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Si estás dispuesto
JORRUANG ISTOCK.COM/TINNAKORN
Si estás dispuesto
Por Charles Mills
Lepra. Si bien es rara hoy en día, hubo un tiempo en que era una de las enfermedades más temidas en el mundo. Los que eran afligidos por esa enfermedad eran considerados parias, indeseables y peligrosos. Se veían obligados a vivir una vida de aislamiento y abandono. Consideremos esta descripción: Los signos de lepra son úlceras indoloras, lesiones cutáneas de máculas hipopigmentadas (áreas planas y pálidas de la piel) y daño ocular (sequedad, parpadeo reducido). Más tarde, se pueden desarrollar ulceraciones grandes, pérdida de dedos, nódulos de la piel y desfiguración facial. La infección se propaga de persona a persona por secreciones nasales o gotículas (medicinenet.com).
Si alguna vez hubiera una razón para rechazar a un individuo, para mantener su distancia, para llevar a una persona a la reclusión, esa parecería ser la razón. Sin embargo, alguien con esa enfermedad se acercó a Jesús en un pequeño pueblo cerca de la costa de Galilea. Ese hombre no estaba en las etapas iniciales de su enfermedad. Estaba completamente cubierto de lepra. «Cuando vio a Jesús, cayó con la cara al suelo y le rogó: “Señor, si estás dispuesto, puedes limpiarme”» (Lucas 5:12).
«Si estás dispuesto». No había cuestión de habilidad. No estaba diciendo: «Si eres capaz». El leproso sabía del poder de
Cristo para sanar. Había escuchado historias sobre Él. Tenía confianza en que ese hombre, ese extraño, ese maestro viajero, podría librarlo de su maldición mortal. «Jesús extendió su mano y tocó al hombre» (versículo 13). Jesús le tocó. Los leprosos no podían ser tocados. Ni siquiera podía uno acercarse a ellos. ¿Por qué? Porque la enfermedad po-
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dría contagiarte. Era altamente contagiosa. Tocar a un leproso era ponerse en peligro. Pero, Jesús extendió su mano e hizo lo inaudito.
Después su suave toque fue seguido por un anuncio que cambió la vida de ese hombre. Jesús le dijo: «”Estoy dispuesto. Sé limpio”. E inmediatamente la lepra le abandonó».
Dispuesto a actuar
El patrón destructivo de la injusticia social puede quebrantarse. Sin embargo, se necesitan personas que estén dispuestas a hacer esa labor. Al igual que Jesús, tú y yo tenemos recursos disponibles para lograr cosas asombrosas en nombre del amor.
Recuerdo las muchas clínicas médicas adventistas que he visitado. Algunas estaban en claros de la selva, otras escondidas en pequeños pueblos, otras alojadas en grandes hospitales. Nací en un centro médico misionero en una colina azotada por el viento a las afueras de la ciudad de Seúl, Corea. Viví al lado del sanatorio y hospital de Manila en las Filipinas y pasé un año viviendo en el segundo piso de una clínica de un solo médico mientras servía como estudiante misionero en Kobe, Japón. Los pacientes que acudían a esos maravillosos establecimientos tenían fe en el personal médico. Su pregunta no era «¿Puede ayudarme?» Era: «¿Está dispuesto a ayudarme?»
Hoy, tu y yo nos enfrentamos a un mundo lleno de enfermos. Algunos son víctimas de sus propias decisiones. Pero muchos —posiblemente la mayoría— son víctimas de algo igual de dañino. Sus condiciones mentales y físicas son a menudo el resultado de racismo, discriminación e injusticia social evidentes. Se les niegan las bendiciones que muchos de nosotros disfrutamos. Son considerados parias, indeseables o incluso peligrosos. Han sido abandonados y despreciados por la sociedad.
Luego vienen a nosotros, sin preguntarnos: «¿Puedes ayudarme?» No. Su pregunta es: «¿Estás dispuesto a ayudarme?» Podemos hacerlo. Ellos lo saben. Tenemos los recursos, habilidades, conocimientos y herramientas que necesitan tan desesperadamente.
La forma como respondemos a su súplica es una clara demostración de cuán ansiosos estamos por reflejar al Dios que adoramos. ¿Estamos dispuestos a acercarnos y tocarlos?