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El golpe de Estado
diferentes en Cuba antes de la Revolución: los que percibían ingresos y los que no los percibían o les eran insuficientes. A la primera pertenecían los trabajadores con pleno empleo quienes disfrutaban, sin duda, un nivel de vida superior al de la inmensa mayoría del Tercer Mundo y en algunos indicadores resultaban extraordinarios. La otra, por el contrario, padecía una vida angustiosa en estado de permanente acorralamiento”.62
El golpe de Estado
Para agravar estos problemas, el 10 de marzo de 1952 el general Fulgencio Batista, quien había gobernado como virtual dictador de la Isla entre 1934 y 1944 y que gozaba de gran influencia en el ejército, dio un golpe de Estado incruento que, al parecer, fue gestado inicialmente por un grupo de oficiales jóvenes encabezados por el capitán Jorge García Tuñón.63 A la revuelta militar capitalina se opusieron públicamente los coroneles Eduardo Martín Elena y Francisco Álvarez Margolles, al frente de los cuarteles en las provincias de Matanzas y Oriente respectivamente, los que nada pudieron hacer ante el empuje de los partidarios de Batista dentro del ejército.
El golpe castrense interrumpió el proceso electoral cuando apenas faltaban tres meses para los comicios presidenciales que se venían celebrando regularmente desde la puesta en vigor de la constitución de 1940. Las encuestas daban amplia mayoría a Roberto Agramonte, candidato presidencial del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) –agrupación escindida de los auténticos en 1947 por Eduardo Chibás, seguido de Carlos Hevia del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) y, por último, Batista, postulado por el Partido Acción Unitaria (PAU).64 Como escribió el historiador Louis A. Pérez Jr: “Los cubanos experimentaron en toda la Isla el golpe de 1952 con una mezcla de incomprensión e incredulidad”.65
Esta carta magna, bastante avanzada para su época -uno de sus acápites proscribía el latifundio y otro establecía la prioritaria función social de la propiedad, incluyendo en su texto derechos sociales y laborales-, fue sustituida por el dictador por unos espurios estatutos constitucionales (4 de
62 Guillermo Jiménez Soler: “El nivel de vida de los cubanos anterior a la revolución” en Revista Bimestre Cubana, Sociedad Económica de Amigos del País, La Habana, enero-junio de 1998, num. 8, p. 42. 63 Pormenores en Enrique de la Osa: en Cuba. Segundo Tiempo 1948-1952, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2005, p. 485 y ss. Véase también de Newton Briones Montoto: General regreso, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2004. 64 Véase Mario Mencia: El Grito del Moncada, La Habana, Editora Política, 1986, t. I, p. 11. 65 Louis A. Pérez Jr.: La estructura de la Historia de Cuba. Significados y propósitos del pasado, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2017, p. 246.
abril de 1952). “Sin embargo -como ha escrito Mafifeli Pérez Stable-, la Constitución de 1940 se convirtió en el símbolo de las esperanzas más elevadas de la ciudadanía, y su restauración pronto se transformó en el llamado a la unidad de los movimientos de oposición”.66
Una idea de la importancia de esta carta magna para los cubanos se desprende de los recuerdos de un avispado observador extranjero sobre los debates en 1940: “La Habana era en aquel entonces una ciudad muy politizada. Desde el anochecer, aprovechando la fresca, se formaban grupos en el parque central y en el paseo del Prado en el que ciudadanos de diversas opiniones, polemizaban entre sí tanto sobre política interna, como internacional. Pese al apasionamiento que ponían en sus parlamentos los debates se mantenían en una atmósfera civilizada. Algunas noches había miles de personas discutiendo de política en los lugares citados. No he visto nada igual en ninguna ciudad del mundo” 67
El dictador, además, disolvió el parlamento -aunque mantuvo sus emolumentos a senadores y representantes durante el tiempo para el que habían sido elegidos-, destituyó las autoridades provinciales y municipales que no se sometieron al mando castrense, pospuso los comicios señaladas para el 1 de junio de 1952, aumentó en más de una cuarta parte el sueldo de todos los militares, incluidos los soldados, y ascendió a los oficiales que lo habían secundado. Las facultades legislativas fueron otorgadas a un Consejo Consultivo o de Estado, integrado por ochenta personas, que funcionó desde el 25 de abril de 1952 al 27 de enero de 1955.
La llegada al poder de Batista significó un control estatal aún más férreo y antipopular, abriendo una etapa de terror, autoritarismo y entrega sin precedentes a los intereses norteamericanos. El establecimiento de un régimen de esta naturaleza en Cuba estaba no sólo relacionado con las ambiciones de una inescrupulosa camarilla militar vinculada a Estados Unidos, sino también al clima macartista y de "guerra fría" que entonces imperaba a escala internacional.
