Revista Seis Mil 83 No. 5

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Terror | Kōji Suzuki

Morelia, Mich. | Septiembre-Octubre | Año 2015 | Núm. 5


Editorial Edgar Ruiz Dirección

Carlos E. Juárez (nefelibata gris)

Diseño


Contenido: Semblanza________________________________________ Pág. 2 Literatura

Narrativa_________________________________________ Pág. 4

Ensayo ___________________________________________ Pág. 21

Poesía_____________________________________________ Pág. 26 Artes visuales

Pintura____________________________________________ Pág. 34

Cine________________________________________________ Pág. 42

Fotografía_________________________________________ Pág. 43 Humanidades

Filosofía __________________________________________ Pág. 45 Psicología ________________________________________ Pág. 48

Historia ___________________________________________ Pág. 50


Semblanza Koji Suzuki. 13 de mayo de 1957, Hamamatsu, Prefectura de Shizuoka, Japón. Se gradúo en literatura francesa por la Universidad de Keio. Es uno de los novelistas de bestsellers más aclamado de Japón. La adaptación cinematográfica de The Ring (El aro), ha sido el filme más taquillero de la historia del cine japonés, y se ha convertido en una obra de culto, con varias secuelas, libros, mangas, series televisivas, videojuegos, etc. Su novela Paraíso (1990) fue galardonada con el premio de Novela Fantástica de Japón. La segunda, The Ring, quedó finalista en el certamen Seishi Yokomizo, y fue un gran éxito editorial. Con su siguiente libro, Spiral (1995), Suzuki ganó el premio del Nuevo Talento en la XVII edición de los premios de Literatura Eiji Yoshikawa. Por último, su obra Dark Water (1996), fue candidata a los premios Naoki.

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Literatura


Narrativa

Un pacto

Amparo González Aguilar

Era una madrugada de Enero: el cielo estaba teñido de rojo, la aldea estaba sumida en la soledad del ambiente, el frío calaba hondo... Toda persona que visitaba el lugar, o bien la habitaba, desaparecía de una en una, cada madrugada. Hace años —se rumoraba— murió el encargado del aserradero, y cada noche se le ve rondando el lugar, cual fantasma, y al siguiente día ven que ha desaparecido un habitante. La gente atemorizada se preguntaba qué pasaba. Lo que ellos no sabían era que Melitón, así se llamaba el señor, tenía un pacto con la luna a quien ofrecía en sacrificio a personas. En una ocasión, Leonel, un joven forastero, llegó a conocer el rumbo y lo vio tan solitario, pues sólo el eco de su voz se escuchaba al preguntar: “¿Alguien vive en este lugar?”. Cantaban los tecolotes, los perros aullaban, las campanas repicaban solas; las aves revoloteaban asustadas y al joven se le erizaba la piel. Una corazonada le decía que algo malo le pasaría. —¡Ay! —gritó al ver que frente a él aparecía un fulano de repente, que le dijo: —Aquí usted morirá porque quien entra a este poblado, se lo lleva la muerte. Tengo un pacto con la luna y hoy termina, óigalo bien: hoy es el último día de sacrificio y le tocó a usted. El joven se quedó paralizado, no podía creer que su aventura terminara en tragedia. Se escucharon nuevamente campanadas agonizantes, los tecolotes, aullidos, aves asustadas; mientras el chico sudaba frío... helado. El hielo y una gran tristeza llegaron a su alma. No podía creer lo que le estaba ocurriendo. El alma en pena lo ofreció entre rezos y conjuros y el cielo se cubrió de neblina, pero una neblina roja como la sangre del sacrificado. Termina el pacto, desaparece el fantasma, las nubes rojizas, y el maleficio que cubrió durante un tiempo la aldea.

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Treinta minutos Ana Karen Martínez Egresada del ITM de Ingeniería Bioquímica Miembro del taller De Cara al Caracol en el 2014 El terror reviste divina forma humana William Blake

Ella era una de esas tantas personas que sufren de alguna fobia. El simple hecho de caminar sola por la calle, sin importar la hora, le producía una ansiedad incontenible. No obstante, necesitaba lidiar con ello, no podía dejar que su vida se viera del todo doblegada por el miedo que en ella se infundía. Sus padres ya hacían caso omiso a las múltiples llamadas que su hija “la paranoica” hacía a lo largo del día. No era que no les importara, pero dadas las circunstancias y el desorden que ella padecía habían decidido que lo mejor era ignorarlas. Cada noche, a las ocho para ser exactos, tomaba su saco y su bolso del perchero, un bolso pesado en el cual llevaba bien guardado su gas pimienta y el silbato de emergencia. Salía de la tienda de antigüedades que su tía abuela le había dejado, echaba el cerrojo lo más rápido posible y se alejaba, casi corriendo, cruzaba las dos cuadras que separaban la tienda de su departamento. Cuarenta y ocho pasos bien contados le eran suficientes para maldecir doce veces el no poder vivir en el local y para voltear a todos lados cientos de veces —sin exagerar— para asegurarse de que nadie la siguiera. Al llegar a su departamento, en el tercer piso de un edificio descuidado, tomaba el teléfono y marcaba los siete números que había memorizado hacía muchos años. —Mamá, lo puedo jurar. ¡Y no me cuelgues hasta que te cuente! Un hombre me observó durante casi toda la tarde, desde el café que está frente a la tienda. Cuando venía para acá estoy segura que me estaba esperando y que me siguió hasta el departamento, ha de estar ahí abajo esperando a ver las luces apagadas para subir… Interrumpida por la voz impaciente de su madre, cesó la perorata. —¡Por todos los cielos hija! Ya pasan de las ocho y sabes que desde las siete tu padre y yo ya nos hemos ido a dormir ¡Nadie te sigue! mejor tómate la pastilla y vete a la cama. No hubo tiempo de despedirse porque en cuanto dijo la última palabra, su madre le colgó. Resignada metió en el horno de microondas una sopa insípida que se comió, luego, como quien come algo que lleva años en el refrigerador. Caminó a su habitación y tomó la píldora que la esperaba cada día a las nueve en el pastillero. Treinta minutos, ese tiempo tomaba el medicamento en hacer efecto. Treinta minutos le eran suficientes para tejer visiones, miedos, historias que la hundían más en la ansiedad. Pero eso era antes, antes de que “él” apareciera. Incluso lo esperaba y sabía que llegaría apenas se acostara. Se escurría por la grieta grisácea en el techo, se acercaba al extremo de la cama y la observaba con sus ojos purpuras reptiléscos que 5


era lo único visible en la masa negra que lo rodeaba. Ni ella ni “él” articulaban palabras, se observaban, en las sombras ambos sentirían la presencia del otro. Treinta minutos para reflexionar, para pensar en el temor que se escondía cuando “él” aparecía. Treinta minutos para preguntarse en qué momento se presentó ese enfermizo temor a ser perseguida por algún extraño, para lamentarse por haber gastado una fortuna en terapeutas costosos que no surtieron efecto alguno, para reírse de la ironía que suponía el tener a ese extraño frente a ella cada noche desde meses atrás y no sentir más que una curiosidad atenta. No parecía querer hacerle daño, solo observarla, tal vez comprenderla, tal vez conocerla. Tan ridícula le parecía la vida, y tan abominable la especie a la que ella misma pertenecía. La rabia, la violencia, el salvajismo, la maldad, todo lo propio del ser humano le causaba asco, repudio y miedo. Se mofaba de que las personas tuviesen miedo a seres como el que tenía enfrente y que en cambio vieran como algo normal las atrocidades que las personas cometían día a día. La noche, esa noche en especial, treinta minutos exactos después de tomarse la píldora, treinta minutos exactos después de que el ser se presentara frente a su cama, cuando ella estaba a punto de entregarse al sueño, sus músculos se tensaron sin que ella los obligara. Sin saber por qué o cómo, se levantó de la cama y caminó hacia el pequeño balcón mientras “aquello” la observaba. Abrió la puerta y siguió caminando, acercándose a la baranda, con un salto limpio, como casi volando, cayó. Su cuerpo fue a dar hasta la cantera que contorneaba el nacimiento de un joven abedul. Antes de que su cabeza se estrellara contra el piso, aquel sombrío espectro se deslizo en la penumbra, subió por la grieta y jamás regresó.

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El bosque de los colgados Edgar Fernández Les voy a contar una historia, y que sirva de advertencia para que nunca vayan a la ciudad donde se encuentra el bosque de los colgados. Hace algún tiempo vivía en esa ciudad. Tenía veintidós años, cursaba la licenciatura de arquitectura y por las tardes trabajaba en una tienda de materiales para la construcción. Nunca olvidaré aquel día. Don Julián y yo veníamos de entregar un material para una obra grande que se hacía a las afueras de la ciudad. Estaba por oscurecer, la luz del sol dibujaba un contorno naranja sobre los relieves de piedra del horizonte. Iba pensando en la cantidad de tarea que me esperaba en casa cuando algo hizo que mi pulso se acelerara. Casi le ordené a don Julián que echara de reversa la camioneta. Sin entender aún lo que pasaba, puso marcha atrás. Pero cuando le dije que se detuviera ya no vi nada. —¿Qué te pasa, muchacho? Estás pálido, parece que viste al demonio —me dijo don Julián—, aquí no hay nada, ya vámonos. —¡No, espere don Julián! Le juro que en ese árbol —señalé uno grande y ancho que estaba a unos diez metros de la carretera— estaba un hombre colgado. Estaba muerto, no lo pude ver bien pero me pareció que tenía la cara destrozada, toda su ropa estaba rasgada y llena de sangre. —¡Ay, muchacho! —suspiró mi jefe—. Aquí no hay nada, mira el árbol, ¡míralo!, está todo normal como siempre. ¿Cómo iba a estar un hombre ahí? —¡Es en serio!, en ese árbol estaba alguien colgado. Pero no sólo vi eso, junto al árbol, debajo del hombre había alguien más. Era otro hombre, me miró, sólo fueron unos segundos pero vi cómo me sonreía, era una sonrisa maligna. Lo peor es que él también estaba lleno de sangre. ¡Él debió matar al otro hombre! Y claro que ya no está, no se iba a quedar esperando a ver si regresábamos. Descolgó a su víctima y se internó en el bosque, no tenía otro lugar a donde ir. Ahorita vengo, espéreme. Me bajé de la camioneta ignorando los gritos de don Julián, sabía que no me dejaría ir solo al bosque, no le quedó de otra que bajarse también e ir conmigo. Para nuestra fortuna ese día había llevado consigo el arma que tenía en la tienda desde el asalto a la misma hacía dos años. La noche reinaba y las nubes no habían querido que la luna nos acompañara, además el bosque era muy denso. Tuvimos que sacar dos linternas nuevas que estaban en la cajuela de la camioneta para saber en dónde pisábamos. Tenía miedo y don Julián también, él tenía más miedo que yo, no podía ocultar la temblorina de su cuerpo ni su voz quebrada. —¡Estás loco, ya vámonos de aquí! —su nerviosismo era evidente—. Si quieres atrapar a tu asesino imaginario, pues llama a la policía, y si es la imaginaria mejor. —Yo sé lo que vi, no se burle —detuve el paso para que don Julián me alcanzara—. Y sé que aquí está ese hombre. El bosque no es muy ancho, si intentará salir nos daríamos cuenta, tiene que estar allá arriba, tampoco falta mucho. Además somos dos y él sólo uno. La única desventaja que tenemos es que quizá vea la 7


