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X. Un velorio clandestino

Luz y Matías Maldonado en un fotograma de Cantos del paraíso. 1997. Colcultura, Archivo Camila Loboguerrero.

Tercer Acto 131

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Yo estaba en México, en un festival de cine, cuando me llamó mi hermano a contarme que Luz se había muerto.

HERNANDO TÉLLEZ: Fue lo más trágico, nosotros nos enteramos de que se había muerto Luz por tu mamá113. Porque nosotros no sentimos ni llegar a la funeraria, ni la sacada del cadáver, nada. Eso fue cinco de la mañana, no supimos a qué horas, la sobrina se encargó, llamó y se la llevaron. Ernesto Lleras averiguó en qué funeraria estaba, llamamos y dijeron: “Ya van a salir para incinerarla en la 60 y pico”, y nos fuimos. Ahí ya estaba tu mamá, Jorge, el otro sobrino de Luz, con uno de sus hijos y su mujer. Nadie se enteró de que se había muerto, de que la iban a incinerar, nada.

BEATRIZ VÁSQUEZ: Sí, parece que muy poquitos supieron. Falleció al amanecer de un domingo y ese día yo me enteré por la tarde. Me contó Ernesto Lleras que estaba en la Funeraria Gaviria de la calle 43, o sea, el lunes eran las exequias, por decir algo, a las diez de la mañana. Entonces me fui muy temprano a la funeraria. Creo que llegué a las ocho de la mañana de ese lunes y estuve ahí en la salita con ella un ratico, conversándole, dándole las gracias por haberme dado la oportunidad de conocerla y de haberme enseñado tantas cosas.

MATÍAS MALDONADO: Esa noche que fui a la funeraria tuve muchos sentimientos encontrados, como dicen. Por un lado, claro, había eso de que uno desde hace rato pensaba que lo mejor que le podía pasar a Luz, en el estado en el que estaba, era morirse. Porque, como dice el poeta, “todo nos llega tarde, hasta la muerte”. Y a Luz la muerte sí que le llegó tarde. Tanto que, desde hace tiempo, muchos la habían dado por muerta. Pero, por otro lado, al principio me pareció muy triste no ver a casi nadie en la funeraria. Porque los entierros en donde no hay nadie que vele al muerto son doblemente tristes. Estábamos, además de Luz en su cajón, Ernesto, Leonel, César, mi mamá y yo. No había nadie más. Y entonces caí en cuenta que estábamos los del Palacete. Que ella era nuestra muerta y que era a nosotros a quienes nos correspondía llorarla. Bueno, a nosotros y a usted. Pero usted estaba de viaje.

LUCAS: Sí, la lloré sentado sobre las ruinas de Tenochtitlán; qué soledad desde entonces.

113 Se refiere a Camila Loboguerrero.

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MATÍAS MALDONADO: El entierro fue al día siguiente, por la mañana, en el cementerio de Chapinero. Era un día gris y lluvioso. Los entierros siempre son en días grises y lluviosos, así haga calor y el cielo esté azul. Y me acuerdo que, cuando se terminó, alguien propuso que fuéramos a almorzar a algún lado y no me acuerdo quién sugirió un restaurante griego. Allá fuimos, un grupo de unas quince personas. Entre aceitunas negras y quesos de oveja y berenjenas y corderos —y las correspondientes libaciones con vino, claro— nos pusimos a recordarla. Y como diría el otro poeta, pero al revés, “todo aquel llanto se tornó pronto en risa”. Luz se había ido, pero nos dejó su risa. Y su apetito. Un apetito absolutamente pantagruélico.

LUCAS: Que tiene que ver con su curiosidad.

Las últimas imágenes que tengo de Luz son fotogramas de dos películas, qué casualidad.

ISABEL MARIÑO: ¿Tú te puedes creer que yo hice una negación y no tengo ni idea cómo me enteré de la muerte de Luz? Ni la más remota idea… Luz… lo que yo quería decir es que Luz fue muy Luz.

Lucas y Luz. Fotograma de la película Yo, Lucas. 2010. Archivo Lucas Maldonado. 2010

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