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El plan maestro

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El Plan Maestro

Por Charles Mills

En el Plan

Maestro de Dios, las sociedades humanas disfrutaban de igualdad individual, justicia para todos, respeto por los demás y la libertad de aceptar o rechazar esas normas establecidas por el Creador.

Dios nunca tuvo la intención de que Adán y Eva fuesen los únicos habitantes humanos en la tierra. Tendría que haber más gente, mucha más. Era parte del Plan Maestro del Creador.

No tenemos idea de lo que implicaba el mandamiento antes del pecado de «ser fructíferos y multiplicarse». Solo sabemos que Adán y Eva fueron invitados a ser co-creadores en esta tierra, llenándola de personas tan sabias y tan profundamente espirituales como ellos. Nunca se definió cómo se lograría eso. Pero, el resultado final sería una sociedad humana basada en los ideales y estándares de Dios. Podemos vislumbrar esos conceptos basados en lo que el Creador dijo a Adán y Eva justo después de que les dijo que «llenasen la tierra» (Génesis 1:28). Es importante recordar que las palabras usadas en Génesis reflejan generaciones de la humanidad viviendo fuera del Plan Maestro de Dios. Sólo cuando imaginamos la vida en un ambiente sin pecado podemos comenzar a entender lo que el Creador realmente estaba diciendo. También es importante considerar lo que Dios no dijo al establecer su derrotero para la sociedad.

En ninguna parte les dijo Dios a Adán y Eva que dividiesen el mundo en secciones y confinasen a los individuos a esas secciones según algún tipo de criterio.

Las palabras «someter» o «gobernar» tenían que ver con la administración y el cuidado de los recursos naturales y los animales de la tierra, no con un rígido dominio sobre otras criaturas, incluyendo a los demás seres humanos. Las sociedades humanas basadas en el Plan Maestro de Dios tenían todas las mismas metas. Todos debían ser co-creadores y co-cuidadores de la creación.

Para reflexionar

El diseño del Creador para la humanidad incluía la oportunidad para que todos cultivasen y cosechasen alimentos. «Entonces Dios

dijo: “Te doy cada planta portadora de semillas sobre la faz de toda la tierra y todo árbol que tenga fruto con semilla en ella. Ellos serán tuyos como alimento» (versículo 29). Una vez más, la igualdad era la regla. Nadie se quedaba fuera.

Luego viene una declaración que puede sorprender a muchos. «Y a todas las bestias de la tierra y a todos los pájaros en el cielo y a todas las criaturas que se mueven a lo largo de la tierra, a todo lo que tiene el aliento de vida en sí, doy toda planta verde como alimento» (versículo 30). Parece que incluso los animales fueron incluidos en la ecuación de igualdad de Dios. La idea de que los humanos sacrificasen animales para comer no era parte del plan. Esa tragedia vino después, después del pecado.

Entonces aquí tenemos a Adán y Eva siendo instruidos para cuidar la tierra y a cada criatura viviente en ella, disfrutar de las plantas como alimento, vivir sus vidas basados en el libre albedrío y crear muchos, muchos más individuos como ellos para que hiciesen lo mismo. En el Plan Maestro de Dios, las sociedades humanas disfrutaban de igualdad individual, justicia para todos (incluyendo a los animales), respeto por los demás y la libertad de aceptar o rechazar esas normas establecidas por el Creador.

Un estándar más elevado

Cuando consideramos nuestro mundo de hoy vemos un plan muy diferente en acción. Pero Dios nos llama a un estándar más alto, a un ideal brillante que es tan extraño a la sociedad moderna como el pecado lo fue para el Edén entonces.

La buena noticia es que no tenemos que esperar a que el Cielo produzca los cambios necesarios para realinear a nuestro mundo con el original Plan Maestro de Dios. Podemos comenzar a tratar a las personas como hermanos y hermanas ahora mismo, apoyar sus derechos humanos ahora mismo, aceptar sus diferencias ahora mismo y exigir que se les den las mismas oportunidades y opciones que disfrutamos ahora mismo. ¿Cómo? Al seguir otro mandamiento que el Dios Creador presentó mucho más tarde cuando dijo: «Mi mandamiento es este: Amaos los unos a los otros como yo los he amado» (Juan 15:12).

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