luz de las linternas y sepa que lo estamos buscando, pero no podemos apagarlas porque no veremos nada. El silencio es casi absoluto en este lugar, resultará fácil escuchar cualquier ruido por mínimo que sea. Póngase atento y ya no hable tan fuerte. ¡Ah!, y tenga listo su revólver, estoy casi seguro que lo necesitaremos. Seguí caminando con mucho cuidado de no tropezar con una piedra o romper las crujientes ramas tiradas en el suelo. Me di cuenta de que mi sombra ya no se hacía gigante, el rayo de luz que minutos antes estaba tras de mí, se había extinguido. Giré y me vi solo en un mundo de tinieblas. Don Julián había desaparecido a escasos metros de y ni siquiera me enteré. No sabía qué hacer, quería gritar para escuchar fuerte mi voz y no sentirme solo, quizá así el miedo no sería tanto. Pero no podía hacerlo, el asesino me escucharía. Susurré, intente localizar a don Julián pero fue inútil. No sabía si regresar a la camioneta o buscar al asesino o a don Julián, era muy probable que estos dos estuvieran juntos. Y si era así, ¿cuánto tiempo tendría para hacer algo antes de que mi jefe estuviera muerto? No pude pensar en nada, un estruendo seco que partió el aire no me dejó. Era el revólver de don Julián, lo había accionado, y lo volvió a hacer, y otra vez, y otra vez. Corrí siguiendo el camino que me marcaron los disparos, me detuve cuando vi una silueta, cuando la escuché reírse. Ya no tenía la linterna en mi mano pero la luna había asomado un poco su cara en el cielo y me permitía ver lo suficiente. Me acerqué como un felino acechando a su presa. Forcé mi vista al máximo para poder observar lo que pasaba. La silueta era más clara y pronto supe de quién se trataba. Era el hombre que había visto debajo del que colgaba en el árbol, el que me sonrió; se acercaba despacio a un bulto tirado a escasos metros de él. No tenía idea de que era ese bulto, hasta que escuché su voz herida. —¡No! Aléjate —decía don Julián casi sin fuerzas—. Por piedad, ¡aléjate! El hombre se acercó a su víctima, se puso sobre ella, la volteó y con una fuerza descomunal, con una furia que daba terror comenzó a destrozarle la cara, a comerse su cara. Los gritos de don Julián dejaron de escucharse, y yo sólo pude mirar pasmado la horrible escena. No podía moverme, miré como un monstruo arrancaba los brazos, sólo por el puro placer de hacerlo, a la persona que había entrado conmigo al bosque. Cuando el cuerpo de don Julián, o lo que quedaba de él, ya no se movía, el monstruo dejó de interesarse y de inmediato posó sus ojos sobre mí. Me di por muerto, seguía sin poder moverme, aunque lo hiciera sería inútil, me alcanzaría y me destrozaría. Pensé que debí hacerle caso a mi jefe cuando me dijo que nos fuéramos a casa. Ahora estaba por morir y él estaba muerto. ¿Cómo iba a saber que existía algo así? El monstruo me miró con la mayor ira y un deseo enorme de destruirme, pero por alguna razón no me atacó. Se esfumó. Salí lo más rápido que pude del bosque. Llegué a la camioneta y tuve mucha suerte de que las llaves estuvieran puestas. La encendí y me fui a casa mientras pensaba que nadie creería lo que me había pasado. La mañana siguiente supe que no sería necesario intentar convencer a los demás. Dos cuerpos destrozados habían sido hallados colgados en los árboles del bosque. Eran los cuerpos de don Julián y del hombre que había visto. Ese mismo día me fui de la ciudad con mi familia… nunca volví. 8


Al poco tiempo de irme me enteré por las noticias que la gente comenzó a llamar al bosque: “El bosque de los colgados”. Ya pasaron diez años y aún sigo teniendo pesadillas. Es sabido que cada mes se encuentran dos cuerpos colgados en ese bosque, cada mes dos, no más, no menos. No sé cuál sea la razón, pero el día que yo estuve allí, antes de mí hubo dos cadáveres, es por eso que aún sigo vivo. Simplemente tuve suerte.

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Inerte Sol García Soy un cuerpo inerte tirado sobre el asfalto, mojado por la lluvia de la noche. Me llegan recuerdos de mi familia. Era pequeña, sólo mi madre, mi padre y yo. Fue familia disfuncional; mi padre tomaba todo el tiempo y mi madre trabajaba de casa en casa para ganar algunas monedas, cuando era aún muy niño yo la acompañaba. Recuerdo que un día desperté y mi madre ya no estaba junto a mí, descubrí más tarde que me había dejado sólo, mi padre tampoco estaba. Esa noche también llovía. Me quedé en el cuarto dónde vivíamos. Estuve días sin salir, tenía mucho miedo. Días después llamaron a la puerta; asustado abrí, era el dueño del cuarto que se encontraba en una bodega en el mercado. A partir de entonces conocí el trabajo duro, la soledad, la tristeza, el hambre, el frío. Todo el tiempo despertaba de madrugada, dormía cuando el sol se iba. Muchas noches escuchaba el ruido de hombres en el mercado que embrutecidos por el alcohol hacían fiestas banales con mujeres de la vida fácil. Llegué a conocer a varias de ellas, se portaban bien conmigo, algunas eran bonitas y jóvenes. Así transcurrieron varios años de mi vida, en los cuáles nunca fui a la escuela. Comencé a trabajar en una bodega de fruta. El dueño era una gran persona, se llamaba Santiago. Él tenía una gran familia y todos me trataban muy bien. Don Santiago me convenció de estudiar por las noches. Había una escuela cerca del mercado. Un día, con mucha pena decidí ir para conocerla. Al entrar vi que todos los alumnos eran personas de mi edad o más grandes. Sentí un gran alivio. Fue muy difícil, a veces ya no quería ir a clases porque no tenía tiempo de hacer la tarea o porque me ganaba el cansancio. Después de muchos años finalmente terminé la primaria y también la secundaria. Me sentí triunfador. Era invierno hacía mucho frío. De pronto vi a una joven mujer. Bajó de un coche pequeño, preguntó por varias frutas y su costo. Su cara estaba triste, tenía voz gruesa y se notaba molesta. Cuando terminó de realizar sus compras le pregunté educadamente: —¿Puedo ayudarla a llevar sus bolsas a su coche? —¡Claro que sí! Desde entonces no dejó de ir a la bodega de fruta. Se llamaba Veronica. Nos hicimos amigos y después novios. Nuestra relación parecía irreal, Verónica y yo éramos felices. Íbamos a lugares que yo no conocía y siempre sonreíamos. Con ella comenzó mi amor por los libros, leíamos juntos, íbamos al cine, a bailar y cenábamos en lugares elegantes Años más tarde me casé con ella. Me llevó a conocer Europa, lugares como Roma, París, Madrid; tomamos miles de fotografías, caminamos mucho, fue un viaje muy cansado pero lleno de felicidad. Juré que algún día regresaría a esos lugares de ensueño; también quería conocer algunos de países de Asía. Recuerdo que antes de nuestro viaje leí sobre los edificios, museos, calles y comidas típicas de cada región. Años más tarde continué mis estudios y me gradué como arquitecto.

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Después las cosas cambiaron. Verónica, mi esposa, me ayudó mucho económicamente hablando, y no había un día que no me reprochará. Aunque la amaba, mi vida era desesperante; varios parientes de Verónica sufrían de enfermedades mentales como esquizofrenia y también bipolaridad, y ella no era la excepción. Verónica tomaba medicamento para sus enfermedades, tenía prohibido tomar alcohol, su carácter cambiaba todo el tiempo, no podía dormir, su personalidad era muy complicada, no tenía amigos y por lo tanto yo tampoco podía tener. Era celosa y obsesiva, todo el tiempo yo tenía que estar a su lado o conectado por medio del teléfono diciéndole dónde estaba. Ella ordenaba mi vida. Poco a poco me fue cansando la situación. Un día caminando después de realizar en el banco algunos pagos de Verónica, vi a un amigo del mercado dónde algún día trabajé. Él me reconoció de inmediato, cuando lo abracé sentí mucha felicidad. Le conté toda mi vida y lo infeliz que era. Me miró con cara de angustia. Me comentó que él vendía una droga para esas situaciones y que por ser mi amigo me podía regalar. No la acepté; sin embargo me dejó un poco cuando me despedí de él. Recuerdo que guardé muy bien las pastillas. Cuando llegué a casa Verónica estaba más que furiosa porque me retrasé. Y más se molestó cuando me preguntó el porqué de mi retraso. Le contesté que me dejará en paz. Me corrió de la casa como era su costumbre cada que discutíamos… la vi por última vez. Salí de la casa jurando que no volvería y lo cumplí. Comencé a caminar, cuando me sentí cansado compré un refresco y recordé las pastillas que me había dado mi amigo. Mi cabeza divagaba, me tomé las pastillas de un trago. No recuerdo cuando ni por dónde caminé. Ahora soy un cuerpo inerte.