No en balde, a pocas horas de la asonada castrense, Batista envió por intermedio del coronel Fred C. Hook Jr, jefe de la Misión de la Fuerza Aérea de Estados Unidos en Cuba este mensaje: “Dígale al embajador Americano que yo estoy 100% de acuerdo con sus deseos. Todos los acuerdos se mantienen en vigor”. 68 Para el historiador
66 Pérez-Stable, op. cit. p. 30. 67 Comentario estampado en sus Memorias por el comunista español Santiago Carrillo, citado por Jorge Domingo Cuadriello: El exilio republicano español en Cuba, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2012, p. 47. 68 En documento, desclasificado del Departamento de Estado norteamericano, en José Luis Padrón y Luis Adrián Betancourt: Batista, el Golpe, La Habana, Ediciones Unión, 2013, pp. 206-207.
australiano Morley, Washington recibió con beneplácito al nuevo gobierno cubano que “ofrecía posibilidades para limitar al movimiento obrero organizado, aumentar el papel del capital extranjero dentro de la economía nacional, fomentar una administración menos corrupta y más eficiente que facilitara la reproducción del capital y obtener una cooperación creciente de Cuba en programas diseñados para mantener una región estable y segura en el Caribe”.69
Un periodista cubano de la época, generalmente muy bien informado, Oscar Pino Santos, sostuvo la tesis de que el golpe de Batista fue promovido por la familia Rockefeller, en detrimento del grupo Morgan, que hasta entonces tenía la supremacía en los negocios cubanos. Para este autor, el grupo Rockefeller estaba en combinación con los hermanos John y Allen Dulles, que entonces dirigían el Departamento de Estado y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, enfrentados al gobierno de Carlos Prío Socarras (1948-1952) por la naciente explotación del níquel cubano.70
Desde el punto de vista económico, la dictadura de Batista se inclinó desde el principio a seguir las recomendaciones del Plan Truslow, resultado del informe elaborado por una misión del Banco de Reconstrucción y Fomento que estuvo en Cuba en 1949 encabezada por el banquero Francis Adams Truslow y que el débil y corrupto presidente Prío no se había atrevido aplicar. Para Darushenko: “Este plan contenía una serie de recomendaciones llamadas a sanear la economía cubana. En el plan se ponía el acento sobre la necesidad de promover la iniciativa privada y aumentar las inversiones norteamericanas en la industria. En realidad, como una de las principales medidas en la superación de la crisis crónica de la economía cubana proponía un cambio en la legislación laboral que permitía el despido libre de los obreros y la reducción de los salarios”71
Ante el deterioro de la situación económica, pues el país entraba nuevamente en una fase crítica después de la efímera bonanza azucarera provocada por la Guerra de Corea, el gobierno de Batista se vio obligado, tras su llegada al poder, a no vender 1,5 millones de toneladas de azúcar, con vistas a facilitar la estabilización del mercado mundial. La caída de los precios de este producto entre 1952 y 1954 -que pasó de 7,41 a 3,83 centavos de dólar- precipitó la recesión que padeció la economía cubana desde el inicio de la dictadura batistiana. Una de las primeras alternativas del régimen para paliarla estuvo relacionada con el proyecto de construir
69 Morris H. Morley: Imperial State and Revolution. The United States and Cuba, 1952-1986, Cambridge, Cambridge University Press, 1987, p. 39. 70 Véase Oscar Pino-Santos: Cuba: Historia y economía, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1983, pp. 543-548. 71 Darushenkov, op. cit., pp. 21-22.
