Motor 09

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REVISTA 204 MAYO 09:Maquetación 1 02/06/09 12:48 Página 56

Motor “En el carbón tu planta de hojas negras parecía dormida, luego excavada anduvo, surgió, fue lengua loca

de fuego y vivió adentro de la locomotora o de la nave, rosa roja escondida, víscera del acero....”

Benz Patentwagen 1886 · Mercedes F-Cell Roadster 2009

La energía. Pablo Neruda

La epopeya del automóvil: se acabó la diversión Aunque existen otros precedentes desde incluso la Edad Media, es comúnmente aceptado que el primer coche de la historia fue el armón de artillería que en 1769 diseñara el ingeniero del ejército francés Nicolás-Joseph Cugnot. Era un vulgar carro al que se le instaló una pequeña caldera de vapor. Muy rudimentario y desprovisto de cualquier otro sistema mecánico desarrollado, aceleraba pero no frenaba, y terminó estrellado contra un muro. Caído en desgracia el francés, el invento fue retomado por los británicos con entusiasmo, Hancock, Evans, Pecqueur, Gurney y, sobre todo, James Watt, durante el siglo XIX, desarrollaron todo tipo de vehículos basados sobre esta idea que resulta perfectamente ilustrativa de la Primera Revolución Industrial, la del carbón como fuente básica de energía. El ferrocarril fue el principal beneficiario. El primer inventor al que se le ocurrió que esa materia negra, sucia y viscosa llamada petróleo, conocida pero prácticamente despreciada, podía dar vida a un motor mucho más sencillo, compacto y fiable fue Etienne Lenoir que patentó uno de combustión interna y ciclo dos tiempos en 1860. Una vez liberada la patente y escindida su asociación con August Otto, los que le dieron el impulso definitivo fueron Gottlieb Daimler y Wilhelm Maybach que diseñaron en 1884 un 4

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tiempos, de poco peso y alto régimen, que fue la base sobre la que nacieron los de todas las marcas posteriormente, desde el Panhard & Levassor de 1891 hasta el Ford T en 1908, al cual podemos considerar como el primer automóvil realmente moderno. Estamos en los inicios de la Segunda Revolución Industrial, aunque el honor real de patentar el primer coche no recayera en ninguno de ellos, sino en Karl Benz de Manheim que, en 1885, construyó un triciclo síntesis entre calesa, bici y moto que, con sus limitaciones, demostró que aquel artilugio, hasta entonces utópico, era viable. Visto con perspectiva, el automóvil se ha popularizado hasta extremos insospechados y desde 1941, aparecido el Jeep, ha desterrado la tracción animal de las carreteras, de los campos, de los frentes y hasta se ha paseado por la Luna. Consumimos tal cantidad de combustible fósil que lo que ayer parecía infinito hoy es perfectamente finito y no se sabe hasta cuando durará ¿veinte? ¿cincuenta años? Además, descuidados, hemos destrozado sin contemplaciones, ni recato, un medio que resultaría irreconocible para nuestros ancestros. Es evidente, nos encontramos en los albores de una Tercera Revolución a la que denominar industrial sería incorrecto. Va ser más bien post-industrial y no hay acuerdo en definirla con exactitud porque ca-


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