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Sara R Jazz del Castillo Toño siempre fue un niño muy travieso, apenas iba en cuarto año de primaria y ya tenía algunos antecedentes en su escuela; su maestra no lo aguantaba y para deshacerse de él siempre era el de los mandados. Uno de esos días su profesora quien ya tenía una preocupación enorme por la inasistencia de tres días de una de sus compañeras decidió mandar a Toño en su búsqueda. Se trataba de Sara R, una niña muy hermosa de ojos grandes y largo cabello oscuro que se sentaba a un lado de Toño; a ella nunca le gustaba faltar a clases, era extraño que llevara tres días sin asistir y no era tan difícil buscarla pues en el pueblo todos se conocían —Toño necesito que me hagas un mandado —el niño ni tardo ni perezoso se paró con rapidez—. Ve a buscar a Sara R y le dices que te acompañe a la escuela, porque quiero hablar con ella. Toño se dirigió a la casa de su compañera que vivía en una casa vieja hasta las afueras del pueblo. Cuando llegó vio que la puerta estaba entre abierta, miró hacia arriba pero no veía nada —¡Saraaa! —gritó Toño—. Sara, la maestra te busca —comenzó a tocar—, ¡Saritaa! Vamos sal de ahí. Al ver que no salía nadie el niño abrió la puerta y metió su cabeza observando la enorme casa. —¿Sara? Caminó sobre el pasillo hacia la derecha y la encontró sentada de espaldas en la cocina. —¡Ah, te caché! Te habla la maestra Cuando Toño llegó hacia ella, cuál fue su sorpresa. Encontró a la niña con una cuerda alrededor de su cuello y unos ojos bien abiertos. El niño quedó inmóvil por un instante, no tenía aliento ni podía pedir ayuda, trataba de salir corriendo pero sus piernas no se movían. Quiso gritar, sin embargo de su boca no salía nada, comenzó a sudar y no podía moverse. Estaba completamente estático, como en una pesadilla. Toño gritaba por dentro que no era real, que sólo era un sueño. Su mirada se fue hacia las escaleras, como si una fuerza maligna se apoderara de su cuerpo. Ahí vio a Sara bajando de ellas y muy sonriente cantaba una canción mientras se cepillaba el cabello. Toño no podía cerrar los ojos, por más que lo intentaba era inútil. De repente escuchó que abrían la puerta, era el tío de Sara. La niña bajó rápido asustada y le dijo: —¡Tío, tío! ¿Me vas a llevar al circo de los gitanos?, me lo prometiste. —Sí, pero primero vamos a jugar al mismo jueguito. La niña bajó la cabeza y seriamente le suplicó que ya no quería jugar a eso. El tío se desabotonó la camisa, se bajó el cierre del pantalón y le habló con una sonrisa malévola a Sara. —Ven, Sara —acuéstate aquí y cierra tus ojos. —¡No tío, por favor! ¡Me duele! —el tío forcejeó con la niña, su llanto comenzó a extenderse y los gritos y súplicas se escuchaban más fuertes. Toño, al ver esa imagen comenzó a rezar rápidamente el padre nuestro: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra así como en el

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cielo……” por más que luchaba por cerrar sus ojos, para asegurarse de que todo era un sueño, seguía varado observando tal horror. Sara, desesperada luchaba para zafarse de las garras de aquel hombre. El tío le dio un golpe que la dejó inconsciente, la levantó y sentó en una silla, agarró un lazo y comenzó a estrangularla; fueron tantas las fuerzas con las que apretó, que Sara despertó abriendo mucho los ojos. Gesticuló sin fuerzas, hizo un último intento por escapar de las garras de ese hombre extraño que decía llamarle tío. Pero no resistió y quedó muerta con los ojos abiertos. Toño por dentro gritaba de angustia hasta que sintió un apretón de brazos; era la maestra que lo había ido a buscar a Toño. —¿Toño qué tienes, por qué gritabas tanto? ¡Toño responde! —¡Maestra! ¡Aquí está Sara, aquí está! Mírela, está muerta —Toño, ¿cuál Sara?, ¿quién es Sara? —Sara R —Yo no tengo ninguna alumna llamada Sara, yo te dije que fueras a buscar a María Torres. ¿Quién es Sara? Muchachito no juegues conmigo ¿A qué te metiste a esta casa abandonada? —Sara, Sara —repetía Toño. —¿Qué te pasa, Toño? ¿Por qué sólo dices Sara? ¡Contesta, Toño! De pronto, por las escaleras se escuchó el canto de la niña mientras bajaba cepillándose el cabello. Miró a Toño con ojos desorbitados suplicando por su alma. Toño veía como una y otra vez se repetía la imagen de la niña bajando por las escaleras, mientras la maestra intentaba despertarlo de ese sueño que le tocó vivir como en carne propia.

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La habitación oculta Abraham Martínez González Psicoanalista y profesor Un cráneo flota en medio de la oscuridad. Se acerca y se aleja con movimiento lento y uniforme. Algo lo detiene de improviso. El sonido de un soplete acompaña la línea blanca de neón que traza una pequeña puerta en el cráneo que después se abre quedamente para dejar ver dentro una habitación vacía, excepto por la botella de vino nueva tirada en un rincón. Despierto con la imagen del cráneo y el recuerdo del sabor ardiente del vino. Pero no es el sueño el que me despierta, es mi hija que grita; algo ha perturbado su dormir. Cosa extraña pues siempre ha sido una niña muy buena para eso. Me levanto para alcanzar a verla, desde lejos intento un arrullo que logra tranquilizarla y de nuevo se queda quieta. Regreso a la cama y ante el frío que me enchina la piel, me refugio en una colcha que se siente muy pesada. Cada costado de mi cuerpo duele y busco en mi memoria si algo pasó ayer, si me golpeé; levanto los hombros ante mi desconocimiento. El sueño no llega y al cerrar los ojos, la cama da vueltas como cuando llegaba ebrio a mi hogar. El dolor, el mareo y aún la imagen del cráneo y la botella. Entre una revoltura de diferentes pensamientos aunados al mareo y al dolor en todo el cuerpo, decido ponerme de pie y bajar al refrigerador para tomarme un vaso con leche después de alguna pastilla. Me percato antes que mi esposa siga dormida, no quiero contagiarle el insomnio, mucho menos a mi hija. Después de entrar al baño de la planta baja, un grito horrible me hace tirar la toalla con la que secaba mi rostro después de salpicarlo con agua. Me digo que es como un maullido, pero los maullidos normales parecen gritos de niños o de mujeres si acaso. Éste es como si fuera un maullido de un hombre, muy extraño. Me quedo quieto en el centro de la sala, esperando que vuelva a ocurrir. Y así sucede. Varias posibilidades se abren: algún vecino, alguna televisión, pero como no cesa, me enfado y me dispongo a investigar. Sé muy bien que no viene de mi casa, mucho menos de las habitaciones arriba. Se escucha como si atravesara las paredes, o si viniera de huecos subterráneos, pero no es nada claro, tampoco es lo suficientemente fuerte, porque de lo contrario ya tendría de nuevo llorando a mi hija. Salgo a la calle, no se ve nada anormal, ya no se escucha. Decido caminar un poco con la intención de inspeccionar si alguien estuviera en peligro, o simplemente para despejarme un poco la cabeza y tal vez dormir al regresar. Un sobre salto aún mayor: el grito o maullido está vez viene de mi casa. La piel se me eriza, y un escalofrió que surge en mis entrañas me sube hasta las mejillas y se agudiza en mi nuca. Corro desesperado, entró a la casa y de nuevo el silencio; parece un juego, me digo. Algo no va bien en la casa. Ésta, es como si se hubiera expandido, no está del mismo tamaño, resulta insólito lo que percibo. El descanso debajo de las escaleras es enorme, irreconocible. El piso se estira, las paredes se dejan ir como si las llevara el viento. Busco

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a mi familia y siguen abrazados por la noche, lo cual me tranquiliza. Me pregunto si estoy dormido o despierto. La casa no tiene las mismas dimensiones, parece otra, es otra. Me acerco a la sala, la cruzo lentamente apuntando mis ojos en medio de una casi oscuridad, un mosaico en el piso se ilumina en sus contornos dibujando una línea como en el sueño del cráneo. La pieza de mosaico es también más grande de lo que recordaba. Se abre lentamente, me paralizo ante el espectáculo. Sale humo blanquísimo y de improviso ante mi inmovilidad, una mano me aferra de la camiseta y me jala hacía adentro. Un fuerte golpe impide que vea quién me ha atrapado. Negrura, un sueño muy profundo, sin sueños, sin imágenes ni nada. Despierto cuando unos pasos se escuchan en el techo de esta habitación oculta. Es mi esposa que seguramente ya se ha puesto de pie; sus tacones no me engañan. Se prepara para darle el desayuno a mi hija. La puerta del baño se abre y se cierra; me resulta invariable el sonido. Alguien más camina arriba; sus pasos retumban hasta donde me encuentro. Grito con todas mis fuerzas, pero arriba todo sigue en una aparente normalidad. En este cuarto oculto, que mejor dicho es una caja enorme incrustada de manera extraña debajo de los cimientos de mi casa, una bruma mortecina, blanca, ilumina de manera mórbida las cuatro paredes. Es como si hubiese una intensa luz de neón, pero demasiado desagradable, lastimosa, que impide moverme y me obliga a quedar en cuclillas en un rincón de la habitación, que falta decir, no tiene ningún adorno, ni muebles, ni nada, excepto una botella de vino nueva tirada en un rincón. Debajo de mí, se siente un ligero movimiento de ir y venir como si fuese un péndulo. Escucho a mi esposa apurando a la niña, luego gritándole porque se hace tarde para ir a la escuela, pero extrañamente mi hija no quiere salir de casa; grita que no la saquen. Luego se oye la voz de un hombre que suena como yo diciéndole a mi mujer: vámonos cariño y no olvides cerrar la puerta.

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La viga de alguien más Edel Zavala En la calle había grandes pedazos del edificio derrumbado por la falta provista en el plan inaugural de su construcción. Lo había señalado el ingeniero en construcciones, los del seguro estuvieron renuentes a firmar. Aquella trabe estaba agrietada por el paso de los años. Los bomberos metieron mano al asunto pero sin éxito, los perros de la colonia ladraban por el hallazgo. Aún oigo sus canes agitados por semanas, hasta pensé en el celo por esas noches; posteriormente acabó el misterio de aquel trance sobrenatural del edificio de la colonia Nezahualcóyotl en el Distrito Federal, hipnotizó a los que vieron de cerca el vestigio. Dijo el historiógrafo que lo examinó: —¡ Vestigio, eh! El de la esquina no partía de aquel lugar con las manos tan cerradas como le era posible. El padre de la niña Julia, mercader de aquella calle de la ciudad de México, exhalaba las complejidades del eco que salía de aquella viga. Mientras los muchachos reían en la calma que sólo posee la fantasía, la seria pendiente de la banqueta del bazar inflamaba la panza de Javier Mosteca. La viga era de color entre verde y morado. El borracho que salía de la cantina eructando sus desperdicios en la multitud, que no paraba de acercarse al lugar del siniestro. Tambaleó ante el tamaño y espesor de la pieza colgada aún de dos mastines, torneando con los chimuelos de fuera y gritando: " Vaya, la cosecha será rica". La multitud murmuraba alrededor de la incrustación expuesta tras retirar la mugre y polvo del travesaño. ¿Qué era eso? ¿Quién lo había puesto allí? ¿Cuánto había estado allí? La pieza irradiaba. Las mujeres más decrepitas rezaban ante el símbolo irreconocible. Además de los uniformados que se veían entrar y salir de la casucha registrando cada rincón del inmueble, habían llegado al espectáculo gente de traje y corbata oficiando la posesión de la placa de plata. Las sandeces replicaban que pertenecía al “Patrimonio de la Nación” Lo raro era que no llovía, había salido a remojarme la cara un rato. Pero no llovía. Así que volví a mi aposento privado, aún crujía la viga principal del ventarrón. Antes de entrar al edificio el chasquido de algo aflojándose inconscientemente me hizo subir la escalinata, mientras a mis espaldas se derrumbaba por segunda vez la casucha. Heridos y muertos. El periódico en su encabezado decía: "Sin respuesta el caso de la viga”.