el “Canal Vía Cuba”, en contubernio con Estados Unidos (agosto de 1954), que ante el rechazo generalizado que despertó en amplios sectores de la población pronto fue descartado.72
El 26 de diciembre de 1955 Cuba fue sacudida por una poderosa huelga de los trabajadores azucareros, encabezada por uno de los dirigentes de ese sindicato, Conrado Bécquer. El movimiento estaba motivado fundamentalmente por la negativa de los grandes propietarios a pagar el diferencial azucarero, la prima al salario que como se ha dicho se entregaba desde fines de los años cuarenta.73
Después de 1955 la dictadura de Batista también propugnó, bajo la asesoría de Joaquín Martínez Sáenz, una política de crédito estatal e inversiones -más de quinientos millones de dólares- que permitieran estimular el mercado interno deprimido por la recesión azucarera, aunque en la práctica sirvió principalmente para el rápido enriquecimiento de ciertos sectores vinculados al gobierno. Gracias a este respaldo, surgieron monopolios en diversas ramas -transporte aéreo y terrestre, sectores ferretero y del fósforo, textil y otros- controlados directamente por Batista y sus testaferros.74
Para Zanetti, “aunque el sector de la construcción adquirió indiscutible dinamismo y se registró cierto crecimiento en sectores de la industria no azucarera, la economía nacional continuaba sujeta a los avatares de azúcar y su limitada oferta de trabajo propiciaba el aumento incontenible del desempleo”. 75 Esta política condujo a un virtual agotamiento de los activos monetarios en divisas, que se redujeron de 532 millones de dólares en 1951 a sólo 77,4 millones de dólares en 1958, mientras el crecimiento de la economía en el mismo lapso era de sólo el 1,4% anual.76
En realidad sus objetivos eran, como escribiera Carlos Rafael Rodríguez, “de una parte promover gastos en salarios y sueldos que mitigaran los desastrosos efectos de la caída en la producción azucarera y de la otra crear márgenes ilícitos que permitieran a los gobernantes y sus socios de la burguesía empresarial un enriquecimiento fácil y rápido.”77 Esto, unido al notable déficit en la balanza de pagos -179
72 Más detalles en Alejandro García: El canal de occidente, La Habana, Centro de Información Científico-Técnico, 1972. 73 Una explicación pormenorizada en Oscar Zanetti: Los cautivos de la reciprocidad, La Habana, Ediciones ENPES, 1989, p. 175. 74 Información detallada en Guillermo Jiménez Soler: Los propietarios de Cuba 1958, La Habana, Editorial Ciencias Sociales, 2007, pp. 64-74 y 317. 75 Oscar Zanetti: Esplendor y decadencia del azúcar en las Antillas Hispanas, op. cit., p.252. 76 Oscar Zanetti: “Cuba: “Estancamiento [...]”, op. cit., p. 139 y José Luis Rodríguez, op. cit., p. 16. 77 Carlos Rafael Rodríguez: Cuba en el tránsito al socialismo, 1959-1963, op. cit., p. 60.
millones de dólares sólo entre 1954 y 1956- obligó al gobierno a solicitar continuos retiros de parte de sus depósitos en el Fondo Monetario Internacional (FMI).78
El sector de mayor interés para los capitalistas nacionales eran entonces las edificaciones urbanas, sobre todo en la ciudad de La Habana, donde se invirtieron unos 648 millones de dólares, 79 así como en acciones en empresas norteamericanas. En 1955 la inversión en bienes raíces superaba los 150 millones de dólares, muchos de ellos situados en el sur de la Florida.
Al mismo tiempo, los depósitos bancarios de cubanos en Estados Unidos habían pasado, según el propio Informe Truslow, de 37 millones de dólares en 1939 a 260 en 1950.80 Se ha calculado que sólo en 1957 los turistas cubanos gastaron 400 millones de dólares en Estados Unidos y que los ex presidentes Carlos Prío y Fulgencio Batista trasladaron a Miami 90 millones y 350 millones de dólares luego de sus respectivas caídas en 1952 y 1959.81 La extraordinaria fuga de capitales ha sido estimada para los años cincuenta en más de mil millones de dólares.82
Batista utilizó el gobierno para enriquecerse, pues una parte de su fortuna la había perdido con la disolución de su primer matrimonio. Como reveló su ayudante personal en esos años, Francisco H. Tabernilla (Silito), hijo del entonces general en jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de Cuba Francisco Tabernilla Dolz; “[...] está muy bien documentada la injerencia de Batista, desde el principio, en todo lo que fueran los negocios de Obras Públicas en Cuba. Todos los contratos los adjudicaba él, en persona, llegándose a decir que las comisiones que les cobraba a los contratistas eran aproximadamente el 35% sobre el valor total del contrato. También están muy bien documentados los negocios de Batista en el trasporte público, en el de las aerolíneas, en el de los periódicos, en el de las emisoras de radio, mejor dicho, en muchas de las actividades rentables de la nación”.83
78 Véase Enrique Collazo Pérez: Cuba, banca y crédito, 1950-1958, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1989, p. 39 y ss. 79 Sánchez Otero, op. cit., p. 193. 80 Ibid. p. 191. 81 Thomas G. Paterson: Contesting Castro. The United States and the triumph of the Cuban Revolution, New York, Oxford University Press, 1994, pp. 26 y 38. 82 Collazo, op. cit., p. 46. 83 Gabriel E. Taborda: Palabras esperadas. Memorias de Francisco H. Tabernilla Palmero, Miami, Ediciones Universal, 2009, p. 65. Según el propio Tabernilla, después de la muerte del jefe de la policia general Rafael Salas Cañizares, Batista comenzó a recibir directamente el dinero recaudado “por concepto de juegos y apuestas clandestinas e ilegales, una verdadera fortuna”.