Entre llamas de luz de vela

Por Angel Lara

De repente te encuentras en el lugar incorrecto, solo y sin nada más que sentir a tu alrededor que la tenue llamarada de la vela incandescente. Sólo con el profundo deseo de tener en tu pecho el pequeño calor emanado por la cálida y tibia llamarada proveniente de la vela.

Estás en silencio, no puedes escuchar ya nada más que ese silbido insoportable característico de las tres de la mañana. Es un silencio incómodo; invade tus sentidos, tu percepción, toma presa tu piel y de a poco vierte aquella melaza que invade tus arterias de esa espesa y deliciosa sustancia. Tu corazón comienza a latir como si hubiese estado inmóvil desde su origen. Los latidos empiezan a ser cada vez más frecuentes, ya no hay escapatoria, el deseo se vuelve cada vez más fuerte.

Dando vueltas a la cabeza, viejos y vagos recuerdos nublan tu perfecta mente impura, llenan tu frente de problemas en donde ya no existe ninguna solución.

Observas alrededor y por la ventana sólo ves el triste y olvidado vecindario donde te encuentras, mientras que imploras que tu llama no se apague.

Es el momento en el que cualquier hombre cae rendido presa de su locura y desolación proveniente de su mala percepción.

Crees saberlo todo y a la vez nada, crees temer a algo indomable e intangible que nunca llegarás a saber qué es.

Alzas la voz pretendiendo que alguien se apiade de tu lamento y a lo lejos escuchas una voz, es un sonido que emana de tu ser, una voz sanadora; confías en ella pero no puedes esperar demasiado.

La vela se va derritiendo, el tiempo por ende se va agotando, quieres indagar más pero ya no hay necesidad. El tiempo te consume como el fuego a la vela. Tienes las respuestas pero no quién las pregunte. Encuentras calma en el silencio, la oscuridad ya no es una opción, tu cuerpo tiembla por tan terrible acontecimiento. Quieres saber más, la duda te invade, aún así sabes que es tiempo de guardar la calma y acabar con lo que acabas de crear.