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No te miento Mauricio Dueñas Esta mañana, el cielo florece un sol ardiendo de nuevas ilusiones y danzas ajenas a la muerte. Ella está en la cocina preparando el almuerzo. Es interrumpida por su hijo: —Mamá, me llevas a la escuela. —¡Claro! pero es extraño que lo pidas… ¿Tuviste algún incidente en el trayecto a la preparatoria? ¿Algún maleante te está hostigando? —Sí. De hecho, no he asistido a la escuela para evitarlo pero siempre me encuentra. Sabe el área que camino, a qué velocidad, la altura de mis amigos, cuántas compañeras me gustan, hasta sabe que mi probabilidad de sacar una buena calificación es de una entre el infinito. Lo sabe todo de mí en cifras. —¿En cifras? Llorando él contesta: —No te miento, soy víctima de las matemáticas…

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Pesadilla María de los Ángeles León Valero Apareció en la madrugada con los ojos rojos y un manto oscuro que todo lo cubría, me dijo secamente: —¡Prepárate, vendrás conmigo! Como levitando dejé la cama, me vestí lentamente y lo seguí sin decir palabra. En mi interior deambulaban ideas, pero era tanto mi adormecimiento que no lograba reflexionar en ninguna; sin querer despertar me dejé conducir hasta un automóvil el cual parecía una fúnebre carroza, cuando tomé asiento sentí como si se elevara suavemente. “Sigo dormida”. Fue lo primero que me vino a la mente; abrí los ojos y vi a lo lejos la ciudad iluminada. Un frío helado entraba por las ventanas, comencé a titiritar los dientes y de manera automática se corrieron gruesas cortinas oscuras, incitándome a seguir durmiendo y olvidar este sueño loco. De repente un fuerte movimiento me sacudió. Sobresaltada me tomé del asiento y escuché frenar un auto; acto seguido se abrió la puerta y una mano muy blanca se alargó en mi ayuda; sentí un escalofrió de pies a cabeza a su contacto; le observé tratando de reconocerlo. Una capa negra se extendía como si trajera alas. Me condujo hasta un viejo edificio, se cubrió la cara al entrar, pues era mucho el resplandor. Me jaló hasta introducirme en una recámara, me recostó, extendió mis brazos atándolos con fuerza. Una luz incandescente daba directo a mí, cerré los ojos para evitarla; de pronto sentí un piquete en un brazo y después de unos minutos en el otro, un aguijonazo doloroso. La sangre caliente comenzó a fluir, de inmediato con la mirada traté de identificar que sucedía; descubrí a otras personas tumbadas al lado mío en la misma posición, con mangueras en sus brazos les extraían la sangre y se depositaba en bolsas que se movían de un lado a otro mientras se iban llenando. Se me nubló todo y me desmayé. Cuando desperté el sol entraba por la ventana y una enfermera a mi lado muy sonriente y amable colocaba un algodón en mi brazo. —Doble por favor, espere veinte minutos, descanse un poco enseguida le traerán su almuerzo, gracias por su donación. Me frotó los ojos, creo que aún estoy dormida, busco explicaciones, la única que encuentro es… HOY, UN VAMPIRO ME CHUPÓ.

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Las visitas incomodas María de los Ángeles León Valero Lupita estaba harta, ya no soportaba tanta intromisión, su casa parecía albergue, la visitaba “El encadenado, “Pata de palo”, “El de la capota” y el más molesto de todos, “El delincuente fumador”. Ella en realidad vivía con su hijo, los visitantes de aquella casa solían entrar y salir sin permiso. Disponía de tres recamaras, sala, cocina y comedor. A la entrada un área de jardín y la cochera sin bardas, el cuarto que daba a la calle Lupita quería ampliarlo y poner un ventanal grande para hacer de éste su recamara y así lo dispuso mas no pudo dormir mucho tiempo en él, porque las constantes visitas reclamaron ese espacio para ellas. —¡Lárgate de aquí delincuente de porra, ya me cansaste con tu pestilente olor a tabaco. ¿No podrías irte a fumar a otro lado? Reclamo mi cuarto. ¡Vete de aquí¡ Sin que nadie estuviera en el entorno, así simplemente iniciaba un olor a humo de cigarro. Los videntes que días antes había llevado para encontrar una explicación, le dijeron que era un fantasma alto, oscuro, y transmitía maldad y aparentemente había sido un asesino en su tiempo. Cierta ocasión Lupita se encontraba haciendo un trabajo en su computadora, cuando escucho que algo se había caído. Se levantó a buscar sin encontrar nada extraño, se sentó murmurando en contra del fantasma, al mismo tiempo sintió en su nuca una mano helada que le acarició, su cuerpo entero se estremeció y poniéndose de pie lo más rápido que pudo se movió hacia la puerta de salida, al tiempo que su hijo la abría mirándola sorprendido por la palidez de su rostro, la atendió mientras ella contaba lo sucedido. A Diego su hijo lo molestaba el de la capota, que todas las noches lo espiaba mientras dormía y lógicamente no podía conciliar el sueño con un ser chaparro portando una capa oscura mirándole fijamente cada noche, salvo de ese pequeño detalle este fantasma parecía más bien cuidarles. —¡Oh no, otra vez tú! Gritaba Lupita a la hora de la comida cuando a su lado se escuchaba caer de un solo golpe un montón de cadenas que se arrastraban haciendo un escandaloso ruido hasta llegar a la puerta de salida y todavía más allá se perdían en el límite de la cochera y la banqueta; de éste le habían comentado que era muy antiguo, cargaba cadenas con grilletes en las muñecas y tobillos. Le encantaba la hora de la comida para hacerla desatinar; seguramente murió en ese horario dijeron los videntes en su visita. El más dócil era el cojo, pues a falta de su pierna solía escucharse el toc, toc de su pata de palo, mientras se paseaba del comedor a la entrada y se sentaba en la mecedora que tenían afuera, podía verse el vaivén de la silla vacía, aunque con éste también peleaba Lupita. —¡Quítate de aquí “Pata de palo” deja mi lugar libre o te aplastaré ahora que me siente¡ Un día al hacer las excavaciones para levantar las bardas perimetrales, encontraron a uno en la línea de la cimentación, abrasándose con sus cadenas sobre sí mismo, el otro centímetros debajo de la mecedora, donde harían el aljibe estaba con su pata de palo y algunas pertenencias, ambos se los llevaron con 19


todas sus cosas a darles cristiana sepultura y jamás volvieron a darle lata a Lupita. Mas sigue peleando con los otros dos. Hoy le dieron una receta que ella pide porque surta efecto. Poner agua a hervir, añadirle ajos machos, dejar enfriar y anexar agua bendita. Rociar la casa rezando el Padre Nuestro y corriendo a estas visitas con elegantes palabras: “Váyanse de aquí mucho a la… tostada.”

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Ensayo

Entre el terror y el horror

Nefelibata gris Taller literario De Cara al Caracol En las diversas vertientes de las obras artísticas (literatura, artes plásticas) y del entretenimiento (cine, televisión, videojuegos), nos encontramos con dos arquetipos que tienden a confundirse, y se genera el malinterpretar su significado, son los géneros de terror y horror. Ambos se perfilan como sinónimos, pero no lo son; tampoco se trata de una misma sensación. Tal vez el uso de algún término sobre el otro se debe a como nos lo presentan las empresas y editoriales, además del idioma o lugar; en nuestro caso estamos más acostumbrados a ver y usar el término de terror, pero en otros lugares puede ocurrir lo contrario. Por éste motivo es importante tener definidos ambos términos para poder emplearlos de forma adecuada, porque se trata de un error que pasa desapercibido. Para tener más claro el concepto de cada uno, hay que definir el origen y significado de éstas palabras. Primero, el terror, del latín terroris, es un sentimiento intenso de miedo, causado por algo terrenal. Por otra parte, el horror, no se dirige solamente hacia el miedo; es una sensación de asombro o aversión profunda, causada por algo espantoso. Entonces el terror está marcado por ideas o situaciones, causadas o que se dan en un contexto lógico y realista. Cómo referente en la literatura, podemos mencionar a Edgar Allan Poe, cuyas narraciones están conformadas por elementos y personajes reales en situaciones únicas e increíbles, enfocándose en trasmitir esas inquietudes y sensaciones producidas por la mente de sus personajes. Podemos concluir que el terror es lo que asusta partiendo de causas racionales. El horror es más extenso, ilimitado para la mente de los artistas. Se aleja de lo real o conocido, para ofrecer otras posibilidades. Como representante del género, Howard Phillips Lovecraft dejó un legado extenso, innovando en la literatura con su horror cósmico, que incluía elementos de ciencia ficción. Traspasó la lógica, leyes y la física del universo conocido para manifestar abominables y fascinantes realidades; además de criaturas y deidades, por ejemplo Cthulhu, qué se describe como «un monstruo de figura vagamente antropomórfica, con una cabeza pulposa cuyo rostro es una masa de tentáculos, un cuerpo escamoso y de aspecto elástico, prodigiosas garras, tanto en las extremidades superiores como inferiores, y unas alas largas y estrechas a la espalda». En forma simple, el horror es la impresión causada por algo sobre natural, que no solo provoca miedo.

