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IX. ¿Qué día es hoy?
Tercer Acto 129
Una vez llegué a buscarla a su casa porque habíamos quedado de comer juntos. A las doce y media muy en punto llegué, pero ella no salía. Timbré y, cuando por fin contestó, se le había olvidado. Bajó a abrirme, casi histérica de la furia con ella misma, llena de rabia, casi llorando, decía “¡No puede ser!, ¡no puede ser que me pase esto a mí!”.
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MANOLO ORJUELA: Ella me tocaba la puerta a veces, como a las once y media de la noche. Eso lo tuvo que haber hecho dos o tres veces: Me decía: “Hola, viejito, perdóname, ¿qué día es hoy?”. Y yo le decía: “Pues Luz, hoy es miércoles”. Hasta que un día me dijo que estaba muy rayada con esa situación de olvidar qué día era. Yo traté de darle ánimo; le dije que los días se parecían todos unos a otros y por eso era tan sencillo pretender que era un día y no otro. Esa fue una conversación de diez minutos, de las pocas veces que se sentó en mi sala a que habláramos los dos.
MATÍAS MALDONADO: Durante esos años yo vivía en un edificio junto al de Luz y, como mi edificio no tenía parqueaderos, entonces yo les alquilé un garaje ahí en La Loma y ahí guardaba mi carro. Me acuerdo que, si salía temprano a trabajar y pasaba por el carro, muchas veces me encontraba a Luz —cuando todavía salía de su apartamento— bajando a mirar el periódico que acababan de dejar por debajo de la puerta. Pero no para recogerlo porque le interesaran las noticias. No. Ella buscaba el periódico era para saber la fecha. Le producía mucha angustia no saber qué día era.
MANOLO ORJUELA: En el 2012 ya tenía yo intenciones de comprar un apartamento y le dije que si me vendía el apartamento donde yo vivía, pero que era de ella. Nunca quiso vendérmelo, me decía “Yo prefiero tenerte ahí, mijito, toda la vida, y que me des un arriendito”. A decir verdad, yo salí en el 2014 de ahí pagando un arriendo mínimo. A ella lo único que le importaba era tener a alguien que fuera de su confianza. Entonces, cuando le dije que ya había encontrado un apartamento y que me pensaba ir en seis meses, me pidió el favor: “Me va a dar muy duro que te vayas, no te vayas, miremos a ver qué podemos hacer”. Me di cuenta —y también ella— que de alguna manera nuestras soledades se estaban acompañando.
LEONEL DOMÍNGUEZ: Recuerdo cuando Luz se sienta con María del Mar y Ernesto y les dice que tienen que ser sus apoderados para administrar el dinero del banco, para que la vida siga.
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ERNESTO LLERAS: Enferma pero lúcida, ella sabía para dónde iba. La lucidez de Luz es una de las cosas que más me impresiona porque, completamente mema, me dice a mí: “Yo siento mucho no poder tener una conversación contigo, pero queda el afecto”. Es una cosa maravillosa y ella ya estaba totalmente ida, pero el afecto quedó siempre.
MANOLO ORJUELA: Ay, la cabeza, porque lo primero que le falló fue la cabeza. Ella el cuerpo lo llevaba muy bien, porque manejó ese carro hasta los 87 años. Alguna vez me contó que, yendo para la universidad, se bajó del carro porque no se acordaba para dónde iba. Ese mismo día dejó de manejarlo. Se bajó del carro y dijo: “Ay, jueputa, ¿para dónde voy?”.
Los últimos tiempos los pasó muy mal, vivía con unas angustias terribles. No sabía dónde estaba, y decía “¿Por qué me tienen presa? ¡me tienen presa estos hijueputas!”.
Hablé con Ernesto, supe que ambos le habíamos preguntado, cada cual por su lado, algo así como que si quería suicidarse, que si quería ayuda. A mí me contestó que no: “No soy capaz”.