcanzó niveles desconocidos previamente. El sargento-coronel no se limitó a dirigir tras bastidores al gobierno. Batista dijo, pública y arrogantemente, la última palabra a nombre del régimen, en todos los asuntos importantes que atendió el gobierno.”24

Derrotada la huelga general de marzo de 1935, Batista consiguió el llamado pacto institucional, entre las fuerzas más derechistas del país, para realizar unas elecciones que crearan la sensación de normalidad y que se efectuaron en enero de 1936. En estos comicios, de escasa representatividad, se impuso el líder liberal Miguel Mariano Gómez, que era el candidato de Estados Unidos y el ejército.

Sin embargo, el flamante mandatario, que ocupó su cargo el 20 de mayo de 1936, sólo pudo estar en el gobierno hasta fines de ese mismo año, pues entró en abierta pugna con el coronel Batista por el manejo de los recursos estatales. La disputa llegó a su punto máximo cuando el presidente vetó la Ley del Impuesto sobre el Azúcar para las Escuelas Cívico-Militares ya aprobada por el legislativo.

El jefe del ejército había logrado que quedaran bajo su control una serie de instituciones estatales. Entre ellas estaban las Escuelas Rurales Cívico-Militares, el Servicio Técnico de Salubridad Pública, la Corporación Nacional de Asistencia Social, y el Consejo Nacional de Tuberculosos, agrupadas en el Consejo Corporativo de Educación Sanidad y Beneficencia, un organismo de clara inspiración fascista.

Estas entidades, que en la práctica representaban un gobierno paralelo -inclusive el ejército llegó a disponer de una estación de radio propia en el campamento militar de Columbia-, nutrían a Batista de fondos del Estado que le permitían darse una base social para futuras

23 Raúl Roa: La revolución del 30 se fue a bolina, La Habana, Ediciones Huracán, 1969. 24 Tabares del Real: “Proceso revolucionario: ascenso y reflujo (1930-1935)”, op. cit., p. 320.

aspiraciones políticas y, a la vez, una fuente de enriquecimiento personal. Por ejemplo, en las escuelas rurales cívico-militares, creadas a inicios de 1936, la docencia era impartida por más de mil sargentos de tercera, dirigidas por el ayudante general del ejército nacional.

Bajo la amenaza de un golpe militar si el primer mandatario no era sustituido, el congreso depuso a Miguel Mariano Gómez el 24 de diciembre de 1936 y lo sustituyó por el dócil vice presidente Federico Laredo Brú, lo que demostraba el poder omnímodo que ya había alcanzado Batista. Prueba de que la verdadera autoridad del país la ejercía Batista fue la adopción, en agosto de 1937, de un demagógico Plan Trienal dirigido al supuesto desarrollo socio-económico de las zonas rurales, mediante 176 propuestas a cumplir en tres años, y que demostraba el insistente propósito batistiano de crearse una base social entre el empobrecido y atrasado campesinado cubano.

Pero la única materialización de orden práctico de este programa fue la ley de Coordinación Azucarera -beneficiaba a los campesinos medios y pobres dedicados al cultivo de la caña de azúcar-, dirigida a regular la principal industria cubana en sus tres factores esenciales; el fabril, el agrícola y la fuerza de trabajo. El abandono oficial del Plan Trienal por parte de Batista, en mayo de 1938, indicaba que el habilidoso jefe del ejército iba a realizar un cambio de política que los desmarcara de proyectos de inspiración autoritaria, acorde a las nuevas circunstancias internacionales, y que, al mismo tiempo, le permitieran modificar su imagen de militar represivo y despótico por una más democrática, que le despejara el camino a la primera magistratura del país. Según Sánchez Otero: “El personaje que logró combinar la represión y la dictadura con la transacción política oportunista, fue Fulgencio Batista, quien detentó el poder gracias al apoyo irrestricto del imperialismo, el Ejército y de la oligarquía neocolonial. Detrás del trono, el ex sargento, para este entonces coronel, se escudó en varios “presidentes” –Mendieta, 19341935; Barnet, 1935-1936; Miguel Mariano, 1936; Laredo Brú, 1936-1940hasta que legalizó su control del poder con el nuevo orden constitucional inaugurado en 1940.”25

Sin duda a impulsar ese proceso contribuyó la visita de Batista a Estados Unidos a fines de 1938 -lo haría de nuevo en 1942-, donde incluso se entrevistó con el presidente Roosevelt, a quien comunico su voluntad de llevar adelante la democratización del país. En esas circunstancias, el gobierno de Laredo Brú, siguiendo las orientaciones batistianas, promulgó una ley de amnistía, que permitió la liberación de más de tres mil presos políticos, el regreso de los exiliados, el reconocimiento de la autonomía universitaria, la libre actividad de los

partidos políticos -incluido el Comunista, legalizado en septiembre de 1938- y la fundación, en enero de 1939, de una gran central sindical nacional.

El colofón de ese proceso de distensión fue la elección, el 15 de noviembre de 1939, de una asamblea constituyente, que abrió sus sesiones el 9 de febrero del siguiente año. La constitución de 1940, muy avanzada para la época, fue aprobada el 1 de julio y permitió la elección de un nuevo presidente constitucional para el periodo de 1940 a 1944.

Durante toda esta etapa aperturista y conciliadora, Batista, en consonancia con la estrategia internacional de Estados Unidos, se las arregló para tejer alianzas políticas que viabilizaran su aspiración de acceder a la primera magistratura sin abandonar su base militar. Lo más sorprendente fue el apoyo del Partido Comunista (PC), que desde octubre de 1935 habían asumido como propia la táctica del frente popular orientada por la Internacional Comunista de Moscú y que, ante la imposibilidad de concertar una alianza de esa naturaleza con otras fuerzas políticas, terminaron concretándolas con Batista. Así el bloque batistiano quedó conformado por los partidos Liberal, Conjunto Nacional Democrático, Unión Nacionalista, Realista, Popular Cubano y Unión Revolucionaria Comunista, nuevo nombre adoptado por el PC. 26

Tras la aprobación de la carta magna de 1940, Batista, quien previamente, el 6 de diciembre de 1939, había entregado al coronel Eleuterio Pedraza la máxima jefatura de las fuerzas armadas,27 consiguió su elección como presidente de la república, luego de derrotar a su oponente Ramón Grau San Martín, máximo líder del Partido Revolucionario Cubano (PRC), conocido como Auténtico. Para conseguirlo se valió de los recursos del Estado, una amplia campaña demagógica, su cambio de imagen y la labor de coacción e intimidación del ejército contra sus contrincantes. De esta forma, Batista pudo ser presidente constitucional hasta el 10 de octubre de 1944, lo que coincidió con los años de la Segunda Guerra Mundial.

A esa victoria también contribuyó el caudal de masas aportado por la alianza de Batista con el Partido Comunista. Por eso su gobierno contó con el respaldo del Partido Comunista -que en 1943 se redenominó Partido Socialista Popular (PSP)-, entonces fuertemente imbuido por el

26 Sánchez Otero, op. cit., pp. 212 y 213. 27 A principios de febrero de 1941, cuando Batista determinó limitar el poderío económico en ciertas áreas públicas que tenía el ejército al margen del ejecutivo, obtenidas por él mismo en los años treinta, Pedraza intentó un golpe de Estado, frustrado con la inesperada presencia del mandatario en Columbia, a quien respondía la tropa. y la destitución del jefe militar, así como el de la marina y la policia, que debieron marchar a Estados Unidos.Véase Newton Briones Montoto: “Un jacket sin historia”, en Revista de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, La Habana, 2004, n. 1-2.

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