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El espacio del miedo. Comentario de la novela Fuerzas especiales de Diamela Eltit. Ana Laura Castro Vázquez Fuerzas especiales (2015) es la novela más reciente de la escritora chilena Diamela Eltit, quien a través de una prosa compleja y precisa delinea un mundo en el que confluyen la represión, la pobreza, la marginalidad, el miedo y la desdicha familiar. En ese espacio se mueve la narradora de la novela, una mujer joven que se prostituye en un cíber, muy cercano al departamento en el que vive con la familia que le queda. Son cuatro: su madre, su padre, su hermana y ella, son los que quedan, porque a los otros se los llevaron, a sus hermanos, a los niños de su hermana se los llevó la policía y nunca más los volvieron a ver. Ella es la única que sale del departamento a ganar dinero para la familia, lo gana con su cuerpo: “bajándose los calzones” y “clavándose lulos” en el cubículo número nueve del cíber. Ahí siempre están Omar y Lucho, el primero también trabaja en uno de los cubículos: el número ocho; él es el mejor “chupapico” dice la narradora, es famoso por “la artesanía de sus labios y por su elegancia e imperceptible rapidez” (Diamela, 13). El segundo es el dueño del lugar y les cobra trescientos pesos por cada media hora que lo utilizan. Ellos dos son sus amigos o una especie de compañeros de trabajo, sus socios quizás; cada uno gana dinero y el cíber se mantiene en pie. Pero la relación que existe entre ellos va más allá del dinero; los vincula la tristeza, la soledad y la carencia: el miedo. Tienen miedo de que un día llegué la policía, “los pacos” “los tiras y se los lleven, así como les paso a otros miembros de su familia. Tienen temor de que los golpeen, los metan a la cárcel, los torturen o los desaparezcan para siempre: los maten. Nunca se menciona el nombre de la narradora, pero ella y su familia comparten los treinta metros de su departamento, ubicado en el cuarto piso del bloque donde viven. Cada uno tiene distintas preocupaciones, enfermedades, tristezas y turbaciones; pero sí algo tienen en común en esa familia es precisamente el miedo. En el texto, el miedo se liga a la presencia de la policía en la ciudad; no se explica con detalle el motivo del asedio, pero las intervenciones son constantes. Los balazos, los golpes, las desapariciones y las muertes son parte del ambiente cotidiano: “En este tiempo nadie cierra los ojos en los bloques porque ya no sabemos cómo vivir o cómo dormir sin la ira de la policía y sin la acústica destructiva de las balizas” (43). A lo largo de toda la narración, se observa una atmósfera en la que el desasosiego y el terror ante los acontecimientos diarios es lo que caracteriza a los personajes. El miedo los delimita, los mueve, los aprisiona, los hace actuar. La violencia, la desesperanza y la marginación social son temas importantes en la narración, pero el miedo los abarca todos; éste es un mecanismo clave en la construcción del espacio y de los personajes. En la novela el miedo se instaura, principalmente, en dos espacios: el cuerpo y el bloque. El cuerpo es el depositario del terror, en él se manifiestan sus causas y sus efectos. El bloque es el lugar en el que se genera el miedo y al mismo tiempo el espacio para refugiarse del inminente caos. 22


El cuerpo

Es interesante como Diamela Eltit construye la corporalidad de los personajes, por medio de cuestiones como el hambre, el sexo, el dolor y la enfermedad. Estos elementos son la representación corporal de la marginalidad y el miedo. El hambre por ejemplo aparece sobretodo en el personaje de la guatona Pepa, una mujer que vive en el mismo bloque que la narradora y al igual que Omar, fue despojada de su familia. La guatona siempre tiene hambre, pero cuando su celular no funciona y no puede hablar con su padre, entonces se siente acorralada por las circunstancias y su miedo crece así como su necesidad de comida: “Dice que quiere comerse mil choripanes, dos kilos de azúcar, tres mil hamburguesas. Dice que el resto de la familia que le queda le manda cada vez menos dinero. Dice que tiene miedo (…) Dice que tiene hambre constante, que se muere de hambre y que cada mañana se desata en ella el deseo de comer mil pollos” (129). Su hambre representa la carencia económica y al mismo tiempo enfatiza la soledad de la Pepa, el vacío que ha dejado la ausencia de su familia , tiene hambre y tiene miedo. En el caso de la protagonista, el hambre se aumenta con la incertidumbre o la desestabilidad familiar, surge por el miedo a la muerte. El día que su padre decide salir de la casa, una crisis nerviosa se apodera de ella, de su madre y de su hermana. La partida del padre, les recuerda la ausencia de los niños y tienen miedo de que él, al igual que ellos, nunca regrese; o en el peor de los casos, que se queden solas y los policías vengan por ellas. La madre intenta tranquilizarlas, pero ellas se siente desamparadas y con miedo, dice la narradora: “Pero las certezas de mi madre ya no resultaban convincentes. No conseguíamos confiar en su halo de seguridad materna, después del conjunto de catástrofes y por eso nos daba hambre y nos poníamos proporcionalmente más gordas” (56). La protagonista vive con un miedo persistente, siempre tiene la sensación de que algo malo le va a suceder, como si ese algo estuviera a punto de violentar su cuerpo, su espacio, su vida; teme que un día los policías le destrocen todo eso: “me despierto con un miedo terrible a que entren los ratis o los pacos al cíber y me metan a la cuca con el Lucho y el Omar. Que me manoseen, me violen, que me maten adentro de la cuca o que me mutilen en el interior de una tanqueta” (53). Por otra parte, es justamente en los cuerpos de los personajes donde están las huellas del dolor causado por los policías, esas marcas físicas resultado de los “lumazos”, les recuerdan a cada uno el porqué de sus miedos. Al padre de la narradora lo dejaron “medio chueco, desnivelado”, aterrado por el ataque de los policías en el que le rompieron dos costillas: “la luma le dio en su recorrido fortuito y hora no sale a la calle de la misma manera” (51). A Lucho, una cicatriz en la cabeza de veinticinco puntadas, no le deja olvidar la causa de su ansiedad y su confusión, que incluso exaspera a los otros. Él sabe que cualquier día a cualquier hora llegarán los policías, entrarán al cíber, destruirán todo, lo golpearan en la cabeza y se lo llevarán. Lucho tiene 23


miedo de que en algún momento las computadoras dejen de funcionar, por alguna intervención policial, y entonces el cíber simplemente se colapse. Otro aspecto significativo en la novela es la representación de la enfermedad como una consecuencia del miedo. El cuerpo temeroso sufre crisis nerviosas, insomnio crónico y reacciones descontroladas. En el departamento de la protagonista nadie puede dormir, principalmente su padre “Sé que no duerme en las noches, sé que está tenso, sé que pende de un hilo” (119). Ella tampoco descansa, por el miedo de que un día los policías irrumpan en el bloque y en su departamento y se lleven a otro miembro de la familia. La hermana tiene varios ataques de llanto que la llevan incluso a golpearse la frente contra la pared, mientras que la madre se exaspera ante la sola mención de los niños que les quitaron. La desaparición definitiva del padre es, sin duda, lo que genera la mayor tensión en el departamento. En el caso de la narradora, el miedo provocado por la ausencia de su papá se manifiesta en su cuerpo. De modo que, las manifestaciones físicas de los personajes tales como el dolor, el hambre y la enfermedad se ligan a la sensación de miedo con la que estos viven. Además dichos aspectos contribuyen a caracterizarlos como sujetos marginales. Su carencia no es sólo monetaria, sino que va más allá, hasta el punto en el que no tiene el control sobre su cuerpo, su casa o su vida. Sus cuerpos se expresan de forma angustiante, lo cual los mantiene alertas, adoloridos, asustados.

El bloque

El lugar en el que residen los personajes es un conjunto de bloques de cuatro pisos cada uno y con departamentos de treinta metros. El bloque como unidad colectiva, es la zona en la que los miedos se exacerban. A pesar de ser el espacio familiar, en él, no hay seguridad ni tranquilidad, debido a que es el blanco constante de “los pacos” y “los tiras”. No son pocas las veces que la policía a entrado en los departamentos y sin clemencia alguna, ha golpeado, matado o desaparecido a sus habitantes. Aunque el bloque sea la atormentada y peligrosa guarida del terror, los personajes se protegen en ella. Su departamento y su bloque son el único territorio que conocen, por ello no logran concebir la vida más allá de ese espacio: “Si se viene abajo el bloque nos convertiremos en cucarachas cobijadas en nuestros propios caparazones. Porque después del bloque no hay nada, nada más que la policía llevándonos en sus cucas con un ir y venir monótono que ya consume toda nuestra vida” (47). Después del bloque está el caos. Las descripciones del bloque lo configuran como un lugar que determina los cuerpos y las acciones de los personajes: “El Omar mira detenidamente los pasillos de cada piso. (…) Piensa que su bloque es lo peor, piensa que cambiaría su bloque por el mío. Piensa que él se merece mi bloque. Piensa que es un condenado por el espacio” (62). El bloque los determina, los delata; Omar, Lucho y ella nacieron el mismo día, pero sus vidas no son iguales, porque habitan edificios distintos, el bloque los diferencia y “esa distancia les da otras perspectivas”. 24


Su vínculo con el bloque es indisoluble, incluso la narradora se refiera a los otros y a ella misma como “niños bloque” o “cuerpos bloque”, porque a través del bloque existen: “Yo soy totalmente bloque y voy a terminar fundida al cemento o convertida en ladrillo de mala calidad” (156). El espacio se animiza y “experimenta y calla”, es parte de sus vidas; por eso la protagonista siente un miedo terrible de que el bloque se derrumbe o sea atacado:

O que los grupos de combate vuelen el bloque, lo dinamiten en medio de la polvareda técnica, lo lleven a su fin justo cuando yo esté subiendo las escaleras y caiga como una víctima anónima desde el cuarto piso hacia ninguna parte y ni siquiera figure en el memorial del futuro o en el jubiloso prontuario de la policía. Y entonces en el cuarto piso destruido, se selle la última intrascendencia que me arrastre y me consuma. Hace dos días que tengo miedo (54).

El bloque y ella son uno mismo, si las fuerzas especiales de la policía lo destruyen su vida también se perdería, dejaría de ser, de existir; además el departamento es el lugar que los mantiene unidos como familia y los resguarda. Por eso, cada vez que ella o alguien más sale de ahí el miedo se apodera de los que se quedan, porque el peligro es inminente afuera, estar lejos de ahí es estar desprotegido, a la merced de la desgracia. Para quien abandona el bloque también es aterrador dejarlo. Cada vez que la narradora sale, el pánico se hace presente, porque sabe que en su ausencia podrían matar a su familia o llevársela, entonces quiere regresar y contarlos para asegurarse de que siguen ahí. Pero su miedo se acrecienta con la idea de que al salir ya no pueda regresar al bloque: “Me aterra que (…) que si sobrevivo ya no sepa reconocer el camino, la escalera, las grietas, la puerta del departamento” (53). A ella le asusta pensar que cuando se va al cíber pueda perder para siempre ese punto de arraigo, ese sitio que mantiene unida a su familia. De ese modo, tanto el cuerpo como el bloque son los dos espacios en los que se asienta el miedo que acosa a los personajes. La atmósfera es de terror, el bloque se impone al cuerpo y éste no puede sino ser el depositario del horror que los aprisiona.

