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Rinconcito de azotea
from Sueños - Nigromante febrero 2021
by Nigromante. Revista de la DCSyH, Facultad de Ingeniería, UNAM.
Por Sergio Colín
Sentía el sol en la cara y en la oreja izquierda, miraba la tristeza de las hojas en los árboles provocadas por el viento que se movían frente a mis ojos dándome el espectáculo del día. De cuando en cuando, pasaba alguna persona por la calle, pero me volteaba para no sentir que invadía su camino con mi fuego tornasol. Más que un fuego, por dentro se sentía como una ameba alargando los seudópodos para desplazarse.
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Sentía como esos seudópodos me recorrían por dentro y sentía encogerse una parte de mi cuerpo inexplorada por mis manos. Corrían hasta mis dedos y cuando me tocaba la cara para cubrirme del sol me contagiaba la cara, los ojos y el pelo.
Luego recargaba los brazos en la pared que me llegaba hasta los pechos. Sentía como los aplastaba contra el muro que también estaba hirviendo y entonces corrían también por los tabiques, era un fuego que caía como cascada. Tal vez si desviaba la mirada de las otras personas las libraría de este fuego, que pocos quieren tocar, uno que disfruto tanto o más que una de esas pláticas echados en el pasto. Esas pláticas en el pasto...
Caminábamos a casa y de repente nos callábamos esperando a que alguno de los dos pronunciara la esperada propuesta de cada tarde: ¿Tienes algo que hacer? ¿Vamos al pasto un rato? Qué divertido es recordarte.
Ese rato se convertía en un ínfimo e infinito momento de admiración y atención para el otro. Decíamos “un rato” para disfrazar lo que en realidad queríamos decir: “Quiero echarme toda la tarde a ver el cielo contigo, ¿vienes?”.
Me gustaba oír tu entrecortado y veloz acento de la costa. Sentía que de alguna manera tu mirada siempre aguardaba por un beso. A veces después de reír a ratos usábamos la mochila de almohada, nos quedábamos de frente y nos mirábamos por segundos. Bochornosamente pronunciábamos cualquier palabra intentando hacer menos evidente nuestra imbecilidad.
Siempre he estado hecha de ese fuego, siempre he estado hecha de nostalgia. Pero de ninguna manera esa nostalgia me ha imposibilitado. De hecho, me place paralizarme con ella cuando llega y toma asiento en ese lugarcito inexplorado aún por mis manos. Porque no es más que un síntoma de mi libertad y del glorioso catálogo de emociones que puedo experimentar. Posiblemente descubra una para cada día de cada semana. Quizá se extienda hasta tener una diferente para cada día de cada mes.
Los días se volvieron incontables y a este rinconcito de azotea ya lo he atascado y hasta torturado con mi fuego. Lo he atiborrado con canciones, sonatas, nombres de personas y plantas. Lamento no tener mi vida en los lugares de antes, en las calles que me gustaban y en los jardines a los que siempre íbamos.
Lamento no poder hacer las cosas que me gustaba hacer, las que te gustaban a ti y las que compartíamos; la comida, el elevador, la cama, pero sobre lamento no tenerte a ti. Lloré la partida, lloré la impotencia, lloré por todo lo que me arrancó el tiempo de las manos. Me aferré como se aferra el cochambre a la alacena y terminé con las manos ensangrentadas.
Pero, desde este punto inexacto del universo con coordenadas geográficas exactas, abrazo la soledad. Si alguna vez nos enseñaron que la soledad es triste y el distanciamiento acongojante, hoy creo que son de las únicas cosas que podemos hacer verdaderamente nuestras.
Hoy recibí suficiente nostalgia como para alcanzar a ver lo que ya no es.