Entre llamas de luz de vela 36
Por Angel Lara
Tu corazón comienza a latir como si hubiese estado inmóvil desde su origen. Los latidos empiezan a ser cada vez más frecuentes, ya no hay escapatoria, el deseo se vuelve cada vez más fuerte.
De repente te encuentras en el lugar incorrecto, solo y sin nada más que sentir a tu alrededor que la tenue llamarada de la vela incandescente. Sólo con el profundo deseo de tener en tu pecho el pequeño calor emanado por la cálida y tibia llamarada proveniente de la vela. Estás en silencio, no puedes escuchar ya nada más que ese silbido insoportable característico de las tres de la mañana. Es un silencio incómodo; invade tus sentidos, tu percepción, toma presa tu piel y de a poco vierte aquella melaza que invade tus arterias de esa espesa y deliciosa sustancia.
Dando vueltas a la cabeza, viejos y vagos recuerdos nublan tu perfecta mente impura, llenan tu frente de problemas en donde ya no existe ninguna solución. Observas alrededor y por la ventana sólo ves el triste y olvidado vecindario donde te encuentras, mientras que imploras que tu llama no se apague. Es el momento en el que cualquier hombre cae rendido presa de su locura y desolación proveniente de su mala percepción.