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Poesía

Claroscuroclaro I

El monstruo despertaba se apoderaba de almas distraídas las confinaba en una celda.

Silenciosas alejadas las almas de sus cuerpos se envilecían se llenaban de negros presagios los desataban a su alrededor. Eran su propio monstruo oscuro

macilento

tenebroso

terrible.

II He visto cómo las almas atrapan la paz en sus tormentos cómo cobran vida sus rostros muertos cómo recobra movimiento el cuerpo. Margarita Vázquez Díaz

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Reseña

Margarita Vázquez Díaz, nació en la Ciudad de México D. F. en 1954. Llegó a la Ciudad de Morelia en 1984. Ha publicado las siguientes obras: 1) La imagen en el agua. 2) La dimensión de los cuerpos. 3) Poemas para Hombres de Sal. 4) La plaquet Asómate a mi ventana. 5) Dos mini-cuadernos de poesía: Anio, y Eva despierta en una cama cuando está a punto de culminar el siglo XX. 6) La autobiografía literaria MARGARITA. Un Epítome. Y la Antología Poética: De Cara al Caracol.

Ha participado en los siguientes Encuentros Literarios: 1) VII Encuentro de Poetas del Mundo Latino. 2) Del Primero al Tercer Encuentro de Mujeres Poetas. 3) Encuentro Regional de Escritores 4) Tercer Encuentro Iberoamericano de Creación Literaria. 5) Encuentros Regionales de Talleres Literarios en Zamora, Uruapan y Morelia, Mich. 6) Y en el XV Festival de Poesía de La Habana, Cuba.7) Mujeres de Letras, en San Luis Potosí. 8) Encuentro de Mujeres Poetas en la Ciudad de México.

Actualmente es coordinadora del taller literario de la casa de la cultura de Morelia: De Cara al Caracol.

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Momento funesto Se desgarra con el grito, me azota la mirada buscando la pantalla negra de frente, incesante de llamar, refleja los sonidos de mi voz en los ángulos de los objetos, y los ecos me aclaman, saben que ya no estoy.

¡Enlázate a la vida hermano! Ay hermano, no te mueras Akiko Yosano

Cíñete a la vida, toma fuertemente el lazo que nos ata, si has de partir ahora déjame alguna posesión valiosa, algo para recordarte, por lo que más quieras. ¡No mueras! No cruces el dintel de la puerta, deja tu calzado a la entrada, cruza el recibidor y enlaza tu alma. No abandones tu cuerpo y te vayas lejos, mantente cerca, donde pueda yo tomar tu mano. Acércate porque esta llama se consume si te apartas, 28


enrédala a tu espina, por favor. ¡No te mueras! Escapa de peligros, no vires hacia ellos, mis gritos por ti claman, mientras tu espalda hacia mí, vuelcas, mi corazón estalla y las lágrimas no aguantan. La lucha estás librando, tus convicciones firmes sobre una roca has cimentado, gana la batalla, el galardón aguarda, hermano no te rindas, sigue peleando. Ahoga las penas, evita el pasado, arráncame los miedos, corre a mis brazos, encadéname de nuevo hermano, con tus bromas de antaño, haz conmigo como quieras pero atiende a mis ruegos. ¡No te mueras! Naim Guevara

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Atmósfera Caminar por las grandes callejuelas, sola, triste y pensativa. A mi alrededor miro árboles grandes con olores a soledad y melancolía; esa es la atmósfera. ¿Cuántas personas viven aquí? Todas con historias diferentes en sus vidas hubo de todo: alegrías, amor, triunfos. Hay un silencio fuera de este mundo, aquí dentro es un mundo raro, los árboles al moverse hacen ruido. El aire cala por todo el cuerpo, siento miedo y tengo ganas de gritar, hay una neblina ligera, tenue y suave al salir, regreso al mundo real que es dónde aún pertenezco. Está es mi atmósfera. Sol García

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Encierro Ambiciosa ansiedad, por efímera libertad, dolorosa impotencia: olvidada, presa. Roja violencia, gris tristeza, transparencia perdida en la oscuridad. La claustrofobia, se burla del destino en la cruel geometría.

Sendero ciego Veo una sombra: efímera ceguera, persigo un camino sin rumbo, abandonado. Miradas diluidas pintan recuerdos, en un estepario espejismo. Tropiezo… el recorrido aumenta, la búsqueda se pierde y recupero lo inesperado. 31


Latidos en sombras IntrĂ­nseco vacĂ­o, donde susurra el olvido.

No se escuchan los latidos, sĂłlo ecos.

Encadenado a sombras, vislumbro la muerte, mi humanidad es un mito.

Nefelibata gris Taller literario De Cara al Caracol

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Rafael Flores Correa

Artes visuales


Pintura y dibujo

Rafael Flores Correa

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Rafael Flores Correa

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Rafael Flores Correa 40


Nefelibata gris

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Cine

Stand by me

Alberto Bautista Hace casi treinta años del estreno de esta película en las salas de cine, muchos recordarán haberla visto por canal cinco en los años noventas, y entre todos ellos me encuentro yo. Por alguna razón esta película me causa algo de nostalgia, y disfruto verla de vez en cuando. Sin embargo, quizá la principal razón de esto es porque se trata de una road movie, o al menos tiene características de este subgénero. Stand by me (basada en el libro El cuerpo de Stephen King) desarrolla la historia de cuatro preadolescentes pueblerinos que parten hacía el bosque en busca del cadáver de Ray Brower (con el único fin de salir en la televisión), un joven de su edad desaparecido días atrás. El viaje es narrado por Gordie Lanchence (él recuerda la historia cuando se entera en la periódico sobre la muerte de un amigo), quien de niño sufre por la ausencia paternal tras la muerte de su hermano mayor. Los otros amigos son: Chris Chambers (su mejor amigo), Vern Tessio y Teddy Duchamp. Todos ellos se aventuran a lo largo de las vías del tren hasta llegar a donde se encuentra el cadáver. Sin embargo, esto pasa a segundo término cuando cada uno comienza a expresar sus temores, deseos y sentimientos. A simple vista parece ser una trama muy sencilla y con personajes arquetípicos. Sin embargo, lo interesante de la película es el desarrollo de esos personajes, que como toda road movie, tiende a remarcar mucho el perfil de cada uno, así como su desarrollo en la historia. Como mencioné anteriormente, el objetivo de encontrar el cadáver pasa a segundo plano, ya que el segundo acto está repleto de las vivencias e historias de los jóvenes, al final el resultado es la búsqueda de Gordie Lanchence por su valoración personal ante el contexto que lo rodea.

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Fotografía

Edgar Fernández 43


EstefanĂ­a HernĂĄndez Padilla

Humanidades


Filosofía

El Miedo y el diablo: un Mito

Antonio H. Vargas El hombre acaba pareciéndose a lo que desearía ser Baudelaire

El miedo es una sensación escalofriante que recorre nuestro ser cuando un hecho extraordinario inunda nuestro entorno, entonces nuestra percepción de la realidad cambia, vemos el mundo desde otra perspectiva, desde la perspectiva de la finitud inmediata, es por ello que en este artículo hablaré del diablo, pero los diablitos de Ocumicho: su Mito Te estaré eternamente agradecido lector si das clic en la foto de que aparece al final de artículo y votas por ella, en esa imagen se muestra una máscara de lo que hablaré. Comencemos definiendo el mito, las características básicas de éste pueden ser: “relato oral, estructuralmente sencillo, de un acontecimiento extraordinario, privado de testimonio histórico y dotado de ritual, con carácter conflictivo, funcional y etiológico” 1 Sobre la cuestión del mito en lo diablitos de Ocumicho. Génesis de esta artesanía. Hay una serie de relatos que se cuentan, dentro de los cuales resaltan dos: El diablo recorría Ocumicho y molestaba a todos. Se metía en los árboles y los mataba. Entraba en los perros, y no hacían más que agitarse y gritar. Luego persiguió a la gente que se enfermaba y enloquecía, a alguien se le ocurrió que había que darle lugares donde pudiera vivir sin molestar a nadie. Por eso hicimos diablos de barro, para que tuviera donde estar.

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La otra narración es sobre Marcelino: Un muchacho huérfano homosexual, iniciado por la abuela en la cerámica que comenzó hacer bellas figuras hace unos 30 años 3; primero hizo ángeles luego se dedicó a los diablos a partir del encuentro con el demonio en la barranca” 4 que está situado al noroeste del pueblo, por aquellos años un lugar alejado y donde se realizaban ciertos tipo de rituales paganos, El diablo le dice a Marcelino que si quiere ser “famoso” que lo haga tal cual en sus figuras de barro. Como Marcelino es muy hábil para realización de figuras de barro, hace el intento y algunas de las artesanas que en ese entonces lo crían, le reprender por esa falta a la moral y a las buenas costumbres de un pueblo P´urépecha.

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Ambas historias son contadas con una serie de variantes pero lo importante es el carácter mítico ya que nos proyectan a un momento primigenio, al génesis de algo: 1

LOZADA Goya, José Manuel, Mito Moderno y proceso de mitificación, en http://pendientedemigracion.ucm.es/info/amaltea/documentos/seminario18/Sem100127_Losada.pdf última vista 14-09-2015. 2 CANCLINI, Néstor, Culturas Hibridas, Ed, Debolsillo, México, 2009, pp. 208 3 Recuérdese que esta investigación la hizo Canclini en los 80´s 4 CANCLINI, Néstor, Culturas Hibridas, Ed, Debolsillo, México, 2009, pp. 208 5 Las cursivas son mías

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Ni la historia ni lo real son en sí mismos míticos. Sin embargo, pueden llegar a serlo si, entre otras cosas, un misterio insondable los penetra, si dejan de ser legibles, de evolucionar de acuerdo con una lógica. Cuando un acontecimiento histórico o la actitud de un personaje rompe con la trama del tiempo o la normalidad de los comportamientos humanos, cuando una zona de sombra o incomprensión los invade de repente y hace que escapen al imperio de la ciencia y la pura inteligencia, la imaginación de un grupo de hombres o de un pueblo, desafiando las leyes de lo cotidiano, encuentra naturalmente el medio de imponer sus colores y metamorfosis, sus deformaciones y amplificaciones.

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Vemos pues una serie de elementos, un antihéroe, ya que rompe con los esquemas de lugar al que pertenece, Marcelino marca un hito en la historia de su pueblo, primeramente por ser el creador de los “diablitos de Ocumicho”, en el pueblo todos le atribuyen esta hazaña, ya que ahí hay un grado alto de catolicismo, él introduce la figura diabólica (la discordia) como una forma de vida (al menos económicamente), además su condición de homosexual y su rebeldía de pertenecer al lado masculino, ya que él echaba tortillas, bordaba prendas y hasta hay personas que se atreven a decir que se vestía como mujer “la ‘historia’ narrada por el mito constituye un «conocimiento» de orden esotérico no sólo porque es secreta y se trasmite en el curso de la iniciación, sino también porque este ‘conocimiento’ va acompañado de un poder mágicoreligioso” 7 Ahora bien los diablitos adquieren esta categoría de algo mítico, no sólo por representar el mal en muchas de las religiones, sino por formar parte de la vida diaria del ser humano, ya que en gran parte de las representaciones cerámicas de estos, se puede ver haciendo lo que cualquier ser humano hace en su cotidianidad media. El proceso de mitificación se da al mismo tiempo en los sujetos como en los objetos, en este caso en Marcelino y Los diablitos; según José Manuel Lozada son tres momentos para que ocurra la mitificación: en el primer momento el personaje es mitificado por los medios de comunicación. En el caso que nos ocupa, los diablitos fueron primeramente conocidos en el extranjero, antes que en el país (y lo siguen siendo), Marcelino estuvo en NYC en 1964 y en “1989 le propusieron a diez alfareros de Ocumicho fabricar figuras con el tema de la Revolución francesa. Mercedes Iturbide, directora del Centro Cultural de México en París, le llevó imágenes con escenas revolucionarias y les relató la historia.” 8 Y en 1991 ocurre lo mismo ahora con la temática de la conquista española en América 9 Además los artesanos dicen: “Los principales compradores y los que no regatean son los gringos.”, según Nana Barbarita Jiménez (artesana con cien años de edad) un gringo le encargó un diablito a Marcelino en el tianguis de Pátzcuaro. 6

FERREIER-CAVERIVIÈRE, Nicole, “Figuras históricas y figuras míticas”, en Diccionario de mitos literarios. ED….. ELIADE Mircea, Mito y realidad, Ed, Labor, S.A, Barcelona 1992, pp. 21. 8 CANCLINI, Néstor, Culturas Hibridas, Ed, Debolsillo, México, 2009, pp. 218 9 Ver Ocumicho: arrebato del encuentro, CONACULTA, México, 1993, proyecto Mercedes Iturbide Argüelles. 7

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El segundo momento en los proceso de mitificación es que el personaje tuvo que hacer una acción extraordinaria para ser mitificado, es decir “las proezas de los personajes históricos, modernos y contemporáneos pueden denominarse literalmente “sobrehumanos” pero su extraordinario alcance en comparación con las mediocres realizaciones del pueblo les infunde un aura particular… los sacraliza... su muerte los eleva sobre el destino del común de los mortales y… los diviniza (o los demoniza) 10 sus hazañas en vida son uno de los procesos mistificadores, pero la muerte es factor que influye de manera importante, su muerte desencadena un relato oral, con características escatológicas. Marcelino introduce al diablo en una sociedad católica (90% según el INEGI), además su forma de andar “andaba como mujer, se comportaba como mujer”. De su muerte hay varias versiones, no hereda nada más que la naciente alfarería que mundialmente se reconocerá. En el tercer momento hay una diferencia radical entre el individuo mitificado y la gente normal, es decir el personaje mitificado se le puede considerar de héroe, (en este caso antihéroe), su fama y sus hazañas alcanzan una categorización superior, al grado de ser un guía: “El mito como una historia sagrada, una historia verdadera, ya que apunta a ciertas realidades… aunque no sean verídicas son necesarias para la construcción del temor y saberse seres finitos, evocar los mitos es evocar el tiempo primordial, la edad de oro de los hombres.” 11 Marcelino es un mito, como un hombre de carne y hueso hereda una tradición alfarera a los habitantes de Ocumicho, tanto su vida, como su ruptura con la tradición alfarera, y su muerte lo mitifican, de cierto modo todos los artesanos de Ocumicho lo imitan. Rompe con la tradición, rompe con las reglas, rompe con la moral de su pueblo, y construye un imperio alfarero en donde el tema de lo diabólico y la cotidianidad hacen gala.

http://www.lohechoenmexico.mx/mximg5/mximg_voto.php?O=6&ID=4816

10

LOZADA Goya, José Manuel, Mito Moderno y proceso de mitificación, en http://pendientedemigracion.ucm.es/info/amaltea/documentos/seminario18/Sem100127_Losada.pdf ultima vista 14-09-2015. Pp. 21. 11 Ibíd., 24

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Psicología Blanca de Aldecoa Castillo

La metáfora del terror Más bien habrá de verse en esto la mueca de lo que hemos demostrado, en la tragedia, de la función de la belleza: barrera extrema para prohibir el acceso a un horror fundamental. (Lacan, 1978) 12

Inmerso en la naturaleza de los afectos humanos, muy en la médula de donde procede la subjetividad del goce, el terror se vuelve una máscara del deseo. Desde el nacimiento la configuración con el dolor se hace patente, Otto Rank ya nos hablaba de ello el siglo pasado. En los estudios de Jacques Marie Emile Lacan acerca del cuerpo fragmentado original, se constata —por medio del jugo de la experiencia— que el bebé nacido no se sabe Uno, sería una especie de pedazos parciales de cuerpo que aun no asume como propios, donde la impotencia y la dependencia al Otro es total e incluso no te devuelve la imagen frente al espejo. Hablamos del momento de crisis inaugural en el que el niño rompe en alaridos para responder a la vida que le apremia por ser reconocida, ambivalencia entre la vida y la nada, ¿podría ser el principio de la dimensión del terror? En el Seminario V, titulado Las Formaciones del Inconsciente13 atrae nuestra atención cuando habla de la metáfora 14, que se debe a la función conferida a un significante S en tanto que este significante sustituye a otro en una cadena significante (Cf. la p. 78) donde nace, surge, eclosiona, el sentido. La metáfora es la función por excelencia que preside la creación y evolución del propio sentido, en tanto en él está incluido el sujeto 15, en tanto en él el sentido de su deseo lleno de máscaras, es develado 16. Esta función lingüística creadora ha sido la fábrica de las lenguas, por medio de la cual se fraguan y hasta hoy se siguen adhiriendo palabras al diccionario que implican acepciones ya reprimidas y, por tanto, significancias de las palabras que no conocemos y que, tal vez, no tienen mucha relación con el contexto actual, por lo que nos son ajenas en su totalidad. Imagínense en el caso de un síntoma, entretejido de lenguaje y alimentándose de la metáfora, qué tan embrollado puede resultar la investigación de su génesis. Pues bien, la palabra aterrado, búsquenla en el diccionario, proviene de la palabra derribado, pero ahí no acaba la definición: se compone de varios significantes, uno de ellos, en medio de toda la palabra, terr terra, ¿querrá decir esto que terror ha de correlacionarse directamente con echar por tierra?, no tanto así. El 12

Lacan, J. (1978) Kant con Sade, en sus Écrits vol. 2. México: Siglo XXI. Lacan, J. (2007). Sem. V Las formaciones del Inconsciente. Barcelona: Paidós. 14 Un recurso inconsciente, lingüístico, por medio del cual el sujeto aprehende lo que hay, correlato de la condensación de la que habla Sigmund Freud. 15 Cf. Ibid. p. 36 16 Cf. Ibid. p. 339. 13

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significante terr está reprimido, por tal motivo no nos es familiar a plena consciencia del discurso común relacionarlos entre sí. Interesantísimo es saber que esta palabra aterrado sustituye17 a la palabra abatido, es decir, es su metáfora. El terror es la sede de diversas posturas del ser, donde converge la ambivalencia (igual que en cualquier otra expresión del deseo), pero en este sentido, el goce viene a ser la mancuerna predilecta del terror, tal vez, el terror, su máscara. Háblese de la postura masoquista, quien goza suficientemente del horror y del terror aun cuando lo capta en sentido poético; de su correlato el sádico, que goza de ser el agente del terror, agente de la tortura y precursor del dolor del otro, o del Otro 18; de las tribus donde representar al tótem (objeto temido y erigido ídolo, a quien adorar pero a la vez aquél que escenifica el horror a la muerte) por medio de incisiones corporales (en el caso de la piel de cocodrilo en el sur de áfrica) es parte de un espasmo de goce cultural y de un grado de poder elevado, donde implícitamente se coloca el terror para las criaturas que miran tal espectáculo y para los mismos que lo experimentan, con su reverso, el goce; o de las películas mismas de terror con sus diversas máscaras de estupor donde el sujeto que las observa se identifica con aquel que huye de la oscuridad o aquel que preside a la misma. En uno u otro caso, se trata de la caída del sujeto, del sujeto derribado.

17 18

Mecanismo del significante por excelencia. Cf. Lacan, J. (1978) Kant con Sade, en sus Écrits vol. 2. México: Siglo XXI.

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Historia

El templo de las rosas (A Santa Catalina de Sena) Breve acercamiento historiográfico

Manuel Ildefonso Méndez Hernández “Al igual que en otros conventos femeninos de la nueva España, la vida al interior del convento de Santa Catalina de Sena se dividía en dos principales actividades: el de la vida religiosa/contemplativa y el del pensionado o niñada” 19. Escribe el doctor Ricardo León Alanís en un capítulo del libro Morelia patrimonio de la humanidad en donde aborda al convento desde el antecedente en Pátzcuaro pasando por su construcción y terminando su escrito con la reubicación de las monjas dominicas. Es decir, cuando las monjas dominicas se trasladan a lo que sería su nueva cede ubicada en la calla madero o lo que hoy conocemos como “el Templo de las Monjas”. Valiéndose de una serie de archivos ubicados en casa de Morelos, así como fuentes bibliográficas, el doctor León Alanís hace un panorama general de la vida conventual, sin embargo no se mete en cuestiones de arquitectura y tampoco toca lo referente a la construcción del templo de las rosas o su simbolismo. La doctora Esperanza Ramírez Romero, escribe en el año 1984 Zonas históricas de Morelia y Pátzcuaro arte y tratado de libre comercio.20 En donde hace hincapié en la construcción de Valladolid, y Pátzcuaro en temas como caminos, y construcciones religiosas, sin embargo en lo referente a Morelia, la autora se centra un tanto más en construcciones como San Agustín y San Francisco, así como la traza general de la ciudad y su afluencia, dejando prácticamente olvidado el templo y convento de las rosas. En 1994 Morelia, en el espacio y en el tiempo defensa del patrimonio histórico y arquitectónico de la ciudad21 dedica al convento de las monjas dominicas la pág. 31 y 32, haciendo un pequeño recuento de las tres principales actividades, y sus votos de obediencia castidad y pobreza, dejando así, muchas lagunas historiográficas, tanto de vida cotidiana como de arquitectura.

19

Silvia, Figueroa Zamudio, Morelia patrimonio cultural de la humanidad, México, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Gobierno del Estado de Michoacán, Ayuntamiento de Morelia, 1995 pp. 20 Ramírez Flores Esperanza, Zonas históricas de Morelia y Pátzcuaro ante y tratado de libre comercio, México, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo e Instituto Michoacano de Cultura, 1994, pp.193. 21 Ramírez Romero Esperanza, Morelia, en el espacio y en el tiempo defensa del patrimonio histórico y arquitectónico de la ciudad, México, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo-Comité editorial del Gobierno del Estado de Michoacán-Departamento de Investigaciones Artísticas, 1985, pp.175.

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Contexto de producción La ciudad de Valladolid de Michoacán (actualmente Morelia), se cimentó sobre una anchurosa loma, cuyos declives al norte y al sur caían sobre dos ríos que le cercaban por ambas partes. Con una altura sobre el nivel del mar de 1,950 metros y situada bajo los 19 grados 42 minutos 22. Colindaba por el norte con el pueblo de Tarímbaro, a la distancia de dos y media leguas; por el nordeste, a tres y media legua con la villa de Charo; por el sur a menos de una legua, con Santa María y por el Occidente, en Tazícuaro, del partido de Huaniqueo que distaba a cuatro leguas 23. En el siglo XVI en la Nueva España se empezaron las construcciones de grandes edificios, de los cuales su mayoría se destinaron a ser usados con fines religiosos, y en menor cantidad edificios civiles. 24 El siglo XVII fue marcado por la construcción de grandes y suntuosos conventos de las diferentes órdenes regulares, y por si fuera poco, se comienza la construcción de la actual catedral de Morelia, siendo una de las ocupaciones primordiales los edificios. Pero en este texto; nos ocuparemos del siglo XVIII, ya que es el siglo en el cual se construye el edificio dedicado a Santa Rosa de Lima, este siglo es reconocido por el esplendor de la ciudad, sobresale principalmente por su arquitectura, que se sigue conservando aun hasta nuestros días. El inicio de las congregaciones femeninas no es un hecho que se le ha escapado a la historia; sin embargo, es de admirar las distintas formas y normas con que se regían las congregaciones de femeninas que llegaron a la Nueva España desde el siglo XVI; un caso interesante, es el de las Dominicas en contra de las franciscanas pues es evidente la forma tan diferente en que estas órdenes concebían la vida monástica o religiosa, mientras las franciscanas vivían en absoluta pobreza y obediencia, las dominicas amasaban enormes fortunas gracias a sus buenos manejos financieros, aunque “ambas dedicadas a la dios”. ¿Pero por qué tanta diferencia? Esto debido a que los fundadores de ambas congregaciones buscaban diferentes cosas; mientras San Francisco de Asís buscaba “el amor por la pobreza” Domingo de guzmán buscaba la el amor por la verdad y aunque ambas congregaciones son contemporáneas. En 1216 el papa Honorio III aprobó la segunda orden de Santo Domingo (orden femenina) con base a las reglas agustinas, lo que les permitía mantener sus bienes materiales. Lo que atrajo a muchas doncellas de familias acomodadas, cosa que también se ve reflejada en el convento de Valladolid en Michoacán. 25 22

Ajofrín Francisco de, Diario del viaje a la Nueva España, México, Editorial SEP-Cultura, 1989, p.94. Ramírez Romero Esperanza, Catálogo de construcciones artísticas, civiles y religiosas de Morelia, México, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo-FONAPAS, 1981, p. XVIII. 24 Humbolt de Alejandro, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, México, Editorial Pedro Robredo, 1941, tomo II. 25 Torres Vega José Martin, Los conventos de monas en Valladolid de Michoacán arquitectura y urbanismo del siglo XVIII, México, Gobierno del Estado de Michoacán, 2004, pp. 29-33 23

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El templo de Santa Rosa de Lima comienza su construcción en el siglo XVI bajo el mecenazgo del obispo Matos Coronado, y es concluido en 1757, lo que nos indica que la construcción del edificio tuvo varias etapas, y no fue un único proyecto, se formó como parte del conjunto conventual de las monjas de Santa Catalina de Siena de la Regla de Santo Domingo (establecidas en 1595 en Valladolid), su fachada es pareada por pertenecer al convento de religiosas 26. Para El ingreso a la orden dominica era necesario cumplir algunos requisitos como: demostrar la pureza de sangre, ser procedente de España, además de no tener ningún vínculo con las etnias o razas de la Nueva España, presentar una dote de entre $2000 o $4000, ser hija legitima. 27 Por otra parte José Martin Torres Vega menciona que para 1620 el convento contaba con cincuenta religiosas profesas y diez novicias, es decir sesenta mujeres que contaban con cien esclavos. Esto sugiere la independencia tanto social, política y económica de las monjas lo que convertía a las monjas en centro piadoso antes que de caridad. Una vez que la religiosa cumplía un año en el noviciado, pagaba el costo que era referido como costo de piso, aunque la cantidad seguramente variaba con el devenir histórico del convento […]después del noviciado las jóvenes tenían dos opciones: la primera y más común era procesar como religiosa de coro y velo negro o blanco; la segunda opción era salir del convento en libertad y buscar matrimonio, de aceptar la primera opción, la priora del convento emitía una solicitud al obispo informando que la religiosa estaba lista para profesar. Una vez realiza la profesión la religiosa no podía salir al exterior ni muerta, tenía que ser sepultada dentro de los muros del convento.

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29

A partir de lo anterior, podemos inferir algunas cosas, de entrada, la rigurosidad de las normas de las monjas dominicas hace dudar del hecho del traslado de las monjas con la suntuosidad que nos muestran la pintura de traslado de las monjas que resguarda el Museo Michoacano, en primera por que las monjas tenían prohibido salir y ser vistas por persona ajena al convento, después; la suntuosidad con que son trasladadas así como el llevar la cabeza al descubierto, si bien es cierto que las monjas abandonan su sede, este hecho tuvo que haberse dado de noche, para evitar ser vistas. 26

Arquidiócesis de Morelia, en http://www.oficinaparroquial.com/directorio/parroquias_morelia.html Op.cit. Torres Vega José Martin, p.44. 28 Ibid, p. 52. 29 Traslado de las monjas dominicas a su nuevo convento (1738), de autor anónimo. Museo Regional Michoacano. Fotografía: Juan Carlos Jiménez 27

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Su titular, Santa Rosa de Lima ha cedido el lugar al nombre genérico de Las Rosas, debido a que las niñas que eran educadas en el colegio de al lado eran llamadas las hijas de Santa Rosa y más sencillamente “las rosas” 30.

Contexto de recepción Este templo formó parte del primer convento de las monjas dominicas, junto con el Colegio de Santa Rosa (hoy Conservatorio las Rosas), el cual habitaron desde 1590 hasta 1738, año en que se cambian a su segundo convento en la calle Real de Valladolid. El templo de Santa Rosa en sí, no fue de uso exclusivo de las monjas dominicas, si no que desde siempre mantuvo sus puertas abiertas para los creyentes de la sociedad valloisoletana. Fue este convento el primer establecimiento religiosa para mujeres que funcionó con regularidad, en cuanto a la aceptación entre la sociedad, fue tal que los vecinos de Valladolid y de otros lugares del obispado donaron diversas cantidades de dinero, materiales o especias en maíz y ganado para ayudar con la edificación del mismo 31.

32

30

González Galván Manuel, Arte virreinal en Michoacán, México, Editorial Frente de afirmación hispanista, 1978, p.197. León Alanís Ricardo, Pues son vírgenes y siguen al cordero a donde quiera que fuera. El monasterio de monjas dominicas de Santa Catalina de Siena de Valladolid Michoacán durante la época colonial, [En línea] disponible en http://tzintzun.iih.umich.mx/num_anteriores/pdfs/tzn19/dominicas_valladolid_colonia.pdf , [Fecha de consulta: 15/04/2015]. 32 El traslado de las monjas dominicas a su nuevo convento de Valladolid, anónimo, Museo Regional Michoacano, 1738. 31

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Bibliografía Ajofrín Francisco de, Diario del viaje a la Nueva España, México, Editorial SEP-Cultura, 1989. Arquidiócesis de Morelia, en http://www.oficinaparroquial.com/directorio/parroquias_morelia.html Carreño Gloria, El Colegio de Santa Rosa de Valladolid 1743-1810, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México, 1979. Figueroa Zamudio Silvia, Morelia patrimonio cultural de la humanidad, México, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Gobierno del Estado de Michoacán, Ayuntamiento de Morelia, 1995. González Galván Manuel, Arte virreinal en Michoacán, México,

Editorial Frente de afirmación

hispanista, 1978. Ramírez Flores Esperanza, Zonas históricas de Morelia y Pátzcuaro ante y tratado de libre comercio, México, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo e Instituto Michoacano de Cultura, 1994. Ramírez Romero Esperanza, Catálogo de construcciones artísticas, civiles y religiosas de Morelia, México, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo-FONAPAS, 1981. Ramírez Romero Esperanza, Morelia, en el espacio y en el tiempo defensa del patrimonio histórico y arquitectónico de la ciudad, México, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo-Comité editorial del Gobierno del Estado de Michoacán-Departamento de Investigaciones Artísticas, 1985. León Alanís Ricardo, Pues son vírgenes y siguen al cordero a donde quiera que fuera. El monasterio de monjas dominicas de Santa Catalina de Siena de Valladolid Michoacán durante la época colonial, [En línea] disponible

en

http://tzintzun.iih.umich.mx/num_anteriores/pdfs/tzn19/dominicas_valladolid_colonia.pdf

[Fecha de consulta: 15/04/2015]. Imagen 1 Traslado de las monjas dominicas a su nuevo convento (1738), de autor anónimo. Museo Regional Michoacano. Fotografía: Juan Carlos Jiménez Imagen 2 El traslado de las monjas dominicas a su nuevo convento de Valladolid, anónimo, Museo Regional Michoacano, 1738.

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